Llamar «pensamiento único» al discurso dominante resulta, más que equívoco, contradictorio, y el hecho de que esta denominación se haya vuelto de uso común es un motivo más para ponerla en cuestión.
En puridad, la expresión «pensamiento único» es un pleonasmo: el pensamiento, literalmente entendido como la potencia y el acto de pensar, como la herramienta y la tarea cognoscitiva de los seres racionales, es básicamente único. Por eso, cuando su objeto está bien definido y claramente delimitado, el resultado del pensamiento también es único: solo hay una física, plenamente aceptada por todos los científicos del mundo, por más que los especialistas puedan discutir sobre determinadas cuestiones aún por dilucidar o sobre las implicaciones filosóficas de la mecánica cuántica; y aunque se suele hablar de distintas geometrías en apariencia incompatibles (la euclidiana y las no euclidianas), no son más que ramas divergentes —pero de ningún modo contradictorias, sino complementarias— de un mismo tronco matemático.
En terrenos más imprecisos que las disciplinas científicas propiamente dichas, es lógico y deseable que haya distintas escuelas y teorías; pero la forma correcta de razonar sigue siendo una y la misma para todos. Y lo que en la actualidad intentan hacer los poderes establecidos —con la ayuda de posmodernos, «nuevos filósofos» y relativistas culturales— es precisamente romper la unidad —en el doble sentido de unión y unicidad— del pensamiento imponiendo un pensamiento múltiple y disperso; un pensamiento «débil», en cuanto que fragmentario, puesto que en todas las luchas —y la de la razón contra la barbarie es la madre de todas las batallas— la fuerza deriva de la unión.
La verdad es revolucionaria, y como los medios de comunicación alternativos hacen cada vez más difícil la ocultación sistemática —sistémica— de la verdad, el poder, sin renunciar por completo a la oscuridad y el silencio, está optando, cada vez más, por la estrategia complementaria: la del deslumbramiento y el ruido. Si no puedes ocultar la verdad, fragméntala y revuelve sus trozos en el molino/caleidoscopio mediático, e interpreta cada fragmento de una manera, de varias maneras distintas e incluso contradictorias, con lo que, además, darás una imagen de tolerancia y pluralismo. Porque la verdad solo es revolucionaria cuando es toda la verdad y nada más que la verdad; cuando el poder la trocea, la muele, la criba y la adereza para su consumo masivo, el alimento de la mente se convierte en comida basura, como cuando el trigo se convierte en bollería industrial.
Hay que reconocerle al relativismo cultural el mérito de haber impugnado el eurocentrismo que durante siglos ha dominado la cultura occidental. Y las críticas posmodernas al marxismo y otros supuestos discursos totalizadores eran —y siguen siendo— necesarias. Pero los relativistas y los posmodernos, en su compulsivo —y a menudo tendencioso— afán de renovación y limpieza, han tirado al bebé junto con el agua de la bañera; tras lavarle la cara a los proyectos emancipatorios del siglo XIX y principios del XX, los han defenestrado (solo simbólicamente, por suerte) y han proclamado el fin de la historia, que equivale al fin del pensamiento (historia = relato = relación = reflexión; si el relato se vuelve definitivo e inmutable, cesa la reflexión).
Mediante una perversa metonimia —el poder es un poeta malo, en ambos sentidos del adjetivo— el discurso dominante confunde la deseable multiplicidad de ideas con un desestructurante pensamiento múltiple para el que todo vale y nada tiene valor. La vieja máxima «divide y vencerás» no solo es aplicable a los ejércitos u otros grupos humanos, sino también a las ideas y los valores, a los sistemas éticos y conceptuales. Fragmenta la realidad, fragmenta el pensamiento mismo, y con sus trozos podrás hacer lo que quieras. Y para esa tarea de deconstrucción del mundo y de la mente, el poder cuenta con la complicidad de legiones de «intelectuales» y «comunicadores» que no solo han encontrado en el pensamiento múltiple una confortable forma de vida, sino también un lenitivo para su mala conciencia y una coartada para su cobardía.
Pensamiento discreto
¿Qué pensaríamos de alguien que aceptara las dos premisas de un silogismo y negara su conclusión? Alguien que dijera, por ejemplo: «Todos los hombres son mortales; Sócrates es un hombre; pero Sócrates no es mortal». Pensaríamos que, una de tres: o está loco, o es un discapacitado mental, o nos está tomando el pelo. Pues bien, cualquier persona decente suscribiría la siguiente premisa mayor: «Para secundar a un dictador sanguinario hay que ser un canalla», y, sin embargo, muchos no admitirían la inevitable conclusión del silogismo, o no se atreverían a formularla en voz alta, si en la premisa menor figurara el nombre de un rey o de un papa.
Y aunque en muchos casos este tipo de cogitus interruptus responda a una estrategia deliberada, cuesta creer que todos los que incurren en tal mutilación del pensamiento sean locos, farsantes o descerebrados. La explicación de este alarmante fenómeno hay que buscarla, al menos en parte, en la imagen fragmentada, discontinua —discreta, en el sentido fisicomatemático del término— que de la realidad nos ofrecen los grandes medios de comunicación. El videoclip y el spot publicitario son los paradigmas de la comunicación moderna (o posmoderna), comprimida y sincopada, veloz y efímera. La información se recibe en ráfagas dispersas e inconexas; los eslóganes y las consignas sustituyen a la reflexión ética y política… En consecuencia, el pensamiento mismo tiende a fragmentarse, a perder unidad y coherencia, y la presión social —cuando no la represión pura y dura— hace el resto: los dos sentidos del término discreción —discontinuidad y prudencia— confluyen y se refuerzan mutuamente, actúan de forma sinérgica como inhibidores de la razón.
Los sofistas de ayer tenían que tomarse el trabajo de construir elaborados razonamientos falsos que pudieran pasar por verdaderos; los de hoy lo tienen más fácil: basta con fragmentar los razonamientos verdaderos para construir una gran mentira a base de medias verdades.
Pensamiento circular
Un viejo chascarrillo italiano con el que se solía entretener a los niños decía así: un arriero se detiene a comer en una posada y toma pan, vino y tocino. A la hora de pagar, el posadero le pide una lira por el pan, una lira por el vino y una lira por el tocino. El arriero pone un par de monedas sobre la mesa y se dispone a marcharse. «Aquí solo hay dos liras», dice el posadero. «Pues claro: una lira por el pan y otra por el vino», replica el arriero. «¿Y el tocino?», pregunta el posadero. «Pues eso: una lira por el tocino y otra por el pan», responde el arriero. «¿Y el vino?». «Pues eso: una lira por el vino y otra por el tocino». Y así sucesiva e indefinidamente.
El pensamiento, en cuanto que verbal, es una línea que se desarrolla en el tiempo, como el propio lenguaje, como la música; es un camino que recorremos —que hacemos— paso a paso. En cada momento estamos en un tramo del camino, no lo abarcamos todo a la vez. Si el recorrido es tan corto como el del chascarrillo del arriero, solo alguien muy obtuso sería incapaz de verlo en su totalidad; pero cuando el camino silogístico es largo y enrevesado, es fácil despistarse, e incluso no darse cuenta de que la línea argumental se ha cerrado sobre sí misma y estamos andando en círculos.
Los políticos no paran de decirnos que su programa es el mejor porque nos traerá mayor bienestar. ¿Y por qué nos traerá mayor bienestar? Porque es el mejor programa político. La publicidad repite sin cesar que para ser felices tenemos que comprar un automóvil potente. ¿Por qué? Porque la felicidad pasa por tener un automóvil potente, como se desprende de los anuncios de automóviles. Fulanita sale en la tele porque es famosa. ¿Y por qué es famosa? Porque sale en la tele…
Huelga señalar que la verdadera cuestión de fondo, la pregunta que hemos de hacernos ante la amplísima difusión del pensamiento circular, es: ¿cómo se explica que millones de personas caigan una y otra vez en una trampa tan burda? Y nada más adecuado que buscar la explicación de tamaña absurdidad en el teatro del absurdo: como dice Ionesco en La cantante calva: «Se coge un círculo, se lo acaricia y se convierte en un círculo vicioso». Haz que tu vida discurra mecánicamente en círculos acariciados por la costumbre, refúgiate en la repetición sistemática —sistémica— de una rutina tranquilizadora, y tu pensamiento se viciará cuanto sea necesario para adaptarse a esa existencia cíclica, cerrada sobre sí misma.
Pensamiento insignificante
Quienes ingenuamente creyeron que entre Darwin, Marx y Freud lo habían explicado todo se merecían el vapuleo antidogmático y antirreduccionista de los posmodernos. Pero, en su desmedido afán relativizador, los supuestos cazadores de dogmas acabaron mordiéndose la cola y, en última instancia, autodevorándose. Si todo es relativo, también lo es el relativismo, luego no todo es relativo…
Una de las más conocidas manifestaciones —o formulaciones— de la Weltanschauung posmoderna es el «pensamiento débil» propugnado por el filósofo italiano Gianni Vattimo. La fórmula es atractiva y despierta inmediatamente nuestras simpatías, nuestra tendencia a ponernos al lado del débil frente al fuerte, al que es fácil identificar con la prepotencia y la agresividad. Pero no hay que confundir la fuerza, que es la capacidad de mover o modificar algo, con el abuso de dicha capacidad. De hecho, el pensamiento más «fuerte» en sentido literal (es decir, el más operativo) del que disponemos es el pensamiento científico, que es a la vez el menos impositivo, el menos dogmático; la ciencia no pretende enunciar verdades absolutas y definitivas, sino solo conclusiones provisionales; nos propone modelos parciales continuamente sometidos a revisión, y en ello reside su enorme fuerza transformadora. Nada que ver con las teorías sociopolíticas o psicológicas que pretenden explicarlo todo a partir de unos cuantos principios generales o en función de una fórmula lapidaria, teorías que los posmodernos y los relativistas culturales han criticado con sobrada razón.
Con razón, pero, en general, sin medida ni autocrítica, cayendo a menudo en el error contrario: como no es posible explicarlo todo, no se puede explicar nada; como el pensamiento no es omnipotente, es impotente; como durante mucho tiempo nos han impuesto formas de pensar rígidas y coercitivas, no hay que aceptar ninguna disciplina mental. La consigna implícita (y a veces explícita: Vattimo lo ha expresado en alguna ocasión con estas mismas palabras) de algunos destacados intelectuales posmodernos es: «Quiero poder pensar una cosa y su contraria». Y la fórmula, una vez más, es atractiva, sugiere una envidiable situación de libertad mental absoluta. Pero es la misma libertad vacía —la libertad del vacío— que reclama la paloma de Kant al quejarse de que el aire frena su vuelo.
Porque, en última instancia, ¿qué significa «pensar una cosa y su contraria»? Si nos referimos a contemplar todas las posibilidades y a emparejar cada tesis con su antítesis, no hemos inventado nada nuevo: es la vieja dialéctica de Hegel, directamente inspirada en el método científico y en la mayéutica socrática. Y si por «pensar una cosa y su contraria» entendemos pensar a la vez que dos más dos son cuatro y que dos más dos no son cuatro, entonces no estamos diciendo nada, la formulación carece de sentido; es literalmente «insignificante», puesto que no tiene ningún significado operativo, o tan siquiera propositivo.
Al igual que los surrealistas (también ellos hijos pródigos de Marx y de Freud), algunos posmodernos pretenden librarse de todas las ataduras, de todas las reglas; pero, al contrario que los surrealistas, no quieren admitir que eso solo es posible en el inaprensible mundo de los sueños, en un paraíso trivial y regresivo en el que el pensamiento confunde la independencia con la incontinencia y, para poder creerse libre de decirlo todo, acaba por no decir nada.
Bonum, verum, pulchrum. Esto sí que es la auténtica Trinidad, los trascendentales del ser.
Decía Bunge que todos estos profesores posmodernos de filosofía que reniegan en los departamentos universitarios de la verdad, si fueran realmente honestos, abandonarían la profesión y se dedicarían a otra cosa.
Como la verdad cuesta, como la verdad no está en una bandeja con un lazo, la verdad no existe.
Mi esposa en la universidad y yo en el instituto nos hemos encontrado con alumnos que al preguntar por qué esto a aquello estaba mal y al ser corregidos han reaccionado diciendo que una u otro éramos demasiado impositivos, que qué más daba siempre o a veces, que qué importaba todos o algunos, que si esto o aquello que enseñábamos era una opinión (y no la decantación de investigación, estudio y reflexión).
Sí, algunos se toman el pensamiento riguroso y la verdad como imposiciones.
Cuando en la enseñanza o en el debate hay soberbia, estolidez o profunda ignorancia, es difícil decirle a alguien que tiene el sesgo de Dunning-Kruger.
O decir a las claras «Quod natura non dat, Helmantica non praestat.» Pero lo realmente desolador es lo que criticaba Bunge, la deshonestidad intelectual y la mala fe.
La deshonestidad y la mala fe son desoladoras, desde luego; pero si no fuera por la pereza intelectual y el conformismo de muchos, esos farsantes no medrarían. Ah, el maestro Bunge, qué hueco tan grande ha dejado su reciente pérdida.
Hablando de Bunge, algún día quizá podamos hablar de Bunge versus Escuela de Frankfurt. Me gustaba Bunge: sus análisis claros, precisos, su honestidad intelectual, pero criticaba a unos que me gustan más aún: Marcuse, Horkheimer, etc.; creo que los consideraba demasiado poéticos, imaginativos, contrarios a muchos aspectos de la técnica. Estaría bien un día charlar de esto.
Gran idea, Óscar. Me quedó pendiente un debate con Bunge -y previamente con Popper- sobre el estatuto epistemológico del marxismo y del psicoanálisis, que él consideraba seudociencias (de ahí su rechazo de Marcuse y cía.), a mi entender de forma demasiado expeditiva. Intentaré recuperar mis cartas y notas, a ver si sale algo.
Me ha venido a la mente el reciente y extraordinario libro de relatos de ciencia ficción filosófico-existencialista libro de Ted Chiang, «Exhalación», al leer la parte de pensar una cosa y su contraria, relacionándola con su forma de tratar el libre albedrío en su último relato de título: «La ansiedad es el vértigo de la libertad».
Gracias por la referencia, Dani, lo leeré. Chiang es uno de los grandes, y «La historia de tu vida» ya es un clásico.
Excelente artículo. Muchas gracias al autor y a Jotdown por este regalo de fin de semana.
Gracias a ti. El regalo es tener lectores que animan a seguir escribiendo.
Como Abuelo Conejo, yo también digo gracias al autor y a Jotdwon
Querido y admirado Carlo, esa dicotomía entre ciencia y postmodernidad es más fluctuante de lo que parece y aunque esté de acuerdo contigo en el fondo no puedo dejar de señalarla. Hay también una ciencia postmoderna, desde que Turing se preguntaba en su test no por la verdad sino por la apariencia de verdad. Un materialismo y un cientificismo tan postmoderno que dice que en realidad no pensamos y que nuestra experiencia fenoménica es sólo una ilusión. No dudan de la realidad externa pero dudan que podamos tener pensamientos sobre ella. Eso lo dicen filósofos muy racionalistas. Por no hablar de los voceros de Davos, que el citado Bunge denunciaba, que ofrecen toneladas de datos pero descontextualizados para decir que vivimos en el mejor de los tiempos posibles. La ciencia es la base de la tecnología, la misma que sirve para amañar elecciones, difundir fake news, y mantener nuestra atención dispersa entre bips y lucecitas.
Tienes razón: tan fluctuante que casi se podría hablar de una relación de amor-odio. No se puede meter a todos los posmodernos en el mismo saco, ni negar sus aportaciones, a menudo fundamentales, como su crítica de cierto cientificismo ingenuo -y arrogante- todavía muy difundido.
Si todas las descripciones de una de las facetas de la realidad fueran así de amenas, simples y convincentes no llevaría ese retrogusto un poco fastidioso por algunas lecturas pasadas (a menudo agotadoras e infructuosas) sobre el mismo tema. Tu artículo me crea la sospecha -muy a mi pesar, ya que pienso que la Humanidad no puede no “progresar” viendo el devenir de su historia- de que en estos tiempos modernos a su congénito egoísmo, litigiosidad, siempre incline al hedonismo o autosatisfacción grupal o individual se le haya agregado “a la deriva”. La escena de la orquesta del Titanic me crea una cierta inquietud. El arte no anticipa el futuro, pero inquieta el presente. Mas soy optimista. Momentos trágicos no nos faltaron, y seguimos adelante. De tus reflexiones veo que la “relatividad” sale algo zarandeada. Y esta constatación me lleva a aquello de lo particular y universal que por fin tengo la oportunidad de aplicarla: yo no la critico o desprecio, ya que de otra manera, ¿cómo haría para tener a raya a ese burócrata eficaz y stakanovista de mi cerebro que me presenta todo en blanco y negro? Pero no hay dudas de que algo pernicioso posee, puesto que se le acusa hasta de ser parte de la caída del imperio romano, contagiando la disgregadora relatividad de la cultura helenista a aquellos cerriles cultivadores y pastores que vivían en una sana ignorancia, con una rígida estructura patriarcal y valores como la patria, el coraje y la religión. Espero no haberme ido pal lado de los tomates con mis reflexiones, estimado Carlo, pero es tan desorientadora la realidad que incluye tu estupendo artículo que no prevé un epílogo.
PD. Si la humanidad llegara a un momento irreversible, algo parecido a ese “Fin de la Historia” que evocás, pero con experiencias tangibles y no literarias, no hay dudas de que el culpable -y disculpame por la reiterativa y aburrida convicción- sería nuestro género. Si hubiéramos tenido un poco de esa esencia femenina que tanto nos enseñaron a despreciar, o sea, el miedo, la cobardía, el pavor, seguramente no habría habido tantas guerras, violencias, exterminios y estupros. Cierto, hoy no podríamos asomarnos a la puerta sin encontrar uno similar. Hasta prueba contraria todos esos anuncios que nos prometen paraísos, juventud inextinguible, millones, potencia sexual, autos y perfumes son de matriz masculina. Además, si el proyectista de ese mamotreto del Titanic hubiese sido una mujer, tan previsoras y temerosas ellas, habría sacrificado el espacio disponible en detrimento de los pasajeros para potenciar la cantidad de chalupas, visto la travesía peligrosa que le esperaba, y no habría muerto nadie. Siempre un placer leerte, y perdoná el desvarío.
La realidad aquí también son
cuatro hinchas del Inter borrachos
que sudados gritan a rajagola
sin llegar -pues han sido bien educados,
a la violencia…- Se diría que hasta se
avergüenzan de sus descomposturas,
junto a una señora
disfrazada de payaso…
y dos payasitas, seguro sus hijas,
tomadas de la mano que vuelven
cansadas, serias y como con miedo
después de haber actuado en la plaza del barrio.
Uno de los tantos fermentos del mundo
ha tenido su domingo y su justo apogeo.
También pasa una monja en bicicleta
con sus vestidos largos, ¡con este verano!
ignorante de la vida, del ajetreo y de los otros.
El Brenta y su puente de los alpinos
divide en dos esta extraña sensación
de ser alguien que no está ni en uno o
en el otro lado, ni siquiera en el medio,
que sería más deseable ya que desemboca
en el mar.
Efectivamente, el patriarcado, que, en última instancia, es la ley de la fuerza bruta, está en la base de casi todos los males. Y yo también soy (moderadamente) optimista, gracias, sobre todo, a los heroicos logros del feminismo en las últimas décadas. Y al notable avance del vegetarianismo, no pierdo ocasión de decirlo. Gracias por tus «desvaríos», Eduardo.
Aparte de todo el engranaje mediático-empresarial, financiero, etc… para imponernos sus idioteces (si compras un automóvil serás feliz, y lo serás porque es feliz quien compra un automóvil), siempre me ha desanimado lo irracional que tiene el humano: sé de gente que prefiere estar peor con un gobierno que le perjudica económicamente que estar mejor con un gobierno al que detesta por otras razones. Eso no es fácil de combatir con razones. Como he conocido gente que es de izquierdas mientras puede alardear de ser el más de izquierdas, pero cuando alguien le supera en izquierdismo, entonces empieza a hacerse de la ideología contraria. Igual que pienso en el tema de la guerra: ¿pelean los seres humanos porque van engañados a las guerras, o es que también «les va la marcha» a veces y les gusta la guerra, como señalaban Freud y Russell, tan distintos los dos?
Complejas cuestiones, las que planteas. La necesidad de creer firmemente en algo y la necesidad de pertenecer a un grupo degeneran fácilmente en dogmatismo, supremacismo y belicismo. La manipulación de la gente por parte de quienes detentan el poder y se benefician con los conflictos, hace el resto.
¡Qué barbaridad de artículo!
Denuncia tan bien parte de los vicios de nuestro tiempo que debería ser enmarcado y puesto en la cabecera de la cama y ser de obligada lectura:
«Todo es relativo» o «todas las ideas son respetables» son dos eslóganes que desgraciadamente se suelen oir en cualquier conversación de café, esa y aquella de que «sobre gustos no hay nada escrito».
Mil gracias por esta joya.
Gracias a ti, MA. En mi juventud, le oí a una amiga la respuesta perfecta al consabido «Sobre gustos no hay nada escrito»:
«Hay mucho y muy bueno, pero tú no lo has leído».
En el artículo puede parecer que el grueso de la población no piensa por falta de esfuerzo o por costumbre. Pero yo no creo que la lucha entre los que intentan manipular y los manipulados sea en igualdad de condiciones y solo en el plano del pensamiento consciente.
Me explico, el “el modelo” de cerebro del homo sapiens-sapiens es el mismo des de hace más de 100 000 años. En esa escala, hace muy poco que tenemos el estilo de vida y tecnología actuales. Nuestras emociones, pensamientos y conductas no dejan de ser instintos evolucionados y a nivel inconsciente nos movemos buscando la adaptación a un entorno que ya no existe.
Detrás del marketing hay expertos de diferentes áreas, trabajando incansablemente para apelar a nuestros instintos más básicos (sobre todo el miedo).
Si me machacan (des de la infancia, a diferentes niveles y por diferentes canales sensoriales) con que con un coche de marca seré más aceptado socialmente, me va a costar no desear ese coche. Si soy diabético, voy por la calle y huelo el ambientador de vainilla que han puesto en la heladería me va a costar mucho más controlarme y no comprarme un helado.
Y eso es lo más evidente, no quiero ni pensar en la de técnicas de manipulación a nivel inconsciente que desconocemos.
Lo que quiero decir, es que evidentemente la lógica y el razonamiento nos pueden ayudar a discernir la verdad. Pero hace falta algo más para poder combatir esas armas tan poderosas.
Desde luego, hace falta algo más: organización política, poder popular. La eterna lucha contra los ricos, como ya lo entendió Platón. La batalla de las ideas es muy importante, pero, sí, hace falta algo más.
Disculpa, Eva, se ha volatilizado mi respuesta. Resumiendo, te daba la razón en que hace falta algo más. En última instancia, y como casi todos, es un problema político.
Bravo, bravo y bravo.
Gracias, gracias y gracias.
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