Deportes

El deporte después del huracán Colin Kaepernick

Eli Harold Colin Kaepernick y Eric Reid
Eli Harold, Colin Kaepernick y Eric Reid. Foto: Cordon.

El sueño que convierte los pies descalzos de un chico pobre en una estrella millonaria y admirada por millones de personas es uno de los pocos cuentos de hadas que sí pueden hacerse realidad, aunque sea una vez de cada mil. La idea de ser medido solo por tu esfuerzo, ambición, deseo de superación y capacidades, no por tu cuna, es parte de la esencia misma del deporte. Y refleja uno de los mejores aspectos de la civilización moderna, la aspiración de que exista la justicia y equidad, que sea irrenunciable para todo ser humano, y que nuestra agresividad natural se limite al esfuerzo muscular y mental en el campo de juego. 

Muy bonito todo. Bastaría que los propios jugadores elevados al estrellato, sus clubs y las propias ligas, apoyaran esta idea cuando algún deportista se salta las normas fiscales, comete delitos sexuales o ignora a un aficionado porque está demasiado cansado para firmar autógrafos. Pero demasiado a menudo, y como a niños caprichosos, se les perdona, porque al fin y al cabo consiguen victorias, e ingresos millonarios. Ni siquiera los aficionados, puro corazón cuando se trata de sus colores, se sienten traicionados si sus ídolos delinquen. Solo si pierden. Y así es como el modelo a imitar por niños y jóvenes acaba siendo un tipo inmoral, pero tan inviolable como un monarca. Al menos así ha sido hasta ahora. Porque en medio de esta pandemia se ha producido el «Efecto Kaepernick», parte de una revolución cuyas consecuencias apenas comienzan a vislumbrarse. Pero que acabarán afectando a todo el deporte mundial. 

Idealismo apoyado por ventas

Los especialistas en marketing estadounidense han sido los primeros en hablar de «Efecto Kaepernick» para referirse a campañas de publicidad donde las marcas conectan con las sensibilidades de un grupo social mayoritario, cambiando de golpe las relaciones de patrocinio de una empresa. Eso fue lo que hizo Nike, luego seguida por Adidas, al apoyar al movimiento Black Lives Matter. Y más concretamente a una figura simbólica que puede considerarse integrada en el mismo, Colin Kaepernick. Un jugador de fútbol americano a quien hace cuatro años los medios de comunicación retrataban como un traidor a su país. Y a quien los dueños de equipos y los directivos de la liga NFL (National Football League) impidieron volver a jugar.

Colin Kaepernick se ha convertido en el Muhammad Alí de nuestros días, un símbolo análogo al boxeador asociado en los sesenta al Movimiento de los Derechos Civiles. Cuando en 2016 echó por primera vez una rodilla a tierra mientras sonaba el himno nacional estadounidense provocó la mayor oleada de indignación blanca que se había visto en aquella nación desde su guerra de secesión. No solo era un jugador de fútbol americano y estrella del deporte protestando contra los valores del American Way of Life, era un negro con el pelo a lo afro, un signo de identidad racial insultante para el «establishment WASP» (clase dirigente anglosajona, protestante y blanca, modelo resumen de la familia Trump y de las élites de Estados Unidos). La prensa no tardó en arremeter contra él, asegurando que había atacado el sacrosanto conjunto de valores nacionales, el himno, la bandera, y aunque no lo dijeran, también el deporte. El entonces aspirante a presidente Donald Trump apoyó ese ataque.

Y es que el fútbol americano, el béisbol y el baloncesto forman parte de la identidad estadounidense, además de ser parte de su proceso de socialización/nacionalización desde que son niños. Los deportes ayudan en aquella sociedad a transmitir la lección de que competir representa el sueño americano donde los mejores, sin importar su origen, pueden hacerse millonarios. Junto a estudiar en la universidad o ser emprendedor —nada asequible allí para las economías familiares modestas—, el deporte da la oportunidad de ascender económicamente a los que forman parte de las minorías, especialmente las raciales, y concretamente a los negros de los barrios pobres. Quienes habitualmente acaban siendo las grandes estrellas de la NBA, la NFL y del resto de ligas. Al arrodillarse, Kaepernick no solo puso en cuestión todo ese cuento, sino que además contradijo la norma impuesta desde la década de 1980 por el otro gran modelo de estrella negra a imitar, Michael Jordan.

Jordan consolidó el patrocinio de marcas en el deporte, y la venta de productos ligado a una estrella. Las Nike Air Jordan rojas y blancas eran el sueño de todo niño estadounidense desde 1984, y lamentablemente también la excusa para matar o robar a punta de pistola a quien las llevara puestas. Muchas de las víctimas fueron jóvenes y niños. No eran asequibles, su precio de venta inicial fue de cien dólares, pero siendo las más caras de gama se vendían como rosquillas gracias a un anuncio de Spike Lee, que asociaba las mágicas capacidades de Michael Jordan con las zapatillas. El director negro era ya entonces un referente en el cine protagonizado por los afroamericanos y sus historias de la vida diaria en sus barrios. Y Jordan el modelo a imitar de negro integrado en el American Way of Life. Que además, viendo el negocio que representaba la publicidad de marcas, impuso el principio de que los jugadores no mostraran sus opciones políticas o ideológicas, ya que el público conservador también compra ropa y zapatillas, y no hay por qué perjudicar sus ventas. Su palabra ha sido ley hasta que en este 2020 Nike y Adidas, que representan el 76% del desembolso anual en patrocinio deportivo mundial, decidieron apoyar abiertamente el movimiento Black Lives Matter. 

Primero fue Nike, cambiando su tradicional eslogan «Just Do It» por «Don’t Do It», no lo hagas, no vuelvas la espalda pretendiendo que no hay un problema en Norteamérica. Hasta ahí hubiera sido un ejemplo de buenismo, pero es que además crearon un cartel gigante con la cara de Colin Kaepernick y su peinado afro, con un mensaje tan sencillo como demoledor. «Cree en algo. Incluso si significa sacrificarlo todo». Un año y medio después de que el jugador tuviera que renunciar a jugar al fútbol americano, un directivo de la NFL le confesó a un periodista que los dueños de equipos temían contratarle. Si le fichaban el público más conservador cancelaría en masa sus abonos y ello perderían ingentes cantidades de dinero. Digamos que aplicaban la teoría Michael Jordan, que tanto tiempo llevaba funcionando con éxito. 

Jordan se ha adaptado rápido a la nueva situación. Ha anunciado una donación de cien millones de dólares al movimiento durante los próximos diez años. Él es negro y seguramente quiera seguir vendiendo zapatillas Air Jordan en lugar de quedar como el malo. En cuanto a los dueños de los equipos y directivos de las ligas estadounidenses, mayormente blanquitos y conservadores favorables a Trump, se les han caído los calzones al suelo. Llevan décadas aprovechando el consenso de que los jugadores no muestren preferencias ideológicas o políticas en el deporte y de pronto tienen que apoyar un movimiento en pro de la justicia social. Y para colmo de males les obligan esos anunciantes de los que obtienen parte de sus millonarios beneficios. 

Las marcas han ordenado el cambio solicitado por la afición

Y como las marcas pagan mandan. Pero eso no hace el cambio más fácil de digerir. En EE. UU. los dueños de equipos ya han comenzado a tragarse sus primeros e indigestos sapos. A los Washington Redskin, equipo de la NFL, con ochenta y siete años de historia, las marcas FedEx, Nike, PepsiCo y Bank of America le han pedido que cambiaran de nombre. Llamarse «pieles rojas» y llevar un indio con plumas en su logotipo es discriminatorio, no por la imagen en sí, ni por el genocidio que los estadounidenses cometieron contra esa, y otras tantas tribus de indígenas americanos. Sino sobre todo porque hoy llamar a alguien «piel roja» en EE. UU. es un insulto racial, y eso es lo que cuenta. Así que el equipo cambiará su nombre y su logotipo, después de que su dueño, el muy WASP Daniel Snyder, asegurara en 2013 que NUNCA lo cambiaría. Pidiendo al periodista que pusiese ese nunca en mayúsculas. Eran las mismas fechas en que muchos de los aficionados de su equipo ya pedían el cambio, y cuando un popular hashtag acababa de surgir en las redes: #BlacksLivesMatter.

Otro sapo gordo lo ha tenido que tragar la senadora y copropietaria del equipo femenino de baloncesto Atlanta Dream, Kelly Loeffler. Llamó a unir los valores del deporte en torno a la bandera estadounidense, y no en torno al Black Lives Matter. Le respondió la liga WNBA, femenina de la NBA, con un enfadadísimo «enough, out!», —¡suficiente, largo!—, seguido de la afirmación que usarían siempre su fama y repercusión para reivindicar la justicia social. Que una liga se oponga al deseo de una política republicana es absolutamente inaudito, completamente histórico en EE. UU. Tanto como que Donald Sterling, propietario de los Clippers de Los Ángeles fuera obligado a venderlo, y expulsado de la NBA de por vida, al hacerse públicas unas grabaciones con sus comentarios racistas. La revolución está en marcha, y no va a limitarse a EE. UU.

Porque pensemos por un momento, ¿qué ocurrirá el año próximo si un atleta en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 echa su rodilla en tierra? Según el reglamento del Comité Olímpico Internacional tendrá que ser sancionado, ya que se prohíbe específicamente a los deportistas, so pena de sanción, manifestar cualquier reivindicación política. En los JJ. OO. de 1968 dos atletas estadounidenses, Tommie Smith y John Carlos agacharon la cabeza y alzaron un puño enfundado en un guante negro al subir al podio y mientras sonaba el himno nacional de Estados Unidos. Denunciaban la discriminación racial en su país, mostrando su apoyo al Black Power, movimiento reivindicativo de la década de 1960, análogo al actual BLM. Fueron censurados, expulsados de la competición, tuvieron dificultades para encontrar trabajo en su país, y la prensa internacional les trató como delincuentes. ¿Se atreverá el COI en 2021 a censurar un gesto apoyado por Nike, Adidas y resto de patrocinadores, aplicando sanciones que sin duda levantarían una oleada de indignación mundial? 

Este es un negocio millonario donde el dinero manda

A las empresas no les importa ni mucho ni poco el movimiento BLM, pero sí sus ventas. Nike solo tomó la iniciativa cuando una encuesta nacional reveló que más del 50% de la población estadounidense apoyaba las reivindicaciones. Eso significa que es un fenómeno apoyado mayoritariamente por blancos, porque los negros solo son, demográficamente, el 20% de los habitantes de EE. UU. Kaepernick ha firmado ya para convertirse en un héroe Disney, y producir una serie en formato biopic que se emitirá en su plataforma. Difícil imaginar nada más blanqueado que un negro Disney. Es la fagocitación comercial de su gesto de la rodilla en tierra, hoy repetido a lo largo y ancho de las manifestaciones en EE. UU. contra la policía. Pero no es algo necesariamente negativo: somos las sociedad que somos, y las marcas forman parte de nuestras revoluciones. Nos guste o no, incluso las financian y promocionan, cuando les conviene. Nosotros, como aficionados, no tenemos ese poder, pero sí el derecho a que nuestros ídolos se comporten dignamente. Que sus clubs y ligas les censuren si no lo hacen bien, o les muestren como un valor a imitar sin son como Kaepernick. Además de la diversión es lo que muchos aficionados deseamos para enseñar a nuestros hijos como valores del deporte, y como legado para su futuro. No veo llegar el momento de que algo similar suceda en nuestro fútbol. 

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5 Comentarios

  1. Revolución patrocinada por Nike. De chiste

  2. Javier Martín

    Nike y Michael Jordan donando dinero a organizaciones que prentenden acabar con el sistema del que se sustentan, un dinero que la justa causa racial estadounidense jamás verá, por supuesto, y que incluso podría acabar financiando a un blanquito destrozando el local comercial que da de comer a una familia negra. Y medios de comunicación de todo el mundo aplaudiendo. Me reiría si no fuera trágico.

  3. Tiene un lado bueno: Nike hace lo que hace porque no le ha quedado otro remedio. Es un ejemplo de que, a veces, el sistema se vuelve contra sí mismo. La alternativa era reconocer que el sistema está efectivamente sesgado y tirar piedras contra tu propio tejado. Y es que las marcas son listas, al contrario que los políticos.
    Y tiene razón el autor: por ejemplo, ¿alguien se imagina a un club de la Liga celebrando por todo lo alto el Día del Orgullo? Pues eso.

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