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Un oso en las garras de La Mafia

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Charles ‘Sonny’ Liston nació bajo la sombra del infortunio. Desde pequeño, como miembro de una familia más pobre que las ratas que había tenido 25 hijos, tuvo que ganarse la vida trabajando de sol a sol en una plantación en Pine Bluff, Arkansas. Sin educación, sin dinero y tras varios arrestos de la policía local, Charles se mudó a San Luis, en el estado de Missouri, junto a su madre y parte de sus hermanos. Era rudo, de pocas palabras, con escaso bagaje cultural y a duras penas sabía escribir su nombre, con lo que solía firmar con una ‘X’. Tras participar en el robo de una gasolinera y ser detenido, ingresó en prisión. Allí, en la penitenciaría, su suerte cambiaría. Conoció al capellán Alois Stevens, un reverendo que le convenció de que Dios le había bendecido con el don del boxeo, y que si era capaz de purgar sus pecados entre el confesionario y el gimnasio enderezaría su rumbo. Dicho y hecho. Supervisado por el reverendo Alois, Liston aprendió a boxear y sacó provecho de su cuerpo, una mole de metro ochenta y cinco adornada por más de cien kilos de peso. Los presos le apodaron ‘Sonny’. Un diminutivo para un gigante superlativo. A base de entrenamientos, de disciplina y mucha fuerza de voluntad el convicto Liston se convirtió en una auténtica máquina de picar carne. Un oso salvaje. En un tipo que, cuando subía al ring y cerraba aquellas manazas más negras que un tizón descargaba unos puños que, cuando impactaban, sacaban humo del saco y hacían añicos a sus atemorizados rivales. El capellán fue explícito con Liston: «Charles, hijo, Dios ha puesto dinamita en esos puños. Sólo tienes que usarlos». No se equivocó. Cuando alcanzó el grado de libertad condicional, Charles ‘Sonny’ Liston ensayó con boxeadores profesionales. Su gancho, un tren de mercancías, conquistó los Guantes de Oro. «Les pego y se caen».

Sonny’, una fuerza de la naturaleza con un pasado turbio, irrumpe en los cuadriláteros y comienza su impopular reinado a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta. Aunque la prensa especializada se esfuerza en escribir cuentos de hadas, los puños de Liston no entienden de refugios narrativos. Él se abre paso hablando con sus manazas, a martillazos de realidad, a puñetazo limpio. Son tiempos del gancho de izquierda de un ogro de color cuya reputación atenta contra el idílico estilo de vida americano. Villano, indeseable y marcado por el odio, no es ningún ejemplo para los niños. Entre rejas por agredir a un policía en plena calle y habiendo pasado seis meses a la sombra por reincidente, Liston era una bomba de racimo humana que alcanzaba su punto álgido en el ring. Sus desventuras en el calabozo le instaban a golpear más fuerte, más rápido, más contundente que antes de vestir el traje de rayas. Alentado por una sed de venganza interior, Liston se adivina indestructible. No conoce la piedad. «Voy a tumbarlos a todos». Un periodista pregunta, acongojado por los registros del ex presidiario: «¿Y qué harás cuando no te quede nadie a quien tumbar, Sonny?» La mole responde con firmeza. «Pues entonces volveré a tumbarles a todos otra vez». La prensa sufre. A pesar de ser demonizado por su turbulento pasado, Liston noquea a Mike DeJohn en seis asaltos, a Cleveland Williams en tres y acaba con Nino Valdez, que no acaba de pie el tercer round. Tumba de nuevo a Williams en la revancha en dos asaltos. Pasa por encima de Roy Harris y de Zora Folley. Y aplasta a Eddie Machen con una superioridad insultante. Liston es un ogro. El ogro. Un tipo hecho a sí mismo, un campeón forjado entre los barrotes de la cárcel, un boxeador con conexiones con la mafia. Un cuerpo grueso, compacto, de mirada maliciosa, de perfil siniestro. El típico animal salvaje al que uno jamás querría encontrarse de madrugada, a oscuras, en el rellano del portal de su casa. Un enterrador que disfruta noqueando a cualquier bicho viviente a su alcance. «Desayuna marines y se come a los boxeadores crudos»Hablar de Liston era hablar de miedo. De conocer el terror.

Apenas le queda un adversario de cierto renombre por derribar, Floyd Patterson, entrenado por Cus D’Amato, una leyenda del boxeo. Tras una escaramuza con la ley —siempre problemas con la autoridad— Liston es condenado por la Comisión de Boxeo. Los mentores de Patterson se agarran a ese clavo ardiendo para esgrimir que un ejemplo para la sociedad como Floyd no puede compartir ring con condenado como Liston. Pero la estratagema del entorno de Patterson no da resultado. Cuando la calle comienza a rumiar que Floyd desea evitar a toda costa medirse a Sonny Liston, entra en juego un factor tan inesperado como sorprendente: La Casa Blanca. A petición del mismísimo presidente John Fitzgerald Kennedy, que entiende que Liston es un deshonor para la división de los pesos pesados, Patterson da el sí quiero al combate más esperado. Por un buen puñado de dólares, amén del consejo áulico del presidente de la nación, Floyd (el bueno) decide subirse al ring para enfrentarse a Sonny (el malo). No podía negarse. La paliza, que no combate, tiene lugar en Comiskey Park, Chicago, Illinois, el 25 de septiembre de 1962. Liston se convierte en campeón mundial al noquear a Patterson en un asalto. Herido en lo más profundo de su orgullo, Patterson vuelve a la carga en Las Vegas un año después para la revancha. Liston le castiga con otra humillación sin precedentes. El ‘chico bueno’ visita la habitación del sueño en el primer round. Patterson jamás debió hacer caso a la Casa Blanca. Después de comprobar hasta dónde llegaba el poder de los puños del bribón Liston, la prensa agacha la cabeza. Su estandarte del fair play, su Adonis del boxeo, Patterson, es un juguete roto en manos del despiadado púgil que cuenta con el visto bueno y la amistad de los pesos pesados de la Cosa Nostra. Portada de todas las revistas, protagonista de anuncios de refrescos, estrella de los clubes regentados por ilustres mafiosos y boxeador favorito de The Beatles —solía escuchar Night Train mientras entrenaba y apareció en la portada del disco Sargeant Pepper’s—, Liston se convierte en un asesino en serie del ring, en un campeón indestructible. En las garras de La Mafia, que se forra con las apuestas ilegales, Liston es un campeón si oposición. Las rotativas echan humo: «Patterson es historia. Folley tambiénCleveland Williams no sirve. ¿Qué hacer?» Los puños de Liston hablan un lenguaje crudo, real, terrorífico. Y llega la pregunta: «¿Existe alguien en este mundo, lo suficientemente loco, como para pelear con Liston y arriesgarse a que le partan el alma?»

La respuesta es Cassius Marcellus Clay. Un peso pesado negro de talento, con buen juego de piernas, instalado en la elite de los pesados gracias al mecenazgo de un puñado de millonarios blancos. Joven, musculado, rápido y lenguaraz, Clay entra en escena. Es un regalo llovido del cielo para la prensa. Es una suerte de hidroavión que, lleno de palabras, amenazas e ingeniosas rimas, se atreve a rociar el fuego abrasador de Liston. Las casas de apuestas encuentran un filón, una novedad: la cuestión era jugarse el dinero para acertar en qué asalto caería Clay o, en su defecto, averiguar a qué hospital acudiría Cassius después de la previsible manta de golpes que iba a soportar. Clay ya había caído y su mandíbula no tenía la mejor de las famas para la crítica especializada. Henry Cooper, el campeón de Inglaterra, había demostrado que un buen gancho de izquierda era suficiente para ponerle patas arriba. Si Cooper le había derribado, Liston podía enviarlo de vuelta a Louisville en una bolsa, pedacito a pedacito. Conocedor del lado oscuro de Liston, Clay debía ser un bailarín de claqué, un mosquito trompetero para revolotear lejos de Liston, un challenger precavido y que siempre mantuviera la distancia para no encajar una paliza a las primeras de cambio. El gran problema para la esquina de Clay reside en su propio boxeador. Lejos de amilanarse, Clay saca a pasear su lengua y destroza verbalmente a su rival. Amenaza, rima, grita, canta, salta, baila, alardea y reta. Cassius muestra un abanico mediático que provoca la ira del campeón y estimula a los aficionados a hablar del combate sin parar.

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Comediante o visionario, Clay se hace acreedor a su apodo de ‘Bocazas de Lousville’. Entiende que, para ganar la pelea dentro del ring, el primer paso es ganarse el respeto fuera del mismo y lograr que el rival pierda el suyo. Ignorando las advertencias de sus promotores, CC abandera una guerra psicológica sin precedentes. Si ve una cámara de televisión se tira de cabeza, si tiene cerca un micrófono de radio se pregunta a la vez que se responde y si un reportero no ha tomado buena nota de sus gases verbales, decide escribirlo él mismo de su puño y letra. Clay sabe que, en esa guerra psicológica, en el ring de los medios de comunicación, Liston no sabe protegerse. Haciendo bueno eso de que quien golpea primero pega dos veces, Cassius Clay se convence de que Liston es un blanco fácil a la hora de pelear con la lengua en vez de con los puños. Acierta de pleno. Liston, semianalfabeto y con menos palabra que un telegrama, se siente fuera de su hábitat natural ante un rival que le provoca de manera constante y que no deja de atacarle de manera rabiosa en los periódicos. Sonny empieza a sentirse devorado, poco a poco, por la difusión del huracán mediático Cassius Clay. El ‘Loco de Louisville’ abre la caja de Pandora. Amenaza, rima, grita, canta, salta, baila, alardea y reta. Todo Clay es un ‘show’ de circo. Una comedia con ínfulas de campeón que destroza, una y otra vez, el orgullo de Liston. Lo hace sin piedad. Con sarcasmo. Con una vehemencia propia de un loco. O de un cobarde.

Cuenta la historia que el campeón acababa de mudarse a Denver, y justo enfrente de su casa apareció Clay montado en un extraño autobús que se había comprado para la ocasión. Pintado de rojo y blanco, como en la película Más dura será la caída, Clay decide colgar del mismo un cartel gigantesco con la leyenda: ‘Liston caerá en el octavo’. Después, sin tregua, avisa a todos los periodistas de la zona y les aconseja que a primera hora de la tarde deben pasar por casa de Liston. Cumpliendo su amenaza, Clay se presenta a la hora indicada en el hall de la casa de Liston, toca el timbre y, cuando tiene cara a cara al campeón, descarga sobre él un buen puñado de insultos para, acto seguido, retarle a pelear en el jardín. Liston, estupefacto, no sale de su asombro. La prensa, tampoco. Los únicos en reaccionar ante el encendido Clay son un grupo de vecinos, que deciden llamar inmediatamente a la policía, que detiene a Clay ipso facto. La imagen, dantesca, da la vuelta al mundo. «Clay está loco» titula la flor y nata del periodismo norteamericano. El Post va más allá: «Clay se hace el loco».

Clay enseña todas sus dotes de ‘showman’. Su boca cruza todas las líneas rojas. Llega a presentarse en uno de los entrenamientos privados de Liston para, rodeado de una buena corte de periodistas, lanzarle un buen puñado de improperios. La Mafia trata de dulcificar la imagen impopular de Liston (fue portada de la revista Esquire en 1963, disfrazado de Santa Claus), pero no hay quien pueda frenar la lengua de un Clay que se lleva, de calle, la batalla de la propaganda. No hay quien pueda frenar la lengua de Clay. Deja ver su lado narciso. «Liston no puede ser el campeón del mundo de los pesos pesados. Es demasiado feo y gordo. En cambio, yo soy guapo». Enseña su perfil retador. «Está viejo, es lento y está cansado. Soy más fuerte y rápido. Soy el campeón». Explota su versión profética: «Sonny ¿me oyes? Eres un oso. Un oso feo y perezoso, y te voy a cazar. Voy a salir a cazar un oso feo y perezoso». Muestra su lado más soberbio. «¿Humildad? Soy demasiado grande como para ser humilde. Soy lo máxxxxximo». Hace gala de un extraño sarcasmo. «Sé que los que apuestan pondrán mucho dinero para ver a qué hora me ingresarán en el hospital, pero después del combate sólo se encontrarán allí con el oso feo y perezoso. Yo estaré en casa, viendo una película». Se comporta como un fanfarrón. «Liston, debieron explicarte que el boxeo es un deporte de riesgo». Promociona su lado más ingenioso. «Soy tan rápido que anoche apagué la luz y me metí en la cama antes de que el cuarto se quedara a oscuras». Y alardea con una frase lapidaria, ideada por el inevitable ‘Bundini’ Brown, que pasaría a la historia. «Contra Sonny voy a bailar, voy a bailar. Vuelo como una mariposa pero pico como una abeja». Toda una profecía.

El pandemónium de Clay consigue el efecto esperado. ¿Es un loco o un cobarde? Los periodistas le califican de payaso fanfarrón, la esquina de Liston de niño asustado y La Mafia cree que la irrupción de Clay responde a fuegos de artificio que, cuando comience el combate, acabarán con el aspirante en el suelo, un final esperado. Nadie repara en el estado de forma de Cassius Clay. El campeón tampoco. Liston anda obsesionado con cerrar la boca del aspirante, un tipo cuyo aliento resulta un insulto para alguien que ha destrozado sin piedad a toda la división, crujiendo a Patterson, el campeón de la Casa Blanca, en el primer asalto. El entorno de Sonny trata de aplacar la furia contenida del campeón, pero no hay quien calme a Liston. «Voy a matar a ese bocazas». Ese deseo de Liston se multiplica durante el pesaje. Mientras Liston se despoja de su ropa para subir a la báscula, Clay se convierte en un manojo de nervios cuya boca explota en todas direcciones. Pierde los nervios, empuja a todo el mundo, insulta a su rival y grita cada vez más. Está rabioso, fuera de sí, a punto de sacar espumarajos por la boca. Liston se acerca hasta la posición de Clay y se dirige a él en tono desafiante: «Sigue hablando, te joderé con mis puños». La escena sube tanto de tono que los allí presentes deciden separar a ambos púgiles. Angelo Dundee y ‘Bundini’ Brown, la esquina de Clay, obligan a su boxeador a tranquilizarse, está a punto de darle un infarto. «El oso feo y perezoso caerá como saco en el octavo asalto, apuntadlo bien, en el octavo». Los médicos diagnostican que Cassius Clay ha sido víctima de un ataque de pánico. La noticia trasciende en los medios de comunicación y el periodismo entiende que la locura de Clay ha degenerado en un ataque de miedo. Después del escándalo del pesaje, Clay recibe una multa de dos mil quinientos dólares del ala por escándalo público.

La pelea tiene lugar en Miami, Florida. Es 25 de febrero. De un lado, Charles ‘Sonny’ Liston, ex presidiario vinculado al mundo del hampa y campeón del mundo. En la otra esquina, el aspirante Cassius Clay, loco o cobarde, cuyas controvertidas conexiones con los musulmanes negros del Islam empiezan a florecer. A la cita acude Malcom X, ministro de la Nación del Islam, que consigue un asiento de primera fila, el número siete, cerca del rincón del aspirante. Es entonces cuando resuena un grito seco, directo, desgarrador, de un aficionado: «¡¡Sonny, mata a ese negro bocazas!!»El público ruge. El ambiente se caldea. La hora de la verdad se acerca. Momento escogido por Clay para su última fanfarronada. Se acerca a Liston y le señala su cinturón de campeón. El bocazas de Louisville responde al gesto con ironía: «¿Para qué quieres eso, Sonny? ¿Para sujetarte los pantalones?». La mirada de Liston se tiñe de sangre. La de Clay se pierde en el tendido. Los vecinos de Miami jalean. Suena la campana.

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Liston ocupa el centro del ring y descarga una serie de derechazos. Ninguno conecta con el cuerpo de Clay, que se desplaza un lado a otro del ring con facilidad, con armonía, con unos movimientos tan sincronizados que terminan por dejar en ridículo al campeón. Suena la campana y los presentes en el estadio de Miami empiezan a mirarse unos a otros. Clay, la oruga que esperaba no ser pisoteada por Liston, se transforma por momentos en la mariposa que Bundini Brown había profetizado («Vuela como mariposa, pica como abeja»). Clay está en pie después del primer asalto y la prensa no sale de su asombro. El Clay que imaginaban era huidizo. Rápido, sí, pero con algodón en los puños. El Clay que sus ojos perseguían por el cuadrilátero no se parecía en nada a esta versión de un negro alto, potente, elegante y preciso, que esquivaba los golpes del campeón de La Mafia. Cassius tenía un martillo pilón por jab, unos hombros tan enormes como los de Liston, un juego de pies eléctrico y una espalda tan ancha como la del campeón. Se hizo el silencio en la primera fila. Segundo asalto y tercer asalto. Liston no encuentra la manera de entrar en la distancia corta, persigue fantasmas y Clay sigue desquiciando al campeón con esquivas fulgurantes. El murmullo aumenta antes del cuarto round. Clay ha enchufado varias manos en el rostro de Liston y el campeón se muestra impotente ante un chico más joven y más rápido.

Clay se sienta en su taburete al final del cuarto, otea el horizonte, mira de refilón a su esquina y se dirige a su entrenador Angelo Bundee. «No veo nada Angelo, me han puesto algo en los ojos». Bundee no responde, Clay se bloquea y el combate entra en una fase de indefinición. La esquina de Liston no es ajena a la escena. Esperan la decisión de Clay. Esperan ver a Bundee arrojando la toalla. El aspirante amaga con abandonar, Bundee le persuade, le echa agua fría en los ojos y escupe un par de frases cortas dirigidas a su pupilo: «No tendrás otra oportunidad. Sal y no pares de correr». Cassius asiente con cara de cordero degollado y corre una maratón alrededor de Liston. El campeón lanza rayos de izquierda y truenos de derecha, pero no consigue dañar seriamente al aspirante, que soporta el castigo y vuelve más despejado a su esquina. Está vivo. Sabe que Liston ha tirado todo lo que tiene. Exhausto por el esfuerzo, abriendo la boca, jadeando, Clay detiene el mundo con la mirada. Está listo para cazar un oso feo y perezoso. Liston se lleva la mano al hombro, parece cansado. Clay exige el protector bucal, siente que el quinto asalto es su oportunidad. Sale a por todas. Mete la quinta velocidad y empieza a conectar golpes en serie, castigando arriba y abajo a Liston, inmóvil en el centro del ring. El campeón empieza a tardar en responder al zafarrancho de combate de Clay, que descarga un uno-dos frenético. Luego un gancho de izquierda. Otro uno-dos. Otro. Otro. Y otro. No hay respuesta del campeón. Liston se marcha a su rincón fatigado, dolorido, herido. En silencio. Su esquina es un funeral. Increíble, pero cierto: Clay le está humillando.

A punto de comenzar el séptimo asalto, Liston escupe el protector bucal. Abandona, no puede más. La prensa traga saliva, se frota los ojos y el público estalla en una ovación de júbilo. El campeón está roto, Clay es el nuevo rey de los pesos pesados. Había profetizado que Liston caería en el octavo round, pero el ‘oso feo y perezoso’ se había retirado incluso un asalto antes. Cassius sale disparado de su esquina como un resorte para pasar factura a los periodistas: «Ahora os tragaréis vuestras palabras… Soy el campeón del mundo… He cazado al oso feo y perezoso… Soy El Más Grande». Aquel niñato presuntuoso de Louisville saboreaba su victoria henchido de orgullo, eufórico, mientras las máquinas de escribir de los periodistas echaban humo. No sólo era una victoria de Clay, sino una humillación. El siniestro ex presidiario había pasado, en sólo seis asaltos, a ser un juguete roto. Nadie daba crédito. Una conmoción recorría todos y cada uno de los rincones de Estados Unidos. La profecía de Clay se había cumplido: había cazado al ‘oso feo y perezoso’. Su triunfante rueda de prensa cambiaría el signo de su vida. Tras derrotar a Liston, hacía pública su pertenencia a la Nación del Islam y especificaba su nueva identidad: «Desde hoy abandono mi nombre de esclavo, no seré más Cassius Clay. Mi nombre es Muhammad Alí». Ya no sería Cassius el esclavo de los blancos, sino Muhammad, el azote de los blancos. Ya no sería Clay, el campeón de los negros, sino Ali, el líder espiritual de los negros. Algo más que un boxeador. Mucho más que un simple hombre. Una leyenda.

Tras perder el combate, Liston alegó una lesión. El médico de la comisión de boxeo le detectó una distensión muscular, pero nadie le creyó. Su cara decía otra cosa. Era una masa de carne desfigurada, un drama en carne viva. Entre moratones y cortes, Liston trataba de pensar qué demonios había pasado. Su esquina trataba de restañarle las heridas, pero ‘Sonny’ se moría por dentro. Un fanfarrón le había arrebatado el cinturón. Buscaba lágrimas pero no las encontraba. No hay drama peor para un campeón del mundo de los pesos pesados. Después de aquella noche y de que circularan rumores de que tanto ‘Sonny’ como su esquina habían apostado en su contra, Liston jamás volvió a ser el mismo. El rumor corrió como un reguero de pólvora y ninguna ciudad grande de los Estados Unidos parecía dispuesta a albergar la pelea. Finalmente, Sonny tuvo su revancha ante Clay el 25 de agosto de 1965, en Lewinston, un pequeño pueblo del estado de Maine. Allí cayó fulminado, en el primer asalto, por un golpe que nadie acertó a ver, salvo el escritor y periodista Norman Mailer. La prensa bautizó el golpe que derribó a Liston como ‘el golpe fantasma’, la sombra del ‘tongo’ sobrevoló el combate y la opinión pública dudó de la legalidad de la pelea, pero aquel nocáut de Liston fue reglamentario. Clay, campeón, calificó su trueno del primer asalto como ‘el golpe de ancla’. Un puñetazo rápido, al mentón, que sólo pudo ser verificado a través de la cámara lenta y de múltiples repeticiones del golpe. Mailer tenía razón. El golpe había existido y en el KO de Liston no había habido ni trampa, ni cartón. —Inspirada en aquel golpe, la industria de Hollywood estrenó la película Phantom Punch, golpe fantasma, con Ving Rhames en el papel de Liston. No tuvo demasiado éxito—. El resultado de la revancha no está en los planes de La Mafia. Liston, el campeón del hampa, empieza a perder el afecto de sus ‘benefactores’.

Derrotado por segunda vez y para siempre Sonny se consume, poco a poco, en una vida en la que, sin ser el campeón, le costaba hasta respirar. Su sobrino, el célebre BB King, estrella del blues y dueño de la famosa guitarra ‘Lucille’, entendió que su tío, presionado por demasiados intereses, había dicho basta. «Perdió su confianza, algo se quebró dentro de él cuando perdió con Clay». Tenía razón. Liston realizó un par de combates por Europa y por Estados Unidos, pero dejó de ser aquella mole fiera que provocaba el pánico en sus rivales. América le cerró las puertas de la gloria y tuvo que pelear en Europa derrotando al campeón alemán, Gerard Bech, en Estocolmo. Lejos de su mejor forma pero ansioso de volver a su país después de un par de combates, Liston hizo correr la voz de que su regreso era posible. Necesitaba patrocinadores. Meter pasta en esos músculos de ex presidiario. A esa llamada acudieron dos ilustres de la canción, siempre vinculados a los alargados tentáculos de La Mafia: Frank Sinatra y Sammy Davis Jr. Antes de pelear en Roma, Liston llegó a un acuerdo con Sinatra, que se comprometía a ser el mecenas del ‘comeback’ de Sony a Estados Unidos. Otras fuentes apuntaban que el contrato privado apenas recogía los servicios del ex campeón en calidad de guardaespaldas exclusivo de ‘La Voz’. Nunca se aclaró. Hizo un par de combates en Estados Unidos, sí, pero aquel boxeador imponente ya no era el terror de años atrás.

Un frío 30 de diciembre de 1970, en vísperas de Año Nuevo, su esposa Geraldine Liston, la esposa de ‘Sonny’, lo encontró muerto en su casa de Las Vegas, Nevada. Había ido de visita a casa de su madre y a su regreso a la mansión de Paradise Pall, chocó contra el cadáver de su marido, que yacía en el suelo del jardín. Llevaba más de una semana muerto. La versión oficial de los médicos reveló que la autopsia señalaba un paro cardíaco por sobredosis de heroína. Esa fue le versión oficial de la policía. Había marcas en sus brazos y eso bastó. La versión oficiosa de los soplones de la bofia no coincidía. Según ellos, había sido asesinado en un ajuste de cuentas. Nunca se investigó a fondo su muerte.

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27 Comentarios

  1. Pingback: Un oso en las garras de La Mafia

  2. Oscar García

    Sin duda, uno de los mejores pesos pesados de todos los tiempos..Su vida tiene muchos paralelismos con la de Tyson dentro del ring..he visto pocas peleas de él pero decían que era muy, muy duro

  3. Oscar García

    En cuaqluier caso, creo que fue lo mejor que le pudo pasar a Ali en su día. De haber sido un campeón más flojo, Ali no habria sido la leyenda que es hoy día

  4. Neus Ante

    Lo tenía todo: presidiario, ladrón, amigos mafiosos, no me extraña que acabará muerto. Ni que dijeran que era toxicómano y que lo dejaran ahí. Es una pena que acabara así, pero tenia un final cantado Rubén

  5. Apasionante historia Rubén, el relato de la pelea ha sido sin duda de 10

  6. Impresionante historia, «hacha». Espero que sigas escribiendo más historias de este tipo. A veces, es bueno salir del fútbol y conocer otras historias. Excelente.

  7. Uria eres un crack. Me encanta leerte

  8. Diego Rengifo

    Excelente artículo! Que gran narración; me sentí en primera fila y presente en todo el acontecimiento. gracias Uría por seguir escribiendo estas historias con tanta emotividad y pasión y que no solo sea de fútbol!

  9. Miquel Àngel

    Como te pille Ali llamándole Cassius te mete una paliza que ibas a teclear con la nariz :-)

    • mira la que le da a henri terrel por lo mismo, por llamarle casius clay. en el pesaje esa pelea es una masacre para henry

  10. buenas escribo para puntualizar un par de cosas. 1 ali antes de pelear contra liston no había perdido ninguna pelea como se dice aqui ya que venia de ganar los juegos olimpicos. 2 siento decirte oscar que eso que dices de que si ali no hubiera peleado contra liston no hubiera sido quien es deja mucho que desear porque si ves las dos peleas de ali vs liston son peleas en las qe ali juega con el, yo sinceramente no he visto a liston nunca un rival fuerte para ali.soy unos de los admiradores mas acerrimos de ali y me conozco su vida entera.

  11. ah y por cierto muy bien comentado, me ha gustado muchisimo el escrito, te lo as currado un monton, enorabuena.

  12. Magnífica historia. La descripción es espectacular.

  13. De nuevo, enhorabuena. A pesar de lo extenso, se hace corto este artículo. Espero con interés el previsible texto de mañana por el cumpleaños de Muhammad Ali. Una maravillosa pluma (tecla) la tuya, Rubén.

  14. Gran relato,he vivido la pelea como si estuviera en primera fila, no soy muy aficionado al boxeo y no conocía esta historia, me ha parecido espectacular.

  15. Genial.

    ¿Son los que leemos aqui mejores articulos de boxeo escritos en castellano?

  16. Hermosa literatura la recogida en este inigualable artículo.
    Enhorabuena Uría !

  17. Jose Carlos

    Excelente crónica, de esos boxeadores sólo conocía lo que mi papá me había contado, pero con tu relato Rubén, me has transportado en el tiempo y me has hecho no solamente revivir la fiereza del combate, sino la pena que significó para Liston el perder el título y los improperios que tuvo que soportar, así como el «olvido» social… Tremendo artículo!!!! Cualquier calificativo se queda corto…

    • Oscar García

      Liston fue uno de los más grandes, lo que pasa es que Clay, aLi, estaba en la mejor forma de su vida y le pasó por encima en los dos comabtes con mucha facilidad. Nadie se lo podía creer, pero fue una exhibición

  18. Gracias por tan buen relato, ahora puedo ir a dormir con algo en el estómago.

  19. Estimado Rubén, Nunca supe nada, ni me interesó este deporte. Por azar, di con estos textos tuyos sobre púgiles. ¡Qué delicia leerlos! Estoy disfrutando una auténtica barbaridad. ¡Un millón de gracias!

  20. Rubén,

    Y yo que leo Oso y Mafia y lo asocio a un escudo y a quien lo usurpa…

  21. Por favor, ya vale de decir que alguien es de «color» cuando se quiere decir «negro». ¿O es que acaso los blancos somos incoloros?
    No hay nada de peyorativo en utilizar «negro».Basta ya de ultraconvencionalismos y frases pseudo políticamente correctas.

  22. No soy un gran seguidor del boxeo pero me encanta la historia de Floyd Patterson. Es recordado con “el bueno” o “tio tom” pero su historia es mucho más compleja y esa forma de calificarlo me parece injusta. Es un boxeador que va a los combates con un disfraz en la maleta por si pierde, que desaparece después de la primera derrota contra Liston (y acaba en Madrid). El lo explico de la mejor manera posible:
    «Lo que me asusta no es que me hagan daño, lo que me asusta es perder. Perder entre las ocho cuerdas no es lo mismo que perder en cualquier otro sitio. Un púgil que ha sido vencido por k.o. o por inferioridad manifiesta sufre de un modo que no podrá olvidar nunca. Le pegan la paliza bajo los focos, con miles de testigos que lo insultan y le escupen, y sabe que también lo están viendo otros muchísimos miles de personas a través de la televisión y de los noticiarios cinematográficos».
    Me encanta Jot Down y me parece que un articulo sobre Floyd Patterson es imprescindible.
    Mientras tanto recomiendo Retratos y encuentros de Gay Talese le que le dedica un capitulo o Rey del mundo de David Remnick en el que también se cuenta su historia aunque sea un libro sobre Ali.

  23. Pingback: a bird machine » Un oso en las garras de La Mafia

  24. Joe Louis

    Felicitaciones por el artículo.

    El apodo de “Sonny” en efecto se lo pusieron los presos porque Liston era el más joven de los que estaban entre barrtotes, porque por tamaño ningún recluso osaba a desafiarlo con 15 años.

    Liston nunca tuvo el control de su carrera, Frankie Carbo desde la cárcel, designó a Blinky Palermo para que se hiciera cargo de la gestión de Liston. Antes de ellos, la mafia de la costa oeste ya lo controlaba. Liston era un tesoro demasiado precioso entonces, estaba considerado como potencial campeón del mundo del peso pesado, por eso en una de las convenciones que celebraba el hampa se acordó que tomara cargo de él la costa este, ya que New York, Chicago o Philadelphia eran los lugares donde se hallaba la elite del boxeo, y dónde estaba el dinero de verdad.

    Sonny agradeció mucho a Floyd Patterson la oportunidad, que le brindó, concediéndole la revancha y defendiéndolo públicamente (dentro de la sensibilidad especial de Sonny).

    Clay lo perseguía por todas partes, en un hotel de Las Vegas, Clay se burlaba una noche de él, “Observen damas y caballeros como el oso feo pierde con los dados” o “Miren ahora señoras y señores, ahora el oso feo está nuevamente perdiendo con las cartas”. Un Liston cansado le miró fijamente a los ojos le espetó al bocazas “Mira, maricona negra, como te calles, te mato”. Clay repentinamente palideció.

    Más tarde, Liston junto a Red Smith un periodista de Philadelphia íntimo amigo suyo (posiblemente el único miembro de la prensa que podía considerarse amigo de Sonny) se reunió en el bar del hotel donse estaba Clay, estampándole un bofetón que enmudeció a Clay. “¿Por qué has hecho eso?” exhortó Cassius. “Porque tienes mucha cara” respondió Liston. “Ahora tengo el corazón del muchacho” confesó Liston a Smith cuando se marchaban. Eso creía…

    Un saludo

  25. JOSÈ PEREIRA TEMIÑO

    MUHAMMAD ALI EL JOSÉ LEGRÁ DE LOS PESOS COMPLETOS.

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