Miren cómo agarra el micrófono. como si estuviera a punto de fundirse con él. No canta, susurra, porque le está confesando un secreto: «Cariño, quiero un regalo muy especial, quiero un trío contigo y con ella. Ya sabes lo que hay». Ella es Patty Pravo, la cantante de «La bambola» y «Ragazzo triste», que está dejando estupefactos a todos (y todas) los que en ese momento de 1978 han conectado con la cadena pública RAI mientras interpreta la canción de Ivano Fossatti y Oscar Prudente, «Pensiero stupendo».
Al encender el televisor se han encontrado con esta rubia, alta y bellísima que, vestida con un traje de pantalón y chaqueta adornado con una corbata para reforzar ese toque medio andrógino —mezcla explosiva con su imponente melena— está pidiendo a gritos y gemidos que suben y bajan en octavas ¡y en la tele pública de un país dominado por la Democracia Cristiana! una fantasía sexual. Solo le falta el cigarrito en la mano (vean y busquen en YouTube) y un «¿te queda claro, cielo?».
En la Italia de hoy, o al menos la que nos llega a través de su televisión —desde la RAI al Telecinco italiano, imperio berlusconiano— esa imagen parece casi una ilusión. Estamos tan ametrallados con las velinas, las «rubi-corazones», lo soez y la falta de elegancia que ver a la Pravo nos puede provocar un pasmo. Y una es entonces cuando se pone a pensar, qué pasó hacia los noventa cuando todo cambió, y para peor, sobre todo en cuanto a las mujeres en Italia se refiere. Pravo 1- velinas 0, aunque bien se le puede dar una vuelta al marcador: Berlusconi 10 – mujeres 0.
La escritora y periodista italiana Laia Caputo (Nápoles,1960) reconoce que en aquella época de los sesenta y setenta, el país de los Dolomitas vivió su propia revolución sexual. Así lo cuenta en su novela Dime una palabra más, que publicó Xordica hace algunos años, donde recorre la vida de una adolescente que en esos años tuvo que enfrentarse a una madre para quien «la decencia se conserva con el himen intacto». Ah, la Italia de los valores cristianos. Ella, la madre, no se da cuenta de que el país, no sus estructuras políticas, está cambiando y que ya hay muchas chicas jóvenes para las que, como sucedía en otros países europeos, eso de la virginidad hasta el matrimonio es cosa de curas y papas.
Sin embargo, todo se iría al traste con la llegada de Silvio, ese cantante de baladas en cruceros: «Fue una época de modernidad que finalizó con el asesinato de los jueces Borsellino y Falcone y la llegada de Berlusconi en 1994. Entonces comenzó otra Italia, otro mundo», según explicó Caputo en una entrevista en 2011 en la que además, añadió: «Estamos viviendo un retroceso. En la televisión ahora apenas hay mujeres periodistas. Y, por ejemplo, el 50% de las mujeres italianas están desempleadas. Además, ese 50% ya no busca empleo, porque no puede trabajar. Tienen hijos, pero no hay guarderías públicas ni servicios. El estado del bienestar se ha sustituido por el de la familia». Como en los tiempos de aquella madre abnegada.
Pero regresemos a la Italia de hace cuarenta años y hagamos un recorrido por aquella escena cultural en la que brillaron mujeres con un mensaje y una actitud que rompía con todos los esquemas de ese católico país tan embebido por las doctrinas que llegaban del Vaticano. Porque si bien Pravo puso como platos los ojos de los espectadores en 1978, no era una desconocida. De hecho, la canción «Pensiero stupendo» había sido escrita en 1974 pero no se había encontrado a ninguna artista que quisiera interpretarla. Hasta que se la ofrecieron a Pravo, que en 1966 y 1968 —recuerden, año de revueltas estudiantiles que en Italia se conoció como el autunno caldo— ya había mostrado sus dotes sensuales con «Ragazzo triste» y «La bambola».
Precisamente, esta canción que, como-todo-el-mundo-sabe, trata de una mujer que manda literalmente a la mierda a su pareja por posesivo, machista y alguna que otra cosa más se sitúa en un punto completamente equidistante al de las canciones empalagosas que cantaban sus parternaires masculinos de entonces. Porque comparen ese estribillo: «No, ragazzo no, no ragazzo no, del mio amore non ridere / Non ci gioco più quando giochi tu sai far male da piangere» (es decir, de mí tú no te ríes más en tu vida), con «Succede che poi non ti accorgi nemmeno / Di essere andato un po’ troppo lontano / Scusa tanto se la vita è così / Non l’ho inventata io» (es decir, te he puesto los cuernos, pero querida, la vida es así y no la he inventado yo, que soy un tío), como cantaba Sandro Giaccobe en su «Il giardino proibito» de 1975. Y, ay, que llegó a convertirse en un himno romántico incluso en España, y hasta en los años noventa de la mano de Junco en plan gitaneo. Quizá es que en nuestros noventa también empezó cierto retroceso…
Pravo no era la única que escandalizaba y a la vez encandilaba. Algunos años antes había salido a escena otra mítica, Ornella Vanoni, nacida en 1934, que en 1965, diez años antes de aprobarse el divorcio —fue el 12 de mayo de 1974 en referéndum— se separó de su entonces marido el empresario Lucio Ardenzi. La Vanoni fue enseguida reconocida por su sensualidad y elegancia en escena con canciones como «Senza fine», escrita por su posterior pareja Gino Paoli, donde se mostraba como una mujer arrebatada que quiere algo y lo quiere ya: «Senza fine, / tu sei un attimo senza fine, / non hai ieri e non hai domani / tutto è ormai nelle tue mani, / mani grandi / mani senza fine». No es de extrañar que con sus actuaciones se convirtiera en «la gran señora» de la canzone italiana. Y eso que tenía algunas rivales bastante fuertes como la jovencita Caterina Caselli, que en 1966 había interpretado otra letra que disparaba con bala: «Nessuno mi può giudicare» (ninguno me puede juzgar). Esa madre que reivindicaba el himen intacto podría llevarse las manos a la cabeza, pero eso es lo que estaba ocurriendo
de puertas del Quirinale para fuera.
Por supuesto, más de una trajo algún disgusto para la clase biempensante. Entre ellas sobresale Mina Mazzini. Podría decirse que con ella llegó el escandalazo. Desde finales de los años cincuenta, Mina se había convertido en una de las artistas más adoradas, aclamada por San Remo y todos los festivales de música pastelosa. Mina era de las nuestras, podrían decir muchos, con esa voz de jazz que fue alabada hasta los altares por gente como Louis Armstrong. Pero en 1962 se quedó embarazada siendo soltera y ay, para qué queremos más en ese país, en el que la mujer si algo de importancia tenía era ser una buena mamma que se encarga de tener los cannelloni preparados para cuando llegara el marido. Mina fue censurada durante dos años por la RAI y tuvo que ganarse la vida cantando en Alemania —la occidental, claro— donde, pese a todo, ya tenían bastante asimilado que la mujer había salido hacía tiempo de su casa y los brazos del marido. La escritora alemana Julia Franck (Berlín, 1970) lo decía también en una entrevista a propósito de la publicación en español de su novela La mujer del mediodía: «La mujer tuvo que trabajar durante la Segunda Guerra Mundial y ahí empezó todo». Fíjate lo que hacen las guerras a veces.
Mina, no obstante, regresó a la RAI porque muchos deseaban que así fuera, y la cadena pública tuvo que poner remedio. Desde finales de los sesenta y setenta hay multitud de apariciones (que se pueden ver en YouTube) de esta mujer arrojadiza. Y un año de referencia: 1972. Fue cuando se publicó el disco Cinquemilaquarantatre del sello PDU —el título alude al número del catálogo de la discográfica— y en él se incluían dos canciones revolucionarias. Una de ellas, la que enseguida se catapultó como un éxito, fue la archiconocida «Parole, parole», escrita por Leo Chiosso y Giancarlo Del Re, los autores del Teatro 10, un programa de variedades nocturno. Es un diálogo con el cantante Alberto Lupo en el que Mina le dice que, por mucho que le dore la píldora, no se va a volver a creer nada de lo que le diga: «Parole, parole, parole / parole, parole, parole / parole, parole, parole / son tanto parole / parole tra noi». Pues eso. Que no me la lías más.
La segunda canción es «Fiume azzurro», de Luigi Albertelli y Enrico Riccardi, en la que Mina suelta su melenón al viento y grita aquello de «fiume azzurro vaaaaa» que muchos han conocido después con el «sobreviviréééééé» de la versión que Mónica Naranjo hizo en el disco Minage. Sí, «Fiume azzurro» es la versión original ultravolcánica del éxito de la Naranjo con la que Mina ya dejó estupefacto a más de uno a comienzos de los setenta. La interpretación, que también se puede ver en YouTube, muestra a la cantante con un vestido de tirantes negro que se come solita el escenario. Y al que no le guste, que arree, que ella va a tirar para adelante.
Por esa época, en la que hay que destacar programas como Canzonissima, en el que actuaron muchas de estas cantantes, también pululaba una joven Raffaella Carrà, que aportó su granito de arena a esa rivoluzione. De hecho, ella fue presentadora de este programa y antes de que pusiera patas arriba al personal con «Fiesta» o «Far l’amore», tuvo algunos encontronazos con el papa Pablo VI, que censuró su canción «Tuca, tuca», en la que la Carrà no mostraba ningún pudor al toquetear a un bailarín y dejarse tocar por él. Raffaella se llevó el toque pero también se disparó hacia la fama y ya no habría Vaticano que se interpusiese en su camino.
La música no fue, sin embargo, la única disciplina en la que las mujeres comenzaron a alzar la voz y a quejarse del estereotipo de hembra de la casa —y escribo «hembra» también con su mayor carga peyorativa—. En la escena teatral hay dos creadoras que introdujeron su voz a través incluso del humor para levantarles la falda a todos los cardenales de Roma. Una de ellas fue la milanesa Franca Valeri, nacida en 1920 y que en la II Guerra Mundial ya se relacionaba con los intelectuales de la ciudad, como Camilla Cederna, Lodovico Belgiojoso, Gian Luigi Banfi «Giangio», Ernesto Rogers o Aurel Peressutti. En los cincuenta empieza a aparecer como actriz en películas de Vittorio de Sica y Fellini, y en 1960 se casa con el actor y director Vittorio Caprioli, del que se acabaría divorciando en 1974, justo después de la aprobación de la ley del divorcio, que también fue un síntoma de que había cosas que habían empezado a cambiar en Italia.
Pero lo que hizo verdaderamente reconocida a Valeri fueron sus apariciones en la RAI en las que ridiculizaba el rol de ama de casa en los setenta. Ella sola, en el escenario, echándole humor a granel, se inmolaba como esa mujer que espera y espera mientras hace el desayuno, la comida y la cena. No se pierdan en YouTube el espectáculo «Il marito ritarda» y busquen personajes suyos como la signorina snob, Cesira la manicure y la sora Cecioni. Como ha dicho alguno, Valeri era lo más parecido que tenían en Italia a nuestro Gila, que hizo lo propio con la guerra. Y la gente se reía porque conocían a la perfección esas miserias que, mediante la carcajada —por no llorar—, la Valeri repetía en escena.
Ahora bien, si hubo una actriz grande y realmente contestataria esa fue Franca Rame, de quien se podría escribir un artículo para ella sola. Nacida en 1928, en 1954 se casó con el dramaturgo Dario Fo, quien siempre ha tenido palabras muy elogiosas para su mujer. Fueron ambos los que pusieron en marcha la compañía Dario Fo-Franca Rame en Milán en 1958 y desde el primer momento hubo un mensaje político en su obra. Un discurso que ya no estaba limitado solo al humor o una canción más o menos subida de tono como hacían las cantantes. Fo y Rame iban directos a las cloacas políticas donde se movían como pez en el agua los Cossiga, Andreotti y compañía que con mano de hierro —y un poquito de ayuda de la Mafia— dirigían el país. Rame, además, se convirtió en una de las figuras más relevantes del feminismo de entonces con textos como Todo casa, cama e iglesia, en el que removía los pilares que sustentaban la más vieja de las tradiciones —de nuevo, ese himen intacto—, o La madre, en el que por primera vez se aludía a que la mujer puede ser madre, pero también es persona y libre y no ha nacido solo para estar entre pucheros.
Su radical oposición al régimen político y su fuerte pensamiento de izquierdas —desde 1967 era miembro del Partido Comunista Italiano— hizo que en 1973 fuera secuestrada, torturada y violada por un grupo de extrema derecha. Volcó aquella horrible experiencia en el monólogo Lo stupro (La violación), que es hoy todavía uno de los textos más duros y bellos sobre una violación:
Ahora uno entra dentro de mí.
Me vienen ganas de vomitar.
Tranquila, debo estar tranquila.
«Muévete ¡puta! hazme gozar»
(…)
Soy de piedra
Es el turno del segundo…
«Muévete ¡puta! hazme gozar»
La navaja, que han usado para el suéter,
me pasa por la cara una, muchas veces
No siento si me corta o si no me corta.
«Muévete ¡puta! hazme gozar»
La sangre de las mejillas se me cuela hacia las orejas
(…)
Es el turno del tercero.
Es horrible sentir cómo dentro de tu tripa gozan las bestias.
«Me estoy muriendo —consigo decir— estoy enferma del corazón».
Años después Rame fue miembro del partido Italia de los Valores, que había fundado Antonio di Pietro para luchar contra la corrupción, y con el que llegó a ser senadora, pero que abandonó en 2008 por discrepancias con otros miembros al entrar en el Gobierno de Romano Prodi y porque, como dijo en una carta, nunca llegó a sentirse cómoda en la política oficial. Ella siempre prefirió vadearse en la calle, «en dar la batalla cultural y social, con los movimientos ciudadanos y de las mujeres», según escribió. Quiso cambiar las cosas desde dentro pero se topó con un muro. Además, ya nada era igual. Los años noventa habían creado el imperio berlusconiano. Todo estaba infectado. Murió en mayo de 2013 y aunque su marido, Fo, era el que había tenido el reconocimiento mundial con el Premio Nobel, él siempre señaló —y aún lo hace— como gran luchadora a la que había sido su mujer desde 1954.
En el cine de los setenta también hubo otras dos mujeres que pusieron su pica en la Italia más rancia: Liliana Cavani y Lina Wertmüller. La primera fue la directora de Portero de noche, en 1974, película interpretada por Dirk Bogarde y Charlotte Rampling que ponía sobre la mesa un argumento muy debatible: ¿Puede alguien sentir deseo por su carcelero? ¿Puede una mujer enamorarse del hombre que años atrás le hizo la vida imposible en un campo de concentración nazi? Cavani hablaba de la pulsión sexual alejada de todo raciocinio y voluntad. Como algo que es físico y que es prácticamente imposible deconstruir a la manera de Roland Barthes. El deseo como puro eros, lo cual choca con todas las manifestaciones eclesiásticas que bien podrían escandalizarse con la actitud del personaje de la Rampling.
Lina Wertmüller, que había sido asistente de dirección de Fellini en 8⁄2, fue más allá que Cavani. Primero por ser la primera mujer nominada al Óscar a la mejor dirección por Pasqualino: siete bellezas, en 1976. Y segundo, porque sus películas son abiertamente políticas y con un tono bastante feminista (muchas de sus protagonistas lo son). También hay desgarradoras observaciones sobre las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, como sucede en Pasqualino, que es una incursión en cómo los valores se desmoronan hasta llegar al sinsentido. Desde luego, pobre Pablo VI, que a estas alturas del partido debía de estar más que escocido en su trono del Vaticano.
Por supuesto, muchas otras cosas pasaron en aquella Italia de los sesenta y setenta y este artículo no trata de cuestiones políticas. Solo una muestra de que hubo un burbujeante movimiento que después fue aplacado por sujetadores, Mama Chicho y un cantante de cruceros que gobernó desde la empresa mediática y la tribuna política. Uno stronzo di merda.
Pónganse los vídeos de la Pravo y verán otra Italia.
Muy buen artículo!. El monólogo Lo stupro me ha impactado muchísimo. Lo desconocía. Te hace pensar, una vez más, en que ojalá veamos un mundo en el que esos animales infrahumanos de la extrema derecha sean perseguidos, marcados y «retirados» de la sociedad como los terroristas que son.
Si hubiera escrito La Libertá della Donna, con la doble ene, este artículo me hubiera resultado aún más emocionante. Y no pido tanto, ya que la preposición anterior la escribió con la doble ele. Es una “piccola” cuestión de oído para un hispanoparlante obligado a escuchar esta hermosa lengua cotidianamente. Y no sería iN-Natural o difícil de pronunciar. Después de todo somos latinos. Dentro de estas geniales mujeres faltaría una Mia Martini con su “… almeno tú nell’universo… o una Gianna Nannini y su famoso “I maschi”. Simplemente conmovedores. Con respecto a Berlusca, así es el hombre. Desgraciadamente. Hubo una don-na de su partido, Forza Italia, que, con una fulminante metáfora puso en claro su posición personal de frente a la “verticalidad” de esa fuerza política en su estructura interna. Estaba de acuerdo con esa línea, pero criticaba a su capo porque, respecto a las mujeres, las prefería en “horizontal”. Simplemente vergonzoso.
Chi dice donna, dice danno. Cómo han cambiado los tiempos. Todavía tengo esperanzas de que un día pueda ver un parlamento democrático solo de mujeres. Pienso que sería justo después de tantos siglos. Cómo andarían las cosas luego, no tengo ni idea. Pero sería cuestión de probar. Además, demostraciones de fuerza, voluntad y coraje a ustedes no les falta. Si consiguieron, allá por el doscientos AC en una Roma machista poder volver a usar joyas, cosméticos, vestidos lujosos y carruajes, prohibidos por la crisis de Aníbal en las puertas de la Ciudad Eterna, desafiando y venciendo la oposición y escándalo del gran Cattulo, el censor, pueden, decía, conseguir lo que se propongan. Muchísimas gracias por la lectura.
¿Un parlamento sólo de mujeres?
Ahora háblenos usted de Maje, entre otras.
Me corrijo. Se me mezclaron vocales y consonantes: Catone, el censor. No Cattulo.
El titular es incorrecto, es «donna».
Como se puede uno equivocar en la era de internet, es un misterio absoluto.
Y es Catullo, signor Roberto, con dos «l».
Sospechando que por el pseudónimo, Cane Rosso, sea un italiano de pura cepa, no me queda otro remedio que pedir disculpa por tamaña ofensa a su idioma. En mi descargo solo puedo apelarme a mi condición de connacional de dos grandes del momento: Bergoglio y El Pelusa, a quienes nadie se atreve o atrevió a recriminar sus «frateli e sorele», o “la bita”, en vez de “fratelli e sorelle” y “la vita”. Por supuesto que no me comparo con ellos. Faltaba más. Puesto que las dobles consonantes como las esdrújulas continúan a ser un problema para mí, de frente a la duda abundo. Mejor que zozobren en vez de que fafalten. Pero me gustaría de usted sentir pronunciar la nuestra jota. Un saludo afectuoso, Perro Rojo.
La industria cultural es una industria. Si en una sociedad se vende la contestación, los productores buscan quiénes puedan satisfacer las demandas de los consumidores. Un ejemplo en España, la discográfica Zafiro, la que publicó el catálogo más extremo del rock, estando controlada por el Opus Dei.
https://elpais.com/elpais/2018/01/24/icon/1516791754_313414.html
Una cosa es la ideología y otra el negocio. Mientras la contestación vendió, se produjo. Cuando esa generación llegó a la treintena y se convirtieron en honrados padres de familia, se les vendieron otros productos.
Las estrellas de las que usted habla, tampoco eran adalides de nada, salvo de mantenerse como fuera en la cresta de la ola.
Me sorprende que cite a Rafaella Carrá como exponente revolucionario, cuando ha sido una de tantas amigas del emérito:
https://www.elespanol.com/corazon/casas-reales/20180714/juan-carlos-gustan-rubias-amantes-clonadas-emerito/322218077_0.html
Tampoco es que Petty Pravo dé para mucho como símbolo antiberlusconi. A mí me parece un florero más, que puede ver en el Play Boy nº12 Dicembre 1974.
No sé cómo un error de bulto como hablar de Patti Bravo y ver a Rita Pavone en la imagen no ha sorprendido a nadie. Creo además merecido una reseña a esta artista internacional de los sesenta