Entrevistas Sociedad

María Rey: «Un líder político se cocina a fuego lento y nosotros los estamos quemando en dos días»

María Rey

Con casi treinta y cinco años de televisión a sus espaldas, María Rey ha conseguido convertirse en uno de esos rostros reconocibles en cualquier contexto. Pegada siempre a la actualidad política, corresponsal en el Congreso de 1996 a 2016, hablar con la presentadora de 120 minutos (Telemadrid) es como abrir un libro de historia contemporánea: ahí está cada nombre, cada detalle que ha significado algo en este país y que ayuda a entender la situación actual. Recién vacunada de la primera dosis contra el coronavirus, hablamos en su casa de Aravaca sobre la relación entre política y televisión o, más bien, en los últimos años, entre política y espectáculo.

¿En qué momento el político español se convirtió en un showman, con lo que eso conlleva?

No sé cómo decirlo de manera que no resulte frívola, pero cuando la política era el trabajo que hicieron los mejores para construir la transición tenía otro fin y tenía otro objetivo. En el momento en el que se convirtió en un modo de vida, pues entonces ya empezó a valer todo y lo importante era destacar como fuera. Y en el momento en el que tienes que destacar, pues algunos lo hacen por su brillantez y otros por el espectáculo. Sin duda alguna, hay un antes y un después de la entrada de las redes sociales, que lo cambia todo. El grupo parlamentario era un sistema muy piramidal y el portavoz lo decidía todo. Ahora, cada diputado tiene su propio medio para marcar discurso, para marcar agenda, para marcar discrepancia… y en ese momento, se rompe un poco la disciplina interna y a partir de ahí, hasta cierto punto, sálvese quien pueda.

Programas de tertulias ha habido siempre, pero un magacín únicamente político como el de Ferreras yo no lo recuerdo: dos, tres, cuatro horas enganchando con la política como único referente, ¡en televisión!

La política se convirtió en una materia prima para hacer entretenimiento. Entretenimiento informativo. Rellenar horas y horas de directo es mucho más barato que otro tipo de contenidos. Es lo mismo que sucedió con los programas de cotilleo, o con el propio universo Mediaset: crean sus propios personajes para alimentarlos y dedicarles cuatro o cinco horas al día. Es lo más barato del mundo. Mucho más, desde luego, que una producción externa o que hacer ficción. Antes, las televisiones competían con concursos, actuaciones musicales… pero es que esto es mucho más barato y más fácil. La actualidad es tan trepidante que no necesitas casi ni guion. Te dejas llevar y solo necesitas gente que sepa analizarla y colocar bien las cosas.

Y también necesitas gente que quiera ver eso…

Aquí se juntan dos cosas: por un lado, hasta cierto punto, la gente ve lo que le das. Si hicieras otro tipo de productos bien hechos, la gente también los vería. Además, por otro lado, el éxito de esta fórmula en concreto está relacionado con unos tiempos muy convulsos. Antes, por lo general, todo era muy previsible, pero desde la era Zapatero todo eso cambia y se empieza a mover todo mucho más rápido. Se ponen sobre la mesa temas como el fin de ETA, o el sistema territorial con el plan Ibarretxe o el Estatut… De repente, empezamos a revisar elementos base que habían estado dormidos. Llegaron leyes muy rompedoras con mucho debate social como el matrimonio homosexual o incluso la prohibición de fumar en interiores.

Que nadie se acuerda ya de la que se montó.

No, nadie se acuerda, pero ahí empezó a participar muy activamente la gente y en cuanto tuvieron las herramientas necesarias para participar aún más, se sintieron parte activa del show. Hasta entonces eran ajenos, tú les decías: «Mire, ha pasado esto en el Congreso, que es un sitio en el que usted ni siquiera entra» y ya estaba. En cuanto puedes seguir cada sesión por televisión o por la página web o alguien te la está tuiteando, tú estás ahí. Te sientes parte del espectáculo.

¿Qué hubieras pensado si te dicen en 1996 que iba a haber cuatro vicepresidencias y que una iba a estar ocupada por alguien que saltó a la fama en una tertulia televisiva cinco años antes?

No me lo hubiera creído, claro. Ni en 1996, ni en 2006, si me apuras. Me tocó la suerte de vivir de cerca un cambio brutal de la política pero todo es parte de lo mismo: las nuevas tecnologías, la nueva velocidad. Recuerdo perfectamente un día que salí a la puerta del Congreso porque alguien traía firmas contra los desahucios y entrevisté a una chica que hablaba muy bien. Se llamaba Ada Colau.

Ahora alcaldesa de Barcelona…

Claro, de repente, la gente que estaba haciendo activismo, entró en la política. Primero como invitados, para hacer una declaración cuando traían firmas, para participar en una comisión, y eso fue transformándolo todo. Cambió el lenguaje, cambió todo. Los diputados de entonces no lo veían venir, pensaba que eso no iba con ellos, pero sí que iba: nada iba a ser como antes.

María Rey

¿Cuánto difiere esta política-espectáculo de la que hacía tu padre, alcalde en Tomiño? 

En todo. Mi padre era un político tradicional. Él fue alcalde veinticinco años en democracia y trece durante la la dictadura. Por entonces, no había elecciones municipales: en cada pueblo se buscaba a alguien que pudiese ejercer ese papel, que generalmente era la persona con estudios. Mi padre era veterinario, vivía en un pueblo muy pequeño y era a la vez el alcalde, el maestro, el veterinario y el que abría cada mañana un par de horas la Caja Rural de Orense. Así funcionaban las cosas. Su objetivo era llegar a acuerdos, conciliar posiciones. Todo este discurso agresivo, esta escenificación de la diferencia, para él simboliza «el gran desorden» de la política. Esa gente que entendió siempre la política como un servicio público, que no cobraba un duro y lo vivía como una vocación, no entiende que ahora haya gente ahí sin el nivel necesario y que además tengan un gran seguimiento público.

¿Cómo llevabais tus hermanos y tú lo de ser «los hijos del alcalde»? ¿Había más beneficios o más desventajas?

Pues de pequeña no era consciente, la verdad. En un pueblo muy pequeño, todo lo que rodea al alcalde genera cotilleos y envidias. El asunto es que mi padre era el alcalde de ese pueblo pero nosotros no vivíamos allí, solo nos fuimos más adelante para compartir con él más tiempo. A mí me admiraba su estatus en el pueblo, por así decirlo, lo de que la gente apareciera por casa a cualquier hora para pedirle que fuera a no sé dónde o porque el camión de bomberos no llegaba, alguno que venía llorando y le contaba lo que le había pasado a otro… era un poco como el ujier del pueblo.

¿Cómo vieron tus padres que te fueras a Madrid a estudiar periodismo?

Pues fue un gran esfuerzo familiar. Imagina mi padre con un solo sueldo y seis hijos. Estábamos al mismo tiempo cuatro hermanos en la universidad y no había universidades en sitios pequeños por entonces, así que dos estudiaban en León, uno estudiaba en Santiago, la otra se fue a Valladolid… Era un esfuerzo económico grandísimo. Toda la inversión de mi padre, todo su patrimonio, eran las carreras de sus hijos. Cuando yo dije que lo que me hacía ilusión era estudiar periodismo en Madrid, mi padre me dijo: «Yo no puedo. La vida en Madrid no te la puedo costear». Ahí apareció una tía-abuela que vivía aquí y le dijo que si en algún momento lo necesitaban, ella podía alojar a uno de los hermanos, así que gracias a ella pude venirme.

Cuéntame cómo era aquel Madrid tardo-ochentero para una estudiante gallega.

Pues llegué en 1985 y me acuerdo perfectamente de la estación de Príncipe Pío, que para mí, con mi maleta enorme, era como si hubiera caído en Nueva York. Era una sensación de un cierto desamparo, pasar de estar rodeada de tus hermanos y padres y de los amigos con los que has crecido a estar en un sitio donde no conoces a nadie es muy extraño. 

¿Cuáles eran tus sitios favoritos?

Lo que más me gustaba era el barrio de Chamberí, donde vivía en un piso con cinco compañeros, al estilo Friends, y hacíamos mucha vida entre la Plaza de Olavide y la del 2 de mayo, que eran mis rincones favoritos. Era un barrio muy barrio y lo recuerdo como una época fantástica, muy divertida. Además, empecé a trabajar y ya empecé a tener un poco de desahogo… y eso fue, también, estupendo, porque de vivir siempre apurada a empezar a ver que entra un sueldo hay diferencia.

¿En qué momento decidiste que querías hacer televisión?

Es que yo nunca pensé que fuera a hacer televisión. No porque no quisiera sino porque no me parecía algo a mi alcance. Cuando uno vive en un pueblo o en una ciudad pequeña, la televisión es algo que no existe. Me acuerdo de llegar a Madrid y ver el Pirulí y pensar «ala, fíjate, ahí está TVE». Yo pensaba que trabajaría en el Faro de Vigo. De hecho, hice mis prácticas en Radio Vigo y luego me ofrecieron un puesto en el Faro y me quedé desconcertada porque estaba aún haciendo la carrera y pensé: «Si me meto ahora en Vigo, no acabo los estudios y será un fracaso para todos, incluso para la familia» así que me quedé aquí.

Y en Madrid te metes en el centro territorial de TVE.

De casualidad, porque tenía una amiga que me dijo que habían colocado a un amigo suyo de jefe y que estaban buscando gente de prácticas para un programa que duraba mes y medio. Me cogieron y a los quince días me hicieron un casting y ese mismo día me tocó ya ir a plató para presentar el nuevo informativo de la noche, con un contrato de un año. Eran cinco minutos pero para mí era la oportunidad de mi vida, así que me tiré de cabeza, claro. Y al final en la tele es donde más he trabajado, pero más porque ella me eligió a mí que porque la eligiera yo a ella.

En 1992, te vas a Antena 3 TV en plena renovación tras la etapa de Manuel Martín-Ferrand.

Sí, cambia el accionariado con Antonio Asensio y quieren cambiar las caras, así que se ponen a hacer macrocastings con Jesús Hermida. Con el tiempo, es divertido verlo, pero en el momento te aseguro que no había nada que pudiera imponerte más que un plató a oscuras, un señor en una butaca al lado del cámara, con la cabeza de lado, y descubrir que era Hermida y te estaba mirando. Yo recuerdo sus castings como un potro de tortura: te daba unas entradillas del informativo y las tenías que ir leyendo a cámara. Luego, te pedía que improvisaras… fíjate cómo sería la cosa que hace poco me dijo una amiga que había descubierto la cinta con mi casting y lo primero que le dije fue «destrúyelo» (risas).

En las noticias convivís rostros de la casa como Roberto Arce o tú con estrellas de TVE como Olga Viza, Rosa María Mateo o Pedro Piqueras y a su vez con viejas y populares glorias como José María Carrascal…

Carrascal era la gran figura y en el momento en el que entran los nuevos, se acerca al despacho a saludar a Asensio y a Manuel Campo Vidal y les dice que no se preocupen, que no pasa nada, que recoge todo y se va. Y le explicaron que no, que iba a seguir haciendo su informativo, que era parte de la personalidad de la cadena, que no podía irse. Y se quedó. Carrascal era un personaje: un periodista veterano pero que empezaba en la tele. Un personaje delicioso y una persona entrañable.

Tenía el informativo de la noche, casi madrugada.

Sí, pero por entonces el informativo de las doce de la noche era una referencia para todo el mundo, y además Carrascal tenía su público fiel porque fue el primero en editorializar. Hasta entonces, los informativos eran muy estrictos: entradilla, vídeo; entradilla, vídeo, directo y punto. La que se salió de ese tono fue Olga Viza, que venía de los deportes, y empezó a dar los informativos de una manera más cercana, y eso impactó porque Olga tenía unas audiencias del 30 % en el mediodía. Carrascal funcionaba en otra liga, era un hombre más conservador, más a su ritmo. Era muy personaje, Carrascal dominaba el periodismo pero no el medio, se equivocaba y le daba igual.

María Rey

¿Recuerdas la primera noticia que diste en ese informativo de fin de semana con Roberto Arce?

Pues seguro que fue algo relacionado con ETA. Lo de ETA era terrible porque además los atentados solían ser a las ocho de la mañana y luego, a lo largo del día, te ibas enterando de quiénes eran los familiares, quién era esa persona… te afectaba mucho. Por entonces, parecía imposible imaginar siquiera que un día podríamos dar la noticia de que aquello se había acabado.

Hubo una época en la que además de políticos y militares, se cebaron especialmente con los periodistas.

Sí, me acuerdo de que cuando Manuel (Campo Vidal) y yo empezamos a ser pareja y salimos en las revistas, el ministro del Interior le llamó para decirle que mi piso aparecía en los papeles de ETA porque sabían que venía a verme. Todo eso te impacta. En esta casa, incluso, vivimos una experiencia dura porque esta casa era de Carlos Herrera y ETA vino a buscarlo aquí: vino un señor que dijo que era antenista y la persona que me estaba ayudando porque acababa de tener a mi hija le dejó entrar. Teníamos todo el correo ahí, con los datos de todos y nos preguntó por Mariló (Montero), así que llamé a Mariló y me dijo que no, que seguro que era ETA, porque fue cuando le acababan de mandar el paquete bomba a Carlos Herrera. Acabó aquí la policía antiterrorista haciendo un retrato robot. Ese miedo se vivía, no era solo algo de lo que informabas sino algo que te afectaba como objetivo.

Uno de los grandes hitos de aquella Antena 3 fue organizar el primer debate de la democracia, entre Aznar y González. Y, contra todo pronóstico, ganó Aznar…

Fue algo muy emocionante. En eso tuvo mucho que ver que Felipe lo despreció, que es algo que Aznar repite en un libro de Raimundo Castro. No hay nada peor que despreciar a un político, eso lo hemos visto ya muchas veces, aún hoy. «Es que este o esta es tonto o tonta». Vale, ya te contaré luego yo el tonto. No hay nada más peligroso que dar por hecho que un político, porque tropiece al principio o se desenvuelva con torpeza, es rematadamente tonto porque les das una ventaja de salida que, luego, ojo.

Es lo que yo llamo el «efecto Gran Hermano»: cuando en un reality, todos los concursantes desprecian a uno y le atacan…

Se gana la simpatía de los que están fuera.

Exacto. Se gana la simpatía de los que están fuera, aunque puedan pensar en algún momento que tienen razón en despreciarlo, pero la gente se pone del lado del débil o del que se percibe como débil.

Ha pasado con Pedro Sánchez y con Ayuso… y con Zapatero pasó un poco lo mismo al principio. Era «el mal menor». Él ganó un congreso del Partido Socialista en el que le eligieron por no tener que elegir a los otros.

A Bono, en concreto.

Sí, a Bono, que era el que estaba mejor posicionado.

Justo en 1996, tras la victoria del PP, llegan José Manuel Lorenzo y Pepe Oneto a la dirección y te mandan al Congreso, ¿fue un premio o un castigo?

Fue una petición. Me llaman en verano, de vacaciones, y me dicen que Marta Robles va a hacer el informativo y que Piqueras se va a los fines de semana, así que me tengo que ir pensando qué quiero hacer, aunque con la idea de seguir haciendo pantalla. Cuando volví, les dije muy claro: «Yo quiero ir al Congreso». No lo entendían. ¿Cómo que al Congreso? Pues porque lo que más me gustaba era la política y consideraba que era de lo que menos formación tenía. Necesitaba aprender y ese era el sitio donde se aprendía. Pedí el Congreso y fue un cambio radical: de presentar un informativo con un horario concreto a casi vivir en el Congreso, de la mañana a la noche.

En Un polaco en la corte del rey Juan Carlos, Vázquez Montalbán comparaba la situación con la llegada de los bárbaros a Roma, ¿fue para tanto?

Hombre, es que el PSOE llevaba catorce años de gobierno, la sensación era que les estaban robando un poder que era suyo. De repente, venían estos del PP y no lo entendían: ¿qué sabrá este tío de Valladolid? Fue una época de mucho cambio y además difícil porque Aznar tuvo que negociar con los nacionalistas catalanes y los vascos y ahí apretaban mucho… no tanto los catalanes como los vascos. Anasagasti era un tipo duro de roer, pero también es verdad que vimos cómo fue creciendo Aznar, cómo fue haciendo un equipo, cómo fueron aprendiendo… Él llegó con la actitud de «a mí estos señores no me valoran» y al final terminó que no pisaba el suelo del pasillo, parecía que flotaba sobre la alfombra.

Recuerdo el interés que tenían en repetir que no eran de derechas, que eran de centro.

Bueno, sí, yo creo que les preocupaba más a los de alrededor que a lo que era al gobierno en sí. Al fin y al cabo, la gente que estaba ahí era muy parecida a la otra. Cambiaba el color de la corbata pero tampoco cambiaban tantas cosas. Aznar no tenía ningún complejo. Se lo querían poner pero él no lo tenía. Piensa que desde el principio la mejora económica es brutal y eso a él le hace crecer mucho.

¿Cómo encajaste tú en el Congreso, te apoyaste en alguien, creaste tu propia red de contactos?

El Congreso era un sitio muy familiar, como un pueblo. Todo el mundo se conocía, y más antes, que no había tanta gente en prensa. Éramos cuatro gatos y no era un sitio en el que te recibiesen en plan «¿a qué viene esta?». Además, a mí me conocían como presentadora de informativos, así que me identificaban fácilmente. Todos los compañeros te apoyaban: los de Radio Nacional tenían la cabina al lado y les preguntaba de todo, entre las teles había muy buen ambiente con la gente de Telecinco, la de CNN+… siempre hemos trabajado así, haciendo piña. Y, luego, tú haces lo mismo con los que van entrando.

María Rey

¿Los diputados eran conscientes de que si tú trasladabas mal lo que hacían, nadie lo iba a entender? ¿Te ayudaban en ese sentido?

Había diputados especialmente amables y pacientes. Me acerqué a Abel Caballero de los primeros, porque era de Vigo, y era una persona que te explicaba muy bien cómo funcionaba todo. Jordi Solé Tura era un tipo entrañable y estupendo, lo mismo que Gabriel Cisneros, que era muy paciente, te explicaba las cosas como en el colegio. Había diputados muy didácticos con los periodistas sin buscar que les sacaras en la tele sino solo por ayudar. Había una relación menos tóxica, no sé, más natural. Luego, está la parte del que te la quiere jugar, el que te dice «esto es así» para que lo cuentes a su manera y luego resulta que no es así (risas).

En tu libro Juego de escaños haces referencia al debate sobre el estado de la nación en el que participa Josep Borrell como portavoz socialista.

A ver, es que el parlamentarismo tiene su arte: había un grupo de diputados del PP, que les llamaban «los del tendido siete», que eran jaleadores, enredaban, interrumpían al ponente y jugaban a veces con la falta de experiencia o con los nervios del otro. Borrell es un tipo de los más brillantes que me he cruzado en política, pero le costaba asumir que era vulnerable porque era demasiado consciente de su brillantez. Estaba convencido de que esos cuatro gatos no iban a enredarle el discurso y sí, se lo enredaron, no fue capaz, y perdió una oportunidad enorme de brillar.

Le pudo el miedo escénico.

Es que a la tribuna hay que llevar una dosis alta de seguridad pero una dosis también de humildad para asumir que te has perdido y retomar el discurso sin estar ahí luchando cuando no sabes ni dónde estás. Decir: «oiga, mire, me he perdido». No hay nada peor que intentar disimular algo que se te ha ido de las manos. Eso le pasó a Borrell.

Y en 2000, Aznar consigue la mayoría absoluta frente a Joaquín Almunia, ¿lo viste venir?

No tanto, pero que le iba a ir bien, sí, porque lo veías en la calle. Veníamos de una época muy convulsa y lo que la gente necesitaba era tranquilidad económica. La gente percibió que aquello estaba empezando a funcionar y dijo «paso de experimentos». 

¿En qué cambió el Congreso y la actividad política en general con esa primera mayoría absoluta del PP?

Pues que se vuelve todo muy aburrido, porque una mayoría absoluta para un periodista parlamentario es una cosa horrible. Nos podíamos haber ido y no hubiera pasado nada. Todo estaba previsto, marcaban la agenda como les daba la gana, levantaban un teléfono y les compraban cualquier tema aunque fuera una ley menor que no tenía mayor repercusión. No tenías capacidad para convencer a tu jefe de nada porque antes de que tú le dijeras algo, él ya lo sabía, y si le querías proponer otro enfoque, ya se había comprometido algún jefe de prensa. Fue una época de esplendor de los gabinetes de prensa, que ya habían cambiado con Miguel Ángel Rodríguez. Se profesionalizó todo. Antes de un mitin, Rodríguez se aseguraba de llamar a cada redacción y te preguntaba a qué hora ibas a conectar en directo. Él estaba con no sé cuántos monitores delante y cuando conectábamos le hacía una señal a Aznar y cambiaba lo que estuviera diciendo para soltar justo lo que querían colocar en televisión.

Esa legislatura empieza plácida para el PP pero acaba siendo la de la guerra de Irak, la del Prestige, el Yak-42…

Había un poquito de prepotencia en el ambiente. No midieron lo que estaba pasando. Pensaban que podían hacer lo que les diera la gana. Todo era «no pasa nada» y la gente percibía que faltaba empatía, que faltaba conexión. La gente veía en Aznar un tipo frío y en Zapatero vieron a un tío más empático. Uno era un gestor de hierro y el otro estaba hablando con todo el mundo, observando con una sonrisa… 

El caso es que Zapatero gana las siguientes elecciones pese a que en el grupo PRISA le llamaban «Sosoman», no les gustaba nada…

Sí, era «Sosoman»… visto por los veteranos del PSOE que no le querían ahí. Yo recuerdo conversaciones con diputados socialistas que le llamaban «zapatitos», en plan, ¿este quién es? Zapatero entró en 1986 y era un crío, el más joven de todos, lo vimos crecer. Muchas veces te sentabas con él a comer y se llevaba muy bien con los periodistas. Nos parecía un personaje más interesante que el «Sosoman» que veían algunos.

¿Qué pasó en este país el 14 de marzo de 2004?

Bueno, para empezar, sin 11M, igual no hubiera sido lo mismo, pero creo que la era de Aznar se estaba acabando. Al menos, teníamos esa percepción. Obviamente, el atentado lo aceleró, pero el PSOE asegura que las encuestas internas que manejaban ya les daban ventaja. Yo no sé si eso es verdad, pero se notaba una cierta necesidad de cambio, de hartazgo de la mayoría absoluta. 

¿Crees que hemos dejado atrás el 11M ya o que aún hay una terapia de grupo por hacer? Nos enfrentamos políticamente justo los días que necesitábamos llorar… y seguro que al leer esta pregunta cada lector está pensando que fue por culpa del otro.

Eso lo decía Pilar Manjón al principio: ustedes están enfocando esto en términos de poder y a mí se me ha muerto mi hijo. Luego hubo otra Pilar Manjón pero aquella primera Pilar Manjón tenía un discurso clarísimo: llegó al Congreso, a la comisión que se montó para investigar y se lo dijo muy claro: «¿De qué coño se están riendo?, ¿qué coño están celebrando o qué quieren demostrar?». Porque aquello fue tal shock que estaban los dos partidos intentando demostrar que ninguno tenía la culpa de nada en vez de investigar qué había pasado. Era muy doloroso porque se hablaba muy poco de ausencias, de muertos, de sufrimiento, de gente marcada de por vida. Nadie intentaba dar consuelo, estaban a otra cosa. Lloramos tanto en esa comisión todos, que por lo menos los periodistas intentamos transmitir otra cosa, darle un giro al discurso. No sé si duró mucho…

En 2007, cumples cuarenta años, y tengo aquí una frase tuya maravillosa: «A los cuarenta, la mujer sale de la pantalla».

Sí, yo creo que ya no es tanto a los cuarenta, es más a los cincuenta, pero por ahí. Bueno, en algunas puede ser un poquito antes o un poquito después, pero esa es la tónica general. El perfil de presentadora era una mujer físicamente y sexualmente atractiva, correcta en cuanto al nivel profesional, que tenía como función principal acompañar al hombre salvo en contadísimas ocasiones como Rosa María Mateo, por su veteranía u Olga Viza, por su estilo personal. Pero, ojo, que en un momento dado a Olga Viza la quitan y cuando la vuelven a poner es con Buruaga. La tendencia es a buscar la pareja y en la pareja ella siempre es la más joven y la que tiene un perfil atractivo. Sexualmente atractivo, que también es una obsesión, no sé.

El modelo RAI.

Sí, pero no sé por qué no nos fijamos en el modelo francés o en el británico, en el que la veteranía se ve como algo positivo. 

Sin embargo, ahí tienes el caso de Ana Blanco, probablemente la presentadora con mayor credibilidad.

Sí, ella optó por un perfil muy bajo, sin correr riesgos, no concede entrevistas, no tiene cuenta de Twitter, no la sacan nunca de sus casillas y así no le pueden decir nada, pero es más una excepción que otra cosa. A ver, yo lo percibía, que he estado en esos procesos de selección y era: «Esta no, que ya es muy mayor» o «esta, no, que es que es muy ancha»… La talla ha importado más que el contenido. Me refiero a los ejecutivos que deciden, no a nosotras o a los compañeros con los que hemos trabajado. Es algo muy difícil de cambiar.

María Rey

Si ya había sido duro el paso de dos cadenas a cinco (de tres a seis donde había autonómicas), en 2005 se unen Cuatro y La Sexta a la competencia.

Al principio no nos preocupaba porque eran muy minoritarias. El cambio es cuando Atresmedia compra La Sexta y Mediaset compra Cuatro y ahí ya se empieza a competir de verdad. Yo creo que Atresmedia fue más inteligente, manteniendo dos perfiles completamente distintos: progresista con La Sexta y conservador con Antena 3 y así mantiene los dos públicos. También llegó gente a hacer cosas de forma diferente y eso siempre se contagia y te obliga a salir de tu zona de confort. 

¿Cómo se vive eso en el tema de audiencias?

Lo de las audiencias era importante entonces y ahora ya directamente es una obsesión. Cada día, las escaletas de todos los programas, de todos los informativos… se mueven en función de lo que ha funcionado o no el día anterior. Kantar marca el criterio, el orden y si no hubiera televisión pública, estaríamos haciendo productos comerciales y no información. Afortunadamente, TVE se va a parar tres minutos en Palestina aunque no dé grandes audiencias porque considera que es un problema de interés mundial… y va a seguir hablando de Ceuta cuando ya todo el mundo se haya ido de Ceuta. Me fastidia cuando los políticos dicen que la televisión pública tiene que competir. 

Tú decías algo así como que «las audiencias son los Reyes».

Sí, a ver, yo entiendo que el sistema es ese y que de alguna manera hay que medir y por eso hay estos aparatos que todo el mundo sabe que existen pero que es imposible conocer a nadie que lo tenga. Lo que pasa es que eso tiene una vida limitada porque ya vemos todo a través de dispositivos. Yo veo el telediario en Movistar porque si algo no me ha cuadrado o no lo he entendido bien, le doy para atrás. Veo la televisión como leo un libro. Con ese sistema de consumo, lo normal es que tú ya puedas medir dónde la gente ha rebobinado porque no lo ha entendido… o porque le ha interesado. Y si te han rebobinado tres tíos es porque no te explicas bien. 

La segunda legislatura de Zapatero es la de la crisis, ¿de verdad no la vieron venir o es que ya estaban completamente distanciados de la realidad del país?

La vio venir Solbes y por eso se fue (risas). No vieron venir la contundencia y tampoco vieron que no bastaba con modernizar al país en lo social sino que había que hacerlo en lo económico. Y, luego, cuando ya estaba aquí, quedaba muy feo decir la palabra famosa que nadie quería decir, así que iban ganando días. 

Y en esas surge el 15M. ¿Cómo te enteraste tú de que había una gente acampada en Sol y, sobre todo, cuándo te diste cuenta de que eso era noticia?

Yo recuerdo perfectamente estar en la redacción en la tele, casi de casualidad, cuando llaman para decir que hay una asamblea para organizar la manifestación del 15M y nos dicen si vamos a ir a esa asamblea. Yo les digo que no, que la noticia es la manifestación, pero no los preparativos, y me dicen: «Es que ustedes no están midiendo…» y le dije: «Señor, que esto está aquí bien fijado y con muchos asteriscos, que sabemos que va a haber una manifestación importante, de verdad». Lo que no sabíamos era que se iban a quedar, pero sabíamos que iba a ser gordo y que estaba planificado con mucho tiempo de antelación. Yo ya lo vivo cuando llegan al Congreso, porque del Congreso a la Puerta del Sol no hay nada, y de hecho se quedan en Sol porque está al lado del Congreso. Es que casi se oía desde ahí lo que pasaba. Nosotros íbamos ahí y veíamos otras pancartas, otros discursos y luego intentábamos explicárselo a los diputados, pero su reacción era a la defensiva, en plan «estos a mí no me van a cambiar la agenda». Pero empieza a haber algunos que sí están atentos y se empiezan a asomar y se dan cuenta de que está pasando algo, que no son cuatro matados.

Yo siempre utilizo para el 15M una definición que no es mía, pero no recuerdo de quién es: «La protesta de una clase media que tiene miedo de dejar de serlo».

Y que además tienen en la memoria de lo que le costó a su familia ser clase media, porque sus padres muchas veces venían de familias numerosas en las que hubo que trabajar mucho para llegar a un estatus. Yo también era clase media desde la cuna, porque mi padre tenía estudios y tenía un sueldo, pero he visto lo difícil que ha sido mantenerse como clase media y darle esas mismas oportunidades a los hijos, para eso había que renunciar a muchas cosas. Era rebelarse contra unos tíos que se estaban cargando sus oportunidades. La gente tenía la sensación de que no pintaba nada en las decisiones, cosa que ahora es casi al contrario. 

Siempre se dice que aquello «no cambió nada», pero, ¿habría cinco partidos nacionales con grupo parlamentario propio ahora mismo sin el 15M y lo que supuso?

Los partidos y el 15M tienen sentido con las redes sociales detrás, el origen es común. Si no, no habrían podido entrar porque no tenían tribuna. Hablamos de unos partidos que, durante mucho tiempo, tenían un sitio en la agenda política pero no tenían representación parlamentaria. Nosotros estuvimos años hablando de Ciudadanos y de Podemos antes de que entraran en el Congreso y era porque ellos tenían sus tribunas alternativas en la calle, que eran las redes. Entre eso y el 15M, pues sí, ha cambiado todo: ahora cada decisión depende de la reacción que tenga, de qué creen que le va a parecer a la gente. Hemos ganado en democratización y hemos perdido en respeto, porque hemos convertido a las redes sociales en el último juez.

Tú tienes Twitter pero apenas lo usas…

Lo usé mucho, me pareció una herramienta extraordinaria para compartir y escuchar… hasta que me di cuenta de que nadie escuchaba a nadie. Así que me salí; no lo dejé porque hay gente que contacta contigo mandándote mensajes y cuando considero que hay algo que merece ser compartido, pues lo comparto. Pero ya no formo parte de una gran conversación que no existe. No me interesa estar en el griterío generalizado donde alguien decide si tú eres inocente o eres culpable, si eres buen o mal profesional… Se ha convertido en un lugar donde despellejar a la gente. Sí me fijo por curiosidad en lo que es Trending Topic y casi todo son programas de corazón, porque Twitter es un espejo de lo que se está haciendo en la tele y la tele es un espejo de lo que se mueve en Twitter, o gente a la que se está despreciando, ofendiendo o vilipendiando.

¿No ha habido una sobredimensión de Twitter por parte de los medios?

A ver, es que, a los periodistas, las redes nos han venido muy bien para nuestros egos, porque, de repente, tú, periodista de a pie, te podías convertir en la reina de la fiesta de Twitter. No necesitabas que tus jefes te pusieran en el directo, podías crear un debate y de repente eras relevante en Twitter sin que tus jefes intervinieran en ello. Nos ha dado mucho juego y lo hemos hecho importante porque nos interesaba que lo fuera, pero yo siempre decía lo mismo: «Ojo, que tengo cinco hermanos y ninguno tiene Twitter».

En la primera legislatura de Rajoy, de 2011 a 2015, vive su apogeo y también su destrucción ese partido indeterminado llamado UPyD, una especie de embrión de los partidos nacionales minoritarios que vendrían después…

Es el primero que cambia el lenguaje. Lo que pasa es que son completamente innovadores en cuanto al contenido y completamente clásicos en cuanto a la forma. Y la forma es la misma de siempre, es alguien resentido que sale de un partido maltratado y necesita volver a la política para combatir a sus compañeros. Esa es Rosa Díez. Rosa Díez sale del PSOE para combatir al PSOE y, al final, aunque ella busca su propio espacio, siempre lo define en contraposición a los que le hicieron daño. Es una fórmula muy clásica. Eso no quiere decir que el discurso de Rosa Díez y su equipo no me pareciera absolutamente admirable.

El recuerdo que tengo yo de Rosa Díez es que ponía muy nervioso a Rajoy.

La despreciaba. Y ese desprecio, en buena medida, hizo crecer a UPyD. Si Rajoy la hubiera tratado con más deferencia, igual no habría crecido tanto, pero al darle la importancia que le daba al despreciarla, la convirtió en alguien atractivo para los demás. Y hubiera llegado mucho más lejos si no hubiera medido mal sus fuerzas en el momento en el que le aparece alguien compitiendo por el mismo escenario que es Rivera, y ella no sabe cómo hacer para encajar las piezas. Ahí es ella la que desprecia… y hace grande al otro. Si ella hubiera encajado bien ahí la jugada, UPyD se habría instalado para quedarse. De alguna manera, se ha quedado a través de Ciudadanos y de alguna manera se quedará en otras siglas, en las que sea, porque ese discurso de la renovación lo trajo Rosa Díez con su equipo y eso no se puede ir.

Ahí estaban ya Toni Cantó e Irene Lozano, que siguieron caminos muy distintos.

Todos en ese equipo tenían una excelente capacidad de comunicación. Brillaban no ya por su perfil profesional, sino por su capacidad de conectar. Y tenían un lenguaje distinto, hasta el propio Gorriarán. Todos sabían construir mejor el discurso que cualquier diputado medio del bipartidismo. El problema es cuando los políticos dejan de tomar las decisiones por los motivos que les trajeron a la política y las toman por el resentimiento personal de haberse sentido maltratados por alguien, que es lo que hace a Rosa Díez actuar de determinada manera y luego a Albert Rivera actuar desde el resentimiento a Pedro Sánchez.

Pareció que iba a irle bien pero se pasó de frenada.

No midió y no fue capaz de ver con distancia que a lo mejor había que ser humilde y dar un paso a un lado o atrás o tenderle la mano a este. Cuando alguien agarra el poder, no quiere compartirlo, es tremendo. Nadie quiere ceder nada. 

María Rey

El verano de 2012 lo vivimos al borde del infarto, esperando que en cualquier momento nos interviniera la Unión Europea y nos colocara a un Mario Monti… fueron los meses de mirar la «prima de riesgo» cada cinco minutos.

Sí, vivíamos amargados con la prima de riesgo como ahora vivimos amargados con la incidencia acumulada. No éramos capaces ni de entender la prima, pero te cambiaba la vida. Teníamos la sensación de que los políticos españoles serían incapaces de resolverlo y que tendría que venir alguien a tutelarnos. Es un complejito que hemos tenido siempre y yo creo que hay cosas que hemos hecho mal pero otras en las que hemos sido pioneros. Somos una sociedad bastante avanzada, lo que pasa es que en la parte económica nos ha faltado algo de valentía… y talento. 

¿No hubo momentos de pánico en el propio Congreso?

Hubo un momento de pánico cuando el PP y el PSOE pactaron cambiar la constitución en una tarde. Ese fue el momento de pánico, luego ya no tanto.

Son los años que comentábamos de esplendor de la política como espectáculo: los late-nights de política, las tertulias constantes… de repente, en vez de mandar políticos a hacer de tertulianos, los políticos fichaban tertulianos para sus listas. 

Había en la sociedad una sensación de fracaso colectivo, de que la política no conseguía solucionar los problemas ni conectar con la gente y se pensó que, quizá, si se fichaba a gente que ya era popular, habría una renovación. Para ser eficaz en política, tenías que ser popular en los medios y para ser popular en los medios tenías que tener un discurso político que combatiese al de los grandes líderes del bipartidismo. Se mezcló todo porque la gente dejó de creer en la política y empezó a confiar más en los gurús mediáticos. 

Y mientras teníamos debates televisivos en cada cadena, el presidente se dirigía a los medios por una televisión de plasma…

Sí, porque los políticos tradicionales no podían competir con esos productos mediáticos y tenían miedo del interrogatorio al que le podían someter los periodistas. Un Iglesias o un Rivera lo aguantaban todo porque eran animales mediáticos, con mucha agilidad, pero Rajoy no estaba para eso… y al final decían «yo me quito de en medio, que a mí estos tíos me queman en dos tardes». No querían arriesgar el trabajo de cada día.

En tu libro mencionas a Girauta como ejemplo de alguien que mezcló tertulia y política sin éxito.

Es que estaba tan convencido de que eran lo mismo que no entendió que eran dos escenarios distintos: uno es un plató de televisión y otro es el parlamento. En las ruedas de prensa, se ponía a debatir con los periodistas, quería tener razón. Era una situación muy ridícula porque al final si hacemos un debate la última palabra siempre la tengo yo, que soy la que voy a escribir la crónica.

Por cierto, también es la época de apogeo del interés en la crónica parlamentaria: cada medio digital quería tener su corresponsal, cada recién llegado se creía un Pla o un Camba…

Sí, hasta entonces el trabajo de periodista parlamentario había sido muy de bicho raro, de hormiguita que hacía mucho trabajo pero que lucía muy poco; de pasar muchas horas ahí en el Congreso para conseguir un minuto en la tele o una página en el periódico… y de repente llegan otros periodistas que habían crecido con los nuevos partidos y ellos conocían una realidad que a nosotros se nos escapaba: cómo funcionaban esos nuevos partidos. Se convierten en «ciudanólogos», en «podemólogos»… ¡y nosotros íbamos a preguntarles a ellos! Había cosas que nosotros no podíamos entender, como cuando llegaron los de Podemos y les pidieron a los ujieres que les quitaran mesas y sillas del pasillo porque iban a hacer sus reuniones en el suelo… 

Manuel Jabois, Jorge Bustos, David Gistau, Enric Juliana… todos pasaron por su época en el Congreso.

Sí, pero iban y venían. No hacían su trabajo ahí, solo se pasaban cuando había algo gordo, o los miércoles para las sesiones de control.

También aparece Pedro Sánchez. Pasa todo tan rápido que nos olvidamos de su peripecia: gana un congreso con ayuda de Susana Díaz, consigue el peor resultado del PSOE en su historia, aun así se presenta a la investidura con apoyo de Ciudadanos, empeora su resultado en la siguiente convocatoria, desde Ferraz le piden que se haga a un lado para que gobierne Rajoy, se niega, se monta un lío descomunal, abandona la primera línea política… y a los pocos meses ya está de nuevo ganando otro congreso y acaba de presidente del Gobierno. Todo eso en poco más de tres años…

Mira, de entrada, Pedro Sánchez llega para sustituir a Solbes y, como es el último en llegar, le ponen en la última fila. Según dónde te pongan en el Congreso, se puede ver quién eres: si te ponen en la última fila, es que no tienes ninguna capacidad de decisión. Él llega así pero tiene claro que va a sentarse en la primera fila y hace su proceso. El proceso es decir «me voy a presentar a las primarias» cuando nadie le conocía. Bueno, algunos le conocían como «el guapo» porque había venido en lugar de Solbes y, a ver, menuda diferencia (risas). No era la gran promesa del Partido Socialista, era un tipo muy simpático y punto. Él mismo buscaba a los periodistas para darse a conocer.

¿Y entre los demás partidos sí era conocido?

Ni siquiera. Me acuerdo de un día que bajó un diputado de Convergència y me dijo: «He estado hablando con uno del PSOE y me ha contado que han sacado no sé qué cosa suya en Público» y resulta que lo que habían sacado era que se presentaba a las primarias. Me lo contaba que le daba la risa, en plan, «¿Perdona, que te vas a presentar a secretario general del Partido Socialista?».

Compitió con Patxi López y con Eduardo Madina, si no me equivoco.

Sí, y los dos tenían más opciones que él. Le pasó lo mismo a Pablo Casado, que competía contra Soraya y Cospedal. Al final, el que menos estorba puede ser el más oportuno en un momento dado. La elección del «mal menor». En Sánchez, todo es determinación. No puedes despreciar a nadie que tiene la determinación de ser un líder. Puede valer o no valer, pero cuando Pedro Sánchez decide ir al rey en 2015 y decirle que él sí va a intentar formar un gobierno con Ciudadanos, se ve que es alguien que sabe aprovechar las oportunidades porque Rajoy había dicho que no, que él no iba a pasar por una investidura fallida. A Sánchez no le importó. Y a Rivera, tampoco. Sánchez, aunque sabía que no, iba a intentarlo igual. Si es que lo mismo pasa con la moción de censura. Cuando la presenta, él sabe que no, que no va a ningún lado… y de repente, el PNV cambia de opinión y acaba de presidente.

Con el bolso de Soraya ejerciendo de presidente saliente y Rajoy de comida-cena…

Recuerdo aquello perfectamente. Fíjate lo que son las cosas: antes, la televisión no podía entrar porque hay una única señal institucional, así que nos habríamos enterado de lo del bolso al día siguiente en el periódico. Pero, ahora, con la revolución digital, el fotógrafo que sacó la foto la publicó al instante, la subió a las redes y se convirtió en noticia. Yo estaba en la tribuna de prensa, vi el bolso y pensé: «Fíjate tú, qué escena», pero esas escenas si luego nadie las convierte en virales no tienen el mismo impacto.

¿Pero qué hacía el presidente en un restaurante bebiendo mientras se decidía el futuro de la institución?

Pues es que era una comida que ya tenían apalabrada de antes, cuando pensaban que eso no iba a ningún sitio. Supongo que si le pilla veinte años antes, pues vuelve al Congreso, pero entonces pensó: «Mira, yo no quiero que me vacilen» y además se empieza a llenar la calle de cámaras esperando, así que, ¿cuál es su reacción? «Pues yo ya no salgo», y así va pasando el tiempo y cuando al final tiene que salir, resulta que lleva toda la tarde sentado y bebiendo y la imagen no es la mejor. Parecía de broma. Le estaban quitando el poder y él estaba ahí de sobremesa. Montó más show que si hubiera ido. Nadie midió eso.

María Rey

En cualquier caso, eso a ti ya no te pilla en el Congreso: en 2016, se va Gloria Lomana, entra Santiago González en informativos y te pasan de nuevo a presentar el telediario. Te hago la misma pregunta que veinte años antes: ¿premio o castigo?

Pues fue un tren que pasó al que no podía decir que no. Cuando llega Santiago González en julio, me explica que va a haber cambios pero que quiere mandar un mensaje de que lo que cuenta pese a todo es la experiencia. Su idea era que Vicente Vallés, que estaba a las tres, pasara a las nueve, y que yo, que era una persona de Antena 3 de toda la vida, pasara a las tres. Era algo que no estaba armado, pero yo no le podía decir que no porque sentía que era la última oportunidad que iba a surgir de hacer pantalla. 

Pero duras solo un año…

Sí, porque ya te digo que la propuesta no estaba demasiado bien armada, era solo lo que él tenía en mente. El encaje no fue el que él me dijo sino que acabamos haciendo el informativo entre dos personas muy distintas con trayectorias profesionales muy diferentes, y aunque en lo personal nos llevábamos magníficamente, en realidad estábamos haciendo dos informativos distintos en uno. Decidimos que, cada día, una marcara la línea pero que lo negociaríamos todo… y así no había manera de definir un liderazgo. No era fácil, no quedaba bien y a ninguna nos gustaba la fórmula de codirección.

Te ofrecieron una corresponsalía.

Aquello no funcionaba y yo quería volver a hacer política, así que Santiago me ofreció varias cosas y la más generosa era la corresponsalía, pero yo ya tenía tres hijos, estaban justo en la adolescencia, y no lo veía compatible. No les podía hacer eso en ese momento. 

Y acabas cubriendo a la Casa Real.

Sí, al final, encontramos una fórmula media que era la corresponsalía diplomática, que está muy bien, pero al final la Casa Real no es un sitio que te aporte demasiado… y fueron pasando los meses y empecé a pensar que había cerrado un ciclo en Antena 3, que había tenido oportunidades mejores que la media de mis compañeros, las había aprovechado bien, y que si no me retiraba a tiempo corría un riesgo muy grande de acabar en la estantería de los muebles viejos donde no se sabe muy bien qué hacer conmigo. Así que lo hablé con ellos y se hizo todo de manera civilizada.

Si «la mujer desaparece de la pantalla a los cuarenta», ¿cómo te sentías tú con cincuenta y uno? ¿Qué planes tenías?

Pues abandonar la información y dedicarme a la formación. Tenía tanta experiencia acumulada en la información política que quería aplicarla para la formación política. Me apetecía mucho formar políticos y formar portavoces… y estaba en ese proceso cuando me llamaron de una empresa para que fuera dircom. Eso volvió a descolocarme, me dejó sin saber bien qué hacer. Estaba a punto de decir que sí cuando me llamaron de Telemadrid y me hicieron una oferta que tampoco podía rechazar porque ese sí que era el último tren. Fíjate que hicimos un contrato de seis meses solo. De tres, con posibilidad de otros tres, ese era el nivel de confianza que teníamos.

Telemadrid tenía —y aún tiene, aunque menos— unas audiencias bajísimas

La mitad de la gente ni la tenía sintonizada. No estaba en el mando. Ese era el principal problema, que la gente la ha borrado. Unos porque no les aportaba gran cosa y otros porque durante las huelgas pasaba tanto tiempo en negro que pensaban que se les había estropeado la tele. Cuando resintonizaban, no salía nada, una pantalla en negro. Ese era el primer problema. El segundo era que había que hacer un programa de la noche a la mañana y la única manera de hacerlo era con un equipo que estuviera ya preparado, así que yo propuse que rescatáramos al equipo de Las mañanas de Cuatro, que les ponían en la calle esa misma semana. La gente me decía que si estaba loca, que iban a ponernos verdes, a decir que nos habíamos vendido ideológicamente a la línea editorial de Cuatro… y yo insistía en que no, que esos eran profesionales y punto. Gente que sabía cómo hacer un programa así más allá de tal o cuál ideología. Se les contrató un lunes y al lunes siguiente salimos en el aire.

¿No te da miedo la responsabilidad enorme de guiar cada mañana durante dos horas y media a decenas de miles de personas por la actualidad? ¿No has pensado alguna vez: «No, esto no deberíamos haberlo tratado así»?

Muchas veces. A ver, esto es un plato que se cocina por mucha gente. Yo al final tengo todos los ingredientes y los voy echando en la olla y eso determina cómo sale el plato pero no puedo hacer el plato sola. A veces, la apuesta de alguien vemos que no nos encaja bien y yo muchas veces voy haciendo quiebros, parto de una idea original, pero entrevisto a alguien y ya me doy cuenta de que estaba equivocada y reoriento la tertulia hacia ese lado, para darle más peso a esa posición. Al final, esto es un «infoshow», es un programa de información y actualidad pero que tiene que acompañar y entretener a la gente que está toda la mañana en su casa, viéndote y al mismo tiempo haciendo otra cosa, así que hay que ceder a algunos recursos de entretenimiento, aunque a mí me cuesten más porque vengo de la información. Bueno, a veces cedo yo y, a veces, ceden los otros (risas).

¿Siguen los partidos políticos colocando tertulianos en las mesas de debate?

Antes, los partidos hacían sus listas de «me gusta este y no me gusta el otro». No eran tanto vetos sino recomendaciones. Y aún ahora los partidos te hacen saber si alguien les resulta incómodo. Pero que les resulte incómodo no es suficiente para que tú lo quites. Tú quitas a una persona si lo que dice es ofensivo o si falta a la verdad. Gente que éticamente no está siendo coherente con la profesión. Pero si es solo una cuestión de opinión, no vamos a quitar a nadie lo diga quien lo diga.

Esa percepción de «periodistas de izquierdas» y «periodistas de derechas», cada uno en su lado, ¿no hace que automáticamente el desapego de la ciudadanía hacia los políticos se extienda al periodismo?

Sí, sí, yo también soy crítica con el formato, ¿eh? Me pregunto muchas veces eso que dices, lo que pasa es que la gente se me acerca y me dice que le gusta fulanito o que no soporta a fulanita… y resulta que es que lo que necesitan es oír voces que les reafirmen en lo que ya piensan, no voces que les hagan dudar. Un programa nunca convence a nadie. Necesitan argumentos para reafirmarse sin sentirse ofendidos por el otro. Se pueden sentir cuestionados, pero no ofendidos. Y esa es la línea que en mi programa no se puede cruzar: nadie se puede sentir ofendido en 120 minutos. Mi consejo de administración no es la gente de la quinta planta sino los que pagan sus impuestos para ver Telemadrid. A esos no se les puede ofender.

¿En qué crees que ha cambiado la pandemia al periodismo?

Yo creo que a nosotros sí que nos ha hecho un poco mejores, porque nos ha obligado a estudiar y nos ha obligado a escuchar con humildad a los que más sabían y a lanzar mensajes positivos sobre iniciativas ciudadanas extraordinarias. Nos ha ayudado a poner los oídos sobre la vida real, algo que no era habitual.

En tu libro hay una frase acertada en el momento en el que se escribió: «La corrupción no quitó el Gobierno a Rajoy ni la Junta de Andalucía al PSOE». La frase es de 2017, ¿cómo explicas lo que pasó justo al año siguiente?

Quien lo iba a decir, ¿verdad? Pues en el fondo pienso que la corrupción no fue tan determinante en esos cambios, que la gente tolera la corrupción mientras no se lleven lo suyo. Cuando el pellizquito era pequeño y no se notaba y tampoco perjudicaba mucho a nadie sino que beneficiaba a los corruptos y punto, bueno, si luego me hacen el tren a Navalcarnero, pues tampoco pasa nada. El problema es cuando llegan los pellizquitos, pero no llega el tren a Navalcarnero. El 3 % de Convergéncia estaba asumido como normal hasta el punto que Maragall cuando lo destapó tuvo que salir a pedir perdón al día siguiente. Al PSOE no le ayudó la corrupción de los ERE, pero si hubieran hecho otras cosas bien… el problema es que llevaban treinta años en el gobierno. Con ERE o sin ERE, tenían que irse. Y Rajoy tenía más cosas que la corrupción, tenía una forma de hacer las cosas que desgastaba mucho.

Es verano de 2021 y todas las encuestas dan un hundimiento de la izquierda a nivel nacional. ¿Qué ha hecho tan mal si la crisis aún ni ha llegado?

Es que en el fondo el péndulo del bipartidismo sigue funcionando. Unos se suceden a otros. Cuando la gente ve que algo no va bien, pues se pone a buscar en otro lado. A Pedro Sánchez le ha pasado una factura muy alta haber encabezado el primer gobierno de coalición de nuestra democracia. No podías esperar un gran éxito cuando está en manos de partidos que están en situaciones muy complejas, atrapado además por la situación de Cataluña. Y además lo que ve la gente son tortas, ¿para que voy a votar a la izquierda si necesito que me solucionen un problema y están entre ellos peleándose? No me fío…

¿Sabemos qué demonios hacer aquí con la extrema derecha? Siempre ponemos a Francia como ejemplo pero justo en Francia es donde más la votan…

A ver, es que dentro de VOX hay muchos VOX. No es el mismo discurso el de unos que el de otros. Algunos juegan un papel y les funciona. Hay gente que considera que es una cuestión de valentía decir cosas radicales o cosas intransigentes. Yo no creo que sea así. Yo creo que es mucho más valiente buscar la negociación y el acuerdo que buscar el extremo. El extremo siempre va a ser lo más fácil, pero hay un público cabreado con el mundo que necesita que alguien se cabree en su nombre, tanto en la derecha como en la izquierda. Y al público de la derecha no le sirve un Pablo Casado cabreado. Yo creo que VOX ya va a quedarse pero no va a crecer mucho más, a lo mejor me equivoco. Los partidos suben porque enfrente hay algo que le asusta a la gente, y en este caso es lo de Cataluña. Sánchez está en manos de los nacionalistas catalanes y entre ellos mismos la cosa está como está. Es lógico que el vaso comunicante lleve votos a posiciones extremas de derechas… pero a su vez cuando gobierne Pablo Casado, no tendrá el sentido el discurso de VOX. Se queda para cuatro gatos. 

Si a la derecha le parece intolerable que se gobierne con ERC y con Bildu y a la izquierda le parece intolerable que se gobierne con VOX, ¿por qué no le dan los votos al partido ganador para que no tenga que depender de esas otras formaciones? ¿Tú crees que eso no se entendería?

Claro que se entendería. ¿Cuándo se enfadaron los votantes de Ciudadanos con Rivera? Cuando permitió que Pedro Sánchez sacara los votos con los extremistas porque ni se sentó a hablar con él. Mal Pedro Sánchez, mal Rivera. La gente de Ciudadanos no se lo perdona… y si no lo quiere ver Rivera, ya lo verá de viejito, pero no se lo perdona porque buscaban un partido bisagra. En ese momento, le pudo la ambición. Un líder es alguien que en un momento determinado renuncia, porque Rivera sabía que una coalición con el PSOE iba a ser complicada y prefirió intentar comerse al PP de Rajoy y Casado. Y al final, ni lo uno ni lo otro. A ver si alguien aprende la lección. Lo que pasa es que un líder se cocina a fuego lento y nosotros los estamos quemando en dos días.

¿En qué momento dirías: «Hasta aquí. Ha sido precioso, pero no puedo más»?

Pues, ¿mañana por la mañana? (risas) Lo único bueno de cumplir años es que aprendes a relativizar mucho las cosas y aprendes a decir que no y que no pasa nada. Yo me metí en esta aventura de Telemadrid pensando que es ya mi salida de la tele y lo sigo pensando. Si en el camino surge una buena oportunidad, por supuesto que la voy a aprovechar, pero hace tiempo que pienso que la profesión fue generosa conmigo y que, si me tengo que reinventar, no me asusta. Yo sé que a lo mejor mi futuro profesional está en otra cosa que no tiene nada que ver con lo que hago ahora y no me da ningún vértigo. No me apetece, pero no me da miedo.

María Rey

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