Si he ofendido a alguien (y estoy seguro de haber ofendido a alguien) no me disculpo. Tienes que saber justificar todo lo que haces. […] Muchos humoristas piden perdón cuando van demasiado lejos: «Lo siento, no quería decir eso». Bueno, deberías hacerlo mejor entonces. ¿Hay algo sobre lo que no deberías hacer una broma? No, no lo hay. Depende de lo bueno que sea el chiste […]. Cuando cuento un chiste de mal gusto es porque existe el consentimiento expreso de que a ambas partes les hace gracia. Quiero decir: no le contaría un chiste de mal gusto a un pedófilo declarado, en plan «ven aquí colega, te voy a contar algo que te va a gustar a ti más que a nadie».
El tono es serio, convencido y convincente, de alegato. El gesto, severo y firme. Se ha creado un hueco en la representación: el comediante interrumpe su stand-up show, se quita su calculado traje de cínico miserable, desaparece temporalmente el personaje y el autor se descubre ante la platea para hacer una declaración sobre los límites del humor. El discurso arriba citado puede escucharse en el espectáculo Out of England 2: The Stand-Up Special (2010), grabado en un teatro de Chicago para HBO, en el que el cómico británico Ricky Gervais aparca temporalmente sus chistes sobre la Biblia, los prejuicios contra los homosexuales, el Alzheimer, el SIDA o el hambre en África para defender su trabajo. Y su trabajo consiste en establecer una relación de complicidad con el público a base de carcajadas, sea cual sea el tema. Si el chiste es bueno y el público se ríe, nada más importa.
Otro momento revelador: gala de los Globos de Oro de 2012. Gervais ejerce de maestro de ceremonias por tercer año consecutivo tras sus sonadas intervenciones anteriores, en las que se mofó del pintoresco modo de vida de Charlie Sheen, de la vida sexual de Hugh Hefner o del supuesto antisemitismo de Mel Gibson. Sigue fiel a su estilo, ácido, corrosivo y muy británico: destripa las miserias de las estrellas, ataca tabúes y desata risas histéricas en la platea y miradas de odio a partes iguales. Saca entonces un papel con la lista de normas que la asociación de la prensa extranjera de Hollywood (que entrega los premios) le habría hecho llegar para la gala de ese año. Hace varios chistes incómodos al respecto y, ante la risa y el estupor del público, se encoge de hombros y dice tranquilamente: «Me da igual».
Un tercer momento: 2020, The Graham Norton Show. Pocas semanas después de presentar los Globos de Oro por quinta vez, Norton le pregunta si ha tenido algún problema legal por sus sonadas intervenciones en la gala. Sobrado de aplomo y seguridad, Gervais contesta con humor: «Antes de salir me piden que un abogado lea lo que voy a decir, pero nunca me han cambiado una coma ni he tenido una denuncia: conozco la ley. (…) La gente me pregunta por qué me tomo tantas molestias en ofender a la gente. No lo entiendo, no es ninguna molestia».
Las hilarantes intervenciones de Gervais en los Globos de Oro le han dado enorme publicidad, y es a ellas a las que más debe su notoriedad por estos lares, pero tienden a ocultar el verdadero alcance de su genio, explotado y demostrado de manera más evidente en su carrera televisiva. Es sin embargo en esos desternillantes monólogos ante la plana mayor de Hollywood donde podemos encontrar dos de las claves de su carrera: por una parte, sus inviolables principios sobre los límites del humor (que se resumen, básicamente, en que no hay tal límite). Por otro lado, su interés por los peligros de la celebridad, tema que le obsesiona hasta el punto de haberle dedicado una serie entera y sobre el que él mismo tiene mucho que decir: la fama le llegó algo tarde, pero la ha abrazado con ganas. Tras una existencia normal y corriente transcurrida entre varios oficios normales y corrientes y pequeños trabajos para la televisión, Gervais alcanzaría un súbito y merecido reconocimiento a los cuarenta años, cuando parió junto a su colega Stephen Merchant una de las comedias de lo que va de siglo: la serie The Office (2001-2003), inmenso éxito de la BBC.
Su vida cambió por completo en ese momento, y desde entonces ha aprovechado la oportunidad para codearse con varios de sus ídolos a ambos lados del Atlántico y emprender un torbellino de actividades que constituyen lo que en el argot de los representantes artísticos debe conocerse como «peligrosa sobreexposición mediática»: es director de un par de películas (The Invention of Lying, Cemetery Junction), productor de la versión americana de The Office, ha escrito e interpretado exitosos monólogos teatrales (Animals, Politics, Fame, Out of England, Humanity…), ha trabajado en radio con Merchant y el divertidísimo Karl Pilkington, con quienes llegó a tener el podcast más descargado del mundo, es presencia frecuente en los night shows y en cualquier gala de premios de Estados Unidos, donde su gorda silueta y su pose pinta de cerveza en mano es temida y familiar a partes iguales. Ha producido junto con Merchant y Pilkington un programa de viajes para televisión, y ha probado incluso fortuna en el mundo editorial, publicando libros ilustrados para niños. En su cuenta de Twitter (más de catorce millones de seguidores a día de hoy) se revela como un abanderado incansable de causas como la defensa de los animales y la abolición de las corridas de toros, y no pierde ocasión de recordar, diez veces al día si es necesario, que es un ateo convencido. En paralelo, es creador, actor, director y escritor de cinco series que, en mayor o menor medida, merecen nuestra atención: The Office, Extras, Life’s too short (las tres coescritas con Stephen Merchant) Derek y After Life.
Su permanente presencia mediática ha despertado más de un recelo en Estados Unidos y el Reino Unido, hay quien le tiene ganas y tras algunos movimientos desconcertantes muchos llegaron a augurar el fin de su carrera televisiva. Pero After Life prepara su regreso, y en estos últimos años de cancelaciones varias y colegas de profesión caídos en el ostracismo, Gervais ha mostrado una inquebrantable fe en sus principios sobre lo políticamente incorrecto, con una coherencia de discurso inasequible al ambiente. Pero en paralelo, y esta es también una impresión personal, la misma firmeza que Gervais demuestra para defender su posicionamiento humorístico parece resentirse ante las críticas a su trabajo de creador, y toma demasiado en cuenta las reservas hacia sus aptitudes como guionista y director. Es como si se autoimpusiera la sensación de seguir siendo un novato que camina sobre arenas movedizas, como si su éxito fuera accidental y tuviera que hacer todo lo posible para retrasar la fecha de caducidad de su fama. Pero no tiene motivos para ello: con The Office y Extras demostró que por encima del ruido que despiertan sus (por otra parte) tronchantes barbaridades, es ante todo un mago del patetismo: en esas dos series nos pone de frente ante la miseria; no «la miseria», en general, sino nuestra propia miseria, y nos obliga a padecer por sus antihéroes protagonistas. Bajo su capa de ácido corrosivo Gervais se destaca como un observador sensible, demostrando que posee un dominio del difícil equilibrio entre drama y comedia que solo está al alcance de los más grandes.
The Office (y hablamos aquí de la escueta y brillante serie inglesa de apenas catorce episodios, y no de las tropecientas temporadas de la versión americana protagonizada por Steve Carell) es el más cruel, devastador y revelador espejo de lo miserable que puede llegar a ser trabajar en una oficina a diario. Rodada como un falso documental de la BBC, construida en torno a hilarantes situaciones embarazosas y elocuentes miradas directas a la cámara de sus protagonistas, presenta un mosaico de desesperanza, abatimiento, aceptación resignada, tranquila desesperación, sueños incumplidos y demás golpes de bruces contra la realidad en el que uno no sabe si reír o llorar, tan precisa y palpable es su descripción de nuestra absurda comedia humana. El maestro de ceremonias de esta celebración de lo miserable es, cómo no, el jefe de la oficina: el mezquino, abyecto y ruin David Brent (interpretado por el propio Gervais), un tipejo convencido de ser un héroe para los mismos trabajadores que lo consideran un perdedor patético. Pero The Office es ante todo una comedia, y de hecho contiene (hay que decirlo) el mejor momento televisivo de los últimos veinte años. Sí, lo mejor de ese mismo período que ha visto el advenimiento de los Tony Sopranos, Don Drapers, Omar Littles y demás sanctasanctórums de la caja lista: ninguno de sus hechos y obras supera el inenarrable y descacharrante baile que David Brent ejecuta ante sus subordinados en uno de los capítulos.
The Office es también un formidable trabajo de dirección, con esa cámara que cuida a los personajes, penetra en ellos y descubre sus sentimientos ocultos. Como los que se profesan Tim, oficinista, y Dawn, secretaria. La serie crea en torno a ambos una callada y entrañable historia de amor dominada por lo reprimido y lo embarazoso que domina The Office desde el principio hasta el intenso final. El mismo final en el que Gervais se permite también hacer descender a David Brent a los infiernos del patetismo para, cuando reírnos de él nos resulta ya doloroso, recuperarlo y dejar entrever un atisbo de esperanza: la serie parece querernos decir que es posible que Brent deje de ser un día el completo gilipollas y lamentable perdedor que conocemos. El final de The Office aparca los chistes incómodos y descubre parte de la vertiente dramática de Ricky Gervais y Stephen Merchant, la cual sería mucho más evidente en su siguiente trabajo:
En Extras (2005.2007) Gervais interpreta a un personaje muy alejado de David Brent: Andy Millman, entrañable perdedor y aspirante a actor de método con deseos de convertirse en una estrella que de momento debe conformarse con figurar como extra al fondo del plano en los rodajes de las estrellas de verdad: por la serie desfilan varias celebridades interpretando parodias grotescas de sí mismos: Kate Winslet y Daniel Radcliffe son obsesos del sexo, Ben Stiller posee un ego inconmensurable, Chris Martin promueve campañas de ayuda a los niños de África con el único propósito de poder insertar publicidad del último disco de Coldplay, Robert De Niro es un viejo verde que disfruta viendo fotos de chicas desnudas, etcétera. Andy Millman lucha a diario aunque se sabe un fracasado, y no pierde la esperanza de lograr la oportunidad que le dé fama y reconocimiento. El destino le deparará lo primero, pero no lo segundo. Obtiene el papel protagonista de una estúpida, vulgar y lamentable telecomedia de éxito, y entonces deberá lidiar con los peligros de la fama en una espiral descendente que le llevará hasta la mismísima casa de Gran Hermano. En un memorable capítulo final del que no daremos detalles, Millman grita al mundo que los perdedores vencen cuando, como él, se resisten a perder su dignidad. Extras es una serie algo irregular, de la que en ocasiones quieres salirte porque no le acabas de pillar la gracia, pero que súbitamente te recupera por el mimo que dedica a sus personajes: no solo el propio Andy Millman, sino también su inútil representante (interpretado por Stephen Merchant) y sobre todo su mejor amiga: la inocente y bobalicona Maggie.
Precisamente ese cuidado por los personajes es lo que Gervais y Merchant eliminaron conscientemente en su siguiente trabajo: Life’s too short (2011-2013) cuenta, a modo de falso documental, la vida de Warwick Davis. Quizá recuerden a este actor enano como el protagonista de Willow. También fue ewok en El retorno del Jedi y profesor de Hogwarts en algunas películas de Harry Potter. Davis interpreta a una versión paródica de sí mismo: mientras busca un retorno a la fama que no llega, se comporta como un zarrapastroso y despreciable representante de otros actores enanos, a los que explota miserablemente. Life’s too short, que también incluye cameos de estrellas, opta por el trazo más grueso y visceral, es muy divertida, bestial y bruta a más no poder, en parte porque Gervais y Merchant se centraron en los chistes y no quisieron dotar de entidad dramática a su protagonista. Esos chistes destilan la mala leche de la que ambos son expertos, pero esta vez no nos tocan fibra porque no existe empatía con Warwick Davis, tercero en la trilogía de perdedores junto con David Brent y Andy Millman. Ello no tiene nada de malo de por sí: si a Gervais y Merchant el cuerpo les pedía napalm, Life’s too short era la serie que debían hacer en ese momento. Pero cuando la crítica hizo ver que habían descuidado a su personaje principal, ambos enterraron su propuesta inicial y reaccionaron dando un giro total y algo brusco en el último episodio: cambiaron al personaje de raíz, convirtiendo a Warwick Davis en alguien mucho más apreciable por el público e inspirándose directamente en el modelo de todos los perdedores adorables: el Broadway Danny Rose de Woody Allen. Y olvidaron con ello que los grandes autores deben ser absolutamente fieles a su propia visión, sin atender a injerencias exteriores.
Cuando Gervais anunció su siguiente proyecto (y primero en solitario) hubo un afilar de cuchillos por parte de la crítica: en Derek interpretaría a un retrasado mental que trabaja en un asilo de ancianos. Dado el currículum de Gervais, muchos auguraron que nos esperaba un cruel catálogo de chistes a costa de los deficientes mentales. Pero la emisión del episodio piloto calló muchas bocas. Derek es, ante todo, un gozoso salto al vacío dramático, divertido y sensible. Muchos críticos la vapulearon algo exageradamente: lo peor que se puede decir sobre Derek es que en ocasiones reincide excesivamente en la bonhomía de su protagonista, y que en los momentos de mayor sentimentalismo tiende a subir la música pomposamente, acercándose al fangoso territorio de series de lágrima cómoda como Anatomía de Grey. A mí me sacó de Derek un final de temporada algo empalagoso con Coldplay (Coldplay) de fondo, y hasta ahí podemos llegar. Lo peor de esos momentos es que parecen una respuesta calculada a los comentarios iniciales previos a la emisión del piloto. Porque se trata, ante todo, de añadidos innecesarios, ya que sin ellos Gervais ya había construido un personaje creíble, tierno y absolutamente noble.
Derek es seguramente el mejor ejemplo de esa aparente inseguridad irracional de Gervais: la misma implacable y argumentada resistencia que ejerce ante quien pretende introducir límites en sus bromas sobre el cáncer, la pobreza, el Holocausto o Ana Frank, se volatiliza ante las críticas a sus aptitudes como guionista y director. Quizá fue David Brent: Life on the Road (su regreso al héroe de The Office, recibido como un paso en falso con aires de fórmula agotada) el acicate que su carrera necesitaba por entonces. En épocas de desconcierto creativo, el camino suele reconducirse al moderar tus ambiciones, y lo que se busca puede encontrarse, casi por sorpresa, en la pura sencillez. After Life (2019) fue seguramente el resultado de ese proceso.
En After Life Gervais interpreta a un hombre antaño jovial y efusivo al que el duelo por la muerte de su novia ha convertido en un muerto viviente con tendencias suicidas. Lo original está en construir con eso una comedia, y no tanto en cómo se construye esa comedia, porque Gervais tira del manual de uso por el que las sitcoms se convirtieron en cadena de producción industrial en los ochenta: unidad de escenarios, de personajes arquetípicos y de situaciones en todos los capítulos, con pequeñas variaciones de diálogo. Es una fórmula que funciona desde el 13 Rue del Percebe e incluso antes, y que ya estaba en Derek, pero que aquí encaja a la perfección porque el duelo a veces es eso: vivir en una rueda de hámster en la que, alguna vez que otra, la olvidada sensación de vivir te asalta por sorpresa. En su absoluta modestia After Life consigue representar eso, y no es poca cosa.
Tras veinte años en la primera línea del espectáculo, Gervais ha vuelto a su mejor forma, como demostró en 2018 con Humanity, el especial de Netflix con el que regresaba a la stand-up comedy. Es un espectáculo descacharrante, lleno de cierta mordacidad despreocupada muy necesaria hoy en día, porque el napalm de cómicos como Gervais va camino de convertirse en una línea de defensa de las democracias occidentales. After Life, que prepara tercera temporada, es su complemento perfecto. Y la prueba de que hay muchos cómicos graciosos, pero pocos se mueven tan cómodamente entre lo mordaz, lo grotesco, lo tierno y lo patético como Ricky Gervais.
Y por qué no se habla de After Life? Un recorrido inacabado por la obra de Gervais?
venía a decir lo mismo que Iñigo, parece que está a medio. No tiene sentido nombrar 5 series (dice 4 en el artículo) y dejarse la última sin analizar.
Una serie, After Life, por otra parte estupenda.
A mí también me gustó mucho. Lastima de The office, no pude hacerme con ella.
Se tardan exactamente 3 minutos 40 segundos en descargar la versión de 6Gb con extras y subtítulos incluídos en PirateBay.
Es una nota vieja, claramente, porque nombra una futura segunda temporada de Derek que ya salió en 2014… luego de esa serie vino After Life en 2019. Habla de 3 host de Golden Globe cuando en realidad fueron 5 y no nombra a Humanity uno de sus mejores espectáculos de stand-up, ni a la película de David Brent, el personaje de The Office que se estrenó en 2016. Una vergüenza que publiquen algo como nuevo, cuando al menos tiene 7 años. Esto demuestra como lo único que importa es que hagamos click en los anuncios. Más patéticos que los personajes de Gervais.
De acuerdo con todos vosotros. After Life me encantó, y más vale que esto sea la primera parte de algo inconcluso, y si así no fuera, que el autor pretenda haberse olvidado de poner en el titulo “primera parte” y que se siente a escribir ya mismo. Pero ya.
Viejo o no, el texto subraya los aspectos que hacen de Gervais uno de los grandes…se agracece.
¿Jotdown escribiendo sobre Gervais? Preparo hasta pañuelos (sic) hasta que acabo de leer y…
He tenido que comprobar la fecha del artículo para asegurarme de que no solo nos han colado un texto muy antiguo como si fuera nuevo, sino que ni siquiera se han tomado la molestia de suprimir aquello que demuestra lo que digo.
Pudiera ser que hayan obviado la necesaria cita que ponga en contexto temporal al artículo, pero de ser así, también está mal hecho.
Un análisis a mi parecer muy acertado sobre la carrera (hasta la fecha, ¿2014?) del genial Gervais pero que me deja muy mal sabor de boca por el mínimo esfuerzo de jotdown en publicarlo correctamente.
Dicen que solo defrauda aquello sobre lo que tienes estima o espectativas. Ambas cosas son ciertas con Jotdown en mi apreciación personal, así que os traslado mi decepción total en este caso.