El voto tiene dos atributos únicos: es una de las pocas formas de participación que es totalmente anónima y, además, es extremadamente barata. Esto, aparentemente simple, da pie a una paradoja. Seguimos pensando que a nivel individual parece un acto muy pequeño y, a la vez, muy valioso; seguimos participando masivamente por una especie de compromiso cívico.
La cuestión que se plantea en esta conversación entre Eduardo Madina y Pablo Simón es bastante menos simple: ¿quién decide lo que votamos?
En un escenario que, definitivamente, ha dejado ser analógico, la información nos llega sin filtros, masivamente y a toda velocidad. La tendencia empuja a debatir principalmente sobre el quién, dejando de lado el complemento fundamental: para qué. Los problemas de los políticos lo empapan todo dejando en un segundo plano los problemas de la sociedad. Esto nos conduce peligrosamente a la italianización, a la merma de la calidad política.
La corriente nos arrastra a la siguiente pregunta: ¿tenemos los políticos que nos merecemos? ¿Podemos, en la actualidad, optar a una mejor política?
Con la irrupción de nuevos partidos en el escenario político se hablaba de abrir ventanas, de frescura. La realidad nos ha demostrado que la estructura acaba con todas esas expectativas; terminan incurriendo en los mismos vicios, en las mismas dinámicas de polarización. Las instituciones acaban anulando esa frescura. Los grandes titulares, «cambiar la democracia», acaban en bofetada. La combinación de realidades (Pérez Galdós en el siglo XXI) nos lleva al colapso.
La política es tragedia, no hay principio de contradicción. ¿Dónde están los focos de deliberación?
Corremos el peligro de que la política acabe siendo una suerte de serie de Netflix en la que hay un giro de la trama al final de cada episodio para crear expectación. Que no se esté atacando la cuestión que se supone es la fundamental de la política: la capacidad transformadora.
El presente diálogo puede darnos pistas sobre el camino a seguir.
En los atributos del voto te falta que se asume que el que lo usa tiene un mínimo de inteligencia y ese atributo es el que, a mi parecer, lo convertiría en útil. A día de hoy, ese atributo no existe.
Cada vez tengo más claro que uno de los signos de inteligencia más fiables es el hecho de ser consciente de nuestras propias limitaciones, aunque parezca una paradoja
El voto es el último paso de una serie cuyo sentido es que la mayoría pueda oponerse al poder, que tiende a la forma oligárquica. Si existe libertad política entonces el voto sirve para algo. Sin embargo en España y en casi toda Europa, salvo Reino Unido y Francia, el poder tiene forma de oligarquía de partidos.
En España puedes votar una lista de nombres que desconoces en su mayoría, en una aberración llamada elecciones generales que no son ni presidenciales ni legislativas. No eliges presidente ni eliges diputado. Los posibles diputados son colocados en las listas por los jefes de los partidos como recompensa a su obediencia al aparato. De esa manera es posible que alguien que viva en Galicia se empadrone en Cádiz y se presente como representante de los andaluces. El presidente del gobierno es elegido por los diputados, pero a diferencia del sistema parlamentario británico esos diputados no son libres para votar ni se deben al pueblo. Obedecen al jefe de partido.
El sistema es una mafia circular donde el voto sólo puede variar la proporción de poder de los partidos políticos. No votamos diputado, ni programa, ni ideología ni presidente del gobierno.
El sistema proporcional, además de estar pensado para que existan dos partidos mayoritarios, favorece la corrupción. Combinado con un presidente con amplios poderes, como ocurre en España, el resultado es un sistema oligárquico profundamente corrupto en el que los partidos mercadean y alquilan los votos de sus diputados a cambio de puestos de poder y financiación.
La idea de que el voto tiene que ser inteligente es propia de quien no cree en la democracia y ha sido alimentada por los medios de comunicación y propaganda. El voto ha de ser personal y quien vota lo hace pensando en sus intereses. Quienes se creen más inteligentes y cultos y desdeñan el voto de los demás son los verdaderos ignorantes. El voto en España simplemente es una aceptación de un régimen. Las elecciones de Franco no eran democráticas por el mismo motivo que las actuales no lo son, y es que el votante carece de poder de elección y de revocación.
Toda esta payasada que se está viviendo en el inútil Congreso no sería necesaria si hubiera elecciones uninominales por mayoría a la presidencia del gobierno y otras a las Cortes por circunscripción. Pero ningún partido del Estado jamás apoyará ese sistema porque les quitaría todo el poder y toda la financiación.
Faltaría más que el tonto no vote! La democracia, como la definió un poeta es «esa prostituta autónoma e ingenua que no conoce el valor del mercado, y de buenaza que es nos acoge a todos en sus brazos. El análisis de asdfgh se puede trasladar, sin ninguna modificación a la Italia, en donde el M5S, que nació para cancelar esos tejes y manejes de intereses partidarios bastardos y terminar una vez por toda con los corruptos, se encuentra hoy día con el mínimo de simpatías. Parece que la honradez y transparencia ha dejado de ser un valor civil. En la plataforma Rousseau, sede digital del Movimiento, se eligen a los postulantes, directamente, sin cabecillas, solo por sus virtudes, y por esta «ingenuidad» estamos pagando. Habrá que organizarse mejor. Es un movimiento que nació espontáneamente, como respuesta a la corrupción imperante, recogiendo las banderas que el Partito Democratico, heredero del viejo PC enterró y desprecia todavía, y hoy aliada con Berlusconi para frenar las investigaciones sobre cohechos, coimas y elecciones a dedo. Gracias por la lectura.