Sociedad

Quemar hormigas con una lupa

quemar hormigas
Quemar hormigas con una lupa.

Cuando nací, ya estaba. Escribir sobre la televisión es como escribir sobre el aire, o sobre la lluvia. Siempre ha estado ahí, antes encendida, ahora mucho menos, ya arrinconada por internet. En fin, una infancia con la televisión de fondo. Era la hoguera a la que nos acercábamos por las noches. Fuego y contador de historias en uno. Pero se podría decir que todo lo que nos ha ido mostrando a lo largo de los años es más bien irrecuperable, no hay forma de traerlo al presente sin embadurnarse las manos de nostalgia. Y la nostalgia siempre acaba dejándole a uno las manos pegajosas, igual que si se las hubiera lavado con Coca-Cola. Las series de televisión forman parte de nuestra educación sentimental. Se ha repetido mucho que hoy el buen cine está en las series. Al menos visualmente es innegable; nada que ver con el teatro filmado, o poco más, que eran muchas series de ayer. Pero no solo visualmente; Los Soprano, por ejemplo, arruina con su desparpajo y profundidad y humor clásicos del cine sobre la mafia como Uno de los nuestros de Scorsese, por ejemplo. 

Recordamos ciertas series y programas que hemos visto a lo largo de nuestra infancia como si hubiesen sido personas fundamentales para nosotros. Supongo que sí lo han sido; por ejemplo, la estupidez del Un, dos, tres. Condenados al Un, dos, tres, pues no había más televisión que el Un, dos, tres. Tengo mala memoria y quizá por eso no recuerdo lo mucho que me gustaba. Respecto a las series, ya las frecuentaba desde muy pequeño. No me imagino a mi hija tragándose un culebrón tipo Dallas o Falcon Crest o Dinastía, pero yo estaba perfectamente familiarizado con los enredos de esos melodramas. Mucho lujo y algo de vicio. Un vicio indirecto, borroso, que nadie se asuste. Algo de alcohol y cuernos, lo típico, y el odio entre familiares, el mayor de los vicios. Desde la alfombra, al lado del perro, observaba; sabía que eso no era exactamente el mundo adulto, pero algo tendría que ver. Más raro incluso sería para los adultos que me rodeaban, por lo menos la serie Dallas, que tuvo mucho éxito en Galicia, viendo a aquella distinguida, poderosa y multimillonaria familia dirigiéndose unos a otros en gallego. Nada más extraño. 

Culebrones aparte, mi serie favorita era Magnum P.I., que pusieron en la televisión gallega también, con Tom Selleck haciendo de investigador privado en Hawái. La vida del solitario Thomas Sullivan Magnum, siempre en bermudas y con camisas floreadas, paseándose en Ferrari descapotable por un lugar en el nunca llovía, me parecía sin duda el colmo de la felicidad. Estudiaba las capas geológicas de la madre Tierra, pero yo estaba en Hawái, atusándome el bigote mientras resolvía un caso. El historial incluye alguna otra cosa, como El coche fantástico, El halcón callejero, El gran héroe americano, La Superabuela, Verano azul y otras lindezas que no recuerdo ahora, afortunadamente.

Después llegaron las series sinvergüenzas, sobre todo las inglesas, pero esas ya me pillan mayor, en el instituto o casi. Ya me rodean pequeños señores cabreados, verdaderas larvas con muchos granos algunos. En una de estas series, Os novos —otra vez la televisión gallega, el título original era The Young Ones—, presenta a cuatro estudiantes conviviendo en un piso destartalado en el Londres de la era Thatcher. Un punki, un hippie, un anarquista histérico y un estudiante de derecho ligón; he ahí el cruce. Todo muy burro, gags ponzoñosos, demenciales. Como después La pareja basura, con dos de los protagonistas de Os novos y el mismo humor pringoso. A tono con la edad.

A principios de los noventa vimos la serie norteamericana Búscate la vidaGet a life en la Fox—, que anticipó en mayor o menor medida el futuro cenizo de una generación. Me pongo dramático, aireo rollito sociológico. En vista de lo que se nos vino encima después, no solo en lo laboral, sino con todos esos catetos medievales estrellando aviones, trenes y quemando embajadas, casi no queda más remedio. La serie trata de un treintañero viviendo en casa de sus padres y trabajando como repartidor de periódicos. Taras mentales aparte, pues el fofo protagonista es un caso extraordinario de inteligencia alucinada, la serie se regodeaba en el estrepitoso fracaso vital de un joven. Un parásito feliz, perdedor, idealista, incluso lúcido, dentro de su propia estulticia. Sin apenas conexión con el mundo real, se enfrenta a dilemas morales propios de un niño de cinco años. Resultado, una sátira brutal y delirante sobre la vida americana. A Chris Elliot, que en la serie responde al nombre de Chris Petterson, también guionista, André Breton lo hubiese echado a patadas de la caverna surrealista por surrealista. El suyo era en todo caso un surrealismo oligofrénico, poco cerebro simbólico. La serie se ríe de todo con absoluta libertad. Creo que no ha habido otra que llegase tan lejos. Solo duró dos temporadas; en la segunda, ya condenada, los guionistas echan la casa por la ventana y la serie se despendola. 

Quería encontrarle un sentido a todo ese tiempo invertido ante la televisión pero es posible que solo haya servido para salvar a varios miles de hormigas. Revisando un capítulo de Los Soprano, encontré este diálogo entre Tony Soprano y su psiquiatra: 

—El otro día estaba viendo una peli de Brad Pitt y esa rubia… Gwyneth Paltrow.

—¿Dos vidas en un instante?

—No, joder, Seven. Es una buena peli, no la había visto, pero a la mitad pensé «esto es una chorrada, una pérdida de tiempo de cojones… ¿Qué coño me importa quién sea el asesino? ¿Qué va a aportar esa información a mi vida?».

—Muy cierto.

—Así que la quité.

—Me parece bien. ¿Y qué hizo entonces?

—Salí al jardín y quemé hormigas con una lupa.

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5 Comentarios

  1. José Antonio

    Las series que yo recuerdo con más cariño, siendo un pipiolo, eran El Nido de Robin y los Roper, su spinoff. Raíces, Holocausto, Hombre rico hombre pobre… Y más tarde ya Cheers, Seinfeld y Frasier. No he visto ninguna serie más en mi vida por norma. Soy más de pelis. ¿Los culebrones venezolanos eran series? jejejeje. Yo no quemaba hormigas, era más de jugar a poli-ladro.

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