“¿De dónde soy? Del país de los poetas, de los santos y de los navegadores”. La mayoría de los italianos suele presentarse con este tópico a un desconocido, provocando los comprensibles ataques de risa de la platea. A ningún otro pueblo del planeta que no crea —como así lo creen los italianos— que el barroco de Diego Velázquez y el minimalismo de Marcel Duchamp son dos caras de la misma moneda se le ocurriría contestar con esta retórica (¿fascista?).
La frase completa, esculpida en Palazzo della Civiltà Italiana sito en Roma (más conocido como “Coliseo cuadrado”, de la era fascista, ¡qué casualidad!), reza así: “Un pueblo de poetas, de artistas, de héroes / de santos, de pensadores, de científicos / de navegadores, de transmigratorios”. Todavía nadie ha podido explicar si esta crasis lingüística es una consecuencia de la pereza típica de los pueblos latinos o quizá de la incomprensibilidad del vocablo ‘transmigratorios’ para la mayoría de lo habitantes de Italia que, con el permiso de Gabriel García Márquez, a día de hoy se parece más a Macondo, el tan encantador como irreal pueblo de la novela Cien años de soledad.
Del amor y otros juicios
A Silvio Berlusconi, famoso por sus excesos, las contracciones nunca le han gustado. Y es por esta razón que durante todos los años que ha estado al frente de la política (con la ‘p’ minúscula) italiana ha luchado para que, fuera de Italia, “sepan bien quienes somos”. A su manera, claro. Porque hoy en el mundo, cuando un transalpino repite mnemónicamente su frase favorita, los que le han formulado la pregunta completan su respuesta: “Sí y también de los chulos y de las putas, ¿no te jode?”. Así que muchos italianos, hoy, reflexionan: “¿Y no eran mejor las risas?”.
Este pequeño y calvo Trimalcione del siglo XX y que está de paso en el XXI (toda vez que no culmine su exasperada búsqueda del elixir de la eterna juventud), durante su última etapa en la sala de control del gobierno italiano ha logrado lo que muchos creían imposible: que todo el mundo restase importancia a sus asuntos con la justicia por corrupción, mafia, y un largo etcétera… ¿Y cómo lo ha conseguido? Fácil, gracias al sexo y a la ostentación de su (dudosa) virilidad.
Al Cavaliere no hay quien le contradiga
Trimalcione es uno de los protagonistas del Satyricon de Petronio (siglo I) y de la homónima película (1969) de Federico Fellini, libremente inspirada en la prosa y los versos latinos. Lo que le ha permitido llegar hasta nuestros días, dos mil años después, son sus cenas legendarias, sus banquetes repletos de comida y alcohol. Sus comilonas exageradas de eterna duración. Y, sobre todo, donde nunca faltan hombres y mujeres que a su gusto se acoplan fraternalmente entre sorbo y sorbo. No hay pudicia que reine en su casa… ¡Acuérdense!, estamos hablando de Trimalcione y no del Berlusconi que aprendió el arte del bunga-bunga en una de sus visitas a su amigo Gadafi, cuando en lugar de ocuparse de los problemas de Italia dedicaba su tiempo a la búsqueda de su Enotea: la diosa con el fuego entre las piernas.
Es rico, riquísimo. Tampoco él sabe todo lo que posee. Cuando empezó no tenía ni un duro. Luego un día se despertó montado en el dólar. Le gusta mandar y no concibe un ‘no’ como respuesta a una petición. No tiene amigos: divide las personas en dos bandos: “los que están conmigo y se ríen de mis chistes” y “los que están contra mí y me tildan de machista sólo porque pienso que una mujer guapa es mejor que una inteligente”. Trimalcione (no me dirán que estaban pensando en el señor B. otra vez, ¡malpensados!) es así, bueno como un pastor con su rebaño e implacable con sus enemigos, como un verdugo.
Es bruto, pero sólo come si los manjares son de primera calidad y le cocinan los mejores chefs. Es grosero y le gusta reírse de los que, ahora, no son como él (“¿Pobre? ¿Qué es un pobre?), pero es tu problema si no entiendes su sentido del humor. Y es ignorante, a pesar de que de vez en cuando te suelte una poesía entera intentando convencer a la oyente de que ha sido escrita exclusivamente para ella. Mentira. Y no sólo porque no es suya, si no porque tampoco es para ella. Es para todas. Su frase favorita es: “Fui un bicho y ahora soy un rey… esta es la vida”. Esta vez no se habrán podido confundir, porque ya se sabe que a Silvio le gustan más las canciones que las poesías, aunque esté probado que se deleita también en el arte de la escritura en versos…
Memoria de sus putas tristes
Pero volvamos a Berlusconi (¡sic!). La más grande maniobra de este fugitivo de los tribunales no ha sido hacer su fortuna gracias a una conducta poco transparente en los negocios. Ni tampoco el hecho de haber entrado en política, y ganar las elecciones en pocos meses, justo cuando su amigo Craxi, ex primer ministro italiano, prefirió exiliarse en su mansión tunecina en vez de entregarse a la justicia italiana, que le había condenado por corrupción. Y se equivocan los que creen que el señor B. dio lo mejor de si mismo cuando, al mando del Gobierno, promulgó aquellas leyes que invalidaron todos los procedimientos judiciales abiertos contra él.
Porque el golpe de efecto, el gran coup de théâtre, Berlusconi lo ha logrado a través del ars amandi. Gracias a sus banquetes trimalciónicos (¡desde luego!) y variopintos, organizados con el fin de autoconvencerse de que él no estaba pagando por sexo. Porque a pesar de que ahora en el mundo se piense lo contrario, en Italia es ilegal pagar para acostarse con una señorita que practica el oficio más antiguo del mundo. Su abogado, Niccolò Ghedini, llegó a declarar que Berlusconi nunca podría ser condenado por inducción a la prostitución, por ser exclusivamente el “utilizzatore finale”. Es decir, que no fue él quien pagó directamente a las chicas, sino sus peones o las Calpurnias que se turnaban el puesto de la madame. Y si es por salvar el culo al jefe… ¡pues que mueran peones, putas y filisteos!
Crónica de una (pseudo) muerte anunciada
Como el más grande de los ilusionistas, gracias a sus mitológicos e ilegales festines sexuales (a pesar de que él vaya pregonando todo lo contrario, parece cierto que la edad haya determinado sobre el ex primer ministro italiano, lo que la ira del dios de la fertilidad Príapo causó a la “espada” de Encolpio), Berlusconi ha hecho desaparecer de la agenda setting de la prensa todos sus otros conflictos con los jueces “comunistas”. Es decir, cuando los periodistas nos enteramos de que fornicaba pagando, o haciendo que otros pagaran y, en algunos casos, quizá incluso con menores, nos olvidamos del resto de porquerías. Un amigo me comentó sardónicamente: “Es que los italianos sois la bomba. No os importa si uno roba, estrecha relaciones con la mafia o corrompe a los jueces. Lo que os jode es que haya uno que folle más que vosotros…”. No es un secreto que mientras una parte importante de la sociedad italiana rechaza estos dichosos festines con disgusto, otra parte del vulgus estaría dispuesto a pagar con su propia sangre por participar en uno de ellos.
Durante una buena temporada, la prensa italiana se vio afectada por el síndrome de Al Capone. El gánster por excelencia, el rey de Chicago de los años ’20, acabó viendo el sol a cuadros “sólo” por evasión fiscal y no por todos los homicidios o las muchas fechorías cometidas. Y es por esta razón que cuando se presentó la ocasión de cargar contra el Cavaliere sin ‘espada’ por el escándalo sexual, una parte de los periodistas y de la opinión pública no se lo pensó dos veces: “Si no nos liberamos de él ahora, moriremos berlusconianos”. Estaban seguros de que cortándole la cabeza, la Hydra moriría. Pero no lo consiguieron, porque tal y como sucedía con el monstruo mitológico, cada vez que Hércules le cortaba una cabeza le salía otra. Desgraciadamente, en los entornos de la política italiana (siempre con “p” minúscula) no se vislumbraba (ni se vislumbra) ningún semidios (ni mucho menos…) con las cualidades suficientes para derribarle del trono.
Vivir para olvidarlo
Es por esta razón que, como suele pasar en estos casos, para acabar con nuestro anti-héroe tuvo que intervenir una fuerza ajena, un deus ex machina. Así llegó la crisis, sucedáneo del terremoto de la película de Fellini, y con ella las vacas flacas y la respuesta a mi amigo: “Puede que a los italianos poco les importase que Berlusconi se fuera de putas, pero en cuanto se enteraron de que durante mucho tiempo le habían estado pagando sus polvos…”. Para olvidarle, ahora se esfuerzan en identificarse con un gobierno de tecnócratas que podría acabar con la misión empezada por el Cavaliere sin ‘espada’: sacarles la poca calderilla que todavía les queda en el bolsillo.
“La pasión por el arte, no sé por qué, nunca ha enriquecido a nadie. La pobreza es hermana del genio. […] En los viejos tiempos la virtud pura y simple era el ideal de los hombres. Por esta razón, las artes liberales florecieron. […] Hoy, nosotros, entre el vino y las prostitutas ni siquiera conocemos las obras maestras existentes […] ¿Dónde está la dialéctica? ¿Y adónde se ha ido la astronomía? ¿Dónde está la filosofía que antaño nos indicaba el camino a seguir?”, Eumolpo (Satyricon, Federico Fellini, 1969).
“El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo”, Gabriel García Márquez.
“Ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía”, ídem (El coronel no tiene quien le escriba, 1981).