Apoyada en los fulgurantes progresos de la tecnología, la globalización ha invitado a todos a todo. Los hombres —unos pocos, para ser justos no pecar de triunfalismo de especie— han conseguido que baste un ordenador con internet para asistir desde el más remoto rincón del planeta a lo que ocurre a miles de kilómetros. Nadie con dos dedos de frente, mucho menos alguien que además disfrute de sus incuestionables ventajas, puede negar lo feliz de este logro. Pero como todo en la vida tiene sus pegas y riesgos, como lo que se me ha ocurrido llamar «el descuido de lo inmediato».
Tener acceso a lo mejor nos abre puertas que antes se abrían muy de vez en cuando, pero también puede cerrarnos algunas de las que tenemos más cerca. Pienso en un interesado en problemas urbanísticos. Tiene al alcance de unos pocos clicks los mejores debates sobre la organización de las grandes capitales del mundo, pero vive en Albacete. Como Berlín o Nueva York son mucho más atractivas que Albacete, es probable que el hombre consagre su tiempo y hasta sus esfuerzos mentales a ordenar el centro de Londres, pero por mucho que viaje a esta ciudades él vive en Albacete.
Nunca habíamos tenido acceso ilimitado a lo mejor, ni tanto riesgo de descuidar lo que tenemos cerca y renunciar a la acción. Si el apasionado urbanista no tiene suerte o es especialmente brillante sus ideas, quizá estimables a niveles más rasos, se quedarán en salvas en algún fórum oscuro o una carta al director del New York Times. De no haber tenido la opción lejana de lo mejor su pasión quizá le hubiera llevado a un debate en el casino sobre la vieja calle del General Mola. Podría haberse entendido con el regidor de urbanismo, que le habría contratado como asesor y hoy tendría sueldo y sus ideas plasmadas en este mundo.
Lo mismo ocurre, por ejemplo, con el fútbol. ¿Cómo seguir la liga rumana si cada fin de semana puedo ver al Barça y al Madrid en el salón de mi casa?, me dicen muchos amigos aquí. Claro, pero la mejor jugada de Messi no suple la emoción de un estadio y el ritual del domingo, y por correo electrónico y en la élite es difícil que nos pase como al técnico del Chelsea Vilas Boas, cuya insolencia y lucidez impresionó al Robson entrenador del Oporto cuando tenía 16 años y era vecino del inglés en Oporto, le dio su primer trabajo y la posibilidad de hacer carrera en los banquillos.
Interesantísima reflexión.