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Viaje a la isla de San Simón

Isla de San Simón
Isla de San Simón. Foto: Sgilfra (CC)

Recuerdo la primera vez que estuve en la isla de San Simón. Tan solo he vuelto en una ocasión, un par de años más tarde, para asistir a un festival de música independiente llamado Sinsal cuyo cartel uno desconoce hasta el instante en el que llega a la isla y descubre cuáles son los grupos que, a ciegas, ha pagado por ver. Hay algo divertido y enigmático en todo ese proceso. Al anochecer te subes de nuevo al barco, regresas a la costa y, con el paso de los días, todo lo sucedido esa tarde en la isla se queda atrapado en algún rincón impreciso de tu memoria, como un extraño sueño de verano.

Mi primer viaje a la isla no fue menos misterioso. Recuerdo aquella sensación extraña pero agradable, como si estuviese adentrándome en un lugar secreto, ajeno al mundo, refugiado en alguna parte de la ría de Vigo. A bordo de la pequeña embarcación que me recogió en el puerto de la parroquia de Cesantes, en el municipio de Redondela, contemplaba aquella isla menuda y boscosa a la que nos dirigíamos y tenía la sensación de que no era difícil comprender toda su historia de un solo vistazo.

Al llegar, un guarda nos esperaba sobre una escalinata de piedra que conducía a una gran verja de hierro. En cierta forma, era como llegar a una versión en miniatura de Shutter Island o la isla del doctor Moreau. Yo había reparado en la isla de San Simón cientos de veces desde la carretera, en el trayecto entre Vigo y Pontevedra, pero jamás había considerado la posibilidad de hallarme algún día sobre ella. Era un lugar que, sencillamente, estaba ahí. Como casi todo lo inaccesible.

Unas semanas antes, una plataforma de promoción cultural me había invitado a participar en unas jornadas de debate que se celebraban en la isla y decidí que era la ocasión perfecta para conocerla. La gestión del archipiélago —siendo estrictos, la conocida como isla de San Simón son realmente dos islas, la de San Simón y la de San Antón, unidas por un antiguo puente de piedra— corresponde a la Fundación Illa de San Simón, dependiente de la Consellería de Cultura, y no es fácil conseguir permiso para realizar una visita. De hecho, y salvo durante un par de meses en verano, ni siquiera existe transporte regular.

Contra todo pronóstico, San Simón era exactamente como me la esperaba. Entendí al momento por qué Manuel Vázquez Montalbán la había elegido como escenario principal de su novela Erec y Enide, en la que el viejo profesor de literatura medieval Julio Matasanz es llevado a la isla de la ría de Vigo para recibir un homenaje. Todo en ella es literatura. La de sus senderos y paseos, que unen entre sí, bajo los árboles, las pequeñas plazas empedradas que la adornan. Y la del paisaje impecable que la rodea, reservándole el centro de la preciosa ensenada. Y la de las vistas al fondo y la boca de la ría desde los miradores ubicados en ambas puntas del archipiélago. Y la de los llamativos rincones que salpican sus escasos doscientos cincuenta metros de largo, como el cementerio de San Antón, la capilla de San Pedro o los propios escondrijos de la espesura que cubre la isla.

Es su propia literatura la que sirve de motor a la literatura de otros. No solo a la de Vázquez Montalbán, sino también a la del poeta medieval Mendinho, que se refiere a San Simón en una cantiga cuyo manuscrito aún se conserva y a quien se ha dedicado una estatua en la isla, en la Praza dos Poetas do Mar, junto a los otros dos juglares de la ría, Johan de Cangas y Martín Codax. Pero también a la de Julio Verne, que guio a su Nautilus hasta la ría de Vigo en el capítulo octavo de la segunda parte de Veinte mil leguas de viaje submarino, titulado «La bahía de Vigo», para buscar los tesoros que en el año 1702 se perdieron en el mar durante la histórica batalla de Rande, en la que navíos ingleses y holandeses, unidos contra la Corona de Castilla en la guerra de Sucesión, atacaron a los galeones de la flota de Indias que llegaban en ese momento desde América con el cargamento de varios años.  

Allí, junto a la isla de San Simón, se erige un monumento al capitán Nemo, que contempla las aguas de la ría con uno de sus buzos, visible solamente cuando desciende la marea. Pero no fue la batalla de Rande la única ocasión en la que los ingleses abordaron la isla de San Simón. También lo hicieron Francis Drake y sus piratas unas décadas antes, a finales del siglo XVI. En realidad, la historia del archipiélago está ligada a la de los diferentes conflictos e invasiones que se produjeron en la zona, como las que resultaron de las guerras Irmandiñas o la guerra de la Independencia española. Un panorama inestable que se prolongó durante muchos años hasta que, a mediados del siglo XIX y mediante Real Ordenanza, la isla fue convertida en una leprosería con el objetivo de controlar las epidemias y preservar el desarrollo mercantil del puerto de Vigo. Así, todo aquel enfermo incurable que viajase a bordo de cualquier barco que cruzase la ría era condenado a pasar sus últimos días en la isla de San Antón, reservándose la de San Simón para las tripulaciones obligadas a permanecer en cuarentena.

Desde la guerra civil y hasta el año 1943, la isla fue utilizada como penitenciaría franquista, y a sus celdas fueron conducidos muchos de los presos políticos capturados en el noroeste de España. Hoy en día, sin embargo, y tras más de medio siglo de absoluto abandono, ha sido transformada en un espacio de creación y colaboración cultural que lleva el nombre de Illa do Pensamento (en castellano, isla del Pensamiento) en cuyas instalaciones, restauradas por el arquitecto César Portela, se llevan a cabo actividades esporádicas de carácter artístico o intelectual.

La historia de la isla de San Simón, su pasado convulso como escenario de diversas disputas y las escenas de espanto vividas durante sus etapas como lazareto y cárcel del franquismo —en la isla se pueden visitar las exposiciones As paisaxes do illamento y Rostros da Memoria— chocan con su condición actual, tan en consonancia con la serenidad del hermoso enclave en el que se halla. Al atardecer, mientras me alejaba de la isla en la barquita que me dejaría de nuevo en Cesantes, pensaba en lo difícil que parecía que en un lugar tan mágico y fascinante hubiesen podido tener lugar contiendas y horrores semejantes, pero supongo, al fin y al cabo, que ese es uno más de los muchos e inesperados recodos que esconde la ría.

Lo afirma Nemo en Veinte mil leguas de viaje submarino: «Pues bien, señor Aronnax, nos encontramos en esta bahía de Vigo, y de usted depende conocer con todo detalle el secreto de los misterios que encierra». Sospecho, capitán, que es imposible.

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2 Comments

  1. blunsburibarton

    Creo que es más fácil mantener viva una impresión si se asocia con un lugar determinado. Hace muchos años, hartos de ver esas dos islas en la distancia, un grupo de amigos decidimos planificar un día de descubrimientos en la Isla de San Simón. Alquilamos en Rande una barca y, sin experiencia marinera, enfilamos hasta una de las rampas que tiene la isla en su cara norte, en el lado oculto a la playa de Cesantes. Recuerdo las hojas de eucalipto por el suelo, las ruinas del antiguo lazareto y el puente que comunicaba ambas islas. Nuestra aventura duró unos quince minutos. El tiempo que nos concedió el azar para encontranos con un guardia de seguridad que nos echó de mala manera y que alabó la fortuna de no encontrarnos con los perros. En ese momento no nos preguntamos qué coño hacía un guardia custodiando unas ruinas ni nos cuestionamos las órdenes del tipo uniformado. Al fin y al cabo nosotros éramos casi unos críos y él tenía unos perros y los instrumentos propios de un securata. La visita fue breve pero los recuerdos ya son imborrables.
    Volví décadas después a la isla. Con ocasión de algún evento cultural que ahora ya no recuerdo. Esa segunda expedición careció del encanto de la primera y apenas sé el motivo por el que era factible hacer la visita.
    Hay algo romántico en la idea de que en España nadie pueda ser dueño de una franja del litoral determinada. Eso nos hace copartícipes de un patrimonio común. Otra isla de la ría de Vigo, la de Toralla, tuvo que hacerse accesible a todos aquellos que querían disfrutar de sus dos playas para disgusto de sus asalariados residentes. Muchas veces me he culpado de no haberme enfrentado a los obstáculos que nos impidieron disfrutar en aquel momento de la Isla de San Simón y aún hoy considero que allí (a diferencia de las Islas Cíes) hay un patrimonio desperdiciado y aún por descubrir para quien quiera conocer los secretos de la Ría de Vigo.

  2. Esther

    Wow qué interesante toda la historia que tiene detrás esta isla, sería muy interesante irla a conocer. Sé de personas que han ido a San Simón a hacer retiros de yoga. No sabía que se requería permiso para conocerla, me ha llamado mucho la atención ir así que veré cómo es todo el proceso para entrar a la isla. También he leído que no se puede comer en la isla sin alguna licencia anticipada.

    Supongo que la experiencia se disfruta más yendo con algún guía debido a la historia que tiene y para conocer con exactitud cada rincón de San Simón.

    Interesante tu artículo, realmente tengo muchas ganas de conocer este lugar, me han dicho que es muy lindo e interesante, entré por casualidad a esta página para leer un poco y al toparme con esta sección de viajes y ver que se hablaba de San Simón pues no dude ni en un momento en darle clic y enterarme más sobre este sitio.

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