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Zona de rescate: La voz dormida, de Dulce Chacón

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Detalle de la cubierta de La voz dormida, de Dulce Chacón.

Dulce Chacón siempre me recordó a Roberto Bolaño. De hecho, ambos fallecieron el mismo año y los dos fueron conscientes del aprecio y la admiración de sus lectores en circunstancias muy trágicas, pues disfrutaron en vida de un efímero éxito literario que la muerte les impidió saborear mejor. En el caso de Dulce Chacón, gracias a su novela La voz dormida (2002), uno de los grandes títulos que —junto a Soldados de Salamina (2001) y Los girasoles ciegos (2004)— contribuyó a la configuración de la guerra civil como el más fecundo de los territorios literarios de la narrativa española contemporánea.

La obra más conocida de Dulce Chacón antes de La voz dormida (Alfaguara) fue Cielos de barro (Planeta) —ganadora del Premio Azorín de Novela del año 2000—, aunque tras su fallecimiento fueron reeditados sus poemarios, novelas y obras de teatro. Así, cuando Benito Zambrano llevó La voz dormida al cine en 2011, la memoria de Dulce Chacón permanecía vigente y vigorosa, pero algo había cambiado ya en la «lectura» de las ficciones sobre la guerra civil. De hecho, si La voz dormida hubiera aparecido por primera vez en nuestros días, quizá su fortuna editorial habría sido muy diferente.

Hasta que Javier Cercas, Dulce Chacón y Alberto Méndez no publicaron sus respectivas obras sobre la guerra civil a comienzos de los años dos mil, el tema no había sido abordado de manera frontal por los narradores españoles contemporáneos, a pesar del buen suceso de Luna de lobos (1985) de Julio Llamazares, Las máscaras del héroe (1996) de Juan Manuel de Prada o El lápiz del carpintero (1998) de Manuel Rivas, en cuyas obras la guerra civil era una atmósfera antes que una trama. No obstante, sin esos títulos y sobre todo sin Las armas y las letras (1994) de Andrés Trapiello, quizá los libros de Cercas, Chacón y Méndez no habrían sido los mismos. El caso es que Soldados de Salamina, La voz dormida y Los girasoles ciegos se convirtieron en fenómenos editoriales, crearon escuela y estoy persuadido de que allanaron el camino de la Ley de Memoria Histórica de 2007. Hasta ahí todo muy razonable, pero años más tarde se les reprochó su éxito, les echaron la culpa de las docenas de pésimas imitaciones y hasta les aplicaron una versión sui generis de la Ley de Memoria Histórica porque fueron acusados de contemporizar, relativizar e incluso de buscar la equidistancia entre víctimas y verdugos. En el caso de La voz dormida he leído acusaciones absurdas contra su presunto «final feliz», dizque expresado en un indulto franquista y en la boda religiosa de Jaime y Pepita.

Mi idea es que Dulce Chacón escribió una novela extraordinaria, para lo cual se documentó y luego arriesgó, porque en 2002 escribir sobre la guerra civil todavía no era una apuesta segura ni garantía de ningún éxito. Todo lo contrario, pues gobernaba el Partido Popular y Dulce Chacón fue una decidida activista contra la guerra de Irak. Por otro lado, cuando la novela apareció nada hacía presagiar que el signo del gobierno español cambiaría en 2004 y por eso creo que La voz dormida triunfó en las librerías y en el boca a boca de los lectores a pesar de las circunstancias políticas. Por otro lado, una novela como La voz dormida tuvo que haberse cocido durante varios años de investigación, entrevistas y corrección de borradores, lo que significa que tampoco fue una obra escrita al socaire del éxito de Soldados de Salamina, cuyas ventas tampoco fueron especialmente sobresalientes hasta el otoño de 2001, cuando Dulce Chacón ya había entregado el manuscrito a sus editores.

Lectora de teatro y ella misma autora dramática, Dulce Chacón aplicó en La voz dormida todos sus conocimientos de la escena y el discurso teatral, desde los diálogos hasta los monólogos, pasando por la construcción de espacios, la lectura de dramaturgos de posguerra como Sanchis Sinisterra o Buero Vallejo y sobre todo la redacción del fastuoso dramatis personæ de la primera parte de la novela, donde presentó una por una a todas las mujeres que convivían en aquella lóbrega cárcel de Las Ventas. La plasticidad teatral de La voz dormida tuvo que ser muy útil para su posterior adaptación al cine, aunque solo Benito Zambrano podría corroborar esta intuición.

Dulce Chacón falleció cuando había llegado a su plenitud como narradora. No le escatimo ningún mérito porque pienso que ya he demostrado que La voz dormida no fue el resultado de ninguna estrategia comercial. Tal vez hasta su páncreas sufrió mientras la escribía, porque Dulce Chacón siempre quiso darle voz al dolor de las mujeres y así sus criaturas hablaban a través de sus cuerpos maltratados, heridos, torturados, gestantes, enfermos, violados o febriles, pero siempre dolientes. Y ahora la voz dormida es la suya.

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Algunos libros nunca disfrutaron de la atención que merecían y ciertos autores fallecidos en su plenitud corren el riego de ser olvidados. En Zona de Rescate compartiré mis lecturas de ambas regiones —la Zona Fantasma y la Zona Negativa— porque la memoria literaria es tan importante como la otra. Distancia de rescate (¡gracias, Samanta!): 1985, año de mi venida a España.

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