Troles, hadas, ratones y curas
El padre Luis Coloma recibió el encargo desde el Palacio Real y por eso decidió que su historia la protagonizara el rey «Buby», como llamaba la Reina María Cristina a Alfonso XIII, que con ocho años acababa de perder un diente.
El Ratón Pérez vivía con su esposa, dos hijas y un hijo, en un caja de galletas de la conocida marca inglesa Huntley and Palmers, primer fabricante industrial, situada en la calle Arenal 8, donde se ubicaba la Pastelería Prast; un elemento real dentro del relato de fantasía. Con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo crudo y una cartera roja, el Ratón Pérez quiere que el niño rey lo acompañe a recoger el diente de otro niño muy pobre, para así mostrarle que el mundo no es solo como se percibe en palacio, que existen la pobreza, la injusticia y la desigualdad.
Coloma recibió el encargo para que el rey no tuviera miedo ante su pérdida, pero materializó una ficción que se transformó en leyenda. Una historia muy popular y que es el primer contacto que tenemos con la odontología, aunque el objetivo del autor tenía que ver con la igualdad social. «Sembrad en los niños la idea, aunque no la entiendan: los años se encargarán de descifrarla en su entendimiento y hacerla florecer en su corazón», dice Coloma en el prólogo.
El primer manuscrito de este cuento está encuadernado en tapas de cuero verde con broche de oro y se guarda en la cámara acorazada del Palacio Real. En 1902 se publicó por primera vez junto a otros cuentos de Coloma y en 1911 se publicó de forma independiente.
Juan Antonio Rojo, actual dueño de los derechos del Ratón Pérez cuenta: «Ya Platón en sus diálogos de Timeo y Critias hablaba de este tema, y antiguamente se hablaba del ratón del perae, una palabra latina para designar un saquito pequeño en el que meter una moneda o algo pequeñito. Hacia el 1200 el perae pasa a ser Pérez, uno de los apellidos más comunes del castellano junto a García. Creemos que se eligió este apellido por ser tan característico de nuestra lengua y por su similitud fonética con perae».
En un cuento francés del siglo XVIII de la baronesa d’Aulnoy: La Bonne Petite Souris (El Buen Ratoncito), se narra la historia de un hada que se transforma en un ratón para ayudar a derrotar a un malvado rey, se esconde bajo la almohada y se le caen los dientes (al rey malvado, por supuesto).
Puede que la primera aparición del Ratón Pérez en un libro fuera en La Hormiguita de la escritora Cecilia Böhl de Faber, que firmaba con el seudónimo de Fernán Caballero («Gustóme ese nombre por su sabor antiguo y caballeresco, y sin titubear un momento lo envié a Madrid, trocando para el público modestas faldas de Cecilia por los castizos calzones de Fernán Caballero»). La escritora era muy amiga de Luis Coloma.
Hasta Benito Pérez Galdós en su novela costumbrista La de Bringas menciona al Ratón Pérez.
Al Ratón Pérez o Ratón de los dientes en Francia se le llama ‘Ratoncito’ (la Petite Souris), en Italia es el Topolino, Topino (‘Ratoncito’) o Fatina (‘Hadita’) y en los países germanos, el ‘Hada de los dientes’ (Tooth Fairy). En Cataluña es l’Angelet (‘el Angelito’), en Vizcaya es Maritxu Teilatukoa (‘Mari la del tejado’) y en Cantabria es L’Esquilu de los Dientis (‘La Ardilla de los Dientes’).
En Corea, India, Japón y Vietnam, cuando a un niño se le cae un diente, es costumbre que lo lance al techo, si viniera de la mandíbula, o al piso, si viniera de la maxilar superior. Mientras se hace esto, el niño expresa un deseo de que el diente se sustituya por el diente de un ratón (ya que los dientes de los roedores crecen durante toda su vida). En Japón, una variación indica que los dientes superiores se lancen directamente hacia abajo, a la tierra y los dientes inferiores hacia arriba, al aire, para que los dientes permanentes crezcan derechos.
En países del Cercano Oriente existe una tradición de lanzar un diente de leche al cielo hacia el Sol o hacia Allah. Esta tradición se remonta al menos al siglo XIII.
El personaje ficticio Hammaspeikko (Trol de los dientes) es una adaptación del libro noruego Karius og Baktus escrito por Thorbjørn Egner y publicado en 1949. El libro presenta dos personajes relacionados con la salud dental, Karius (‘caries’) y Bactus (‘bacterias’). El libro fue traducido en finlandés como Satu hammaspeikoista (‘Un cuento sobre los troles del diente’) y publicado en 1961. Se cree que espíritus similares causan dolor de muelas en la antigua religión finlandesa. Comer caramelos atrae a los troles de los dientes, que perforan y dan miedo. Cepillarse los dientes los asusta. Un mensaje subliminal obvio, pero efectivo.
Bocas adultas
Unos dentistas británicos publicaron en el British Medical Journal un artículo donde desaconsejaban la tradición de poner el diente bajo la almohada relatando un caso en que un niño se tragó el diente en cuestión, y otro al que se le metió el diente caído en una oreja. El resto del colectivo profesional los señala como casos aislados y cuentan, en cambio, lo útil que una figura literaria puede ser para explicar un fenómeno biológico y natural como el recambio dental.
Hay un gran desconocimiento sobre la relación de nuestra boca de niños con nuestra boca de adultos. La falta de dientes al nacer y la falta en la tercera edad parece un ciclo, pero no lo es. Principalmente, porque la pérdida dental en los adultos mayores no tiene sentido biológico. Si bien parece que sucede lo contrario, la ecuación ancianos-prótesis dentales es una consecuencia de las enfermedades más frecuentes en las generaciones pasadas, pero ya se detecta un cambio, no solo por la evolución de técnicas de sustitución fija, como los implantes, sino porque los cambios de hábitos, principalmente de higiene y la mejora de los estilos de vida, hacen que en las sociedades desarrolladas los dientes envejezcan pero no necesariamente se pierdan.
Digamos que debe quedar claro que hay relación entre la salud bucal de los dientes temporales, de la niñez o de leche, y la de los dientes permanentes, pero no es la que se cree. Podríamos señalar dos situaciones. Si un niño tiene muchas caries y no hay ningún cambio de hábito, ¿por qué no habría de tenerlas de adulto? Pero no es una relación necesaria, las caries de los dientes de leche no se trasmiten a los dientes permanentes. La confusión suele venir de no querer asumir que la caries dental es una enfermedad multifactorial. Algunos adultos buscan una causa y, si es posible, inmanejable, como la genética o la acidez de la saliva. No es suficiente. Es necesario un sustrato adecuado y, sobre todo, es indispensable la formación de colonias bacterianas maduras. Dicho de otra forma, por más «ácida» que sea tu saliva (en plan Alien), si te cepillas correctamente y no comes dulces con frecuencia es difícil que tengas caries. No importa la edad que tengas.
La primera boca
El llanto al nacer es todo un símbolo. Basta el llanto de un bebé para que sepamos en cualquier película que «se ha dado a luz» a una nueva criatura. Llorar es la primer función que le damos a la boca, y respirar de forma accesoria o si tenemos tapada la nariz.
A veces olvidamos la enorme lista de funciones que tiene nuestra boca; comer y hablar dejan de lado soplar, eructar, silbar, escupir y otras más atractivas, como el sexo y besar, quizás la más importante de todas. También solemos olvidar la función de succionar. Curioso, viniendo de mamíferos.
La lactancia es clave en los lactantes, valga la redundancia. El movimiento mandibular de la lactancia es ideal para el desarrollo de la mandíbula y la futura posición ósea —y por lo tanto de los dientes—, así como los hábitos posteriores, como respirar por la nariz en vez de por la boca.
El control de esos hábitos es clave en la futura salud bucal. La deglución atípica infantil, poner la lengua entre donde van los dientes, es un reflejo que algunos niños conservan cuando ya tienen toda la dentición y genera un espacio o «mordida abierta». Similar maloclusión se produce por el excesivo uso del chupete o por chuparse el dedo.
Es común la pregunta ¿cuándo debe comenzarla higiene? Se recomienda limpiar los maxilares con una gasa estéril después de cada lactancia. Pero lo cierto es que, mientras no hay dientes, no hay riesgo de caries, pues las bacterias necesitan la superficie de los dientes para colonizarlos. Las caries dentales son eso, dentales.
A los seis meses comienzan a salir las primeras piezas. En general, es un proceso que dura hasta el año. Suelen salir los inferiores de delante, luego los superiores y más tarde los posteriores. Salvo excepciones (agenesias por síndromes u otras causas) en esos meses además de una excesiva salivación y algún pico de fiebre, nadie se salva de esa pequeña inflamación de los gérmenes viendo la luz para alegría de los parientes y suplicio de la madre que aún da teta al niño. Como todo proceso inflamatorio, algunos pequeños lo viven con más intensidad, se le suman al dolor diarreas, alteración de la conducta, del sueño y, por supuesto, de la alimentación. El frío suele ser un buen aliado para ayudar al alivio de esa situación, así como los estímulos. Medicar un proceso largo y natural nunca es buena idea.
Una vez que salen los primeros dientes, aparece el factor clave que cuidar. Mantenerlos limpios, tratar de que el contacto con las bacterias sea lo más tardío posible (para eso es bueno evitar compartir cuchara, limpiar el chupete con la saliva del adulto y todos esos gestos entre cariñosos y asquerosos a los que los sometemos). Hace muchos años en Brasil se había discutido una campaña que recomendaba no besar a los niños en la boca, pero no prosperó porque se temió dar un mensaje equivocado (imaginen un cartel: «Trate de no besar a su hijo»).
Es bueno que quienes optan por la lactancia materna y también los que dan biberón sepan que cualquier alimento puede ser procesado por las colonias cariogénicas y se dan casos de «caries rampantes», muchas caries en toda la dentición. Esto es más frecuente en quien pone azúcar o miel al biberón o al chupete, sobre todo para irse a dormir. Todo un tema en los niños que se duermen con la teta o el biberón en la boca. Hay quien recomienda lavarles los dientes antes, por lo menos no hay colonias maduras esperando combustible.
Los dientes de leche
El nombre viene de que son pequeños y blancos. También se la llama dentición decidua o temporal. El nombre da lugar a confusión. Hay quien piensa que estos dientes, porque cambian, no son importantes. Incluso se tiene la fantasía de que no tienen raíces. Y que si los ponemos bajo la almohada un ratón los cambia por una moneda.
La dentición temporaria tiene veinte piezas (cuatro dientes arriba y abajo, los caninos y dos muelitas por lado), la diferencia con la permanente es la ausencia de premolares, en su espacio están los molares de leche. Por lo demás, son dientes, pequeños órganos similares a sus parientes adultos. Con corona y raíz, esmalte, dentina y pulpa dentaria. Es cierto que tienen diferencias, propias del futuro recambio y de las condiciones que vivirán. Tienen raíces más abiertas para que haya espacio para el que viene debajo, se produce durante la erupción una reabsorción de la raíz para que pierda soporte y permita el recambio. Además, la dirección, el eje que llevan en el hueso, está preparada para que si el niño se cae de boca su diente se rompa sin estropear a su sucesor. El esmalte es más delgado porque antes de que comience el recambio la boca hace un desgaste para poner a cero la mordida y permitir que salgan las nuevas muelas. De allí surge el mito de las lombrices intestinales que hacen que los niños hagan ruidos nocturnos, rechinando los dientes. Es un bruxismo biológico, necesario, planificado por la naturaleza. Aunque es cierto que en algunos casos de mucho estrés o demasiado estímulo puede ser algo más intenso de la cuenta.
Pero, como todos los dientes, los de leche se fracturan con una caída o masticando una canica (no lo hagan en casa, chicos) y, por supuesto, se ven afectados por caries, que sufren el mismo proceso y tienen similar tratamiento. Similar. Algunos estudios indican que el proceso de inflamación del nervio si la caries llega hasta allí es diferente, la pulpa no tiene la misma cantidad de células que forman tejidos duros del diente y el proceso de dolor también cambia, duele menos tiempo y se desactiva con más rapidez. La naturaleza no tiene la misma necesidad de preservar la pieza, sabe que esta cambiará, pero eso no le resta importancia. Ese diente tiene una función clave, que es preservar el espacio para el que viene. Si se pierde, generaría una alteración que luego habría que corregir. Y, más importante aún, esa caries desarrollada nos relata que existen en esa boca todos los factores que la producen. No es que necesariamente el diente permanente vaya a tener caries, pero, si algo no cambia, ¿por qué no habrá de tenerla? Hasta Paulo Coelho lo usaría como metáfora de la actitud ante la vida.
Existe una corriente que insiste en preservar la salud de los dientes permanentes, pero recomienda para ello no sumar experiencias traumáticas en los tratamientos de los temporarios. Este es un punto de debate profesional histórico, que ayuda si en lugar de generalizar se estudia caso a caso y se consulta a los especialistas.
La crisis de los seis años
Sucede en las parejas, pero también en las bocas. A los seis años (más o menos, no creerán que nuestro cuerpo usa el calendario grecorromano), sin haberse caído ninguna pieza, para sorpresa de los padres despistados, sale el primer molar definitivo. Detrás de todos los dientes de leche. Uno en cada lado.
La boca es pequeña pero el molar es el de un adulto, una vez que sale no crece más; lo mismo pasa con los primeros dientes que erupcionan a continuación. Para horror paterno: «¡Le ha salido un diente desproporcionado!». Calma, padres del mundo, los chicos crecen. A menudo los hijos se nos parecen (eso dijo Serrat), por lo que el tamaño dental de los padres suele ser una guía.
Allí atrás, a medio salir en una boca que ya ha tenido historia de caries, en un pequeño más preocupado de jugar que de tener una higiene personal estricta, esa pieza dental, a la que se le supone una larga vida por delante, puede estar expuesta, con su esmalte inmaduro y sus surcos marcados. Por eso es importante que hayamos logrado que para esos locos bajitos (sed conscientes de la influencia de Serrat en mi generación) ir al dentista sea una actividad normal, cotidiana, agradable y no una experiencia llena de miedos.
Los hijos y el miedo
No piensen en un elefante. En efecto, no se puede. Algo parecido sucede con el dolor. Algunos padres usan la errónea estrategia de «preparar a los chicos» para su visita al odontólogo, y lo hacen tratando de contar su experiencia. Es un lindo ejercicio para la vida en general. Dejar que ellos tengan sus propias experiencias y, por supuesto, hablar con el profesional para asegurar que estas, las primeras, sean positivas. Evitar decir «no duele nada», por ejemplo. Los niños no tienen por qué asociar el dolor a ir al dentista, pero solo decirlo ya incluye la posibilidad. Los odontopediatras tienen (en general) las técnicas estudiadas para actuar en cada caso. «Decir-mostrar-hacer», es una de ellas. Al final, como cualquier elección de una relación entre personas, el feeling entre las partes, la sintonía, la comunicación son la clave. Llenar esa situación de descripciones (en general erróneas) de los tratamientos, promesas de recompensas (¿por qué recompensarlos por algo que es para beneficio de su salud?) y de invasión del espacio transmitiendo miedos no deja generar la experiencia propia. Y, tal como insinuamos antes, es una fórmula interesante para la vida. Queridos padres: ¿de verdad tienen una vida tan maravillosa y llena de conclusiones certeras? Si al niño se le dice una aguja «así», se imagina una lanza. «Un pinchacito» en su cerebro resuena como una estaca para Drácula, «el ruidito» es un atronador sonido y, aunque nos desviamos del tema, años más tarde «esta carrera tiene futuro» puede ser una frustración propia, «esa amistad no te conviene» puede ser un juicio prematuro, «esa pareja no es para ti» puede ser una intromisión en la intimidad, «yo a tu edad…» suele ser una mentira o una engaño de la memoria. A veces es bueno quedarse en la sala de espera. Toda una metáfora sobre la crianza.
Tiempo de juego
Existe una corriente odontológica (guiada por el prestigioso doctor argentino Hugo Rossetti) que usaba el término «dientes descartables» para referirse a esta dentición. Su intención era hacer énfasis en el concepto de que toda la energía y el tratamiento debía enfocarse en la prevención y el cuidado de los dientes permanentes. Llegó a estudiar lo que sucedía con caries avanzadas y procesos infecciosos en niños, mostrando que no alteraban ni la salud general ni la dentición permanente. Simplemente vigilando, evaluando, aplicando técnicas preventivas y poco invasivas, controlando la dieta (en especial los llamados «momentos de azúcar») y educando a niños y padres, casi sin intervenciones curativas.
También existe la escuela opuesta, que llega a la sedación de los niños para su rehabilitación total, realizando empastes (las amalgamas de plata y mercurio fueron prohibidas el pasado año en Europa), tratamientos de la pulpa dental, extracciones y mantenedores de espacio (recuerden que una de las funciones principales de los temporales es guardarles el sitio a los permanentes, por lo que si se pierden de forma prematura hay que cuidarles el lugar).
Como suele suceder, en la combinación, el sentido común y el estudio de cada caso está el equilibrio más sensato.
Cáspita, qué buen artículo divulgativo! Casi como una fábula para leer a los niños en la cama. Siendo influenciado por Serrat, es extraño que no haya hecho mención a esos hermosos versos de Miguel Hernandez, Nanas de la cebolla,
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Un placer haberlo leído.