Es cierto que los que han estado allí saben que existen las magníficas praderas floreadas de las que habla Platón en su libro décimo de la República. Lo que ninguno ha sido capaz de ver es el huso con sus grandes ruedas y engranajes girando mientras la diosa Necesidad va eligiendo y repartiendo nuestros próximos destinos en los que hemos de reencarnarnos hasta que llegue nuestra hora:
Llegaron a un lugar desde donde podía divisarse, extendida desde lo alto a través del cielo íntegro y de la tierra, una luz recta como una columna, muy similar al arcoíris pero más brillante y más pura, hasta la cual arribaron después de hacer un día de caminata; y en el centro de la luz vieron los extremos de las cadenas, extendidos desde el cielo; pues la luz era el cinturón del cielo, algo así como las sogas de las trirremes, y de este modo sujetaba la bóveda en rotación. Desde los extremos se extendía el huso de la Necesidad, a través del cual giraban las esferas; su vara y su gancho era de adamanto, en tanto que su tortera era de una aleación de adamanto y otras clases de metales… El huso entero giraba circularmente con el mismo movimiento, pero, dentro del conjunto que rotaba, los siete círculos interiores daban vueltas lentamente en sentido contrario al conjunto… En cuanto al huso mismo, giraba sobre las rodillas de la Necesidad; en lo alto de cada uno de los círculos estaba una sirena que giraba junto con el círculo y emitía un solo sonido de un solo tono, de manera que todas las voces, que eran ocho, concordaban en una armonía única. Ya había tres mujeres sentadas en círculo a intervalos iguales, cada una en su trono; eran las Parcas, hijas de la Necesidad, vestidas de blanco y con guirnaldas en la cabeza, a saber, Láquesis, Cloto y Atropo, y cantaban en armonía con las sirenas: Láquesis las cosas pasadas, Cloto las presentes y Atropo las futuras.
Así lo narra Platón en la República.
Todo esto sucede mientras los pobres humanos asistimos atormentados (unos más que otros) a ese reparto ajeno a nosotros y gobernado por la diosa Necesidad. En Consciencia. Más allá de la vida, un estudio de Pim van Lommel (Atalanta) se recogen las ECM (experiencias cercanas a la muerte) de un gran número de pacientes que cuentan sus experiencias secretas en circunstancias próximas a la muerte, y que ante la seriedad e insistencia de los grupos médicos dedicados al estudio de esta nueva preocupación científica —que no filosófica, puesto que desde la antigüedad la muerte es uno de los temas centrales de la filosofía— se prestan a relatar estas experiencias que antes guardaban en un cajoncito que solo era abierto en la intimidad de su soledad o en muy raras ocasiones.
Estas experiencias consisten básicamente en salirse de uno mismo, como relata Martin Buber en los testimonios recogidos en el libro Experiencias extáticas publicado recientemente, y que es el mayor compendio publicado hasta la fecha de las experiencias extáticas a lo largo de la humanidad por las diferentes religiones y regiones del mundo. Este volumen da testimonio de lo inefable que se produce en estas experiencias; no se había hecho hasta la fecha un intento de esa envergadura. Ahora Lommel nos acerca estas experiencias desde el punto de vista científico. En su caso ya no se trata de experiencias místicas, son personas que no buscan el contacto con el más allá, sino que ante la muerte física del cuerpo narran cómo salen de sí y los sucesos que acaecen en torno la mayor de las veces mientras son reanimados. En esos momentos el espacio ya no existe (afirman no tener limitaciones físicas ni de movimiento) así como el tiempo, pues parecen dirigirse a un lugar donde se está en contacto con otros seres queridos desaparecidos, informes como ellos, y rememoran su vida, todo a la vez en el mismo lugar y al mismo tiempo.
La cantidad, distancia temporal y física y desconocimiento de las personas implicadas de los casos de los demás pacientes hacen pensar que las experiencias sean reales, puesto que además las descripciones sobre la desaparición del tiempo y el espacio son coincidentes en la mayoría de los casos. Los sucesos recuerdan los postulados panteístas. Además, en algunos casos aislados, dicen haber recordado sus experiencias vitales en varias épocas de la historia, hasta tres o cuatro distintas con igual intensidad. Y como afirma Lommel, no es necesario llegar a la muerte física para encontrar testimonios sobre este tipo de experiencias.
Es sorprendente la similitud de las experiencias producidas en ese estado durante la ECM (crisis existenciales) y las teorías sobre la noesis de Platón. Como dice uno de los relatores de una ECM: «La experiencia lo cambió todo: hay algo más allá de la muerte, y es bueno. La muerte no es más que la liberación del cuerpo». Platón debió de aprender todas estas teorías relacionadas con Perséfone en las cuevas donde los pitagóricos intentaban arreglar estas crisis existenciales. La intención de introducir a la gente en cuevas tenía motivos sanadores, bien sea por crisis mentales, personales y además en aras de un más profundo conocimiento de lo que sucede más allá de la muerte. Algunos de los pacientes que han relatado su experiencia coinciden en otro punto también relacionado con las teorías platónicas sobre la intuición. Los testimonios comunes viene a decir: «Hoy confío plenamente en mis instintos». No tan afín es esta otra parte del testimonio: «En el momento en que empiezo a pensar, todo se va al garete».
En paralelo a la proliferación de libros y estudios sobre las ECM, algunos científicos dedicados principalmente a la física cuántica van apostando hipótesis más o menos explicables sobre la existencia de dimensiones de realidad paralelas a la nuestra, transformando nuestra visión del universo al multiverso. Si al nuevo conocimiento sobre las ECM sumamos las hipótesis sobre la posible existencia de varias dimensiones además de la que denominamos realidad, puede que sintamos la imperiosa necesidad de replantearnos todo, incluido el relato tradicional de la filosofía; las teorías a veces más denostadas por peregrinas pueden estar más cerca de la verdad (belleza) platónica de lo que se pretendía.
Los platónicos nos hablaban de la inmortalidad del alma demostrada a través del conocimiento como recuerdo (reminiscencia), y de ahí íbamos atónitos a la universalidad de las ideas. Al primer punto de la anterior afirmación nos acercamos bastante si aceptamos la veracidad de los testimonios de las personas que han sufrido una ECM. Varias personas cuentan, sobre sus ECM, haber sido reencarnados en períodos distantes de la historia; seguirían así las teorías de Platón acerca de la metempsicosis: preexistencia, inmortalidad y reencarnación.
Si los testimonios de estos pacientes son ciertos y las hipótesis sobre la existencia de diferentes dimensiones de la realidad también lo son, estaríamos más cerca del sueño de Lev Shestov de vencer a la Necesidad, quebrando el movimiento circular de los engranajes de las ruedas del huso de la Necesidad para celebrar la victoria del hombre sobre la muerte y la conquista de la libertad. Para eso, antes de los pseudoavances relatados en este escrito y que son muy recientes, había que tener mucha fe, como la que profesaba Shestov, en pos de la liberación de las cadenas que atenazan al hombre: la necesidad que todo lo gobierna y que tiene su punto culminante en la muerte. Por su gran fe en la victoria y por su incansable lucha se ha confundido su fe con la que se profesa por los fieles a su religión.
Shestov y Platón estaban de acuerdo en desear la misma cosa, como la mayoría: lograr la inmortalidad del alma. Lo que Shestov criticaba de Platón y sus seguidores era la deriva del pensamiento de las personas sometidas por principio a ese idealismo en el que la aspiración a la belleza (verdad) era siempre confundida con el bien bajo no se sabe muy bien qué secuencias lógicas, que en muchas ocasiones quedaban por discernir más adelante. Una crítica certera en ese sentido, además de en Shestov, se puede encontrar en un libro de Iris Murdoch: El fuego y el sol. Por qué Platón desterró a los artistas, en el que Murdoch hace un recorrido rico en citas explicando cómo y de qué manera Platón hipoteca nuestra libertad, enfocada al ámbito artístico, en pos de la búsqueda de una sociedad hiperracionalizada como la de su República. De ahí la oscuridad está a un paso. Los cristianos encontraron la apología ya hecha en el libro de Platón sobre Sócrates y luego la adecuaron a su religión. Cristo hizo el papel de Sócrates. Pero en lugar de escuchar al daemon escuchó el mensaje divino y se sacrificó por todos nosotros. De la apología de Platón sobre Sócrates resultó muy fácil hacer los diez mandamientos y todo lo que vino detrás. Sócrates era un tában,o como queda demostrado al leer el libro Recuerdos de Sócrates de Jenofonte, pero lo importante es que lo mataron por ir a la contra, y que después de esto no se movió nadie, el miedo paralizó a los humanos como la cabeza de medusa. Como dice Fondane, diez siglos después del nacimiento del cristianismo no hubo historia. Fueron años de oscuridad y terror.
Respecto de la política, Cioran dice en sus Cuaderno de Talamanca que los de izquierdas le adelantan por la izquierda y los de derechas le adelantan por la derecha. Si hacemos la analogía con Shestov diremos que los materialistas le adelantan por abajo, a ras de suelo, y los idealistas por arriba, por el cielo, situándose él en el punto ideal para escapar de los que tratan de encerrar el existencialismo exclusivamente en la inmanencia. Si fusionamos la posición de ambas situaciones en un hipotético espacio de tres dimensiones, su postura quedaría en el justo medio. Si en el punto medio situáramos a Shestov, este permanecería inmóvil, debido a que las corrientes dominantes pasarían por los cuatro puntos cardinales, norte y sur, idealismo y materialismo, y este y oeste, derecha e izquierda. La partícula central representaría la posición política y conceptual de Shestov, ajeno a esas corrientes. Sería el justo medio, la virtud ansiada por la filosofía griega, sería su paroxismo.
En el último siglo la imperiosa Necesidad con su templo, y la muerte como telón de fondo de «esta obra teatral que es la vida» entre otros para Simone Weil, ha sufrido formidables ataques filosóficos. De estos ataques renació tras las guerras y el sepultamiento de los existencialismos de la primera hora: Kierkegaard, Shestov, Fondane. Ahora, cien años después, la batalla se libra en el campo de la materia; ya no aspiramos solo idealmente o mediante el pensamiento, ahora la batalla física es más cruenta. La medicina parece estar ganando la guerra a la muerte. Escuchamos cómo ha ido subiendo el volumen durante estos años de las voces narcisistas, preocupadas y ocupadas tan solo por el cuerpo, que no son sino el preludio de la muerte, al menos intuida, de la Ananké (la Necesidad). Su derrota hará más superlativo el culto al cuerpo y los atributos físicos. El narcisismo cotiza al alza. El ser humano solamente pone cuidado en su cuerpo y no en su alma.
Que la muerte finalmente sea vencida genera una paradoja, puesto que podríamos haber perdido la libertad, cortando en seco el ciclo anudado de la muerte del que habla Platón, donde el ser humano renace continuamente hasta que alcanza su destino. Ante este hecho, habríamos de darle la razón a Platón, el alma sería inmortal; a Nietzsche porque afirma que la vida es un eterno retorno; a Shestov porque lucha contra la Necesidad pero no contra un concepto, sino contra lo que coarta nuestra libertad, siendo igualmente la vida o la muerte como encarnaciones de la Necesidad ambos enemigos de su pensamiento. La cuestión es ser libres mientras estemos en el mundo, bien sea para morir o vivir eternamente, pero hacerlo sin las cadenas que nos atenazan con los conceptos del idealismo. Para Shestov habría que detener el movimiento cíclico de los engranajes de la Necesidad. Y tal vez solo podamos ser libres como anuncia Cioran: en la posibilidad de acabar con la propia vida, aunque esta vida sería, bajo las nuevas reglas de la ciencia, que venció a la muerte, una no vida.
La vida pasaría a ser bastión de la necesidad y la muerte sería la posibilidad de acabar con ella. Lo que antes había de suceder de igual manera, lo necesario, sería ahora imposibilidad. Los pensadores que se habían ocupado de la parte del pensamiento relacionada con la muerte pasarían a tener la importancia que no han tenido hasta ahora, y el resto pasarían a formar parte de las zonas sombreadas de la filosofía. Tendríamos la filosofía especulativa, cuyo cenit data del siglo XIX, y la filosofía de la existencia, que critica las limitaciones del conocimiento para la vida. La gente se asomaría a las filosofías antes marginales en busca de la verdad sobre la existencia, y sobre su antinomia, la muerte, y su ángel,el Ángel de la Muerte que se aparece a Dostoeivski cuando le leen su sentencia de muerte. Como dice Shestov en su obra Las revelaciones de la muerte: «Allá en la tierra, todo eso era importante; aquí es preciso otra cosa… Huyamos hacia nuestra querida patria…».
Esta lectura abre escenarios inesperados. Con respecto a los individuos que participaron e ECM sería interesante saber la edad media de los mismos. Me lo pregunto porque, con respecto a los reanimados que vieron seres queridos, ¿qué será de los lactantes que no conocen a nadie? Y de los ancianos, que ya las han visto todas y se resignan como es debido. ¿También les sucede?
Pienso que el cuerpo no se muere, termina de podrirse, su destino inexorable desde su constitución. Lo que se muere es el cerebro, nuestro compañero independiente con el cual crecimos juntos y, como su soporte que le toca en suerte, tiene un miedo pánico de morir. Y cuando lo hace, como Última y Definitiva defensa y esperanza, pone en escena lo imposible como un virtuoso escenógrafo, en un milésimo de segundo, como cuando nos paralizamos frente a un peligro donde todo cambia de valor, o con los sueños donde nos muestra cosas que él sabe y nosotros no. Por supuesto, son todas ideas mías. Hay una trilogía (qué extraño este numeral con tantas evocaciones, ¿no?) de libros que pasarán a la Historia como mediocres consejeros con el debido respeto por los momentos histórico: La Biblia, La República y El Capital, con intuiciones y certezas no siempre comprobables y beneficiosas. Me parece llamativo que las más grandes invenciones del hombre, la democracia, la navegación, la literatura, el teatro, la poesía, la bicicleta, el fútbol; sí, metamos también Wikipedia, el dulce de leche, el mate (perdón por el patrioterismo barato e inaudito) no hayan tenido necesidad de semejantes librazos. Somos ampulosos y excesivos, no hay dudas, dotes necesarias para sobresalir, pero, ¿a coste de qué? Nuestra civilización judío cristiana nos ha llevado a un estado de esquizofrenia constructiva, de preconceptos, de partir un cabello en dos, de acaparar (“Los europeos son todos ávidos”, una sentencia no mía, la de un campesino cercano) y de inquietud interior, que me pregunto si las civilizaciones orientales comparten y si también tienen experiencias de ECM. Y después, como no podía faltar, al final, la libertad después de la vida, nuestra querida patria, la bendita Libertad en tiempos de virus.
Me río de buena gana cuando me descubro susurrándome al oído que soy libre y procedo como tal, sabiendo que es muy difícil arrastrar estos setenta y pico de kilos de materia tibia y húmeda sin peligros a la vista y escondiéndome detrás de las justificaciones del sexo y del amor. Seguramente libre no soy, pero tampoco soy esclavo, ¿y ahora?; y ahora no me queda más remedio que adornar el país de Jauja que vendrá esperando tiempos mejores, y no me voy a poner a buscar una liberación que me redima vaya a saber de qué pecado, y menos todavía fundar otro dogma férreo que ya los hubo por demás. Me quedo con esta democracia, prostituta ingenua y escandalosa que no conoce el valor del mercado y recibe en su seno rateros, locos y héroes demacrados, andando en lo posible más o menos en equilibrio entre la apatía del despierte y el frenesí del estar, del ser y finalmente del olvido.
Una observación (que tal vez se deba a la falta de un mayor despliegue teórico del tiempo y de las ideas), con respecto a la frase “… de la apología de Platón… resultó muy fácil hacer los diez mandamientos…”. Las Tablas de la Ley fueron recibidas por los israelitas después de la salida del Egipto, históricamente alrededor del primer milenio antes del nazareno. En esos tiempos Platón y Sócrates no existían. Gracias por la difícil lectura.