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La única criatura enorme e inofensiva

 

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La experiencia nos enseña que, si las cosas salen bien en ciencia y los experimentos triunfan, podemos conseguir un avance que cambie la historia de la humanidad. Lo que no nos enseña es que a veces los experimentos salen mal a pesar de repetirlos miles de veces y que, a veces, los resultados se quedan en un cajón de la mesa de un despacho.

Lo que tampoco se cuenta es que a lo largo de la historia el avance del ser humano se ha realizado gracias al sacrificio de vidas humanas. Ha ocurrido lo mismo con algunos científicos o ciertas empresas. Con la excusa del progreso y la riqueza, o por otras razones oscuras que todos imaginamos, en algunas ocasiones se han puesto en juego las vidas de decenas o miles de personas de forma consciente o cuando algunos han preferido mirar a otro lado.

Uno de los últimos casos afecta a la manipulación genética de embriones. El equipo del científico chino He Jiankui ha creado los primeros bebés modificados genéticamente. Este equipo ha editado los embriones de un par de gemelas con la técnica CRISP, una especie de tijeras moleculares para editar el genoma. Los científicos afirman haber hecho a estos bebés resistentes al virus causante del sida. O eso es lo que aseguran. Pero la técnica, y eso sí se sabía antes del experimento, no es totalmente segura, por lo que podrían producirse mutaciones indeseadas.

No consiguieron publicarlo en ninguna revista científica, esas que son revisadas por expertos y que aseguran con bastante credibilidad que lo que se dice es cierto. Pero lo anunciaron en un congreso de su disciplina. Lo que no contaron es que nunca recibieron la autorización necesaria para hacer este tipo de procedimiento; ni siquiera lo intentaron, tal vez porque no lo hubiesen conseguido.

Los comités de ética se llevaron las manos a la cabeza y las leyes entraron en juego, pero el daño ya se había hecho. No es un caso aislado, nunca lo son. Lo que supimos a continuación, después de que un grupo de expertos leyese los trabajos del científico, es que no se reprodujo la mutación genética que confiere la resistencia al VIH, pero sí parece que han creado mutaciones involuntarias en las gemelas. Estas niñas tendrán que ser vigiladas muy de cerca por un grupo de médicos e investigadores al acecho de cualquier enfermedad que pueda surgir de este juego inhumano.

Algo tan reciente me hace recordar historias del pasado, como la llamada Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Este proyecto de tres años de duración embarcó a veintidós niños huérfanos con destino al Nuevo Mundo. Durante el viaje, los niños fueron contagiados con la viruela cada nueve o diez días para mantenerla con vida; la transportaron en sus cuerpos como si fueran ratas de laboratorio.

Si el ser humano es capaz de poner en peligro a los de su especie, cuesta pensar que no pone ni ha puesto en riesgo a los animales con la excusa del falso bien común. La ucronía que presenta La única criatura enorme e inofensiva recoge dos momentos históricos que ocurrieron a principios del siglo XX en Estados Unidos, pero que son poco conocidos en otros países: las chicas del radio y la elefanta Topsy. Las historias de este libro de Brooke Bolander hablan de vencidos, de personas y animales usados para el avance del ego, de empresarios enriquecidos y de investigadores convertidos en seres orgullosos con una única verdad: la suya.

Parece que, en tiempos de guerra, de competición, todo vale para ganar. En tiempos de guerra cualquier ventaja contra el enemigo está justificada. Las víctimas serán las heroínas del futuro, pero deberán morir en el proceso.

Las dos historias en las que se basa La única criatura enorme e inofensiva, que retuerce, exprime y gira la realidad hasta convertirla en casi un sueño, se olvidaron con el paso del tiempo. Pero hoy en día forman parte de la cultura popular estadounidense y son dos grandes ejemplos del sacrificio de algunos en pro del avance del país o en pro del avance del ego y de la economía de algunos; ¿no es acaso lo mismo? Brooke Bolander extrae los momentos más simbólicos de ambos, les da la vuelta, los lleva a un universo imaginario y los une en una sola historia; junta a las víctimas para que se defiendan del atacante. Pero son dos historias reales, son hechos que ocurrieron, son relatos que recogen el sufrimiento de muchas mujeres y de una elefanta que fueron básicamente sacrificadas por el manido bien común.

Cuando se mira el avance de la ciencia, a veces es difícil distinguir lo que es bueno de lo que no lo es, lo que está justificado para el avance y lo que no. Pero es evidente que la autora ha elegido dos historias que hoy parecería difícil que sucedieran, especialmente por su crueldad extrema.

La Primera Guerra Mundial y la entrada de Estados Unidos en el conflicto provocó la gran necesidad de que los soldados estadounidenses estuviesen sincronizados con sus superiores. La demanda de relojes se multiplicó, pero en especial los modelos que les permitiesen ver la hora en la oscuridad de las maniobras nocturnas. El descubrimiento de un nuevo elemento luminiscente poco tiempo antes, el radio, les dio la idea.

Y, como siempre que se las necesita, entraron las mujeres a las fábricas. Cerca de cuatro mil mujeres trabajaron durante años en la compañía United States Radium Corporation de Nueva Jersey cubriendo las esferas de esos famosos relojes luminiscentes con una pintura que contenía radio.

Seguro que podemos imaginar el desconocimiento que estas mujeres tenían de los peligros del radio, que también acabaría con la vida de su descubridora, la científica Marie Curie. Nadie les habló de los riesgos que suponía trabajar con ese elemento y el cáncer acabó llenando sus vidas. Trabajaban sin ningún tipo de protección e, incluso, cogieron la costumbre de lamer las cerdas de los pinceles que utilizaban para pintar los relojes y dibujar con más precisión. Así consumieron dosis letales de radio vía oral. Es curioso que los químicos de las empresas sí manipulasen el radio con sumo cuidado. Algo debían saber que ellas desconocían.

Los dentistas fueron los primeros en darse cuenta de que algo iba mal. Las trabajadoras acudían a sus consultas con grandes dolores porque sus mandíbulas se desintegraban sin razón aparente. Esos pinceles habían inyectado la ponzoña en cada milímetro de sus bocas. Y así, poco a poco, los tumores empezaron a apoderarse de ellas y se multiplicaron por otras partes de sus cuerpos. No es necesario ver las imágenes de cómo quedaron de desfigurados sus rostros para imaginar el tremendo dolor que sufrieron y lo difícil que tuvo que ser entender que todo se podía haber evitado. Las pruebas dieron resultados poco sorprendentes: se detectaron en sus organismos niveles de radiactividad mil veces superiores al máximo tolerable.

Con años de lucha, y tras la muerte de la mayoría de ellas, consiguieron que los derechos laborales mejorasen. Las empresas relacionadas con el radio negaron lo evidente y pleitearon durante años en los tribunales. Usaron estudios fraudulentos realizados por médicos y especialistas que habían sido sobornados, prolongaron los juicios todo lo posible y pagaron las indemnizaciones lo más tarde que pudieron. Hay veces que el valor de una vida es ínfimo y vergonzoso. Eso sí, su historia promovió que el Congreso de los Estados Unidos votara a favor de una legislación industrial donde se establecieron los derechos de los empleados que contraen enfermedades laborales. Es curioso que las mujeres, que por entonces no participaban en las guerras, se estuviesen jugando la vida en casa, mientras los hombres supuestamente las defendían a ellas y al resto del país de la muerte en manos de los enemigos.

Se legisla tras el desastre, porque parece que hay que escribir normas, prohibir o negar cosas para que el ser humano se dé cuenta de lo que se debe hacer y lo que no, de lo que hace daño a los demás y lo que no. Esa legislación vino tras la muerte de esas inocentes, al igual que el código de ética médica de Nuremberg, que recoge una serie de principios que regulan la investigación en seres humanos y que tiene un origen oscuro. El documento se publicó en 1947 tras los juicios a la jerarquía nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En ellos, algunos de los genocidas fueron juzgados por las atrocidades que hicieron a los prisioneros en los campos de concentración, convertidos en muchos casos en auténticas cobayas humanas.

Se pueden encontrar puntos en común, porque el código planteaba diez temas que protegían a las personas de prácticas científicas inadecuadas. Entre ellos, se señala que el médico se compromete a evitar cualquier tipo de sufrimiento físico o mental al paciente. Y, aunque parezca obvio, también incluye que no debe llevar a cabo ninguna investigación si se cree que puede ocasionar la muerte o provocar una incapacidad al sujeto que participa en ese estudio. Además, el sujeto de la investigación, que podría aplicarse a las chicas del radio, debe conocer los detalles y dar su consentimiento.

Cuesta pensar que vivimos en un mundo en el que es necesario dejar por escrito que no se debe torturar a otro ser humano. Pero sí, todos sabemos que sigue siendo necesario.

Con su muerte consiguieron que los derechos laborales mejorasen, no hay duda, pero parece mentira que haya que tener una muerte tan horrenda para que la sociedad avance y las leyes te protejan. Eso sí, los derechos en muchas ocasiones solo protegen a unos pocos.  Algunas de esas cosas todavía no han cambiado, no para todas.

Algunos medios, solo algunos, nos muestran que no es necesario irse tan lejos para ver cómo los derechos laborales desaparecen en fábricas del inframundo y las enfermedades relacionadas con el trabajo y sus tratamientos se destrozan bajo los ladrillos de una explosión o el derrumbe de los edificios. Hoy sabemos que familias enteras duermen en los suelos de las fábricas de países con otra lengua. Sus sueldos no les permiten tener una casa en la que descansar esas espaldas agotadas, además de que estando allí pueden trabajar más horas.

El desconocimiento ha sido una de las razones por las que a lo largo de la historia se han cometido auténticas barbaridades. Que Curie se expusiese a diario a la radiación, porque guardaba en los bolsillos de la bata de trabajo los tubos de ensayo con radio, fue desconocimiento, y eso le provocó la muerte. Pero no hay palabras para narrar lo que significa poner en riesgo la vida de los demás para beneficio propio conociendo el riesgo: es la deshumanización hecha victoria. Y pocos saben que algunos de los científicos e inventores más conocidos del mundo poco dudaron en arriesgar la vida de personas y animales para ser más conocidos o ganar más dinero.

Las vidas humanas no se respetaron, pero la otra historia, que tiñe de sangre las páginas de La única criatura enorme e inofensiva, es la que narra la crueldad animal y el ego de la ciencia. Si no importó a casi nadie que en los felices años veinte un grupo de mujeres trabajase a destajo rodeadas de muerte, poco les iba a importar a la mayoría la vida de un animal, aunque fuese uno de los más grandes del mundo.

El entretenimiento humano es realmente peculiar. En muchos casos esa diversión nos la genera un animal, al que muchos consideran inferior, que no es como nosotros… No es generalizado este pensamiento, ya no, pero sigue estando grabado a fuego en millones de personas de todo el mundo. Por ese motivo nos parece normal arrancar de las garras de sus madres a animales de cualquier especie, sacarlos de su hábitat y llevárnoslos a casa para nuestro disfrute.

Mientras que, no solo contentos con ello, dedicamos nuestro tiempo a observar cómo animales de cualquier especie dan saltitos, brincos, obedecen órdenes absurdas o dan increíbles piruetas en el aire solo para nuestro deleite. Y pagamos para estar en primera fila de ese espectáculo o poder formar parte de él.

Lo que no se dice es el sufrimiento que padecen estos animales. Los hay encadenados, sometidos a vejaciones o encerrados en pequeñas peceras que no sustituyen el océano infinito del que proceden. Se intenta domesticar a animales salvajes, se intenta acallar almas libres, se consigue adormecer temporalmente a la criatura, destrozar el alma del animal. Pero muchos olvidan que es difícil apaciguar para siempre al luchador. Esa es la historia de Topsy, una elefanta humillada hasta la saciedad, maltratada a la primera de cambio y asesinada por ser exactamente lo que era: un animal salvaje.

Topsy, nacida en Asia alrededor del año 1875, fue toda una revolución en la época. Tras ser transportada hasta América, como todos los animales dedicados al espectáculo, fue sometida a una dura disciplina para aprender pequeños trucos y que se subyugara a los designios de los hombres.

Topsy tenía veintiocho años cuando murió electrocutada. Hasta entonces, esta elefanta había sido una de las grandes atracciones del parque de Luna Park en Estados Unidos. Pasó su vida en este particular nuevo mundo siendo disciplinada, golpeada y usada para el transporte de cualquier visitante que quisiera montar sobre ella. Ya es difícil ser obligada a hacer cosas que no quieres: sufrir latigazos constantes puede volver loco a cualquiera.

Hoy en día ya no es tan fácil ver animales en los circos, pero pocos se libran de tener fotografías con tigres asiáticos drogados para que puedan ser zarandeados por los turistas. Si un animal salvaje está sentado tranquilamente junto un hombre que lo tiene encadenado, si te lo colocan en el hombro sin miedo a que te haga algo, o está drogado o le han extirpado sus afilados colmillos o sus temibles garras para que no puedan atacarte. Y no, ellos no han nacido para nuestro disfrute ni nuestras fotos.

La elefanta Topsy fue maltratada y ella se vengó, sacó el animal salvaje que llevaba dentro y se rebeló contra el que le hacía daño, el hombre. Así, en solo tres años, los últimos de su vida, la ya no tan complaciente elefanta mató a tres hombres. Uno de ellos fue su cuidador, un borracho que, entre otras muchas cosas, le daba de comer cigarrillos encendidos. Y el animal maltratado, antes sumiso y servicial, se convirtió en un peligro público. La rebelde ya no era útil y nadie la quería. La única opción que vieron era acabar con ella, haciéndola culpable de los delitos de los hombres, responsabilizando a un animal que se defendía del sometedor, del enemigo.

Se salvó de la horca por poco, aunque puede que le tocase un final peor. Una sociedad que abogaba por la protección de los animales protestó y se encontró entonces lo que se consideró una forma más adecuada para acabar con ella: la electrocución. El famoso inventor Thomas Alva Edison fue el encargado de su muerte, que llegaría de la mano de la corriente alterna, el avance del científico Nikola Tesla, y no a través de la corriente continua, descubrimiento del propio Edison. Las malas lenguas dicen que Edison y Tesla todavía seguían luchando por cuál de los dos sistemas era mejor, por eso Edison eligió el de su competidor, para demostrar la peligrosidad del mismo. Aunque parece que aquella disputa había terminado diez años antes, también podría ser que perdonar no es olvidar, y menos cuando con en esta innovación había tanto dinero en juego.

Antes de electrocutarla, a la elefanta le dieron de comer zanahorias rellenas de cianuro. Así, Topsy fue colocada sobre una plataforma metálica y conectada a todo tipo de electrodos y se le aplicaron seis mil seiscientos voltios que acabaron con ella en menos de un minuto. Tal vez la historia no habría llegado hasta nuestros días si el equipo de Edison no hubiese grabado el terrible momento, que fue visto en directo por más de mil quinientas personas y luego por cualquiera que quiso verlo en los cines de todo el país. Los últimos instantes de esta famosa elefanta se pueden definir en descargas, calambrazos, temblores, dolor y humo provocado por las quemaduras.

En común, ambas historias tienen al ser humano destructor, al omnipresente y todopoderoso que todo lo quiere controlar y que no duda en someter y matar para conseguirlo. La autora las mezcla, las transforma y las combina, para convertir a las víctimas en seres que pueden tomar, aunque sea por unos instantes, las riendas de sus vidas y hacer justicia.

¿Se ha aprendido de ello? ¿Somos capaces de no cometer el mismo error una y otra vez? Solo la historia hablará de la maldad del hombre, el mismo que destroza su entorno, arrasa los bosques y esquilma los océanos. No, no parece que la historia vaya a cambiar. La humanidad se tropieza una y otra vez con la misma piedra, que siempre tiene forma de ego.

Este texto es el prólogo del libro La única criatura enorme e inofensiva, debut literario de Brooke Bolandery, ganadora del premio Locus y el Nébula, que acaba de publicar la Editorial Crononauta. Se puede adquirir aquí.

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11 Comments

  1. David Plaza

    Lo que me aleja de suscribirme a Jot Down es su irregularidad. Junto a artículos muy buenos, como el que trata de la serie Futurama, te encuentras moñadas adolescentes como esta, de un buenismo facilón que tira de espaldas. De acuerdo que es un prólogo y tampoco es que mi opinión valga nada, pero digo de revisar el asunto porque no veo que haya una mínima estrategia a la hora de seleccionar.

    • Monito

      es una lástima que para algunos sea un demérito de calidad poner un foco crítico sobre asuntos morales esenciales.
      ¿Qué le molesta a este lector? ¿Que se hable de los derechos básicos de los y las trabajadoras? ¿Que se hable de los derechos de los animales? Analizar la cadena de errores y horrores de la humanidad es algo básico, y necesario, para aprender y, con algo de suerte, mejorar, siempre y cuando lectores de calidad estén a la altura de los textos.

    • Pipoprado

      Suscríbase, joven, suscríbase

    • Constantino

      Secundo la noción. La mayoría de los artículos son sustitutos de los sermones con los que los frailes pontificaban en la iglesia. A esos hay que añadir las salidas de tono de los que siguen la política de Prisa para seguir escribiendo su columna semanal y las repeticiones de temas en otra época bien tratados. A mí me ha ocurrido como a algún otro que comentaba por estos pagos, que ha dejado de comprar la revista.

    • Vaya, vaya. Cuanto desagradecimiento hay en el mundo. Si no te gusta la revista no la leas y ya está, y así de paso nos ahorras a los demás la lectura de tus comentarios. Ahora, lo importante: gracias Ainhoa por el artículo. A mi me parece importante, aunque me haga avergonzar de ser un humano.

      • Detecto un contrasentido. ¿Cómo podría alguien saber si le gusta o no una revista sin haberla leído?

  2. Iván Melchor

    Muy interesante y muy bien escrito.

  3. Estoy dispuesto a recibir la humillación necesaria por parte de JD si lo mío es pura esquizofrenia por el complot. A menudo comentarios tan bien articulados, con una prosa impecable y prueba inequivocable de una cultura adquirida a son de talento y sacrificio (que me inducen a pensar que el autor es siempre el mismo) como los de esta excelente divulgación y tantas otras, palmariamente faltos de empatía o comprensión por las injusticias o sufrimientos de otros son debidos, decía, a una estrategia de JD para crear debates avisperos, porque lo que expresan es simplemente desconcertante. O tal vez sea al revés: una campaña externa para desacreditar este rincón literario aconsejando no leerlo. Vaya con los complots. Yo estoy haciendo el mío. Espero que solo se deba a ese simple principio democrático que permite a cualquiera decir lo que le parezca.
    El complot del cubo de Rubic contra mi persona, o desazón cuando veo el resultado final (que nunca logré llevar a cabo)

    Tienen en rígido orden todo
    el desorden de sus colores
    primarios, esclavos de dos ejes
    y de sus miles combinaciones.
    Son bellos por ser cuadrados
    tanto en su final figura externa
    como en cada uno de sus dados,
    pero menos bellos cuando, en un
    relámpago muestran sus cuatro
    lados uniformes y áridos con sus
    colores que jamás serán el arco
    iris, pues no tienen los intermedios
    entre los fríos y los cálidos.
    Excelente y tocante artículo, señora. Muchas gracias.

  4. Tal vez no hay ningún complot, porque podría ser que esos comentarios son el resultado de un “espíritu de los tiempos” actuales, el zeitgeist anglosajón que tan bien retrató Oscar Wilde con sus hipócritas esnobs, dandys o aristocráticos personajes que estaban por encima de cualquier emoción o dolor ajeno, a no ser aquellos que exteriorizaban los que pertenecían al exclusivo club de una aristocracia rancia, asfixiante y llena de prejuicios, satisfechos de sí mismos, orgullosos de sus culturas y despreciadores de los demás. Ni hablar de aquellas injusticias que proviniesen de niños, animales o mujeres sufrientes (extrañamente en nuestra realidad los más débiles e indefensos). Esas eran cosas de la plebe. Me olvidaba. El verso: son bellos por ser cuadrados iba entre comillas.

  5. Pingback: La única criatura enorme e inofensiva, de Brooke Bolander |C

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