La carretera más larga de Estados Unidos se llama US 20 y recorre 5415 kilómetros. Ocho estados después de salir de Boston en dirección oeste, entra en Idaho para transformarse en la avenida Broadway ya en la capital, en Boise. Atravesamos la tradicional zona suburbana de cualquier ciudad estadounidense: grandes casas y urbanizaciones ajardinadas, centros comerciales, hamburgueserías, taquerías mexicanas, pizzerías italianas, un restaurante mongol, otro de comida vietnamita y un letrero que, frente a lo que parece una casa unifamiliar típica, indica que se trata de una ikastola. Y no es un espejismo, están cantando en euskera: «Batu batu, den-dena batu, jostailuak ere atsedena behar du» (‘Hay que recoger todo, los juguetes también necesitan descansar’). Más canciones populares y luego a la mesa, donde todo vuelve a ser americano entre pizzas y sándwiches de crema de cacahuete. Las paredes también se hacen eco de esa doble influencia. Mapas, pueblos o postales del País Vasco se mezclan con referencias al estado de Idaho así como al resto del oeste americano.
Estamos en la única ikastola del mundo fuera del territorio del euskera. Hasta aquí vienen una treintena de niños y niñas de hasta seis años. «La mitad más o menos provienen de familias de origen vasco, y la otra mitad de diferentes familias que optan por la ikastola», explica Annie Gavica, la directora del Museo y Centro Cultural Vasco de Boise que también gestiona la ikastola. Lo dice como si enviar a tus hijos a una escuela infantil que enseña en una pequeña lengua hablada a nueve mil kilómetros fuera algo de lo más normal. En cierto modo, sí que lo es en Boise, «una verdadera isla vasca en Estados Unidos», en palabras de Irune Sánchez. Nacida en Berriz (Bizkaia), lleva ya más de una década en Idaho, adonde llegó con la intención de trabajar de maestra en la ikastola. «Había estado en Cuba, en Miami… Buscaba algún sitio y, al ver lo cercano que me resulta todo, me enamoré del lugar al instante. Siempre me trataron estupendamente, y aquí sigo». Irune ya no trabaja en la ikastola, pero sigue colaborando con el Centro Vasco. Por supuesto, está en el barrio vasco, el Basque Block, justo en el corazón de la ciudad y a pocos metros del Capitolio y el Ayuntamiento. Se trata de una manzana de la calle Grove entre la 6.ª y Capitol Boulevard, con lauburus —símbolo vasco tradicional— rojos pintados en el suelo y bares y restaurantes con nombres como Gernika o Gure Leku. El museo vasco también está aquí, obviamente.
Un tío fuerte
Boise es una ciudad verde en parques y jardines que contrasta con el amarillo de las montañas y las colinas de los alrededores. Desde el aire se aprecia perfectamente la línea entre colores, sin apenas matices entre ambos: verde a la orilla del río —se llama como la capital— y en los parques y urbanizaciones con regadíos, y amarillo seco fuera de la ciudad. Así lo percibiría seguramente Barack Obama cuando aterrizó en el Air Force One en enero de 2015. Junto al presidente, el también demócrata Dave Bieter, alcalde de este rincón del oeste. Dicen que a Obama le tocaba dar inicio a una serie de conferencias tras el discurso sobre el estado de la unión, y la primera parada era en Idaho. El alcalde tenía que regresar también, por lo que compartieron avión presidencial y limusina. Al comenzar su charla en la Boise State University, Obama preguntó: «¿Está aquí el alcalde Bieter?». La audiencia respondió al presidente con una ovación. «Ahí está». Obama bromeó sobre el vuelo: «Hemos venido juntos, y no ha roto nada». Luego dijo que el alcalde Bieter le había contado una «historia alucinante», acerca de su abuelo, un inmigrante del País Vasco que se pasó cinco años pastoreando ovejas en la montaña y bajaba a la ciudad algo así como dos meses al año. El resto lo pasaba allá arriba. «Imagino que tu abuelo era un tío fuerte, porque allá arriba hace mucho frío». Y así se planta el presidente en mitad del oeste americano, sonriente frente a una masa que le aclama, y bromeando sobre la generación de los pastores vascos que hace un siglo emigraron allá.
Aquellos vascos fueron pioneros de la trashumancia que caracterizó el pastoreo de corderos en el oeste americano. La actividad duró siglo y medio pero fue decreciendo —datos de 1970 hablan de apenas un centenar de pastores—. En cualquier caso, sus descendientes no solo siguen manteniendo su identidad vascoamericana, sino que esta parece haberse visto reforzada.
«Aquí en Boise casi toda la comunidad tiene origen vizcaíno», comenta Annie Gavica. La directora, originaria de Nevada, reúne las dos principales ramas de la emigración vasca: «Por parte de mi bisabuela, eran de Ispaster y Berriatua, en Bizkaia, y la otra rama provenía de Aldude, en Baxenafarroa». Los valles navarros a ambos lados de la frontera como Baigorri o Baztan también vieron cómo muchos de sus hijos cruzaban el océano para instalarse en su caso en California o Nevada. Al igual que Obama, Gavica también recuerda que «los que vinieron fueron pastores, un trabajo duro. La siguiente generación ya tuvo ranchos y ganado, y ya las siguientes, como mi hermana o yo, vinimos a la capital». Una capital, Boise, que, según Forbes, tuvo el mayor crecimiento demográfico de todo el país en 2017, con un aumento del 3,08 % en su área metropolitana. Otros indicadores de empleo y salarios también juegan a su favor, pero los precios de la vivienda se dispararon. Había que pedirle cuentas de todo aquello a un alcalde que protagonizaba un chiste común entre periodistas hasta hace poco: «¿Cuál es el único alcalde de capital en el mundo que hable euskera?». Hasta 2011, ninguno de los alcaldes de Bilbao, Vitoria, San Sebastián o Pamplona dominaban la lengua vasca (hoy los cuatro la hablan), pero sí que lo hacía el de Boise. No en vano pasó temporadas de su juventud en el País Vasco recuperando la lengua de sus abuelos de Lekeitio y Larrabetzu.
Ciudad abierta
Diez meses después de la visita de Obama, Dave Bieter volvió a arrasar en las elecciones municipales de 2015, pocos meses después de inaugurar el edificio actual de la ikastola en la avenida Broadway. «Un sueño hecho realidad», era el comentario más extendido entre la multitud que se acercó al acto. Lo remarcaba por ejemplo John Bieter, hermano del alcalde y fundador de la ikastola junto a su mujer, guipuzcoana, Nere Lete. «Fue cosa de mi marido, eso tan americano de querer algo y creer que nada es imposible. Esa mezcla curiosa del espíritu estadounidense y la tenacidad vasca hicieron posible reunir a algunas familias de la comunidad vasca, buscar un local y poner la ikastola en marcha».
La hija de ambos, Madalen, perteneció a aquella primera promoción. Nacida en 1994, empezó con tres años en la ikastola. «Era pequeña y no me acuerdo de mucho, pero sí de la nap-ordua, la hora de la siesta», dice mezclando las palabras en inglés (nap, ‘siesta’) y euskera (ordua, ‘hora’). Aprendió euskera en casa y, pese a ser muy activa en la comunidad, reconoce que la fuerza del inglés prevalece frecuentemente. También habla español. Sabía algo desde pequeña y luego se fue a estudiar a Puerto Rico. Ahora se prepara para comenzar una nueva carrera de Fisioterapia en Missoula, Montana. «En aquella primera clase éramos ocho y sigo manteniendo la amistad con ellos. Eran hijos de amigos de mis padres, y ahora los hijos somos amigos también». Le encanta la nueva ikastola, aunque admite con cierta nostalgia que «ahora ha crecido mucho, mucha gente de fuera de la comunidad también matricula a sus hijos. Y se siguen haciendo las mismas actividades, los espectáculos de primavera…». Si bien otros lugares con importante presencia vasca como Argentina también tienen cursos de euskera y actividades para impulsar la lengua, Boise es la única ciudad con una ikastola como tal, con una educación diaria en euskera. Madalen Bieter explica las razones del éxito de esta experiencia única.
«Aquí hay muchas escuelas bilingües en diferentes idiomas, la mayoría en español, pero nadie se extraña por mandar a los hijos a una escuela que no sea en inglés. Esta es una ciudad muy abierta en ese sentido». Y es que, aunque Idaho suele presentarse como un estado de los más republicanos del país, se parece mucho a sus vecinos progresistas de Oregón y Washington. Boise, tercera ciudad del noroeste, es una urbe abierta y cercana psicológicamente a Seattle y Portland, pero cuyo progresismo queda a menudo a la sombra de la mayoría rural y conservadora del resto del estado de Idaho. Cuando Dave Bieter habla de sus abuelos vascos no se refiere solo a su cultura; también trasluce su mensaje a favor de los inmigrantes, de la tolerancia y la integración, y ya desde mucho antes de la llegada de Trump al poder. Lo cierto es que, a pesar de tener la población vasca más numerosa e influyente de los Estados Unidos, en términos absolutos la comunidad vasca no es especialmente grande, apenas unos pocos miles de ciudadanos, muchos menos actualmente que los ciudadanos de origen mexicano. Pero, si bien su proporción cuantitativamente se ha reducido, su peso social y político sigue siendo muy importante en la ciudad y el estado. «Aquí la comunidad vasca es muy influyente, tiene poder y está muy organizada», subraya Irune Sánchez. «Es la única comunidad organizada como tal en la ciudad, y al mismo tiempo es muy abierta. Todo Boise, la gran mayoría sin orígenes vascos también, están muy orgullosos de esta especificidad».
Y así, un sábado cualquiera de verano en el oeste americano, Boise se despierta para el mercado semanal, pero todo se transforma en una fiesta enorme. El Athletic de Bilbao juega en la capital de Idaho, gracias al tesón de la comunidad para traer al equipo vizcaíno para un partido amistoso. ¿Que no hay estadio de soccer en la ciudad? Una legión de voluntarios convierte el Albertsons, el emblemático campo de fútbol americano de los Broncos Boise con el terreno de juego azul, en un estadio con césped. Se invita también a los Xolos de Tijuana, de la primera división mexicana, y la comunidad latinoamericana se vuelca en el evento. Da igual que uno tenga orígenes vascos, mexicanos o pertenezca a esa gran mayoría que desconoce exactamente si sus antepasados llegaron de Irlanda, Escocia o Corea. Se forman colas para pintarse las caras con la ikurriña y toda la ciudad se viste de rojo, blanco y verde; mexicanos y vascos comparten colores.
Muy interesante.
(lauburus creo que no es tradicional vasco sino una romantización del siglos XIX)
Somos grandes. Que el mito no caiga.