Arte y Letras

Las comparsas de negros y el tango americano

dandys negros
Los Dandys Negros, 1963, original de Enrique Villegas (Cortesía de Archivo Miguel Brun)

Contaba Walter Benjamin que «hubo un autómata construido en tal forma que habría replicado a cada jugada de un ajedrecista con una contraria que le aseguraba ganar la partida(…) Con un sistema de espejos se provocaba la ilusión de que esta mesa era por todos lados transparente. Pero, en verdad, allí dentro había sentado un enano corcovado que era un maestro en el juego del ajedrez y guiaba por medio de unos hilos la mano del muñeco. Puede imaginarse un equivalente de este aparato en filosofía».

Dentro del carnaval —y del flamenco de Cádiz— se esconde un afrodescendiente —y la gitanería, claro—, que nadie ve, pero que maneja magistralmente la partida y siempre gana. La herencia y verdad de los «sonidos negros» de las que hablaba, y en las que creía, el cantaor jerezano Manuel Torre no pueden ser más claras cuando hablamos de Cádiz y del carnaval.

La Compañía Gaditana de Negros se funda en 1765 por emprendedores gaditanos blancos. Un acontecimiento comercial que realiza su primer y terrible viaje en la fragata Venganza. Se trae a doscientos cincuenta seres humanos. ¿Qué sonidos negros tendría la fragata al llegar al muelle?

El historiador Arturo Morgado en sus estudiosos sobre la esclavitud en la Baja Andalucía asegura que «en el período comprendido entre 1660 y el final de la centuria, los esclavos superan holgadamente el 10 % del total de bautizados, y entre 1670 y 1684 son incluso más del 15 %». Pero ni siquiera los muertos están a salvo de los vencedores, que escribía Benjamin. Sus rastros están borrados. Son inmateriales. O fantasmagóricos.

De la fecha de fundación de la cofradía del Rosario no tenemos constancia pero se sabe que estuvo en el hospital de la Misericordia hasta 1593. Y que fue fundada por esclavos y libertos negros. También se conocen los villancicos de las comparsas de negros de la catedral de Cádiz, ya citados, que fueron impresos en 1660 y tuvieron muchas ediciones posteriores. Y que en Cádiz aún existe el callejón de los Negros, en el que, con seguridad, estaba el almacén de la Compañía.

El callejón de los Negros
les quiere representar
a los esclavos cubanos
que vinieron de ultramar, (…)
cómo nacieron los tangos
al fundirse en el compás
de aquellos ritmos cubanos
y el sabor del Carnaval…
(El callejón de los Negros, 1985)

No sabemos si a Antonio Machuca, un gaditano rico y negro liberto, le gustaba el carnaval. Lo que sí es que su integración era un hecho pesar del racismo. O si el negro cojo que vendía candela —que aparece dibujado por Tomás de Sisto en Los gritos de Cádiz, publicado en 1813— salió en alguna comparsa. Podemos intuir cómo fueron aquellos gaditanos por los estudios del cubano Fernando Ortiz sobre los negros que ceceaban en La Habana. «Los negros curros» pasaron de ser matones y chulos a pintorescos personajes del carnaval cubano que tocaban la bandurria.

Según Ortiz eran «africanos, coloniales y andaluces; étnicos, sociales e históricos». Muchos negros que lucharon por la independencia de Cuba fueron desterrados en Cádiz y habitaron cárceles africanas, como las de Ceuta. Son los que aún se recordaban como para nombrar a una chirigota de 1950, y de Cañamaque, como «los Ñáñigos», nombre de una cofradía secreta, los Abakuá, formada por esclavos cubanos.

Un rastro que es oro puro son los villancicos de las comparsas de negros antes citadas. Adolfo de Castro los consideraba «ridículos» y la estudiosa Villasante resalta el elemento cómico de los mismos: «lo irreverente (…) las barbaridades graciosas que sobrepasan los límites de la religiosidad». ¿No suena eso de «barbaridad graciosa» a la reacción de una decimonónica vieja rica a un cuplé de chirigoteros calificados de «grotescos» como el famoso Suárez o Paco Coca? Como bien estudia Javier Osuna y Ramón Solís, el villancico negro es una fuente de la que el carnaval podría haber bebido, y mucho:

Gurumbá gurumba
ziculenda venimo
pulumqué, pulumqué
pul cantá y tañeé

O este en el que se imita el italiano macarrónico que de seguro sonaría por la ciudad:

Hágame calle
quítese, dejen
que acuda lu cane
qui llegui le perri
y á la salú du niñi
quítense, dejen,
qui curra, qui brinqui
qui salti, qui trepi.

¿No es muy raro que estas canciones con estribillo —que se cantaban todo el año— no los aprovechara y reapropiara el pueblo para sus propias creaciones? ¿Serán los tatarabuelos de los tan gaditanos trabalenguas de los estribillos?:

Roque palitroque, setibal Kake-walh
curri, lamecurri, setibol kaka-wolh
U, felisibú, mambrú
Mane cataplane, manebú

que escribió el Tío de la Tiza para el coro los Anticuarios en 1905.

La simple comparación con los poemas negros de «Sóngoro cosongo» (1931), del poeta negro y cubano Nicolás Guillén nos dan una clave de la fórmula y de una manera de hablar y crear: ¡Yambambó, yambambé! /Repica el congo solongo, /repica el negro bien negro;/congo solongo del Songo/ baila yambó sobre un pie. /Mamatomba, /serembe cuserembá.

Para el atisbar el origen del pasacalles podemos hacer carnaval comparado. Un carnaval musical, y de negros, es el Mardi Grass de Nueva Orleans. Es fácil ver similitudes en los pasacalles de la second line al compás de los vientos con el ritmo endiablado y el tipo-tipo de la caja y el bombo en el desfile de una chirigota desde el local de ensayo hasta la puerta de atrás del Falla.

Si el cake walk era una forma musical polirrítmica de los esclavos de reírse de sus amos, parodiando sus movimientos refinados, en Cádiz las agrupaciones de principios de siglo XX los metían con letra irónica y los aprovechaban para parodiar las buenas costumbres y modales de los burgueses locales que repudiaban el carnaval de calle.

En el origen, el término procede de un concurso que el dueño de los esclavos proponía a sus posesiones. El que mejor bailara se llevaba un trocito de pastel. Para los esclavos, el concurso era una oportunidad de divertirse. El cake walk se popularizó en Europa desde la Exposición Universal de París en 1900. Si Alejandro Dumas viajó de París a Cádiz y escribió un libro, el cake walk llegó al Tío de la Tiza para que escribiera un viaje de letras.

Y otro detalle que da que pensar: en el cake walk rodado en 1903 que archiva la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, baile más primigenio y menos manierista en saltos y patadas que los posteriores, se pueden ver cinco negros caminando al son de la música con un paso muy parecido al tipo-tipo gaditano, que es una suerte de marcha en el pasacalles (y entre copla y copla) en el concurso del pastelazo carnavalesco.

En la historia del carnaval de Cádiz la negritud gaditana se perdió en el camino del blanqueamiento de los descendientes y el racismo. Gente de arte y golfería, de guitarritas canallas y de Africanía desteñía —como escribe Martínez Ares en Los Carnívales, 2019—.

Así como el tipo argentino o mejicano han sido una constante en el carnaval, es en lo negro o cubano donde se encuentran muchas de las conexiones de la música de carnaval con sus hermanas americanas. Los conceptos cubano, negro y esclavo se documentan ya en Guaracha Cubana (1884), cuando Pedro Marcelo denominó a su grupo Comparsa de Negros.

Encontramos a muchas agrupaciones con la temática: desde Los Caballeros Cubanos (1901), Los Violinistas Cubanos (1909) que rinden homenaje al violinista cubano y negro José White y Laffite, Los Ñáñigos de Cañamaque (1950), Los Guajiros (1954), de Paco Alba. Los Maniseros Cubanos (1967), Cuba (1980), El Callejón de los Negros (1985).

Este artículo forma parte del libro Historia general del Carnaval de Cádiz, de David Monthiel.

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