Arte y Letras Historia

Breve historia del comérsela doblada

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Fotografía: NASA (DP).

En 1997 un estadounidense de catorce años llamado Nathan Zohner participó en una feria científica local, la Greater Idaho Falls Science Fair, con un proyecto personal basado en convencer a sus compañeros de instituto de la necesidad inmediata de prohibir el monóxido de dihidrógeno (MODH o DHMO). Durante varios días Zohner recogió firma para vetar dicho compuesto alegando una serie de razones científicamente probadas. Estas eran las que siguen:

  1. El MODH puede causar sudoración excesiva y vómitos.
  2. Es uno de los componentes principales de la lluvia ácida.
  3. Puede causar quemaduras severas en su estado gaseoso.
  4. La inhalación accidental  puede matar a una persona.
  5. Contribuye a la erosión.
  6. Disminuye la eficacia de los frenos de automóviles.
  7. Se ha localizado en tumores de pacientes que padecen cáncer terminal.

Todas aquellas afirmaciones eran ciertas y, entre los cincuenta estudiantes entrevistados, Zohner recogió cuarenta y tres firmas a favor de prohibir el MODH, seis abstenciones y una persona que se opuso en redondo. El proyecto ganó el primer premio en aquella feria de ciencias de Idaho, pero no porque el monóxido de dihidrógeno fuese un compuesto peligroso sino porque la ignorancia de la gente podría ser un elemento peligroso: el estudiante que se opuso a firmar la petición lo hizo al reconocer que el monóxido de dihidrógeno en realidad es el nombre que según la nomenclatura química recibe el agua. El proyecto de Zohner, que en realidad no tenía nada que ver con prohibir un elemento vital, se titulaba ¿Hasta qué punto somos crédulos? Y se centraba en analizar los resultados de aquella encuesta tramposa. Lo gracioso del asunto propició que el periodista James K. Glassman acuñase el término «zohnerismo» para etiquetar el «uso de un hecho verdadero para  conducir a un público científicamente ignorante hacia una conclusión falsa».

Colársela doblada a todo el mundo es un arte que lleva practicándose desde que el mundo existe. Desde las hadas mágicas que supuestamente fotografiaron Elsie Wright y Frances Griffiths en 1917, hasta la leyenda popular que afirmaba la compra de la Iglesia católica por parte de Microsoft (un upgrade que «implementaría la sagrada comunión vía PC») pasando por cosas tan legendarias como aquella La guerra de los mundos que acojonó con una invasión extraterrestres a más de un oyente crédulo cuando Orson Welles la engalanó como un informativo radiofónico. Leyendas urbanas, hoaxes muy elaborados, bromas perpetradas aprovechando el April Fools’ Day, o farsas construidas a modo de venganza contra la prensa local. A veces la historia también se puede escribir a base de engaños, y es más divertido así.

1700: El Turco

Wolfgang von Kempelen se presentó en 1770 en el palacio de Schönbrunn ante María Teresa I de Austria empujando una gigantesca máquina cuyas virtudes prometían dejar en bragas al resto de diversiones que animaban las tardes de la corte. El cacharro en cuestión era conocido como el Turco y estaba compuesto por una estructura en forma de mesa sobre la cual reposaba un tablero de ajedrez junto a un autómata ataviado con turbante y ropas otomanas. Von Kempelen presentó aquel robot del siglo XVIII como una máquina compleja capaz de derrotar jugando al ajedrez a los seres humanos más duchos. Y para no levantar sospechas de fraude también mostró al público, gracias a una serie de portezuelas instaladas en la propia estructura, que el interior del dispositivo estaba exclusivamente compuesto por engranajes.

El Turco resultó ser un artefacto tan avanzado como para mover sus piezas utilizando su propio brazo de autómata, e incluso ser capaz de corregir el movimiento enemigo (negando con la cabeza y recolocando la ficha) cuando su oponente hacía algo ilegal. El conde Ludwig von Cobenzl fue el primero en enfrentarse al invento de Von Kempelen y salir escaldado, pero no sería el único: durante los años posteriores, la fama de aquel Turco lo llevó a realizar giras alrededor del mundo durante más de ochenta años, cambiar de dueño varias veces (perteneció al músico Johann Nepomuk Mälzel a Eugène de Beauharnais y a John Kearsley Mitchell, entre muchos otros) y a derrotar a gente tan ilustre como Benjamin Franklin o Napoleón Bonaparte.

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Ilustración de la pinta que lucía el Turco. Imagen: DP.

La trampa del Turco, aquella que el doctor Silas Mitchell etiquetó como «el secreto mejor guardado de la historia», era que no tenía nada de la inteligencia artificial y sí mucho del truco más viejo del mundo: aquel autómata escondía en su interior a un ajedrecista profesional (y bajito) que observaba las jugadas y controlaba el brazo del robot a través de una serie de palancas y mecanismos complejos. Todo aquel engaño funcionaba porque el diseño de la máquina permitía al ocupante oculto moverse, escurrirse y agazaparse por su interior cuando el dueño del aparato mostraba sus engranajes al público durante la presentación inicial. Por lo visto, convencer a los espectadores de que no había nadie en su interior (a través de flexiones de señores bajitos y efectos ópticos en este caso) bastaba para que no volvieran a pensar en ello.

1900: Hans el listo

Cuando el siglo XX estaba a punto de arrancar, el profesor de matemáticas alemán Wilhelm von Osten se emperró en demostrar que los animales eran capaces de dominar las ciencias numéricas y dedicó sus esfuerzos en tratar de encontrar alguna especie que le ayudase a confirmarlo. Tras fracasar intentando instruir a un gato y a un oso, von Osten encontró un alumno digno en la piel de un equino, llamado Hans, que parecía ser capaz de sumar, restar, multiplicar e incluso leer textos en alemán.

Der Kluge Hans (Hans el listo) no tardó demasiado en convertirse en una estrella y protagonizar giras junto a su amo y maestro, eventos donde fascinaba a las masas con su buena pata para los cálculos. En aquellos shows von Osten efectuaba diferentes preguntas matemáticas a Hans (o se las mostraba escritas en alemán), unas cuestiones a las que el jamelgo contestaba golpeando el número correcto de veces con los cascos en el suelo. El caballo se hizo tremendamente popular, y aquellos expertos que se acercaron para examinarlo no descubrieron nada sospechoso en el animal que hiciese dudar de la veracidad de su cerebro calculadora. Hasta que llegó Oskar Pfungst y descubrió que todo el asunto era un engaño tan sutil como para que ni siquiera el propio von Osten fuese consciente de que también estaba siendo estafado por el equino. Hans en realidad no tenía ni idea de números, pero había aprendido a reaccionar al lenguaje corporal de su maestro: tras cada pregunta se arrancaba a golpear el suelo y solo se detenía cuando los pequeños detalles en los movimientos de von Osten (producidos por la tensión o nerviosismo) le indicaban que era el momento, de ese modo la mayoría de las veces frenaba por completo el repiqueteo cuando se encontraba en el número correcto. Pfungst descubrió que Hans el listo era extraordinariamente hábil para leer aquellos gestos casi imperceptibles sin que von Osten (que seguía convencido de que el animal era capaz de leer y realizar cuentas) fuese consciente de proporcionarle las pistas. Ostan fue cómplice de un engaño sin saberlo, y desde entonces se denomina «fenómeno de Hans el listo» a la «acción de proporcionar pistas de manera inconsciente e involuntaria».

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Wilhelm von Osten y Hans, superstars de las matemáticas. Imagen: DP.

1930: Nessie

El abad Adomnán de Iona (c.624–704) fue el primero en tomar nota de la presencia de una criatura aterradora buceando alegremente en las aguas dulces de Escocia. Lo hizo en el capítulo veintiocho de su Vita Sancti Columbae al describir cómo Columba de Iona se tropezó con la víctima de un monstruo que patrullaba el río Ness (que no el lago) y decidió plantar cara al bicho hasta acojonarlo del todo. En los años treinta, y tras la construcción de una carretera bordeando el lago Ness, los avistamientos del supuesto monstruo comenzaron a ser mucho más frecuentes: en 1933, George Spicer y su mujer aseguraron que su vehículo fue adelantado por una bestia de ocho metros de largo y cuello espléndido que se zambulló en el lago. Meses más tarde, Hugh Gray se presentó con una supuesta fotografía del monstruo que en realidad era un efecto óptico similar al clásico dibujo que remezclaba un pato y un conejo: la instantánea parecía al mismo tiempo un perro con un palo en la boca y un cisne sumergiendo la cabeza en el agua, aunque los expertos decían que lo más probable es que se tratase de una nutria gorda.

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Nessie, según Hugh Gray. Un perro o un cisne, según el resto del mundo.

A principios de 1934 otro caballero llamado Arthur Grant aseguró que mientras paseaba en moto casi se había escoñado contra el ser legendario, y acompañó el testimonio de un dibujo del animal realizado tirando de memoria. Pero el verdadero follón llegaría durante el abril de aquel mismo año, cuando el periódico Daily Mail publicó la que parecía ser la primer instantánea real de Nessie, el monstruo del lago Ness. Una imagen borrosa que había sido suministrada al diario por un ginecólogo londinense llamado Robert Kenneth Wilson, que inicialmente optó por mantenerse en el anonimato. Desde entonces aquella imagen ha sido utilizada como prueba irrefutable de que el bicharraco existe y chapotea por el lago.

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Extracto del Vita Sancti Columbae de Adomnán de Iona. Y garabato de Arthur Grant.

Hasta que en 1994 se descubrió que la foto fue una artimaña perpetrada por Marmaduke Wetherell y lo que la cámara había captado no era una criatura legendaria sino un submarino de juguete al que se le había pegado la cabeza de un dinosaurio de plástico. Ocurría que todo aquello formaba parte de un hoax que Wetherell planeó a modo de venganza contra el Daily Mail después de que en el periódico se rieran de él por haberse tragado que unas huellas en los alrededores del lago Ness pertenecían a Nessie (huellas que en realidad, y para vergüenza del hombre tras enviar fotos de las pisadas al Museo de Historia Natural, habían sido realizadas por algún gracioso utilizando un paragüero con forma de pezuña de hipopótamo). A la hora de cocinar su revancha fotográfic, Wetherell contó con la colaboración de su propio hijo (Ian Wetherell) para hacer las fotos, su sobrino (Chris Spurling) para construir el modelo de Nessie y la complicidad del doctor Wilson para presentar como propias una par de fotografías junto a una historieta creíble sobre su avistamiento. De todos modos, que la foto más famosa del animal sea un fake a modo de vendetta personal no logró extinguir la leyenda. Desde los años treinta el número de supuestos avistamientos y las expediciones en busca del animal, comandadas por gente tan obsesiva como el cabezota de Robert H. Rines, han propiciado que sea más fácil creer que Nessie está acampado en las profundidades del lago que el no hacerlo.

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La legendaria foto fraude de Marmaduke Wetherell.

1940: Tu Cthulhu interior

Durante los años cuarenta, en el periódico Boston Evening Traveller se publicó una noticia extravagante, embarazosa y viscosa con ramalazos de terror lovecraftiano. Un artículo que narraba el trágico destino de una chica de bien que una buena mañana amaneció embarazada sin haber catado previamente varón. Tras incómodas explicaciones y un examen médico vía rayos X se descubrió algo aterrador: durante uno de sus chapuzones playeros, aquella chica había ingerido accidentalmente un huevo microscópico de pulpo, un embrión que había eclosionado en el interior de su estómago y crecido hasta convertirse en un pulpo okupa que se extendía invadiendo el interior del cuerpo de la chiquilla.

Ningún ser inteligente se hubiese creído aquella noticia por mucho que estuviese impresa en un periódico, pero el raciocinio humano es especialmente hábil en lo de regatear la lógica y más de una, de dos, y de varios miles de personas se tragaron que una chavala hospedaba en su interior a Cthulhu por culpa de haber nadado un rato con la boca abierta. En realidad aquella historia era una leyenda urbana que llevaba años circulando entre los crédulos. Una con diferentes versiones que modificaban tanto el origen de la protagonista (en ocasiones era una mujer londinense, pero en otras era californiana o iraní) como la naturaleza de la criatura (a veces era un pulpo, pero otras se hablaba de una rana, una serpiente o un lagarto). Lo gracioso es que, pese a que la noticia había sido desmentida varias veces, a la gente no le costaba demasiado creérsela. Porque nada resulta más tranquilizador que sospechar que hay alguien que ha parido cosas con tentáculos.

La fantasía de la mujercita preñada por un pulpo tenía más de leyenda urbana tradicional que de hoax técnicamente dicho (un hoax es una mentira perpetrada conscientemente por alguien para engañar a otro alguien), pero ilustraba muy bien que la mayoría de la población es capaz de tragarse cualquier locura si los medios se hacen eco de ella.

1950: The Spaghetti Incident

El uno de abril (el April Fools’ Day, una jornada equivalente a nuestro Día de los Inocentes) de 1957, el programa Panorama de la BBC emitió un segmento informativo de tres minutos de duración donde se mostraba a una familia del sur de Suiza enfrascada en la tarea habitual del aquella época del año: recolectar pasta que brotaba de las ramas de uno de los típicos árboles de espaguetis.

La reputación seria y formal de la BBC, unido al hecho de que en los cincuenta ningún inglés parecía tener muy claro de dónde venían los espaguetis, favoreció que la evidente coña fuese devorada por un buen montón de espectadores ingenuos. Tras la emisión, la cadena comenzó a recibir llamadas de gente preguntando dónde se podía adquirir, o cómo se podía cultivar, uno de aquellos árboles de espaguetis.

1990: Hombrecillos grises

A mediados de los noventa, cuando medio planeta ansiaba toquetear las cabezas de hombrecillos from outer space por culpa de las aventuras de Mulder y Scully, los responsables de Fox Television emitieron en exclusiva un misterioso vídeo descubierto por el productor musical Ray Santilli y titulado Alien Autopsy. Una pieza que daba exactamente lo que prometía: diecisiete minutos de científicos sospechosos hurgando entre las tripas de lo que parecía ser un extraterrestre en modo muñeco. El propio Santilli aseguraba que aquella cinta había sido rescatada del interior de un platillo volante que se la pegó en Rosweell  allá por 1947, y que dicho documento había llegado hasta sus manos gracias a un militar que prefería no dar su nombre por si acaso le llovía alguna colleja desde el Area 51. En Fox programaron aquella charcutería marciana como parte de un programa especial llamado Alien Autopsy: (Fact or Fction?) en el que también se ofrecían entrevistas a ufólogos expertos como Kevin D. Randle, profesionales del cine y los FX como Allen Daviau y Stan Winston o forenses como Cyril Wecht y Chris Milroy. El programa fue un éxito  y en la Fox aprovecharon su popularidad para reemitirlo en dos ocasiones más (obteniendo siempre buenos datos de audiencia), se convirtió en uno de los temas más comentados en los corrillos conspiranoicos, arrasó en los videoclubs y se vendió a más de una treintena de países. El Times apuntó que desde el famoso vídeo de Abraham Zapruder, aquel que capturó el instante en el que John Fitzgerald Kennedy recibía balas en Dallas, ninguna otra secuencia había sido estudiada por tanta gente con tanta dedicación.

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Es como A serbian movie, pero más creíble. Alien Autopsy.

Una década después, el propio Santilli y el productor Gary Shoefield confesaron que lo de trocear chorizo extraterrestre en realidad había sido un montaje. Pero uno, según sus propias palabras, que era mentira a medias: Santilli y sus colosales huevos optaron por no bajarse del carro del todo y explicar que en realidad Alien Autopsy era una reconstrucción de la cinta de una autopsia alienígena real que él tuvo el placer de presenciar durante 1992 en una reunión secreta. Como excusa el hombre alegó que cuando fue capaz de reunir la pasta necesaria para comprar el metraje original descubrió que la cinta había sido almacenada en condiciones tan cochinas como para que la mayor parte del celuloide resultase inutilizable. Un descubrimiento que le inspiró para reconstruir en la ficción aquello que supuestamente había visto en la cinta original. Para lograrlo fichó a un John Humphreys (un tío que había colaborado en los FX de Max Headroom o Doctor Who) que le esculpió alienígenas creíbles. Muñecos rellenos de sesos de oveja bañados en mermelada de frambuesa, nudillos de animales comprados al peso en carnicerías y entrañas de pollo. «Tal y como yo lo veo, esto no es diferente a realizar un trabajo de restauración sobre una obra de arte como la Mona Lisa» justificaría Santilli sin que nadie le hiciera mucho caso. Al fin y al cabo, en Fox ya se habían olido la tostada durante la producción del especial noventero: el equipo detrás del programa  Alien Autopsy: (Fact or Fiction?) no había tardado mucho en descubrir que Santilli y compañía cabalgaban sobre un farol gigantesco. Pero al informar a los mandamases de Fox estos se taparon los oídos, canturrearon muy alto, ordenaron editar las entrevistas del programa en las que alguien ponía en duda la veracidad de la autopsia y vendieron el producto como algo real. La ficción de la propia cadena sí que se permitió hacer mofa del asunto en 1996: el episodio de Expediente X titulado «El espacio exterior de Jose Chung» convirtió a Dana Scully en protagonista de un bochornoso documental titulado Dead Alien! Truth or Humbug? donde se realizaba una autopsia a un falso marciano.

2000: Minimininos

En el año 2000 internet aún era un terreno extraño para gran parte de la población y los que se atrevían a asomarse a sus ventanas la mayoría de las veces volvían al mundo real con cara de asco. En aquel páramo virtual degenerado y sin normas solo parecían coexistir dos cosas verdaderamente puras: el porno y los gatitos. El ser humano, retorcido por naturaleza, fue capaz de retorcer una de ellas. Hasta meterla en un tarro de cristal.

En octubre de aquel 2000 una perturbadora web afincada en el dominio BonsaiKitten.com se volvió absurdamente viral. Su creador, un tal doctor Michael Wong Chang, tenía el lugar empapelado con fotos de gatitos embotellados en tarros de cristal y aseguraba que la práctica de envasar mininos al vacío era un «arte perdido» hermanado con el cuidado de los clásicos bonsáis de jardinería. Según Chang, siguiendo una serie de instrucciones precisas era posible lograr que los gatos crecieran en el interior de aquellos tarros rectilíneos, moldeando sus huesos dentro del envase y obteniendo el aspecto de felinos de tamaño reducido, de pequeños gatitos bonsai. La web provocó una tremenda alarma social, miles de peticiones online para tirar abajo el dominio y demandas de asociaciones en defensa de los animales que solicitaban encarcelar al doctor Chang. En un momento dado se pusieron en marcha varias investigaciones oficiales, incluida una organizada por el mismísimo FBI, para descubrir si realmente había un puto loco embotellando gatitos. Pero las pesquisas demostraron que ningún gato había sido maltratado realmente bajo el techo virtual de BonsaiKitten.com, porque todo resultó ser una inmensa broma. Una ideada por un estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusetts que, inspirado por aquellos melones rectangulares cultivados dentro de tarros, se inventó el personaje del doctor Chang para crear una sátira sobre la percepción actual de la naturaleza como un bien de consumo. Que lo hiciera con más o menos gusto es cuestionable, pero que se le fue de las manos es evidente.

Dark side of the moon

En abril de 2002 el reputado cineasta francés William Karel, un hombre con más de una treintena de documentales en su filmografía, presentó en la cadena Arte una película de investigación titulada Opération Lune (Operación luna en España y Dark Side of the Moon en tierras norteamericanas). Una cinta que a través de datos, metraje y varias entrevistas a gente como Buzz Aldrin, Christiane Kubrick (viuda de Stanley Kubrick), Henry Kissinger o Donald Rumsfeld, se atrevía a confirmar que las imágenes emitidas del aterrizaje en la luna, realizado por el Apolo 11 en julio de 1969, habían sido un montaje ideado por la CIA y dirigido por el prestigioso Stanley Kubrick que acababa de rodar la flamante 2001: Una odisea del espacio. Una farsa que Richard Nixon decidió encubrir ordenando (cuando estaba borracho por lo visto) asesinar a gran parte de los implicados en la mentira.

El documental resultaba de lo más interesante, pero Karel no había sido el primero en sospechar de la veracidad de aquel aterrizaje en la luna. A mediados de los setenta un tipo llamado Bill Kaysing se consagró como el papá de todas las conspiraciones sobre alunizajes al publicar un libro titulado We Never Went to the Moon: America’s Thirty Billion Dollar Swindle. Y hace un par de décadas la gente ya discutía con ganas en los rincones de una internet prehistórica la posibilidad de que Kubrick hubiese estado implicado en todo el asunto.

Lo que sí que había hecho Karel era reírse de todos aquellos pistoleros solitarios conspiranoicos de marca blanca, porque su Opération Lune era en realidad un mockumentary disparatado. El director había engañado a gente como Vernon Walters, Christiane Kubrick y su hermano Jan Harlan o Buzz Aldrin entrevistándolos con excusa vagas (y no relacionadas con el asunto del fraude lunar) para poder editar en la sala de montaje sus declaraciones y amoldarlas a su película. Karel también había remezclado y falseado metraje existente de Richard Nixon, Lawrence Eagleburger, Richard Helms (director de la CIA) o Alexander Haig.

Pero a pesar de lo delirante que resultaba todo, y de que la propia Opération Lune lanzaba pistas muy evidentes al espectador (algunos supuestos testigos entrevistados tienen nombres de personajes de película como Jack Torrance, Eve Kendall o David Bowman y durante los créditos asoman las tomas falsas) un buen montón de chiflados se creyeron que la película iba en serio y acabaron colocando en YouTube pequeños extractos del film al considerarlos pruebas irrefutables de sus teorías. William Karel confirmó que se sorprendió cuando comenzó a recibir emails de gente felicitándole por «poner en evidencia el hoax sobre la luna». El director de lo que en realidad era un hoax sobre otro hoax descubrió de aquel modo que la gente no siempre es muy lista, o simplemente disfruta comiéndoselas dobladas.

(Continúa aquí)

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Pisada de Aldrin sobre la superficie lunar. Imagen: DP.

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13 Comentarios

  1. El fenómeno de Hans el listo es el mismo que parodian en el capítulo Smart and Smarter de Los Simpsons.

    El bulo del pulpo debe estar relacionado con el del esperma de ballena en el mar.

  2. Enantiomorfo

    Me acuerdo que la autopsia de los alienígenas fue la primera noticia dada como verídica en un «informativo» de Antena3, descrita por la periodista como la noticia más importante de todos los tiempos. El nivel del periodismo español no ha cambiado mucho desde entonces.

  3. La que nos metieron doblada en España fue la de Ricky Martin en Sorpresa Sorpresa. Eso fue digno de estudio. ¿a quien se le pudo ocurrir una historia así? ¿Cómo derivó la Nocilla, en mermelada o paté?

  4. Yo recuerdo perfectamente la primera vez que vi «Operación Luna» sin saber la historia, y pasarme todo el documental con la boca abierta pensando «no puedes ser..»… también ver las tomas falsas y suspirar de alivio.. y ya luego buscar información y enterarme de todo el tema..

  5. Lo de Operación Luna nos lo hizo el Follonero a cuenta del 23F… Beatriz Talegón se la comió dobladísima.

  6. Josefa Pinto Buenache

    Si a todos estos que disfrutan tanto engañando a la gente, les dieran una somanta de palos en la plaza pública hasta que se les cayeran los dientes, no creo que quedara mucha gente con ganas de reírse de las almas cándidas.

  7. Recuerdo cuando hace poco publicaron dos fotogramas de la serie Lost como si fueran las últimas fotografías tomadas por un pasajero de un avión de Air France que se estrelló en Brasil

  8. Y que decir de los “Gamusinos” que tanto buscamos cuando éramos jóvenes!…

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