Arte y Letras

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El hombre que mató a Liberty Valance (1962). Imagen: Paramount Pictures.

Este artículo es un avance de nuestra revista trimestral #JD26 Especial Mensajes dedicada al periodismo.

En los wésterns del cine clásico, los periodistas eran tan o más esenciales que los indios, los pistoleros o los sheriffs, porque aquel mundo salvaje que terminó construyendo una de las sociedades civiles más libres del mundo se cobró a cambio la sangre de muchos hombres que defendieron los derechos de los indios, que denunciaron los atropellos de los poderosos, que vertebraron un país enorme gracias al telégrafo y que lideraron campañas tozudas contra empresas omnímodas como los ferrocarriles. Así, en los poblados de los viejos wésterns siempre había un banco, un saloon, una oficina del sheriff con su par de celdas y un periódico donde el director era al mismo tiempo reportero, tipógrafo, impresor y becario, como aquel Dutton Peabody, director del Shinbone Star en The Man Who Shot Liberty Valance (1962), quien dejó caer una frase memorable que podía haber sido firmada por Valle-Inclán y que ya contenía todo el rollo de la postverdad: «Estamos en el Oeste, señor. Y cuando la leyenda sustituye a la realidad, publicamos la leyenda».

El primer wéstern de la historia del cine fue Cimarron (1931), donde aparte del título original en español me gustaría destacar que apareció el primer mártir del periodismo del salvaje oeste: el heroico director del Osage Wigwam, caído en combate. Por otro lado, en Dodge City (1939) otro editor Joe Clemens también murió a manos de los villanos a quienes atacaba desde sus valerosas columnas del Dodge City Star, pero en Fort Worth (1951) un pistolero rehabilitado fundó un periódico y no tuvo más remedio que volver a empuñar las armas para acabar con los forajidos que asesinaron a su mentor y amenazaban a su familia. El periodismo forma parte de la épica del Far West americano porque su narrativa ya envolvía pescado antes de convertirse en materia cinematográfica, como lo corrobora la biografía de William «Bat» Masterson (1853-1921), cazador de búfalos, ayudante del mítico sheriff Wyatt Earp, cronista de boxeo y columnista del New York Morning Telegraph. Por eso en Unforgiven (1992) uno de los personajes medulares resultó ser aquel periodista que primero fue biógrafo del pistolero Bob el Inglés (Richard Harris), luego cronista a la fuerza del sheriff Little Bill (Gene Hackman) y que más bien acabó fascinado con William Munny (Clint Eastwood).

Durante poco más de un siglo los periódicos del mundo en general y los españoles en particular mantuvieron las esencias de aquel periodismo chúcaro y corajudo, basados en líneas editoriales insobornables y en empresas dispuestas a hundirse con el pabellón de sus ideas ondeando en lo más alto. Pienso en aquella mítica redacción madrileña de La Correspondencia, donde según Cansinos Assens los redactores practicaban esgrima hasta la madrugada para poder batirse con garantías contra diputados, militares, colegas e incluso contra los lectores rebotados. Pues bien, aquel periodismo heredero de los wésterns clásicos ha desaparecido por culpa de las fusiones y las concentraciones que han configurado los modernos grupos de comunicación que quieren ser chicha y limonada al mismo tiempo. Es decir, ateos y devotos, exquisitos y populacheros o progresistas y conservadores, porque para vender periódicos y a la vez tener máxima audiencia en radio y televisión ya no hay que ser un león en la cama sino más bien un camaleón.

En las viejas revistas anteriores a las fusiones y subcontrataciones, la redacción era una suerte de heroica diligencia, un fuerte atacado por los apaches o el saloon de un pueblo donde los pianistas tecleaban sus reportajes mientras esquivaban las balas y los articulistas eran pistoleros que disparaban parapetados en sus columnas. Ese tipo de redacción ha desaparecido del todo porque ahora dependemos del rating y de la publicidad y así los modernos grupos multimedia quieren tener como clientes al sheriff y a los cuatreros, a los indios y a la caballería, al reverendo del pueblo y a las bailarinas de cancán. Si antaño un redactor podía batirse a duelo con un lector, hogaño un simple tuit puede cargarse a la redacción entera.

En los wésterns antiguos cada periódico tenía una causa y moría defendiéndola con las botas puestas. Sin embargo, en nuestros días cada vez es más difícil calibrar la importancia de una cabecera dentro de un gran holding de comunicación, pues lo que es bienhechor para una radio puede ser malísimo para un canal de televisión y lo que es buenísimo para la edición digital puede ser un petardo para la edición en papel. ¿Por qué todos los medios se nutren hoy de los confidenciales? Porque allí se han atrincherado los pistoleros de toda la vida y esos portales son los que funcionan igual que en el viejo Far West.

Algún día no muy lejano, alguien romperá la baraja mediática y se echará al monte con su periódico de papel. Y yo creo que es mejor caer carabina en mano defendiendo tus ideas, que descubrir en medio de la balacera que la caballería no llegará porque le han hecho un ERE o que los indios son tus patrocinadores y tienes que envainarte sus flechas porque tienen el logo del grupo.

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2 Comentarios

  1. Sin entrar en el fondo del artículo, hay un par de frases que rechinan en el intento de darle importancia al peridosta en el western.
    – «En los wésterns del cine clásico, los periodistas eran tan o más esenciales que los indios, los pistoleros o los sheriffs». Por dios, no sólo indios y sheriffs, los soldados, los ganaderos, los tramperos, los jugadores, los buscadores de oro, los camareros, las prostitutas y los vendedores de crecepelo tienen más importancia estadística en los westerns (y seguramente también en la «conquista del oeste»)
    – «El primer wéstern de la historia del cine fue Cimarron (1931)». No sé, casi 30 años antes había westerns. Incluso un señor llamado John Ford había rodado varios en los años 20…

    Adoro las pelíclas del oeste y adoro The Man Who Shot Liberty Valance, es algo que siempre agradeceré a mi padre. Pero cuando vayamos a buscar excusas para ensalzar al periodismo rebelde (que llo merece), justifiquémolas un poco más…

  2. María José López-Francos

    «Estamos en el Oeste, señor. Y cuando la leyenda sustituye a la realidad, publicamos la leyenda».
    Esta frase no es de Peabody. La dice el señor Scott, que entrevista a Stoddard en el entierro de Tom Doniphon.

    Saludos.

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