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Willi Herold: ¿el uniforme hace al asesino?

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Fotografía de Willi Herold que ilustra el cartel promocional de El capitán de Muffrika, de Paul Meyer y Rudolf Kersting.

Cuando Willi Herold, deshollinador, soldado y criminal de guerra, fue juzgado, un periodista escribió en el Nordwest Zeitung, según recogió Der Spiegel muchos años después: «A menudo se hablaba de lo grotesco que era el hecho de que saludaríamos con el brazo en alto a un buzón si nos lo ordenasen, a menudo nos reíamos de ello… No deberíamos haberlo hecho». En 1945, varios oficiales no habían saludado a un buzón, sino a un soldado raso, un desertor que había perdido su unidad, que se había encontrado un uniforme de capitán de la Luftwaffe en una carretera. Con su nuevo atuendo se le cuadraba todo el mundo. En el caos de las últimas semanas de la guerra pudo darse un festín que le costó la vida a doscientas personas. Quedó para la historia como el verdugo de Emsland e inmortalizado en el cine con un documental, El capitán de Muffrika, de Paul Meyer y Rudolf Kersting y una película de Robert SchwentkeEl capitán, estrenada el año pasado.

Der Spiegel contó que Herold nació en 1925 en Lunzenau, cerca de Chemnitz. Se conoce poco de su infancia y adolescencia, solo que había sido expulsado de las Juventudes Hitlerianas. Empezó a trabajar como aprendiz de deshollinador hasta que, en 1943, al cumplir los dieciocho años, fue reclutado y enviado a la batalla de Montecassino.

Tras la retirada alemana de Italia, se le destinó a detener el avance de los aliados en el noroeste de Alemania, en Gronau, Baja Sajonia, cerca de la frontera con Holanda. Allí, en el combate, perdió a los compañeros de su unidad. Solo, caminó en dirección a Bentheim. Por el camino se encontró un vehículo militar abandonado en una cuneta. Dentro había un uniforme prácticamente nuevo de la Luftwaffe cargado de condecoraciones. Se vistió con él y siguió su camino.

A los dos kilómetros se le acercó un soldado que había perdido su unidad y se puso a sus órdenes. Pronto, sigue el semanario alemán, fueron recogiendo a más. Cuando iban por la localidad de Meppen ya eran treinta.

En las inmediaciones del campo de prisioneros de Aschendorfermoor se encontraron con la policía militar. Herold se negó a identificarse, se inventó que tenía una misión encomendada directamente por Hitler; la trola sale de su boca en el mejor momento posible para él. En el campo había habido fugas, se habían producido robos a los vecinos y los representantes del partido en la zona estaban enfadados porque querían actuar contra los prisioneros con la máxima dureza.

Sin embargo, no trataban con untermensch. Eran soldados de la Wehrmacht detenidos por indisciplina o deserción. No podían ejecutarlos alegremente. La llegada de ese misterioso capitán era como un milagro para las fuerzas vivas de la zona. El partido y el Volkstum, la milicia popular, se pusieron de su lado y lograron así sacar adelante sus planes: exterminar a los detenidos.

Según la información del Memorial de Esterwegen, en los campos de Emsland la mayoría de los prisioneros estaban internados por cuestiones penales, aunque también había presos por «razones políticas, raciales, sociales o religiosas». Sin embargo, a desde abril del 45 la mitad ya eran soldados condenados por los tribunales de la Wehrmacht. Con los avances británicos, entre dos mil quinientos y tres mil prisioneros fueron trasladados de los campos de Emsland a Aschendorfermoor para transportarlos lejos del frente. Por su extrema debilidad, no pudieron hacer la marcha y tuvieron que volver al campo. En ese momento, entre las nieblas, varios aprovecharon para escapar.

Según un reportaje en el diario Taz en 2005, el 60 aniversario de la masacre, Richard Thiel, delegado del Ministerio de Justicia del Reich para los campos de prisioneros de Emsland, decidió tomar medidas severas cuando se enteró de las fugas. Como explicó después: «En mi opinión, dadas las circunstancias, el frente estaba a solo unos kilómetros de distancia, la población civil tenía que estar absolutamente protegida y su moral debía mantenerse, lo que solo podía lograrse mediante un castigo estricto y justo». El problema es que para llevar a cabo los castigos necesitaba que estuviese delante un juez y un fiscal, lo que en esos días de caos era imposible. En ese momento ocurrió la casualidad inverosímil, apareció un chaval de diecinueve años vestido de capitán y dijo que de eso nada, que sí se podía.

En el documental El capitán de Muffrika, de 1996, el cineasta Paul Meyer revisó todos los informes de la investigación del caso y se sorprendió de que Herold no hiciera sospechar a nadie cuando se presentaba como capitán con órdenes de Hitler. Todos lo vieron normal y las órdenes que decía tener eran bastante coherentes dadas las circunstancias.

En total, Herold ejecutó a ciento setenta y dos hombres. Ordenó dispararles inicialmente con un arma antiaérea que, al estar mal situada, funcionó mal y les destrozó las piernas. Mientras agonizaban e imploraban clemencia, dio orden de ametrallarles y, finalmente, echar granadas al hoyo que los propios malheridos habían cavado antes.

En grupos de varias decenas, cavando una zanja cada uno, fue exterminando a todos. Fueron unos días, solo interrumpidos cuando los aliados se presentaron en las inmediaciones del campo. Sin embargo, ellos también acaban con la vida de más prisioneros. En un bombardeo aliado con bombas incendiarias murieron abrasados veintitrés.

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El capitán (2017). Imagen: Karma Films.

En su huida con sus hombres, Herold asesinó a un granjero, un tal Spark de Aschendof, que había colgado una bandera blanca en su casa y, en la localidad de Leer, ejecutó a cinco supuestos espías holandeses. En realidad venían de Groningen, a escasos cincuenta kilómetros en línea recta, ya liberada por el avance aliado, y pretendían rescatar a los trabajadores forzosos holandeses. El frente seguía avanzando, al final más rápido que él, y cuando se encontraba en Aurich le alcanzaron las líneas alemanas.

La policía militar alemana le interrogó por orden del comandante Otto Hübner y descubrió su burda mentira el 28 de abril. Lo arrestaron, pero dos días después se suicidó Hitler en Berlín. Inmediatamente, Herold, aunque ha confesado su suplantación de identidad, es puesto en libertad para tomar parte en la Operación Hombre Lobo por orden del  SS Untersturmführer Urbanek, impresionado por su confesión. En la película de Schwenkte, cuando en el juicio se dice «este hombre es un buen hombre. Es el tipo de persona que necesitamos en estos tiempos», es una transcripción literal de las actas del proceso, conservadas en el archivo de Bundenberg.

Era la fabulación que él se había inventado llevada a la realidad. Otra coincidencia más. El comandante Heinz Wichmann sí que recibió la orden de «eliminar a todos los traidores y derrotistas». Masacres que ya había estado llevando a cabo en el Báltico, aunque ahora era estaba destinado en el norte de Alemania, en  Schleswig-Holstein. El plan era simple: toda persona que no esté luchando hasta la muerte debe morir. Parece que no tenía sentido, pero no era una estrategia sin fundamento. Empujaban a sus compatriotas a acciones suicidas, pero la intención con esto de los gerifaltes nazis que quedaban era infundir miedo en los aliados por las consecuencias que podría tener una guerra de guerrillas. Estaban negociando, a su manera, la rendición.

Herold, esta vez, pasó de masacres. En cuanto pudo también escapó y logró huir hasta las líneas británicas en Wilhelmshaven. Podría haber pasado desapercibido, como alguno de sus compinches que hasta hoy no ha sido encontrado, pero fue arrestado el 23 de mayo de 1945 por robar una barra de pan. Los británicos descubrieron así su verdadera identidad y se le pudo juzgar por crímenes de guerra.

El 1 de febrero de 1946, las autoridades aliadas se lo llevaron a la exhumación de los prisioneros ejecutados en Aschendorfermoor. Los británicos les hicieron cavar a los nazis acusados de los crímenes y a él mismo, fueron ellos los que tuvieron que descubrir las fosas. Hay fotos de cómo lo hacen. Declarado culpable, el 14 de noviembre de 1946 fue ejecutado en Wolfenbüttel. Su abogado defensor dijo que nunca podría haber llevado a cabo sus crímenes sin los funcionarios públicos. A sus órdenes se pusieron militares, policías, guardias, funcionarios…

Deliberadamente, el director Robert Schwentke no quiso dar ninguna explicación en su reciente película al comportamiento de su protagonista. No quería que pareciese un psicópata en términos clínicos ni que tuviese una motivación política. Como explicó en una entrevista en Cine-File, «dejó en blanco» al personaje para que cada uno extrajera conclusiones por sí mismo. Sin embargo, con la información disponible no hay rastro de que él fuera perseguido como se muestra al principio de la película. Una escena que sí que da una respuesta básica y tópica a su comportamiento: hace lo que le han hecho a él, hace lo que ha visto hacer a los oficiales para parecer un oficial.

El objetivo del director era otro: pretendía derribar los mitos con los que creció su generación pese a la desnazificación —nació en 1968—, como que la Wehrmacht tenía las manos limpias, que no había participado en el genocidio, que sus oficiales no funcionaban por ideología. «Todos alrededor me lo contaron; los maestros, nuestros padres y nuestros abuelos». Y otro mito, que no hubo desertores en el ejército alemán. En realidad, señaló, hace falta mucha gente para poner en marcha las dinámicas del nacionalsocialismo.

La aclamada elección del blanco y negro fue precisamente para no espantar al espectador. Para Schwentke, sin violencia estaba traicionando a las víctimas, pero en color estaría filmado una película gore. Quería que la gente se quedase hasta el final y recibiera el mensaje, de modo que recurrió al blanco y negro porque supone un distanciamiento.

Tras leer todas las actas del juicio a Herold, su conclusión es que no era ni un sádico ni un nazi furibundo. Simplemente, declaró en Music Box Theatre, «para él, todo era un juego de vaqueros e indios con munición real». Por eso ha compuesto el relato de un niño que se encuentra con que, con un traje mágico, nadie le dice no. Los que intentaron detenerle en sus planes no lo lograron, y cada vez más estaban a sus órdenes de forma entusiasta.

Cuando empezó a planear la película eran los noventa. Todo el mundo le decía que era descabellado lo que pretendía hacer, aunque él replicase que situaciones semejantes seguían produciéndose, por ejemplo, en Bosnia. Sin embargo, sus amigos le recomendaron que no tocase el tema, que no enfocase los crímenes alemanes en primera persona. De hecho, muy pocas películas alemanas lo habían hecho hasta entonces y la más famosa, El hundimiento, le parece perversa ideológicamente por sugerir indirectamente que si Hitler hubiese hecho caso a nazis más sensatos todo habría ido mejor entre 1933 y 1945.

Con el paso del tiempo, cuando por fin recibió financiación, ya no encontraba resistencias. El chovinismo y el nacionalismo estaban de vuelta en Europa con fuerza. En el set de rodaje nadie pensaba que estaba filmando una vieja historia de género sino algo muy actual. Tal cual lo expresó Schwentke en Cine-File: «Nos enfrentamos nuevamente con una gran cantidad de bárbaros en todo el mundo que están vaciando la democracia porque ignoran sus normas. No puedes tener un sistema democrático sin normas».

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11 Comentarios

  1. Hay una cagada bastante seria en la peicula, no se si historicamente fue asi, pero el uniforme que se encuentra en la pelicula no es de oficial de la Luftwaffe, es de capitan paracaidista, Fallschirmjäger, en la bocamanga izquierda,lleva una cinta que pone Kreta, y y en el lateral de ese mismo brazo una insignia que pone Narvik, eso indica que el oficial propietario del uniforme, era veterano de esas 2 operaciones que tuvieron lugar en 1940, en aquellos años no habia paracaidistas de menos de 20 años, por tanto el propietario del uniforme deberia tener entre 25 y y 35 años, cualquier oficial aleman que se hubiera tropezado con un crio de 20 años con ese uniforme en 1945 deberia haber sospechado.

    • Alvaro Corazón Rural

      Pues ni idea, vaya ojo. Gracias por el comentario.

      • Lareon Falken

        La Primera de paracaidistas se hizo un nombre tomando la línea Maginot y se hizo temible con la toma de Creta. Si a esto le unimos que Kesselring los empleó en la defensa de Montecassino, donde ya tenían reputación de temibles, hace todo ello que sus distintivos sean fácilmente identificables para el oficial medio. Sin saber si ese fue el tipo de uniforme que encontró, huele a pequeña gran pifia. A parte de esta curiosidad, interesante artículo.

    • Aparentar cinco años más o menos que lo que dice tu carnet de identidad es un fenómeno tan común hoy día como hace 60 años… ¿y si resulta que le estás faltando al capitán Jordi Hurtado o Íñigo Errejón?

      • Hurtado o Errejon no tienen la mirada de un tipo que segun sus ropas es un veterano de una unidad de elite que lleva 5 años dando y recibiendo guerra. La guerra envejece mucho.

    • daniel von grau

      nunca nadie le pregunta la edad y es cierto que hay gente que parece más joven en todos lados, podia tener 35 con cara añinada. De todos modos el personaje se impone muy bien con su seguridad deriiba toda duda y hace aliados prontamente

    • Creo q en uno de los diálogos menciono q es paracaidista y q fue en los ’40.
      Más allá de su observación, Lo que me parece q quería demostrarse en la película (no se si en la verdad histórica) es q todos los soldados se dieron cuenta (por uniforme, cara, zapatos, etc) q no era capitán pero tenían esa insana maldad de fin de guerra. Las violaciones, homicidios y distintos ultrajes aumentó en los últimos meses de la guerra y posguerra así q no son fallos históricos….. Un traje de buzo q ordenará matar se le haria caso. Muy triste me hizo recordar el libro el Sr. De las moscas. Bastante perturbadora la realidad humana.

    • Fernando Arenas

      En la película se aclara el origen paracaidista del uniforme. Tal vez luciera muy joven como para ser veterano paracaidista, pero el terror que despertaba desobedecer órdenes de hitler a esas alturas hacía difícil dudar de éstas viniendo de un hombre tan decidido como éste. Además, la «solución» que propone agrada a los militares involucrados que no son capaces de poner en práctica sus deseos de «acabar con el problema» que representan esos prisioneros alemanes, sin los engorrosos escollos burocráticos, sobre todo en esa época del conflicto. La posterior liberación de harold hace más evidente la simpatía que despertaba en sus pares.

  2. Sin querer entrar en los pormenores históricos, que sin dudas enriquecen nuestro conocimiento de tal insensata época, agradezco al autor por publicar un punto de vista ignorado, o tal vez escondido por años: que la Wehrmacht tenía las manos limpias. Me pareció siempre extraña esa afirmación porque ninguna contienda histórica con tropa regular estuvo exenta de crímenes, pillajes, abusos y violaciones. En guerra se pierden las más elementales normas de humanidad y convivencia civil, y cuando llega el momento de defender el «sagrado suelo de la patria» los odios, la obstinación y el deseo de venganza son mayores. Comencé a dudar de tal afirmación cuando escuché la defensa del comandante del ejército y la de Göering en el juicio de Nuremberg: todo el horror que veían en los filmados había sido culpa de las SS, ellos, los nobles y aristocráticos militares jamás habrían permitido tamaño horror. Es bastante posible que la gran mayoría de los mandos estuviese adoctrinado por el nazismo, o sencillamente adherían por simpatia o por la deshonra de la derrota en la primera guerra, de otra manera no se entiende la obtusa resistencia que causó tantos desastres en sus propias filas como en la población. Puro fanatismo. Gracias por la lectura.

    • Alvaro Corazón Rural

      No hay más que ver la invasión de Yugoslavia, las matanzas que hubo por aplicar la norma de que 100 yugoslavos serían ejecutados por cada alemán muerto. Alguna la hizo la Wehrmacht cargándose civiles menores de edad en los lotes. Por cierto, que uno de los que parece que estuvo llevando a cabo estas represalias fue Kurt Waldheim, luego presidente de Austria y secretario general de la ONU.

  3. Parlache

    ¡Gracias!

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