Ciencias

En la sombra de las torres

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El tradicional «Tribute in Light» en recuerdo de los atentados del 11S en Nueva York, 2014. Fotografía: Corbis.

Este artículo también está disponible en nuestra revista trimestral Jot Down nº15 Especial Fantasmas.

Nunca me gustaron demasiado esas cajas arrogantes, pero ahora las echo de menos.

Las muy puñeteras, iconos de una era más inocente.

(Art Spiegelman, Sin la sombra de las Torres, 2004).

La amputación traumática de extremidades tiene numerosas secuelas psicológicas. Una de ellas, propiciada por el sistema nervioso central, es la sensación interna de que esa parte del cuerpo sigue allí. Sientes un hormigueo en la punta de los dedos cuando el brazo se acaba en un informe muñón a la altura del codo. En Nueva York sucedió algo parecido tras los atentados del 11S: como si de un miembro fantasma se tratara, sus habitantes solían levantar la vista inconscientemente buscando la presencia ominosa de las Torres Gemelas, esperando verlas como siempre… y al contemplar el espacio vacío, que por un momento parecía ocupado por el recuerdo, revivían el momento de la infamia. Las autoridades intentaron acelerar al máximo las tareas de reconstrucción para tapar ese doloroso vacío, aunque también por orgullo, como cuando te incorporas rápidamente al caerte al suelo en la calle (y esperas que nadie te haya visto). Y por dinero, también. De aquel desastre parecía que se iba a mostrar lo mejor de una nación que se tiene a sí misma como ejemplo para el mundo, pero revitalizar la Zona Cero no está siendo nada sencillo puesto que el desarrollo urbanístico para la reconstrucción es, por lo turbulento y complicado, digno de pedanía costera española en el cénit de la burbuja inmobiliaria.

Quién es el padre de la criatura

Puede resultar paradójico que el propietario de las Torres Gemelas y otros edificios de la manzana del World Trade Center (WTC), todo un símbolo del capitalismo, fuera un organismo público. Resulta que pertenecía a la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey (en adelante, Autoridad Portuaria, para abreviar), que había estado explotando el alquiler de las oficinas durante décadas. En verano de 2001, en una operación financiera espectacular que difícilmente querría repetir si pudiera viajar en el tiempo, el empresario del sector inmobiliario Larry Silverstein firmaba un contrato de arrendamiento de cuatro edificios del WTC por unos tres mil doscientos millones de dólares y noventa y nueve años de duración. Mes y medio más tarde la parcela, conocida a partir de entonces como Zona Cero, queda completamente arrasada.

Una vez pasado un brevísimo duelo, los poderes fácticos y económicos comienzan las gestiones para decidir el futuro del montón de escombros al que ha quedado reducido uno de los emblemas neoyorquinos y, por extensión, norteamericanos. Así, en noviembre de 2001 el gobernador de Nueva York, George Pataki, crea la Corporación para el Desarrollo de Lower Manhattan (LMDC), un organismo que tiene como finalidad la supervisión del proceso de reconstrucción. Dado que se empezaba a hablar de ayudas federales multimillonarias y la LMDC se iba a encargar de coordinarlas, se dejó un poco de lado que quienes de hecho tenían competencias para realizar la reconstrucción eran los propietarios del terreno (la Autoridad Portuaria), pero, sobre todo, Silverstein, que de acuerdo con el contrato que firmó tenía el derecho legal (y, según él mismo, «el deber moral») de reconstruir los edificios (1).

En mayo de 2002, cuando ya se comienza a vislumbrar el fin de las labores de desescombro, la LMDC contrata a dedo al estudio de arquitectura Beyer Blinde Belle, experto en planificación urbana y rehabilitación de edificios antiguos (entre sus trabajos destaca el realizado en la estación Grand Central o el Museo de la Inmigración de Ellis Island en el mismo Nueva York), para que prepare varias propuestas para reconstruir la Zona Cero. Ese mismo verano se hacen públicos seis diseños que una encuesta pública califica abrumadoramente de «pobres», porque la opción «mierda seca» no estaba entre las posibles respuestas. No es que fueran muy malos (tampoco eran demasiado buenos), sino que el ambiente en relación con el WTC estaba enrarecido, había demasiadas voces opinando en los medios: el gobernador Pataki, el alcalde Michael Bloomberg, la Autoridad Portuaria, Silverstein, asociaciones de víctimas… Y menos mal que aún no existía Twitter. En ese momento, las ideas más apoyadas por la opinión pública eran o reconstruir tal cual las Torres Gemelas o dejar el solar vacío como muestra de respeto. Así, sin término medio. Para quitarse parte de la responsabilidad de encima, en agosto de 2002 la LMDC anuncia un concurso abierto e internacional para redactar el master plan para los casi sesenta y cinco mil metros cuadrados de la Zona Cero.

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Los sumideros del National September 11 Memorial & Museum y el World Trade Center Transportation Hub de Santiago Calatrava en 2014, aún en construcción. Fotografía: Corbis.

Un plan maestro (pero que no sale bien)

Master plan es una banda de metal alemán, pero también es un documento que describe la planificación urbanística de un área que está orientada en general a un desarrollo estratégico dentro de la ciudad. En él se delimitan los usos del suelo, el volumen edificatorio, el aprovechamiento, etc. El concurso convocado por la LMDC atrae a más de cuatrocientos equipos, de los que se eligen en septiembre siete semifinalistas:

Foster and Partners no necesitan presentación (en caso contrario, lean el n.º 12 de Jot Down). Planteaban como pieza central de su diseño un rascacielos tan revolucionario que parece un castillo de naipes, lo cual no transmite buenas vibraciones dados los antecedentes del lugar. Analizado desde el punto de vista estructural, vaticinaba sudor frío y lágrimas de sangre: construido a base de triangulaciones, aparentaba ser a la vez un único edificio con un vacío en el centro o dos edificios tangentes que «se besan y se tocan», según describían, alcanzando unos 538 metros de altura (hay que recordar que, en ese momento, el edificio más alto del mundo eran las Torres Petronas, con 452 metros).

El estudio de Daniel Libeskind, autor del celebrado Museo Judío de Berlín, articulaba la actuación en torno a una plaza-memorial central rodeada por seis rascacielos de alturas decrecientes y achaflanados en sus cúspides, dispuestos como si fuera un problema de examen de soleamiento: cada 11 de septiembre, entre la hora a la que los terroristas estrellaron el primer avión y la hora a la que cayó la segunda torre, la plaza recibiría directamente los rayos de sol, libre de sombras. El edificio más alto de los seis, con una forma inspirada en la Estatua de la Libertad pero que recordaba vagamente a una escopeta de cañones recortados con bayoneta, llegaría a la altura simbólica de 1776 pies (unos 541 metros), cifra en honor al año de la Declaración de Independencia estadounidense.

Skidmore, Owings & Merrill (SOM) suena a bufete de abogados de serie televisiva, pero es tal vez el estudio de arquitectura con más (y mejor) experiencia en el diseño y construcción de edificios de altura (los icónicos Burj Khalifa en Dubái, Torre Jin Mao en Shanghái, Torre Willis en Chicago, etc.). Capitaneados por David Childs, su concepto central para el plan maestro era una futurista «ciudad vertical» compuesta por nueve rascacielos conectados entre sí a varias alturas y con gran cantidad de espacios libres públicos en su interior. La idea era buena, pero tenía el aspecto de un soberano mamotreto.

El equipo denominado THINK Team, liderado por Shigeru Ban (premio Pritzker de 2014), Frederic Schwartz, Ken Smith y Rafael Viñoly, puso toda la carne en el asador con un diseño conceptual audaz, arriesgado e inconstruible. En el mismo lugar donde estaban las antiguas torres del WTC plantaban sendas estructuras metálicas acristaladas de 640 metros de altura que estarían prácticamente vacías. A diferentes niveles planteaban auditorios, parques y museos, todos ellos aparentando flotar y unidos mediante pasarelas. El aspecto final era el de unas gigantescas jaulas cilíndricas con edificios colgando dentro.

Entre tanta vaca sagrada se coló entre los semifinalistas el diseño de un modesto estudio de un matrimonio de arquitectos neoyorquinos, Barbara Littenberg y Steven Peterson, que, aunque incluía unas nuevas torres de aire retro de unos 420 metros de altura, primaba la actuación al nivel de la calle con un trabajado parque público (querían que fuese «los Campos Elíseos de Nueva York») y con los perímetros de las derruidas Torres Gemelas convertidos respectivamente en una lámina de agua y en un anfiteatro con un aforo que coincidía con el número de víctimas de los ataques.

El diseño de los arquitectos Richard Meier (premio Pritzker de 1984), Peter Eisenman (el de la polémica Ciudad de la Cultura de Galicia), Charles Gwathmey y Steven Holl, asociados para la ocasión, se inspiraba en la piel de las Torres Gemelas de Minoru Yamasaki. Estaba formada por cinco rascacielos de unos 340 metros de altura atravesados a tres niveles por volúmenes donde se ubicarían espacios públicos, dibujando el conjunto de sus alzados una cuadrícula. Las críticas mordaces sugerían que era un reto para la destreza de pilotos suicidas: a ver si acertaban en los edificios o pasaban por los huecos.

Y, por último, el grupo de arquitectos reunidos bajo el imaginativo nombre de United Architects, entre los que estaban Alejandro Zaera-Polo y Greg Lynn, presentaba un conjunto de rascacielos (el más alto llegaba al medio kilómetro de altura) de formas caóticas unidos a 250 metros del suelo mediante un corredor para uso público, una calle interior que serviría, estructural y metafóricamente, de unión entre los cinco edificios para crear una sola unidad. El espacio encerrado por los edificios quedaría bañado por la luz que se filtraría «como en las vidrieras de las catedrales», puesto que aquel era un espacio también sagrado.

Las propuestas de Libeskind y THINK Team son las elegidas por la LMDC como finalistas en febrero de 2003, siendo el primero nombrado ese mismo mes redactor del master plan con cierta polémica por la supuesta fraudulenta intervención al respecto del gobernador Pataki, quien denomina «Freedom Tower» (Torre de la Libertad) al edificio principal de la actuación. La noticia se recibió con tibieza, puesto que en enero Silverstein había roto la baraja comunicando al LMDC que no le gustaba ninguno de los diseños y que había decidido contratar directamente a SOM para que le redactara un master plan a la carta.

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El Bajo Manhattan y el One World Trade Center, 2015. Fotografía: Corbis.

En qué quedó el tema

Ahora comprenden a qué venía todo el rollo previo explicando lo de los propietarios, arrendatarios y organismos públicos implicados. Habían pasado dos años y medio desde los atentados y se iba a paralizar la redacción del master plan para la reconstrucción dado que la LMDC y Silverstein discutían sobre quién la tenía más grande, perdón, sobre qué se iba a desarrollar y en qué condiciones.

Menos mal que hablando se entiende la gente: en los tres años siguientes ambas partes (LMCD y Silverstein) realizaron cesiones, tanto a nivel simbólico como económico, que se resumen en que Silverstein aceptó las ideas principales del master plan del concurso de la LMDC, pero sin Libeskind; es decir, el arquitecto de origen polaco no intervendría en el diseño de los rascacielos, si bien se mantendría la distribución en planta, la altura de 1776 pies en el rascacielos más alto y el soleamiento de la plaza donde se situaría el Memorial (superficie que es cedida para tal fin por Silverstein). Asimismo, se renombró la Freedom Tower como One World Trade Center, bautizando los otros cinco rascacielos del master plan con números consecutivos.

Pero el trato definitivo fue cerrado en abril de 2006: Silverstein devolvió los derechos de explotación del One WTC y del Five WTC a la Autoridad Portuaria a cambio de obtener financiación a través de los Bonos de la Libertad federales para construir los tres rascacielos restantes del complejo (Two, Three y Four). Es decir, dame pan y dime tonto. En ese momento se desbloquean por fin las labores de reconstrucción, si bien el mes anterior ya se habían comenzado los trabajos en el Memorial según el proyecto titulado Reflecting Absence del arquitecto Michael Arad y el paisajista Peter Walker (que, por mucho que se adorne la descripción, son simple y llanamente dos sumideros gigantes en la huella de las Torres Gemelas) y el Museo. Paralelamente, un mes después del trato se inauguraba el WTC 7, también propiedad de Silverstein y diseñado por Childs, aunque como estaba fuera del master plan no influía en el tira y afloja con la LMDC y se había tramitado por separado sin problemas.

El reparto de los proyectos del nuevo WTC parece un All Stars de arquitectos: el One WTC es para SOM, el Two WTC para Foster and Partners, el Three WTC para Richard Rogers (premio Pritzker de 2007), el Four WTC para Fumihiko Maki (premio Pritzker de 1993) y el Five WTC para el estudio Kohn Pedersen Fox (autores del World Financial Center de Shanghái o del International Commerce Centre de Hong Kong, entre otros muchos rascacielos) (2). Además, dentro de la parcela se contempla un Centro de Artes Escénicas para el que se contrata a Frank Gehry (premio Pritzker de 1989) y una nueva terminal de transportes, que trataremos más adelante.

No obstante, tuvieron que pasar más de ocho años antes de que la construcción del One WTC superara el nivel del suelo, tiempo durante el cual los fantasmas de las Torres Gemelas seguían en el imaginario colectivo para regocijo de los psicoanalistas sin escrúpulos. En vista de que sería el objetivo número uno de los ataques terroristas, la policía de Nueva York obligó a modificar repetidas veces el diseño, incluyendo proteger la fachada en sus primeros 57 metros con un muro de hormigón impenetrable, sin ventanas. El edificio, por cierto, no se parece en nada al boceto de Libeskind, con el que comparte únicamente la cota de la aguja (3).

En la actualidad (primavera de 2016), la situación tampoco es para lanzar cohetes. De los cinco rascacielos solo se han inaugurado el One WTC y el Four WTC (un discreto edificio prismático cuya única seña de identidad es el chaflán de uno de sus vértices en el tercio superior).

El Two WTC se encuentra desde mediados de 2013 a cota de calle, con la cimentación ejecutada. La novedad es que Foster ha sido despedido y se ha contratado a BIG, el estudio de Bjarke Ingels, para que rehaga el proyecto. El atractivo diseño de Foster, de planta hexagonal y cubierta achaflanada, ha sido sustituido por un rascacielos que, a pesar de que parece de bloques infantiles apilados, tiene cierto encanto. Se espera que esté finalizado para 2020. El Three WTC estuvo varios años parado con un tercio de la estructura ejecutada. Reanudados los trabajos, alcanza ya la mitad de su altura final y se prevé inaugurarlo para 2018. En cuanto al Five WTC, no hay fecha prevista para el inicio.

El Memorial (recuerden, los sumideros) se inauguró en el décimo aniversario de los atentados, mientras que el Museo aún se retrasó dos años y medio más debido a problemas de financiación. Por su parte, el Centro de Artes Escénicas bocetado por Gehry fue descartado en 2015, tal vez por su excesivo coste (unos cuatrocientos millones de dólares), y se ha contratado al estudio de arquitectura REX para que diseñe un complejo nuevo que cueste la mitad.

No se vayan todavía, aún hay más

Dentro de las actuaciones a realizar en la Zona Cero, hemos comentado que también se incluía la ejecución de una nueva terminal de transportes para el Bajo Manhattan que conectara diversas líneas. Por si fuera poco el cacao que tenían montado, se adjudicó el proyecto a nuestro viejo conocido Santiago Calatrava y, oh, sorpresa, la obra acumuló gran retraso y el presupuesto se ha disparado hasta límites insospechados. El coste final va a superar los tres mil quinientos millones de dólares, casi tanto como el One TWC. Parte del sobrecoste no se puede imputar a Calatrava, todo hay que decirlo: diversos cambios de la planificación de la obra y adendas a la misma han ido engordando el montante final hasta convertirlo en obsceno, injustificable para la función que ha de cumplir. Tampoco es novedad que el proyecto tuviera una parte móvil que no se va a mover, aunque en este caso no ha sido culpa suya: la policía de Nueva York ha exigido varios cambios por motivos de seguridad, uno de ellos, eliminar la apertura, y otro, doblar el número de las clásicas costillas y nervaduras blancas del valenciano.

Quien vea una fotografía del llamado Hub no se sorprenderá lo más mínimo si está habituado a la pirotecnia arquitectónico-fallera de Calatrava. En este caso, se inspiró en un niño lanzando un pájaro al vuelo. Habría que decir que el niño no debía de tener claustrofobia: el edificio está encajonado entre el Two WTC y el Three WTC, tal es así que apenas queda espacio entre las espinas blancas y sendas fachadas acristaladas.

Huelga decir que la crítica neoyorquina se ha cebado con Calatrava a un nivel que incluso a mí me despierta compasión. Aun así, hay que reconocer que el ser humano es testarudo por naturaleza. ¿No querías arroz? Pues dos tazas: han encargado a Calatrava la reconstrucción de la iglesia ortodoxa de San Nicolás, también dañada fatalmente por los atentados del 11S e incluida en el master plan. Aunque dice estar inspirada en la antigua basílica de Santa Sofía de Estambul, la verdad es que parece una magdalena (blanca, claro). La obra se ha presupuestado en unos treinta y cinco millones de dólares. Veremos en qué acaba.


Notas

(1) Los conspiranoicos, en uno de sus numerosos desvaríos, infieren que Silverstein algo sabía de lo que iba a pasar el 11S puesto que «ha salido ganando» con los atentados. Se refieren a que, tras años de proceso judicial, en 2007 las aseguradoras finalmente aceptaron pagarle unos cuatro mil quinientos millones de dólares. Fue una batalla dura, puesto que, al ser dos aviones diferentes, aunque dentro de una acción coordinada, no estaba claro si era «un evento» o «dos eventos»; asunto que no era baladí, ya que cada evento tenía una indemnización máxima de unos tres mil quinientos millones de dólares.

(2) Si han estado atentos, echarán en falta un Six WTC. Pues ni está ni se le espera. El WTC 7 se levantó en la misma parcela en la que se encontraba un edificio homónimo que también se vino abajo aquel fatídico 11S. Se comenzó a reconstruir en mayo de 2002 cuando, como recordarán, aún no estaba claro qué se iba a hacer en la Zona Cero.

(3) Lo de la aguja tiene miga. En un principio, Childs diseñó la aguja con un revestimiento de vidrio y acero que, por motivos económicos y de mantenimiento, finalmente se descartó, dejando una aguja metálica desnuda; vamos, una antena. El dilema vino cuando se disputó con la Torre Willis de Chicago el título de edificio más alto de Norteamérica, ya que los de Illinois insistían en que sus antenas no contaban para la medición y su azotea se encontraba a mayor altura que la del edifico neoyorquino. No les sirvió de nada: el One WTC fue proclamado el edificio más alto del hemisferio occidental.

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3 Comments

  1. Cimex Lectularius

    La vida ha dejado de ser un chiste para mí; no le veo la gracia.

    https://youtu.be/Pxuzc2Loncc

  2. Cimex Lectularius

    La arquitectura es el gran libro de la humanidad.

    https://youtu.be/sFonjSZfi2k

  3. Estuve 15 días en Nueva York en el verano de 2018, y el Oculus de Calatrava me pareció, aparte de un espanto, que no pega ni con cola a pesar del simbolismo que evoca la paz etc.

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