Política y Economía

Todo lo que no habéis entendido de Petro y de la espada de Bolívar

Felipe IV ante la espada de Bolívar. Imagen CNC
Felipe IV ante la espada de Bolívar. Imagen: CNC.

Haremos, queridos niños, un recital de preguntas y respuestas: simples, como para gente que no lee novelas. Si tienen un poco de paciencia, llegarán a entender lo de esa espada como debe entenderse y no con lecturas de banderías madrileñas. También se espera con cierta ingenuidad el que evitarán simplificaciones sobre bolivarianismos y dirigentes políticos y sepan detectar dónde residen los temores verdaderos.

¿Es Gustavo Petro un guerrillero?

Si pertenecer en su juventud al M-19 es ser guerrillero, entonces llámenlo exguerrillero. No es que disparara mucho, si es que disparó, él dice que no: no se le conocen cadáveres ni nada por el estilo. Tampoco era un guerrillero a la castrista, de montaña y campo. Era una militancia urbana que incluso simultaneó como concejal en sitios como Zipaquirá, donde nació y vive hoy Egan Bernal, el ganador del Tour. La cuestión de fondo es que si quieren ver a Gustavo Petro como alguien con las manos manchadas de sangre, se hace complejo. Incluso durante el episodio violento más famoso del M-19, el asalto al Palacio de Justicia, él estaba en la cárcel. Acusado de posesión de armas, es cierto, pero es que se trataba de un grupo clandestino armado, qué esperan. Petro ingresó en el M-19 con diecisiete años y termina unos trece años más tarde. Convendrá entender por qué la gente se hacía guerrillera y por qué dejan de serlo y para intentar qué. Sigan.

¿El M-19 era un grupo terrorista?

Pues sí y no. Depende del sesgo que le dé cada uno a la palabra terrorista, que ya saben que es un término que la prensa anglosajona evita para reducir sesgos: lo que para uno es terror, para otro es liberación. Menahem Beguin comenzó de terrorista y terminó con el Nobel de la Paz. El «eme» se inició con tonos de Robin Hood y, a estas alturas, ustedes lectores implacables de polarizaciones, ya saben que robaron la espada de Simón Bolívar, alias el Libertador, como el símbolo de que la justicia no alcanzada debía ser instaurada. Si ustedes ven las imágenes de un episodio como el ya mencionado asalto al Palacio de Justicia (un episodio oscuro donde los haya por la reacción de militares y la involucración del narcotráfico) pues sí, es terrorismo. Sin matices. Lo que importa es que es un grupo político armado que se desmovilizó en 1990, incluyendo una ceremonia de entrega de armas de lo más sonada y, esto es importante, efectuando la devolución posterior de la espada mítica. Desde entonces sus militantes, entre ellos Gustavo Petro, se dedicaron a la política y participaron en la redacción de la constitución vigente, la de 1991. Pero lo cierto es que para muchos colombianos guerrillero es un término especialmente despectivo y especialmente doloroso. La guerra deja heridas intensas, las guerras civiles (la violencia colombiana lo es de facto, aunque no se le quiera llamar así) muchas más: en Colombia abundan las viudas y los huérfanos. También es ofensivo y espinoso el término paraco (paramilitar), que es la otra cara de la violencia guerrillera y cuya trayectoria ignoran generalmente todos los comentaristas periodísticos que han corrido a buscar enlaces en internet para explicar el honor mancillado del rey de España.

Pero… la guerrilla son los malos, ¿cierto?

La guerrilla, no. Las guerrillas. Las más famosas son las FARC-EP (Fuerzas armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo), que negociaron la paz definitiva recientemente, aunque hoy existen narcodisidencias con el nombre FARC. Existió, aunque parece sobrevivir como un puro grupo narcotraficante conocido como Los Pelusos, el EPL (Ejército Popular de Liberación). Pervive el ELN (Ejército de Liberación Nacional), que ahora ha anunciado negociaciones de paz y que es el grupo más importante de entre todos los grupos armados que habitan el bastante grande territorio colombiano. Todos ellos están ya más teñidos por las economías ilegales que por las causas políticas, siendo generalmente únicamente movimientos criminales. Cualquier romanticismo que pueda tener cualquiera por la revolución se le pasará rápido ante el chantaje, el secuestro, la tortura y la movilización forzada de menores de edad que han practicado todos estos grupos.

¿Solo guerrilla?

El conflicto colombiano es extenso, complejo, fragmentado, a veces inverosímil, tantas veces incomprensible por las idas y venidas de grupos armados y las constantes desmovilizaciones y acuerdos de paz y el retorno a las armas. La guerrilla de hoy no está sola: por ejemplo, se intenta presentar como grupo político una banda mafiosa de narcotráfico que emplea muchos nombres, como el de «Autodefensas Gaitanistas». Tienen poder para convocar paros armados y que la población asustada se oculte. Son herederos de los grupos paramilitares formados como respuesta a las guerrillas durante los años ochenta y noventa y hasta el inicio de los dos mil. Si la guerrilla es criminal, los paramilitares no son mancos: hornos crematorios, asesinatos, desmantelamiento de cadáveres, robo de tierras y ganado, violaciones, desplazamiento de poblaciones enteras. Oficialmente se desmovilizan a primeros de los dos mil completamente enfangados en narcotráfico y crimen organizado. Algunos de sus dirigentes son puros herederos del Cartel de Medellín. La desmovilización fue considerada como muy favorable a estos grupos en términos de responsabilidad civil y penal. A pesar de ello, muchos de sus jefes han sido extraditados a Estados Unidos por tráfico de drogas. Sus restos operativos que continuaron en la acción pasaron a llamarse BACRIMS (bandas criminales). En todo momento existieron relaciones entre paramilitarismo y fuerzas armadas (que se suelen presentar como acciones individuales de manzanas podridas, pero cuesta creer que sea tan simple) y entre paramilitarismo y sociedad civil: son los propietarios de tierras y las grandes capas empresariales los que se defienden, qué extraño, de asaltos, chantajes y secuestros de las guerrillas. Un bucle tóxico. Pero ni siquiera hay acuerdo en llamarlo guerra: para determinado establecimiento, las guerrillas son una insurgencia contra una democracia y un Estado legítimos. También lo es.

¿Cuál es la causa de la violencia colombiana? ¿En qué consiste?

Colombia tiene una historia inusualmente violenta. El punto de arranque más famoso (no el único) sucede con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, un líder liberal (el Partido Liberal en Colombia fue históricamente el partido en defensa de los desfavorecidos y la equidad, socialdemócrata en alguna declaración, pero tan corrupto como sus opuestos a fecha de hoy). Los libros de historia lo llaman «El Bogotazo». Eso produce un enfrentamiento civil que fue llamado, no sin resultar algo un tanto cómico visto lo que pasó después, como «La Violencia». Diez años que se solventaron con un acuerdo político que dejó sin resolver los problemas y excluyó a la extrema izquierda.

Lo que nos importa: que desde su independencia la violencia ha estado presente y desde los años cincuenta del siglo XX los enfrentamientos armados han sido constantes y de una intensidad tal que dejaron a Colombia al borde del Estado fallido si no lo ha sido en algunos momentos. ¿Por qué? Pongan las causas habituales: desigualdad atroz, lucha por la tierra, ausencia del Estado en enormes territorios siendo incapaz de imponer la ley, corrupción, males del colonialismo, avaricia por materias primas (oro, esmeraldas, madera) y, para complicarlo, el contrabando, cultivo y producción de cocaína y marihuana. Con su blanqueo de dinero y su corrupción. Y con una derivada política: la exclusión práctica del poder de las capas sociales más pobres, líderes indígenas, grupos de izquierda, defensores de derechos humanos y, en general, todo lo que no sea establecimiento. La historia universal de la infamia tiene bastante con Colombia. 

¿Qué lectura dar ante los acontecimientos de hoy?

Que es un país desgarrado por la violencia y el crimen organizado con anhelo ilimitado por la seguridad física y de la propiedad, que es algo más complejo que lo que llamamos paz como ausencia de guerra. Que es un país donde el grueso de la población siente que una capa socialmente privilegiada se burla de ella mientras saquea el presupuesto público. Que tiene una discrepancia profunda en la manera en que debe conseguirse el fin de la violencia, pero donde se ha estado negociando constantemente entre el Estado y los grupos armados en un intercambio de niveles soportables de impunidad con la expectativa del fin de la sangre. Sangre y venganza, sí: no frivolicen los europeos sentados en su sofá sobre shows o payasadas con espadas. Hablamos de que el propio Gustavo Petro marchó del país por amenazas. No solo él, políticos y periodistas han tenido que huir de forma constante. El antagonista político por antonomasia de Petro, el expresidente Álvaro Uribe, también ha sido objeto de atentados contra su vida y amenazas de muerte constantes. El esquema de seguridad de un presidente colombiano es digno de verse si les da por salir una noche a cenar por Bogotá.

Pero, ¿es Colombia una democracia?

La respuesta de analistas y científicos sociales es «sí, a pesar de todo». Una dictadura breve nada más. Un periodo de reparto del poder pactado entre partidos opositores. Instituciones más o menos independientes, como los tribunales o el Banco de la República durante décadas…

¿Qué quiere decir a pesar de todo?

Pues quiere decir que en Colombia la compra de votos ha tenido mucho peso en muchos resultados electorales, especialmente en las votaciones del Congreso. Se le llama «voto de maquinaria» e incluye cosas como comprarle un tamal a un señor votante generalmente pobre, llevarle en autobús a votar para que no gaste gasolina —si la economía es de supervivencia, esa gasolina es puro oro— y que vote a un candidato que recuperará el dinero con la obtención de contratos del Estado obtenidos de formas oscuras. Hay profesionales de esto, de la compra del voto y de la captura del presupuesto público. Se llama corrupción, sí. El juego de reparto de dinero, favores y votos ha sido practicado por todos los partidos que han gobernado: ¿se imaginan el hastío de la población normal, especialmente de la más joven que ve en redes sociales el mundo por entero y aspira a estudiar y a vivir como lo que ve en las películas?

¿Eso es el todo del «a pesar de todo»?

No. Tanto por esta clase de mecanismos como por otros más violentos, los ocupantes de cargos electos han pertenecido a eso que se suele llamar «clase dominante», «establecimiento», «oligarquía», etc. Incluso con peso de ciertas familias que siempre tienen un candidato presidencial o cuyos miembros lo han sido más de una vez. Además de Jorge Eliécer Gaitán, fueron asesinados Luis Carlos Galán (una disidencia del Partido Liberal, que se llamó Nuevo Liberalismo y se imaginan por qué: lucha contra corrupción y narcotráfico) y Carlos Pizarro, el candidato del M-19 cuando dejó las armas. Y no fueron asesinados por locos espontáneos, sino por narcos y paramilitares.

Además de asesinar a candidatos de cambio (pongamos esta terminología contemporánea), narcotraficantes, paramilitares y agentes del Estado terminaron con la vida de varios miles de militantes del partido Unión Patriótica: un partido de izquierda que se desgajó de los movimientos armados para hacer política. Terminaron con su vida, relean. Los mataron prácticamente a todos. Pero hay más pesares: en Colombia se habló hace no tantos años de parapolítica: los cargos electos elegidos mediante compra de votos por los grupos paramilitares. O la forma en que un soborno permitió que Álvaro Uribe obtuviera el cambio constitucional para poder ser reelegido presidente, una reelección que debe decirse se solicitaba por aclamación ante una acción gubernamental que volvió un país inviable en otro viable. La guerra no es bonita. El estado en que tuvieron las FARC al país no lo hubiera soportado ninguna sociedad europea. 

¿Y todo esto qué quiere decir?

Que si eres un ciudadano colombiano que no pertenece a las élites, con sentimientos de izquierda seas rico o pobre, intelectual crítico, alguien con intentos de mejorar una democracia acosada por muchos problemas (a pesar de todo, con una resistencia institucional remarcable), defensor de derechos humanos sin más, lo que sientes es que si quieres cambiar las cosas te van a querer asesinar. Que si tomas las armas te van a querer asesinar y que si las dejas porque te han dicho que hagas política, también te van a querer asesinar. Te han excluido del poder. Por eso es TAN simbólico que gane las elecciones y ocupe el poder un exmiembro del M-19, un compañero de Carlos Pizarro que fue, lo han acertado, asesinado por dejar las armas para hacer política, uno de esos candidatos que acapararon las ambiciones de justicia social de millones de colombianos. O la compra de votos: el M-19 nace porque se consideró fraudulenta la elección presidencial de Misael Pastrana. Lo que permite abrir un paréntesis interesante: Misael Pastrana es padre de Andrés Pastrana. Andrés Pastrana fue presidente y tuvo una fallida negociación con las FARC. Y antes de ser presidente denunció la elección de Ernesto Samper por estar su campaña financiada por el narcotráfico. Samper, a fecha de hoy, sigue negando que él fuera responsable. Digamos que pueden ver cómo son los contextos de sencillitos. Dense cuenta, entonces, del significado de la llegada al poder de Gustavo Petro: llega vivo a la presidencia alguien que responde al anhelo de cambio social de generaciones.

Pero, la paz llegó, ¿cierto? O eso he leído

Sí y no, a pesar de todo. Tras la presidencia de Álvaro Uribe (que arrinconó aunque no derrotó a las FARC), Juan Manuel Santos, que fue su ministro de defensa, negoció un polémico tratado de paz. Negociar la paz es negociar con el enemigo y tragarse sapos de dignidad ante la impunidad práctica que has de dar a quienes negocian contigo. También es emplear los muchas veces corruptos mecanismos presupuestarios del Estado colombiano para obtener los votos de la paz. La polarización vigente proviene, precisamente, tanto de las heridas que dejaron las políticas de Uribe en el intento de resolución del conflicto (militar, esencialmente, pero efectivísima en términos de la vida cotidiana), como de la postura tomada en ese tratado.

Unos piensan que jamás se debió negociar con guerrilleros (criminales, narcotraficantes, secuestradores y chantajistas: es totalmente cierto y no se debe olvidar la degradación de la guerra) o, por lo menos, no haber aceptado una rendición del Estado al rebajar sus penas de forma más que sensible y darles, sin necesidad de obtener los votos, puestos en el Congreso. Pero si se hizo fue, en parte, porque se argumentó desde la guerrilla que, dadas las condiciones de exterminio anterior y compra de votos, de lo que se trataba era de garantizar que pudieran hacer política, a pesar de todo. Y que no volvieran a las armas, visto desde el otro lado que sí quiso firmar. Tan controvertido que se perdió el referéndum y la aprobación final fue, en cierto modo, un arreglo deslucido aunque no obstante esperanzado y celebrado por la comunidad internacional.

Paz incompleta, paz en riesgo

La firma del tratado y la involucración de las FARC en el fin de su guerra (la suya, no la del ELN) dejó los ratios de violencia política a niveles mínimos. Las cifras de muertes presentaron una reducción obscena. Pero el odio no se redujo: hay que insistir en que ser guerrillero es un insulto para centenares de miles. Y que el desprecio de la población en general a la labor de la guerrilla se pudo experimentar al comprobar los votos alcanzados: si hay una venganza de la historia, es ver cómo los que se presentan como defensores del pueblo son olvidados y despreciados por ese pueblo. Las FARC ni siquiera consiguieron votos suficientes para justificar los escaños que les fueron asignados como mínimos en el tratado de paz. La elección la gana Iván Duque, un joven economista desconocido que desde niño quiso ser presidente y que fue designado por Álvaro Uribe con la misión declarada de deshacer todo el contenido del acuerdo de paz. La gana frente a Gustavo Petro, un candidato temido y despreciado por al menos la mitad de la población por su pasado guerrillero y por sus declaraciones y posiciones poco distinguibles del bolivarianismo venezolano.

Y Petro perdió su campaña a la presidencia

Tras dejar la guerrilla, Petro participó en la redacción de la constitución de 1991. Léanla si quieren, es una constitución moderna. A pesar de ello y como hemos comentado, tuvo que huir del país. Pero regresó y desde entonces ha estado haciendo política. Como parlamentario ha sido brillante y, debe decirse, valiente: cuando se denuncia lo que hemos explicado como parapolítica, uno se enfrenta a que lo maten. Sin más. Él, como la actual alcaldesa de Bogotá, Claudia López, denunciaron en esta democracia-a-pesar-de-todo (dicho sin sorna y con toda franqueza) el papel de estas fuerzas oscurísimas con peligro para sus vidas. No solo ellos, muchos militantes desconocidos de todo tipo han tenido que huir. Y periodistas. Petro ganó, a pesar de todo, la alcaldía de Bogotá, y se pudieron confrontar dos fenómenos simultáneos: su capacidad como gestor (pocos lo defienden: fue arrogante, autoritario, poco competente en temas críticos como el caso de la recogida de basuras y propenso a proponer experimentos de ingeniería social algo rocambolescos) y la reacción brutal del establecimiento más conservador a que el guerrillero bolivariano ocupara el poder. En una maniobra jurídica prevista en las instituciones colombianas pero con nula legitimidad moral y factual, es destituido como alcalde e inhabilitado durante quince años. Su muerte política. No se rinde: apela a las cortes internacionales de derechos humanos y gana. Pierde la elección presidencial, pero pasa los años de la presidencia de Duque como senador y principal opositor.

Qué pasa en la presidencia de Duque

Como enigma interesante para futuros libros de historia, quedará el análisis de la personalidad de Iván Duque. Un individuo intelectualmente bien dotado, religioso y conservador, con una mirada épica de la política y las instituciones, lector infatigable sobre las presidencias de los Estados Unidos, pero perfectamente incapaz de tomar el sentimiento del votante común, incluso de los que le apoyan. O de manejar gestos que le hagan ser percibido como el presidente del común. No pudo superar nunca el hecho de haber ganado su presidencia por delegación (el que dijo Uribe) y porque el rechazo a Petro era altísimo. Duque se ha ido de su presidencia repitiendo incansablemente una retahíla de logros técnicos de su programa, de su gestión de la pandemia (buena, a pesar de todo) y sin comprender que en la gestión de la violencia política, en la demostración de sensibilidad frente al hambre y las dificultades de muchas capas de población, en su forma de reaccionar frente a la corrupción, es donde se jugaba la percepción popular. El día de la votación por el nuevo presidente hizo poner una alfombra roja desde la sede de la presidencia hasta el centro de votación mientras él caminaba con paraguas bajo la lluvia para depositar su voto. Las redes sociales han sido implacables con sus gestos de grandeza presuntamente institucional. Mientras que al terminar la presidencia de Santos apenas se producían asesinatos a líderes sindicales, indígenas o medioambientales, en la presidencia de Duque fueron aumentando semana a semana, con masacres sucesivas (tres o más muertos) que ensombrecían su lucha contra guerrillas y narcotraficantes. Nadie quería que perviviera lo que Duque representaba, pero el opositor Gustavo Petro seguía concitando temor y rechazo de medio país.

¿Es Gustavo Petro bolivariano, un comunista que va a arruinar el país?

Si no lo es, podría serlo. Petro no ha sido especialmente hábil en no ser asociado con el castrismo o el chavismo. Es también un hombre cercano al pensamiento de la teología de la liberación. Estudió economía y se declara economista, pero Petro nunca ha practicado la política económica en un puesto de funcionario, en el servicio de estudios de un banco, o en una institución internacional. No es tampoco un académico que haya realizado investigaciones profundas sobre problemas económicos como inflación, desempleo, incentivos, políticas monetarias, etc. Sí es un lector infatigable y que se apunta con entusiasmo a cualquier tendencia de pensamiento que justifique la intervención del Estado en la economía o la ingeniería social. El populismo que se ha extendido por América Latina conlleva algunas cosas que generan un temor más que legítimo en muchas partes de la población colombiana: las reformas políticas y electorales destinadas a mantener a los líderes populares en el poder (léase desde Chávez a los Kirchner, pasando por Evo Morales) o la innegable destrucción económica de Venezuela que se ha vivido con intensidad desde Colombia: millones de emigrantes entrando a pie en el país portando billetes inservibles que se regalaban en los semáforos como souvenir a cambio de cualquier limosna, han calado en el sentimiento colombiano. O las dificultades de los millones de residentes legales de cada país a cada lado de la frontera. O el espectáculo de guerrillas y disidencias de las guerrillas (narco) viviendo impunes dentro de Venezuela.

Petro se ha desmarcado de las políticas del chavismo, pero nunca ha logrado desimpregnarse de los tópicos del anticapitalismo ni de la simpatía hacia la revolución mientras desarrollaba una vida perfectamente burguesa con sueldo de congresista (nada que ver con los sueldos de los políticos españoles, sorprendentemente mal pagados en comparación) en uno de los suburbios acomodados de Bogotá. Ni siquiera ha sido capaz de elaborar propuestas técnicas rigurosas sobre financiación de pensiones o salud, siendo desmanteladas por los candidatos de centro con números y detalles. Al mismo tiempo, sus seguidores han desarrollado una visión mística y cuasi divina de las capacidades de un político recibido como un cuasi mesías por muchos jóvenes que quieren cambiar el país: creen que bastará un presidente progresista para que la corrupción desaparezca o los derechos humanos triunfen.

Del Petro candidato al Petro presidente

Un factor esencial de la elección de Petro es que casi no gana. El descrédito del nuevo sucesor indirecto de Uribe (Fico Gutiérrez) y la pérdida de credibilidad del candidato centrista (Sergio Fajardo), dejaron el terreno abierto para que el voto de protesta se concentrara en un candidato populista de derechas como alternativa a Petro. Esto es importante: se quiere cambiar, pero muchos no quieren que sea Petro. Un Trump local, entre payaso y sinvergüenza simpático, el ingeniero Rodolfo Hernández (exalcalde de Bucaramanga, constructor y millonario), logra su fama por su facilidad para simplificar la lucha contra la corrupción en TikTok y YouTube: «Hay que quitarles la chequera», repetía incansable. Si no es por su propia torpeza y porque al quedar de finalista en la elección concentró todas las miradas y preguntas sobre algo tan exigente como ser presidente de una república de cincuenta millones de habitantes sin poder responderlas, por no hablar de que él mismo está enjuiciado por corrupción, Petro no hubiera ganado: al final, un grupo de votantes decidió que los riesgos de Gustavo Petro eran más aceptables que la nada. Rodolfo Hernández era la nada. Sin paliativos.

Y ahora pueden comprender…

Pueden comprender que Petro ha sobrevivido a todo. A sus propios errores y a la resistencia de lo peor del sistema democrático a pesar de todo. A la violencia y a la cárcel. Al temor al bolivarianismo. Sus primeras decisiones nada más ganar muestran un realismo que ha sorprendido: asume que está ante un país dividido y atemorizado y que si quiere sacar sus reformas necesita ampliar los consensos. Al final, muchas de las figuras centristas que se oponían a Petro por su carácter y, sí, por sus malas ideas económicas, están con él en el gobierno. Se reúne con todos los opositores y crea un clima de concordia: es el país lo que está primero. Hasta se sienta con Álvaro Uribe en una escena imposible de imaginar hace unos meses. Saldrá bien o mal, pero Petro está intentando, al menos aparentemente, conducir al país no desde la radicalidad pero sí desde la rotundidad consensuada: quiere dar servicios sociales, pero no quiere descuadrar las cuentas públicas. Quiere terminar con la dependencia de los hidrocarburos, pero parece que quiere armonizarlo con la industria. La cuestión no es tanto si va a desarrollar una agenda progresista, woke, o las dos cosas… sino si todo es una pantalla para quedarse en el poder y terminar con la propiedad privada, que es lo que siguen creyendo muchos.

… los porqués de la toma de posesión

Petro, con un sentido de la trascendencia bastante elevado y no tan inhabitual en los políticos, diseña su toma de posesión a la altura de su sentido en el tiempo. Su coalición se llama «Pacto Histórico»: la búsqueda del cambio definitivo de Colombia hacia la normalidad. El aburrimiento institucional. La suya es la presidencia de los excluidos (de los nadies, dicen sus partidarios, en un país desgarradoramente clasista), la de los que intentaron la paz a pesar de todo y fueron asesinados. La de los que lloraron ante el juramento de su vicepresidenta, Francia Márquez, «hasta que la dignidad se haga costumbre». La promesa, pues, de quienes robaron la espada de Bolívar reclamando justicia y que no debía ser envainada hasta lograrla. Es en las conversaciones para la transición del poder cuando el mismo Iván Duque (en conflicto interior con su sentido institucional y su temor —desprecio, incluso— a su opositor) decide hacer un aparte de la reunión y llevarlo ante la espada de Bolívar. El relato de la prensa es que lo hace casi como revelando un pequeño secreto. Duque sabe lo que significa esa espada tan bien como lo sabe Gustavo Petro. Tan significado es, que toda la prensa lo destaca conscientes todos de la simbología: el superviviente del «eme» llega por fin al poder tras haber robado la espada en defensa de la democracia colombiana y haberla devuelto al considerar que la violencia no era el medio. Petro pide, tiempo más tarde, emplear la espada de Bolívar en su toma de posesión («su» toma de posesión) e Iván Duque, a las ocho de la tarde del día anterior, se niega. ¿Mezquino? ¿Estúpido? ¿La reliquia está en un estado tan deteriorado que no lo aconseje? ¿Podría ser dañada o robada de nuevo en algún ataque oportunista? La mejor respuesta que encuentro es: infantil.

El presidente da la orden y el rey de España pasaba por allí

Se podría llamar autoritario. O se podría decir que era un mensaje para demostrar quién es ahora el presidente. Petro suspende la ceremonia y pide que le traigan la espada de Bolívar. El presidente es (ya) él, no Duque: está en su derecho. Su propuesta política tiene en esa espada todo el significado. Esa espada tiene, también, todo el significado de la fundación nacional (todos los mitos nacionales son inventados, semifalsos o precarios, pero Colombia tiene derecho a tener los suyos, faltaría más). Y con esa espada hace Petro su propuesta de emociones y programática al país que le ha elegido. Churchill no lo hubiera hecho mejor. Otros lo han visto como provocación o espectáculo. Pero quienes lo vean como espectáculo acepten también que cualquier ceremonia institucional es una representación para centrar las emociones de los feligreses. ¿Importaba algo el rey de España en ese cúmulo de significados? Hagan apuestas. Más bien, en los pocos que se distrajeron con eso, significaba lo contrario: el rey de quien fuimos liberados tiene que ver cómo pasa por delante de él la espada de su libertador, qué mejor símbolo. Pero lo que importaba esa tarde en el centro de Bogotá, con un exguerrillero ungido con la banda presidencial, es si la espada de Bolívar estaba representando el inicio de una era en la que se va a lograr la paz definitiva. Hasta sus enemigos desean que tenga suerte.

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21 Comments

  1. Roberto F

    Si reducimos todo al tema de la espada, la situación es muy sencilla.
    Petro sigue el pequeño manual del «populista revolucionario latinoamericano», lo de la espada es solo un golpe de efecto populista, es usar el recuerdo de Simon Bolivar para tocar la fibra, aglutinar consenso nacional y demostrar como él es capaz de mojarle la oreja al «Imperio Español» porque es un antiimperialista de ley.
    En fin …., lo visto en todos los desafortunados países de latinoamerica que han caído en manos de este tipo de gobernantes.
    En cuanto al Rey, fue una víctima de un mal anfitrión que lo ha puesto en una situación incomodísima, visto la polarización de posturas que hay hoy en España, si se levantaba lo iba a criticar la mitad de España y si se quedaba sentado lo iba a criticar la otra mitad y esto bien lo sabía su anfitrión pero nada le importó.
    Lo siento mucho por el pueblo colombiano que legítimamente busca un cambio real a la situación de tanto dolor mantenida durante tantas décadas.
    Lo mas irónico de todo es que mas pronto que tarde, veremos al «antiimperialista» y «anticapitalista» mendigando por los organismos financieros internacionales.
    Como dije, esto ya se ha visto, este tipo de gente van en contramano de la historia, por eso siempre salen mal estos experimentos

    • Si me lo permite y con todo respeto, creo que no me ha comprendido o no me he hecho comprender: la tesis del artículo es, como dice otro comentarista más abajo, que el empleo de la espada es un elemento de consumo interno y nada que tenga que ver con venganzas poscoloniales o reivindicativas desde una perspectiva indigenista o similar, como realiza AMLO en México por ejemplo. No quiere decir, tampoco, que Gustavo Petro no pudiera estar de acuerdo con ello, pero el hecho de que el rey no se levantase es una pura casualidad y que el uso del símbolo es completamente independiente de su presencia. Está estrictamente vinculado a las acciones del M-19 y de lo que representó este movimiento en la historia reciente colombiana. El resto de valoraciones de las políticas de Gustavo Petro son posibles, pero este episodio tiene otras claves que en España se han comprendido mal por carecer del contexto. Gracias por su lectura.

    • ivan fm

      ¿Por que no se calla?

  2. Estupendo artículo y repaso a la política y guerra colombiana. Muchas gracias.

  3. Creo que el autor ha pasado por alto los falsos positivos que es también es terrorismo y del muy gordo.
    A propósito de la espada, la acción de Petro es para consumo interno que en otras latitudes no se ha querido entender como tal. Si el Rey se hubiera levantado no habría pasado nada, porqué es lo que hicieron el resto de jefes de estado y representantes, pero no lo hizo y demostró ser un buen derechoso sin demasiado olfato político, otra vez. Se le jaleará igualmente y se le denigrará de igual forma pero lo cierto es que se equivocó, entiendo que conscientemente, y se lió.

    • Tiene usted razón en que el caso de los «falsos positivos» es relevante a la hora de comprender la degradación del conflicto colombiano y a la hora de poner en la balanza las argumentaciones de cada interpretación de la guerra.

      Para lectores no familiarizados, el caso de los falsos positivos es un escándalo que afecta el Ejército colombiano por el cual se asesinó, según la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz), a más de seis mil civiles sin causa, acusación o juicio con el fin de cobrar primas por consecución de objetivos militares: se hizo pasar a ciudadanos normales por guerrilleros para contabilizar sus muertes. Las cifras difieren de unas fuentes a otras y no se ha determinado si existió un amparo real ante esta práctica por parte del Gobierno colombiano de modo previo a su conocimiento oficial, aunque gran parte de la sociedad sospecha que fue tolerado y que no pudo ser ignorado. Juan Manuel Santos, que era el ministro de defensa en su momento, ha expresado cómo fue el proceso de asimilación del problema (partiendo desde la incredulidad, habiendo pedido Santos disculpas por esto) y cómo se terminó con él.

      En el artículo hago alusión acerca de la involucración de los agentes gubernamentales en las prácticas del paramilitarismo y no me extiendo con este problema, pero efectivamente demuestra cómo la argumentación de que el conflicto colombiano es únicamente el resultado de una insurgencia de guerrillas marxistas contra un estado democrático se queda corta: los agentes del estado vulneraron la ley y los derechos humanos en favor del paramilitarismo y en contra de denuncias periodísticas y de otras formas de oposición.

      Si para determinados elementos de la sociedad colombiana el origen de la guerra es una insurgencia contra un estado democrático y enclava a las «Autodefensas» (el nombre que se da a sí mismo el paramilitarismo es relevante para comprender las posturas) como una reacción legítima que termina en excesos, el hecho de que el estado (en el mejor de los casos) no haya podido controlar a sus miembros simplemente refuerza la tesis de un conflicto enquistado en el que cualquier legitimidad de origen queda sin efecto ante la magnitud de los crímenes. Y de cara a los elementos de la sociedad que acceder al poder representados por la victoria del Pacto Histórico es un elemento más del simbolismo de lo difícil de esta victoria, de las expectativas de cambio y lo singular de la situación política

  4. Andrea Moss

    ¿Es el M-19 un grupo terrorista por quemar el Palacio de Justicia a instancias de Pablo Escobar, porque quería destruir las pruebas en su contra almacenadas en el edificio? ¿O por recurrir al narcotráfico para financiar sus operaciones militares? Sí. Y sí. ¿Más preguntas?

  5. Durruti77

    Muchas gracias por el artículo, muy interesante. No conozco bien la actualidad colombiana, y me ha ilustrado bastante.

  6. Como colombiano, agradezco artículos como este.
    Desde mi perspectiva de haber vivido de primera mano muchos de los acontecimientos tan bien descritos, me he estremecido al recordar esa sensación que describe tan acertadamente Gonzalo, de los que crecimos con el miedo real a que nos mataran por pensar diferente.
    Y el párrafo con el que cierra, maravilloso y evocador, se lo he leído en voz alta a mi pareja española, en este exilio de casi 20 años, con la emoción de saber que por fin, tras mas de 200 años, llego el gobierno de los Nadies.

  7. Sandro

    El día que dejen de ser tan talibanes de la RAE, haciendo traducciones de extranjerismos de uso universal a otros que ni siquiera son de uso corriente en la Península, van a escribir mejores artículos. Tomen nota: ESTABLISHMENT: eso… el grupúsculo de basura inamovible, generalmente de ultra derecha, vinculado al poder económico-financiero extractivista, más sus brazos político y periodístico, es ESTABLISHMENT y no «Establecimiento» (Negocio, Comercio, Chiringuito, etc.) Así, en inglés en todo el Universo conocido y ma’allá. Excepto, parece ser, claro, para la cuadrúpeda prensa e’pañola.

  8. Uriel Tovar Ortiz

    No hay mucho que decir sobre el fenómeno PETRO; Su virtud fue la perseverancia dentro de su identidad durante largos años; se mantuvo fiel a sí mismo, y le llegó su oportunidad; y aunque no sabemos cuál sea su perversaa intención o la de sus «Padrinos» o «Jefes» internacionales, debemos estar muy alertas a los giros que pueda dar en cualquier momento, aunque si se apoya en los pésimos resultados de sus camaradas de chile, Argentina, Bolivia, Perù y Venezuela, decida apartarse de la agenda 2030 y hacer un gobierno de transiciòn pacìfica

  9. Gintaras

    Me ha parecido muy instructiva, muchas gracias al autor. Si tiene a bien, ¿dónde o cómo clasificamos a Mockus? Siempre me pareció un verso suelto en la política colombiana.

    • Antanas Mockus padece parkinson y se encuentra alejado de la política. Es un personaje único. Ideológicamente se mueve entre elementos claramente conservadores (se proclama católico), como otros liberales, ecológicos y socialdemócratas. En mi opinión personal, Mockus como Fajardo, forman parte de un intento de tercera vía entre el izquierdismo filoboliviariano o claramente marxista cuando el término bolivariano no estaba en uso, y el conservadurismo tanto ideológico como institucional del poder tradicional colombiano. Una tercera vía de intelectuales racionales y serenos con brillo en las políticas municipales, alejados de la violencia y centrados en la superación de los problemas humanos del subdesarrollo, pero que no han logrado el triunfo a nivel nacional, quizá porque entenderlos bien no es sencillo para las capas de población más medianas (mediana en sentido estadístico: de renta y educación).

  10. Joseba

    ¿No sería, sencillamente, que al rey le dio pereza levantarse? Un tío que no da palo al agua en su vida no creo que precisamente tenga que hacer un esfuerzo porque pase un objeto frente a él. Se habla mucho del gesto del rey pero paradójicamente, es el único que no hizo ningún gesto. Y eso, curiosamente, representó lo que es la monarquía y por extensión, la idiosincrasia de esta, nuestra nación.

    • Miñoto

      Amén.

    • Saber lo que está en la mente de otra persona es inevitablemente especulativo: vago o no, todo su entrenamiento institucional y, si lo quiere, su labor «profesional» se basa en qué gesto debe adoptar en cada momento. Sólo puedo decirle que los únicos interesados en el gesto de «pararse» (en el español de América, «pararse» suele ser ponerse de pie) han sido los españoles y que el acto ni siquiera ha formado parte de las discusiones cotidianas de la población ni de la prensa colombiana. En favor del rey, se pueden apuntar varias informaciones públicas: tanto el que no estaba previsto en el protocolo (totalmente cierto) como el hecho de que, al parecer, el presidente de Argentina tampoco lo hizo. La aparición de la espada fue un acto destinado al consumo interno: el por qué es lo que explica o intentar explicar este artículo. Y todo el mundo quedó sorprendido de la decisión de Petro. Muchas veces la explicación más sencilla, la desechamos sin más: en un acto confuso e inesperado para el que no tenía indicaciones y que tuvo a los presentes esperando media hora, es bastante probable que simplemente estuviera contemplando la escena.

    • Transeunte

      Vd. también es un ejemplo paradigmático de gran parte de la población española: esto es, hablar sin tener pajolera idea de lo que se dice. «Un tío que no da palo al agua en su vida»? ¿De verdad? Esa frase demuestra lo poco que se ha interesado en la labor institucional del Jefe del Estado (el Estado, o sea, el país donde Vd. vive, que digo yo que le interesara un poquito..) y lo feliz que demuestra su supina ignorancia. Es Vd. un cuñado de libro. Enhorabuena.

  11. Ed Libertad

    Leo este artículo cuando acabo de releer las primeras novelas y los cuentos de la mamá grande de G. Márquez , los releo porque leo los tres estudios de Vargas Llosa sobre G . Márquez, alterno uno por el día cuando tengo tiempo y reservo otro por la noche cuando tengo ganas. Lectura de violencia, injusticia, desigualdad , abuso … también de hambre, miseria, frío ,…. Si esto lleva respuesta , es a luchar para dejar de ver morir a tus hijos hambrientos, sin medicinas básicas, sin futuro … pero no nos engañemos el que mata es un asesino, sea con los pies descalzos , con bota militar o zapatos de cocodrilo. Y el que lo justifica un bastardo.

  12. Carl Sagan nunca lo haría

    En general, su artículo me ha parecido interesante y detallado. Hubiera deseado algo más de imparcialidad, pero reitero que es un artículo que aporta bastante información y antecedentes importantes que no podemos encontrar en los periódicos al uso, que ya bastante tienen con presentar la información con la inmediatez que se les demanda, como para andar remontándose a los fenicios. Hasta ahí, enhorabuena.

    Sin embargo, hay dos cosas que lamento de su artículo: una, los paños calientes con los terroristas: que si sí, que si no, que si era guerrillero pero mataba poco, etc. Oiga, no: no podemos querer tener memoria histórica para unos si, y para otros no.
    La otra, el primer párrafo al completo. Ya sé que es una cuestión de estilo, y que supongo que habrá querido darle al artículo un tono más bien coloquial y ligero antes de meterse en harina, pero igualmente lo considero un pelín ofensivo. Sabemos que es Vd. un experto en la política colombiana reciente (todos sus artículos en esta publicación se mueven en ese ámbito) por lo que no es razonable que llame «queridos niños, etc..» a los que no son expertos como Vd. ¿Le gustaría sentarse a ver un documental sobre el universo y que Carl Sagan le dijese, desde una neutra voz en off «y ahora, pedazo de burros, os voy a explicar el sistema solar»? no, ¿verdad? Pues eso.

    Por lo demás, un saludo, sin acritud.

    • Le responderé únicamente a la cuestión del terrorismo y le agradezco las palabras elogiosas, el resto es de interpretación libre. Es un hecho cierto que la denominación «terrorismo» genera discusión en su validez a la hora de analizar fenómenos violentos: yo sólo lo pongo sobre la mesa y ahora verá por qué si sigue leyendo. Michael Collins fue un terrorista (de hecho, probablemente inventó el terrorismo) que terminó negociando el estatus de Irlanda frente el Reino Unido. Frente a sus compañeros, también violentos, abogó por un acuerdo limitado en ambición política y terminar la violencia. Lo mataron, y se supone que fueron sus propios compañeros del IRA por renunciar a lo máximo. Parece que quien renuncia a la violencia como arma política no tiene derecho a la redención. También parece que hoy no tiene discusión la existencia del estado de Irlanda, nacido de una guerra ¿terrorista? ¿o una guerra civil? ¿o un enfrentamiento entre británicos y súbditos británicos un poco menos británicos? Volviendo a Colombia, resulta que el sesgo de alguna parte de la prensa y los comentaristas españoles ha sido reducir a Gustavo Petro a un ex guerrillero terrorista… Pues bien, en ese contexto, más vale ver toda la violencia política: el ejército colombiano asesinó a seis mil civiles (más que las víctimas del pinochetismo) sin juicio ni causa, sólo para cobrar primas de éxito. Los que ampararon eso son hoy ciudadanos respetables y nadie en la prensa española les llama terroristas. Quienes cooperaron y encubrieron el paramilatarismo colombiano se han sentado en el Congreso, nadie les llama terroristas en la prensa española. Con los terroristas han negociado todos los presidentes de Colombia recientes y han buscado desesperadamente acuerdos políticos. Por tanto, parece fácil pensar que el término «terrorista» es de difícil valoración a la hora de enjuiciar la tarea política final: es cierto que Petro no asesinó a nadie y es cierto que el M-19 empleó técnicas terroristas, como es cierto que renunció a la violencia con un pacto con el gobierno para hacer política y que respetó. Como es cierto que el M-19 es otro más de los muchísimos grupos armados que llevan en conflicto permanente desde hace décadas en ese país. Espero tome nota de mis calificativos sobre la acción real de las guerrillas (una toma de partido, como me indica) como las del paramilitarismo y el abuso de derechos humanos del propio gobierno y ejército colombianos. Si se ha tomado deliberadamente partido en algo en este artículo es en explicar que el protagonista del evento no fue el rey de España y que pensar que se pretendió ofender al rey de España o hacer un alarde indigenista o anticolonial no entendió nada. Porque la cuestión era que los Michael Collins colombianos pueden gobernar con las reglas del juego del estado. No se preocupe: Man in His Arrogance, es un discurso de Sagan que también disfruto.

      • Carl Sagan nunca lo haría

        Gracias por tomarse tiempo en responder. Entiendo sus explicaciones, y probablemente haciendo un ejercicio de abstracción podría llegar a darlas como buenas. Con lo de la abstracción me refiero a que yo debería dejar de ser yo, una persona nacida en España en los 70, hijo de militar, que vivió de cerca los atentados de ETA, que tiene amigos asesinados y al que la palabra «terrorismo» se le atraganta en todas sus manifestaciones (ya sea el terrorismo abertzale, el islámico, el de Estado, el de unos o el de otros: si una acción violenta va dirigida contra la población civil con el objetivo de sembrar el terror y forzar unos objetivos politicos sin pasar por unos objetivos estratégicos militares, eso no es una guerra sino Terrorismo).
        Esta incapacidad de comulgar con todo ello no es culpa suya, sino mía, supongo. En todo caso, gracias de nuevo por su respuesta.

        Un saludo.

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