En el episodio «Unos valiosos pececitos» de la primera temporada de Futurama, Fry visitaba la sucursal de su antiguo banco para comprobar si su cuenta corriente seguía activa tras pasarse mil años criogenizado por accidente. En la entidad le confirmaban que la cuenta de la que era titular desde hacía un milenio no solo seguía abierta, sino que además había producido ciertos beneficios en ese pequeño lapso de tiempo comprendido entre el año 2000 y el 3000: su dinero estaba sometido a un interés anual del 2,25% y con el paso del tiempo los noventa y tres céntimos iniciales que Fry atesoraba en su banco se habían convertido en cuatro mil trescientos millones de dólares.
Aquella era una argucia del guion para enriquecer al personaje de golpe y poder desenvolver el resto de la trama, pero al mismo tiempo también uno de los numerosos ejemplos que contenía Futurama sobre lo afinados que iban sus guionistas en matemáticas. Porque los noventa y tres céntimos sometidos a dicho interés durante mil años sí que producirían una cifra similar a la millonada mencionada, siempre y cuando se utilizasen un par de truquillos: redondear hacia arriba e ignorar la posible inflación. David X. Cohen, cocreador de Futurama junto a Matt Groening y alguien que cambió su nombre original (David S. Cohen) por otro con una equis porque sonaba «más a ciencia ficción», confirmaba en los comentarios del DVD que él mismo, junto al resto de guionistas, se había tomado la molestia de calcular la cifra varias veces en una Palm Pilot para no ser demasiado irrespetuosos con las Sagradas Matemáticas. Cohen también lanzaba otro dato significativo: entre el equipo que ideaba los episodios de la serie militaban unas cuantas mentes excelsas con licenciaturas en matemáticas, pero también con títulos importantes en el campo de la química inorgánica, la informática o la ingeniería eléctrica. Se daba el caso de que los que se encargaban de redondear los chistes en aquella serie de ci-fi eran una tropa de cerebritos empollones.
Fun with science
Al alumbrar Futurama una de las primeras normas que Groening estableció al equipo creativo fue que en cada capítulo «la ciencia nunca debería de pesar más que la comedia». Cohen y el resto de guionistas acataron lo que ordenaba el jefe, pero al mismo tiempo comenzaron a sopesar el modo de colar la mayor cantidad de ocurrencias científicas posibles sin ensombrecer la trama principal de cada episodio. La solución más evidentes para ello era apostar por referencias tan oscuras y rebuscadas como para no distraer al público casual, un trabajo que para Cohen estaba tirado porque ya lo había hecho antes, en más de una ocasión y en el seno de una familia amarilla.
Antes de Futurama Cohen se había encargado de escribir guiones para Los Simpson, textos entre los que se encontraba «Homer3», o el segmento más espectacular de «La casa-árbol del terror VI»: una historia en la que Homer se adentraba en un mundo tridimensional alejado de su clásica animación plana. Aparte de los llamativos gráficos por ordenador que lucía el asunto (estábamos en el 95 y lo flipábamos con poco por entonces), la secuencia destacaba por deslizar de puntillas una coña matemática rebuscadísima: a lo largo del fondo del escenario del mundo en tres dimensiones flotaban diversas ecuaciones matemáticas entre las que se encontraba la afirmación «178212+184112=192212». Una ecuación que de ser cierta refutaría el famoso último teorema de Fermat (que acababa de ser probado por aquella época) pero que en realidad solo era una engañifa enrevesada. Porque aquella ecuación solo podría darse (erróneamente) por válida en caso de ser comprobada en una calculadora típica, una del montón de las que solo tienen un límite de diez dígitos de precisión. Para idear aquel gag, inapreciable para la mayor parte del universo, Cohen se había molestado en teclear con su Powerbook un programa específico en C (cuyó código se puede ojear aquí) que fuese capaz de proporcionarle la ecuación falsa más precisa. Ese era el nivel al que jugaba el hombre en lo que respecta a la comedia matemática.
Cohen también camufló algunas ocurrencias más en las aventuras de la familia Simpson como una fórmula en «Homer3» («rho(m0) > 3(H0)2 / 8 (pi) G») que supuestamente representaba al universo colapsándose sobre sí mismo. O una ecuación sobre una pizarra en el episodio «El mago de Evergreen Terrace» que prometía revelar la masa del bosón de Higgs (una leyenda al nivel de Camelot por entonces). Pero mientras Cohen tan solo echaba una mano eventual en Los Simpson, en la serie Futurama se encargaría de comandar a todo el equipo de guionistas, y aquello significaba que la barra libre de retorcidas referencias científicas estaba garantizada.
1729
Ken Keeler era otro de los guionistas de Futurama con título universitario enmarcado en casa, concretamente uno firmado por la Universidad de Harvard que aseguraba que el caballero era muy mañoso en las artes matemáticas. La historia de cómo coño hace un matemático para acabar convirtiéndose en guionista de dibujos animados la dejaba caer con gracia el propio Keeler durante las entrevistas: «Cuando estaba terminando mi tesis observé que había muchísimos nuevos licenciados para muy pocas plazas en los centros de investigación. Y que las personas que había conocido en la universidad cuando tanteé la escritura cómica estaban ganándose bastante bien la vida escribiendo para la televisión. Así que para cubrirme las espalda envié material al show de David Letterman. Antes de que me dijesen nada obtuve un buen trabajo en Bell Labs [una compañía científica de investigación y desarrollo] y poco después me llamaron del programa de Letterman con una oferta de trabajo. Pensé que si no me lanzaba a lo de escribir me arrepentiría toda mi vida, y me fui con Letterman. Me he arrepentido toda mi vida». A la hora de dejar huella científica en la serie Keeler siempre se ha mostrado muy orgulloso de sus logros, entre los que se encuentran el asignarle un número de unidad concreto a Bender: el 1729. Una cifra muy significativa para cualquier matemático. «Solo por aquel chiste numérico ya merecieron la pena los seis años de universidad», aseguraba Keeler, «Pero no sé si mis profesores opinarían lo mismo».
El 1729 es el llamado «Número de Hardy-Ramanujan». O el número natural más pequeño que puede ser expresado como suma de dos cubos positivos de dos formas diferentes («1729 = 13 + 123 = 93 + 103»). Una cifra cuya importancia nació a partir de una anécdota: cuando el matemático Godfrey Harold Hardy se dirigía hacia un hospital londinense, para visitar al también matemático Srinivasa Ramanujan, optó por tomar un taxi cuyo número identificativo era el 1729. Y al llegar a la habitación de su amigo convaleciente le explicó que llevaba pensando en el número en cuestión desde que se había bajado del vehículo, porque le parecía una cifra aburrida y se temía que aquello fuese un mal presagio. Ramanujan, un cerebrito indio extraordinario educado de manera autodidacta, le contestó rápidamente con un «No. Es un número muy interesante porque se trata del número más pequeño expresable como la suma de dos cubos de dos maneras diferentes». Y desde allí, desde la cama del hospital y sin pretenderlo, Ramanujan y Hardy convirtieron el 1729 en historia de las matemáticas.
En Futurama, Bender era el hijo número 1729 de un brazo mecánico, la nave Nimbus que pilotaba Zapp Brannigan tenía «BP-1729» como número de serie y en el episodio «La paracaja de Farnsworth» uno de los universos paralelos era etiquetado como «Universo 1729». También los números de serie de Bender (2716057) y su hermano Flexo (3370318) son un guiño al combo Hardy-Ramanujan, «Ambos son expresables como la suma de dos cubos» exclamaba Bender al conocer el dato (2716057 es el resultado de 9523 + (-951)3, y 3370318 puede obtenerse al efectuar la operación 1193 + 1193). En «El gran golpe de Bender» el homenaje a los matemáticos se remataba por completo cuando Fry se subía a un taxi con el número 87539319, o el menor número entero que puede ser representado de tres maneras diferentes como la suma de dos cubos positivos.
Futurama y la ciencia
Tal y como deseaba Groening, en su serie la ciencia nunca llegó a hacer sombra a la comedia. Pero al mismo tiempo, tal y como deseaba Cohen, la ciencia fue capaz de colarse en todo momento en Futurama en forma de bromas juguetonas.
En el mundo de Futurama era posible visitar un lugar llamado Studio 1²2¹3³, que viene a ser la forma matemática algo enrevesada (1²x2¹x3³), de rebautizar al clásico Studio 54. También existía un cine que se publicitaba como Loew’s ℵ0-Plex, un nombre que daba a entender que el complejo disponía de un número infinito de pantallas de cine porque el álef (la letra hebrea «ℵ») se utiliza tradicionalmente para referirse a los números transfinitos. En «La ruta de todo mal» aparece una marca de cerveza llamada Klein’s Beer cuyo embalaje es un calco directo de la botella de Klein, ese recipiente de apariencia imposible que no tiene interior ni exterior ideado por el matemático alemán Felix Klein. A la vera de aquellos frascos también se asentaba una caja de birras etiquetada como St. Pauli Exclusion Principle Girl en homenaje a Wolfgang Pauli y su principio de exclusión. Los inmuebles tampoco se libraban de convertirse en chistes científicos: la Universidad de Físicas de Marte aparecía equilibrada sobre una balanza junto a su edificio anexo y en el año 3000 era posible visitar tanto el Madison Cube Garden como el Trump Trapezoid.
El título original del capítulo «La ballena espacial» era el mucho más ocurrente «Möbius Dick», resultado de cruzar la novela Moby Dick de Herman Neville con aquella superficie de una sola cara conocida como banda de Moebius diseñada por el matemático August Ferdinand Moebius. O la mejor forma posible (inspirada por un viejo chiste matemático) de bautizar a un capítulo donde aparece un cetáceo cósmico cuyos intestinos son cintas de Moebius. El show también contenía un Schrödinger’s Kit-Kat Club cuyo nombre combinaba el legendario Kit-Kat Club con el sufrido felino de Schrödinger. Y el mismísimo Erwin Schrödinger gozaba de un cameo en el episodio «Ley y oráculo», donde era detenido por la policía portando una caja que contenía en su interior un gato, un átomo de cesio, veneno y drogas.
En «La suerte del frylandés» el profesor Fansworth citaba el principio de incertidumbre de Heisenberg al enterarse de que las cámaras de una carrera de caballos operaban a niveles cuánticos. Uno de los episodios de la sexta temporada sentenció durante su opening un rotundo «Lo que pasa en Cygnus X-1 se queda en Cygnus X-1» aunque muy pocos espectadores eran conscientes de que aquel Cygnus X-1 existía en el mundo real: se trata de una fuente de rayos X, ubicada en la constelación del Cisne, que se supuso el primer caso en el que fue posible probar (casi con total seguridad) la presencia de un agujero negro. Otras coñas rebuscadas escondían en el escenario guiños a las clases de complejidad P y NP, a las matemáticas discretas o se esmeraban en remezclar en un cartel símbolos matemáticos y judíos para elaborar juegos de palabras de traducción complicada.
Las referencias informáticas fueron también bastante recurrentes en una serie animada capaz de mostrar durante la secuencia de créditos iniciales un letrero anunciando «Aviso: cualquier parecido con robots reales sería algo bastante molón». En la serie, los rayos X revelaban que el cerebro de Bender tiraban de un procesador 6502, o el mismo número de microprocesador que utilizó Steve Wozniak para fabricar su Apple II en 1977. El anticuado autómata Sinclair 2K que aparecía en «Obsoletamente fabuloso» heredaba su nombre del Timex Sinclair 1000, un ordenador doméstico con un par de Ks de memoria total. El número de apartamento de Bender era el capicúa 00100100 que equivale en código binario al número 36, una cifra que a su vez en código ASCII representa el símbolo del dólar («$»). En el episodio «El bocinazo» otro código binario aparecía escrito con sangre sobre una pared: un 0101100101 que equivale al muy poco interesante 357 y en principio no parecía preocupar demasiado a los protagonistas. Hasta que Bender contemplaba los números reflejados en un espejo (1010011010) y entraba en pánico al ser consciente de que representaban el satánico 666. En el piso que habitaban Bender y Fry en «Yo, compañero de piso» se puede ver en un cuadro una reformulación del clásico «Hogar, dulce hogar» escrito en código BASIC: «10 HOME/ 20 SWEET/ 30 GO TO 10». Y en la iglesia de la robotología que aparecía en «El infierno son los demás robots» un letrero anunciaba también en BASIC el destino de los pecadores: «10 SIN/ 20 GO TO HELL». Otras alusiones al mundo informático incluían un cuadro titulado Commodore LXIV (Commodore 64), una camiseta con el lema «Euro TRaSh-80» (en referencia al TRS-80, conocido popular y cariñosamente como el Trash-80), bucles escritos en código en pancartas enarboladas por robots y una bebida llamada Olde fortran en honor a un lenguaje de programación.
Los números irracionales fueron otra de las obsesiones de los guionistas licenciados. En Futurama no solo existía una ruta «Historic √66» (un juego de palabras en inglés al leerse como «Historic root 66») sino que también era posible vislumbrar un aceite lubricante etiquetado como «π-in-1», una calle llamada «πth Avenue», un canal de televisión en el número √2 donde se emitía Channel √2 news y una compañía suiza dedicada a la venta de muebles bautizada como πKEA. En un momento dado de la película Futurama: El juego de Bender la nave de los protagonistas navegaba a través de los diferentes dígitos que forman el Número e.
El teorema de Futurama
En el episodio «El prisionero de Benda», el profesor Hubert J. Farnsworth y Amy decidían utilizar una máquina para intercambiar sus cuerpos a base de mudar las mentes entre ambos. Inicialmente el invento funcionaba, pero más adelante descubrían que el proceso no era reversible de manera directa, porque el aparato no permitía intercambiar de nuevo las conciencias entre dos cuerpos que ya lo hubiesen hecho previamente. A lo largo del episodio el profesor se esmeraba en encontrar el modo de volver a recuperar su embalaje de carne original, un problema que pretendía resolver utilizando como mínimo una pareja de cuerpos adicionales. Finalmente, Farnsworth con la ayuda de los Globbertrotters, ese equipo de baloncesto mundialmente reconocido por sus habilidades científicas, acababa encontrando una solución al problema que exponía de manera visible en el propio episodio sobre una pizarra. Un teorema matemático basado en la teoría de grupos que solucionaba el entuerto de viajar entre cuerpos y acarreaba una curiosidad en el mundo real: había sido creado explícitamente para ser utilizado en Futurama.
David X. Cohen suele comentar que Ken Keeler ideó aquel nuevo teorema únicamente para poder utilizarlo en la serie. Y también que probablemente se tratase de la primera vez en la historia en la que un teorema era enunciado y demostrado en el contexto de un guion televisivo. Lo cierto es que al propio Keeler llamar «teorema» a su ocurrencia se le antoja excesivo y prefiere considerarlo como una simple demostración matemática, aunque la cultura popular ya ha comenzado a referirse al mismo como el Teorema de Futurama mientras otros, como el matemático James Grime de la Universidad de Cambridge, directamente lo mencionan como el Teorema de Keeler. En Wikipedia la demostración de Keeler tiene un apartado propio y en el capítulo en cuestión es visible en pantalla:
Sea considerado un teorema o una demostración, lo cierto es que el equipo del show siempre se ha mostrado bastante satisfecho con la atención que ha generado el tema. Cohen define el teorema como «el momento matemático de Futurama del que se siente más orgulloso» y Keeler ha declarado que la inclusión de aquella demostración pretendía popularizar las matemáticas entre los más jóvenes, algo que (en una medida u otra) ha acabado logrando al generar tanto interés.
Pero si algo reflejaban las fórmulas garabateadas sobre aquella pizarra verdosa es la meticulosidad que las aventuras de Fry y compañía acarreaban detrás y sobre la mesa del equipo de guionistas. Una atención al detalle de la que se había dejado constancia desde su mismísimo inicio. En el primer capítulo, «Piloto espacial 3000», Fry se despertaba de la criogenización el día treinta y uno de diciembre del año 2999 en la ciudad de Nueva Nueva York. En un momento dado del episodio, Bender llevaba de visita al protagonista a un museo alegando que «la entrada es gratuita los martes». Y cualquiera que se moleste en agarrar un calendario del futuro ahora mismo puede comprobar que, efectivamente, el treinta y uno de diciembre del 2999 caerá de martes.
Falta uno de los grandes momentos que está más de actualidad que nunca. No es ninguna alusión oculta o teorema disimulado entre cifras, sino una verdad rotunda:
https://youtu.be/Lnk1eoE8CbE
Y esto sí que debería entenderlo todo el mundo.
Me respondo para decir que es cierto que el artículo se refiere a las matemáticas y no a la ciencia en general dentro de la serie, pero necesitaba ponerlo
Gran articulo. Maravillosa Futurama.
La mejor serie de animación de la historia.
Llevo tiempo queriendo volver a revisionarla. Este articulo creo que es el empujoncito que necesitaba.
1729 = 13 + 123 = 93 + 103
debe ser
1729 = 1³ + 12³ = 9³ + 10³
De nada
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Yo nunca he dejado de ver Futurama, afortunadamente me hice con todas las temporadas y todos los meses cae alguna maratón. La empecé a ver escéptico cuando empezó por aquello de cómo le saldría la jugada a su creador, pero fue maná caído del cielo para los que ya estábamos empezando a cansarnos de la familia amarilla. Fue bueno que coincidiese el estreno de Futurama con el inicio de la decadencia de Los Simpson. Me dolió en el alma que la serie fuese tan injustamente maltratada y cancelada después de la cuarta temporada. Luego las cuatro películas directas a DVD y por fin el comeback con las temporadas seis y siete (las pelis se «trocearon» para crear la temporada cinco) y un final sencillamente majestuoso y espectacular aunque, sinceramente, me encantaría que Matt Groening la hubiese retomado en lugar de esa paliza que ha creado para Netflix. Ojalá no todo esté dicho para Futurama.
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