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Dani Martín: «El miedo me ha salvado la vida»

Fotografía: Lupe de la Vallina

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Esta entrevista fue publicada originalmente en nuestra revista Jot Down Smart número 29.

Dani Martín (Madrid, 1977) ya no tiene mánager. Ni piercing en la ceja. Dice que no es un chulo, pero algo queda. Sobre todo, en el escenario. Ahí arriba sigue llenando estadios, cantando a voz en cuello con esa seducción macarra que, quiera o no, le caracteriza. Veintitrés años con los focos en la cara y el micro en la mano. Ocho en solitario, el resto como líder de El Canto del Loco. La lógica de las cosas dice que mucho ha cambiado desde que capitaneó la boy band española que forró las carpetas en los últimos noventa, dejando su impronta en el reinado de lo «canalla».

Aquí abajo, Dani es cada vez más lo que parece: un tipo con una inseguridad transparente. Solo bebe lo que le gusta, come menos de lo que quiere y ha dejado de intentar ser rockero. O parecerlo. Y lo dice todo así, como suena. Doblada la curva de los cuarenta años, lo de las poses se le hace bola. Los tatuajes, la presencia imponente, la pinta de mujeriego indomable fueron, una vez, reclamo de quinceañeras. Hoy dice que solo es fachada. «Coraza», lo llama él. Le gusta la palabra. Después de pronunciarla, todo lo que dice está libre de arrogancia y cuajado de algo que parece humildad pero es otra cosa: miedo. A no ser tomado en serio. A volver a sufrir la pérdida. A arruinarse otra vez. A que le timen de nuevo. A volverse gilipollas por llenar Las Ventas. A confirmar que eso a lo que tanto canta, existe, pero rara vez dura demasiado.

Dani ha sido siempre puro impulso, solo que ahora le ha puesto grilletes. Deja salir al granuja a ratos para que se airee. La mayor parte del tiempo es un hombre reposado, inquieto, al que le cuesta disfrutar del presente porque está pensando en lo siguiente. Que solo compone cuando está jodido y que posa de perfil en las fotos («salgo mucho más guapo») pero habla de frente. Con un cariño y reverencia casi animales: de sus padres, sus colegas, de otros músicos, incluso de los críticos musicales o los paparazzi. A lo largo de las horas, la idea que Dani tiene de Dani se va perfilando: «Cobarde», «imbécil», «gangoso», se escupe a sí mismo. Rechaza —además del gin-tonic— ser tomado por pijo o niño mimado de la industria. Habla de esfuerzo, no de dinero. Se presenta en la cafetería con el pelo de un azul pálido, vacilante. Se lo tiñó ayer él mismo y no sabe si le gusta.

«Me he pasado la vida intentando gustar», confiesa. Ahora ha renunciado. Y aun así, sigue gustando. Que no gustándose.

No te sientes cantante, ni compositor. ¿Qué etiqueta te ponemos, entonces?

A todo hay que ponerle un nombre y cuando compones canciones eres compositor. Utilizo la música porque tengo momentos en mi vida en los que estoy conmovido y necesito sacar eso por algún lado. El vehículo que me ayuda es la música y un papel, y a veces cojo una guitarra y simplemente le doy a grabar, es mi manera de componer. Lo hago porque estoy sufriendo, o porque estoy sensible…

¿Y porque estás feliz?

La euforia, a día de hoy, me cuesta más escribirla. Me sale mucho más cuando lo estoy pasando mal, que suele ser bastante a menudo porque soy muy sufridor. Mi amigo Nacho me decía el otro día: «Pero ¿por qué sufres tanto? ¿Cuál es el motivo? Explícamelo». Y no lo sé, tío. Soy muy autoexigente, muy heavy conmigo mismo, me pongo mucho encima y debería relajarme.

Cuando lanzaste el anterior disco dijiste que te habías pasado la vida tratando de gustar a todo el mundo, y que dabas por zanjada esa etapa. Salvo contigo mismo, por lo que dices.

Yo no me gusto mucho a mí mismo. Me doy bastante caña.

No es la imagen que proyectas.

A lo mejor en el escenario sí que me sale ese mensaje de «eh, me encanto, aquí estoy yo», pero luego soy un sufridor. No para que nos preocupemos, pero sí sufro con cosas a las que no debería darles tantas vueltas.

¿Cumples con el cliché ese de que «tú eres tu peor crítico»?

Bueno, a veces hay comentarios muy dolorosos. Pero he aprendido a valorarlos dependiendo de quién vengan. Por eso decía que gracias a la música consigo sacar las cosas que me pasan. Si mañana no me pasara nada, a lo mejor no sabría cantar algo que no ha pasado por la caja de mi sensibilidad. La euforia y la felicidad las tengo en el escenario o cuando estoy con cuatro colegas haciendo un viaje, como ahora que nos hemos ido a Chicago a ver a Green Day. O en parques de montañas rusas, que me encantan. Ahí sí siento euforia, me encanta sentirme como un niño de diez años que ha aprobado todo y le han regalado un viaje. Pero creo que me costaría mucho escribir una canción ahí, no sé de qué hablaría. Sin embargo, cuando estoy vulnerable o muy sensible me salen más cosas.

Cuando lanzaste Pequeño y empezaste en solitario, proclamabas la intención de acabar con esa imagen de tipo chulo, de tipo duro. ¿Crees que lo has conseguido?

No lo sé. La manera de protegerse de alguien tan sensible y tan vulnerable como yo es ponerse una fachada de «a ver si me van a hacer daño». Y a lo mejor en su momento me funcionó un montón, y en el escenario me sale ese toque de cosas que he visto a lo largo de mi vida que me han encantado. Desde Coque Malla a Mick Jagger, a Billie Joe Armstrong… Un montón de gente que tiene una manera de transmitir y de lanzar su discurso que pasa por decir «aquí estoy yo». Lo que ocurre es que a mí, creo, toda esa actitud siempre me ha nacido de un lugar simpático, aunque a mucha gente le haya chirriado.

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¿Te da pudor escuchar algunos temas de El Canto del Loco como «Zapatillas» o «La madre de José»?

Teníamos veinticinco años. No te voy a engañar: me da pudor escuchar «Zapatillas» y «La madre de José» desde mi lugar de ahora. Son dos canciones de un momento muy concreto, que a la gente le encantaron pero que son canciones caducas. Sin embargo, hay otras como «Peter Pan» o «La suerte de mi vida» que siguen viniendo conmigo, las siento dentro de mi repertorio de hoy.

¿El público te pide que toques «Zapatillas»?

Te juro que no. Hace ocho años que decidí no tener la figura de un mánager, funciono del modo que me apetece. Y lo tengo muy claro: no me apetece hacer verbenas en verano. Gracias a las verbenas, probablemente, tenga una casa, un recorrido, he aprendido lo que es un escenario… y un largo etcétera. Gracias a eso también encontré a la gente con la que trabajo a día de hoy.

Ahora tocamos en los sitios en los que queremos tocar, y cuidamos todo al máximo. Desde la gente que va a entrar, la gente que está en la puerta para que trate bien a quien ha pagado una entrada, el escenario, la limpieza, mis técnicos, la manera de cobrar de todo el mundo… porque no solo es el dinero. También es el sitio en el que van a viajar, el sitio en el que van a dormir. Todo eso hace que las cosas funcionen como funcionan a día de hoy. Y eso sería imposible si existiera la figura de lo que yo he conocido como mánager —no quiero decir que todos sean igual—, que se resume en: «Gastemos poco, ganemos mucho». Nosotros llevamos a una persona que hace camerinos para ser felices.

¿Eso qué quiere decir?

Que si me vas a poner una tortilla de patata hazlo con amor o no me la pongas. Todo lo vocacional que puedas tener a tu alrededor es maravilloso. Si el jefe de producción lo es por vocación, va a ser el mejor, y yo voy a cantar mejor porque me voy a oír mejor. Si el backliner lo es por vocación, como Nitro y Piña, que les veo cantando cada canción, lo mismo. Gente que quiere estar haciendo lo que está haciendo. Se sienten involucrados en el proyecto. Este año hemos tenido vacaciones y hemos hecho cuarenta y tres galas; todo ha funcionado como un reloj suizo. Es como a mí me gusta currar.  

Que decidieras formar tú mismo la estructura tiene que ver con la experiencia que pasasteis en la época de El Canto con el que era vuestro representante, Tibu.

Sí, pasé la experiencia con una persona que hizo las cosas de una manera ilegal, la justicia lo demostró. Y es muy triste.

¿Cuánto te dañó?

Te daña mucho, pero nos quitaron dinero, no nos quitaron ilusión. La ilusión que tenía de sacar Pequeño no me la quitó. Y me robaron mucho dinero, ¿eh? Más de lo que pudimos demostrar, que es lo que salió en la sentencia. La realidad era otra mucho mayor.

No es la única vez que pasas por una situación económica delicada. Te has arruinado… ¿dos veces?

Sí, me he arruinado dos veces totalmente.

¿Esto es como la infidelidad, que la primera es culpa del otro pero la segunda es tuya?

[Risas] No sé, no sé. Ahora mucha gente me pregunta por qué soy tan desconfiado con lo que me proponen, y yo siempre contesto: «Porque vosotros me habéis enseñado a ser desconfiado». Y es cierto que con el tiempo ya no tanto. Con la gente de la que estoy rodeado y el discurso que hemos creado es muy difícil que haya una fisura por donde entre un agente externo a dar por el culo. Así que sí: me he arruinado dos veces económicamente. Económicamente.

¿Y no te quita las ganas ni por un momento?

No. No. ¿Sabes cuándo he querido dejar todo esto? Cuando he tenido diecisiete coches de paparazzis en la puerta de mi casa. Ese día sí que he dicho: «Uf. Yo quiero hacer canciones, no quiero salir en esas revistas». No sé por qué está tan amparado por la ley. Yo pongo la mejor de mis sonrisas y me he comido situaciones chungas. A veces he intentado darle la vuelta a lo que estaba sucediendo hablando con el paparazzi y diciéndole que no me interesa nada eso, aunque respete su trabajo. Así que te reconozco que eso sí que me ha hecho en algún momento pensar en dejarlo todo, porque soy una persona vulnerable y eso te da miedo. ¿Por qué hay un señor en la puerta de mi casa haciéndome fotos? ¡Si yo no quiero que se sepa nada de mi vida! Nunca he jugado a eso: no voy a estrenos de películas ni a estrenos de tiendas, ni entro en ese círculo de dineros y cosas. Que me parece de puta madre para el que lo haga, pero a mí me da mucho miedo, mucha cosilla.

Te dirán que «te va a en el sueldo».

Pues no sé si me va, pero me lo tomo a bien. Yo no estoy enfadado con este asunto.

Pero lo has estado.

No, no he estado enfadado: he estado asustado. Diciéndome «pero si yo soy el hijo de Manolo y de Carmen, que mi viejo trabaja aún con setenta y dos años», y no me siento identificado con alguien de la jet set. Que yo pudiera generar ese atractivo me ha hecho sentirme muy chiquitito. Pero, bueno, un día, sentado con mi padre, me dijo: «No le des tanta importancia porque no eres tan importante. Eres un puto llenapáginas». Y a partir de ahí me dije: «Hostia, es verdad». Si a mí hoy en día no me sigue nadie ya. ¿Cuándo me pueden sacar? Un día que vaya a una estación de tren, a un aeropuerto, o se encuentren conmigo. Pero sé que no soy un personaje atractivo para ellos, a no ser que mañana me enrollara con Catherine Zeta-Jones, que sería una noticia estupenda para ellos.

Y para ti.

Bueno, no. No me interesa. Prefiero conocer a una persona normal y corriente y que no tenga nada que ver con eso. No me mola el mundo de la exposición no elegida. Y encima te contestan: «Pero luego bien que os gusta que hagamos promoción». Sí, pero no vale todo. Al menos para mí. Aunque respeto mucho a lo que se dedique cada uno, solo espero que ellos me respeten a mí. Porque creo que con mis maneras, mis formas, siempre me he hecho respetar. Solo quiero hacer canciones, no quiero salir en revistas del corazón.

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¿Podrías parar de hacer canciones?

No, no, y no. Me considero una persona inestable emocionalmente, con mucho remolino y mucho sufrimiento dentro. Eso me hace escribir. Creo que me va a costar mucho encontrar estabilidad en mi vida. Si te lo hubiera dicho con veintisiete años, me podrías haber dicho: «Bueno, ya conocerás a alguien, ya verás». Pero es que en febrero voy a hacer cuarenta y uno ya.

En las entrevistas siempre acabas sacando el tema de las parejas, ligado a la estabilidad. ¿Estás un poco obsesionado?

¿Con lo de encontrar el amor? Pues creo que ya no tanto. De hecho, no creo en el amor para toda la vida, ni me apetece tener hijos a día de hoy. Antes pensaba que sí. A lo mejor soy un egoísta, pero prefiero seguir haciendo canciones y seguir viajando cuando me dé la gana. Que mañana tengo cuatro días libres, pues me voy a Londres, que toca no sé quién. Me apetece mucho más eso que tener hijos.

No lo decía tanto por los hijos como por el tema pareja, enamoramiento, etc.

Creo que es muy difícil estar toda la vida con una misma persona. Creo que no somos lo suficientemente generosos, pacientes, autocríticos… Mis padres, que llevan cincuenta y seis años juntos, han sido muy generosos y muy pacientes. Sinceramente, creo que han aprendido a ser otra cosa que va más allá del amor, que están en ese punto de ser compañeros y amigos. Hay que aguantarse y dejar de hacer muchas cosas para llegar a eso. Mi pregunta es: ¿por qué y para qué? ¿Merece la pena? Seguramente, a mucha gente sí. Conozco gente que dice eso de «tengo novia» o «tengo novio» y a mí me parece que no están enamorados. Eso se nota.

¿En qué?

En que serías capaz de estar con otra persona, o desear a otra persona. Porque somos humanos.

¿Pero eso no son cosas diferentes?

Para mí el enamoramiento es una enajenación mental transitoria. Luego ya llega otra cosa, que a lo mejor es mucho más increíble que esa enajenación, pero yo nunca he llegado ahí. Creo. Creo que no me he atrevido. Soy un cobarde en el amor. Cuando llega ese día en el que la otra persona está al otro lado de la línea y te dice: «¡Venga, vamos!», y tú dices: «Ay». Y me cago.

¿De qué línea hablas?

De la línea de vámonos a vivir juntos, compremos una casa… No he hecho eso en mi puta vida. Y la verdad es que me da un miedo que me cago, es la verdad. En el fondo soy muy inseguro.

¿Cómo llevas que durante muchos años El Canto del Loco haya sido foco de bromas, convirtiéndose casi en un gag?

Creo que siempre, cuando a alguien le va muy bien, escuece. Y cuando eres muy joven, más todavía. Eres joven, te va bien, vendes muchas entradas y hay gente a la que le jode. No sé por qué razón.

¿Tiene algo que ver con el tipo de música que haces?

Nosotros, en El Canto, te juro que hacíamos lo que nos salía del corazón. No había nada premeditado.

Pero sabes que siempre sobrevoló esa idea de ser un producto fabricado para quinceañeras.

Sí, lo sé. Pero yo ahora me cuido más la camisa o el pantalón que me voy a poner de lo que lo hacía cuando estábamos en El Canto. Viajaba con una camiseta y salía a cantar con la misma camiseta. Con el paso del tiempo, y al ir evolucionando y avanzando y conociéndote, vas siendo más tú. Y con las vivencias y las cosas, ahora estoy más cerca de lo que realmente es mi verdadera personalidad y mi verdadero yo. Con El Canto era un chaval con una edad determinada que hacía cosas… Pero vamos, estoy superorgulloso de aquel momento de mi vida, me lo pasé que te cagas. Hicimos las canciones que quisimos…

Follasteis todo lo que quisisteis.

Follamos nosotros y las personas que follaron con nosotros, que también lo pasaron genial. Y fue divertido.

¿Qué clase de gente va a tus conciertos? ¿Siguen yendo las quinceañeras de entonces o hay un relevo?

Me sorprende mucho que hay muchísima gente joven. Y no se saben «Nada volverá a ser como antes» o «La suerte de mi vida», se saben las de ahora. Me gusta mirarlos y controlarlo todo. Cuando salgo, me encanta que el foco sea yo, y que estemos haciendo todo el rato lo que yo quiera. Me encanta el frontman que sale al escenario como si fuera la última canción. Salgo al escenario a conectar con la gente y a seducir. En eso consiste todo: en seducir a la gente.

¿Cómo fue subirte tú solo a un escenario, ese primer concierto tras disolver El Canto?

Fue muy raro. Porque me juzgué a mí mismo y me obligué a no hacer ninguno de los gestos que hacía con El Canto del Loco. Quería ser otra cosa. Intentaba cantar más, estar menos con el público y más con la canción… Así lo recuerdo. Como cualquier cambio en la vida. En ese primer día de tu nuevo trabajo te sientes observado y algo incómodo. Además, la primera banda que tuve tampoco era «mi banda». La de ahora sí, llevamos cinco años tocando juntos.

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En la historia musical española reciente solo ha habido cuatro solistas que han superado el éxito que tuvieron con sus grupos. Calamaro, Iván Ferreiro…

Y Bunbury.

Y tú.

Y Leiva.

También. El punto es que no es lo habitual.

Nunca lo he pensado así, porque además no conozco el termómetro real para juzgar eso. Lo que sí que siento es que estoy haciendo mi carrera, que no he muerto después de ese gran éxito. Ahora estoy buscando, intentando encontrar mi camino desde hace ocho años, me apetece que mis discos suenen de una manera… Y sigo teniendo una conexión con el público cuando saco un disco o les digo que voy a hacer un concierto.

Y tienes las entradas vendidas desde el primer día.

Sí [se revuelve en la silla].

¿Lo dices con pudor?

No, no lo digo con vergüenza. Reconozco que hay momentos en mi carrera que son un supermegaéxito, que fue lo que le pasó a El Canto del Loco. ¡Hicimos tres noches Las Ventas! ¿Yo solo podía haber hecho dos noches Las Ventas? Seguramente. Pero ahora estoy en otro momento diferente y no me gusta compararme con ese superéxito. El momento que estoy viviendo es algo con lo que ni contaba, ni sabía que me iba a pasar. Con mi actitud, con mi manera de ser y de exigirme, me he fabricado una metáfora propia para explicármelo. En la vida, a casi todo el mundo nos pasa el tren y nos subimos. Hay gente que piensa que con ese tren ha tenido mucha suerte, y se sienta en el vagón y disfruta del paisaje. Hay otra que se va a la locomotora a echar carbón, y cuando tienen la chimenea llena, paran un rato y miran alrededor. Se secan el sudor y cuando ven bajar el carbón, vuelven a echar.

Esa es la gente que está conectada con su movida y con su historia. Y están todo el día buscando, mirando, intentando escribir, o hacen un viaje y ven otras culturas. Eso les mantiene todo el rato pensando, conectados. Dan una vuelta a todo, y otra, y otra. Para mí ese es el éxito, el caminito que yo estoy queriendo hacer, buscar. A veces me digo que soy un afortunado. Y sí, lo soy. Pero luego todos los días de mi vida riego con la manguerita, y corto las hojas secas a mi carrera. Intento decirme: «Por ahí no, eso es un atajo».

¿Cuáles son esos atajos en el mundo de la música?

Hay un montón. Si eres jurado de un programa de televisión te va a ver más gente y te va a dar la posibilidad de vender más discos, vender más entradas, llenar más sitios, ser más popular.

¿Te lo han ofrecido?

Sí, claro, y dije que no. La Voz me parece un formato de entretenimiento, pero para mí no es música. A mí me gusta la música, no me gusta ser presentador de un programa, ni decirle a un chaval: «Tú sí y tú no». ¿Por qué yo? ¡A lo mejor me lo dice él a mí!

Cuéntanos cómo fue esa oferta.

Fui a hablar con ellos, igual que hago cuando hay una marca que quiere patrocinar mi gira. No hay nadie mejor para contarles a los demás qué harías y qué no. Me senté con los de La Voz y les dije que no sería capaz de juzgar a nadie porque mi carrera no es lo suficientemente increíble como para decirle a un chaval si vocalmente vale o no. Si yo fuera Whitney Houston, Pavarotti o Plácido Domingo, a lo mejor. No me siento capacitado. Todo lo que suponía ese programa… me saldrían granos. Creo que La Voz sería un atajito maravilloso, venderíamos muchas más entradas y en muchos sitios podríamos meter a quince mil personas, no solo en Madrid. Pero me apetece hacer algo de largo recorrido: prefiero que vengan a verme mil ochocientas y que quieran estar viendo ese concierto.

En los conciertos has metido bastantes veces caña a los críticos musicales.

Te voy a contar una cosa sobre esto. Una vez, un crítico musical me dijo que había estado charlando con otro colega de profesión y se dijeron: «Joder, al Canto del Loco le dimos mucha caña». Y ahí me salió mi vena chula y le dije: «¿Sí? ¿En serio?». Él lo que me quería decir es que habían sido un poco injustos con nosotros, éramos una banda joven que estaba explorando, y nuestros sonidos no eran los mejores porque teníamos veinticinco años. Y seguramente a Tequila le pasó lo mismo, como a otras muchas bandas. Pero hacíamos lo que hacíamos con el corazón. Por eso me siento tan orgulloso.

Dices que con El Canto del Loco os faltó el asesoramiento de alguien que hubiera conducido más vuestra carrera hacia la madurez.

Había mucho más interés por ganar dinero con El Canto del Loco que por lo musical. El no habernos ido a América, por ejemplo, es una de mis espinas. Era más interesante ganar dinero aquí que invertirlo allí. Pero he aprendido un montón de cosas.

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¿Te gustaría hacer más rock y menos pop, o crees que estás limitado? En alguna ocasión has dicho que «no llego al sonido rock porque no me sale».

Es así. Mira, vengo de Radio 3 de hacer un programa, yo solo, poniendo las quince canciones que me han acompañado toda mi vida. Yo, en mi prejuicio y en mi movida, miraba al técnico y tenía un pensamiento irracional, él debería estar pensando: «Joder, este tío escucha esto y luego vaya mierda de música que hace, ¿no?».

¿Pero qué has puesto?

Pues «Welcome to the Jungle» de los Guns, «Black Hole Sun» de Soundgarden, «El equilibrio es imposible» de los Piratas, «Guárdalo» de Los Ronaldos, «Buscando una luna» de Extremoduro… Un montón de cosas. Siempre he oído mucho rock: Metallica, Rosendo, Leño… pero luego cuando escribo y cuando compongo me sale lo que me sale.

¿Querías hacer rock o querías una vida de estrella de rock? Has dejado caer que envidias a esos rockeros con «una credibilidad de la hostia».

No, no, no. Estoy feliz en el momento en el que estoy y creo que la credibilidad es algo que no depende de mí. Me ha llevado un montón de tiempo asumirlo. Los prejuicios en nuestro país van por otra cosa: eres joven y te va bien, suenas mucho en la radio, eres agraciado, no te juntas con rockeros, no haces determinadas cosas, vas vestido de una determinada manera… Y luego también porque hay gente que toma demasiados atajos. Pero en mi presente, a día de hoy, no siento ese prejuicio. El otro día salí en el Festival Dcode a cantar con Iván Ferreiro y no sentí prejuicio alguno. Sentí amor, sentí un público emocionado.

Aunque no fueran a verte a ti.

No, no, claro que no. Ni en lo más remoto creo que nadie pensara que Iván Ferreiro dijera «Dani Martín» y apareciera yo.

O que cantaras con Joaquín Sabina.

Eso mismo. Y lo hice. En el Dcode salí pensando que me iban a tirar piedras, y no lo hicieron. Me tiraron una energía que flipas.

¿Te tiran bragas, como en los tiempos de El canto del Loco?

Hace mucho que no me tiran unas bragas [risas].

¿Lo dices con añoranza?

No, lo prefiero. Prefiero que vengan a escucharme a que me tiren bragas.

Cuenta Ozzy Osbourne en The End cómo a ellos también les estafaron un montón de dinero en sus inicios, como a otras muchas bandas. Pero a la vez lanza una reflexión cachonda: que menos mal que toda esa pasta no les llegó, porque probablemente estarían muertos. ¿Sientes algo parecido?

No. Ese dinero, no me gusta esa palabra, era mi esfuerzo. Me correspondía. La pena es que alguien va a la cárcel, pero tu esfuerzo no te lo devuelve nadie. Nadie devuelve la pasta aquí: ni en la música los mánagers, ni los que están robando a este país. ¿Qué cojones me interesa que un tipo vaya a la cárcel? Me parece un método antiguo. Que devuelvan lo que han robado, y si es dinero público, más. Aquí se declaran insolventes y a correr. O ponen la empresa a nombre de la mujer y del hijo, y a funcionar.

En muchas entrevistas metes cuñitas políticas, estás pidiendo a gritos hablar del tema.

Lo que no tengo es miedo a hablar de política. Forma parte de la vida, aunque para mí ahora es un negocio. Los políticos se han olvidado, desde hace mucho tiempo, de lo que es la ciudadanía. Estoy triste, estoy sorprendido, son movidas que ya no tienen nada que ver con el pueblo. Y lo de Cataluña del 1 de octubre, había un gran porcentaje de gente que no quería la independencia. Salieron a la calle dos millones y pico de personas por un hartazgo absoluto. Siempre pienso en el hijo del policía, el del político, el del independentista… Alguien del Estado debería pensar por qué hay dos millones de personas haciendo esto, cuál es el motivo real y qué estoy haciendo mal para que esto esté sucediendo. ¿Por qué el mundo está como está ahora mismo? ¿Por qué un tío desde una ventana se pone a matar gente en Las Vegas? ¿Qué pasa en este planeta? ¿Por qué hay tanta desigualdad, por qué somos tan malos vecinos? ¿Por qué hay una oposición en estado de pasotismo absoluto? ¿Por qué hay un partido en el Gobierno que está lleno de corrupción? ¿Qué cojones está pasando aquí?

Pues te devuelvo la pregunta.

No lo sé. Que estamos cabreados, pero llega la hora de votar y vuelve a salir el señor Mariano Rajoy. Yo no me siento representado por ninguna fuerza política. Y la alternativa que había, que ha sido Podemos, se ha basado en el error de los otros partidos. Tampoco he visto una propuesta muy real, ha sido todo el rato un «porque tú…». El resultado es que no veo a nadie preocupado por el pueblo, por la gestión, por los jóvenes, por la cultura, en la economía. Veo recortes y más recortes. Y creo que la gente está cansada, hay un sector muy apaleado que está hasta la polla.

Te van a decir que dices esto desde una posición privilegiada. Espero que tengas escudo antitroles.

Me considero una persona que trabaja, que respeta, que es un buen vecino, que paga a Hacienda, que paga a sus empleados con Seguridad Social… Así que creo que puedo decir lo que siento. Porque soy un currante. ¿Que tengo suerte? También. Pero trabajo y me curro las cosas, pago mi IVA, mi IRPF y mis historias. Intento vivir de la mejor manera, y me encantaría que todo el mundo pudiera hacer eso. Y creo que el más beneficiado, como soy yo, tiene que pagar más impuestos. Pues claro. Hay que pagarlos, y yo los pago.

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Hay una cosa que no se conoce mucho, tu faceta de productor. Cómo ayudas a muchos músicos por los que ya pocos apostaban. Lo hiciste, por ejemplo, con Coque Malla.

Esto es una cosa que hago por mis amigos y ahí se queda. Ellos también me han ayudado mucho a mí. Y no voy contándolo, no quiero ninguna medalla.

¿Te han echado más manos que metido codos en tu carrera?

No me ha metido un codo nadie. Nunca. He cantado con Carlos Tarque, con Fito y Fitipaldis, con Iván Ferreiro, con Coque Malla, con Leiva, con Pereza, con Serrat, con Sabina, con Alejandro Sanz, con los Hombres G, con Sidonie, con Sidecars, con Ana Belén, con Raphael. ¿Dónde está el codo? Lo que hay es una unión de puta madre, sin etiquetas. Hay imágenes muy distorsionadas de lo que es el mundo de la música.

Iván Ferreiro nos contaba en su entrevista que ahora, en el panorama de la música española, reina otro ambiente. Que en el pasado todo se medía más por etiquetas, y ahora existe algo más parecido a una «hermandad».

Es cierto que de un par de años para acá hay mucha más hermandad. Y hay amistades muy auténticas.

¿Quiénes? ¿Todos esos cantantes, artistas que os juntáis en Zahara de los Atunes?

[Risas] ¿Cómo sabes eso? Sí, Zahara es un sitio mágico, y este año lo ha sido más. Tengo una casita ahí, y la gente que iba viniendo a tocar a Cádiz pasaba por casa. Hemos vivido noches de barbacoa, de música, de charlas… con Amaro, con Iván. Con Tarque y con Ricardo, Leiva… Hemos compartido mucho, y hemos compuesto también. Es un pueblecito precioso, especialmente en invierno, porque no hay nadie. Tiene las playas más bonitas que he visto en mi vida, se come que te cagas y la gente es increíble. Luego tienes una montaña que parece que estás en Cantabria, y una playa que parece que estás en el Caribe. Cuando giro Barbate y veo a la derecha el mar me cambia todo por dentro. Me da un buen rollo que te cagas.

Hace años, con El Canto del Loco tocasteis en las fiestas del PCE y aquello generó malestar entre ciertos sectores que consideraban que el festival se había «mercantilizado».

Recuerdo haber ido a los conciertos de las fiestas del PCE de pequeño, por eso nos hizo tanta ilusión que nos contrataran. Fiestas que iban más allá de la política. Si valoráramos lo comunista que era aquello veríamos que era en realidad un hartazgo de lo todo demás. En realidad, nadie era comunista, así con todas las letras. Era más un «esto es la alternativa al resto de mierda». Mi familia siempre ha sido de izquierdas, pero El Canto del Loco no tenía una ideología política.

¿Era un grupo para pijas?

Es una etiqueta. A los conciertos venían transportistas, pijos y auxiliares administrativos. Nunca me sentí identificado con esa etiqueta. David Broncano y Quequé también dijeron en un programa que éramos unos pijos [Se encoge de hombros]. Yo respeto.

Te duele.

Pues sí. Porque mis viejos son dos currantes que a partir de su curro han prosperado, no vengo de cuna. Ojalá hubiera venido de una familia de mucha pasta, pero no es la realidad. Lo que tengo, o lo que haya conseguido, ha sido con mucho esfuerzo. Pero somos muy envidiosos.

Leiva nos contó que hubo una época en la que se ganó muchos enemigos porque venía apadrinado por ti y por Summers. ¿Por qué?

Porque a lo mejor no éramos tan guays, tan cool

¿Tan indies?

No. Porque en aquella época el indie que conocíamos eran Radiohead y Los Planetas. No éramos guays, yo no era guay, simplemente.

¿Qué eras?

No tenía una pose, ni pertenecía a ningún movimiento musical. Pertenecía a lo mainstream, a lo que sonaba en Los 40 principales y a lo que vendía. Y para mucha gente eso es una mierda, lo he oído decir mucho: «Lo que suena en Los 40 principales es una mierda». Joder, tío. Qué generalización, ¿no?

¿No pasa lo mismo en otros ámbitos de la cultura? El best seller ha de ser malo por defecto.

Sí, es verdad. Hay mucho prejuicio con lo mainstream. A mí me encantan los Rolling Stones y los Beatles, las bandas más mainstream del mundo. Y también hay cosas indies que me flipan, también flamenco… El inteligente, el que es capaz de enriquecerse de las cosas, es aquel que se permite escuchar de todo.

Dicen que eres un gran melómano. Pero lo dicen con una coletilla delante, con un «no te lo creerás, pero…».

Sí, sí, lo sé. [Risas] El otro día en mi casa Carlos Tarque hizo un comentario muy gracioso: «¿En qué momento íbamos a pensar que Dani Martín iba a tener cuarenta años?». Qué cabrón. Pero, bueno, que eso que dicen es cierto: soy muy melómano y muy comprador de discos.

Acabas de grabar en Abbey Road. ¿Era un capricho?

Sí, un sueño. Está tal cual estaba en 1981. Es un lugar mágico con una energía increíble, con todos los aparatos originales. Hay unos compresores (en España solo tenemos uno), y cuando llegamos allí nos trajeron nueve en un carrito. Es un templo, una grabación para románticos. A mi madre le pones mi disco grabado en Abbey Road o el grabado donde el anterior y no lo va a notar. Pero yo sí lo noto. Es un gusto que me doy y un gusto que me apetece dar a la gente. Y tú le das a Carlos Raya o a Ricky Falkner esa grabación y sabe que está hecha con mucho mimo y con mucho amor. Luego habrá otro que, por el simple hecho de que esté grabado por Dani Martín, diga: «Eso es una mierda, una puta mierda. ¿De qué calidad hablas?». Pero dejo de pensar en eso, y pienso que es un disco hecho en un sitio donde han grabado los mejores músicos de este país.

Al principio no os dejaban entrar los de seguridad del estudio. ¿Era por las zapatillas? Perdón, teníamos que hacer la coña.

[Risas] Hay muchos turistas en la puerta que quieren pasar porque creen que es un museo. Y la primera semana, hasta que no te conocen, tardas en poder entrar haciéndote el flipado.

¿Qué decíais?

«We are recording here». [Risas] Eh, que también he cantado con Robbie Williams, una cosa que jamás me imaginé. Es un ser sensible a tope.

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Has dicho varias veces que tienes una «enorme sensibilidad» tú también. ¿Cómo se sobrelleva eso?

Con una enorme coraza para no mostrarlo, para que no me hagan daño. Y desde hace tiempo permitiéndome mostrarlo más. Soy un sufridor, sí. Tooodo el rato. Tierno y sensible, pero también tengo mi parte de hombretón. Soy bastante primario. No llego a Torrente, pero tengo un lado muy borrico.

¿De eso forma parte el reconocer que te gusta que te manden privados chicas guapas, o reconocer que las sigues más en Twitter?

Sí, yo soy honesto. ¿Que las chicas guapas te manden privados es un halago o no? A lo mejor verbalizo demasiado las cosas, pero es así: me gusta que me manden mensajes chicas guapas, sí. Y prefiero decirlo o no hacer la entrevista. Y si me trolean, que me troleen: un abrazo para los troles, que a lo mejor es lo que necesitan, que les abracen más. Como a los que pegan porrazos y todo eso.

¿Eres el niño mimado de Sony?

Sé que lo dicen. Pero no. ¡El niño mimado de Sony es Sabina! [Risas]

Cuéntanos cómo fue esa llamada de Almodóvar.

Estaba en Los Ángeles y me llamó Luis San Narciso. Cogí un avión y me vine. Tal cual. Fue un halago que me llamara, aunque fuera para un papel muy pequeñito, pero me apeteció vivir esa experiencia. No era ni papelito: fue una secuencia. El regalo fue ver trabajar a Pedro Almodóvar, es como los grandes genios. Es un tipo que tiene claro todo; lo ha escrito, lo decora y lo dirige. Explica los movimientos al actor, y hasta casi la entonación. Es muy especial, como Sabina. Te sientas con él y no es igual que nadie: es Sabina. Te atrapa, te seduce. Para mí es más que un músico, es una persona que sabe transmitir cosas que sentimos todos y no sabemos describirlas. Y él sí.

¿Tu «Madrid, Madrid, Madrid» cuánto le debe al de Sabina?

Somos dos generaciones muy diferentes, pero Joaquín ha sido más gato que yo. Él ha sido y es más del centro, yo de la periferia. Me crie en Alalpardo, un pueblecito al lado de Algete. Pero mis padres tenían un negocio en Alcobendas, una tienda de fotocopias. Cuando acababa el cole pasaba todas las tardes ahí para no estar solo en casa. Hacía la tarea y luego jugaba al fútbol en el parque Murcia de Alcobendas. Ahora vivo en San Sebastián de Los Reyes. No soy un tipo de centro porque soy miedoso. Pasa mucha gente por el portal, y me da miedo que se sepa dónde vivo. Y seguramente a la gente se la suda, pero siempre he sido muy miedoso.

¿Por qué?

No lo sé. Tengo miedos y paranoias. Además, me gusta el campo y salir a correr. Prefiero tener aire.

¿Cómo se sobrevive a veintitrés años de éxitos sin que se te vaya la cabeza?

Teniendo miedo. Teniendo miedo a que no te vaya bien, a dejar de gustar a la gente, no creyéndote lo que te está pasando… Siendo inseguro. Colocándote en un lugar debajo de aquel en el que realmente estás. El miedo me ha salvado la vida. Pero no solo en esto, en todo. En no atreverme de más en determinadas cosas, en quedarme paralizado. Me ha salvado la vida.

¿Te la ha jodido también un poco?

Seguramente me he perdido un montón de cosas. Por ejemplo, cuando paró El Canto, empecé mi carrera y monté mi oficina, los que trabajaban conmigo me decían: «En Madrid hacemos el Palacio, ¿no?». Y yo les contestaba que estaban tarados. Habíamos hecho cinco conciertos llenándolo con El Canto, «¿Por qué no vas a hacer uno?», me decían. Y yo quería hacer el Arteria Coliseum, quería empezar por ahí. Eso es lo que me ha salvado: ser cauto. Sé que, en algún momento, en un giro que dé la vida, me voy a encontrar un fracaso.

¿Has tenido alguno?

Sí, joder, he perdido una hermana.

Eso no es un fracaso tuyo. Profesionalmente.

Es un fracaso personal muy grande. No ha dependido de mí, pero así lo siento. Pero, bueno, hasta ahora no me he encontrado ningún fracaso profesional, o al menos que yo llame fracaso. Hasta ahora no. Pero llegará, seguro que llega. Voy a poner las rejas, la alarma y lo demás para que no entren a robar; si luego entran, será porque tenían que entrar. Lo que pasa que tengo tan cerca de mí a las personas que me quieren de verdad, a mis padres, el lugar en el que estoy con mi gente… que me voy a sentir tan arropado y tan bien cuando ocurra que no va a cambiar nada.

¿Te vas preparando para el fracaso?

Todo el rato. Voy a ver la función del circo y me pongo a llorar porque en una hora y media va a acabar, en vez de disfrutarla. Soy así. No disfruto de las cosas, y es una putada. Me cuesta. Me cuesta, por ejemplo, estar en un acantilado sentado con tres colegas, y pasar una hora callado mirando al mar. Estoy siempre pensando en lo siguiente, en lo siguiente.

Eso lo tienes en común con Iván Ferreiro.

Sí, pero él tiene TDH. Yo no, aunque han dicho que lo tenía. ¡Está en libros y todo! A lo mejor si me hacen un diagnóstico sale, pero creo que no. Porque luego yo soy una persona de casa, de sentarme en el sofá y comerme tres temporadas seguidas de Breaking Bad. Con Iván me siento identificado en eso del «y después qué, y después qué», no estar disfrutando del momento. Ahora, que yo cuando no me interesa algo me desconecto. Y ahora estoy metido aquí porque me encanta, estoy interesado en esto. Pero hay entrevistas en las que me pongo a pensar en cualquier otra cosa.

La muerte de tu hermana te hizo atribuirte un papel que no te correspondía.

Lo que me pasó, viéndolo desde la distancia, es que agarré el rol «voy a salvar a mis padres para que estén bien». Yo también tenía pena, pero la guardé en una habitacioncita. Ellos me dieron una lección de vida que flipas: al día siguiente estaban trabajando los dos. Y al día siguiente, también. Y al siguiente. Entre los tres hemos conseguido que no nos sobrepasara la pena, algo que les pasa a tantas familias. He aprendido un montón de aquella situación, lo que me ocurre ahora es que me encantaría tener a mi hermana aquí. Que no me hubiera ayudado tanto a madurar esa situación. O a colocarme en un lugar diferente de aquel en el que estaba. Fue una lección, de mis padres y de la vida. Hace nueve años ya, ¿eh?

Dani Martín para JD 7

Dices que la terapia psicológica te ayudó mucho. ¿No persiste aún el miedo a reconocerlo?

Somos imperfectos y hay personas que nos enseñan cómo manejar nuestras herramientas. Y sí, creo que aún sigue asustando eso de «voy a ir al psicólogo», hay mucho tabú. Yo me siento superorgulloso de haber hecho la terapia que hice en su momento para vivir el duelo de mi hermana, y luego la que he hecho para colocar un montón de cosas mías que no sabía cómo colocarlas. Le cuento mis mierdas, mis miserias, mis errores a esa persona, y ella me da diferentes opciones. Así aprendes a caminar. Es maravilloso ir al psicólogo, yo he estado yendo hasta la semana antes de sacar mi último disco. Porque tenía todos los pensamientos irracionales más horrorosos que he tenido en mi vida: que mi carrera iba fatal, que iba a fracasar, que la gente no iba a querer escuchar mi disco, que me había pasado de moda, que la gente no me quería… Flipas.

Llegabas a pensar que…

No, no: lo llegaba a sentir. Eso entre otras muchas otras cosas.

¿No hay nada en tu trabajo que hagas solo porque lo necesitas? ¿Es la promoción lo peor?

Sí, pero también llega un momento en que decides qué tipo de promociones hacer y cuáles no. Hay gente que me pregunta si hago meet and greet antes de los conciertos, y sí, pero lo hago porque me gusta. Porque me apetece recibir a Laura y a Davinia de Málaga, o a otra gente que me lleva viniendo a ver dieciocho años. Que quieran pasar a saludarme me parece lo más bonito del mundo. Me encanta, no me molesta.

¿No hay nada que no te guste?

Hacerme fotos.

¿Y quieres volver a la interpretación?

No. No me apetece. Me encantaría si mañana me ofrecieran algo muy diferente a lo que he hecho. Desde que monté mi oficina se ha apoderado de mí una manera de hacer las cosas que hace muy difícil que yo pudiera funcionar con alguien escribiendo un guion y alguien dirigiéndome.

Si te vuelve a llamar Almodóvar…

¡Nos ha jodido! [Risas] Si me vuelve a llamar y me dice que tenemos que empezar el mes que viene a hacer una peli, seguramente le diría que no estoy preparado. Que estoy oxidado a nivel actoral. Tendría que prepararme el papel, trabajar durante bastante tiempo la colocación de la palabra, que es mi fallo de siempre como actor. He tenido un problema de dicción absoluto, también cantando. Hay mucha gente a la que le parece que es bonito que quede así mi gangosidad, pero es cierto que no vocalizo. Ahora ya más, pero al principio no vocalizaba nada cantando. Como actor era aún peor, no se me entendía nada. Así que tendría que trabajarlo bastante.

Le dirías «sí, pero dame un tiempo».

Bueno, a lo mejor me las estoy dando demasiado de listo…

No lo ponemos entonces, por si acaso nos lee Almodóvar.

No, ponlo, ponlo. Porque a lo mejor le resulta más atractivo así, más reto. «El poder del no» [Risas]. Y sobre la interpretación, hubo un día que de repente me dije: «O jodes o barres».

¿Y lo de componer para otros?

Es algo que surge muy esporádicamente. Si tengo una canción increíble prefiero quedármela yo a dársela a otro. En el disco actual sí llevo una canción que me escribió Leiva, estaba pasando un día jodido y hablamos. Al día siguiente me llamó y me dijo: «He hecho una canción que creo que habla de lo que me contaste ayer». Por eso la incluí.

¿Hay algo que no te atrevas a cantar?

Flamenco, porque me encanta y he crecido escuchándolo, mi padre es un gran flamenco. De pequeño he escuchado a Lole y Manuel, el Cabrero, el Agujetas, Camarón, Chocolate, Enrique Morente… Me encanta, pero creo que el flamenco viene de los testículos o de los ovarios. Tiene que nacer contigo, si no, es imposible. Yo te puedo cantar una rumba de Manzanita y nos partimos el ojete. Pero hacer algo más es casi profanar, así que es mejor respetar.

¿La música es caduca?

Hay mucha música que es muy caduca.

¿Crees que «un gran éxito conlleva una gran responsabilidad»?

En el éxito no. En lo humano. El aporte no siempre tiene que ser económico. A mí me apetece enseñarle a mi generación, y a la gente que viene a mis conciertos, que hay un montón de artistas en este país que tienen que conocer. Y llevo haciendo apología de ellos mucho tiempo: de Gabinete Caligari, de M Clan, de Ariel Rot, de los Ronaldos, de Sidonie, de Los Piratas… Esa es mi manera de ayudarnos y enriquecer la música española. Yo oigo todo tipo de música: me gusta Carlos Cano, Sidonie, Love of Lesbian y me puede gustar Conchita. ¿Y por qué cojones no puede ser así? Igual que de repente me puede gustar un párrafo de algo que diga un político de derechas, con eso no quiero ser políticamente correcto, todo lo contrario. He crecido oyendo Hombres G, pero también me gusta La Polla Records o Radiohead. Mucha gente se sorprendería de que haya crecido con Appetite for Destruction, y que tengo el vinilo con la portada original…

¿La fama o la popularidad te ha limitado a la hora de ir a conciertos?

No, ya no. Voy al fútbol los domingos con mi padre, tengo una popularidad bonita.

Llegaste a producir a otros grupos jóvenes como Sin Rumbo, pero no saliste muy bien parado.

Esa experiencia fue un tanto fea porque todavía estaba por en medio aquel señor, que no merece ni que le nombremos, y todavía quedaba su manera de funcionar.

En algún momento confesaste que tenías en la mesilla ese tipo de libros… autoayuda.

No, ya no. Es un timo, libro de aeropuerto. Prefiero ir al psicólogo que leer un libro de autoayuda. Me encantan las biografías, como a todos los músicos. Keith Richards, Mötley Crüe… Y, fuera de eso, Patria es el último que he leído. Es muy bonito y está contado muy fácil, aunque soy más cinéfilo y seriéfilo que de leer libros. Me encantan Ozark, Ray Donovan, Better Call Saul, Fargo y Shameless. Estas serían las series en las que me habría encantado actuar con veinte años.

Si tuvieras el poder de…

¿Un superpoder?

Vale.

Comer todo lo que quisiera sin engordar [Risas].

¿Hay músicos que te han mirado por encima del hombro?

Nunca lo he sentido. Creo que la única persona que ha hablado alguna vez mal de mí es Nacho Canut, pero yo contra él no tengo nada. De hecho, hay canciones de Fangoria que me flipan. Pero a él le jodía que saliéramos a Las Ventas y dijéramos: «Buenas noches, Madrid, viva la madre que os parió», o algo así. Con Olvido me llevo de puta madre, y él también me encanta. Pero, vamos, me parece genial; prefiero que lo digan a que finjan conmigo.

¿Estáis tan jodidos los músicos con el tema descargas?

Hay cosas ilegales y punto. Pero yo no soy juez ni policía.

¿Nunca te has bajado nada ilegalmente?

No. Ahora tengo streaming, pero antes me compraba también las películas y las series. El tema es el siguiente: si hubiera una tienda de barras de pan gratis iguales que las barras de pan que compramos todos los días y fuera legal como aparentemente parece, todos iríamos a por la barra de pan que no cuesta nada. Es ilegal de palabra, pero no está perseguido. Si entras en un concesionario y te llevas un coche, en una hora estarás en busca y captura. Pero te bajas toda mi discografía y no pasa nada, es algo aceptado. Luego está Spotify, que pagas nueve euros y tienes acceso a toda la música del mundo. Y genial, es el modelo que hay.

Luego está que los artistas y autores tengamos que luchar con las compañías de discos para que lo que nos devenguen anualmente por nuestros streamings sean una ruina o no. Esto lo estás haciendo por amor a tu profesión, pero también porque tienes que pagar el alquiler, ¿no? Pues yo igual. Lo que pasa que yo tengo menos derecho a quejarme porque vendo muchas entradas y no sé qué. Cuando das tu opinión sobre algo, si te va bien y tienes una solvencia económica por tu esfuerzo y trabajo, te dicen que te calles, que de qué hablas.

Aunque también te voy a decir otra cosa: a veces vivimos en un confort que nos hace estar menos pendientes de la SGAE, de las industrias… Porque vendemos tickets, porque nuestras canciones suenan en la radio… He vendido ochenta mil copias de mi disco en 2017. La primera semana de venta, el año pasado, fueron veinte mil personas a comprar el disco. Soy un afortunado, y lo único que puedo hacer es ayudar mucho, darle la mano a mi vecino y a mi compañero y quejarme poco. Ahora, también hay que hacerse autocrítica: pasamos mucho y tendríamos que estar más encima.

¿A qué cosas te refieres?

Al management, a la SGAE, a la industria… Deberíamos estar un poco más unidos entre nosotros, tener algo que nos ampare un poco más. Y que, por ejemplo, una entidad como la SGAE no se convierta en el coño de la Bernarda como se ha convertido. Que luego de cara a la galería, para todo el mundo, los que nos llevamos la mala imagen somos nosotros. Creo que hay cosas que hay que pagar y cosas que no.

¿Qué no hay que pagar?

Que por poner música en una peluquería o en un gimnasio tengas que pagar un canon a la SGAE. Eso me parece ridículo. Es absurdo. La SGAE lo que tiene que hacer es tener una contabilidad más transparente, algo que estuviera gestionado bien, que no hubiera tanta gente ahí dentro, parece una cooperativa.

Muchos músicos dicen con pesar que la única manera de ganarse la vida en este mundo es haciendo conciertos. ¿Es algo malo per se?

De la venta de discos, al final, tampoco saco mucho. Antes algo más, cuando vendías trescientos mil discos. Siempre he vivido de los conciertos. Siempre. Y es precioso. Vivo de la gente que viene a verme a un teatro y paga su entrada.

Dani Martín para JD 8

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10 Comentarios

  1. M ángeles Pérez.

    Me ha encantado tu entrevista, a lo largo de ella, palabras como, sufridor, frustración, miedo al compromiso, ganas, muchas ganas por todo, te iba comprendiendo, y luego me encuentro que dices que no tienes tdah?creía que si, desde luego Dani tienes toda una patología, jaja(SOY MADRE DE UNO) vicepresidenta de la asociación de tdah Badajoz. Mi ilusión era que algún día la apadrinar as, y tuviéramos la ayuda para nuestros chicos como otros famosos han ayudado, movéis el mundo y lo necesitamos ya que carecemos de ayuda. De igual manera seguiré tu música, por tu voz, tu letras y porque tienes duende Dani. Un abrazo.

  2. Más entrevistas tan buenas!

  3. ¿Alguna vez has pensado en hacer una autobiografía?, ¡me encantaría leerla! Y a lo mejor sería una manera de escribir tus momentos de euforia.

  4. Me encanta podría estar todo el día escuchandolo cantar y hablar me encanta me encanta es mi amor platónico ??

  5. Avelina pedrera

    Dani tenemos algo en común sufrir y miedos te vas poniendo una coraza y pa aún que con el tiempo tienen k salir ….pa fuera son pensamiento k uno tiene de sí mismo y si es difícil.. porque van en el ADN de la persona te admiro por el sacrificio y el tesón de la vida , ánimo guapo. Buenísima entrevista lo agradezco mucho.personalmente.

  6. Santo Bob. Qué forma de acumular incoherencias.

  7. Algún día deberíamos estudiar por qué nos sale más la inspiración en los malos momentos que en los buenos. Parece que a Dani Martín también le pasa como reconoce en la entrevista.

  8. Como dato, si quereis descargaros toda la biografia musical de dani martin, podeis hacerlo en la web: http://descargarmusicasgratis.net/

    Un saludo y espero que os sea de utilidad!

  9. En la entrevista se ve lo auténtico que es como persona y cómo ha llegado a ser un gran profesional de la música, aprendiendo de la experiencia, tiene canciones muy bonitas, algunas más rockeras que otras, pero como todos los cantantes del rock español, hay muy rockeros que meten mucha caña y otros que no meten tanta caña, pero vamos que los críticos del rock a veces son una puta mierda valorando canciones, y he escuchado rock y heavy,?? hay muchas vertientes en el rock, no se puede encajonar, se siente y sale de dentro y el artista lo hace fluir creando su propio estilo, XD mucha vida al rock y que siguan las nuevas generaciones creando magia…

  10. Pingback: El Canto de Loco: la clase media travestida de macarra por diversión

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