Cine y TV

La felatriz del millón de dólares

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Cleopatra, 1963. Imagen: 20th-Century-Fox.

Cuando Walter Wanger le ofreció el proyecto, Elizabeth Taylor respondió con sorna: «Claro, haré la película por un millón de dólares». Al productor ni se le pasó por la cabeza que la actriz le estaba vacilando ni se le ocurrió la posibilidad del regateo. Raudo zanjó la negociación con un «¡Hecho!». Así de desesperado estaba. La idea era rodar un taquillazo seguro que sacara de la inminente ruina a la Twentieth Century Fox. La televisión pegaba fuerte y se habían acabado los suntuosos días de vino y rosas para los grandes estudios. Así que los directivos pensaron en una apuesta segura. Un film sin grandes riesgos. Por entonces los péplums tenían un éxito considerable. Hazañas de un pasado pagano, torsos musculosos y lustrados, sensuales mujeres sin atisbo de pacata moral cristiana. Turbación de entrepierna en la oscuridad de la sala del cine. Pensaron, pues, en recuperar un añejo éxito de los años treinta. Aquella Cleopatra de Cecil B. DeMille, con Claudette Colbert como protagonista. Pero, eso sí, con un presupuesto ajustado que les reportara los beneficiosos suficientes para salir de los números rojos. No era mala idea. Sin embargo, Cleopatra acabó convirtiéndose en un derroche colosal. Una de las películas más costosas del cine. Una ruina. Un proyecto maldito. 

El presupuesto inicial fue de dos millones de dólares. Una cifra un tanto ajustada si tenemos en cuenta que Wanger contrató a Taylor por un millón. Ciertamente, necesitaban a una estrella con tirón taquillero y la protagonista de Un lugar en el sol estaba en su mejor momento. Pocas actrices podían haber interpretado con mayor convencimiento a la extravagante y seductora reina egipcia, famosa, entre muchos otros atributos, por su pericia en el arte de la felación. Al menos así reza la leyenda, aunque Plutarco (unas de las fuentes principales del guion cinematográfico) no entrara, en sus crónicas, en tales detalles suculentos. 

Enseguida una película que debía ser de bajo presupuesto empezó a tomar visos de superproducción. El director Rouben Mamoulian fue sustituido a las pocas semanas por Joseph L. Mankiewicz. En un primer momento el cambió parecía acertado. Mankiewicz era un conspicuo diseccionador de psicologías femeninas (Carta a tres esposas, Eva al desnudo) y un cineasta que había leído bien a Shakespeare (Julio César). No obstante, a causa de las presiones del rodaje y de un derroche anfetamínico, también contribuyó al malditismo de Cleopatra.  

Películas de tetas y desierto 

Para interpretar a Julio César se contrató al actor Peter Finch, mientras que Stephen Boyd debía encarnar a Marco Antonio. Finalmente, un memorable Rex Harrison dio vida al César victorioso y Richard Burton se ocupó de moldear al encoñadísimo último amante de Cleopatra VII

Burton era un concienzudo actor de teatro metido en el cine para ganar dinero fácil. Despreciaba a la farándula de Hollywood y definía los péplums en los que actuaba como «películas de tetas y desierto». No es de extrañar que despreciara a la Taylor de la misma manera que ella lo consideraba un patán de modales deficientes. Pese al odio inicial es sabido que lo suyo fue una historia de jodienda sin pausa, turbulencias furiosas y una dependencia mutua que los psicoterapeutas sintetizarían como «tóxica». En cualquier caso, la química explotó al primer beso filmado, y con él llegó «el Escándalo». El hábil Mankiewicz fue adaptando el guion según el rumbo de los acontecimientos sentimentales de los protagonistas. Así pues, Elizabeth y Richard fueron convirtiéndose a los ojos de los demás en Cleopatra y Marco Antonio. Durante el rodaje en Roma alimentaron el objetivo de los paparazzi y ya nunca más las vicisitudes de sus vidas en común dejaron de ser de dominio público. Tal vez, si no hubiera sido tan evidente el alto voltaje sexual de su aventura, la severa opinión pública (y la curia vaticana) no hubiese cargado las tintas en la circunstancia de que ambos estaban casados. Para Eddie Fisher, a la sazón esposo de Taylor, la partida estaba perdida frente al galés. Por su parte, Sybil Burton estaba convencida de que su marido volvería al calor familiar después de su particular escaramuza con Cleopatra. Siempre había sido así. Esta vez se equivocó. Siguiendo con el paralelismo entre Cleopatra/Taylor y Marco Antonio/Burton, Sam Kashner y Nancy Schoenberger escriben en El amor y la furia

En un momento dado, después de que Marco Antonio cometa la imprudencia de despedir a sus más estrechos colaboradores y se embarque en una batalla naval desastrosa, Cleopatra se da cuenta de que acaba de ocurrir algo de fatales consecuencias.

«Antonio, ¿qué ha pasado?», pregunta. 

Y él contesta: «Tú. Eso ha pasado». 

Tras tomar la decisión de quedarse con Elizabeth, Burton tardó dos años en volver a ver a sus hijas, Kate y Jessica. Sybil, por quien tanto cariño había sentido, no volvería a dirigirle la palabra durante el resto de su vida. 

Así que aquella relación también tuvo sus peajes desgarrados. 

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Cleopatra, 1963. Imagen: 20th-Century-Fox.

Cuarenta y cuatro millones de dólares

Por si fuera poco, Taylor enfermó a causa de una neumonía que la obligó a someterse a una traqueotomía de urgencia. El rodaje, que tenía una previsión de sesenta y cuatro días, se iba demorando indefectiblemente. El coste de la producción aumentaba a un ritmo vertiginoso. En el contrato de la actriz figuraba una cláusula por la cual debía cobrar cincuenta mil dólares por cada semana adicional. Cleopatra le granjeó unas ganancias superiores a los siete millones de dólares. 

A estas alturas del proyecto, no había vuelta atrás. Así que el equipo, pese a la desesperación del productor y los directivos de la Fox, se lio la manta a la cabeza y decidieron morir matando. El film modesto y eficaz para salvar al estudio se iba convirtiendo en un mastodóntico festín visual al más puro estilo Von Stroheim. Los decorados cuidadísimos que no escatiman el más elegante detalle del diseñador John DeCuir, los sesenta y cinco trajes y joyas esplendorosas que lucía Taylor, los caprichos del director de fotografía Leon Shamroy, que demoró la espectacular secuencia de la entrada de Cleopatra en Roma durante seis meses porque no le convencía la tonalidad de la luz. Y suma y sigue. 

De esta manera, una filmación convencional acabó durando más de catorce meses. El resultaron fueron seis horas de película épica, monumental y exuberante. Para salir del atolladero, Mankiewicz propuso un gran díptico que reflejara la relación de Cleopatra con César y con Marco Antonio. No coló. El director fue despedido de manera fulminante. Pero como nadie sabía qué hacer con aquel montón de imágenes deshilvanadas volvieron a contratarlo para que cosiera una narración presentable. Finalmente, Cleopatra se estrenó el 12 de junio de 1963 con críticas dispares, pero con el suficiente morbo para atraer al público. El film ocupa el número cuarenta de las películas más taquilleras de la historia del cine. La recaudación de veintiséis millones de dólares, empero, no fue suficiente ni para cubrir los cuarenta y cuatro millones que costó. 

La Fox estaba hundida y el género del péplum sentenciado. Pese al malditismo indeleble del film, en el sector de la moda supuso un objeto de culto. Según Vanity Fair: «Los icónicos trajes de Cleopatra tuvieron gran impacto en la moda y en las tendencias de maquillaje de la época. En 1962, un comercial de Revlon publicitó el “El look Cleopatra”, destacando los “ojos de esfinge”. La película llegó a influenciar también la moda en los años venideros. Desde anillos de serpiente hasta las mangas y los maxi dresses (vestidos largos), el exótico look de la reina egipcia de Taylor aún se aprecia en la moda contemporánea». 

Mankiewicz nunca volvió a rodar ninguna superproducción y siempre se refería a Cleopatra como «la pesadilla». En 1995, algunos ejecutivos de la Fox y familiares del cineasta empezaron la restauración de la película hasta alcanzar la versión de seis horas que Mankiewicz había realizado. No fue posible recuperar el film en su totalidad, pero se editó la versión de cuatro horas prevista para el estreno original. Hace tres años, el cincuenta aniversario del film sirvió de pretexto para una proyección conmemorativa en el festival de Cannes. Los aplausos y las celebraciones llegaron tarde. Muy tarde. La reina del Nilo cinematográfica ya formaba parte de la leyenda maldita del cine. Aquella superproducción espectacular que tenía como objetivo demostrar que el gran formato cinematográfico no tenía rival en la pequeña pantalla hogareña, significó el inicio del fin del esplendor del Hollywood clásico. Un canto del cisne de cuarenta y cuatro millones de dólares.

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6 Comentarios

  1. Hay que decir que la película, que fue la más taquillera del año 1963, hizo perder dinero a la Fox en el momento, pero que finalmente fue rentable, en 1966, una vez que se vendieron los derechos televisivos.

  2. Yónatan Richi

    «el cincuenta aniversario»

    ¡Yeeepaaa, Teodooorooo! xD. Quincuagésimo. ;)

    Y: https://dle.rae.es/?id=LXeV9BA

    Que paguemos una suscripción para mantener la «cultura», no? Juas,

    • Vampiresado

      Es tan correcto como tú eres subnormal, estimadísimo cretino con ínfulas de pedante que fue a por lana y salió trasquilado:

      Es apropiado utilizar tanto los números ordinales como los cardinales con nombres de acontecimientos, aniversarios, celebraciones, etc., como en 83.ª edición (octogésima tercera edición) u 83 edición (ochenta y tres edición).

      En los medios de comunicación aparecen con frecuencia noticias sobre acontecimientos que se repiten con periodicidad, normalmente una vez al año, y que se distinguen por el número de veces que se han celebrado, como la «29.ª (vigésima novena) Feria Internacional ARCO», «la 24.ª (vigésima cuarta) edición de los Premios Goya» o «el 50.º (quincuagésimo) aniversario de la muerte de Albert Camus».

      Sin embargo, aunque en los números menores de veinte lo habitual es respetar el ordinal, la Nueva gramática de la lengua española señala que «se ha integrado en el español general de hoy la tendencia a usar los cardinales con el valor de los ordinales», que tradicionalmente se han escrito con números romanos (y sin la letra voladita puesto que ya incluyen el significado ordinal): «XXX edición de Fitur».

      Así, en los ejemplos anteriores también podría haberse escrito la «29 (veintinueve) Feria Internacional ARCO», «la 24 (veinticuatro) edición de los Premios Goya», «el 50 (cincuenta) aniversario de la muerte de Albert Camus» y «la 30 edición de Fitur».

      +++++++

      cincuenta
      Del lat. quinquaginta.

      1. adj. Cinco veces diez. U. t. c. pron. —¿Cuántos alumnos tiene? —Cincuenta.

      2. adj. quincuagésimo (‖ que sigue en orden al cuadragésimo noveno). Año cincuenta.

      3. m. Número natural que sigue al cuarenta y nueve. El número complementario es el cincuenta.

      4. m. Signo o conjunto de signos con que se representa el número cincuenta.

      Un fuerte abrazo.

  3. eduardo roberto

    JD es insuperable! Por poca plata puedo enterarme de los asombrosos vericuetos de obras famosas y, de paso, refrescar las nociones de gramática mediante una amplia y docta exposición. PD: Apoyaría la moción de Ambituerto, si no fuera que ese tiempo verbal usado me crea una crisis espacio temporal anímica. No la puedo digerir. Yo hubiera usado «fusilaría». Tal vez sean regionalismo. Gracias por la lectura.

  4. Pingback: De Cleopatra a Barbie: Sesenta años de sandalias en la cinematografía femenina - Jot Down Cultural Magazine

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