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The Thick of It: ¿Qué sucede cuando un gobierno teme y odia tanto a sus ciudadanos como sus ciudadanos a su gobierno?

The Thick of It
The Thick of It. Imagen: BBC.

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Hugh Abbot se refugia en una habitación vacía de la fábrica que está visitando esa mañana y se dirige a su confidente en un susurro: «A veces yo… Ya sabes, cuando tienes que encontrarte con las personas reales, las de verdad, contemplas esos ojos pequeños y redondos y esas bocas maliciosas y sin dientes y… Quiero decir, sé que esto es lo que creen que una persona como yo piensa, así que odio pensarlo, pero en ocasiones, me sorprendo a mí mismo diciéndome que son de una maldita especie diferente. Ya sabes, con sus camisetas y sus pantalones raros y tabardos. ¿Por qué llevan ropa que está escrita? ¿Por qué son tan jodidamente gordos».

Abbot es el secretario de Estado para Asuntos Sociales del gobierno británico y, sin embargo, desprecia y desconoce a los votantes que (al menos teóricamente) lo han encumbrado en su puesto. La prensa lo describe como «el equivalente político de la carta de vinos de un restaurante indio en los suburbios» (es decir, una nulidad), apenas tiene un conocimiento esquemático de los asuntos a su cargo («jóvenes, medio ambiente, basura, mierda de perro») y dedica buena parte de su tiempo a hacer que despidan a su chófer, caerle simpático a la mujer del primer ministro, decidir si debe decir «familias» o «gente» (el primer término es más propio del antiguo primer ministro británico John Major y el segundo le parece muy «comunista») y tratar de leer los resúmenes de los resúmenes de prensa que le preparan sus empleados: un joven obsesionado con su novia (una periodista que lo dejó por correo electrónico) que es descrito por su jefe como «un joven muy listo que vendería a su abuela para trepar», un viejo colega al que traiciona una y otra vez y una secretaria que lo desprecia por concebir la política como una sucesión de apuestas descabelladas. «Ve al servicio», le grita, «mira al hombre que está frente a ti en el espejo y pregúntate: ¿Puedo vivir con él? ¿Puedo?».

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Uno de los obstáculos plausibles de la sátira política europea en nuestros días consiste en la dificultad de ridiculizar a unos políticos que se ridiculizan a sí mismos con cada nueva declaración y cada iniciativa; de hecho, Hugh Abbot podría pasar por un retrato del político de nuestros días (infantil, deseoso de reconocimiento, pusilánime, presuntuoso, inseguro, machista, mentiroso, incapaz) y la teleserie británica The Thick of It (algo así como «el meollo») como una sátira bienintencionada pero ineficaz de la política británica si Abbot fuese su personaje principal. Afortunadamente para la teleserie y para sus espectadores, no lo es: su verdadero protagonista es Malcolm Tucker, el todopoderoso y brutal («es como un Gandalf malo», lo describe Abbot) jefe de prensa y operador político del primer ministro británico.

No es fácil hablar de Tucker, ya que es de esos actores políticos que el electorado casi nunca ve. Al comienzo de la serie fuerza al predecesor de Abbot a renunciar a su cargo debido a la presión de la prensa, le entrega su renuncia (que ha escrito antes de comunicársela) y le obliga a decirles a los periodistas que no lo hace porque la prensa lo forzara. Más tarde, al explicarle a Abbot por qué tiene que decir a la prensa que hizo un anuncio que en realidad no ha hecho, afirma: «Les diré que lo dijiste y ellos creerán que lo dijiste. No es que realmente crean que lo dijiste, saben que nunca lo dijiste. Pero les conviene decir que lo dijiste porque, si no lo hacen, no van a tener lo que digas mañana o al siguiente día cuando yo decida decirles lo que tú dijiste».

Tucker manipula, miente, amenaza, falsifica documentos, se apoya en la opinión de comités inexistentes, filtra información e insulta (de hecho, la serie contó con un «asesor de insultos» para escribir los parlamentos del personaje, todos ellos magistrales, así como la asistencia de un antiguo funcionario del gobierno británico para todo lo concerniente a la presentación de su funcionamiento). En una ocasión describe a un político como alguien «tan inútil como un dildo de mazapán»; en otra, cuando un personaje le pide que deje de insultar, le responde: «Lo siento mucho, ya no escucharás ningún insulto viniendo de mí, gigantesco maricón pedazo de mierda. ¡Que te follen!»; cuando le piden que no se comporte como un matón, su respuesta es perfecta: «Nunca, nunca jamás me llames “matón”: soy mucho peor que eso». A pesar de todo esto, es el personaje más simpático de la serie, ya que es el único que parece comprender de qué modo se sacan adelante los asuntos de Estado. Así, mientras Abbot fantasea con «apuntar alto» con sus iniciativas y vacila acerca de si crear orquestas de delincuentes juveniles o «algo con los zoológicos» («No estoy seguro de a qué nivel de realidad se supone que estoy actuando», admite), Tucker actúa para impedirlo.

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En realidad es el único que actúa en un gobierno que en The Thick of It parece aquejado de una monstruosa parálisis. A lo largo de la serie no se produce ni una sola acción concreta de gobierno, aunque sus personajes no descansan ni un segundo; así, uno de sus episodios más extensos, «The rise of the nutters» («El ascenso de los melones», literalmente), está dedicado al enfrentamiento que se produce entre diferentes facciones del gobierno y de la oposición por ver quién anuncia antes una medida: la despolitización de la política inmigratoria mediante su entrega a un comité ejecutivo ajeno al gobierno. Aunque la medida no carece de fundamento (finalmente, la cuestión inmigratoria viene siendo utilizada desde hace décadas como reclamo electoralista en todas y cada una de las elecciones europeas de las últimas décadas), y a pesar de las dudas que siembra (si la política inmigratoria no es tarea del gobierno, ¿de quién es? ¿De las empresas?), lo cierto es que los personajes no están interesados en su viabilidad, sino tan solo en obtener una ventaja política anunciándola antes que sus rivales. Que esa política no vaya a ser implementada nunca ni por el gobierno ni por la oposición (cuyos integrantes parecen tan frívolos e ignorantes como sus rivales) carece de relevancia para unos políticos que insultan a una empleada negra de la limpieza llamándola «Miss Mopa», se enorgullecen de su ignorancia («El conocimiento es una cosa peligrosa, y mucho conocimiento es una cosa mucho más peligrosa») y se burlan impiadosamente de sus obligaciones gubernamentales («Aquí están los apuntes de la reunión informativa», le dice a uno de ellos su secretaria. «Ah, espléndido», responde este, «los archivaré directamente en la trituradora. Gracias, Glenda») y de sus votantes (en uno de los episodios, el ministro es pillado por las cámaras mirándole los pechos a una obrera que le hace el relato lacrimógeno de su desgraciada vida; Tucker intenta convencer al director del noticiario de que no difunda esas imágenes: «Es verdad, quiero decir, Hugh está mirándole una teta, siempre mira una teta. La gente espera que mire una teta. No es ninguna noticia»). Cuando finalmente no les queda otra opción que hacer algo (en uno de los capítulos, apoyar el cierre de las escuelas para niños con discapacidad por razones de costos), lo hacen traicionando todo aquello en lo que creen. «Ya sabes, tú solo cumples órdenes», le dice a Abbot uno de sus empleados (quien, por cierto, tiene un niño con discapacidad). «Que me compares con un guardia de campo de concentración no lo hace más fácil», le responde Abbot; y, sin embargo, urgido por una comisión parlamentaria, vota por el cierre de las escuelas.

No siempre es placentero seguir las evoluciones de los personajes, y (desde luego) esas evoluciones no siempre les resultan placenteras a ellos. Cuando el reemplazante del ministro, el joven Ben Swain, es entrevistado en la televisión por un periodista particularmente punzante, tartamudea, comienza a sudar y a pestañear incesantemente. «Parecías un pulpo sudoroso tratando de desabrochar un sujetador», le dice Tucker. A sabiendas de la relación de mutua necesidad y de desconfianza entre la prensa y el periodismo, el fracaso de Swain como entrevistado lo convierte en un cadáver político, pero Tucker vuelve a recurrir a él en la noche frenética que sigue a la renuncia del primer ministro: tras descartar uno tras otro a los potenciales candidatos (uno tiene la cabeza demasiado pequeña, otra es adicta a los juegos de azar en internet, uno más está enganchado a los antidepresivos, el restante «necesita un sistema de navegación satelital para encontrar sus propias tetillas»), lo eleva a la precandidatura con la ayuda de Ollie Reeder (el joven empleado de Abbot al que Tucker le explica: «Estamos en el mismo barco. Quiero decir, obviamente yo estoy en el puente con los binoculares y el uniforme de Richard Gere y tú estás abajo, en la sala de máquinas, tratando de no ser violado analmente por un montón de tíos con palas, pero, esencialmente, es el mismo barco») solo para soltarlo cuando un súbito giro de los acontecimientos lo vuelve prescindible. «¿Qué es lo que significa esto?», pregunta el atribulado Swain. «Significa que en este momento estás de pie en la Cámara de los Comunes con tu gran polla flácida colgando fuera del pantalón y una pegatina que dice “Vótame” en la punta de ella», le responde Tucker, quien le advierte: «La próxima vez que vayas a apuñalar a Julio César asegúrate de que no estás empuñando una jodida cucharilla de plástico».

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The Thick of It es un retrato despiadado y brillante de las democracias europeas y su deriva entre la inoperancia y el descrédito; su mensaje (si se puede hablar de algo así) es que sus principales dirigentes están paralizados por las demandas contradictorias de un electorado tan diverso que es imposible llevar a cabo cualquier iniciativa en beneficio de algún sector sin perjudicar a otro (lo que queda particularmente de manifiesto en el episodio dedicado a los focus groups a los que Abbot consulta regularmente y que en su mayoría están conformados por actores); puesto que, además, las decisiones ya no son tomadas a nivel nacional sino en los organismos internacionales y en las bolsas. Políticos como los retratados en la teleserie carecen de todo poder real («Simplemente deberían clonar a los ministros para que todos naciéramos con cincuenta y cinco años de edad y no tuviéramos pasado, ni apartamentos, ni genitales», se sincera Abbot; claro que algo así ya está teniendo lugar en nuestros días), poder que tampoco podrían ejercer debido a que, por la propia naturaleza de los electorados europeos y la presión de la prensa, quienes acceden a los puestos de decisión son personas como el pobre Hugh Abbot, inseguros e incapaces de producir nada más que estática (al ser interrogado por una comisión gubernamental por las razones por las que mintió en su primera comparecencia, Abbot afirma que no es que haya mentido sino que olvidó mencionarlo. «¿Es usted olvidadizo generalmente?» le preguntan, y el ministro balbucea: «Bueno, es difícil saber… uhm… cuán olvidadizo es uno. Porque uno debería recordar todo lo que uno recuerda y lo que ha olvidado, y ¿cómo podría recordar qué ha olvidado si lo ha olvidado por definición? En realidad, soy bastante bueno recordando: si veo un retrato de la reina puedo ponerle nombre»), un ruido informe y sin sentido que políticos de verdad como Malcolm Tucker tienen que convertir en obra de gobierno.

Alguna vez el escritor estadounidense Gore Vidal (quien, por cierto, también participó activamente de la vida política de su país durante algún tiempo) se preguntó qué sucedía cuando un gobierno odiaba y despreciaba tanto a sus ciudadanos como sus ciudadanos odiaban y despreciaban a su gobierno. The Thick of It se propone involuntariamente como una respuesta a esa pregunta y viene a demostrar que la escisión entre la ciudadanía y sus representantes es mucho más grande de lo que creíamos, en buena medida debido a las visiones estereotipadas y políticamente interesadas de sus relaciones a las que se aferran unos y otros. Al narrar un encuentro con uno de sus votantes, Abbot recuerda: «Yo no podía explicarle en cuántos niveles diferentes estaba malinterpretando el mundo. Para hacerlo tendría que haber podido llevarlo de regreso al Siglo de… Bueno, en realidad antes del Siglo de las Luces y desde allí traerlo muy lentamente hasta nuestros días para mostrarle el desorden, la confusión y la basura que eran todo aquello en lo que creía».

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No es raro escuchar a personas voluntariosas y probablemente crédulas que sostienen que las teleseries son la nueva literatura; por supuesto que no lo son, pero hay algo de las tragedias shakesperianas, de la inminencia de un desastre que puede encontrarse en sus dramas y de la profunda soledad de sus personajes en The Thick of It. En uno de los primeros capítulos de la serie, Abbot debe permanecer a la espera de la decisión acerca de si retendrá su cargo: está exhausto y teme por su suerte y la de los suyos y alguien lo aloja en una despensa y le ofrece una silla de plástico y Abbot se queda allí sentado, un anciano impotente y desgraciado que mastica galletas viejas que encuentra en un plato y no sabe por qué está allí, por qué llegó allí en primera instancia. Quien esperase algo de los políticos en Europa debería tener en mente esta imagen de soledad e impotencia para comprender que lo mejor es que no deje su suerte en esas manos.

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5 Comentarios

  1. Xavier Domènech Garret

    «Les diré que lo dijiste y ellos creerán que lo dijiste. No es que realmente crean que lo dijiste, saben que nunca lo dijiste. Pero les conviene decir que lo dijiste porque, si no lo hacen, no van a tener lo que digas mañana o al siguiente día cuando yo decida decirles lo que tú dijiste»

    Simplemente genial…

  2. Unas de las mejores series de la historia. Claro que al no ser americana queda relegada…
    Por eso su creador Ianucchi se fue a los states y trato de repetir la genialidad con Veep. Estuvo cerca.

  3. Josefa Pinto Buenache

    ¿»Simplemenete genial», «Una de las mejores series de la historia…»? Pues yo os digo que solo con leer este artículo se me ha agriado la leche, así que como para seguirla capítulo a capítulo. ¡Lo que hay que hacer con esta gentuza es degollarlos y no mitificarlos y en el fondo, bañarlos con una pátina de glamour escondida entre una pretendida y corrosiva sátira!

    • Sr. Mochales

      Josefa, hace tiempo que corre usted por aquí aunque no se prodiga mucho. Advierto un paulatino declive en su salud mental y espero por su bien que lo que escribe sean simples fabulaciones y no convicciones reales. Un saludo afectuoso.

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