Esta entrevista está disponible en papel en nuestra revista trimestral número 13
Más de un cuarto de siglo estuvo jugando Nacho Azofra (Madrid, 1969) en la ACB. Vivió todo los cambios que se produjeron en este deporte, los años gloriosos, en los que el baloncesto español rivalizaba con el fútbol, la etapa en la que entraron millonadas en los equipos y la de la ruina posterior. Es difícil pensar en el Estudiantes y no verle a él botando. Fue un jugador enloquecido, valiente, era capaz de dar el mejor pase de la historia, pero también de perder el balón decisivo en la última jugada. Cuando se retiró quiso hacerlo vestido de torero. Algo de matador sí tenía, porque nunca se amilanó ante nadie.
¿Cómo llegaste al colegio Ramiro de Maeztu?
Entré en 1975 por ser hijo de un antiguo alumno. Mi padre, don Ángel Azofra, iba allí, y creo que él siempre ha sentido el Ramiro muy dentro, al igual que ahora mi hermano que lleva a mis sobrinos también. Antes habría otros condicionantes para entrar en los colegios y uno de ellos era ser hijo de antiguo alumno porque el Ramiro era un colegio muy requerido en el que había mucho hijo de personas del régimen. Pero creo que el diseño viene de la Institución Libre de Enseñanza, fíjate qué contrastes. En todo caso es el colegio público más pijo de Madrid, que está en la calle Serrano en medio del Viso, en la zona de las mansiones y donde estaba la iglesia del Opus.
La Demencia apareció por allí en los setenta, ¿no?
Yo vivía al margen de eso absolutamente, no era más que un chaval de seis años. Recuerdo ir a los partidos de baloncesto del Estudiantes con mi padre ya en el Magariños y ver a la Demencia como una cosa muy divertida de los chicos mayores, pero inalcanzable. Por aquel entonces aún no se vestían de árabes ni nada, eso fue más en los ochenta con el tema de Jomeini, cuando el ayatolá derrotó al shah de Persia.
Has dicho alguna vez que como no había chicas jugabas al baloncesto.
Eso es así, no había chicas y no teníamos esa distracción. Como el baloncesto, por otra parte, se respiraba en el ambiente en ese colegio, en que había muchas más canastas que porterías, jugábamos todos al baloncesto. Cada vez que salíamos al recreo íbamos corriendo al grito de «maricón el último» para encontrar una canasta.
¿Cómo es eso de que en Estudiantes llegada cierta edad, si pasabas a jugar al basket, ya no podías jugar al minibasket?
Al director deportivo de entonces, Pablo Casado, se le metió en la cabeza que jugar al mini nos fastidiaba la mecánica de tiro. Una chorrada. Estamos hablando de cuando yo estaba en infantiles-juveniles, cuando ya habíamos dado el paso a las canastas grandes. A esa edad yo era muy mal tirador y Pablo cada vez que me veía en una cancha de mini me echaba. No me quedaba otra que jugar a escondidas. Porque, vamos a ver, puede haber algún jugador que haya jugado lo mismo que yo al baloncesto, pero no más. Yo hacía pellas para jugar al mini, después me iba al entrenamiento y luego otra vez al mini.
Lo que sí que pasaba también en esas canchas era que la gente, que estaba de público mientras se comía el bocadillo, veía muy mal que se tirase. Tú tenías siempre que chocar, el otro te iba a poner el tapón, y tú machacabas en los contraataques, era muy divertido. Esperábamos todo el día con ansiedad echar el partido en el recreo. En las canchas de mini del Ramiro se jugaba a tope, con sangre y golpes. Uno de otra generación, más joven que la mía, que también jugaba mucho en esas canchas era Gonzalo Martín.
¿Cómo recuerdas tus primeros pasos por el baloncesto profesional?
Uno de los partidos más relevantes en los que aparecí al principio fue el Torneo de la Comunidad contra el Madrid de Drazen Petrovic. Me hacía mucha gracia porque lo había visto en la Cibona y era un tío que no es que fuera letal, es que le metía cuarenta puntos al Madrid con las consiguientes burlas, y de repente lo tenía enfrente. Sus partidos no te los perdías, era un espectáculo verle. Estabas siempre pendiente de la que iba a montar. Igual metía un triple en el minuto cinco y se tiraba encima de sus compañeros del banquillo. Aparte de ser un superjugador que sale cada no sé cuántos años, el espectáculo que daba era divertidísimo. Estos cabrones de Yugoslavia no se conformaban con ganar y nada más [risas]. El Madrid luego la verdad es que lo hizo muy bien. Si no puedes con tu enemigo, cómpralo. Como ha hecho muchas veces, vaya. Aunque aquí no le saliera muy bien porque se les fue pronto a la NBA.
Y en directo impresionaba. Era distinto. A veces se dice que un jugador está un escalón por encima. Pues no. Aquí eran dos escalones sobre los mejores de aquí. Era alucinante la velocidad del balón en sus manos, su velocidad de tiro. En ese partido, los que estábamos en el banquillo le estábamos siguiendo a él continuamente. Tenía un imán para las miradas. Estoy seguro de que todos los que estaban en el Palacio de los Deportes también le estaban mirando solo a él. Era tan joven y tenía tanta facilidad, era asombroso. Lo mejor es que ¡creo que les ganamos! Nos decíamos: «Coño, hemos ganado a Petrovic, el Madrid de Petrovic no vale nada» [risas].
Tengo una foto por ahí jugando contra él. Luego en liga también volvimos a enfrentarnos y después se escapó. De todas formas, en la cancha el tío iba a lo suyo. Supongo que su motivación para jugar contra el Barcelona no era la misma que contra nosotros, el Estudiantes. Estaba claro que no conocía a ninguno de nuestros jugadores, pero sí a todos los del Barça. Si le defendías duro, sí que te podía marcar algo que te doliese además de los dos puntos, pero si no ibas a una guerra muy frontal él seguía con lo suyo tranquilamente, meter sus treinta y cinco puntos e finito.
Uno de tus primeros partidos importantes con el Estu fue en Copa Korać contra el Olimpia esloveno.
Para mí fue crucial. He conocido siempre a muy buenos jugadores jóvenes que, coño, valen para esto, pero luego hay que saber aprovechar las oportunidades y estar caliente para el momento justo y eso quizá fue lo que me pasó a mí en este partido. Así te ganas la confianza del entrenador, que piensa: «Coño, cuando saco a Nacho responde». Para mí fue entrar por la puerta grande porque Vicente Gil estaba lesionado y Paco Garrido me sacó a mí en un momento dado en lugar de a Antúnez. Creo que venían con una ventaja de veinticuatro y ganamos de veinticinco en nuestra casa con una canasta de Pinone a falta de dos segundos o una cosa así. Yo salí e hice trece puntos contra un base que era Zdovc, un superjugador de la selección yugoslava, que años después ganó la Copa de Europa con el Limoges. Era muy bueno. No me acuerdo muy bien, pero creo que ese partido fue perfecto, aunque no vino casi nadie a vernos. Las gradas del Palacio estaban casi vacías y mira la que liamos.
Cuando el Estudiantes cambió el Magariños por el Palacio se perdió mucho ambiente.
El Magariños hubo unos años que impresionaba verlo porque iban dos mil quinientas o tres mil personas. A Fernando Martínez Arroyo, el gerente, te lo encontrabas por ahí diciendo «¡Como venga la policía, me detiene!», porque superaba el aforo. Además, se podía fumar y aquello era un espectáculo todo lleno de humo. Ganar al Estudiantes en el Magariños con ese ambiente no era nada fácil. Era un equipo muy competitivo, con Vicente Gil y Carlos Montes, con Pinone en un estado de forma estupendo y jugando treinta y cinco minutos todos. Claro, que te jugaban tantos minutos por partido porque había treinta segundos de posesión. He visto a muchos jugadores caer cuando la norma bajó de treinta segundos a veinticuatro. Eso ha sido un cambio importante en el baloncesto moderno. Se consiguió el doble de intensidad.
Cuando llega el Cura —Miguel Ángel Martín Fernández—, Vicente Gil es uno de los grandes sacrificados y decide montar un equipo joven tirado por dos americanos como Pinone y Winslow. Era el equipo más joven de la ACB.
Cuando todo eso ocurre no tenía ni idea de que me iba a dedicar profesionalmente al baloncesto. Aún tenía una sensación de amateur, de salir a pasármelo bien que afortunadamente me ha durado mucho tiempo. Pero estaba igualmente dentro del equipo y sí que veía que el Cura y Vicente no se llevaban muy bien. Vicente Gil era de sangre caliente y alguna vez había hecho declaraciones sobre él y creo que quiso quitárselo de encima y ya está. No era algo tan premeditado apostar por los jóvenes, porque Alberto Herreros era una perla joven, ya había jugado muchos más minutos y era un anotador importante. Había talento, siempre es un riesgo tomar una decisión así, pero tampoco hay que ser un suicida. Si a gente joven con talento la rodeas de veteranos buenos siempre es fácil.
Hay una eliminatoria de Korać que jugasteis contra el Partizan de Belgrado.
Sí, viajé contra el Partizan de Divac, Djordjević, Obradović, que jugaba en pívot el alero zurdo, y Paspalj, que era el jefe del equipo. Ya era el veterano, digamos, y tenía un equipo jovencísimo. Cuando salió Djordjević… Creo que nos ganaron de treinta allí. Cómo movían la bola, aquello era insólito. Nos impresionó. Luego pasado el tiempo ya me he dicho «coño, no me extraña». Todos eran superjugadores. Y ya entonces tenían un desparpajo tremendo.
¿Hubo ambiente en Belgrado?
No mucho, no se molestaron siquiera en ir. Era un partido que lo tenían muy claro [risas].
También jugaste contra el Madrid el partido posterior a la muerte de Fernando Martín. ¿Cómo lo viviste? Porque me imagino que cuando jugaba en el Estudiantes tú le seguirías.
Cuando jugaba en el Estudiantes sí, cuando juegan en el Madrid yo no sigo a nadie.
¿Pero recuerdas aquel día?
Sí, creo que el día que se mató nosotros jugábamos en Málaga y me vino a avisar Alberto: «Que se ha matado Fernando Martín». Cuando la noticia ya estaba confirmada y salimos al campo a jugar nos quedamos un poco callados, la verdad, porque Fernando había estado muy cerca de gente como Pepu, Clemente, y con nosotros había jugadores de su generación como Carlos Montes, que creo que aunque era un poco más pequeño sí tenía contacto con él. Fernando trascendía lo deportivo. Era uno de los símbolos de nuestro baloncesto. No, era el símbolo, porque había estado en la NBA. Yo no le traté, sí que conocí mucho a Antonio, con el que hice muy buena amistad, pero a pesar de eso tengo entendido que Fernando Martín tenía mucha personalidad y allá donde iba arrastraba bastante el pensamiento de los demás y, por supuesto, se notaba su presencia. Tenía un aura un poco de superjugador español.
Al Madrid, la FIBA les hizo jugar un partido contra el PAOK de Salónica a dos días de su muerte, justo después de enterrarle, pero el primer partido de ACB fue contra vosotros.
Sí, recuerdo que los jugadores de la cantera iban de luto. Que la Demencia le dio un ramo de flores a su madre… ¿Él no iba a un partido cuando se mató?
Sí, contra el Zaragoza, que no se jugó.
Contra nosotros nunca olvidaré que estábamos los jugadores en formación y salió la madre. Guardamos un minuto de silencio. La verdad es que nos quedamos todos bastante tocados, nos impresionó mucho. Pero luego saltó la bola arriba y a jugar, la vida sigue. Esto es así, macho. La bola sube y se acabó, te tienes que poner otra vez a jugar. Hasta Antonio Martín.
También juegas contra el Valladolid de Sabonis.
Sabonis era un dominador absoluto. Era otra cosa, ese sí que impresionaba jugando. Su presencia era… te ocupaba toda la cancha. Es que hacía de todo y con muy mala leche además. Era muy ganador y a veces muy malvado. Pero ten en cuenta que lo era porque por movilidad él ya tenía los tobillos bastante jorobados y se los vendaban que casi era como si se los escayolasen para jugar cada partido. Por eso cualquier cosa que le sacase un poco físicamente de su contexto le fastidiaba mucho y sacaba toda la mala leche que tenía; la de un jugador que no era duro, sino durísimo. Y además de soviético y duro, con una calidad increíble, el tamaño. ¡Era impresionante, era enorme! Chocabas con él y… [risas].
Me acuerdo una vez que estábamos jugando contra ellos y teníamos un sistema que el Cura lo ordenaba gritando: «Manda cinco», con el que yo pasaba y tenía que ir a bloquear para que subiese Orenga a poste alto. A Sabonis le jorobaba mucho tener que salir hasta fuera, de hecho Orenga le hacía bastantes puntos por partido porque tiraba bien de fuera y a él no le gustaba. Además, Juan era muy competitivo y contra Sabonis se venía arriba. También le gustaba pegarse y no era como otros, tenía peso. El caso es que en ese bloqueo que le hacía yo a Sabonis, me daba con el codo un toquecito y me tiraba al suelo. Era como un árbol, como la rama gorda de un árbol. Y durante un partido me tiró al suelo una vez, dos veces, tres… Joder, ya me estaba empezando a hacer daño [risas]. Y dijo el Cura otra vez «Manda cinco», y yo le grité: «¡Los cojones voy a mandar cinco!». El Cura me miró con una cara… [risas]. Por otro lado, Sabonis era Sabonis y no le pitaban las faltas y yo era un jovencito recién subido.
En el Trofeo Las Rozas de baloncesto jugaste contra la Jugoplastika de Toni Kukoc.
Estaba también Perasović, que era el que defendía. Un jugador muy bueno, pero en ese equipo tan solo uno más. ¡Buah! Es que los que se juntaron ahí también… Toni Kukoc a mí entonces ni siquiera me sonaba. No lo conocía nadie. Tampoco es que yo leyera mucho de baloncesto porque yo había llegado hasta ahí jugando en el patio del colegio con mis amigos. Echaba pachangas en las canastas de mini y luego me iba a jugar de profesional contra Toni Kukoc [risas]. Lo que no quita que yo fuera muy competitivo, saliera y pensara «coño, qué tío más grande», y cuando íbamos 27 a 7 iba entrando en razón «hostia, sí que son buenos estos». Pero antes de empezar el partido no eras realmente consciente. Pasados los años ya sí sabes quién es cada uno. Quizá en el banquillo sí te percatabas de detalles que no veías jugando. Decías «joder, estos tíos saben». Ganaron la Copa de Europa, por supuesto.
Otros equipos de tus inicios, el Caja de Ronda de Joe Arlauckas.
Mover la bola, mover la bola y mover la bola. Yo creo que todavía eran treinta segundos de posesión. Tú imagínate lo que era jugar contra unos pavos que eran cinco tíos que solo movían la bola y tiraban en los últimos diez segundos de posesión. Y si te cogían el rebote… ¡otros treinta segundos moviendo la bola!
En serio, lo de los treinta segundos fue determinante. El otro día hablaba con Pedro Rodríguez y recordábamos que nosotros corríamos, pero si yo llegaba botando y no había nadie me tenía que dar la vuelta y ver como iba viniendo Pinone por el centro diciendo «Calma, Nacho» [risas]. Pinone ya no corría tanto. Subía como podía y me decía «marca la dos» o la que fuera, la gente me miraba y se iban a sus posiciones, ¡tardaban un mundo! Te daba tiempo a todo. Era la leche, no tenía nada que ver con los veinticuatro segundos. Por eso era tan bueno el Caja de Ronda, con un base muy listo y tres por dentro, el triple bloqueo ese que tenían siempre. Jugaban con dos y tres, con Arlauckas, Rafa Vecina y Ricky Brown y dos que se alternaban por fuera que no me acuerdo de cómo se llamaban. El base era Fede Ramiro y el entrenador, Mario Pesquera, que era tan listo y tenía mucho oficio, pues juega tú ahí en Málaga contra ellos, que además había un ambientazo. Era muy difícil, te desquiciaban. Fíjate que no me acuerdo de nada nunca, pero contra ellos sí recuerdo que nos pusieron la zona, porque Mario jugaba con los fallos del rival, y Alberto Herreros les metió como siete u ocho triples. No quitaron la zona y les eliminamos en Málaga. Algo es algo.
El Cura contaba que Alberto había hecho una primera parte horrorosa, que por eso le echó una bronca en el descanso y en la segunda parte metió ocho triples.
Eso dicen siempre los entrenadores, que como le había echado la bronca se había motivado [risas]. Pero sí que animaba mucho a Alberto a tirar, le decía que no se cortase.
Tuviste muchas veces enfrente a Laso en el Taugrés.
Me parecía muy bueno al contraataque y sobre todo buen pasador. Quizá peor tirador. Jugábamos un poco con eso, tratando de pasar los bloqueos por detrás. Era el jefe del equipo defendiendo, se entendía muy bien con Arlauckas, y sobre todo era valiente. Ahora me encanta lo que está haciendo en el Madrid. De verdad.
¿Es jodido ser del Estudiantes y que te encante cómo juega el Madrid?
Es un triunfo del baloncesto. Que pierdan, siempre, pero me gustan. Para mí ver a Sergio es una gozada. Yo tuve bastante libertad para la toma de decisiones en el campo y para improvisar, para mí es una gozada ver a un jugador de ese tipo surgir en un baloncesto en el que durante los últimos años se ha impuesto la disciplina de equipo. O Rudy, que también puede tomar decisiones, aunque a veces se le vaya la olla, pero en la balanza siempre suele salir positivo. Aunque también hay mucho de casualidad en todo esto. Cuando Sergio vuelve de la NBA con Messina le cuesta adaptarse. Luego con Laso también hace un año irregular y le ponen en el mercado para venderlo, pero como tenía una ficha alta… Y me imagino que sería Laso el que le puso a la venta. Sin embargo, luego da con la tecla y Sergio desarrolla todo su potencial. Uno también tiene que poner de su parte. Hay que saber adaptarse a los compañeros cuando eres creativo. Yo lo he sido y cuando nos liamos no nos entendemos ni nosotros [risas]. Podemos crearle un infierno al entrenador. Siendo bases ya ni te cuento.
Fue clave para ti la salida de Antúnez.
Pasé a ser titular. Mi juego hasta entonces era de salir a revolucionar los partidos. José Miguel se fue al Todopoderoso, es decir, que pagaron por él, y todo cambió.
Tuviste un momento épico en esa final que ganas lesionado.
El Barça nos metió treinta o cuarenta puntos y encima me lesioné. Antes veníamos también de perder, pero esa derrota contra el Barcelona igual nos sirvió para reaccionar. Ganamos al Madrid con un triple de Aísa.
¿Es verdad que le llamabais el Drogas?
Pinone alguna vez se lo decía porque Juan iba un poco desaliñado y siempre venía tarde, con los pelos largos. Luego encima tuvo un lío porque el año en que Asier García dio positivo se filtró que había pitado un jugador que empezaba por A y el Marca interpretó que era Aísa. Se pilló un cabreo yo creo que más que justificado. Además, Asier luego recurrió y le quitaron la sanción. Parece que dio por un crecepelo.
¿Esa no es la excusa típica para enmascarar la sustancia?
Pues supongo que a lo mejor sí, pero no tengo ni idea. Yo soy de pensar que si nos quedamos calvos, nos quedamos calvos. Todo el lío que tuvo para luego raparse la cabeza al cero; todo lo que se habría ahorrado si lo hubiera hecho antes [risas].
Volvamos a aquel partido de Copa del Rey.
A Granada yo fui de vacaciones con mis amigos. Pero llegamos a la final y el doctor Soriano me hizo un invento para que pudiera jugar que le agradeceré siempre. No podía extender el brazo y dar latigazos era impensable, pasaba con las muñecas nada más y tirar era imposible. Como mucho, dejar una bandeja, pero solo con la muñeca. Entonces me pusieron un limitador para que no pudiese extender el brazo. Íbamos palmando y el marcador estaba muy bajo. Fue uno de esos partidos en los que una canasta es como meter gol. No metíamos ni unos ni otros, aunque quizá ellos sí tenían más iniciativa. Era también un partido muy duro, no nos dejaban correr. Así que el Cura se la jugó. Yo creo que si sacó a un tío que estaba manco es porque lo veía muy mal [risas]. Me preguntó: «¿Estás para jugar?». Di un salto, nada más salir tuve la suerte de robarles un balón que acabó en un matazo de Rickie, nos cambió la cara y a ellos también.
Dijiste que era el día más feliz de tu vida.
Sí, hombre. Aunque es lo que se dice siempre. Ahora cuando veo todas esas declaraciones me da un poco de vergüenza [risas]. Porque he tenido días mucho más felices, con la familia, con alguna chica… Lo que no quita que esa fuese una gran alegría, sobre todo porque en Estudiantes no es algo individual, es familiar. Se produce un estallido de alegría de un montón de gente que hace que el triunfo sea de mayor magnitud. Encima el club no había ganado una desde la Copa del Generalísimo, imagínate. Hombre, a mí me hubiese gustado ganar la del Generalísimo y que me hubiera recibido Franco en El Pardo [risas]. Yo que siempre he sido muy franquista [más risas].
En la celebración coge Alberto Herreros se levanta, alza su copa y dice: «En estos momentos quiero levantar mi copa y brindar por un compañero que nos dejó a comienzos de esta temporada y se marchó al Real Madrid para ganar títulos. Brindo por José Miguel Antúnez».
Para que veas luego cómo son las cosas, por la boca muere el pez. Ay, Albertito, hombre, mira que decir esas cosas… Yo le dije: «Por hacer ese comentario te van a hacer una oferta y tú te vas a tener que ir al Real Madrid». Me contestó: «¡Que te den por culo!». En el vestuario del Magariños Herreros y yo nos sentábamos al lado y en su sitio se sentó después Orenga, luego Alfonso Reyes y después Felipe Reyes. Yo siempre decía: «Este es el asiento del Real Madrid». Y Andrés Miso, que es un cachondo, decía «¡Pues para mí!». Lo cogió. «Andrés, vas a joder la racha», le tuve que decir [risas].
¿Qué tal en la cancha del Maccabi?
Joder, Israel. El campo más caliente… Bueno, he estado en varios muy jodidos también, en la época de Grecia contra el Panionios nos tiraban de todo. Además, su campo es como una nevera de lo pegado que estás al público. Les daba tiempo a ponerte un punto de mira donde te iban dar con la moneda. Era la leche, caían una cantidad de monedas que no te lo puedes creer. Te jugabas los ojos. Si te dan un monedazo en la oreja o la cabeza, pues mira. Pero si te dan en un ojo puedes perderlo. Cuando alguien tiraba los libres, yo como base no podía estar en mitad de la cancha porque me caía todo a mí. Me tenía que poner al lado de uno de los suyos. En el momento en que no tenías a un rival pegado te caían monedas por todas partes. Y si el otro se movía, te movías con él. Había chavales recogiendo las monedas con la mopa y no veas qué dinerales se llevaban.
Recuerdo que Pinone metió un gancho que nos daba el partido a cuatro segundos y, en lugar de sacar de fondo y jugar los segundos que faltaban, salimos corriendo hacia el vestuario. Y a la policía la veías con las manos en los bolsillos. Yo fui de los últimos en salir del campo, me cazaron con una moneda de un dracma en la cabeza y me tuvieron que dar puntos. Entré al vestuario sangrando y Alberto me miraba alucinado. «Me han cazado, tío», le dije. Ahora hace gracia y en aquel momento también nos reíamos porque aquello era un desmadre, pero era peligroso de verdad. Si estabas cerca del público te daban puñetazos en la cabeza o donde pillasen. No pudimos salir del vestuario hasta una hora después del partido.
En España eran más de insultar. El pabellón de Manresa era muy furioso, qué bonito era el antiguo campo del Joventut. O el del Huesca, que no llegaba al nivel de Grecia, porque nadie arrojaba nada, pero cómo te insultaban, madre mía. En una ocasión [risas] yo todavía era junior, estábamos en Bilbao, salí a calentar y empezaron a insultarme a mí. Me decían de todo, no paraban, y yo no entendía nada. Hasta que llegó Pedro Rodríguez y me dijo: «Anda Nacho, quítate los calcetines de España». No tenía ni idea, eran los primeros calcetines que había pillado, no sabía que tenían la bandera de España y me estaba poniendo a parir todo el pabellón.
Pero árbitros presionados no he visto como el día del que hablamos en Tel Aviv. Cuando luego los he visto por la tele siempre es lo mismo. El Pabellón de la Mano de Elías, qué presión. El público te gritaba de todo, cuando pasabas te daban fuerte en el hombro. De todas formas, el Maccabi no era un equipo que nos fuera a impresionar como cuando nos enfrentamos al Partizan en Belgrado. Estábamos en un nivel mental que competíamos contra cualquiera. De hecho, al Partizan le habíamos ganado los dos partidos en casa y el de Fuenlabrada [el Partizan tuvo que jugar en Fuenlabrada sus partidos de casa porque la FIBA dictaminó que en Yugoslavia se vivía «clima de inseguridad»]. Y a los italianos les habíamos ganado de seis y allí perdimos de cinco con la famosa canasta aquella.
¿Fuera de tiempo?
Aísa la metió dentro de tiempo y con falta además. ¿Tú te crees que con la presión que había allí si hubiera habido la más mínima duda no la hubiesen anulado? Recuerdo que Mike D’Antoni iba detrás de los árbitros diciéndoles unas cosas en inglés… que si eran unos hijos de puta, que no iban a volver a pitar en su puta vida. Yo nunca había visto algo así, era joven. Aunque luego tampoco [risas]. Pensaba que le echarían o algo. Herreros estaba a mi lado y también estaba flipando. Pero no estábamos escandalizados, nos estábamos echando unas risas. Lo vivíamos así. Aunque el árbitro estaba pálido.
En la vuelta contra el Maccabi en Madrid, ochenta mil pesetas una entrada en la reventa. Eso es una auténtica barbaridad para 1992.
Pues no sé, lo que sí recuerdo es que la gente estaba como loca. Incluso antes de jugar con el Maccabi, ya nos decían por la calle: «Oye, que nos vamos a Estambul, ¿eh?». Cuando vieron que allí habíamos perdido en la prórroga y nos quedaban dos partidos se dieron cuenta de que era factible que pasáramos. Ellos tenían dos pívots negros grandes, fuertes. Siempre hacían eso, meter pívots con muchos kilos, grandes, debajo de la canasta. Un autobús en la zona y luego Jamchi y otros israelíes muy buenos por fuera. Claro que a nosotros estos equipos, tan lentos, nos venían mejor que los que tenían a jugadores más finos o rápidos, porque nuestros pívots, Orenga y Pinone, tiraban muy bien desde fuera.
La locura se desató porque en aquella época se seguía mucho el baloncesto. Además, el Real Madrid ya estaba eliminado de la liga europea así que habría algunos vikingos en el campo [risas]. De todas formas, en esa época en los partidos de la ACB siempre teníamos lleno el Palacio. Y también te digo que pagar ochenta mil pesetas de la época por una entrada me parece una barbaridad.
El partido clave lo ganáis porque Chus se olvida de limpiar el sudor de la tarima.
No sé si íbamos uno arriba o uno abajo, atacaban ellos y se cayó Pedro Rodríguez en la lucha por el rebote. Pidieron tiempo muerto para poder sacar de banda en su campo de ataque. Marcaron la jugada, unos bloqueos por línea de fondo para Jamchi. Recuerdo que le defendía Rickie Winslow. El caso es que Chus, el encargado de la mopa, se olvidó de secar la zona de la cancha donde se había caído Pedro. Doy fe de que Chus era un tipo bastante competente, pero mira, en esta ocasión, por fortuna, fue bastante incompetente [risas]. Como era más del Estudiantes que yo, estaba en éxtasis con el partido. Ese día todo el mundo vio el partido de pie desde el minuto ocho. Imagínate el ambiente. El caso es que Winslow se quedó trabado en los bloqueos, salió Jamchi, se resbaló con el sudor y el balón que iba a recibir se fue fuera de banda.
En la Final Four, sin embargo, nada salió bien.
Creo que la gente consideró que con ir a Estambul ya tenía el premio, sobre todo después de un partido como el de contra el Maccabi. También pecamos de primerizos, era el primer año que íbamos a una Final Four y no estábamos al cien por cien concentrados en competir. Quizá sí a un noventa, pero para ganar necesitas el cien. Mira el Madrid, que ha necesitado varias finales para poder ganar la del año pasado. Nosotros en cambio no tuvimos demasiadas oportunidades de perderlas para ganar una [risas].
Te jodió que os fuerais a las primeras de cambio.
Es que yo siempre he sido muy competitivo, de salir a comérmelo todo, y hay una cosa que me jode incluso más que perder, que es no competir. Si compites hasta el final, has estado tenso todo el partido, te vas al vestuario y te cagas en todo, pero solo te queda la mala hostia. No competir te deja sensación de vacío. Perder un partido por quince o veinte puntos, sin reacción por tu parte, me deja fatal. No hay cosa que más me joda que ver un partido de baloncesto en la tele, cualquiera, y que haya un equipo que vaya ganando de veinte. El baloncesto tiene que estar igualado siempre. Y esto es precisamente lo que nos pasó con el Joventut, porque ellos no jugaron un gran partido, pero sabían lo que tenían que hacer.
Como esta última semifinal entre España y Francia del último Eurobasket, que luego llega la final contra Lituania y te aburres.
La final fue un partido muy descafeinado. España estupenda, obviamente, pero a mí me gustan los finales igualados. Es lo que hace que la gente se aficione a este deporte tan especial. Mucha gente mayor me dice: «He visto el partido de España contra Francia y he tenido que apagar la tele porque me iba a dar un infarto». Y joder, es verdad. Hay mucha gente mayor que no ve baloncesto porque lo pasa realmente mal. Eso no lo tiene el fútbol. O no de esa manera. Porque en baloncesto metes una canasta y te meten otra inmediatamente. Tú estás alegre y de repente te meten dos canastas en cinco segundos y ¡joder! Es que es la hostia. Esos finales hacen muy grande al baloncesto.
Para el Joventut casi mejor no haberos ganado, que luego en la final se comieron el triple de Djordjević en el último segundo.
Lo vi a pie de cancha. Me llamaron de una radio par comentar los últimos minutos y estaba ahí, justo al lado. Joder, vaya triple metió. Estaba colgado en el aire. Es que él era físicamente muy atlético y técnicamente un superclase. Le defendían Tomás Jofresa y Jordi Pardo, se pasaron de frenada, Djordjević salta, se queda en el aire, deja el brazo perfecto. Eso lo vi ahí al lado y solo pude decir: «Hostia».
Al día siguiente todos los niños de España estaban imitando ese triple.
Claro. Es que eso se queda en la mente, son esos finales los que transforman a un muy buen jugador en uno histórico. Y eso que Djordjević iba a ser igual de bueno después, pero a partir de eso es todavía mejor.
Igual Danilović, que era igual de bueno que Djordjević, luego no fue tan conocido por no haber dejado una jugada como ese triple.
Sí, tuvo algunas lesiones, se fue a la NBA y se quedó un poco diluido. En ese sentido, Djordjević fue muy hábil. Fue a la NBA, vio cómo estaba el asunto y se piró. Ni lo intentó. Porque es otro juego, es algo distinto. Allí o el entrenador confía en ti al 100 % y te da treinta minutos por partido o no hay nada que hacer por mucha calidad que tengas. Djordjević iba sobrado de calidad, pero vio que no le iban a dar esos minutos y decidió no pasarse media temporada en un banquillo y se volvió a Europa. La NBA de entonces era mucho menos accesible que ahora, te daba mucha más aura. Todos querían irse allí cuando pensaban que ya habían dominado en Europa. Ahora no. Fíjate la decisión que ha tomado Llull, sorprende un poco pero entonces era impensable. Y eso que Llull lo ha ganado todo en Europa e iba a una franquicia que le iba a dar minutos y dinero, tiene una edad en la que aún le daba tiempo a volver, pero ha preferido quedarse.
¿Cómo es tu relación con la Demencia?
Rara. En esos años pues muy bien. Muchos de los de la Demencia eran compañeros míos de clase y mi relación es muy fluida porque en la pandilla no soy más que Nacho Azofra, un tío que ha estudiado con ellos y hemos salido juntos de cervezas. Pero cuando ya solo soy jugador, la relación es distinta. Ellos tienen su opinión de las cosas y yo tengo otra, que a veces coincide pero a veces es distinta.
Te cantaban: «¡Nacho Borracho!».
Pues por eso, por haberme ido de cañas con ellos. Siempre tuve una pequeña pelea dialéctica con Miguel, el Cura. Como se metía en todo, me decía: «Oye, que la Demencia nunca miente y están siempre con lo de “Nacho borracho”». Y yo le contestaba: «Hombre, Miguel, la Demencia sí que miente, porque también dice lo de “la novia del Cura me la pone dura” y a mí tu novia no me la pone dura en absoluto».
Documentándonos para esta entrevista dimos con una en la que te hacían seis o siete preguntas sobre vino sin venir a cuento, parece que te querían buscar las cosquillas con eso.
Aparte de lo de la Demencia, ocurrió otra cosa. Jugaba yo en Sevilla cuando Jordi Bertomeu llevaba la ACB. Ahora está en la Euroliga. Hice unas declaraciones sobre el Elosua León, que firmó unos contratos enormes que luego no pagó nadie. Dije que lo primero que tenía que vigilar la ACB es que se cumplieran los contratos. Ahora es habitual que haya retrasos, pero entonces no, era cuando estaba empezando. En León hicieron fichajes millonarios y dejaron de pagar desde el tercer o cuarto mes. Por eso pedí que se controlaran esas cosas. Esas declaraciones sentaron mal y Bertomeu contestó con otras declaraciones poniendo en duda mi profesionalidad, diciendo que yo salía, que tenía una vida disoluta.
Es un bulo que me hace una gracia terrible, porque, vamos, he sido el tercer jugador que más partidos ha disputado en la ACB y el que más partidos ha jugado seguidos sin lesionarse, como quinientos o seiscientos. Pero al final consiguen cascarte el sambenito. Casi prefiero no entrar en esto porque me parece bastante estúpido. Aunque lo que dijo Bertomeu, no os creáis, me dio bastante igual. Sí que recuerdo que me llamaron desde la Asociación de Jugadores y yo les dije que respondieran ellos. Me defendieron diciendo que no se podía ofender así a un jugador. Y bueno, al final la cosa quedó en nada.
El Joventut volvió a ganaros en el play-off de la ACB.
Es que ese Joventut fue legendario. Pero creo que nosotros les forzamos dos eliminatorias hasta el quinto partido. Imagínate cómo estábamos nosotros. Estuvimos muchas veces a puntito de llevarnos los play-offs. Pero ese Joventut era un equipo muy fuerte; estaba Villacampa, los Jofresa, tenían muy buenos americanos, como Corny Thompson. Pero competíamos muy a la par. Tenían a un núcleo muy sólido que estaba en la selección española. Llevaban mucho tiempo en la élite, pero no habían podido con el Real Madrid o el Barcelona y cuando tuvieron vía libre quisieron aprovechar esos años. Todo eso sumado a buenos fichajes americanos con Thompson o Harold Pressley. Era un equipo montado solo para ganar. El panorama del baloncesto español con su irrupción fue una delicia. Capaces de ganar al Madrid o al Barcelona estaban ellos, nosotros, venía fuerte el TAU Vitoria, estaba por aparecer el Unicaja…
En el cuarto partido de esa eliminatoria metes el triple de tu vida.
Ni me acuerdo.
«Anota un increíble tiro de tres puntos al límite de la posesión, desde siete metros, a la media vuelta y con dos defensores encima. El tiro que todos alguna vez han soñado con encestar». ¿No te acuerdas?
¿Fue en casa?
En el partido de los nueve mates de Rickie Winslow.
Nueve mates. Eso fue insólito. Ahora sería completamente imposible, impensable. Sí, ahora me acuerdo del triple. Y lo puedo contar porque mi hermano le puso el otro día a mi sobrino unos vídeos de internet míos, porque nunca me ha visto jugar, y sale por lo visto ese triple. Se me había olvidado completamente. Ya casi no me acuerdo de jugadas. Alguna cosa sí, pero normalmente no es una jugada mía. Me acuerdo más de los viajes, de los compañeros, pero casi nunca de cosas que yo haya hecho en el campo.
¿Cómo era el vestuario de aquel Estudiantes legendario de 1992?
Pinone era el jefe, pero era un jefe ya mayor. Estaba cansado y nos dejaba hacer. Mientras no tocásemos mucho los cojones con el tema del juego, mientras cumpliésemos en la cancha y en los entrenamientos, él nos dejaba hacer. Ya estaba a otras cosas, había pasado de generación y le quedaban pocos años en activo. Nunca lo sabes con precisión, pero cuando estás en tu recta final lo sientes. Los jóvenes éramos jóvenes pero teníamos mucha responsabilidad en el juego, como Alberto Herreros o yo mismamente. Además, estábamos en una generación similar a gente como Alfonso Reyes o Pablo Martínez, con lo que el ambiente era bastante divertido, joven. Y Pedro Rodríguez era uno de los nuestros porque era un tipo adorable y lo sigue siendo. Su rol estaba perfectamente asumido y ayudaba al buen rollo.
Pero me hace gracia lo del buen rollo porque es algo que solo existe cuando ganas. Cuando pierdes, ojito con el buen rollo. Es cierto que entre nosotros siempre hubo buen ambiente, aunque a veces pasáramos baches profundos en la liga. Bueno, cuatro o cinco partidos sin ganar en aquella época para nosotros era un bache profundo. Y como el Cura era un entrenador de la vieja guardia, pues todas nuestras fobias y odios iban dirigidos hacia él, lo cual nos unía mucho también. Pero lo de la vieja escuela es entre comillas, porque no era un entrenador cabrón ni mucho menos. Yo le llamaba Cura y él me llamaba Miliki por hacer mucho el payaso.
Le recuerdo, de todas formas, con mucho cariño. Lo que pasa es que yo era un jugador caliente y él un tipo muy disciplinado, pero también caliente. Al final hubo buen rollo porque ganamos y los americanos que teníamos no eran muy americanos, como Pinone, que jugaba al mus, que no era nada distanciado.
Con Pinone se dice que no te podías pasar con él porque te soltaba un guantazo alegremente.
A ver, sí que es cierto que Pinone se pasó alguna vez con Pablo, alguna falta de respeto, pero fue puntual. Si teníamos que hacer una putada en el vestuario a Pinone se la hacíamos. Normalmente te insultaba en castellano, pero si lo hacía en inglés es que estaba cabreado de verdad [risas].
Lo contaba Arlauckas. El único tipo del Estudiantes del que hablaba con verdadero respeto era Pinone. Nos dijo que antes de un partido contra vosotros, toda la semana tenía que sacar el tiro desde arriba, porque si no, Pinone se la quitaba con el zarpazo.
Era increíble. Tú sabías que lo iba a hacer y daba igual. En los entrenamientos él te daba la bola y sabías que te la iba a robar. Tenía esa especial habilidad para encontrar el momento justo. No os podéis imaginar la de balones que robaba en los entrenamientos. Pinone era un superjugador. Se la dabas en el poste alto y el tío «plas, plas, plas», tiraba, asistía, hacía de todo. Era un jugador insólito de bueno.
Y todos aprendisteis el zarpazo de él.
Primero lo hereda Pedro Rodríguez, luego Orenga… Inicialmente es una cosa muy de pívots, pero luego lo aprendemos todos. En los entrenamientos nos dábamos bien. Cada vez que uno se daba la vuelta para encarar, «¡Plas!». Pero su habilidad era única. En realidad, él no defendía, tenía tres o cuatro recursos defensivos que le hacían sobrevivir ahí y el tío los aprovechaba, porque era muy bueno. Para hacer bien el zarpazo tienes que ir un segundo por delante, si no, es imposible.
Me acuerdo una vez en el Magariños que Iturriaga entró a canasta y «¡Pam!», falta. Zarpazo de Pinone. Iturriaga tenía que lanzar tiros libres y pidió el cambio porque no podía ni botar de la hostia que le había dado. Tú imagínate la manotazo que le tuvo que dar [risas]. Iturriaga puso una cara de dolor terrible, intentó disimular un poco por orgullo, se dio una vuelta por el campo y tal, pero cuando fue a botar el balón se quedó ahí el balón botando solo [risas]. «Es que no puedo ni tirar», dijo. Toda la peña descojonándose en el Magariños. Qué hostia le dio. Es que te hacía daño de verdad, tenía una fuerza… No se me olvidará nunca. Aquel día fue la risa porque a Iturriaga le odiábamos: «Iturriaga, vaya braga», le cantábamos. Y era recíproco. Nos odiaba también. Luego en su evolución ha cambiado, habla bien de nosotros y creo que le tiene cierto cariño a Estudiantes.
En nuestra entrevista en el número cuatro se le notaba cierto propósito de enmienda, recordaba todo de forma bastante sana y con humildad, admitiendo los errores.
En las comidas de veteranos que tenemos en Estudiantes, es curioso, en general es gente orgullosa, por decirlo de alguna forma. Desde las generaciones del año cachupín hasta ayer. Los deportistas solemos ser gente a la que le cuesta abrirse a los propios defectos. Somos todo virtudes, digamos. Pero reírse de uno mismo es una forma estupenda de terapia y de desdramatización.
En la 92-93 llega Danko Cvjetičanin.
Hombre, Danko. Por la tele le habíamos visto jugar con Dražen Petrović y yo pensaba «Joder, este las mete». Porque Petrović metía treinta y cinco, pero este sus veinte. Le veía siempre oculto, como de segunda espada. Tenía cara de listo y era enorme. Jugaba muy vertical y en los entrenamientos tenía un tiro que nos impresionaba. Había semanas en las que solo fallaba dos tiros. También tenía mucha ética de trabajo, cosa que aquí no conocíamos. Bueno, sí la conocíamos, pero de forma distinta. Yo tenía una ética de trabajo desde un punto de vista muy lúdico, no de obligación. Me iba a la cancha y hacía unos tiros, pero enseguida estaba haciendo tonterías con el bote. Él llegaba y se tiraba sus doscientos triples cada día. Al menos consiguió arrastrarme porque me pedía que le acompañara a tirárselos. Todo eso influyó mucho en el club, porque nunca habíamos entrenado así. No era que el entrenador te obligara a ir al día siguiente a tirar, sino que te vas tú con tu pelotita. Eso es lo que hacía Danko. De modo que influenciados por él y por varios del equipo empezamos a hacerlo. Aunque también es cierto que lo hicimos con diferentes resultados [risas]. Por lo menos logró que recapacitáramos sobre nuestro esfuerzo. Él se iba todas las mañanas libres a echar tiros. Y a los entrenamientos llegaba una hora antes para tirar… y se iba el último porque se quedaba a tirar más. Así a la hora de competir le daba igual tirarse la última bola. Con él y con Alberto alcanzamos un nivel de tiro que…
Pero perdisteis contra el Madrid.
Sí, pero es que ese Madrid tenía a Sabonis y a Arlauckas, ¡y perdimos en el quinto partido y en un final igualado! Tuvimos oportunidades contra un equipazo que luego fue campeón de Europa. Estudiantes siempre nos hemos quedado en muchos quintos partidos para llegar a la final, y en la única final que jugamos caímos en el quinto también.
Lolo Sáinz te seleccionó y te pasó aquello de los tiros libres contra Alemania.
Se había lesionado Pepe Arcega y yo estaba en la sub-21, con la que habíamos jugado unos torneos en el extranjero. Eran los últimos coletazos de la vieja guardia: estaba Epi, que era el padre de todos, Rafa Jofresa, su hermano Tomás, Villacampa, Xavi Crespo, Alberto, Orenga y Antonio Martín, al que conocí ahí y nos hicimos amiguetes. Pero luego se quedó aquello en el recuerdo, que me hicieron dos 1+1 seguidos y fallé los dos tiros. No jugué mal, por eso estaba en la cancha en los últimos minutos, pero en el deporte hay jugadores a los que un error en un partido les pesa mucho. No pasa nada. Siempre he tenido capacidad para olvidar. Como dice Pedro Rodríguez, las derrotas me duran tres minutos, pero es que las victorias uno. Y eso es lo importante.
¿Te afectaba la presión de los últimos minutos de los partidos como alguna vez se ha dicho?
En algunos momentos puntuales sí, pero en general no. Más por ansiedad de querer hacer muchas cosas que de no querer hacerlas; más por exceso que por defecto. Quería tener la bola más que soltarla. Esos tiros libres contra Alemania los tiré convencido, pero yo no era un gran tirador desde ahí.
¿Tiene que ver ese error con que no fueses mucho a la selección?
No, eso fue sobre todo culpa mía. Jugaba bien y siempre he sido muy jugador de equipo, pero las concentraciones, por ejemplo, siempre las llevé fatal. Eran muy largas y me aburría. Me he llevado siempre bien con mis compañeros, pero por mi forma de entender la vida y el juego era bastante anárquico. Eso siempre crea bastantes dudas a un entrenador. Mi juego era algo parecido al de Sergio Rodríguez, y hay que acoplarlo. En determinados momentos lo conseguí e hice buenos partidos, pero no creaba mucha confianza. Les entiendo perfectamente, porque yo tampoco era un grandísimo amante de la selección española en el sentido de tener que estar ahí a cualquier precio. Me sentía del grupo cuando iba y era un orgullo, pero no pasaba nada si no me llevaban. Todo esto lo digo después. En su día no me sentía cómodo por que no supieran meterme ahí, aunque admito que en realidad era culpa mía por no centrarme. En Estudiantes mis condiciones eran distintas, los entrenadores siempre me permitieron cometer muchos fallos, tener mi personalidad y que me regulase yo. La selección es otra cosa, tienes pequeños periodos para montar un equipo y necesitas jugadores que sepan lo que te van a dar. Los seleccionadores quizá no tenían claro lo que les iba a dar yo en cada momento. Entiendo que la Federación prefiriera a otro.
Decías que no te gustaba no tener libertad y que en la selección estuviera todo planificado.
Me pasa con todo, incluso para esta entrevista. No me gusta saber lo que tengo que hacer al día siguiente. Ahora las concentraciones que hacen con la selección española son más largas, pero también los seleccionadores mucho más inteligentes y te dejan tiempo libre. Creo que fue Pepu el que empezó con esto. Cuando a la selección llega gente que ha estado jugando todo el año, tiene que entrenar como si estuviese en casa. Es decir, tener el fin de semana libre, que no haga falta comer o cenar todos juntos, ni estar un mes alejado de casa. Que puedas ir a ver a tu familia, o que si viene tu pareja pueda quedarse a dormir en la habitación. ¿Por qué no? Si eres un profesional te dicen la hora de entrenamiento y vas. Punto. Se te hace mucho más llevadero así. Llegas al campeonato con ganas de jugar y competir, no saturado de baloncesto. A mí me pasó, al menos. Las concentraciones eran demasiado exageradas con una preparación física muy exigente cuando llegabas de jugar una liga de ocho o nueve meses.
En el libro Treinta años (y alguno más) con la selección, de Juan Antonio Casanova, se dice que los debutantes teníais que invitar a comer a todos los demás.
Sí, a mí me tocó en Alemania, después de los famosos tiros libres. Nos tocó a Xavi Crespo y a mí e invitamos en un restaurante alemán. Como pagaban otros siempre se iba al sitio más caro y se pedía a lo bestia. Son cosas que no las entiendo, pero bueno. Tampoco me voy a enfrentar a las tradiciones. Bueno, al Toro de la Vega sí.
Cuando dejaste Estudiantes, te quejaste de que siempre apelaban al corazón para bajarte la ficha.
Sí, siempre. Pero no soy nadie especial en Estudiantes por eso. Siempre se ha hecho. A los de casa, claro, no vas a apelar al corazón de un americano que ha fichado el año anterior. Estudiantes emplea sus bazas negociadoras, Alejandro Matínez Varona, que en paz descanse, y Juan Francisco Moneo eran perretes en eso. Lo digo desde el cariño.
Y al final, cuando ya lo tenías hecho con el Caja San Fernando y te ibas para Sevilla, Estudiantes aceptó tus condiciones.
Sí, pero ya había dado mi palabra al Sevilla y había cambiado el chip. Además, me apetecía porque el cambio es bueno. Tampoco cambiar cada año, pero aparte de la pasta, irse a un sitio competitivo a un proyecto de tres o cuatro años yo se lo recomiendo a los jugadores. Siempre que puedan elegir, por supuesto.
En Sevilla viviste en un piso propiedad del duque de Feria, entonces juzgado por pederastia.
De hecho, creo que al duque lo pillaron con la niña en ese mismo apartamento. La verdad es que hubiese ido a cualquiera, pero eran unas casas estupendas en la plaza de Santiago, en el barrio de la Alfalfa. El club me quería meter en unos chalés afuera, que era donde vivían la mayoría de los jugadores, pero yo no tenía carné de conducir y era una excusa maravillosa para que me dejasen vivir en el centro de la ciudad. No fui a Sevilla para no estar en Sevilla, quería disfrutar la ciudad. Los tablaos, por ejemplo, ya que siempre me gustó el flamenco. Me hice muy amigo de Rocky Jarana, el segundo entrenador, que era un gran conocedor de estas cosas. También Raúl Pérez, que realmente tiene dentro lo ritmos del sur y los practica, y fue un buen cicerone en ese aspecto. Había un gran ambiente en el equipo y Pesquera era un buen entrenador, pero creo que en Europa no ganamos ni un partido [risas]. Es que nos tocó un grupo, macho: la Phillips de Djordjević, el PAOK de Prelević y Fassoulas…
Acabáis quintos el primer año y el segundo te vengas de tu antiguo entrenador.
No me vengo, porque con Miguel me llevaba bien. Teníamos esos enfrentamientos dialécticos, pero nos lo tomábamos como un juego. Me sentí un poco culpable porque allí jugué un buen partido e hice mi récord en la ACB metiendo veintitrés puntos por primera vez en mi vida. Y por última [risas]. Enchufé eso y fue el último partido del Cura en Estudiantes, le sustituyeron por Pepu. Siempre me dice que yo le eché y le contesto: «Hombre, Miguel, no me jodas, haberlo hecho mejor». Y se ríe.
Volviste a Estudiantes en cualquier caso y te rompiste.
En un partido en Sevilla, por la mitad de la temporada, sentí un chasquido en la rodilla y noté que se me rompía algo. Seguí jugando el partido y acabé con la rodilla muy hinchada. Me hicieron pruebas y se llegó a la conclusión de que tenía una condromalacia, que es simplemente uno de los cóndilos del fémur desgastadito de cartílago. Me dijeron que a final de temporada se hacía una artroscopia y se regularizaba la zona. Aguanté algo menos de medio año, y en las segundas partes de los partidos se me hinchaba bastante la rodilla y me costaba jugar. Perdí un poco de tono y ese tramo de la liga lo jugué mal. Supongo que la lesión tuvo algo que ver. Quedamos novenos, se consideró un fracaso. Se fue Pesquera y tardaron mucho en fichar a otro entrenador. Para cuando contrataron a Aleksandar Petrović ya había llegado a un acuerdo de vuelta con Estudiantes. Comenté lo de la rodilla, me hicieron pruebas y decidieron operarme en junio.
Lo hizo el doctor Guillén y en mitad de la operación dijo: «Oh, oh». Resulta que no era condromalacia, sino condropatía, un arrancamiento de cartílago, que estaba bailando. Estuve de entrada dos meses sin poder apoyar. Se supone que una condromalacia se cura en un mes y medio, yo estuve siete meses. Si lo miro ahora tengo que agradecerlo, me ficharon por un dinero importante, estuve siete meses parado y me respetaron el contrato. También se interesó por mí Querejeta para llevarme a Vitoria, pero al verme roto no sé qué hubiese hecho ahí. Al final hice una rehabilitación bastante exhaustiva porque otros jugadores con esta misma lesión nunca se han recuperado, aunque eran de otro perfil, tíos que saltaban más.
¿Cómo viviste la salida de Herreros?
Hombre, mal. Pero para mí fue lógica. Alberto no era mi compañero de equipo, era mi amigo. Después de los entrenamientos y los partidos nos íbamos siempre a tomar algo. Yo en esto siempre apoyo al jugador. Alberto era más de Estudiantes que nadie y si se fue era por algo. Si te dan un dinero que te soluciona muchas cosas y, además, en Estudiantes estás que no sabes si vas a cobrar el sueldo o no, pues te vas. No sé cuánto le pagaban ni me interesa, pero él lo tenía claro. La pena para mí no fue que se fuera un gran jugador, uno que metía tantos puntos por partido, sino que se iba mi amigo. Con el que me tiraba todas las horas muertas de los viajes.
Entonces, lo comprendiste al momento.
Absolutamente. Ni me lo planteo, estas cosas siempre he considerado que son asunto suyo, como si quiere irse gratis.
¿Y a él cómo le viste?
Jodido, sobre todo al principio, porque tomar la decisión es lo más difícil. En los primeros partidos que jugamos contra él estaba descompuesto. Le costó mucho. Y es que Alberto era del Estudiantes y del Atlético de Madrid. Y sigue siéndolo [risas].
¿Y cuando está en el Madrid sigues manteniendo el contacto?
Sí, pero menos. Ya tiene otros horarios. Lo que es jodido de Madrid es que es muy grande y llega un momento en que pierdes el contacto. Cuando veo a Alberto es como ver a mi hermano. Lo que pasa es que Alberto vive en Las Rozas y yo vivo aquí en el centro. Además, he estado sin coche hasta los treinta y un años, que Alberto me llevaba a todos lados con su Opel Kadett, con el que nos jugábamos la vida, por cierto. Encima, luego se compró un Audi… A este le gustaba el volante. Yo le decía: «Albertito, Albertito…». Luego ya tuvo familia y los niños y se ha calmado más, pero siempre ha sido un amante de los coches.
Con Alberto salí alguna vez de marcha mientras él estaba en el Madrid. También con muchos amigos de la selección, como Nacho Rodríguez o Juan Carlos Barros, un personaje que jugaba en Valencia. Muy personaje. Se lesionó en Sevilla. Estaba estirando debajo de la canasta y una de las piedras que hacen de contrapeso se le cayó encima del pie, se lo rompió y ahí se acabó su carrera. Luego hizo de su vicio su profesión. Es jugador de póquer. Es gallego y vive en Mera, un pueblo que hay enfrente de A Coruña. Fui a su boda con Susana, con quien duró poco, y luego se casó con una chica norteamericana. Hace ya dos o tres años que no hablo con él, pero montó una página web de póquer y se dedicaba a jugar online. Y vive así. Es muy buen tío. Era distinto y me hice su amigo. Y Nacho Rodríguez es para comérselo, me enamoré el primer día de él. Es muy divertido y todo corazón. Ahora está de director general de deportes de la Junta de Andalucía.
Jugó en el Barça, era muy duro.
Lo suyo era dar leña y dar leña. Recuerdo en el primer partido subir el balón y que me diera cuatro hostias sin que el árbitro pitara nada. Le miré con los ojos ensangrentados y me dije: «Vaya tarde que me espera». Efectivamente, fue dura.
¿Cómo se te quedó el cuerpo al perder la copa Korać con el Barcelona?
Muy mal. Quizá es el día en que se me ha quedado peor cuerpo después de una derrota. Pero no por perder, vuelvo a lo mismo, por no competir. El Barcelona se distrajo un momento y le metimos dieciséis, que pudieron ser más, pero al final reaccionaron Djordjević y Esteller con unos triples. Hicieron lo que esperábamos, ir a dar y dejar el listón de las faltas muy alto para poder meter puntos. Nosotros no éramos un equipo que jugase muy regular durante todo el partido, pero teníamos picos buenos de defender y correr al contraataque y, sobre todo, teníamos mucho desparpajo. Pero Aíto García Reneses logró sacarnos del partido y no competimos. En el descanso el asunto ya estaba mal, perdíamos de veinte, no tuvimos capacidad de reacción y eso me dejó un gran vacío.
También hubo una semifinal contra el Madrid en que os quedasteis a una canasta. Djordjević falló un tiro libre, rebote inmediato, balón a Aísa, este vio a Chandler Thompson debajo del aro y… Aísa dice que se la dio y se fue a celebrarlo, que no llegó a ver cómo la fallaba y cuando se lo dijeron no se lo podía creer.
Lo que no nos podíamos creer es que hubiese visto el pase [risas]. Fue duro. Estábamos de mala hostia y cabreados por haber perdido esa oportunidad, más que por el tiro, que no deja de ser una anécdota, por no llegar a la final. Luego el Madrid la ganó en el Palau, Djordjević se quedó celebrándolo en la pista y Nacho Rodríguez fue a empujarle. Fue buenísimo. Lo recuerdo porque tengo amistad con Nacho y le conozco el carácter. Mucho me extrañó que no le pegase. Y eso que son amigos.
La siguiente temporada es el Tau de Bennett, Stombergas y Scola.
Ahí ya apareció el Tau. Empezó a tener esos equipazos. No solo por un tema de dinero, sino que da con la clave. Fíjate los jugadores que me habéis dicho, sobre todo Bennett.
¿Entró mucha pasta en el basket en esa época?
Ni idea. No sé ni el presupuesto de Estudiantes ni lo que cobraban mis compañeros. Es que ni idea. Bueno, sé que en Vitoria a los jugadores siempre les sale algo menos a pagar por el tema fiscal del concierto y entonces cobran más. Pero no sé cuánto tenía Estudiantes. Hombre, mucho más que ahora, desde luego, pero yo nunca he leído ni el Marca ni el As. Me daba igual. Jugaba, entrenaba, que es lo que más me gusta del mundo, y estaba con mi familia y mis amigos. Nunca me ha interesado saber qué cobra tal ni si me ponían una estrella o dos. Solo le pedía a mi agente, Miguel Ángel Paniagua, que me procurase un sueldo acorde al mercado y un lugar para jugar donde estuviese a gusto y con contratos de tres años. De hecho, siempre he sido yo el que ha pagado a mi agente. Otros jugadores no sé, pero así pensaba que mi agente luchaba por mí. Creo que he sido de los últimos. Ahora pagan ya siempre los clubes un diez por ciento todos. Obviamente, yo no le pagaba el diez por ciento a Miguel, que me parece una barbaridad lo pague quien lo pague. Otra cosa es que sea un encargo y una cosa acordada porque entonces el contrato es entre dos, pero que ya esté establecido que sea un diez por ciento me parece tremendo. Tengo entendido que el Barcelona paga el siete por ciento, pero en el Madrid es el diez.
El 11M te tocó de cerca.
Sí, el hermano de Cepo, de Alberto. Son una familia que iba al Ramiro de toda la vida y además coincidíamos en Galapagar, adonde yo iba a veranear. Yo jugaba en mini con Cepo todo el día. Y su hermano mayor era un jugador de Estudiantes del Ramiro de Maeztu, era muy elegante y bueno. Iba en un tren con su hijo y ocurrió aquello. Al hijo solo le pasó algo en la mano, pero él murió y fue un palo.
En esa época es la aparición de Felipe Reyes.
Mira la edad que tiene y sigue compitiendo al máximo nivel. Es un jugador especial, diferente. Como su hermano, que era muy ambicioso y competidor. Aunque luego, fuera del campo, son muy cariñosos. Felipe es mejor jugador que Alfonso, pero nunca he conocido a nadie con más fuerza natural que Alfonso. Hasta Sabonis decía: «¿Pero quién empuja así, quién es?». Bajaba el culo, ponía el punto de gravedad muy bajo, en los contraataques yo le pasaba el balón al suelo y el tío los cogía. Si no chocaba no la metía.
En 2004 jugáis en los play-offs contra el Madrid. En el Madrid estaba Kambala, y Alfonso, su compañero, se empezó a pelear con él porque le estaba metiendo hostias a Felipe, rival en Estudiantes.
¡Defendiendo a la familia! Le soltó un codo. Pero a Kambala a veces se le iba la olla…
¿A veces?
Una vez por minuto. Kambala podía hacer daño de verdad. Entonces le soltó un codazo y le dio de refilón, pero si le da de frente… Por eso Alfonso saltó a la cancha. Pensábamos que se iba a liar contra nosotros, pero no, se fue a por Kambala. Nos quedamos todos: «Joder, qué familia» [risas].
El Barça de Navarro y Bodiroga acabó con vosotros dos años seguidos.
En la cancha del Madrid siempre hemos jugado bien, pero la del Barça nos costaba mucho. Es muy caliente, incluso hasta desagradable. Hay mucho insulto. En la del Madrid no tanto, pero da igual, nos costaba sacar algo de Barcelona. Contra Navarro y Bodiroga competimos, en un momento les pudimos haber sacado la cabeza, pero no lo hicimos y contra jugadores tan buenos… En esos partidos si había que dejar a alguien más suelto no era ni a Navarro ni a Bodiroga, sino a Rodrigo de la Fuente, y cogió y nos metió dos triples. Así es esto.
¿Había diferencia entre el Bodiroga del Barça y el del Madrid?
Bodiroga es una máquina de jugar. Se mira la camiseta después del partido. Tiene mucho mérito, porque técnicamente a veces en algunas cosas es hasta poco ortodoxo, pero macho, es que no falla. Hoy en día quizá hay más gente capaz de defender a Bodiroga, hay gente más grande que se mueve bien, pero antes el serbio volvía loco a su tres. Era un superclase, aunque formado a partir de repetición de movimientos. Fíjate el tiro ese raro que tenía. Con los triples no era muy allá porque necesitaba mucho tiempo, pero claro, me gustaría saber los puntos que ha hecho de tiros libres. En cada partido eran por lo menos diez o doce. También pasaba bien, defendía bien, era un compañero muy correcto. Desgraciadamente, cuando jugamos contra ellos estaban un poco enfrentados con su entrenador, Svetislav Pešić, y se conjuraron para ganarnos. Y como eran buenos pues nos ganaron. Lo bonito para nosotros fue ganar al Tau en su casa en semifinales, estaban Prigioni, Scola, Macijauskas, Calderón… un equipazo. Y les vencimos en el quinto y en su casa.
En el último partido contra el Barça apareció Sergio Rodríguez.
Y metió un canastón… ya venía entrenando con nosotros y ya se le veía. A mí me encantaba, era un espíritu libre. Era un jugador al que había que centrar mucho para que diese importancia a otras cosas del juego, pero era un jugón absoluto. En los calentamientos siempre jugábamos uno para uno con bote. Empezábamos los partidos ya empapados de sudor.
También viste debutar a Ricky Rubio con catorce años en un partido de 2005 y alucinaste.
Es que Ricky impresiona. Le veías jugar con catorce años y parecía que tuviera dieciocho. No solo era el juego, también la mirada, que solo la ves cuando juegas contra él. Te quedas… «¿Cómo puede tener solo quince años este pibe?». E impresiona jugando también, porque con veintiún años hace cosas de uno de veintiocho. Todo talento natural. Un entrenador no puede enseñar a un chaval que uno va a hacer un reverso y que se ponga por el otro lado. Se lo puede decir, pero cuando haces tres reversos y siempre está en el otro lado es porque tiene talento natural, no porque se lo haya dicho el entrenador. Si se lo ha dicho puede acertar una, pero no todas.
¿Qué tal fue Orenga como entrenador?
Cuando le cambiaron de entrenador no llevábamos muchos partidos, me sorprendió la decisión. Él empezaba a tomar las riendas del equipo en el tema de la comunicación y estábamos empezando a competir bastante mejor. Me sorprendió que no se aguantase un poquito más. A mí se me hizo un poco raro entrenar con él porque yo ya era veterano. Además, quieras que no, los últimos diez años de mi carrera he ido ejerciendo de entrenador en la cancha, me fui haciendo mi baloncesto, por lo que se me hacía raro recibir instrucciones que no coincidían con mi idea, pero esto te pasa con cualquier entrenador. Aquí además, como las órdenes venían de alguien que había sido compañero mío hacía unos años, me costaba más.
¿Por qué le fue tan mal con España?
Había un circo montado alrededor de España. Tenía que llegar a la final porque sí. Todos lo daban por hecho y en baloncesto yo no doy por hecho nunca nada. España había jugado siempre muy bien porque había competido de forma muy seria y precisamente lo logró porque nunca dio nada por hecho. En este campeonato no había tenido ningún rival serio, estaba jugando muy fácil y la sensación era que llegaría a la final y se enfrentaría a los americanos. Eso no fue cosa de Orenga, fue algo general. Un ambiente festivo que hace que unos no entrenen, o entrenen algo menos. No es una cuestión física, sino mental.
A mí personalmente los partidos que se hicieron no me gustaron. Fue el único campeonato donde no tuve la sensación de que España era un bloque serio en el que todos tuviesen asumidos sus roles. Estaban muy dispersos, en mi opinión. Teníamos mejor equipo que Francia pero nos eliminó.
¿Cómo decides irte a Bilbao?
Vino Pedro Martínez, que tenía un estilo de entrenamientos muy fuertes en cancha. Yo pasé un año con altibajos físicos por cansancio, y el año que se me venía encima… Se les iba a plantear el problema típico de cómo retirar a uno que ha estado muchos años en un club y ha sido algo especial en el equipo. De modo que preferí retirarme yo marchándome, que no se preocuparan, y creo que el club se sintió aliviado en ese aspecto. En Bilbao estuve muy bien. El equipo vino a mi partido de despedida pagándose ellos los gastos.
Saliste vestido de torero en el homenaje [risas].
Sí, era el traje de José María Manzanares, el padre, yo solo conozco a un José María Manzanares. Me lo dejó un amigo mío. Soy aficionado al toro, aunque si me dicen que lo defienda se me hace difícil. Tengo metida dentro la cultura de mi abuelo y mi padre y he ido mucho a Las Ventas. Es un espectáculo muy duro si lo piensas, pero tengo que reconocer que quizá sea de los que más me gusten, de las cosas que más me han transmitido. Ver a José Tomás me ha encantado, como expresión artística. Y lo cierto es que no deja de ser una barbaridad lo que se hace con el toro. Es de bárbaros, pero tengo esa contradicción. Tampoco me gusta prohibir, mientras no sea el Toro de la Vega, que defender eso ya no sé… Si nos ponemos con las tradiciones, también lo es quemar a alguien en la plaza Mayor…
Tampoco le veo ya mucha verdad al mundo del toro. No me fío de las crónicas, solo de lo que veo. Es que es el único espectáculo que te pone en tu sitio, porque se pone uno delante del toro y ahí no hay cronómetro. Yo veo si me gusta o no me gusta lo que se hace. Hace tiempo que estoy un poco desconectado, pero la afición va y vuelve. La estética de todas formas siempre me ha gustado. Me gustan las plazas de toros y me gustan los toros. Soy de los que se dicen torista, me gusta ir a ver el toro. El toro de lidia es el animal más bello que existe, es impresionante.
Estuviste cuatro años de director deportivo y con poca pasta.
Fue una experiencia interesante pero muy puta de vivir. No solo es que te pongan a caldo por haber fichado a uno o a otro, con eso cuentas, sino porque yo tenía claro que Estudiantes no podía volver a ser el equipo que llegaba a semifinales, pero teníamos que vender algo de cara al patrocinador y fueron años de retrasos en los pagos con gente nueva, a veces hice más de economista que de otra cosa.
¿Adecco dejó el patrocinio por los insultos que recibía de la afición al ser una empresa de trabajo temporal?
Sí, la Demencia empezó a protestar. La verdad es que yo puedo tener mi opinión personal de Adecco como empresa, de cómo funciona y cuál es el fondo de la cuestión de ese negocio, pero no voy a empezar a gritar en contra porque es el patrocinador principal y daba muchísimo dinero. Que lo gritasen en un partido, no pasaba nada. Pero en varios seguidos… De todos modos, defiendo la libertad de cada uno de gritar lo que quiera. Hay quien defiende que Estudiantes baje a segunda antes de fichar a según quién. Somos un equipo de patio de colegio. Yo he replicado a gente que dice eso de que ellos no viven del Estudiantes, que aquí hay cuarenta nóminas mínimo y si nos vamos a segunda más de la mitad se iban a la calle y a ver cuándo volvíamos a subir. De todas formas, no creo que Adecco se fuera por eso, sino porque ya había cumplido una etapa.
Luego has querido dedicarte a enlatar anchoas.
Es un producto delicado, que se soba a mano y es totalmente artesanal. Al ser de Santoña siempre fui muy consumidor. Un amigo me dejó su fábrica, compré unos cuantos kilos y me puse a aprender. Cada fábrica tiene su método, aunque se parezcan, son distintos. Empecé haciendo ensayo-error y hablando con mucha gente hasta que di con el punto e hice mi lata para los amigos y la familia. Me encantó. Lo que pasa es que cuando ya quise comprar toneladas e intenté meterme en serio el precio de la anchoa grande se triplicó. Según mi plan de negocio, es muy difícil vender a ese precio sin que sea un producto de lujo y el lujo no va conmigo.
Crack total Azofra, siempre símbolo de Estudiantes, de la Demencia y del Ramiro. Siempre quedarán él, Pinone, Russell.
Qué recuerdos. Del Ramiro, de la Demencia, del Estudiantes. Quien lo vivió en aquel tiempo, entiende lo que dice Azofra: en un colegio situado en la zona más pija de Madrid pero con un buen rollo interclasista (porque había alumnos de todas las clases sociales) difícil de describir, las pellas para jugar al minibasket, la alegría e intensidad de los días de partido del Estu y la creatividad de la Demencia…He ido después de esa época a ver partidos en el Palacio o en Vistaalegre y me pareció que se había perdido en todo.
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