Imagine que pasa las horas dentro de una oficina, todas las horas en que está consciente, y que no conoce nada más allá de los pasillos de la empresa donde trabaja. Cuando llega la hora de irse a casa, entra en el ascensor y su mente desconecta; lo que sucederá fuera de la oficina no quedará registrado en esa parte su memoria. Las horas de descanso y tiempo libre transcurrirán más allá del alcance de su consciencia: cuando vuelva a la oficina, esas horas de descanso sencillamente parecerán no haber existido y usted se verá a punto de empezar una nueva jornada laboral. Todo su mundo es una interminable jornada laboral. Su desconocimiento del mundo exterior y de la vida ajena al trabajo es completo, hasta el punto en que usted no sabe si tiene pareja o familia, o dónde vive, o cuáles son sus aficiones, o cómo se llama.
Esta existencia de pesadilla es descrita en Severance, una serie de ciencia ficción en la línea de The Twilight Zone, Black Mirror o Devs. Contiene elementos que la relacionan con películas como Matrix y (sobre todo) Dark City, o con las predecesoras de estas, las novelas de Philip K. Dick o de George Orwell. Por citar una referencia que sé de antemano le dejará a usted igual, también me ha recordado a una miniserie del 2014 que casi nadie ha visto y que fue cancelada sin un final, la imperfecta pero interesante Ascension, donde una tripulación vivía encerrada en una nave interestelar cuyo viaje a Próxima Centauri no tenía retorno.
Por expandir la premisa básica del argumento: una empresa llamada Lumon somete a algunos de sus empleados a un procedimiento quirúrgico —voluntario— llamado severance (que significa «ruptura» o «separación», aunque en el ámbito laboral también se usa como «despido»). Se implanta un chip en el cerebro del empleado, y a partir de ese momento su mente queda dividida en dos mitades. Cuando está en la oficina, el empleado no recuerda nada del mundo exterior, ni siquiera su nombre o sus seres queridos: de hecho, ni siquiera sabe por qué su «mitad exterior» ha decidido someterse al procedimiento. Y cuando está en el mundo exterior, el individuo no recuerda nada de la oficina, y no reconocerá a sus compañeros y jefes si se los cruza fuera de la oficina, pero sí sabe qué motivaciones lo han llevado a implantarse el chip. El intríngulis del asunto reside en que, en la práctica, esa separación mental convierte lo que era un solo individuo en dos individuos distintos que experimentan mundos distintos, y que por lo tanto empiezan a evolucionar de manera divergente. Dado que uno (el outie, «el de fuera») experimenta las horas de ocio y descanso, mientras que el otro (innie, «el de dentro») solamente experimenta las horas de trabajo, terminan desarrollando personalidades diferentes. A lo largo de la primera temporada nunca se nos explica el propósito final de esa «ruptura» de memoria, pero sí podemos ver con claridad sus consecuencias. Por un lado, los innies están condenados a sufrir una crisis existencial, preguntándose por qué sus otras mitades los han condenado a permanecer prisioneros en la oficina. Por el otro lado, algunos de los despreocupados outies que han firmado la autorización para la ruptura empiezan a sospechar que quizá esté pasando algo raro en el interior de la empresa.
Antes de entrar en una recomendación un par de advertencias. Severance consta de una temporada de nueve episodios, pero está planteada para tener otra temporada más. Y bueno, esta primera temporada termina con un tremendo cliffhanger donde no se responde a casi ninguna de las preguntas fundamentales que pueda usted formular durante el visionado. Dependiendo de cada cual, este tipo de final puede provocar impaciencia, o incluso cabreo. Yo lo asimilé bien por motivos que describiré más tarde: entre ellos, que el último capítulo apenas responde cosas pero es sencillamente sensacional. Aun así, soy muy consciente de que existe el riesgo implícito de que Severance adopte las tácticas manipulativas de J.J. Abrams y Damon Lindelof. Ya saben: el método Lost de captar la atención de la audiencia con misterios que nunca serán debidamente resueltos. Nunca se sabe. De momento, dado que los misterios ni son muchos ni parecen difíciles de desarrollar, quiero confiar en que la segunda temporada sí nos dará esas respuestas. Al menos sabemos que la serie no será cancelada, ya que Severance ha supuesto un éxito para Apple TV tanto en audiencia —ha tenido muy buenos números en Estados Unidos— como en el casi unánime elogio de la crítica. La segunda advertencia es el ritmo lento de la narración. La primera temporada de Severance podría haber sido contada con menos episodios. Esto frustrará a algunos espectadores. A mí no me ha importado porque he disfrutado con muchos elementos de la serie, desde las interpretaciones y la dirección hasta las ramificaciones psicológicas de la premisa principal, pero a otras personas sí podría suponerles un escollo. Para mí, como espectador, la lentitud ha funcionado porque Severance se recrea en la fabricación de un ambiente y en el desarrollo de los personajes que se mueven dentro de ese ambiente. De acuerdo, los misterios no son respondidos, pero los personajes evolucionan. Cada uno de los personajes principales tiene un arco dramático interesante, y cuando termina la temporada ya no son los mismos que eran cuando empezó, porque lo que han vivido los ha cambiado. Lo cual, por cierto, es algo que puede fallar en algunas series donde se pone todo el énfasis en que la trama avance rápido. Por mi parte, la resolución de los misterios no es tan fundamental como la evolución psicológica de los personajes, pero los espectadores que deseen una resolución inmediata del entramado lógico del guion pueden sentir que se les ha privado de demasiadas respuestas de cara a esa futura continuación.
La narración roza lo metafórico en muchos momentos, lo cual da muchísimo que pensar para quien guste de extraerle el jugo al trasunto del argumento y a unas ideas abstractas —a veces obvias, a veces no tanto— que siempre están abiertas a la interpretación. Estas ideas pueden ir desde la alienación laboral y el vacío existencial hasta el carácter opresivo que la sociedad tiene para aquellos que son diferentes y no encajan en la norma. La empresa Lumon es descrita como un lugar de pesadilla que funciona mediante la coacción y el lavado de cerebro, de forma no muy distinta a como funciona una secta destructiva. De hecho, los empleados son sujetos a normas que no tienen sentido pero son consideradas sacrosantas, y son bombardeados con una mitología interna que se parece mucho a una religión corporativa. Dado que los innies no conservan memorias del mundo exterior, son blancos fáciles para la manipulación mental; sin embargo, también son propensos a una angustia vital que, por motivos que ni ellos mismos comprenden, los hace sentirse fuera de lugar en la única existencia que conocen. También es interesante la manera en que es descrito el mundo exterior. Los outies que viven una vida más normal en el «mundo real», por así llamarlo, disfrutan de muchos más recursos para estar contentos, pero algunos de ellos tampoco lo están. Me ha llamado mucho la atención el uso irónico de un libro de autoayuda, algunos de cuyos fragmentos —cursis y manidos— escuchamos en algunos episodios. Ese libro de autoayuda adopta casi el papel de una Biblia, y sirve para trazar un paralelismo entre la mitología interna de la empresa Lumon y las mitologías cotidianas con las que tratamos de adaptarnos a la dura realidad. También en el mundo exterior hay ideas peregrinas a las que muchos se aferran porque no tienen otra cosa.
La temporada de nueve episodios se divide en dos partes. Y es una división muy particular: los primeros ocho episodios forman un bloque, y el último es un muy distinto. Me explico. En los primeros ocho episodios prima el drama psicológico de fuego lento, la reflexión existencial y, sobre todo, la descripción de cómo los personajes afrontan el extraño mundo en el que viven. Esos ocho episodios llegan a bordear lo teatral. En el noveno episodio, la narración abraza por completo la premisa de ciencia ficción y va de cabeza hacia los aspectos prácticos de esa premisa, sobreponiendo el thriller al drama reflexivo que había primado hasta entonces. La tensión acumulada es liberada en un tremebundo clímax donde no hay muchas respuestas pero, curiosamente, sí momentos catárticos. Ese último episodio es probablemente uno de los finales de temporada más electrizantes que he visto en tiempos recientes. Soy consciente de que está diseñado para pulsar más los resortes emocionales que los racionales porque, como decía, no ofrece grandes respuestas —y, de hecho, genera más preguntas—, pero en lo emocional funciona como una maquinaria perfecta. En este episodio de desenlace cabe destacar el fantástico trabajo como director de Ben Stiller (sí, ese Ben Stiller). Todos los demás episodios son dirigidos tanto por Stiller como por la norirlandesa Aoife McArdle; ambos resisten la tentación de convertir las facetas metafóricas del guion en secuencias oníricas o centradas en la metáfora visual, recursos que hubiesen quedado bonito pero le hubiesen restado peso a la historia. En Severance no hay mucha poesía visual: las ideas son abstractas, pero nuestros ojos contemplan la cruda y claustrofóbica realidad en la que viven los personajes.
El principal factor que verdaderamente me ha hecho olvidar el que haya preguntas sin respuesta o un ritmo lento es el nivel de las interpretaciones. El trabajo del reparto es sencillamente espectacular, como viene sucediendo con otras series producidas por las diferentes plataformas. Esto es un asunto para desarrollar en otro texto, pero desde hace ya un tiempo, las plataformas están aplicando en sus series insignias el viejo principio de HBO: un casting idóneo es la mitad del encanto de una serie. En especial para los espectadores/as que disfrutamos particularmente con esa faceta.
El reparto está encabezado por Adam Scott, el mismo de la maravillosa comedia (hasta que dejó de ser maravillosa en las últimas temporadas) Parks & Recreation, que aquí sorprende con su habilidad para encarnar a un individuo gris y amargado por la muerte de su mujer, que se somete a la «ruptura» mental para olvidar su tragedia personal durante las horas de trabajo; inicialmente contento con el procedimiento, empezará a sospechar que Lumon es algo más que una empresa empeñada en guardar secretos u optimizar el rendimiento del personal. Britt Lower, una actriz con la que yo no estaba muy familiarizado, interpreta a una empleada cuya mitad innie, lejos de ceder a la manipulación mental, se rebela frente al siniestro destino de permanecer encerrada en una oficina. La interpretación de Lower va ganando enteros conforme avanzan los episodios y vamos entendiendo mejor sus motivaciones. Otro descubrimiento para mí es el actor Tramen Tillman, que encarna al supervisor directo de los empleados, un individuo casi demoníaco que bascula entre una robótica simpatía y una todavía más robótica crueldad, y que parece la perfecta encarnación de todos los supervisores malvados del mundo.
Dentro del reparto, cabe destacar a tres intérpretes que se han empeñado en demostrar aquello de que la veteranía es un grado, y que sencillamente ofrecen una lección magistral. Empezando por Patricia Arquette. Pese la imagen plácida y angelical que suele ofrecer dentro y fuera de la ficción, Arquette se las arregla para componer el aterrador retrato de la despótica jefa de sección de cuyas órdenes depende el bienestar —o malestar— de los demás protagonistas. Siempre me ha parecido una gran actriz, pero tan encantadora que nunca se me hubiese ocurrido que podría ser una villana que dé miedo en la pantalla. Pues bien, en Severance le da la vuelta a su imagen y, de manera increíble, se muestra fría, cruel, y ligeramente desequilibrada hasta el punto de que uno se olvida del buen rollo que suele transmitir esta actriz. Habría mucho que decir sobre su carrera y sobre los motivos que le impidieron alcanzar el súper estrellato al que parecía destinada en los noventa (por cierto, tenía enamorada a media Generación X), pero al menos en los años recientes está recibiendo toda clase de reconocimientos, y tiene pinta de que su trabajo en Severance va a aumentar esa lista. En la serie tenemos también a nada menos que Christopher Walken, que aparece poco, pero está fantástico en cada una de sus secuencias, especialmente cuando llegamos a entender el trasfondo de su personaje. Y mención especial para John Turturro. Lo que hace aquí es sublime, en ambas acepciones de la palabra. Su personaje es quizá el más complejo psicológicamente y el que más cambia ante nuestros ojos, o al menos el que cambia de manera más imprevisible. Uso el adjetivo «sublime» porque ya sabemos que Turturro casi siempre ha tenido tendencia a sobreactuar, y no lo digo como algo negativo, porque en su caso ese punto de más suele tener un gran efecto. Turturro se ha especializado en encarnar a individuos excéntricos, y eso ha llevado a que lo hayamos visto recurriendo a variables dosis de histrionismo. En Severance también interpreta a un individuo excéntrico, pero su estrategia interpretativa es justo la contraria: cero histrionismo, cero sobreactuación. Compone a su personaje, un tipo maniático y cuadriculado, con una espectacular sutileza. Como en el caso de Britt Lower, pero de manera todavía más marcada, la interpretación de Turturro nos parecerá más y más brillante conforme vayamos conociendo mejor el inesperado trasfondo de su personaje. Pero bueno, lo de John Turturro no es ningún secreto: siempre se las arregla para enriquecer todo aquello en lo que aparece.
En resumen: Severance es una serie de ciencia ficción al estilo clásico, donde priman los conceptos, los personajes (y las interpretaciones), por sobre el ritmo o la trama. Las preguntas no son respondidas y la resolución de los misterios queda a expensas de la futura segunda temporada, pero, aun así, el episodio de cierre es espectacular. Es de agradecer que en cuestiones de ciencia ficción las plataformas continúen haciendo cosas diferentes, ahora que ya se han dado cuenta de que la fantasía no era el filón esperado y no iban a conseguir una nueva Juego de Tronos.
Para mí es la mejor serie del año por ahora, y seguro que figurará entre las mejores a finales de año. Lo más sorprendente para mí, aparte de la premisa, es la exquisita dirección y encuadres que aprovecha al máximo Ben Stiller sobre el laberíntico entorno laboral. Mención aparte merecen los extraordinarios títulos de crédito, sencillamente impresionantes con la sensacional música de Theodore Shapiri que recuerda a la de Succession.
Excelente Emilio, como suele ser cuando está inspirado…tenía mis dudas con esta serie, bueno, una duda: el señor Stiller, simplemente no lo soporto…pero me lancé al ruedo, y la vi. ¡Qué gran experiencia! No puedo agregar más, usted lo ha dicho todo. El primer capítulo, en mi humilde opinión, debería ser mostrado en las escuelas de cine como una lección magistral reciente de guión y dirección…
Quizás sirva como traducción de «Severance» el eufemismo (¿calcado precisamente de la palabra severance? que usan algunos para el despido de trabajadores , perdón, colaboradores: «Desvinculación».
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Muy buena serie, y estupendo artículo. Totalmente de acuerdo con Emilio en que el reparto es magnífico y al menos el 50% del éxito de la serie se debe a sus carismáticos actores, y a lo bien desarrolladas que están las historias de sus personajes. Es que me interesa muchísimo la vida y personalidades de los 4, tanto de innies como de outties. Es difícil elegir a uno pero me quedaría con Turturro que está maravilloso.
Lo del libro de autoayuda como Biblia es una maravilla, el cuñado como Mesías liberador de los innies cuando el outtie parece que le tiene poco o nada en cuenta.
Ahora, yo no le perdono al bueno de Stiller ese final abierto, con super cliffhanger incluido. Tampoco entiendo (OJO ALERTA SPOILER) qué pasa con la chica aquella que aparece un capítulo, se carga al segurata a palos y no aparece más. Un poco metido con calzador.
Sé que la pela es la pela pero macho, las temporadas de las series deberían ser autoconclusivas, y terminar cerrando alguna trama o arco argumental, o al menos algo parecido a un final. En The Wire era más definido, pero cerrar subtramas a lo Mad Men también me valdría.
En fin,muchas ganas de la segunda temporada.
El motivo de que Arquette no fuese una superestrella fue Harvey Weinstein.
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Completamente de acuerdo contigo sobre el trabajo de los actores están dirigidos de maravilla aunque a mí la que más me ha seducido es helly, que está muy sutil y muy seductora.
Aquí publico una reseña psicoanalítica
://www.cinealdivan.com
Llego tarde a comentar pero es que no había visto esta magnífica serie hasta ahora. Enhorabuena a Emilio por este interesantísimo artículo.
A mi me pasa como a Miguel, que no les perdono esos cliffhangers de final de temporada. De hecho pensaba que era una miniserie y, a medida que iban pasando los capítulos, pensaba: «¿cómo van a cerrar todas las tramas?». Pues nada, habrá que esperar a una segunda temporada que, por lo que he podido leer, tardará en llegar a causa de la huelga de guionistas y alguna que otra desavenencia entre productores y showrunner.