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Javier Cámara: «¿Cómo que los actores españoles no estamos acostumbrados a las críticas? Si nos critican cada vez que trabajamos»

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Esta entrevista fue publicada originalmente en nuestra revista Jot Down Smart número 27

Él no lo ve, pero a Javier Cámara (Albelda de Iregua,1967) le sobrevuela un halo de afecto nada impostado. Cuando aterriza en un lugar, el ambiente se vuelve radiante instantáneamente. «Bonito», diría él, si se diera cuenta. Lleva la palabra colgando de las comisuras y los diminutos ojos le hacen chiribitas cuando la pronuncia: ponerse a las órdenes de Paolo Sorrentino es una experiencia bonita. Bonito como sospechábamos es Jude Law en carne y hueso. También como compañero de reparto. La tercera vez que se ha puesto la sotana en su carrera ha sido, sin duda, la más bonita. Tanto que aún recita de memoria (aguantando una lágrima cabrona) alguna de sus frases en The Young Pope. Cámara irradia una satisfacción humilde, la de un tipo al que ya no le pesan las renuncias. Le dijo que no a Meryl Streep y no se arrepiente. Le queda el consuelo de haberle rozado el vestido ahora que su rostro adorna los carteles de HBO.

Nos sentamos con él en una (bonita) mañana a hablar de esto y aquello. Se despide regalándonos el último de más de veinte: «Ha sido una charla muy bonita».

«Olvídate de tu carrera como actor, porque no te van a dar trabajo, tienes cara de cura». ¿Lo recuerdas?

[Risas] Sí, eso me lo dije a mí mismo después de ¡Ay, Señor, Señor!

Y después vino el cura de Este es mi barrio. Y ahora, el de The Young Pope.

¡A la tercera va la vencida! Este es el mejor, sin duda. Uno ha hecho todos los curas pasados, uno ha hecho este máster en teología para que de repente te toque estar con Dios. [Risas] En ¡Ay, Señor, Señor! fue la primera vez que me puse delante de una cámara, y Andrés Pajares se comportó de una forma exquisita porque yo no sabía ni dónde están las cámaras, no había visto una en mi vida. Quería ser actor de teatro, que es lo que a uno le pasaba en los años ochenta, pero ahora ya no. Ahora quieren hacer cine.

Aunque sí es verdad que la vida me ha llevado a otro lugar, y le dedico más tiempo al cine o la televisión que al teatro. ¡Ay, Señor, Señor! fue el primer encuentro con la televisión y realmente hasta que no llegó Siete vidas, bastantes años después, no me encontré con que ese medio era un sitio donde podía disfrutar.

Te confieso que hasta ese momento no disfruté, soy un actor lento. Gracias a que la gente me ha dado muchas oportunidades o a que he pasado con más pena que gloria o con más gloria que pena, me han seguido llamando. Pero hasta que no llegó Siete vidas, no dije: «Ostras, qué buenos guiones, qué buenos compañeros». Sin eso no puedes brillar, o por lo menos es lo que me pasa a mí. Yo sin el guion no soy nadie. Y cuando llega Paolo Sorrentino y lees esa barbaridad de guion…

Cuando llega, ¿o cuando llegas tú? Tengo entendido que cuando te enteraste de que se estaba cociendo la serie, te tiraste a la piscina…

Sí, pero no veas cómo me costó decir ese «Holi». Mira, cuando hicimos Hable con ella Paolo Sorrentino vio la película. Y él, que es mucho más joven que yo…

¡Solo tres años!

¿Sí? Yo cuando hice Hable con ella tenía treinta y algo, y él tenía treinta o por ahí, así que, ¡puede que tengas razón! El caso es que él se presentó en Madrid y nos conocimos en los Premios del Cine Europeo, él llevaba L’uomo in più, su primera película. Estábamos charlando él, su productor (Nicola) y yo, y en un momento dado le eché mucho morro y me puse a hablar en italiano. Bueno, en italiano o lo que fuera aquello [risas]. Y ellos se descojonaban. Cuando vio Hable con ella se enamoró de la película, le fascinó.

Tiempo después, de repente, vinieron un fin de semana a España. Y yo me porté muy bien con ellos. Ahí me contó que tenía un proyecto, y que quería que yo hiciera un personaje napolitano. «Pero ¿cómo voy yo a hacer de un napolitano?», le contesté. Y él me insistía en que sí, porque en esa época ya empezaba a contar con actores extranjeros. Pero es que yo tenía treinta años y ni siquiera había visto L’uomo in più. Pero, bueno, ¿qué hice? Pues pasearle por Madrid: nos fuimos a la Fnac, nos compramos un montón de discos, le saqué a tomar copas. Pasamos un fin de semana maravilloso. Además, era el momento álgido de Hable con ella y también de Siete vidas. Todo el mundo me paraba por la calle para fotos y demás. Y Paolo me decía: «Eh, tío, pero ¿qué pasa contigo?». Y yo le decía que nada, que había hecho una serie…

¿No fue nada premeditado para deslumbrarle?

No, no, no. Es que además tuve una relación con él como director como con muchos otros. O sea, que no era nada especial. Yo no me lo estaba currando para que veinte años después llegara con The Young Pope. Porque, además, no me lo esperaba, estaba inseguro.

¿Por qué?

Porque iba a hacer una película en Francia que no salió, de la que me descartaron por «ser demasiado mayor». Fue una cosa un poco extraña.

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Cuéntanos más.

No, no puedo, porque al final no hicieron la película. Lo que sí te digo es que me sentí muy desesperado, como al estar muy cerca de una fruta prohibida preciosa y, de repente, que te digan que no.

Un día me reuní con unos amigos en una cafetería y me dijeron: «¿Sabes que Paolo Sorrentino va a hacer una serie para HBO? Y buscan un actor joven español». Les dije que me acababan de echar de una película francesa por ser viejo, y de ninguna forma iba a llamar a Sorrentino. «Además, lo conozco, pero hace como quince años que me dio su e-mail y su teléfono», les dije. Y me insistieron en que le escribiera un e-mail, y me resistía, porque era algo que nunca había hecho, pedir un papel así por las buenas. Tres días después, una amiga actriz me preguntó: «¿Qué pierdes haciéndolo?». Y yo, con esta cara: [enarca las cejas] «¿Cómo que qué pierdo? Me parece una falta de respeto decirle a alguien “Ey, no sé qué…”». Alguna vez lo había intentado y me salió muy mal.

¿Con él?

No, con otro director. Le dije: «Oye, he leído tu guion y me parece maravilloso y tal…», y él me soltó que le parecía una falta de respeto que le llamara, habiendo ya un compañero para el personaje. Evidentemente, mi intención no era esa, pero no sé si fui capaz de explicárselo. Así que me quedé así, pensando: «Joer, ¿cómo se hacen estas cosas?». Para eso hace falta un buen representante, era la única vez que lo había hecho en mi vida.

No quería cometer el mismo error, pero mi amiga me insistía: «Eres idiota, eres un absurdo, por qué no lo vas hacer. Hazlo ahora, delante de mí». En ese momento él estaba presentando en Cannes La juventud y acabé mandándole un mensaje deseándole suerte. «Soy Javier, cuánto tiempo, no sé qué… Por cierto, me he enterado de que estás haciendo una serie para HBO y que buscas alguien muy joven. Yo no soy muy joven, pero si tienes una audición para hacerla yo estaría feliz de ir contigo al fin del mundo porque qué maravilla La gran belleza y todo eso». Entonces dejé el teléfono así [lo coloca sobre la mesa] y seguimos hablando.

A los cinco minutos miro el teléfono y me había respondido: «Javier, ¡cuánto tiempo!». Y volvió el espíritu de aquel fin de semana. «¿Te imaginas poder trabajar juntos? Tengo varios personajes, ¿no te importa hacerme pruebas?». Y yo enloquecí. ¿Cómo me iba a importar? ¡En absoluto! Era viernes, y me dijo que el lunes tendría la prueba mi agente. Y ahí pensé que no le iba a escribir otra vez a decirle quién es mi agente. Esperé a que lo supiera, porque ya era demasiado, después de una cosa tan bonita, llamarle y decirle: «Por cierto, este es el teléfono de mi agente».

Es como darle el número de cuenta corriente a alguien que ha aceptado prestarte dinero.

¡Exacto! Habría sido fatal, fatal. Afortunadamente, ese lunes me llamó mi agente, Paloma Juanes, y me dijo que había llegado una prueba de Italia y que si yo sabía algo. Me emocioné muchísimo. Me mandó pruebas para dos personajes y había uno que me fascinaba. Era este personaje, el cardenal Gutiérrez, que tenía nombre italiano y él lo convirtió en español. Hice la prueba con Will Keen, que es un actorazo, que me ayudó mucho en la prueba. Una bestia, que ahora está en The Crown.

Cuando le mandé la prueba a Sorrentino, le dije: «Por cierto, hago la prueba con este señor, Keen, que es mucho mejor que yo. Si lo quieres también a él, que es maravilloso…». Y, efectivamente, me dijo que el tío era genial. «¡Ya te lo he dicho, hombre!». Ha sido la única vez que lo he hecho y prometo hacerlo más veces. He aprendido una lección mágica que es que no hay que perder el tiempo.

¿Y que hay que tener mucha cara?

No, hay que ir y decir: «Oye: estoy dispuesto a hacer una prueba contigo». Si nos conocemos de antes, quiero decir. Si no nos conocemos, ni de coña. Porque alguien te puede decir: «Oiga, ¿quién le ha dado mi teléfono?». Es una cosa que hago yo con algunos periodistas… Pero, vamos, aunque no lo vaya a hacer con gente desconocida, esto me ha dado la confianza para, por ejemplo, hablar inglés.

Da la impresión de que esa ha sido siempre tu obsesión, algo que te ha atormentado mucho.

Sí. Necesito tiempo para adaptarme, y ahora por fin llevo cuatro o cinco años de sentirme bien en ese entorno. Pero antes ya había intentado hablar inglés en algunas cosas y me veía como un pato mareado. En La vida secreta de las palabras, una de esas películas que son muy complicadas, donde estás trabajando con actores americanos, y dices: «No me estoy enterando de nada, estoy haciéndolo fatal».

Es algo que me ha costado mucho porque empecé muy tarde. Cuando rodé Hable con ella, Pedro Almodóvar me dijo: «¿Hablas inglés?». Yo miré alrededor como diciendo: «Si digo que no, ¿qué pasa, no hago la película?». Pero dije que no. Pedro me soltó que tenía que hacerlo, porque «esta película va a salir muy bonita y nos vamos a ir por todo el mundo a hablar con un montón de gente y tú tienes que hablar en inglés». Si te digo la verdad, no me lo creí mucho. Hasta que vino Esther García, la productora, y me dijo: «Oye, que lo que te ha dicho Pedro es verdad, que te pongas las pilas con el inglés». Yo no tenía ni idea. Pero ni idea de inglés. Estábamos rodando en julio, y me dijo que en febrero o marzo íbamos a estar ya a tope por ahí. Así que me fui tres meses a Estados Unidos.

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Ese mismo año, cuando vuelas a Los Ángeles para la gala de los Óscar, justo ese día empieza la guerra de Irak.

Sí, por eso no hubo la alfombra roja ese año. De hecho, aterrizamos y nos enteramos de que acaba de lanzarse el primer ataque. La verdad es que fue muy triste porque en el fondo era un día de celebración tan bonito…

Y encima fue el año del documental de Michael Moore.

Exacto. Que en la ceremonia le abuchearon y le aplaudieron a partes iguales.

Tú aplaudiste, ¿no?

[Risas] Pues, ¿sabes lo que pasa? Como vi a Javi Giner aplaudir mucho, que es bilingüe y lo entendió todo muy bien…

Aplaudiste por inercia.

No, aplaudí… Bueno, porque aplaudí. Había muchísima gente que le abucheó.

Los teníais sentados justo detrás.

Sí, a todo el republicanismo. E imagino que a parte del democratismo, porque Moore es un tío muy polémico que durante la ceremonia dijo «Shame on you, Mr. Bush». Decir eso en Estados Unidos, «que la vergüenza caiga sobre ti», es muy fuerte. Javi me lo tradujo, y yo dije: «Qué fuerte este tipo. ¡Luego decimos de los Goya!». Porque además no fue la única reivindicación, también hubo una de Gael García Bernal que trabajaría después con Pedro. Dijo cosas muy bonitas. Fue una gala bastante politizada, pero lo que más me llamó la atención es que la gente no se corta. Abucheos, aplausos y gente que se puso de pie. Había mucho individualismo, no sé cómo explicarlo. De repente, uno se ponía en pie gritando: «¡¡¡Ahhh, Bravo!!!», y le daba igual que estuvieran saliendo los siguientes a presentar el premio. En la tele lo vemos de otra forma. Allí ves a los actores corriendo a fumarse un cigarrito, y un tipo corriendo que grita: «Diez segundos, hay que empezar a aplaudir»; son muy disciplinados con eso. Porque veinte segundos antes ya están sentados y aplaudiendo.

Allí conociste a Susan Sarandon.

Sí, y a Meryl Streep.

¿No te «postraste a sus pies» como prometiste a tus amigos?

No, no me postré a sus pies. Al final no me atreví. No sé cómo va a sonar esto, pero le toqué un poco el vestido. Te lo juro, tenía un vestido enorme. Estaban Nicole Kidman, Julianne Moore y Meryl Streep, y Pedro se puso a hablar con ellas. Yo estaba como al lado, diciéndome: «¿Qué hago?». Hice como así, rocé el vestido, y me dije: «Soy de cuarta». [Risas]

¿Con Susan Sarandon también te comportaste tan creepy?

No, creo que ahí actué normal. También conocí a Tim Robbins, y ambos se portaron muy bonito conmigo. Pero ¿sabes lo que pasa? En esta avalancha de ceremonia en la que Pedro se mueve tan bien porque es una estrella, tengo la sensación de que te conviertes en un espectador. Siempre pienso: «No, no formas parte de eso, es un establishment demasiado elitista». Me siento como un «invitado de», y así lo disfruto. Cuando estás en la casa de Susan Sarandon o no sé quién, y te trata muy cariñosamente, siempre tengo una especie de inquietud, de decir: «¿Qué hago yo aquí?». De repente me estoy tomando un bistec estupendo en la casa de esta mujer… no sé, no te lo acabas de creer.

¿Te pasó eso también rodando con Jude Law y con Diane Keaton?

Sí, totalmente. Y más viéndole cómo trabaja: Jude Law es una bestia. Pero a la vez, es curioso, me sentí en casa en todo momento. En Roma, con ese equipo, con Paolo Sorrentino, con todo el mundo me sentí en casa como no lo he sentido muchas veces, incluso cerca de mi casa. Paolo preparó el primer día una bienvenida estupenda: «Mi mujer está preparando una pasta, vente para casa y comemos allí. Oye, ¿te quedas en un hotel? No, no». De repente sentí una cercanía y un cariño brutales. Y después rodamos Jude y yo solos, y fue muy especial también.

¿Qué escena?

¡Una escena que no está! Con lo bonita que era. La quitaron porque íbamos vestidos de verano y el capítulo era de invierno. Una putada. De hecho, no montó dos cosas muy bonitas que hicimos porque yo iba de verano también. Nos dio mucha pena.

Venga, resárcete: ¿de qué iba la escena?

Era una escena al lado de la Villa Borghese. Ahí hay un templete maravilloso con una fuente, donde Paolo tenía montadas dos cámaras. Ahí llegué, vestido de cura, acojonado con mis diez frases preparadas. Era impresionante toda la vista de Roma. Había, recuerdo, unas sesenta escaleras empinadísimas, que subían al templete, todas destrozadas. Allí me subieron, yo temblaba. Vi un señor todo vestido de blanco y me dije: «Pues va a ser Jud». Lo era, y nada más vernos nos pusimos a hablar como si fuéramos… bueno, como si fuéramos dos actores.

¡Parece que no te acabas de creer que eres actor!

[Risas] No, no. Quiero decir que nos pusimos a hablar como dos actores que van a trabajar, como dos actores que se tienen que conocer porque van a estar ahí varios meses. Fue una conversación muy interesante, sobre el concepto del tiempo, de cómo a él le había fascinado esta idea y esta historia. Tuve mucha confianza instantáneamente, y aún más durante la serie; ha sido muy bonito compartirlo. A los cuatro minutos —que a mí me parecieron diez segundos—, de repente vemos a Paolo con su puro «¡Hombre! Ciao, come stai? Tutto bene? Ah, tutto belissimo, sei fratelli… Sois como hermanos ya, ¿no? Pues entonces, vamos a rodar».

Entonces Jude me miró, miró a Paolo y dijo: «¿Cómo? ¿No hacemos ensayos?». Y él, muy italiano, nos dijo «¡Por favor! Sois profesionales, sois dos actores a los que admiro muchísimo y cómo vamos a ensayar. No, no, vamos a hacerlo». Y Jude me mira, yo le miro como «ok, ok, sí, sí», cagado de miedo. Nos colocamos en posición, la escena no era sencilla, pero era muy bonita y estaba muy clara. Hicimos una toma donde no veíamos ni las cámaras ni nada, solamente el humo de puro de Paolo diciendo: «Azione!». Empecé a oír a los pajaritos, las chicharras de ese verano de agosto, y el rumor de los coches, que siempre que lo oyes de lejos parece como un río. Me dediqué a mirar esa vista maravillosa, él también, durante un rato largo. «¡Corten!», oímos. «Jude, ahora, tómate todo el tiempo del mundo. Tú eres el tiempo en esta serie. Eres el dueño del tiempo. Todo esto lo controlas tú». Y él asintió. Pasó un rato, y Paolo dijo «¡Acción!» otra vez. Jude se quedó callado unos treinta segundos, y yo estaba pasando un terror horrible, porque pensé que no se había dado cuenta de que ya estábamos grabando, y temía que se me olvidara mi texto. Pero no, él se había dado cuenta perfectamente: estaba controlando los tiempos, respirando. «¿Sabes qué?», me dije. «Voy a respirar». Así fue como me relajé y empecé a disfrutar. Empezó la escena. «¡Perfecto! La tengo, sois maravillosos, muchísimas gracias. Sabía que esto iba a pasar y esto va a ser así siempre. Estoy tan orgulloso de teneros a los dos. Muchas gracias. Vamos hacer el plano de abajo». Y ya está.

Jude y yo nos quedamos como: «Ok, ok, thank you, nice to meet you. See you tomorrow. Bye».

Y me dije: «Joder».

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¿Qué aprendiste de Law?

Muchísimo. Y se lo decía, que me gustaba mucho su trabajo porque tiene una cosa muy… sutil. Y, a la vez, no suelta el control sobre la arquitectura del personaje, sobre la teatralidad, que es fundamental en un personaje de Sorrentino. Jude eso lo agarró muy bien, y me dijo algo así como: «Claro, es que este año me he hecho Enrique V y me he hecho Hamlet. Además, en el castillo Kronborg, en Elsinor, Dinamarca, que es la casa de Hamlet. ¿Te imaginas? Todo eso te pone en un lugar». Y yo respondí: «Sí, sí, sí». [Risas] Tuvimos muchas conversaciones muy bonitas y yo lo disfruté mucho, mucho, mucho. Primero, porque admiro mucho a Paolo, me gusta mucho que en sus películas ningún plano está exento de belleza y ningún plano está exento de emoción. Si estás dentro de la historia te emociona muchísimo todo el esteticismo, toda la teatralidad de la religión. En esa película o en La gran belleza.

No solo es bonito, también es sórdido.

Sí, tiene cosas como… ¿creepy? ¿Frikis? Le gusta mucho esa especie de sordidez mezclada con la gran belleza del cine italiano. Lo observé mucho, estuve muchos días en rodajes sin rodar. Disfrute mucho, mucho, mucho. Necesito llegar ya a la segunda temporada. Que se va hacer, ¿eh? ¡Y que yo estoy!

Cuéntanos alguna revelación con poco spoiler.

Lo que va a ser la segunda temporada de The Young Pope no te lo puedes ni imaginar. La última parte de la primera temporada estábamos en Venecia, en la plaza de San Marcos a las doce de la noche, rodando las escenas del final. La plaza vacía, la oscuridad, esas escenas donde él tiene unas ensoñaciones, que hay unos niños, los padres, el niño perdido por los callejones, esas nubes, esa niebla. De pronto, nos dice Paolo: «¿Estáis con vuestras parejas?» Y nosotros: «Sí, han venido a vernos». «Pues cenamos los seis solos, que… os quiero contar algo».

Jude y yo llegamos intrigadísimos sin saber por dónde iban los tiros. Nos contó la idea principal de la segunda temporada. Al salir del restaurante, Jude y yo nos abrazamos y dijimos: «¡Como hagamos eso en la segunda temporada, lo vamos a flipar!». Él, como personaje, va a flipar tanto… y yo mirándole de cerca también. Es tan bonito, es tan apabullante la idea de la segunda temporada. Otra cosa es que salga.

¿No puedes contar nada? Aunque vas diciendo por ahí que en las entrevistas no eres muy de fiar…

[Risas] Sí, me invento cosas, es cierto. Me he dado cuenta de que mi madre es muy fantasiosa y de que soy actor por ella: he heredado la mentira. La mentira como elemento para conseguir cosas.

Hay unas declaraciones tuyas por ahí en las que te confiesas como «un gran mentiroso» porque no te gusta que se sepa nada de ti personalmente.

Sí, hay una frase de Meryl Streep muy famosa. Dice que ella solo pone el de 5 % de sí misma en sus personajes. Cuando la gente le dice que quiere saber de ella, en realidad solo tiene que ver sus películas, y en cada una habrá ese 5 %. Me gustó mucho esa manera de explicarlo porque lo siento parecido. No es que me quiera ocultar, es que a mí me gusta el misterio. Cuando voy a ver una película no quiero saber lo que voy a ver, quiero que la gente me sorprenda. Si conoces mucho a una persona es una putada, porque no te engaña, no va a poder. Si sabes que es de aquí, que le gusta esto, que tuvo un problema con no sé quién, que se casó, que estudió tal, que tuvo muchos problemas al hacer… Por ejemplo, cuando iba a ver Entre copas, Paul Giamatti, un actor al que adoro, antes dijo: «¡Detesto el vino! Me costó muchísimo hacer esta película». Luego, vas a ver la película y el tío está Mmmm, qué buen vino». Y no, no me lo tragué.

¿Qué tal llevas el temas de las redes sociales? No te prodigas mucho…

Es que Twitter es territorio comanche. Lo he visto muchísimo con lo de Fe de etarras. La gente se ha puesto a amenazar y decir barbaridades incluso antes de verla. ¿Pero la gente por qué no puede esperar a ver el proyecto? ¡No pueden! Tienen que juzgar previamente. El juicio es moneda de cambio. Total, que estaba recibiendo unos mensajes terroríficos, que me dejaban bloqueado, y se lo conté a Julián López. Me preguntó si tenía incorporados los ¿filters? No sé, algo así. Y no, no los tenía. Me cogió el teléfono y se puso: «Esto fuera, esto desactivado, esto no sé qué…», y desde hace dos meses estoy feliz; no me llega nada de eso, estoy en una burbuja. Y tan a gusto. Bueno, no del todo.

Porque, mira, hace poco vi un reportaje sobre mi vida hecho con las fotos de mi Instagram. Deducían momentos de felicidad, momentos de no sé qué. Y ahí me planteé que yo, que no hablo de mi vida, quizá con esas fotografías me estaba convirtiendo en un vocero de mí mismo. Así que también he dejado de hacerlo; me dio un poco de penilla y de pudor. Igual no te cogió el teléfono mi agente o no sé qué, pero ¿para hablar de mi vida pones tres fotos de Instagram y unas frases sacadas de ahí como si fuera un reportaje que has hecho tú? Como no hablo de mi vida, dicen: «Vamos a intuir». Y te sacan los pies de las fotos, en los que tratas de ser un poco poético, y te cuelgan un «Como ya contó el actor…». Pero ¿qué dices? Hay momentos en los que pienso que igual es normal, porque con esas fotos me estoy exponiendo. Así que ya casi no lo hago. Es culpa mía, o es culpa nuestra. Quiero decir: no hables. ¿Qué narices haces poniendo una foto bonita de qué bien te lo estás pasando en este rodaje?

Sobre las críticas de tus papeles…

¡Ah! Quiero contar esto: hace mucho, en un programa bastante insultante para el cine español decían: «Es que los actores españoles no están acostumbrados a las críticas». Joer, ¿cómo que los actores españoles no estamos acostumbrados a las críticas? Si nos critican cada vez que trabajamos. A mí me han llamado de todo, ha habido adjetivos directamente dirigidos a mi físico o a mi forma de interpretar.

¿Sí?

Hombre, claro.

Da la impresión de que, en general, la crítica ha sido bastante respetuosa siempre contigo.

Los hay, pero también hay gente que dice: «Este actor, que se dedique mejor a la tele». Joer, que la peli la hemos hecho con cariño. Hay veces que sí, que la peli es mala y tenía razón este señor diciéndome esto. Pero ¡la gente lo dice! Estás expuesto a que te digan eso, es parte de la profesión. Por esta entrevista habrá alguien que diga que menudo pedante, menudo idiota o menudo gilipollas. Ya estoy acostumbrado.

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Al principio de tu carrera destacaban que la «peor etapa de tu vida» fueron los cinco años que pasaste en un seminario en Logroño con los curas salvatorianos. ¿Es cierto?

No, totalmente lo contrario. Siempre he dicho que esa parte no fue La mala educación. No se portaron mal, de hecho, el primer contacto que tuve con la música, con el teatro, con el cine, fue ahí. Lo que pasa es que son unos años, de los doce a los dieciséis, que a nivel hormonal, como adolescente, tienes que estar corriendo por los campos y yo qué sé, disfrutando de otras cosas, más que estar encerrado. Además, había circunstancias familiares y personales por las que me venía bien estar ahí.

Fue una buena experiencia, pero sí es cierto que soy cero religioso. Si los curas querían que yo creyera en Dios, consiguieron lo contrario; no me creí nada. Eran curas alemanes y por entonces sí que eran muy espartanos. En algunas cosas me vino bien, he sido siempre muy díscolo. Ahora soy más disciplinado, aunque no sé si lo hicieron ellos o lo hice yo después. Aun así, les guardo un cierto cariño. Hace poco, rodando Es por tu bien, por la estación de Chamartín me abordó un tipo que salía de una iglesia: «Hola, ¿te acuerdas de mí?», me dice. Era el padre Lorenzo y, joer, habían pasado treinta y siete años. Fue un tipo encantador y eso que por entonces era duro, estricto, de los que te pegaban con la vara, hostias si había mal comportamiento. Disciplina inglesa no sé, pero la alemana era interesante.

¿Hasta qué punto te ha servido tu experiencia en el seminario para comprender la sensación de aislamiento en el Vaticano de tu personaje?

Me fascinó rápidamente porque lo entendí. Entendí el personaje a la perfección. La primera prueba que me hicieron fue la escena de la llamada.

La más potente de la temporada. ¿Cómo fue?

Cuando llegué ahí, leí la prueba y me cagué. ¡Era una poesía! ¡Una poesía! Sobre dónde descansan los atardeceres de mayo y no sé qué. La leí y entré en pánico: «¿Cómo? ¿Qué se hace con esto? Es una poesía. Esa luz me habló / me habló esa luz / dónde descansan los atardeceres de mayo / me decía / y yo hablé con mi padre / y mi padre me miró / pero cuando miré a mi padre ya no era mi padre porque había pasado el tiempo y yo ya era otra persona / Y la voz me seguía diciendo dónde descansan los atardeceres de mayo / y yo pensé / aquí, aquí es donde descansan los atardeceres de mayo / y la voz me dijo sí, eso es / El niño se ha hecho hombre».

Grité: «¡¡Aaahh¡¡ ¡¿Qué-es-esto?! ¡¿Cómo se hace esto?!». Le dije a Paloma que yo quería hacer otra prueba, que con esta no podía porque era una barbaridad, y no podía llamar a Paolo y decirle: «¿Cómo se hace esto? ¿Qué le pasa al personaje? ¿Qué quiere decir?».

Así que vencí el pánico y lo intuí todo. Pensé que a este tío le había pasado algo muy grave porque lleva ahí muchos años y está en contacto con Dios. Pensé que le había llamado Dios. No sabía lo que significaba esa luz de la que hablaba, si estaba loco o no. En el fondo fue bonito.

Cuando llegamos a Italia, Paolo me dijo que había entendido muy bien al personaje. Y le dije: «Es que conozco a esos personajes. Los conozco». En aquel colegio había curas buenos y curas menos buenos. Pero también había curas muy buenos, gente muy generosa, muy dedicada a hacer el bien, muy dedicada a educar. No vi una mano encima de otra, no vi rijosidad, no vi suciedad. Vi señores con niños y pensé: «Qué ambiente más… ¿Dónde están las madres?, ¿dónde están las señoras?, ¿dónde están las niñas?». Porque era un colegio masculino, y luego a los dieciocho años pasabas al seminario. Que, claro, de los cuarenta que éramos en clase, solo pasó uno. El resto estábamos ahí para que nos aprobaran, pero no teníamos ninguna idea de volver allí, ¿cómo nos íbamos a quedar en ese sitio? ¡Qué espanto! ¿Dónde está la sexualidad aquí? ¿Dónde está la sensualidad?

En cambio, Bernardo está allí porque no sabría estar en otra parte.

Exacto. Eso es lo que me fascinaba del personaje, que era un tipo que se sentía muy bien ahí. Alguien que se esconde del mundo ahí porque lo que le pasa, lo que descubrimos en los capítulos nueve y diez, es que ha sufrido mucho. En el Vaticano está protegido. Es horrible cuando Silvio Orlando lo amenaza y le dice: «Te vamos a echar y vas a ver que la vida real no vas a poder soportarla».

Él mismo lo dice, cuando el papa le encarga investigar el tema de los abusos responde que «no sabría ni cruzar la calle».

Es bestial ese momento. «No sé pedir mesa en un restaurante, no sé alquilar una habitación en un hotel, no sé cruzar la calle». Cuando lees esas escenas, esas frases, normalmente te dices: «Qué bien, me lo voy a pasar que te cagas». Y entonces llega Paolo y dice: «No te muevas, no, no te muevas, ya está. Todo está en el texto y tú ni te muevas». Hubo un momento muy bonito, en una escena muy descriptiva, que fue la única vez donde él dijo: «No, no, no, ¿qué haces? ¡Noo!», porque tenía que estar estático, mirando al frente. En la escena estamos Jude y yo en un banco, mientras unas monjas juegan al balón detrás. Jude estaba con los ojos cerrados, y empieza a decirme: «Te perdono por haber contado mis secretos, te perdono por ser alcohólico…».

La cámara estaba a tomar por culo, a todos los efectos estábamos los dos solos. Yo empecé a poner gestos de sorpresa según él iba revelando todo lo que sabía sobre mí. Y Paolo cortó el rodaje y me dijo: «No hagas nada». ¿Cómo que nada? «Nada. Tú sabes perfectamente lo que él sabe, pero es una penitencia que te comes por dentro. Tú, pétreo». Me sentí al servicio de un plano muy bello. Esa forma de dirigir me fascinó. Yo, que soy muy de comedia disparatada, cuando haces mucha comedia disparatada hace falta que llegue uno y te diga: «No: contente».

¿De Paolo Sorrentino lo que más te llevas es la contención?

La empecé a conocer con Almodóvar, pero Almodóvar unas veces se contiene y otras veces se dispara a la estratosfera. Sorrentino te sorprende mucho más porque es up and down. En este trabajo es todo misterio: nadie tiene que saber qué es lo que estás pensando. Si vas a saltar al cuello de esa persona y le vas a matar o le vas a dar un beso… no se debe poder anticipar. Tú no sabes dónde está el personaje. Es lo mismo que pasaba en La gran belleza; había momentos de música maravillosa y luego de una crueldad de libro. Por ejemplo, esa escena en la terraza con la amiga presumiendo que ha escrito diez libros. «Déjame que te diga esto», le suelta, con los amigos suplicándole que no lo haga. Y ahí empieza: pam, pam, pam, pam. Como espectador alucinas, porque es una película que tras media hora de un esteticismo maravilloso te dispara una crueldad, una clarividencia… Y él prepara mucho todos esos momentos. Sorrentino tiene la libertad absoluta para hacer lo que le dé la gana. No sé si se la da HBO, si se la da Lorenzo o si se la toma él, porque él es así. Te diría que yo creo que se la toma él.

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¿Es el director más libre con el que has trabajado?

Pedro también. Porque es productor y director y creador de sus propias películas; su tiempo le ha costado y bien que se lo merece.

A Sorrentino lo veías hablando con su director de fotografía, Luca Bigazzi, y te olías que estaba liando una muy parda. En tres horas quería hacer una cosa rarísima.

¿Por ejemplo?

Me acuerdo de que en medio del Foro romano a las ocho de la mañana, cerrado entero para nosotros, planeó rodar la escena del momento en que hacen papa a Jude. Yo le acompaño a una catacumba y él se arrodilla y empieza a decirme: «He leído en el periódico que metió todo en una grieta… Yo no tengo que meter nada en una grieta porque soy una grieta, mi cerebro es una grieta y todo lo que la gente esconde yo lo sé». Tuvimos que esperar dos o tres horas a que pusieran todas las cámaras, y cuando entramos a la catacumba nos quedamos helados: «Do we have one camera?», me pregunta. Y yo, ni idea. No veíamos nada. Entonces, antes de dar acción, escuchamos: «Camera one? Ok. Camera two? Ok. Camera three? Ok. Camera four? Ok. Camera five? Ok. Action!». Quería cinco cámaras para la escena y nosotros casi ni las veíamos; una para que grabara el suelo del Vaticano —se pasaron dos horas quitándole las arrugas al linóleo—, otra para que partiera de nuestras cabezas y subiera hacia arriba… ¿Qué estamos haciendo, tronco? Cuando tienes equis millones por episodio hace estas barbaridades.

¿Es solo una cuestión de presupuesto?

No, no es solo una cuestión de presupuesto. Sobre todo hay que pensar en que todo eso no se dedica a la grandilocuencia de sacar animatronix y hacer batallas en las que, claro, se te van tres o cuatro millones. Esto está invertido en sacar la belleza de un lugar que no existe, pero tú lo ves y dices: qué bello. Hay unos lugares espectaculares, unas fuentes increíbles, unos vestuarios… ¡un casting!

Con Diane Keaton, que no la has mencionado todavía.

Diane Keaton y James Cromwell. Hay unos actores… y no te quiero ni contar en la segunda temporada [Risas]

Sigues sin desvelar nada.

No lo puedo contar, no veas la carta que te envía HBO para que no digas nada.

Oona Chaplin nos dijo que sabía de la existencia de esas cartas, pero hacía poco caso.

Oona es que es Chaplin, es incontrolable. Pero yo no puedo, de verdad. Hay tres o cuatro claves de la temporada que viene que son espectaculares. De las que dices: hostia, nos pueden echar del país.

¿No te ha dado la impresión de que The Young Pope ha sido mucho menos polémica de lo que podía pensarse al principio? No ha habido grandes indignaciones.

Yo me decía: «Con lo religiosos que son en Estados Unidos se va a liar». Porque está claro que hay más fundamentalismo que en Europa. Y claro, un papa joven, siendo tan ultraconservador en unas cosas, de repente tan moderno… Pero cuando leí el guion vi que no había tanto escándalo.

Es como lo de Berlusconi ahora, que de repente seguro que hay una línea que hace que te enamores de los personajes. Y Paolo a los perdedores los ensalza mucho, le da un romanticismo al perdedor impresionante. Como el de Jep Gambardella, que es apabullante. Recuerdo cuando hace el amor con esa mujer en ese castillo y ella le dice: «Quiero enseñarte las fotos», y él se viste y se va. A esas alturas estás ya perdido, enamorado del personaje. Como un enfermo de cáncer terminal, pone a los personajes en un lugar que pueden hacer lo que quieran.

El personaje de Jude Law está buscando a sus padres, y cualquiera que esté buscando a sus padres puede hacer lo que quiera. Sus dudas existenciales son lógicas: ¿Cómo voy a ser el padre de la Iglesia si ni siquiera sé quiénes son los míos? Pero no se lo puede decir a nadie. En ese momento ya le quieres. Cualquiera empatiza con un personaje con ese conflicto, Sorrentino te hace enamorarte de ellos. Mi personaje pasa sin pena ni gloria, pero ama a Dios.

Te juro que tengo unas ganas de hacer la segunda temporada que me muero. Tengo ganas de irme a Italia. Pero de verdad, muero por ponerme otra vez en la piel de estos personajes, porque yo tengo los capítulos en casa.

Esto es regodeo sucio.

Voy a quitarlos del ordenador, no sea que… [Risas]

Pedro Almodóvar, Paolo Sorrentino, Borja Cobeaga, Cesc Gay, Agustín Díaz Llanes, Pablo Berger, Médem… e Isabel Coixet.

Eva Lesmes también, en Pon un hombre de tu vida. Pero… ¡esto no es por mi culpa!

Claro. ¿Pero no te llama la atención? ¿Deja claro que las directoras lo tienen más difícil?

Absolutamente. Cuando hice Hable con ella pasé un momento en el que sí podía elegir con quién trabajar, pero luego no puedes elegir tanto. Te confieso que hubo un momento en el que tenía muchos papeles encima de la mesa, pero duró poco. Hice Hable con ella, luego Torremolinos 73 y empezaron a surgir cosas muy bonitas, pero no me sentía muy a gusto diciendo que no tantas veces. O diciendo que no a algo porque, si no, no podía hacer otra cosa. Me sentía incomodísimo en esa situación, pero esa época pasó.

Luego sí es cierto que hay gente, los directores de mi generación, con la que he repetido, como Isabel o Trueba. Porque tienes los mismos conflictos en tu vida, tu día a día… Igual soy un poco prejuicioso, pero con Paolo, aunque vive lejísimos, tengo una excelente relación. De repente hubo un momento, hace seis años, que dije: «Me entiendo con todos los directores con los que trabajo». Antes igual estaba más forzado.

Empezó con Ficció, de Cesc Gay. Hice tres escenas nada más, pero es lo que me gustaba hacer. Tenía muchas ganas de trabajar con él, y me apetecía eso, hacer algo que me tocase mucho con un tío al que admiro. Pero claro, piénsalo: si tienes que estar esperando esas películas, el año va a estar un poco difícil. O no, porque te va bien. Hay mucha gente a la que le va peor. Luego en años maravillosos te llaman de Vivir es fácil con los ojos cerrados, luego haces Truman, haces cosas preciosas… Creo que estoy en el lugar que estoy porque he tomado buenas decisiones.

¿Has superado haberle dicho que no a Meryl Streep?

[Risas] Eso tiene que ver mucho con el inglés. La primera prueba que les mandé les encantó, me dijeron que era maravilloso. Tenía que hacer el papel de Stanley Tucci en El diablo viste de Prada. Llegué a pensar que era una sobrada de la jefa de casting, porque me dijo que tenía que ir para allí ya, que solo tenían ocho semanas. El caso es que hice una prueba, que me dirigió Tristán Ulloa, les mandé un ramo de flores…

Querías ese papel.

Lo quería. De repente, la tía me llamó y yo lo quería tanto, tanto… que luego ya no. Descubrí que solo quería la posibilidad de tenerlo. Eso fue lo que me pasó: que me hice caca.

Entonces, me llamó Cesc Gay para rodar esas tres escenas y me gustó más que todo lo de Hollywood. Y, sobre todo, mi cobardía oculta. Cuando esta tía me llamó y me dijo que les había encantado la prueba me pidió que les hiciera otra más, esta vez sin gafas. Ten en cuenta que el guion estaba basado en un personaje real, que era un negro grandísimo. Así lo describían en el guion, como un negrazo, pero vieron La mala educación y les fascinó. «¡Por favor, queremos algo así!», me decían. Para la segunda prueba, además de lo de las gafas, me pidieron que hablara más rápido en inglés. Así que llamé a la directora de casting y le dije: «This is my level of english, my level of english is this. Me he preparado la prueba porque hay unas frases estupendas. He cogido un profesor una semana para decir cada frase». Y la tía se emocionó diciéndome que nunca en su vida había visto a un actor que le hablase así de claro y le dijera que no estaba dispuesto a venirse a hacer una cosa así. «Tengo que ser honesto. Creo que es una aventura para la que no estoy preparado».

Tres meses después estaba presentando en el Cervantes de Nueva York unas películas y le mandé un mensaje por si se quería venir y ni me respondió. Me fui a NY con un grupo de amigos, un actor y su chica. Ellos estaban paseando por Central Park y se encontraron con Woody Allen; se hicieron una foto con él.

Al día siguiente, en la presentación del Cervantes, dije: «Joder, llevo aquí dos días encerrado y mis amigos se han encontrado con Woody Allen». Lo típico: se hicieron chistes, la gente se rio, pasamos de discutir sobre Hable con ella. Entonces me abordó una señora, me dijo «Hi». Era Patricia, la directora de casting. Le di las gracias por venir y ella me dijo: «Llámame mañana a las diez, puede que Nueva York te dé una buena sorpresa». Al día siguiente estábamos desayunando en el hotel, y todos como borricos: «Llámala, llámala». Y yo: «Esperad». Acabó llamándome ella a mí para decirme que a las once y media tenía una cita en Madison Avenue seiscientos no sé cuánto. «Te está esperando Woody Allen para una prueba». Era para lo que iba a ser Vicky Cristina Barcelona, aunque por entonces no tenía ni título.

Y…

Me dio una parálisis. Al final fui allí, hablamos de lo divino y lo humano. Hablamos mucho de Barcelona. Entré en un sitio, le tuve que decir a un portero que iba a ver a Mr. Allen y que yo era «Havieh Camára». De repente coge tres papeles, en uno pone Scarlett Johansson, en otro Ewan McGregor y en el otro estaba mi nombre. Me puse tan nervioso… ¡No sé si ni siquiera sabía quién era Scarlett por entonces! Me dijeron «blablablá left, blablablá door», y respondí: «Perdone, no sé qué puerta es».

Cuando por fin entré en la sala correcta, Woody Allen estaba montando Match Point. Me dijeron que no podía hablar con él más de tres minutos, pero al final charlamos durante una hora. Él hablaba superdespacio, le entendí todo. Salí de allí feliz y un año después rodó Vicky Cristina Barcelona

¿Por qué no contó contigo?

Me da igual. Estas cosas me han pasado muchas veces. Luego no me cogen, pero yo solo con estar ahí en una habitación con él ya me decía «Qué maravilla». Haces una prueba con Marion Cotillard, otra con Haneke, te sientes emocionado… y ya está. Si esto es lo que yo quería.

Javier Cámara para JD 6

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12 Comentarios

  1. bernardo torres socas

    El problema no es la critica a un trabajo determinado (algo normal, por otro lado). El problema es el cansancio de actores que (por dinero) se pegan años y años haciendo personajes cutres en series cutres de televisión y luego se reivindican como grandes actores. El sumun es la actriz-chillona que hizo una cutre-serie (con combre operístico) y ahora se vende como la Gran Dama del Teatro. Pa vomitá ¡¡¡

    • A-gotado

      Es muy cómico ver a gente que, como usted, pretende que los actores y actrices, en lugar de buscarse la vida de la mejor manera posible (como todo hijo de vecino en su profesión) deban mantenerse «puros». Por cierto, esa actriz de la que usted habla tan mal «solo» brilló en La Abadía con apenas 30 años, sólo bordó a Valle, Lorca y Mayorga mucho antes de haber pisado un plató de televisión. Desde su paso por la televisión, «sólo» ha bordado a Chejov, Shakespeare, Albee o Miguel del Arco. Pero que todo esto no le impida a usted seguir demostrando que no tiene ni idea.

  2. Elena Sanchez

    Es normal, en España tendemos a ser más bien acomplejados, a pensar que todo lo español es de más baja calidad. Si los españoles aprendiésemos más a valorar lo nuestro como por ejemplo hacen los franceses, tal vez mirásemos con otros ojos el cine español, la música española, la cultura española,…

  3. Esta entrevista confirma lo que siempre he intuido al ver su rostro, cómo se mueve y sobre todo su voz: una timidez exagerada debido a su sensibilidad, un sentirse extraviado en este mundo, un estar pensando que está de más. Por eso es un gran actor. Ël y John Gazala, aunque no recitando, inmediatamente me crean una empatia profunda. Ammirazione, applausi y tanti auguri per lui. Gracias por la lectura, JD:

  4. Pues usted me gusta como actor, pero mire, yo por ejemplo no voy nunca al cine a ver cine español, por principios, así que si le veo es en la televisión. Si ustedes se dedicaran a actuar y a meterse menos en política y a ser menos sectarios, probablemente ganarían muchos más espectadores y menos críticas. El problema es que yo cuando pienso en Bardem o en cualquier otro actor español, no veo el actor, no veo su trabajo, veo el sectario rojo, el que me llama facha cuando de facha tengo lo mismo que de cabaretera, y me da pereza, y me causa rechazo, y no voy a ver su película por muy buena que sea. Limpien su imagen, sean neutros, ustedes son actores, no gurùs intelectuales cuyas ideas políticas valgan especialmente mucho, e intenten recuperar a la otra media España a la que tanto insultan.

    • Yi ninqui vi il cini i vir cini ispiñil.

    • En serio? Es usted cabaretera?

    • Está claro que la derecha no ha superado el rechazo actoral a la guerra de Irak ( rechazo que compartían con más del 90 % de la población )
      En fin, alguien que afirma no ser facha, pero acusa a los actores de ser «sectarios rojos». Sin comentarios.
      Me alegra que las cabareteras lean Jot Down.

    • Bardem es un gran actor y ha protagonizado películas maravillosas. Por otro lado creo que sus opiniones políticas no nos importan en absoluto. Son 2 realidades distintas.

    • A-gotado

      ¿Podría usted explicar por qué demonios alguien tiene que ser «neutro»? Menuda manera enfermiza de decir que le molesta a usted todo el que no piensa como usted. Eso tiene un nombre. Pero luego les molesta a la gente como usted cuando se les llama por ese nombre.

  5. Pues yo tampoco iría a verle nunca a este señor al cine ni en la TV, pero no por «sectario» (sea lo que sea eso), sino por ser un traficante de mujeres. ¿Por qué no le habéis preguntado por el hijo que ha tenido por gestación subrogada? ¿Acaso puso la condición de no tratar temas incómodos?

    Resulta muy extraños que lapidemos a determinados partidos políticos por defender el traficar con los cuerpos de las mujeres (hola Albertito), pero cuando encontremos artistas que lo han hecho de verdad, que de verdad han contribuido con su dinero a ese tráfico, miremos para otro lado porque «nos caen bien» o porque sean de izquierdas en otros aspectos. Ni un duro más para éste, para Miguel Poveda, para Miguel Bosé ni para nadie más que haya contribuido al negocio de la «gestación subrogada».

  6. ¿Tráfico de personas por adoptar mediante gestación subrogada? ¿estás enfermo o algo?

    La gestación subrogada es algo tan lícito como la inseminación artificial siempre que ambas partes estén de acuerdo, la moralidad que gastas debe ser curiosa.

    Llamar traficante de mujeres a este hombre, hay días tontos y tontos todos los días, en fin…

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