Lo digo ya mismo: esta novela me ha gustado mucho. Y tengo que escribir sobre ella, porque sería un delito dejarla caer en el purgatorio de los libros eternamente pendientes de leer. Muchas novelas se ahogan antes de llegar a la ribera pero por suerte a esta ya la hemos sacado del río. Ahora bien…
Poeta chileno… Vale. Que no cunda el pánico. Vamos a ver si va en serio o es una falsa alarma. ¿Un farol? Se tratará de un auténtico poeta chileno. ¿Y si es así quién puede ser? Bueno, repito, que no cunda el pánico. Parece una novela. Es una novela. Si es novela es ficción, si es ficción la dosis es menos fuerte. Pero no hay que fiarse, que una novela puede ser muy biográfica, o, peor aún, autobiográfica. Tenemos que investigar… Primero el autor, luego el libro.
Alejandro Zambra… Según consta en los archivos es un poeta real, vamos, que es todo lo real que puede ser un poeta. De hecho, y me remito siempre a datos oficiales, empezó como poeta, detalle importante. También es novelista, novelista con varias novelas —es decir, que debemos excluirlo de la categoría de «novelista accidental»—, además de otras desviaciones literarias que son muy lícitas y probablemente muy golosas, como todos los vicios literarios, pero que ahora no nos deben distraer de nuestra investigación. Aquí la apuesta fuerte es entre poesía y novela. Y antes de apostar hay que mirarle las patas al caballo. La experiencia me dice que hay pocos poetas que sean novelistas y que hay pocos novelistas que sean poetas. Hay poetas que se visten ocasionalmente de novelistas, y hay novelistas que esconden un pasado oscuro como poetas. Poetas puros que también sean novelistas puros o al revés hay pocos casos. Un poeta que escribe en prosa sigue siendo un poeta, muchas veces inconscientemente. Y un escritor de largos maratones —es decir, un novelista— está por lo general muy incómodo cuando se tiene que vestir con el traje de boda de agosto del poeta.
El escritor que rema con dos remos, el de la poesía y el de la novela, nunca rema con la misma fuerza con sus dos brazos, y según golpea el remo, la canoa se desvía hacia una orilla o hacia la otra. Mantener un rumbo fijo es muy difícil y la cuestión es saber contra qué rocas u orilla vamos a chocar, lo queramos o no. Hay novelas que son grandes poemas. Hay poemas que tienen la evidente ambición, la violenta rebeldía, el triste rencor de pretender algo que no son, porque quieren ser novelas y no aceptan que su destino manifiesto es ser poema. Aquí no hay casualidades, solo una lucha intensa e inexorable entre lo que se quiere escribir y lo que finalmente se escribe. ¿Qué ha hecho aquí Alejandro Zambra? El título ya nos lo dice, aunque puede ser un farol, o una falsa alarma. ¿Tenemos un poeta chileno?
Primero el autor, luego el libro. De modo que vamos a estudiar el libro en sí mismo, ese extraño objeto cuya portada capta inmediatamente nuestra atención. ¿Un gato? Sí, y no parece un gato cualquiera. ¿Y por qué un gato?
Oscar Wilde decía que nunca leía los libros que debía reseñar, para así no sufrir su influencia. Puede parecer una broma, pero a veces le doy algo de razón. Habría que llegar a un libro con una mirada totalmente inocente, totalmente vacía de todo prejuicio o conocimiento previo. Esto, naturalmente, es imposible. Yo entro en Poeta chileno buscando a un poeta chileno. Busco a Neruda, busco a Bolaño, busco al propio Alejandro Zambra. Tengo unas expectativas y voy a estar muy vigilante.
La novela arranca muy bien. Tenemos a unos cuantos personajes, de momento muy pocos, un chico y una chica, un padre, una madre, un niño… Es decir, una familia. Pero algo nos dice que esta no es una novela de familias, ni tampoco es una novela coral, aunque se vayan añadiendo más personajes. Incluso tenemos personajes que no son personajes físicos, aunque tienen entidad como cualquier personaje de carne y hueso —sí, la poesía, ese «personaje secundario»—, tenemos… ¿Qué tenemos? O mejor dicho, ¿de qué trata esta novela? Esta novela, nos dicen, es una declaración de amor a la poesía. También, eso ya se ve desde la primera página, es una novela para los que crecimos sin internet, para los que fuimos adolescentes en aquella época oscura e inocente —la escena de los novios en el living y el atropello, sin ir más lejos—. Aquí tenemos familias de todo tipo, seres humanos que nos sorprenden, nos dan pena, les cogemos cariño, les reñimos y nos enfadamos con ellos. Empezamos a leer y al momento ya nos hemos olvidado de que estamos dentro de una novela, que es lo que debe hacer una buena novela. Y leemos rápido, con ansia, sin poder parar, porque el libro, aunque son muchas páginas, se lee muy bien. Y llegamos al final, ¡qué remedio!, y nos quedamos contentos porque nos hemos reconciliado con la novela, cuando habíamos caído en el error de pensar que en estos tiempos viles la novela tenía que enmudecer y pasar a segunda fila. Porque ¿quién necesita de lo imaginado cuando lo real supera violenta y totalmente lo imaginable? Pues sí, esta novela justifica su derecho a existir desde el minuto cero, cuando te coloca en un tiempo y un lugar —Chile, principios de los noventa— y te presenta unos personajes con los que inmediatamente te ves identificado. Parece fácil. Pero solo hasta que te pones a intentarlo. Ahí se ve la mano del novelista, que sabe qué vestido tiene que usar en cada ocasión y con qué cubierto tiene que comer cada plato.
El río baja con mucha agua y algunas novelas se van a hundir. Estaría bien salvarlas a todas. No puedo pedirles grandes sacrificios, pero si pueden, salven alguna. La corriente me ha traído esta, y al leerla he pensado… ¿cuántas más buenas historias quedan aún por contar? Sí, es una pregunta conocida, pero por suerte aún es una pregunta por responder.
¿Y el gato? Hablando de preguntas, ahora que me acuerdo. Antes me había preguntado por el gato de la portada y aún no tenía la respuesta. Pues bien, la tengo ya. Y me la guardo para mí.
Lean Poeta chileno. Todo tiene un sentido en esta novela, incluso la vida.
Los poetas chilenos no son más peligrosos que otros poetas. Pero los novelistas son peores. Me apunto el libro. Buena pinta.
Quizás cuando termine la novela de ciencia-ficción distópica en la que nos ha embarcado nuestro íntimo enemigo el SARS-Cov 2 me anime a revisitar los estúpidos años ’90, aunque sea de la mano de un poeta, y encima chileno (podría ser peor, podría ser argentino XD).
Gracias por la recomendación. Me la apunto.
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