La memoria funciona mediante mecanismos misteriosos. Muchas veces, cuando creíamos haber olvidado, nos encontramos con que la memoria es como una balsa de aceite que permanece inmóvil y silenciosa hasta que una chispa la incendia; es entonces cuando, iluminadas por el repentino resplandor del fuego, nos regresan imágenes que ya dábamos por perdidas. Eso es lo que nos ha sucedido a muchos al conocer la noticia de la muerte de Albert Uderzo, al que conocíamos sencillamente como Uderzo porque formaba parte de un dueto de esos que se pronunciaban de carrerilla: Lennon y McCartney, Simon y Garfunkel, Laurel y Hardy, Epi y Blas, Goscinny y Uderzo.
Cuando una persona que ha ayudado a construir el mundo en que vivimos desaparece, la memoria arde y aquellas viñetas en las que no habíamos pensado durante años se nos aparecen por decenas ante unos ojos que miran no hacia el exterior, sino hacia dentro: los ojos del recuerdo. Comprobamos sorprendidos que ni siquiera necesitamos ver esas viñetas en papel para recrear lo que nos hicieron sentir en su día, un día que quizá sea bastante lejano.
Muchos de ustedes saben, sin que yo tenga que decírselo, lo importante que fue Uderzo para un par de generaciones que crecieron contemplando sus viñetas con disciplinada devoción, un día y otro día y al día siguiente también. En mi generación hubo una trilogía del tebeo, santificada por el consenso de miles de niños y conformada por las sagas de Mortadelo y Filemón, Tintín, y Astérix el galo. Leer aquellos cómics —aunque, me permito insistir, los cómics no se leen; los cómics se miran— era un rito de paso; no un rito obligatorio por ley como lo era el colegio, pero sí un rito difícil de esquivar; a quien no tenía estos tebeos se les prestaba porque compartirlos era un acto de refuerzo del vínculo social, y hablar sobre ellos era un perfecto entrenamiento para el desarrollo cultural de cada cual. De esa trilogía de tebeos bíblicos, las aventuras de Astérix eran las más elaboradas y las que mejor encajaban con el momento concreto de la infancia en que todavía estábamos a años de distancia de la edad adulta, pero ya empezábamos a ponernos de puntillas para asomarnos con curiosidad a ese futuro ignoto que nos esperaba en una distante, o así nos lo parecía, vuelta de la esquina. Era la etapa del progresivo descubrimiento de la cultura adulta; antes de haber abierto un solo libro de historia, ya sabíamos quién había sido Julio César, sabíamos a qué se dedicaba un cuestor, y sabíamos que un centurión mandaba más que un decurión. Y, por supuesto, conocimiento que siempre cabe tener presente, que un pilum era más fuerte que nuestro sternum.
Todas aquellas cosas nacidas de la mente genial de René Goscinny, uno de los más grandes creadores de comedia escrita para niños —como toda gran comedia para niños, la de Goscinny es también indicada para los mayores—, no hubiesen provocado semejante impacto sin las imágenes nacidas de la pluma también genial de Uderzo. Aquellos personajes necesitaban la carne y hueso del tebeo: la tinta y el papel. La astuta bonhomía del diminuto Astérix, la rechoncha inmadurez de Obélix, el atusado narcisismo de Asurancetúrix, la venerable sabiduría de Panorámix, el campechano politiqueo de Abraracúrcix, la impulsividad proletaria de Esautomátix y Ordenalfabétix, el orgullo pueblerino de Karabella, la animosa senilidad del anciano Edadepiédrix y la no menos animosa voluptuosidad de su joven esposa. Todos esos personajes y sus manías, costumbres, peculiaridades y extravagancias nunca hubiesen dejado tan imborrable huella en nuestra memoria durmiente si no hubiésemos podido ponerles rostro.
Uderzo fue un maestro de los rostros, de las vestimentas, de los objetos, de los entornos. Goscinny, a quien le había gustado dibujar también, fue muy consciente de que una de sus tareas cruciales como guionista era la de elegir a un dibujante idóneo, uno que pudiese reconstruir el mundo que había surgido de su cabeza para que los lectores pudiesen verlo. Sus dos mejores asociados fueron Sempé, que ilustró con sobrenatural inspiración los magníficos libros del Pequeño Nicolás, y Uderzo. Ambos dibujantes con estilos muy diferentes, pero similares en un aspecto: entendían la importancia de lo que hoy se llama world building. Cuando el lector de un cómic ve una imagen, ha de sentirse hipnotizado primero y absorbido después por el universo particular al que dicha imagen representa. Una viñeta es algo más que el mero complemento para un diálogo; una viñeta es más, incluso, que la representación visual de una narración. La viñeta es un medio para que el lector habite, aunque sea de manera transitoria, el mismo mundo que habitan los personajes. Si la viñeta no consigue ese propósito último, se quedará en una postal que, por más bonita y admirable, nos llegará desde un lugar lejano al que nunca podremos viajar.
La magia de Uderzo, de la que están repletos los libros clásicos de Astérix, consiste en hipnotizarnos, absorbernos, hacernos viajar. Aquellos libros eran agujeros de gusano con los que romper las leyes del tiempo y el espacio. La antigua Galia y el viejo Imperio romano (que aún no tenía emperador porque estábamos siempre en el año 50 a. C., cuando Julio César, pero daba igual; el imperio ya estaba ahí), cobraban vida gracias al agudísimo sentido caracterológico y arquitectónico de Uderzo. Y cuando hablo de arquitectura no me refiero solo a los edificios, sino a la escenografía en su conjunto. Él dibujaba lugares en los que hubiésemos querido estar, casas en las que hubiésemos querido vivir y mesas a las que nos gustaría habernos sentado. Siempre supo qué mostrar y cómo mostrarlo para que los guiones —primero los de Goscinny, después los suyos y los de otros— se convirtiesen en una resurrección mágica de mundos ya perdidos. Hasta los arqueólogos tendrán que admitir esta verdad: se podrá reconstruir aquella época de manera más realista y más ajustada a la ciencia histórica, pero es imposible reconstruirla de manera mejor. Si le pedimos a cualquiera que intente visualizar a un galo, es muy posible que lo imagine con pantalones a franjas y con dos trenzas atadas con un lacito. ¿De qué otra manera imaginarlos? Porque, ¿qué serían los galos sin Uderzo? Pues serían apenas un recuerdo abstracto en las notas que César (perdón; Él) escribió sobre sus campañas militares. Un puñado de restos arqueológicos que son importantes, sí, pero no son como ese bullicioso grupo de vecinos de una aldea insignificante a quienes conocemos incluso mejor que a los vecinos del barrio donde crecimos.
Para un niño, incluso para un adolescente, no hay mejor labor de divulgación histórica que la ficción. Y, cuanto más divertida la ficción, mejor. Yo, como muchos de ustedes, crecí leyendo las aventuras de Astérix y no fue hasta tiempo después cuando entendí que había historia en aquellas historietas. La tarea de la ficción, por fortuna, no consiste en representar la realidad, sino en mejorarla. Todavía noto una leve punzada de decepción cada vez que en alguna película el personaje de César no se parece lo suficiente al César de Uderzo. Sé que tenemos antiguas monedas y esculturas que representan a César, pero aquellos rostros de metal y de mármol adoptaban la expresión desabrida con la que se suponía debían contemplar la eternidad que les aguardaba. Al César de Uderzo, en cambio, lo vemos orgulloso, enfadado, sorprendido, pero no por ello menos escultórico. Es un busto que ha cobrado vida.
Antes de entender que la historia era una reconstrucción minuciosa del pasado, yo había sido feliz sintiéndome parte de aquella enloquecida aldea en la que el herrero y el pescadero vivían en guerra permanente porque, cosa de entender en un herrero, no soportaba el «olor a fritanga». Uderzo era un arqueólogo de la imaginación; por muy bien documentadas que estuviesen, sin los dibujos de Uderzo, las aventuras de Astérix hubiesen sido grandes novelas sarcásticas, pero hay funciones que una novela, por buena que sea, nunca podrá desempeñar. Los tebeos son las novelas de la infancia; si enseñan historia bien, pero todo lo que queríamos los lectores era sentarnos junto a Obélix para comer jabalí y sopa de cebolla. Y lo hicimos.
Hoy muchos de nosotros hemos vuelto los ojos hacia los maravillosos dibujos de este gran hombre y todo lo que nos hicieron sentir, y cómo nos trasladaban a un microcosmos por el que ahora, más que nunca, nos gustaría volver a pasear.
Uderzo nos ha dejado tras una larga vida, a los noventa y dos años. Se ha ido justo cuando el cielo está cayendo sobre nuestras cabezas y ansiamos que algún Panorámix aparezca con una poción mágica. No olvidemos, sin embargo, que podemos tomar el ejemplo de aquella aldea poblada por irreductibles galos que resistía, entonces y siempre, al invasor. ¡Por Tutatis!
¡Cuanto amor les tengo a esos comics! Enhorabuena por el artículo.
Las grandes obras van de lo local a lo universal. De una pequeña aldea gala a la imaginación infinita de niños y mayores de varias generaciones.
Magnifico artículo,q bien escrito da gusto!
Buen artículo, pero Uderzo no es (perdón, no era) sólo Asterix y Obelix. Personalmente, ma ha faltado el recuerdo, siquiera de pasada de Umpah-pah y de Michel Tanguy, y seguro que me olvido de otros. Nombrar solo al Pequeño Nicolás, que ni siquiera le pertenece, se agradece por Goscinny (ay! Asterix no volvió a ser el mismo sin él), pero el homenajeado era Uderzo en esta ocasión. Por desgracia.
Maravilloso artículo para un genial autor…
¡Ah, Él!
«los cómics no se leen; los cómics se miran» No, amigo, se leen. Se leen los textos, y se «leen» las imágenes, ya que son arte secuencial y tienen sentido en el contexto de la página, igual que una palabra tiene sentido enmarcada en una frase.
¡Qué artículo, señor! Agradecido para siempre por las emociones causadas. Asomarme a aquel universo fue un deslumbramiento, un ingresar a la Historia antes de la Historia Seria. Por estos lares hay un dibujante de viñetas satíricas que, como todo artista y mejor que un psicoanalista ha explicado ciertas pulsiones con una fulgurante frase: “tengo pensamientos que no comparto”, por eso confieso que sentía, muy a menudo, más simpatía por los racionales, prepotentes, ávidos y chapuceros invasores latinos que por esa simpática banda de imprevisibles bárbaros en continuo litigio. Supongo que era, y es, debido a mis raíces latinas, más cercanas que a la cultura germana de los francos. El pobre centurión Perejilum (creo que así se llamaba) me daba lástima. Siempre perdedor. ¿Y Ideafix? Pobre bastardino, andará vagabundo, sin dueño, extraviado, sin querer entrar en casa de nadie porque es de todos. SPQR «Sono Pazzi Questi Romani. Sí, eran locos, pero algo geniales. Muchas gracias por la excelente lectura.
Grandísimo artículo. Emocionado de principio a fin, lo he leído. A modo de anécdota apunto que el personaje que no soporta el “olor a fritanga” es el pescadero en “El regalo del César”. El herrero, lo que no soporta es el olor a pescado de su vecino Ordenalfabétix.
Enorme artículo y grandísima pena por el genial Uderzo.
Más allá de su técnica con el lápiz; el genio de Uderzo se apreciaba por la plasmación finísima de sentimientos en las expresiones de los personajes. A mi juicio es irrepetible.
Solo tres pequeños ejemplos de los mil que se podrían poner:
Fijaos en «El regalo del Cesar» la cara del caballo de la carreta, cuando al llegar a la aldea se encuentra a Obelix lanzando menhires a Idefix. O a renglón siguiente, la cara de orgullo del jefe diciéndole al pobre romano «No se puede dar lo que no se tiene y Julio Cesar tiene todas las Galias menos este pueblo». Esa expresión de orgullo de Abracurcix es imbatible.
En «Obelix y Compañia» (pag. 36) cuando el economista listo le explica a Julio Cesar la situación creada; y le dice: » Una campaña proveniente de una estrategia de situación de posiciones, debería permitirnos alcanzar rápidamente una masa de clientela susceptible de absorver rápidamente nuestras existencias». La cara de panoli que no entiende ni torta que pone Julio cesar en la viñeta siguiente, solo podría ser obra de un genio como Uderzo.
Por último, para no derivarme mucho, no recuerdo el título del libro en el que los galos palizan varias veces al recaudador de impuestos que viaja en palanquín porteado por cuatro nubios.
Tras la última paliza, cuando llegan al palacio con el palanquín descojonado, solo Uderzo sería capaz de transmitir la felicidad de los nubios. Fijaos en sus caras.
Cada viñeta es una obra de arte.
Creo q te refieres a Astérix y el caldero,uno de mis cómics favoritos
Magnífico libro; pero no es ese.
A ver si doy con él para volver a partirme de risa.
Es el escudo Averno, sobre el enviado especial de julio Cesar ;)
Lo que quizá no supierais es que ya desde antes de morir Goscinny, Uderzo era ayudado en la ingente tarea de producir cientos de páginas de muy compleja realización, por nuestro insigne Francisco Ibáñez, el cual entre fruslerías de Mortadelo y Filemón, tocaba el cielo rellenando negros y poniendo fondos, muy al fondo, en las aventuras de Asterix.
Estos creadores geniales me dieron la última sorpresa y alegría unos meses atrás. Siempre pensé que ciertas frases, como esa de que el cielo se les podría caer sobre sus cabezas, o ¡per Tutatis!, eran productos de sus inagotables fantasías, pero no era así. Leyendo la vida de Alejandro Magno, escrita por un griego del II DC, a un cierto momento estallé en risa (y creo que hasta en lágrimas) porque me pareció ver en uno de los personajes narrados al bardo Asuranceturix. Escribía este biógrafo que Alejandro recibe la visita de guerreros de distintas estirpes; germanos, ibéricos, galos y otros que le llevaban su homenaje y respeto. Cuando recibe a los galos, y después de escuchar todas sus virtudes guerreras como el coraje, arrojo, desprecio del peligro, nobleza, etc. etc., les pregunta, entonces, si había algo a lo que le tenían miedo: Y ahí llega la gran frase: Que el cielo se desplome sobre nosotros. Al final de la entrevista el ayudante del gran general le pregunta qué opinión tenía de ellos, y Alejandro contesta: Fanfarrones, engreídos y vanidosos. Historia y Humor, Humor e Historia. Inolvidables. “¡Qué anforamiento!” exclamaba Obelix, viendo el atasco de la Vía Apia a la hora de punta hacia Roma. Claro, las botellas llegarían siglos después.
Sí, aunque no lo parecía, el guionista se documentaba antes de escribir la historia. Uno de los muchos aciertos de Goscinny, que pensaba que el humor no tenía por qué estar reñido con el rigor histórico, fuera de las inevitables licencias poéticas.
PD: Alejandro sabía mucho sobre ser fanfarrón, engreído y vanidoso; ¿cómo debían ser los galos? Aunque conociendo a los franceses… ;)
Todavía noto una leve punzada de decepción cada vez que en alguna película el personaje de César no se parece lo suficiente al César de Uderzo.
Absolutamente cierto
Bueno, ahora siento mi alma de lector de historietas más ligera, menos en culpa por hinchar, a escondidas, por las huestes romanas, pero por aquellas a pie, con «caligaes» enormes y gastados, que dialogaban debajo de las «tortugas» enfrentadas en las tantas guerras civiles y descubrían ser parientes, los que se dormían haciendo la guardia y, un poco, no mucho por el grande Caesar, no por los recaudadores de impuestos, los gordos «affaristas», los centuriones gritones que esparcían saliva, los esnob romanos gordos y superficiales en el Circo Máximo. Gracias Fco mig. Esperemos, como dice el autor de este artículo, que Tutatis no permita que se desplome el cielo sobre el sueño de Europa.
Coincido con el compañero que ha recordado otras series que en pais vecino si vendieron muchisimo. Para mi Michel Tanguy es muy buena, y esta editada en españa. Les aconsejo pasar por su tienda y darle un vistazo.
DEP.