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El patio trasero del fútbol moderno

JDS 16eryt
Fotografía: Getty.

Escribe el columnista brasileño Juca Kfouri, a propósito de la tragedia del Chapecoense, que el fútbol moderno no existiría sin aviones. Que «Messi pasa más tiempo en ellos que dentro del campo». Indiscutible realidad. Es un efecto colateral de la máquina que no para: vuelos cada tres días, trajín de aeropuertos, tránsitos, prisas y tutes infames para, entre viaje y viaje, conseguir jugar un poco al fútbol. Ocurre que en esa circunstancia necesaria hay, a veces, lunares que en casos extremos se convierten en una cadena de errores, negligencias y mala suerte que, como en este caso, desembocan en una tragedia. Y vino a ocurrir en Latinoamérica. Pasado el duelo, haría falta entrar en profundidad en las causas últimas del siniestro. Falta de combustible, sí, pero por qué. Por una temeridad del piloto, sí, pero por qué. Por incompetencia de la compañía, sí, pero por qué. Entonces el hilo se convertirá en madeja y terminaremos, seguramente, donde empieza todo en esta historia de Latinoamérica, en las rendijas de lo que no debería ser pero es, en el qué más da si no pasa nada. Hasta que pasa.

Dice José Luis Chilavert, exportero paraguayo —y perejil en todas las salsas— que detrás de todo el festival de negligencias se esconde la mano de la Conmebol, por haber acercado la compañía siniestrada, supuestamente, al equipo brasileño, como antes ocurrió con otros clubes y selecciones como la venezolana o la argentina. «No puede ser que sea siempre el mismo chárter», dijo. La Conmebol, mediante una nota, negó la mayor. «Entre nuestras atribuciones no está la de coordinar ningún transporte», apuntó.

Las acusaciones, viniendo de Chilavert, enfrentado al establishment deportivo y siempre polémico, pueden parecer exageradas. Pero dejan un poso de sospecha sobre un mundo oscuro. Como escribió el argentino Alejandro Wall, «los rumores prenden y crecen porque hay pasto: la Conmebol es un organismo sin ninguna credibilidad, cuyos trastos fueron quedando en el camino junto a sus presidentes».

En realidad, la Conmebol, sobre la que volveremos, es a la vez harina y guinda del pastel del fútbol en América Latina, que una vez más reproduce fielmente su realidad atribulada, sea por un avión, por la organización de un campeonato o por la gestión de su mayor patrimonio: los futbolistas. Hace más de veinte años, cuando aún la etiqueta del fútbol moderno no existía, el continente inventaba fórmulas financieras y construía enrevesados andamios para sostener estructuras dudosas. Y prenunciaban la era que vivimos hoy en todo el planeta: las jugadas aritméticas de los representantes de Messi y Cristiano Ronaldo no llegan por casualidad. Latinoamérica ha sido pionera en un fin cuestionable para el deporte que más ama: convertirlo en una excusa para ganar cada vez más dinero.

El jugador sudamericano cotiza al alza desde que el fútbol es fútbol, pero desde hace un par de décadas vive una burbuja sin fin, solo semejable a la soja o el cobre o el gas o el petróleo, históricas materias primas latinoamericanas vendidas a los países del norte del mundo. Igual que ellas componen el grueso del PIB del continente, los futbolistas llenan de millones a sus clubes de origen, que sin embargo no dejan de aumentar sus deudas. No hay equipo que se precie en el mundo que no tenga a un par de brasileños o argentinos. Se pagan por ellos cantidades que luego se multiplican aún más en transferencias, en una sucesión sin fin. Se les dice que son cracks, y en realidad los fuera de serie —entiéndase la expresión— son los actores que intervienen en su cotización, en un mercado en el que prima el todo vale. Pero para llevar a las estrellas del futuro a los mejores estadios europeos hace falta una cocina donde prepararlos. Y en esa historia Latinoamérica tiene mucho por contar.

El arte de la triangulación

Desde pequeños aprendimos a ver brasileños jugando al primer toque, trazando paredes, interpretando el juego como una asociación solidaria que terminaba, a veces, con el gol entendido como un pase a la red. El fútbol como algo bello. Arte. Pero paralelamente había otro tipo de triangulaciones fuera del campo.

En 1986 llegó un aviso, un indicio, el lobo. Ocurrió cuando River Plate de Buenos Aires traspasó a Enzo Francescoli al Racing de París por tres millones de dólares. Por el camino se quedaron, en una cuenta en Uruguay, trescientos mil dólares. El presidente del club argentino, Hugo Santilli, reconoció tres lustros después al diario Olé que lo había hecho para pagar menos impuestos. «Si lo hubiera hecho todo en Argentina tenía que haber tributado una cantidad exorbitante, así que lo ingresé por bonos externos». ¿Y por qué en Uruguay? «Porque me permitió hacer una triangulación con los bonos». La jugada no era ilegal, ni ilegítima, pero se aprovechaba el marco jurídico al máximo para sacar dinero de donde se suponía que no había. Eludía, pero no evadía. Quizá sin saberlo, se abrió un melón que desde entonces no ha vuelto a cerrarse. De allí en adelante, sin embargo, ya no se impusieron cuentas trianguladas, sino clubes. Una forma de sofisticar la treta.

Rentistas, Maldonado, Central Español, Sud América, Boston River, Fénix, Progreso, Bella Vista, Rampla Juniors son clubes uruguayos de mitad de tabla de primera o de segunda división. Cada uno con su sede, modesta, sus socios, pocos, su estadio, quien lo tenga. Cada uno con sus objetivos deportivos, respetables. Pero todos tienen en común haber contado en sus filas —en sus papeles, más bien— a grandes jugadores brasileños o argentinos, más que muchos equipos de Champions, aunque no hayan pasado por Uruguay ni de vacaciones. Todos ellos han sido o son utilizados como clubes puente por inversores que compran bajo el mantel los derechos de los futbolistas. Estas entidades, teóricamente, son los titulares de las promesas sudamericanas y automáticamente los ceden o revenden a grandes clubes europeos, a cambio de un dinero. Esto es, traspasos offshore, porque ninguno de esos jugadores llega a jugar en la segunda división uruguaya. Ejemplos sobran. Que hayan trascendido, entre los más sonados del pasado están los brasileños Zé Roberto, Hulk o Filipe Luís. Más recientemente, los argentinos Rulli, Osvaldo, Calleri o Roncaglia. El caso de Filipe Luís fue muy divulgado en su día por una extravagancia: Rentistas, club del que había llegado al Deportivo en triángulo con el Figueirense, su verdadero club de origen, llegó a pedir el embargo del club gallego cuando este lo traspasó años después al Atlético de Madrid, porque aún no le había pagado todo lo que le debía. Consiguió rascar unos miles de euros.

Pongamos que en una negociación entre un club brasileño y un español se utiliza un tercero uruguayo que sirve como vehículo para concretar la operación original. ¿Por qué esta tramoya? Para empezar, para pagar menos impuestos. Y Uruguay —de siempre la «Suiza sudamericana»— es el lugar: sus tasas son mucho más bajas, sus bancos, más opacos, y además hay un factor externo que le favorece. La FIFA encuadra a Uruguay en la cuarta categoría a la hora de tasar ciertos derechos, inferior a Argentina o Brasil, lo que genera en la operación un ahorro de cientos de miles de dólares si pasa antes al jugador por el filtro uruguayo. En rigor, es una suerte de paraíso fiscal deportivo.

En el origen de los llamados traspasos puente o triangulaciones está el uruguayo Juan Figer. Según decía la revista alemana Der Spiegel en 2006, «el más influyente y escurridizo» de los representantes mundiales. Según expone un periodista británico experto en la materia, «una figura casi mítica» en el mundo de los agentes. En Brasil, donde reside hace más de medio siglo, se dice que si Pelé hizo mil goles, Figer ha representado a mil futbolistas, a cada cual más famoso. Desde los años setenta cobró fama por montar operaciones estratosféricas —Denilson y sus más de cinco mil millones de pesetas al Betis, por ejemplo— y por la particularidad de que conducía sus operaciones a través de clubes de su país de origen (en su caso, Central Español y Rentistas). Por la mañana, en Uruguay; por la tarde, en Europa. Aunque cumplía la ley, al inicio de los 2000 empezaron las reticencias. En Brasil se le citó en la comisión parlamentaria que trataba de arrojar luz sobre diversos escándalos relacionados con el fútbol. Nada sucedió tras la investigación y la oficina de Figer sigue abierta hasta hoy, así como los equipos uruguayos también, con historias curiosas, como la del exvicepresidente del Rentistas, Wilmar Valdez, quien siempre ha defendido los pases puente «porque son transparentes y legales». Ese hombre, experiodista deportivo, llegó a ser presidente interino de la Conmebol al inicio de 2016 y hoy es presidente de la Asociación de Fútbol Uruguayo, además de miembro del comité ejecutivo de la FIFA y muy próximo a su nuevo presidente, Gianni Infantino. La misma FIFA que, por otro lado, combate la participación de terceros en la adquisición de derechos de jugadores, curiosamente la razón última por la que se ponen en marcha triangulaciones.

Los TPO, dueños del balón

Los third party ownerships son aquellos fondos de inversión que compran derechos de jugadores y los van colocando como activos en el mercado del fútbol con el fin de que se revaloricen. Cuanto más se muevan, más ganancia en cada escala. Esa plusvalía les genera pingües beneficios a ellos y, teóricamente, permite desahogar a clubes endeudados o con poco poder adquisitivo. Estos no pueden comprar jugadores, pero pueden ponerlos a jugar durante unos meses prestados por esos TPO, aunque los deja sin poder real al no tener la propiedad de sus derechos. Es lo que sucede hoy en la mayoría de clubes de la liga española y otros campeonatos europeos. Según un detallado estudio de la consultora KPMG, en 2013 había mil cien futbolistas en Europa cuyos derechos estaban en manos de TPO, o al menos un porcentaje de ellos. Entre un 30 % y un 40 % de jugadores pertenecían a fondos en Portugal y Europa del Este, y alrededor de un 10 % en España. Incomparable aún con Brasil, donde el estudio estima que un 90 % de los jugadores son de fondos de inversión. He aquí los pioneros. Pero en Europa el ritmo ha aumentado en los últimos tres años, y más que lo hará. El mejor ejemplo del crecimiento de los TPO, pese a la hostilidad de la FIFA, es el fondo Doyen Sports. Fundado en 2011, ha entrado hasta el tuétano en equipos de éxito, como el Sevilla, el Atlético de Madrid o el Oporto, y en otros ha sido carne de pancarta y escarnio, como el Sporting de Gijón. Según reveló Football Leaks, Sporting y Doyen firmaron un acuerdo según el cual el club recibió dos millones de euros a cambio de contraer una deuda de diez (cinco veces más) que se iría enjugando con los sucesivos traspasos de sus futbolistas. Como dijo en 2013 a Vanity Fair Juanma López, el exdefensa del Atlético de Madrid y representante de Doyen en España, «las expectativas de crecer son abismales».

Y es lo que quiere prohibir la FIFA para mantener el equilibrio de la competición, ya de por sí maltrecha por otras variables, y la salud contractual con los futbolistas. Gente poco sospechosa de ser contestataria con el sistema, como Michel Platini, se ha referido siempre a la propiedad de los TPO como «una forma de esclavitud moderna». Un histórico presidente de un club español los bautizó hace diez años, por no saber encuadrarlos de otra forma, con un eufemismo: «La gente nueva del fútbol». Los nuevos dueños del balón sin haber pisado césped en su vida.

De parqué, sin embargo, lo que se quiera. Funcionan como banca y como tal abren y cierran la espita financiera a su antojo. Si alguien se pregunta el porqué de la pasmosa inflación en el fútbol, sería bueno que mirasen hacia estos señores de corbata abultada y zapato lustrado. Lo más singular —o no— es que la Liga de Fútbol Profesional, presidida por Javier Tebas, haya denunciado a la FIFA ante la Comisión Europea por querer prohibirlos, al vulnerar los derechos de la libre competencia y la libre circulación de capitales, un derecho propio de la Unión. «Si no podemos usar los fondos, en cinco años la Premier será la NBA y el resto habrá perdido interés. El dinero de los fondos es tan importante como el de los derechos televisivos», dijo Tebas en abril de 2015. Con el detalle de que en Inglaterra los fondos están prohibidos. A eso, exactamente, es a lo que nos referimos cuando hablamos de fútbol moderno. Pero antes de los archiconocidos casos europeos, antes de Doyen, Mendes y compañía, estaban, por ejemplo, los grupos brasileños que tenían los derechos de Neymar. Y antes de ellos estaban aún otros, pioneros, que encontraron su potosí, cómo no, en Sudamérica, aunque los capitales viniesen de lejanos y fríos países.

Hace quince años uno iba a Argentina y Brasil y escuchaba las mismas quejas que hoy se oyen en cualquier campo de un equipo medio de primera división española: este no es mi club, no lo reconozco, por aquí pasan veinte jugadores nuevos cada año y ni me acuerdo del nombre del lateral izquierdo del año pasado. La gran mayoría se van igual que llegaron: sin pena ni gloria.

Y el que sobresale también se va porque así el TPO gana millones vendiéndolo a un grande. Sin exageraciones, el fútbol se ha convertido en un carrusel de billetes con dos piernas que no saben ni qué escudo llevan puesto, a los que parten en porcentajes como si fueran una enorme tarta.

A finales de los noventa operaba ya en Argentina, por ejemplo, un grupo en el que vale la pena detenerse. Respondía al nombre de HAZ, que no eran otras que las iniciales de los apellidos de sus miembros, que iremos desgranando: Hidalgo (Fernando), Arribas (Gustavo) y Zahavi (Pinhas, Pini para los amigos).

Empecemos por el final. Zahavi, que siempre negó formar parte del grupo, descolló hace dos décadas como uno de los adalides del fútbol moderno, consejero de Abramóvich desde el primer minuto y superagente al que en Londres llaman Mister Fixit (el arreglalotodo). Entre sus muchas jugadas, Zahavi tomó como modelo las pasarelas uruguayas y las trasladó a Europa: sentó un acuerdo con un club de la segunda división suiza llamado Locarno, que de repente compró los derechos de las nuevas joyas del fútbol argentino, que nunca llegaron a jugar allí. Solo era fachada para cubrir al verdadero dueño de los derechos, solo un satélite más del planeta Zahavi, que incorporaba a un amigo más al negocio: Kia Joorabchian. Su experiencia en el Corinthians, contada a continuación, recrea una vez más la historia misma de Latinoamérica: unos señores del otro lado del océano sacándole jugo a la materia prima autóctona con la ayuda de socios locales. Y si te he visto no me acuerdo.

El Corinthians de Tévez y Mascherano

Una vez explotada la vía de los pases puente se subió un peldaño más en la forma de utilizar el fútbol latinoamericano como cobaya: en vez de traspasos puente, clubes pantalla. Es decir, en vez de hacer firmar un contrato en un club cualquiera donde el futbolista no iba a jugar, ahora se trataba de invertir en uno de los grandes de Sudamérica y convertirlo en catapulta donde se foguearan aquellos que pintaban para ser cracks en Europa. Y así llegamos al Corinthians de 2004, el equipo más popular de São Paulo, el segundo con más hinchada de Brasil; el club del que es furibundo hincha el entonces presidente Lula da Silva. La entidad paulista recibió con los brazos abiertos la propuesta de ese hombre de largo apellido, Joorabchian, británico de origen iraní, que apenas superaba la treintena. Consistía en un contrato con su empresa, un fondo de inversión con sede en las Islas Vírgenes Británicas llamado MSI, según el cual este se ocuparía del área deportiva durante diez años a cambio de fuertes inversiones en jugadores. «Déjenme hacer», dijo. E hizo: en un año gastó más de cuarenta millones de dólares comprando a varios jugadores brasileños y a dos estrellas argentinas en ciernes: Carlos Tévez y Javier Mascherano. La jugada le daría el campeonato brasileño de 2005, pero la historia de amor duraría apenas un año más, lo que se tardó en empezar a investigar el origen de los fondos que se invertían.

El Corinthians terminó en el sumidero, con unas deudas gigantes y una realidad deportiva acorde al descalabro: descendió en 2007. Pero la ruleta seguía girando para el MSI, porque, como es obvio, la jugada no terminaba en São Paulo: era solo el principio. Solo hay que seguir las carreras de Tévez y Mascherano. Como si fueran dos compañeros de colegio, del club brasileños se fueron juntos al West Ham de Londres, otro club de la órbita del fondo. De ahí, a los grandes.

Aquí volvemos a HAZ. Conocidos de Hidalgo (la H de HAZ) recuerdan un encuentro en Londres en 2002 en el que se festejaba un traspaso multimillonario, sonadísimo en la época, de un chico que llevaban desde hacía años. Era Rio Ferdinand y llegaba al Manchester United. Adivinen desde qué club. Sí, el West Ham.

Empezaban a pisar fuerte los fondos en Europa y todo parecía estar relacionado. La investigación contra Joorabchian se basaba en la sospecha de que era un testaferro de magnates rusos con empresas en paraísos fiscales con dinero de origen dudoso. Uno de ellos era Román Abramóvich, recién aterrizado en el Chelsea y vinculado también al CSKA de Moscú, que con dinero fresco ganó la Copa de la UEFA de 2005. Pero, además de Abramóvich, según la fiscalía brasileña estaban en el ajo otros dos multimillonarios enriquecidos con las privatizaciones de la era Yeltsin, luego exiliados con la llegada de Putin y, finalmente, con un destino fatal: Badri Patarkatsishvili, georgiano, dueño también del Dinamo de Tiflis, e íntimo amigo de Boris Berezovski, uno de los últimos que lo vio con vida antes de que cayera fulminado de un ataque al corazón en su casa, en 2008.

A Berezovski los fiscales brasileños lo considera- ron «dueño» del fondo durante su investigación, en 2007. Seis años más tarde también apareció muerto, «probablemente ahorcado», en su casa de Inglaterra. Joorabchian acabó yéndose de Brasil sin ningún problema. Hoy sigue siendo uno de los más importantes agentes del mundo. Si no hubiera hecho su máster vital en Latinoamérica, difícilmente habría llegado a la cumbre.

La fiesta interminable

Llegamos finalmente a la A de HAZ, que podría servir de hilo conductor para entender cómo el poder del fútbol se infiltra en el poder, o viceversa. Responde esa A a Gustavo Arribas, exrepresentante de futbolistas que vivió su época dorada a finales de los noventa y primeros años 2000. De hecho, formó parte del traspaso de Tévez desde Boca al Corinthians del MSI. En aquellos años era presidente de Boca Juniors Mauricio Macri.

Dirigentes opositores en el club, como Roberto Digón, decían que Arribas era testaferro del presidente. Hoy Macri es presidente de la República Argentina y Arribas ocupa, por decreto, un cargo inopinado: es director de la AFI, la Agencia Federal de Inteligencia argentina. O sea, es el jefe de los espías. Ha habido una gran controversia sobre su nombramiento, pero su currículum lo avala con lo más importante en el mundo del fútbol: es amigo personal de quien manda. Y eso basta.

Hoy Arribas, residente durante años en São Paulo, ha sido relacionado en los Panamá Papers por operaciones de su socio que es, caramba, Fernando Hidalgo, y ha sido vinculado con el Maldonado, uno de los clubes puente uruguayos, hoy dominado por una agencia inglesa propiedad de Jonathan Barnett, representante de Gareth Bale, según cuenta el periodista Roberto Parrottino en una audaz serie de piezas de investigación en el diario Tiempo Argentino. Marea tanto nombre conocido tan junto, pero ejemplifica el proceloso mar de las altas esferas y el fútbol. Traducido en órganos, eso nos lleva a las federaciones de países y, aún más arriba, a la Conmebol y Concacaf. Los equivalentes de la UEFA en Sudamérica y Norteamérica-Centroamérica-Caribe saltaron a las primeras planas en 2015.

Primero, el 27 de mayo, con la detención de catorce ejecutivos que acudían en Zúrich al Congreso de la FIFA que había de reelegir a Blatter (lo hizo, pero dimitió cuatro días después). Allí estaban, entre otros, el presidente de la CBF, José Maria Marin, y el de la Conmebol, Eugenio Figueredo. Más tarde, en junio, se arrestó a Nicolás Leoz, expresidente del mismo ente. Y en diciembre se repitió la jugada: la policía irrumpiendo en el mismo hotel, el Baur au Lac, en el que se celebraba una reunión del comité ejecutivo de la FIFA en Zúrich, para llevarse a otros gerontócratas del fútbol latinoamericano: una nueva redada de gerifaltes, entre ellos los nuevos presidentes de Conmebol y de la Concacaf. Todos fueron detenidos por indicios de haber recibido más de doscientos millones de dólares en sobornos por las negociaciones para la comercialización de los grandes torneos internacionales del fútbol. Corrupción a gran escala, una vez más a imagen y semejanza de las grandes tramas latinoamericanas que tienen atenazada la política de varios países, como Brasil con el caso Petrobras.

Curiosamente, nadie movió un dedo hasta que la fiscalía de Estados Unidos ordenó la detención de todos aquellos que se habían lucrado con el negocio del fútbol en su territorio, y ello terminó con el fin del reinado de Blatter en la FIFA. Pero todo comenzó en Latinoamérica. Tal fue el impacto que muchos pensaron que empezaba una nueva era, en la que ya no está el viejo orden que cayó por la corrupción u otros que no vivieron para contarlo, como el todopoderoso Julio Humberto Grondona, mandamás histórico del fútbol argentino. Pero nada más lejos: el mismo día de la última redada, 3 de diciembre, se dio un estrambote perfecto para sumar al delirante cuadro.

En Buenos Aires se votaba por un nuevo presidente de la AFA, pero el resultado fue de empate, treinta y ocho a treinta y ocho. Con el pequeño detalle de que solo votaban setenta y cinco asambleístas. El papelón todavía se recuerda hoy. Y por algo una pesadumbre se cierne sobre el continente que tiene nueve mundiales y una pléyade de futbolistas de primer nivel, pero que también conserva una nómina de representantes y dirigentes que se miran el bolsillo y siguen riéndose a mandíbula batiente.

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3 Comentarios

  1. No sé cuando está escrito el artículo, que sirva como actualización:
    Mauricio Macri ya no es presidente de Argentina, perdió las elecciones. Tambíen perdieron sus hombres de paja las elecciones de Boca, que ganó Juan Román Riquelme y que generaron una gran expectación en todo el pais.

  2. Puede que un pase puente respete la letra de la ley. Pero dudo mucho que haga lo mismo con el espíritu de esa misma ley.
    Y alguien debería preguntarse por qué existen leyes que driblar antes que maten la gallina de los huevos de oro. Porque al final es lo único que van a conseguir.

  3. Astillero

    Acabo de ver donde va a caer mi querido Racing de Santander, en este caso se trata de You First Sports, un clásico del asentamiento de ganado, se escoge y se lleva a la próxima ciudad, donde pagan más por algunas reses.

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