Sin noticias de Gir
A finales de los años treinta, Jean Giraud (1938-2012) decidió que los suburbios de la zona este de París eran el mejor lugar posible para aterrizar en nuestro planeta. Durante su infancia, logró pasar desapercibido entre los humanos escondiéndose en las salas de cine parisinas que, una vez enterrada la Segunda Guerra Mundial, proyectaban wésterns americanos de serie B, productos de tan baja estofa como para no llegar todavía al punto de cocción del reverenciado spaghetti italiano. El pequeño Giraud, fascinado con aquel lejano Oeste cinematográfico, decidió que jugar a indios y vaqueros no era suficiente y optó por crear los suyos propios: comenzó a garabatear cowboys sobre sus cuadernos cuando apenas contaba con una decena de primaveras y llegó a la mayoría de edad ensillando una carrera profesional que le llevó a cabalgar por el wéstern entre tebeos cómicos (Frank et Jeremie), aventuras clásicas (Le roi des bisons o Un géant chez les Hurons) y relatos históricos (Buffalo Bill: le roi des éclaireurs). Periplos que aprovechó para perfilar al vaquero definitivo del mundo del cómic: el teniente Blueberry, un antihéroe con las facciones de Jean-Paul Belmondo cuyas hazañas se convirtieron en un éxito tremendo a base de beber de todos los arroyos pop del far west, de John Ford a Sam Peckinpah pasando por Sergio Leone o Howard Hawks.
Blueberry se convirtió en compañero de aventuras del dibujante de por vida y también en su fuente principal de ingresos. Pero Giraud, que se había dado a conocer firmando como Gir, sintió la necesidad de conquistar nuevos mundos alejados del Oeste y optó por enfundarse en el alias de Moebius, para despegar con una versión paralela de sí mismo que ponía rumbo hacia géneros más amigos de fantasear con los universos oníricos. Tras experimentar con varias historias cortas, aquel apodo se hizo más conocido en sociedad gracias a un álbum, Le bandard fou, basado en una premisa de ciencia ficción universal: un hombre se despertaba con una erección permanente y, por culpa de dicha tensión muscular no resuelta, era perseguido por un montón de gente rara a través del tiempo y el espacio. Unas páginas gamberras que elevaron tanto la libido de su sufrido protagonista como la carrera de una de las plumas más imaginativas de la historia de las artes.
Los humanos
Cuando la década de los setenta comenzaba a extinguirse, en los quioscos estadounidenses apareció una publicación con título de aleación pesada y unas tripas rellenas de viñetas que revoloteaban entre la ciencia ficción futurista, el erotismo y la fantasía oscura. Se trataba de la revista Heavy Metal, o el artefacto cuyo contenido era capaz de convertir en columpios las mandíbulas de unos lectores estadounidenses malacostumbrados a consumir historietas de superhéroes con alma de palomitas. Una de las personas que quedó prendada de aquel magacín fue un caballero llamado Ridley Scott, alguien que estaba a punto de dar a luz a un xenomorfo legendario.
Unos cuantos años antes, John Carpenter y Dan O’Bannon, un par de estudiantes de la Universidad del Sur de California, debutaron en el mundo del cine profesional filmando su propia película de ciencia ficción amateur: Estrella oscura. Se trataba de una inusual comedia sobre una nave estelar rellena de cosmonautas hippies, bombas dispuestas a discutir sobre filosofía por culpa de una inteligencia artificial muy puñetera y un llamativo alienígena esférico a modo de mascota. Lo gracioso es que las redondeces de dicha criatura extraterrestre eran consecuencia de lo exiguo del presupuesto en lugar de un capricho de diseño: la alimaña en realidad era una pelota de playa pintarrajeada con spray. O’Bannon, guionista y supervisor de efectos especiales, se divirtió tanto con aquella creación como para intuir que la idea de enlatar a un monstruo junto a la tripulación de una nave podría dar mucho más juego enmarcada en el género del terror y, muy especialmente, si el bichejo en cuestión no tuviera toda la pinta de ser una amenaza paupérrima ante una costurera.
Pero un chileno chiflado llamado Alejandro Jodorowsky interrumpió sus planes al agarrarlo por las barbas y arrastrarlo hasta París con el propósito de fabricar una película basada en la legendaria novela Dune de Frank Herbert. Tras una preproducción complicada, aquellas dunas se vinieron abajo y O’Bannon acabó ingresando en un psiquiátrico junto a un montón de borradores en su maleta, entre los que se encontraba Star Beast, un guion sobre aquella idea de jugar al escondite con un alien cabrón. El director Ridley Scott, otro ser humano que también fantaseó con adaptar Dune, dio un paso al frente para dirigir a la bestia espacial y de aquellos polvos de planeta arenoso llegaron los lodos de Alien, la película que se anunció en los despachos de la productora como «Tiburón, pero en el espacio» y en los carteles de cine con la advertencia: «En el espacio profundo nadie puede oír tus gritos».
Tres años más tarde, y después de pelearse con productores y salir escaldado, aquel mismo Scott convertiría la novela corta ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick en una película titulada Blade Runner. Un film a cuyo estreno acudió un escritor treintañero que, a los veinte minutos de metraje, optó por levantarse del asiento e ir hasta su casa para arrojar diligentemente en la chimenea el borrador de la que iba a ser su primera novela. Se daba el caso de que la cinta de Scott era tan similar a aquella historia esbozada por el literato como para que el propio escritor se hubiese convencido de que, en caso de publicar el libro, sería imposible hacerle creer al mundo que la suya no era una copia desvergonzada. En los meses posteriores, la pluma de aquella persona llegaría a reescribir más de una docena de veces las primeras páginas de una novela cuya primera línea se convertiría en legendaria: «El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto». El escritor se llamaba William Gibson y la novela era Neuromante, la obra que oficialmente fundó el ciberpunk junto a Blade Runner.
Por aquellos años, en la década ochentera, el mundo entero estaba empezando a digerir nuevos universos ficticios revoltosos: Mad Max volvió a circular por autopistas posapocalípticas. Disney estrenó Tron intentando hacer creer a su audiencia que los programadores eran gente molona en lugar de sumideros de Doritos con aspecto de cordilleras de carne lechosa. Willow reclamó el terreno de la fantasía oscura. Su alteza real He-Man, príncipe de Eternia y líder de un ejército de juguetes de la sacrosanta Mattel, brincó hasta la gran pantalla poseyendo las carnes de Dolph Lundgren. Los japoneses y los americanos se aliaron para pilotar la cama voladora de Little Nemo in Slumberland hacia sueños pincelados a modo de anime en El pequeño Nemo. Y Abyss sumergió los meetings entre extraterrestres y humanos hasta profundidades oceánicas.
Moebius
Giraud confesó que realmente adoptó el alias de Moebius porque sonaba molón, aunque en las entrevistas se hiciese el interesante afirmando que el apodo reverenciaba a la cinta de August Möbius y, por extensión, la idea de dos caras distintas que en realidad son la misma. El público tardó en asimilarlo y pasado cierto tiempo todavía había muchos lectores que creían que Giraud y Moebius eran dos entidades físicas distintas.
A finales del 74, Moebius comenzó a conspirar junto a una leyenda de los pinceles llamada Philippe Druillet, el escritor Jean-Pierre Dionnet y un hombre con muchas tarjetas de crédito conocido como Bernard Farkas, cuatro mentes lúcidas que se aliaron bajo el nombre Les Humanoïdes associés (Los Humanoides Asociados) para revolucionar el universo conocido. A partir de entonces, derramó su ingenio sobre el papel y produjo algunos de los mundos más extraordinarios que han habitado las páginas de un cómic: los delirios de El garaje hermético, las desventuras de un guerrero llamado Arzach que visitaba territorios insólitos a lomo de un pterodáctilo, la descomunal saga de El Incal fabricada a medias con Jodorowsky y cientos de relatos e imágenes plagados de vigilantes de estrellas y seres quiméricos.
Los humanoides
El truco que utilizó la revista americana Heavy Metal para arrancar tan fresca e imaginativa se basaba en no tener nada de americana. Porque su germen inicial se hallaba en un magacín llamado Métal Hurlant, repleto de cómics fabulosos e ideado por el colectivo Les Humanoïdes Associés. Una publicación que permitió a las extraordinarias criaturas de Milo Manara, Enki Bilal, Philippe Druillet, Frank Margerin, Serge Clerc, Paolo Eleuteri Serpieri, Alejandro Jodorowsky o el propio Giraud desembarcar en las Américas para hacerlas suyas.
El Jodorowsky de aquella época aún no daba tanto la tabarra con la psicomagia ni tenía una cuenta en Twitter desde donde animar a sus followers a orinar sobre las madres para superar el complejo de Edipo. Era otro tipo de chalado, una persona que a mediados de los setenta ya había quebrado los culos de la audiencia dirigiendo películas como La montaña mágica o El topo, y entre cuyos planes futuros figuraba convertir la novela Dune en una puta locura cinematográfica: una producción de más de diez horas con Salvador Dalí, Mick Jagger, Geraldine Chaplin, Orson Welles, David Carradine, Gloria Swanson, música de Pink Floyd y las cabezas de H. R. Giger, Chris Foss, Dan O’Bannon o el propio Moebius a cargo del departamento artístico. O’Bannon, aquella persona que había inflado una pelota alienígena en Estrella oscura, aprovechó los ratos muertos de la preproducción para arrimarse a Moebius y ambos elaboraron a cuatro zarpas The Long Tomorrow, el que ha sido etiquetado como «el tebeo de dieciséis páginas más influyente de la historia», un relato corto que mezclaba alegremente la ciencia ficción con el noir.
Cuando Dune fracasó por culpa de sus excesos, O’Bannon se mudó a la nave de El octavo pasajero junto a un tropel de artistas entre los que destacaban los pinceles de Giger y Giraud. En Alien, el primero se encargó de diseñar a la bestia y el segundo hizo lo propio con la indumentaria de los humanos. Moebius apenas trabajó en dicho film durante un puñado de días por culpa de una agenda llena, pero Scott llevó todos sus diseños a la pantalla y, desde que la película se convirtió en leyenda, el dibujante comenzó a definir aquel encargo como «dos semanas de curro y diez años de repercusión mediática». Cierto tiempo después, un director de arte y un diseñador de producción le confesaron muy nerviosos a Ridley Scott que no tenían ni idea de por dónde empezar a construir la ciudad de Los Ángeles de 2019 que exigía el guion de una peliculilla llamada Blade Runner. El realizador solucionó el asunto arrojándoles su copia de The Long Tomorrow, y el equipo, inspirado por el scenary porn de Moebius, erigió una urbe sobrecargada a base de maquetas construidas con todo lo que tenían a mano, desde el fregadero de una cocina hasta un prototipo del Halcón Milenario que había sobrado en otra galaxia muy lejana.
William Gibson huyó del cine durante una sesión de Blade Runner, pero una década después, cuando tanto el libro Neuromante como la película de los replicantes se habían convertido en objeto de cultos varios, conoció en persona al director de aquel film y descubrió mientras charlaban que ambos se habían inspirado en las mismas raíces: Métal Hurlant y la banda de chalados franceses, encabezada por Moebius, que se hacían llamar Les Humanoïdes Associés.
Tron apuntaba a que las entrañas de los videojuegos tenían pinta de rave echando el cierre y en Disney acordaron que lo más lógico era fichar a Moebius para idear el uniforme de trabajo de los habitantes del lugar. George Lucas encargó al dibujante francés elaborar diseños para Willow, y lo mismo hicieron los responsables de aquella Masters del universo donde He-Man invocaba el poder de Grayskull. Giraud formó parte de la plantilla que animó las aventuras animadas de El pequeño Nemo y recibió la llamada de un James Cameron, que necesitaba que alguien le fabricase los extraterrestres submarinos de Abyss. Sobre las carreteras de un mundo posapocalíptico, los coches de Mad Max 2: El guerrero de la carretera circulaban luciendo en sus capós dibujos extraídos de las aventuras de Arzach.
Todos somos hijos de Moebius
Todos los mundos de ficción modernos son hijos de la obra de Moebius en mayor o menor medida. La imaginación de un dibujante de cómics, que decidió irse a vivir a una casa en el campo alejado de toda modernez, se había convertido en semilla para todos los terrenos de la fantasía y la ciencia ficción. Luc Besson imaginó El quinto elemento como una versión a lo bestia de The Long Tomorrow o El Incal y alistó en el equipo de producción al mismísimo Jean Giraud junto a su muy virtuoso colega Jean-Claude Mézières, padre de Valerian. Moebius también ilustró portadas para todo tipo de publicaciones, desde la cubierta del Project Pendulum del prolífico escritor de ciencia ficción Robert Silverberg hasta la fachada de El alquimista del prolífico escritor de ciencia ficción magufa Paulo Coelho. Stan Lee convenció al artista para fabricar a medias un tebeo de superhéroes centrado en Silver Surfer, y en la película Marea roja dos personajes se liaban a hostias discutiendo si la versión de Moebius de dicho personaje era mejor que la de Jack Kirby. Un detalle que al dibujante le pareció maravilloso: «No puedo imaginar un modo mejor de ser inmortal que formar parte de una película sobre submarinos». Videojuegos como Gravity Rush, Panzer Dragoon (donde el propio Moebius dibujó la portada), la saga Gobliiins o Sable permitieron a sus jugadores caminar por mundos que habían sido pintados mirando de reojo la silueta del creador galo.
George Lucas no convidó a otros directores al estreno parisino de Star Wars pero sí que envió una invitación a Moebius y a parte de los humanoides que formaban Métal Hurlant. La admiración entre la entre la bande dessinée y el rancho Skywalker era mutua y consentida: Giraud salió maravillado del cine tras aquella película y, cuando El imperio contraataca llegó a las pantallas, Lucas incluyó en el reparto a un famoso droide sonda imperial que en realidad había nacido en una viñeta de The Long Tomorrow.
Hayao Miyazaki, el hombre detrás de piezas tan tremendas como Nausicaä del Valle del Viento, Mi vecino Totoro, La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro, explicaba que al descubrir la obra de Moebius lamentó haber elaborado ya un estilo propio, porque de lo contrario se habría dedicado a fusilar con todo el gusto los estilismos de aquel humanoide francés y superdotado. Quizás todos quieren ser hijos de Moebius. Mientras tanto, él se las ha apañado para ser padre de todos: en 1995, y en honor a Miyazaki, bautizó a su hija recién nacida con el nombre de Nausicaa.
Me ha gustado un disparate, señor Cuevas, como de costumbre, pero le ruego revise su mención a lo del fregadero de la cocina embutido en los decorados de Blade Runner, que yo creo que hay patinazo: me huelo que lo ha incluido usted ahí por desconocimiento de cierta expresión coloquial inglesa.
¡Hola, (El) Hombre sentimental!
Pues el asunto del fregadero lo había leído en un libro sobre curiosidades de cine en castellano, y cuando me puse a investigar sobre los materiales para las maquetas de Blade runner me encontré con esto en la info sobre la película en Imdb:
For many aerial shot of the city, all kinds of materials were used to simulate buildings in the city landscape, such as miniature spaceships from other science fiction movies. An upright model of the Millennium Falcon from Star wars (1977) can be seen (with some difficulty) to the left of the Police building as Rick Deckard (Harrison Ford) and Gaff’s (Edward James Olmos) spinner is making its descent. When the Asian billboard is showing for the first time, a kitchen sink can be seen masquerading as a building in the far background of the shot. Because some of the miniatures were so high, there was often not enough room between models and ceiling to move the camera over the miniatures. The special effects crew solved this by tilting the sets at an angle.
Si le digo la verdad, yo en el mencionado plano no distingo fregadero alguno porque no se ve con claridad nada de nada. Pero (creo) que el texto citado hace alusión a un Fregadero Fregadero, y no a la expresión inglesa «everything but the kitchen sink»*.
¡Un saludo!
*Expresión que acabo de descubrir gracias a usted. No hay manera de acostarse sin aprender algo.
Moebius (o Jean Giraud, tanto monta) era básicamente un diseñador fuera de serie. Por eso bebieron todos de él. A veces me pregunto por qué despreciaría el diseño industrial (apostaría con Mike Blueberry a que tuvo más de una oferta) en favor de la narrativa gráfica. Supongo que le pareció más divertido.
Lo que me preocupa es que da la impresión que no le hayamos podido superar. Si superamos a Jack Kirby (otro diseñador fuera de serie, otro hacedor de mundos) ¿por qué el cómic y la ilustración no es capaz de dar un paso más allá de Moebius o plantear una alternativa después de tantos años?
Buena pregunta. Aunque has mencionado a Jack Kirby, también está el fallecido por covid-19 Juan Giménez, que era un genio. Y también hay que recordar al preciosista Harold Foster, dibujante y guionista de Príncipe Valiente.
Después hay muchos más, muchos, muchos más. Por ejemplo están Frank Miller con sus Sin City y 300. Y Dave Gibbons y Alan Moore con su Watchmen. No creo que tengamos problemas de creadores de mundos. Otra cosa es que superen a Moebius. Eso ya es otro debate.
No me refiero a grandes artistas, que son o eran todos los que mencionas. Me refiero a creadores. Me explico: hubo un momento que todo el mundo imitaba, conscientemente o no, a Jack Kirby. Igual sucedió con Moebius un tiempo después. Pero a fecha de hoy, después de mucho más tiempo, no ha surgido nadie con impacto similar.
No sé si tuvimos mucha suerte de tener a dos artistas así en tan corto período de tiempo, o es que el talento está escapando de los ámbitos donde solía haberlo. Me gusta pensar lo primero, pero temo que sea lo otro.
Sobre el Dune de Jodorowsky, creo que todo es un mito. Jodo ni se había leído la obra. Empezó a decir que tenía en el proyecto a Dalí de Emperador y a no sé cuánta gente más. Proclamaba maravillas cuya realización era económicamente Imposible.
aL FINAL DE AHÍ NO SALIÓ NADA CONCRETO. eN CAMBIO, jODOROWSKY , consiguió un aura de creador superlativo. Con todo ese matial al final se haría La casta de los metabarones en cómic. Que bebe mucho de Dune pero que es algo completamente original, nuevo y valioso. Como los temas musicales que surgen de mezclar riffs y segmentos de varias composiciones musicales para dar lugar a algo diferente y asombroso.
Creo que la influencia del grandísimo Moebius llegó incluso a «Twin Peaks». Esas escenas oníricas del agente Cooper con ese enano y ese gigantón en esas habitaciones imposibles…
No nos olvidemos de Katsuhiro Otomo y AKIRA. Es obra maestra del Anime que tanto nos encandilo a muchos, es gracias a la influencia de Moebius. No hace falta adentrarse mucho en el manga para darse cuenta de ello.
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