Esta entrevista está disponible en papel en nuestra revista Jot Down número 18
No es ningún secreto que la música popular merece más interés cuando es mestiza o, como es el caso, cuando parece un injerto. Madrid puede que no fuese la capital europea donde más impacto causaron el pub rock, el punk y la nueva ola, el power pop y los revivals garageros de finales de los setenta y principios de los ochenta, pero sí una de aquellas en las que más profunda y duradera fue la huella. Surgió una zona que prácticamente estuvo dedicada a esos sonidos durante muchos años, antes de convertirse cada vez más en un barrio bohemio y caro difícil de diferenciar de los de todas las ciudades del mundo: Malasaña. Muchos grupos surgidos por entonces asimilaron estas tendencias que nunca fueron mayoritarias, como parece mostrar la nostalgia, en brillantes ejercicios de estilo. Pero Los Enemigos de Josele Santiago (Madrid, 1965) catalizaron las influencias extranjeras y el paisaje local. El resultado fue un catálogo de canciones lleno de anécdotas e imágenes que remitían a la España que teníamos delante de los globos oculares cada vez que salíamos de casa. Borrachos, trabajadores, camellos… toda la fauna que podía coincidir en cualquier tasca. Tres décadas después, Josele ha sobrevivido a todo, especialmente a la industria musical, y sigue trabajando el género de la canción con maneras de artesano. Depurando el poder que tiene la tonadilla para contar historias o transmitir imágenes. Vamos a buscarlo a Castelldefels y nos cita en su restaurante favorito del lugar: Vegans N’Roses. Pide una botella de agua. Hablamos de sus canciones, que todas hablan por él.
Eres madrileño del barrio de Puerta del Ángel.
Era un barrio obrero. Con sus problemas, pero alegre. Muy movido. La gente hacía sus trapicheos, pero nada grave hasta que llegó la heroína y lo jodió todo. Cayeron como moscas. Quien más y quien menos tiene un amigo, un primo o un hermano que se enganchó. De mis vecinos, que eran cuatro o cinco hermanos, queda uno. Pero en esos años también los vecinos lograron convertir algunos descampados en centros sociales, en guarderías. Era un barrio majo.
Tu padre era flamenco.
[Risas] Te iba a decir que no, que mi padre era de Córdoba. No, mi padre tocaba la guitarra con mucha gracia, pero no era profesional. Le gustaba, aunque no ejercía de flamenco. Ni siquiera de andaluz. Se dedicaba más a la pintura, como mi abuelo. De profesión era restaurador. Trabajaba en el Museo del Ejército arreglando cuadros, lo cual me vino muy bien porque de pequeño me iba a jugar al museo y era la hostia. Era como tener los mismos juguetes que los demás, pero de dos metros de grande. Me metía dentro de los cañones, me encantaba jugar dentro del coche de Carrero Blanco, que hace años estaba expuesto reventado en el museo. Me conocía todo el mundo y me dejaban hacer lo que quisiera.
En el libro Santos y francotiradores, de Luis Boullosa, en un capítulo dedicado a ti, comentas que tus amigos se pedían Madelmans y tú discos de los Beatles.
A mis padres les sorprendió mucho que pidiera un disco por Reyes. Fue A Hard Day’s Night de los Beatles. Mi fascinación por la música es de siempre. Por lo visto, me perdí una vez en una boda de una tía mía y me encontraron mirando la orquesta embelesado. Siempre me resultó irresistible. De no haber sido músico, habría sido pipa. Veo amplis y baterías y allá voy. No sé el motivo.
Cuando creces, el rock de tu barrio eran Burning, Leño, Topo…
Pero mi favorito era Moris. Y Cucharada, que me gustaba mucho ir a verlos porque tenían una concepción del rock y del espectáculo muy abierta, y te podías encontrar cualquier cosa en sus conciertos. Luego vino la gente de la movida, y parece que ha echado raíces la idea de que antes de eso Madrid era poco menos que Corea del Norte, pero no era así, ni mucho menos. O que solo había grupos de rock sinfónico pelmazos con solos interminables. De eso nada. Había gente muy cañera; estaba Mermelada, por ejemplo, no creo que haya habido en la movida un grupo más cañero que ellos. Y en Vallecas, Asfalto, con unas armonías vocales impresionantes…
¿No era una ciudad gris y aburrida hasta que surgieron Pegamoides?
Pues yo antes me lo pasé muy bien y era un moco, nací en el 65. Pero como iba siempre con gente mayor, siempre de extranjis, entraba en los conciertos de todo el mundo, prohibidísimos para los menores. Como los de Burning, que quién me iba a decir que iba a acabar siendo tan amigo de Johnny. También había grupos de teatro buenísimos, los Tábano, las Costus… Lo de la movida no lo veo mal, pero eso no quiere decir que no hubiese nada antes. A pesar de las dificultades, se montaban fiestas en los barrios, en los colegios mayores, siempre con teatro, con música…
Uno de tus primeros grupos se llamaba Cucharillas Repletas.
Fue un desparrame de un par de días.
Hacías versiones de Stooges.
Mayormente, yo tocaba el bajo ahí.
Pero resulta extraño para la época, todo eso se ha reivindicado mucho después en España.
Es que salió el Funhouse y hubo una reseña en el Vibraciones. Era de Oriol Llopis, muy apasionado, en su estilo, y te la leías y comprabas el disco, que es lo que hice yo. Salió en la serie «Pioneros», porque en teoría es un disco muy difícil de encontrar, pero estos lo sacaron. Me lo compré en Escridiscos. Llegué con quince años, pregunté por el Funhouse y el tío, Pepe, se quedó «¡Joder!». Hasta ese día escuchaba música más blandita, más sinfónica, como todo el mundo, pero desde este LP ya no. Ahora he vuelto a escuchar a progresivos, come uno de todo, pero entonces éramos muy radicales. Si gustaba algo nuevo te dejaba de gustar lo anterior automáticamente. El caso es que me aprendí el bajo de pe a pa y lo tocábamos con este grupo.
Tocaste en el metro.
Sí, pero no daba para mucho. Para cien duros de hachís y ya.
Otro grupo: Johnny Comomolo.
Este es el primer grupo de verdad en el que estoy. El cantante, Javier Mateo, es el hermano mayor de un amigo de mi clase, del instituto. Buscaban un guitarrista y me tiraron los trastos. Aluciné, dije que sí, me pusieron un traje, me ocultaron las melenas con un sombrero, iban disfrazados de gánsteres, y me subieron al escenario. Tuve un pánico increíble. Menos mal que ir maquillados y disfrazados ayuda, te parapetas. Con ellos aprendí mucho, sobre todo mucha música; hacían rock and roll clásico, que no lo hacía nadie en Madrid entonces. Mermelada y ellos. Jugaban con la imagen de la mafia, de hecho, uno de ellos no tocaba nada, solo salía con una metralleta. Hace poco toqué con ellos otra vez porque el bajista, Michi, se murió.
Kike Turmix te presentó a Los Enemigos.
Sí, lo que no sé es quién me presentó a Kike Turmix. Estos eran un grupo que había por ahí que ya se llamaba así. Kike sabía que yo tocaba porque habían venido unos franceses, The Kingsnakes, de gira acústica por Madrid y en el posconcierto me dejaron una guitarra y tocamos. Eso lo vio Kike y me identificó ya como guitarrista en el mundo malasañero.
Kike es un personaje muy difícil de describir. Yo le tenía mucho cariño, pero me preguntaba, ¿por qué coño le tengo yo cariño a este tío? Te liaba con una naturalidad apabullante y por alguna extraña razón te seguía cayendo bien; te había mangado cuatro discos y gorroneaba todo lo que podía, pero, bueno, ahí estaba. Fue muy importante en Malasaña.
No es que liderara un movimiento, pero llevaba la pauta estética, traía a los grupos y la información, y la distribuía por todos los bares porque pinchaba en todos. Además, conocía a los músicos, se escribía con ellos. Trajo tantos grupos franceses, australianos, suecos… no sé cómo hacía para llamarlos por teléfono… supongo que marcar el número del listín, pero solo lo hacía él. Y luego era un tío con el que te podías reír muchísimo una noche en la que estuviese sembrado. Aunque te la metiera luego por otro lado, en conjunto, estaba muy bien. Daba mucha vida al barrio.
Un barrio, aquella Malasaña, que ya no existe. Es otra cosa completamente distinta.
Vuelvo siempre que paso por Madrid, voy al «Dosde», a La Vía Láctea, que todavía existe… Me acuerdo ahora de lo que pasó con Sonia, la pobre… [Sonia del Amo, fundadora del bar Tupperware, murió en septiembre de 2016]. Lo veo todo muy cambiado cuando voy, sí. Esto es ya un tópico un poco cebolleto, pero es que Malasaña antes era peligrosa, joder. Ibas a tocar la guitarra al Agapo y por el camino estabas acojonado, había unos iraníes por ahí que cuando se mosqueaban había sangre literalmente en la calle. Había que tener cuidadín.
Pero la consigna en ese barrio era la música. Escucharla y hablar de ella. Por eso se formaron tantos bares con música en directo. Todo surgió en medio de aquel caos, porque estaba pegado a Chueca, la de antes. Ese barrio, antes de que lo tomaran los gais y lo civilizaran un poco… ¡madre de dios! Era una especie de parque temático de la droga dura y Malasaña poco menos que lo mismo. Entre plaza España y Gran Vía un día normal te podías encontrar por lo menos a doscientos negros pasando heroína. Era realmente increíble la permisividad que había. Desde la una y media hasta las cinco de la mañana era un supermercado en el puto centro de Madrid.
Los grupos que venían de fuera, extranjeros, preguntaban dónde conseguir algo de heroína o cocaína. Lo sé porque estuve de camarero en el Agapo y trataba con los músicos que venían, y les decía que en la calle de enfrente, o dos más para arriba, y se quedaban «¿Cómo?». Yo me ofrecía para acompañarlos si les daba palo ir a la luz del día. Solo Johnny Thunders me dijo que no, que él iba solo porque era de Nueva York. Flipaban. Era de locos y la policía pasaba constantemente.
Para mí fue una universidad. Aprendí todo de música. En un bar te podías juntar con Kike, con Diego Manrique… se ponían a hablar de música y era para tomar apuntes. Era un intercambio de información constante y mucha diversión. Los bares cerraban a las seis de la mañana, joder. Y estaban todos juntos, muy difícil que ocurriera en otras ciudades. Venía gente del extranjero o de otras ciudades de España y se quedaban con la boca abierta. Tanto que se quedaban a vivir porque nunca habían visto nada igual. En un espacio tan reducido tantísimos bares de rock, con tanta diversión y tanta chica mona.
Mucha diversión, pero a ti no te dejaron entrar en La Vía Láctea hasta que no te acompañó Kike.
Eran más selectivos antes de que se pusiera en la puerta el Pele. Es verdad que Artemio y yo intentamos entrar alguna vez y no nos dejaron, pero algo habríamos hecho [risas].
¿Cómo era Artemio? Un rockero que… trabajaba en un banco.
Si, trabajaba en un banco. Ya ves. Conectamos a la primera. Con los demás de Los Enemigos no sé si me hubiera quedado, la música que hacían no la entendía muy bien. Pero con él me reía de historias de las que el resto de la gente no se ríe. A los dos nos gustaban las mismas cosas; salir al campo, los bichejos, las plantas, algo muy difícil de ver en el mundo del rock. Pero, sobre todo, teníamos en común que nos gustaba mucho el rock and roll y nos daban por culo los que se lo tomaban tan en serio. Toda la parafernalia que lo rodea, la estética, la filosofía, no comulgábamos con eso. Nos enloquecían los Flamin’ Groovies, los Kinks y todo eso, pero no nos llevaba a ninguna conclusión vital y esto nos unía bastante. El blues rural no se estilaba nada por entonces y nos gustaba mucho. Era una persona afín y nos hicimos inseparables. Nos pasábamos la vida juntos. Y el vino, eso también nos unió [risas].
Tu primer concierto con Enemigos es teloneando a los Barracudas.
Me llamaron para reforzar el sonido de cara a ese concierto, era muy importante. Eran un grupo promesa, dentro del garage, que todavía no se había puesto de moda. Kike Turmix y Ángel Aparicio, de La Vía Láctea, eran los padrinos del tema y querían hacer una especie de Flamin’ Groovies, con tres guitarras, y les faltaba una, que fui yo. Pero no contaban con que a Artemio y a mí también nos uniera cierto gusto por el lumpen y el cutrerío hispano. Ahí entraban las jotas y el vino. Al terminar aquella actuación, Artemio y yo salimos y nos marcamos tres jotillas. Y «España cañí» creo que también.
Los rockeros nos abuchearon, hubo pitos, pero ¡a los Barracudas les encantó! A raíz de este concierto, Los Enemigos se enfadaron mucho y… se fueron de Los Enemigos. Nos quedamos Artemio, Roberto —que era el otro que se quedó marcándose jotas— y yo. Los tres que más aguantábamos el alcohol, en definitiva. Nos quedamos como trío, sin bajista.
Tocaste en giras de Glutamato Ye-Yé.
Mientras la cosa arrancaba, me tenía que buscar la vida. Ellos buscaban a alguien para una gira. Fue mi otra universidad. Salíamos con la furgoneta, era otro nivel, y me quedé enganchado a la carretera irremediablemente. Fue cuando Glutamato estuvo en su punto de aceptación popular más alto, pero el creativo empezaba a declinar. Quizá por eso, porque se estaban profesionalizando. Lo que más me sorprendió fue Iñaki. Uno se hace una idea de lo que es un artista por los medios y eso está distorsionado. Iñaki, que iba con el bigote de Hitler, parecía un tío complicado, pero nunca le he visto enfadado. Siempre iba con una sonrisa de oreja a oreja. En directo lo daba todo. A veces desaparecía y lo veías encima de la grada en la plaza de toros, se subía a los bafles, te rodeaba con el cable de micro como si fueses una momia y la gente se descojonaba. Ahora es guarda forestal.
Estudiabas la carrera de Filosofía.
Se supone que, con un padre pintor, debería haber hecho Bellas Artes, pero me dio por esto. No sé por qué. De pequeño pasaba bastante tiempo observando a mi abuelo pintar. Supongo que a esas edades, ya sabes, no te da la gana hacer lo que se espera de ti. Filosofía me gustaba, pero cogí un trabajo de transportar pianos y me empezaron a salir bolos, no pude con todo. También me eché novia, la noche de Malasaña… era demasiado. En tercero dejé de aparecer por ahí. Nunca le cogí el punto al ambiente universitario. No me enteraba ni de hostias. No sé cómo lo hacían los demás, mirarían los paneles o algo [risas]. En el instituto me pasaba lo mismo. No valgo para estos ambientes.
El sonido de Los Enemigos se pulió en el local de ensayo de Chueca.
Ganamos el Villa de Madrid y fue nuestra inversión, ese local. El encargado era un tipo rarísimo. No medía más de metro y medio y decía que era marine. El día que fuimos a probar a Fino, decía que no podíamos entrar. Que el jefe decía una cosa, que el jefe decía lo otro, pero es que… el jefe era él. Ese barrio por aquel entonces era tela.
¿Cómo se llega al primer disco?
Julián Hernández, de Siniestro Total, nos fue a ver al Agapo y se hizo muy fan. Nos puso en contacto con Paco Trinidad, con GASA, y gracias a él nos saltamos toda esta etapa inicial de grabar maquetas y distribuirlas. Hay dos personas fundamentales en nuestro grupo: Kike Turmix y Julián Hernández. Nos ayudaron a tener un disco en la calle, que entonces era excepcional. Era la hostia, yo no me lo podía ni creer.
En la portada sale el bar Marcelino.
Era el cuartel general de Los Enemigos. El dueño era Marcelino, un señor gallego, majísimo. Era nuestro bar. Nos hicimos parroquianos. Los demás grupos de Malasaña eran más de pub de rock and roll, Los Enemigos éramos de bareto de viejos, con querencia hacia lo zarrapastroso. Yo sacaba bastante más temas de estos sitios para escribir letras que de bares como La Vía Láctea con los pedazo de tías que había. En el bar pegabas la oreja, por eso nuestras primeras letras hablaban de señoras de la limpieza, borrachos, de gentes o temas que, si me hubiese pasado la vida en La Vía Láctea, ni se me hubiesen ocurrido.
La canción «Fuagrás» estaba dedicada al hígado.
Viene de una visita mía al médico. Ya por aquel entonces me dio un zurriagazo serio el hígado, y el médico me dijo: «¿Qué años tienes?». «Veinte», le dije. Y me contestó: «Dentro de veinte años, donde tienes el hígado, tendrás fuagrás».
Joder con los médicos de entonces.
Ya, aunque yo, en lugar de asustarme, de pensar que tenía que cuidarme, lo que me dije fue: «Joder, aquí hay una canción cojonuda». Y ahí está.
«Florinda». La diferencia de Los Enemigos que comentábamos, hacéis una canción a una mujer y no es una femme fatale ni nada de esto, sino la señora de la limpieza.
Toda la parafernalia que rodeaba al rock nos daba por culo. De una manera consciente o inconsciente, salían estas cosas. Si lo unes a nuestro interés por el cine español, algo también muy alejado del rock, tomábamos estos caminos. Un día bajas la escalera de tu casa y dices: «Esto lo ha fregado alguien, ¿no?». Piensas en esa señora, te pones en su lugar y haces un poquito de literatura. Hablábamos de lo que veíamos a nuestro alrededor. Lo puedes llamar costumbrismo o cutrerío, pero era lo que nos rodeaba.
En Malasaña cantaba la mayoría en inglés, idioma del que nosotros ni papa, y las letras de los que lo hacían en castellano eran sobre cosas muy lejanas. La Segunda Guerra Mundial, el Oeste… Nosotros escuchábamos blues rural, música cajún, que venía en una colección de un sello dedicado al folk que se llamaba Guimbarda, y traía las letras de las canciones traducidas. Entonces, ¿qué pasaba? Pues que veías que estos músicos hablaban de lo que pasaba en su pueblo. Nos dimos cuenta, con alegría además, de que el rock and roll es de pueblo. Luego se sofistica en la ciudad, y hay música maravillosa que es urbana, pero a nosotros nos interesaba eso y hacer nuestra versión. Letras como la de «La paella».
Cuéntame esa historia.
En el pueblo de mis padres, en Córdoba, en la fiesta de unos señoritos, uno al que no le habían invitado se presentó por allí y meó en la paella sin que nadie le viera, excepto una mujer. Ella alertó al resto, al final se descubrió el pastel y al tío le rebanaron el pescuezo, lo degollaron. Yo cambié solo una cosa. Puse que le ahorcaban porque me venía bien para rimar con el pito: «Y ahora estoy aquí colgando, de la rama de un arbolito, menos mal que me entretengo, viéndome tan tieso el pito». Era un pequeño homenaje soterrado a Siniestro Total y su «Todos los ahorcados mueren empalmados».
Fuisteis a una bienal a Grecia.
Fue del premio Villa de Madrid. No sé por qué ganamos, los demás nos parecían mejores. El premio fueron trescientos talegos en un cheque. Nunca había visto uno, no me creía que por ese cartón me fueran a dar tanto dinero. Solo lo entendía Artemio, que trabajaba en un banco. Y luego nos regalaron irnos de viaje a Salónica en el marco de una bienal. Nos lo dijeron mientras nos daban el cheque, pero yo ni me acordaba. De repente nos tuvimos que ir a Grecia. Tocamos solo un día, pero estuvimos como semana y media. Allí no sabíamos qué hacer.
Os aburríais.
No, no sabíamos qué hacer, pero no nos aburríamos [risas]. Íbamos a bares, a ver algún monasterio, pero siempre acabábamos en algún bareto.
Fuisteis teloneros de Wilko Johnson.
Nos llamó una agencia profesional de Barcelona. No teníamos mánager, a los primeros que llamaron les dijimos que sí. Llevaban grupos gordos como Rebeldes, Brighton 64… y se interesaban por grupos que estábamos saliendo, como nosotros o como Los Ronaldos, y otros que eran Los Gatos Locos. Nos juntamos un equipillo curioso. Estos nos buscaron lo de Wilko, unas fiestas de la Mercè también, con Doctor Feelgood. En cuestión de dos meses tocamos con Wilko y con Doctor Feelgood sin Wilko. También con Dave Edmunds.
Fue demasiado para nosotros. Nos apañábamos en un garito de trescientas personas, pero en la explanada de Montjuic… Éramos tres solo, además, y los tres a tomar por culo uno del otro en el escenario. Intentaba conectar con la gente y… la gente no… Con Wilko hablé un rato, pero estuvo de mala leche y pasó. Luego le he vuelto a ver hace poco en Barcelona y, igual porque ha estado a punto de morir de cáncer, está mucho más simpático.
Hicisteis muchas giras con Los Ronaldos.
Había un amigo de Fino, Lalo, que se convirtió en nuestro mánager. Montó una sucursal en Madrid de la empresa esta y se le dio muy bien. Una vez se vino a Soria llevándonos la furgoneta, porque solo yo tenía el carné, y le gustó el rollo. Hacía Bellas Artes, iba para artista, pero acabó como mánager y le gustaba. Luego llevó a Los Ronaldos y esta época la hicimos junto a ellos. Todos dentro de una furgoneta, hicimos muchos bolos y vimos cómo crecían; nosotros no [risas], nosotros seguimos como estábamos. Fue espectacular ver la evolución de Coque como artista, que era un crío de dieciséis o diecisiete años. Estuvimos con ellos hasta que nos pasaron de largo y ya no podíamos ni telonearlos.
Piensa que antes de eso hacíamos las giras en un camión de transporte de melones. El único amigo con furgoneta que teníamos era un melonero. Solo tenía tres plazas y uno iba atrás con los melones. Es muy desagradable, te lo aseguro. Más que por los melones, porque no hay ventanas. Imagínate un viaje Madrid-Coruña. Vas dando bandazos por todas partes, con los melones ahí, que si pasa algo se te caen todos encima. Nos reímos mucho, eso sí.
También tocasteis con Barricada.
Esto fue en Huétor-Tájar, en Granada. Ahí nació el festival Espárrago. Fue en la primera edición. Ya teníamos el segundo disco grabado y nos habíamos suavizado bastante. Hacíamos blues, rock sureño, R&B… Llegamos al pueblo y vimos el percal, con dos mil o tres mil crestas tirando botellas. Nos daba miedo salir y el mánager de Barricada, Cristóbal, me debió ver cara de acojone y me dijo: «Esta gente tiene unos principios, que lo sepas, y si se los recuerdas, comulgarás con ellos». Respondí: «Vale, tío, gracias» [risas]. Salí con la mente en blanco pensando: «A ver qué coño digo yo ahora». Subimos al escenario, levanté el puño y me puse a gritar en el micro. Berridos, cosas inconexas, y de vez en cuando añadía un «me cago en dios», algo que se entendía. Y todo el público «Sííí, bieeen». [risas]
Entonces tocábamos una canción, parábamos y metíamos unos tacos de vez en cuando y el público se venía arriba, aunque ni yo sabía qué estaba diciendo. Mis proclamas eran meros alaridos, y rápidamente otra canción. Así estuvimos media hora, aguantando, hasta que con nuestros medios tiempos empezaron a mirarnos raro. Pero salimos indemnes, solo que nos tuvimos que ir corriendo a la furgoneta porque ya empezaban a caer botellas al escenario [risas].
Luego, en los pueblos también tuvimos algunos problemas con la gente. No teníamos un gran caché e íbamos a tocar a las plazas, encima de un remolque. Sin guardaespaldas ni nada. Estábamos más expuestos que una orquesta de pueblo. Fue una constante esto de los follones con el público desde el primer día en Enemigos. Desde Barracudas, lo que te he contado antes, hasta muchos años después.
Nuestro repertorio era bastante ecléctico y les gustaba tanto a mods como a rockers. Empezábamos a tocar una de Eddie Cochran, bailaban los rockers, seguíamos tocando una de los Sonics, bailaban los mods, tocábamos otra menos clara y entonces se daban todos de hostias. Teníamos que tener todo el material preparado para cogerlo como los negros del top-manta y salir de allí zingando.
Mamas & The Tetas y Coral Vajillas fueron grupos paralelos de versiones que tuvisteis.
Para sacar algo de pasta y actuar en Malasaña, que si poníamos Los Enemigos se quemaba nuestra imagen y se petaba. Mi seudónimo favorito fue Boinica Doble [risas], aunque al final nos quedamos con Little Pequeños.
En Un tío cabal hay una letra, de Artemio, «Soy un ser humano», que es cojonuda. Eso de «Me enamoré de mí mismo, pero luego me engañé, poniéndome los cuernos, con una mala mujer».
Habla de cuando pasa uno de hacerse pajas a tener novia. Está explicado de una manera que solo Artemio podría hacerlo. Recuerdo que me la pasó en un momento en el que estaba todo muy enrarecido. Nunca tuvo claro si dedicarse a la música porque ya tenía su curro. Y tampoco iba a salir del trabajo en el banco y se iba a poner a estudiar batería; se iba de marcha, como es natural. Pero nosotros queríamos que esto fuera para adelante y teníamos un conflicto muy peliagudo porque era nuestro amigo del alma. Mi sensación aquel día fue que vino a decirnos con esa letra: «Ya que nos queda poco, hagamos algo juntos». Igual es una comedura de tarro mía, pero lo vi así.
En «Boquerón» había más cultura de bareto.
En el disco se nos cae. Queríamos librarnos del sambenito de grupo gracioso y en esa canción, que nos quisimos adentrar en terrenos más funk, se nos fue. No dábamos la talla. Cuando entró Chema en el grupo hicimos una para un maxi single, pero la que hay en el disco a día de hoy no puedo escucharla porque se me caen los cojones al suelo.
«No protejas», sobre el rollo ecologista.
Quedó un poco country mesetario, de ese que se hacía por aquel entonces. Fue cuando tenías a Sting atándose a un árbol en el Amazonas, porque nosotros éramos muy amantes del campo y todo esto, pero se empezó a exagerar y se puso la coña a huevo.
«Un tío cabal» era un blues en castellano.
Tuvo que ver lo que estaban haciendo Pata Negra, no como influencia, sino como impulso para que nos atreviéramos. Ellos crecieron con los puristas del flamenco y les tocaba los cojones. Les pasaba igual que a nosotros, que estábamos rodeados de puristas del rock. Vi a Pata Negra en el Agapo, uno de los mejores conciertos que he visto en mi vida, e hicieron de todo, lo que les dio la gana. Nuestro Madrid, el de Malasaña, no era tan intolerante como el de la movida, pero seguía siendo muy cerrado, muy sectario. Había aún muchos géneros prohibidos y uno de ellos era el blues, era de hippies. Quedó una canción muy maja y la letra era otra versión sobre el asunto masturbatorio. Como ves, no nos partíamos la cabeza buscando temas.
¿Y la de John Wayne? ¿Era mofa por la invasión de fans de John Hiatt y todo esto que surgió en Madrid?
Esto tuvo gracia porque de repente iba todo el mundo vestido de vaquero por los bares, pero no, viene de una frase que sale en La chaqueta metálica. La canción intenta captar esa tensión en conflictos de ese calibre y de esa locura. Muchas veces te puedes sentir como en Vietnam. Pero como coincidió con el estallido del rock vaquero mucha gente la interpretó como un ataque al grupo La Frontera. Y no, Javier Andreu y yo éramos muy amigos. De hecho, Manolo Uvi, punk, Javi, rockero vaquero, Antonio Vega, que no tenía nada que ver, y yo por esas fechas nos fuimos juntos de juerga mil veces.
Los músicos solo queremos hacer canciones chulas. De hecho, nos entendemos muy bien porque tenemos problemas semejantes. Hacer una canción es siempre una letra y una melodía, siempre lo mismo. Luego cada uno lo aborda desde su estilo. Y que después venga gente y la adopte por bandera no es asunto tuyo. Siempre se crean tribus para poder insultarse con facilidad, y de algún modo la música ayuda a esto. Creo que debería ayudar a lo contrario, pero mira. Fue una novedad en este país, el cambio de no poder hacer nada a poder hacerlo todo, que creó un cacao mental en la gente importante. ¿Qué era eso de que si te gustaban los Ramones no te podía gustar Chuck Berry? ¿Pero por qué?
Estuviste en el homenaje a Poch, ¿le conociste?
Sí, aunque no soy de los que pueden hablar de él con mucho conocimiento. Era un tío que de primeras daba impresión. Cuando lo conocí ya estaba jodido, pero tenía un discurso muy coherente y era un cachondo. Siempre llevaba en el bolsillo algo de comida y la sacaba de corazón: «Oye, tengo aquí un cacho de pollo, ¿quieres?». No te puedo decir que yo era su amigo del alma, pero me he reído muchísimo con él. Era muy surrealista. Era un tío con muchos cojones. Sabía lo que le iba a pasar y se dijo que iba a vivir la vida que le quedaba como él quisiera. Eso sí, no sé si se pasó, porque verle por la calle dando bandazos… Pero la cabeza siempre le funcionó perfectamente.
Hablabas con él, con su apariencia de ser un cretino, y al abrir la boca veías que te daba mil vueltas en cualquier cosa de la que hablaseis. Al mismo tiempo era muy inocente, tenía un sentido del humor muy infantil y toda esa mezcla era muy sorprendente. Les sacaba punta a todas las situaciones. Si tuviera que escoger una palabra para describirle, sería limpio. No se andaba con hostias. Era muy limpio en sus comentarios, sus canciones, en todo menos en la limpieza [risas]. Pero es que se le caía la esponja por los espasmos. O le echabas una mano o no podía.
¿Vuestro disco La vida mata estuvo influenciado por la Biblia?
Solo hay dos o tres citas. He llegado a leer que estuve obsesionado con la Biblia, pero no. Le eché un ojo para coger ideas. El único hilo conductor que hay en el disco es la muerte. A raíz de la muerte de Alberto Haro, que fue el primero, empezó a caer la gente como moscas. En un ambiente muy festivo como el rock and roll, con veintipocos años, de repente empezar a convivir con la muerte… Gente a la que has visto darle patadas al balón hace tres días que de pronto te los encuentres y pesen veinte kilos, estén llenos de llagas y palmen, es una cosa muy, pero que muy traumática. Antes había mucha gente con hepatitis, pero esto era demasiado.
Como me pilló escribiendo canciones, no paraba de salir, aunque quisiera hablar de otra cosa. Fueron letras de la frustración de ser espectador de la muerte de tanta gente joven, además de forma muy cruel, con unas agonías horrorosas. Con veintitrés o veinticuatro años te impresiona, con cincuenta también, pero a esa edad es un hostión. Y, claro, al hablar de la muerte sale Dios y todo esto. Me cogí una fama de predicador loco… yo solo buscaba ideas para escribir canciones.
A recibir el Premio Ícaro fuiste con un ojo morado.
Me había pegado un trastazo en Oviedo el día anterior. Un resbalón. Me di contra un parachoques. Parecía un cojón de perro el ojo. Por eso salí en las fotos con unas gafas negras. «Que pareces Dum Dum Pacheco», me dijeron. Era un premio muy prestigioso. Ahora ha vuelto la revista Cambio 16.
Se os endosa la etiqueta de «grupo con buenas críticas pero que no vende discos».
No recuerdo ninguna mala, si acaso un poco paternalistas. Luego con La vida mata empezamos a sonar a músicos. En directo metimos otro guitarrista de apoyo, Manolo Benítez, que acabó quedándose, y empezamos a sonar como un cañón. Con el premio estábamos con subidón. Yo no escucho mis discos, pero este me lo pongo de vez en cuando. Y fíjate, fue el primero que tuvo alguna crítica regular, porque decían que era pretencioso.
Con la guerra del Golfo llegó a dar problemas el nombre: Los Enemigos.
Me lo han contado después, entonces no me di cuenta. Sí que es verdad que, en un concierto que dimos en la plaza Mayor de Madrid, me extrañaron las vallas que pusieron y que el público estuviera tan lejos. Lo que más recuerdo fue que estábamos grabando en Coslada y sentimos que se movió todo, vibrando, como en un terremoto; estábamos en un sótano industrial, y al asomarnos vimos que era un B-52 que pasó a quince o veinte metros. Se te ponían los pelos de punta al pensar que eran bombas todo lo que llevaba.
En 1991 sacáis «La cuenta atrás», que es vuestra gran canción.
Estuve obsesionado con Damned, con su segunda época. Concretamente con el disco Strawberries, en el que salía en la portada la foto de un cerdo con una fresa en la cabeza. Una vez hablé con el guitarrista, el Capitán Sensible, y le pregunté por qué habían hecho esa portada. Le dije que me llegaba, pero que no sabía por qué, no entendía cuál era el concepto. Y me suelta: «Pues el cerdo es nuestro público y las fresas nuestra música». Le dije: «Ah, pues muchas gracias» [risas].
Es que esos discos después de la primera trilogía son muy buenos, pero están muy poco reivindicados por los connoisseurs que solo se quedan con sus años punk.
Nadie les hizo ni puto caso en esta etapa. Entonces, «La cuenta atrás» es algo que tuve en la cabeza durante mucho tiempo y que tuvo la influencia de estos Damned y también de muchos más, como de Todd Rundgren, Beatles, Kinks… Bueno, Kinks no, un poco más pretencioso que ellos. Pero es una canción que la tenía en la cabeza sin haberla tocado.
Nos pasó algo paradójico, al trabajar el disco, la gente de GASA empezó a hacer cosas raras. Yo esperaba que estuvieran contentos porque «La vida mata» había funcionado muy bien, pero les veía muy escépticos. Estaban muy bordes, como dando a entender que no nos querían dar más presupuesto. Su idea era como «parece que ya tenéis un discurso propio, ahora a ver si sois capaces de mantenerlo». Yo contestaba que si algo habíamos hecho hasta entonces era trabajar, pero insistían: «No, pero es que ahora la carrera es de verdad». Y nada, eso se coló en la letra de la canción.
«La otra orilla» es más Waterboys, folk.
A Waterboys los descubrí tarde. De hecho, hace poco hemos tocado con ellos, este año en Mundaka. Dieron un conciertazo de la hostia. Sí, es una canción más folk. Malasaña en sus diferentes etapas pasó del garage a la psicodelia, y luego les dio a todos por una época hippie. Veías a Turmix como gurú de Malasaña con camisas de flores, decías «¡Pero esto qué es, qué ha pasado!». Ponían Buffalo Springfield. Y de ese ambiente salió esta canción. La letra habla de esos momentos en que pensamos en dejarlo todo e irnos a otra ciudad a tomar por saco de lejos. Algo que nos pasa a todos, cambiar de orilla porque en esta no hago pie.
«Brindis», más Hüsker Dü.
Éramos muy eclécticos en comparación con otros grupos que cantaban en español. Pero no recuerdo haber tenido ni con Fino ni con Chema ninguna reunión previa para calcular lo que hacíamos. Todo salía de forma aleatoria y caótica. No hay ningún disco nuestro que guarde mucha coherencia. Las canciones están unidas solo porque somos nosotros los que las tocamos. Por eso tal vez yo a estas alturas he llegado a la conclusión de que los estilos son lo de menos. Una canción es una melodía y una letra, luego la armonía, la orquestación; el estilo y el ritmo son intercambiables como si fueran el traje de un muñeco.
Empezar por el estilo no lo recomendaría. Lo primero es escribir una canción y luego ya verás cómo la tocas. Una canción buena te la puedes llevar al estilo que te dé la gana. Tienes miles de ejemplos de canciones que han nacido en el country y funcionan tocadas por un rumbero, por una orquesta o por un tío con una acústica. Esto, estos cambios, es lo que tiene que aguantar una canción.
«El lado sano de mi cabeza» va de no poder escapar de los bares.
Va sobre ese momento que conocemos todos, yo creo, de estar en el bar y pensar si me pido otra o me voy a casa. Utilizo el recurso del desdoblamiento, el personaje habla con su lado sano y este le contesta con el lado canalla; al final se pilla otra copa. La última de ese disco, «Hasta el lunes», también iba de un bar. Un día estaba con mi padre en un bar y un tío dijo «Hasta el lunes», y me pareció una buena idea para escribir una canción sobre la alienación en el trabajo. Normalmente cuando pillo una idea así salgo escopetado para casa. Puedo apuntar la idea en un papelito, pero me parece mejor plan irme a casa a trabajar la idea que he tenido que seguir de copas como siempre con los amigos de siempre. Jorge de Ilegales me decía que tampoco hay tanta urgencia, pero le dije que es que me gusta. Y contestó: «Ah, eso sí».
En «No se hable más» experimentasteis metiendo muchos sonidos… se escucha a gente esnifar…
Éramos Fino y yo, sí. Nos dio por probar cosas y llevamos los micros al baño y lo metimos [risas]. También había una goma de borrar cayendo en un vaso de agua. Ganas de hacer el tonto. No soy muy amigo de esas cosas, pero aquella noche cuadró. Es muy anecdótico. También hay un pedo de Chema, fíjate [risas].
En el 94, un disco con un latinajo: Sursum corda.
Significa ‘arriba los corazones’. Se nos presentaba un panorama muy complicado. Cambiamos de sello y tuvimos que hacer dos discos, uno para acabar el contrato con GASA y otro para estrenarlo con RCA. Fueron seis meses encerrados en el estudio y de noche, era más barato. Sursum corda es el que se quedó en GASA. Lalo, nuestro mánager, se mató en un accidente y eso se notó mucho en que Sursum corda era vitalista y Tras el último no va nadie, muy oscuro. Desde luego no era el disco más apropiado para estrenarse en una discográfica.
Una canción del que se quedó en GASA es «Por qué no me vuelvo al pueblo», donde dices «el bendito día en que os dije adiós». ¿No te gusta la vida en el pueblo?
Es sobre un chico de pueblo que se va a la ciudad. Pero la inspiración viene porque decidí irme al campo una temporada y me di cuenta de que eso de bucólico no tenía nada. Vi que en el pueblo las obligaciones sociales eran muchas más que en la ciudad, algo que yo no sospechaba ni de lejos. Que si uno se enfada porque has quedado con el otro, que si no vas a las fiestas del pueblo haces un feo, que si hay que poner dinero para no sé qué… joder, precisamente obligaciones y compromisos era lo que yo no quería. Descubrí que todo eso de la vida bucólica resulta que era una sucesión de compromisos sociales y de comportamientos inducidos, digamos que por el bien de la comunidad. No me apetecía nada. Entonces me volví a la ciudad. Ahí entendí a los que se van del pueblo a la ciudad y no quieren volver al pueblo. Solemos imaginarnos que en el campo es todo armonía y, precisamente, es al contrario.
En el de RCA aparece una letra firmada por un tal C. Pérez y resulta, por lo que leo en la biografía de Los Enemigos de Kike Babas y Kike Turrón, Dentro. Conversaciones con Los Enemigos, que era un camello.
Era un camello que escribía y leía. En el mundo de la droga esto era raro, realmente raro. El tío hizo una letra y yo le puse música. Nada más.
Más que eso, me llama la atención que al camello del jaco le diera por hacer la canción sobre la guerra de Yugoslavia.
Cuando he vuelto a escucharla creo que es una letra, joder, llena de tópicos.
No parece de Enemigos.
Es que no lo es. Encima va la segunda o tercera del disco. En fin, una cosa rara que nos pasó.
«La venganza de H. P. Expósito» trata de un caso real, un amigo cuya madre es prostituta.
Era sobre un personaje que conocí cuya madre, efectivamente, trabajaba de esto. Me llamó la atención porque, obviamente, no es una situación muy normal. Me puse en su lugar para escribir la letra. Le saqué un poco de punta y de coña, pero al pobre no le hacía ni puta gracia el tema. Imagínate, la madre recibía en casa, además. Te lo encontrabas por la calle y te decía: «Joder, estoy dándome una vuelta porque mi madre está trabajando». Claro, donde hay una prostituta por qué no va a haber una casa, un hijo y una familia. Maneras de vivir, que diría el otro.
Juanma Bajo Ulloa os dirigió un clip, el de «¿Por qué yo?».
Ese videoclip costó el mismo dinero que el disco. Intentamos convencer al sello de que hicieran algo más barato y que metieran más dinero al disco o de promoción, pero nada. Así que nos fuimos a Vitoria e hicimos un clip, pero con el presupuesto de un corto. Por allí andaban Karra Elejalde y Santiago Segura. Recuerdo que Karra dijo que se le había ocurrido una historia, un tío que se deja el anillo de bodas en el culo de una puta en la despedida de soltero. Al cabo de un tiempo, cuando vi lo de Airbag me dije: «Anda, mira qué bien le fue a la idea». Fuimos testigos de la gestación de aquello.
Pero nuestro vídeo fue un cúmulo de gilipolleces. Primero, el dinero que costó. Y luego, que Juanma se empeñó en poner una foto del rey, donde yo le dije que con poner a un tío guaperas bastaba, que de hecho la canción iba de eso. Pero él, todo vascorrote y abertzale, se empeñó y ¿cuál fue el resultado? Que no lo pusieron en ninguna parte. Pero, vamos, fue un detalle que da igual. Con lo que me quedé fue con que Juanma es un tipo cojonudo y la verdad es que trabajamos muy a gusto con él y con su equipo, que eran unos profesionales excelentes. Siempre estuvimos de buen rollete, y cuando actuamos en Vitoria viene a vernos si anda por allí y luego nos solemos quedar un buen rato de cháchara, es un gran conversador. Eso sí, nos gastamos tres millones en el clip, menos mal que no eran nuestros. Pero nos los podríamos haber gastado en drogas, qué sé yo.
Un single que sacáis en esta época habla de eso, «Hermana amnesia».
Va sobre cuando estás en rehabilitación en un centro, que no te dejan ir al baño solo ni, bueno, a ninguna parte. Entonces necesitas intimidad, era como gritar: «¡Dejadme en paz!», que es lo que se siente en esos momentos.
De Gas, en 1996, me llama la atención «Sr. Correcto».
Mi madre y mi tía tenían una mercería en el barrio de Salamanca. Durante una temporada sufrieron muchos atracos. Entonces, una temporada fuimos mi primo y yo a vigilar, no para meternos con los atracadores, porque éramos unos mierdas, sino para llamar a la policía. Y resulta que los que llamaban a la policía eran los vecinos en cuanto nos veían entrar en la tienda. La canción habla del aspecto. Porque resulta, decía mi tía, que los que las atracaban iban muy bien vestidos. Y era lógico, porque si vas a dar un palo al barrio de Salamanca tienes que pasar desapercibido. No vas a ir de mangui. Pero es una letra abierta a interpretaciones, hay quien dice que es de un señor que se va de putas y le pega el sida a su mujer.
Me gusta mucho dejar las letras un poco abiertas para que cada uno entienda lo que quiera. De hecho, hay una que es «Sin hueso», que me vino un día un tío, bueno, más de uno y de dos y de tres, a decirme que le recordaba a un viaje astral que había tenido, o de meditación o de no sé qué. Concretamente diciendo lo del viaje astral me vinieron unos pocos. Y yo les decía: «No, no, joder, que va de una mamada».
Una, «Madrileko negua», la cantasteis en euskera.
Era una canción que teníamos sin letra. Estábamos grabando en un caserío del País Vasco. Entonces nos encontramos que había habido una fiesta, porque era de alquiler para estas cosas, y era la despedida de alguien del pueblo que se iba. Por lo visto es costumbre. Al día siguiente me encontré la letra en euskera, pregunté y era de una tía que la habían destinado a Madrid, y hablaba de lo mal que se vive en Madrid y lo bien que se vive aquí. Joder, la recité un poco sílaba por sílaba y la métrica me encajaba de puta madre, así que para dentro fue [risas]. Unos de Madrid cantando en euskera lo mal que se vive en Madrid nos pegaba.
En la época de Gas hice mucho el animal. Me tiraba al río o me iba de noche al bosque a recorrerlo en pelotas, sin linterna ni nada. Había dejado la heroína y me creía un superhombre. Me gustaba subirme al capó de los coches en marcha a hacer equilibrios raros. El camino del pueblo al caserío donde grabábamos solía hacerlo así. Estos me llamaban Silver Surfer y más de una vez nos paró la Ertzaintza, que no entendían nada de nada. «¡Qué raros sois los madrileños, hostia!».
¿Y cómo os dio por hacer una versión de Serrat?
Paco Martín, capo de RCA, nos lo propuso. Las conocidas ya estaban pilladas, estuve escuchado todo lo demás y me convertí en un entusiasta de Serrat. Escogí «Señora», eliminamos unos acordes de paso, la aceleramos con guitarras potentes y funcionó. Luego nos llovieron ofertas de discos de homenaje por todas partes. Cayó el de Lorca, el de Burning tras la muerte de Pepe Risi, el de Rosendo, el de Poch… Al final ya tuvimos que decir que no.
Saltasteis el charco y fuisteis de gira a México.
Tuvimos mala suerte. La discográfica subsidiaria de RCA en Sudamérica, Culebra, quebró en esas fechas. Nos quedamos sin apoyos y no volvimos, si quieres conquistar ese mercado tienes que insistir. Recuerdo mi cumpleaños en Los Ángeles, fuimos por donde nos dijeron que no fuéramos y bien. Es lo que suelo hacer cuando voy a un sitio. [risas]
El grupo se disolvió.
El disco Nada ya habla sobre la ruptura, es el tema que sobrevuela. Yo estaba muy obsesionado, me di cuenta de que iba a ser el final de Los Enemigos. Hay una canción, «Antonio», que era sobre un amigo de Algeciras que nos teloneó, compartimos gustos y vicios. Un día tuvo una mala idea y ahí se quedó. Un chaval tan joven. Después del funeral, estaba hablando con Rafael Fustes, dueño de muchos bares, recordándolo, y salió la frase «hace falta mucho dinero para montar un bar», que Antonio la decía mucho. Tuve que salir pitando en cuanto me vino la idea. Trabajé una semana en la canción y lo que más me gusta es que la podría haber escrito él.
Después de grabar este disco el ambiente estaba muy enrarecido, por lo de siempre en cualquier grupo. Los que no componen quieren componer, y si no componen quieren compartir los derechos porque somos una piña; los que componen no quieren compartir, porque los derechos son suyos… Y nos salió la banda sonora de la película Se buscan fulmontis. Si no llega a ser por Raimundo Amador, que estuvo en el estudio, acaba mal. Yo ya tenía clarísimo que no quería seguir con Los Enemigos. Consideraba que habíamos tocado techo, fondo o lo que fuera. Hicimos unos directos porque nuestra situación económica no era boyante, y se acabó.
Pero la decisión de disolver Los Enemigos pudo ser cualquier cosa menos acomodaticia. Estábamos bien situados y teníamos el respeto de casi todo el mundo. Sin embargo, no teníamos ahorros. Arriesgamos mucho al separarnos, yo ya estaba hecho a la idea de volver al circuito de clubs y efectivamente así fue como sucedió después, recorrí España de arriba abajo muchas veces y no siempre en las mejores condiciones. No tenía problema con eso, pero la verdad es que a Los Enemigos nos hubiera salido mucho trabajo los dos o tres años siguientes a nuestra separación. Hubiera sido muy fácil, no teníamos más que recular. Se hace constantemente en este país y funciona. En este país funciona cada cosa que flipas.
En tu carrera en solitario hay un cambio de estilo. Citaste a Sabina en su día, que dijo que un artista tiene la obligación de traicionar a su público periódicamente.
Es una frase que me gusta mucho. Estamos hablando de música, no hay que pensar en traiciones. Pero un artista sí debe sorprender. Digamos que es sano salir de la famosa zona de confort de vez en cuando. Hacer algo que no se espera, que no lo esperas ni tú, meterte en berenjenales. El primer disco de una carrera en solitario se supone que tiene que establecer unos cimientos; a mí no me dio la gana. Asistí a la grabación del disco en solitario de Pablo Novoa, producido por Nacho Mastretta. ¿Estaba muy lejos de lo que se esperaba que yo hiciera?
A priori con Nacho no tenía nada que ver, pero hablando con él de música por las noches en los bares teníamos cosas en común. Cogí a todo el grupo que estaba trabajando con Nacho y solo tuve que acoplarme yo. Me vino muy bien, porque estaba muy encorsetado en el rock. Decidimos pasar del qué dirán, pero al final las revistas especializadas lo recibieron muy bien. Salirme de un mundo tan rígido de ideas espartanas fue como quitarme una piedra de encima.
Hiciste una versión de Chavela Vargas, ¿de qué iban las demás letras?
Me compré un CD en la carretera y me encantó, Con las manos vacías. Además, estaba en una ruptura sentimental y me identifiqué. También leí a Jardiel Poncela, La tournée de Dios; un libro muy cachondo y muy serio a la vez. Trata de Cristo, que vuelve a la Tierra y se baja en Leganés [risas], y me inspiró para otra canción: «Sin perdón, dormid».
En «Mi prima y sus pinceles» hablé del momento previo a una recaída; ves que los muertos están donde están, pero la calle te grita ven para acá. En la canción lo pongo con una frase de John Fante.
El caso es que te gustó esta línea.
Me sentí cómodo en el sofá de la música poco estridente, de silencios. Ya no necesitaba ayuda, Nacho me enseñó muchísimo. El mundo del rock es muy reducido y nadie de Los Enemigos habíamos salido de él en la puta vida. El productor del segundo disco, Garabatos, pasó a ser Pablo Novoa. Siempre que pueda quiero trabajar con productor, por la segunda opinión. Además, cada año que pasa estoy más sordo y se me pasan cosas.
«Lecciones de vértigo» la inspiró Chumy Chúmez.
Soy superfan de Chumy Chúmez, tengo toda su obra, y si ves en YouTube las entrevistas que dio, son un descojono. Esta era una viñeta en la que salía una calavera con casco de soldado muy contenta que decía: «¡Han ganado nosotros!». Es la que da título a la canción, quise que fuera profundamente antibelicista. Con ese chiste me hice un póster y lo puse en casa. Y también uno de un borrico que decía: «Qué barbaridad, no pienso y existo». Tenía un humor muy fino, me gustaba mucho.
¿«El lobo» habla de Antonio Vega?
No habla de él ni de su muerte. Se relaciona con él porque la chispa de la que hablo que te lleva a escribir una canción me vino cuando leí los comentarios tras su muerte. Me parecieron de vieja beata. Todo muy triste, cuando Antonio, en contra de lo que piensa la mayoría de la gente, era un tío cachondo. Contaba los chistes de puta madre. Tenía esto con la heroína, pues vale. Pero es un tío que vivió de sus canciones y le echó a la vida más arrestos que la mayoría. Estaba orgulloso de sus creaciones, de sus discos, de su vida. Si seguía con la heroína sería porque le gustaba al hombre, yo qué sé. De pobrecito nada. Lo pensé y me dio por escribir sobre esto. Pero esto mismo lo mencionas en una entrevista y la canción queda para siempre asociada a Antonio Vega.
«Canción de próstata», sobre el macho ibérico, es muy entrañable: «No es mía esa pasa, son los dioses que están de guasa».
Más que el macho ibérico es sobre el amigo que se las ha follado a todas. A una, a la otra, a la de más allá, ¡pues vete al carajo! Pero es una coña, como el propio título indica esa canción no puede ser seria.
La reunión de Enemigos fue en 2014, con el disco Vida inteligente y una canción, «Firme aquí», sobre la corrupción.
La gracia del disco es que lo dejamos en 2002 y lo retomamos en 2014. Fíjate toda la inteligencia que había aparecido en casa, en el bolsillo, en esos años con los teléfonos y los ordenadores. A nuestro alrededor todo se había vuelto inteligente menos nosotros. De hecho, tanta inteligencia a lo que nos ayuda es a pensar menos. Con lo que flipo es con que para la gente joven el presente no esté a su alrededor, sino en su móvil. Y, no sé, yo en el móvil no veo nada [risas]
Y esa canción, «Firme aquí», iba directamente sobre las preferentes. Mi madre cayó en la trampa. Afortunadamente, los pocos ahorros que le cogieron se los han devuelto ya. Me costó abordarlo sin que pareciera un panfleto. Lo importante es el enfoque, más que el argumento. Aquí el enfoque obvio hubiera sido hacer una canción muy airada, gritando mucho, muy indignado, pero pensé que eso no iba a funcionar. Por eso seguí pensando. En realidad, el secreto no es ningún secreto, es echarle horas a esto. Trabajar. Para lo que a veces basta con no hacer nada. Esto lo aprendí viendo pintar a mi abuelo. Se iba al estudio a pintar y a lo mejor no pintaba una mierda, se estaba tres horas delante del cuadro y se iba para casa. Decía: «Bueno, ya he trabajado bastante». Yo le criticaba: «Pero, abuelo, si no has pintado nada». Y él: «Yo sé lo que me digo». Tenía mucha razón.
Con esta canción me estuve mucho tiempo pensando y decidí enfocarla no a la víctima, sino al banquero. Y elegí el momento de la firma, de la entrega del caramelo. Porque solo denunciar no era mi intención, para eso me habría metido en política. Si haces una canción, que sea buena, no se trata solo del mensaje.
En el libro de Luis Boullosa que hemos comentado al principio dices que esa línea tuya para hacer canciones a veces te parece que es enfermiza.
A mi padre, que era un cachondo, se le ocurrió morirse en Cádiz en plenos carnavales y al lado del Teatro Falla, en el que se hace el concurso de chirigotas. Ese teatro no tiene bar, y todos los que estaban haciendo cola para cantar su chirigota, gente disfrazada de monos, de… yo qué sé, de todo, estaban todos en el bar del hospital. Mi padre estaba arriba muriéndose y yo abajo en la barra del bar rodeado de tíos disfrazados de E. T. Me dije: aquí hay una canción. Encima estaba cayendo fuera una tormenta del carajo. Ahí se me ocurrió «Pae», que está en el Lecciones de vértigo. Es lo que he tratado de explicarte todo el rato. Esto ya es una deformación profesional. Estás en esa situación, ¿y qué haces? Pues sacar la libertad. Como los fotógrafos de guerra. Si hay tiros, en lugar de salir corriendo, se quedan sacando fotos. Pero, claro, se está muriendo tu padre en esa situación y tú ahí pensando que eso tiene una canción… Joder, muy sano no puede ser [risas].
Joselito, el más grande.
Muy fans, sobre todo de la primera étapa, un grupo con un gran potencial que creo pudo dar más de si de lo que lo hizo pero en cualquier caso, unos grandes!
Cacho de entrevista señores. Repaso profundo y largo de los que es raro encontrar. Casi cuenta más cosas que en el libro de Los Enemigos.
Brutal la entrevista, y brutal Josele.
Un buen músico, y una persona normal y directa. Sin más.
(es muy difícil encontrar hoy alguien normal y directo).
Muy buena entrevista tanto por parte del entrevistado como del entrevistador.
La mejor entrevista que le he leído, ole papa.
La polla Josele y la polla esta revista. Mi admiración y cariño por ambos. Saludos.
me habría jugado un 4 trastes de mi teleca a que ‘La otra orilla’ iba sobre la muerte. Grande el maestro pocero Josele, excelente entrevista
Muy buena entrevista!
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Los Enemigos eran buenos como mi adorada Banda Trapera del Río y mis adorados Burning.
Jordi Pujol es amor.
Descomunal entrevista! …si no es la mejor que he leído en mi vida, y ya van 47 boniatos. Enhorabuena al entrevistador y larga vida a Josele y sus Enemigos. Los descubrí en el 91, en plena adolescencia y desde entonces fueron, son y serán mi grupo favorito. Es verdad que son peculiares, y que sus canciones y discos son «ásperos» al principio, pero como el buen vino mejoran ostensiblemente cuando los escuchas varias veces. Quizás sea esto por lo que no han llegado a más, o quizás sea esto lo que me atrae irresistiblemente a ellos. Unos fenómenos!!! Larga vida a mis Reyes.
Un Sonido inconfundible:una voz que huele a bareto madrileño:una excelente banda madrileña,que se desenvolvía por el foro GUAPAMENTE¡