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Goya, un cómic sublime sobre lo terrible

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Goya, lo sublime terrible, de El Torres y Fran Galán. Editorial Dibbuks.

Lo bello sutura el abismo, lo sublime lo abre. (Rosa María Ravera).

Otros hombres tienen que llenar sus bocas todos los días, yo tengo que llenar mis ojos. Mirar es para mí un vicio. Tengo que devorar todo aquello sobre lo que tan siquiera poso la vista, lo hayan hecho los ángeles o los ángeles caídos, me es igual. Y cuando he absorbido esas visiones, quiero crearlas de nuevo, con pintura, y firmarlas, sí, firmar el mundo y decir: ¡Goya vio esto! (Colossus, Clive Barker).

España no es país para la fantasía. Baste como prueba nombrar la más insigne de nuestras novelas, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. En ella se explica con claridad meridiana que los encantamientos del sabio Frestón son simple superchería; que los molinos siempre son molinos, y que solo un loco los confunde con gigantes.

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Boceto inicial y resultado final de la portada, de Fran Galán.

Claro que toda norma tiene sus excepciones, y quizá la más notable de ellas sea la obra del pintor y grabador Francisco de Goya y Lucientes. Sus Pinturas negras y sus grabados de las series de Los disparates y Los caprichos componen sin duda una de las propuestas más originales y visualmente atractivas de todo el arte romántico del siglo XIX.

La huella de Goya es profunda y universal, extendiéndose por todo tipo de disciplinas artísticas hasta la actualidad. Así, es conocida su influencia en pintores posteriores tan importantes como Delacroix, Courbet, Manet, Munch, Nolde, Picasso, Dalí o Ernst. También influye en la fotografía, ya que su serie de grabados Los desastres de la guerra está considerada como un antecedente directo del fotoperiodismo de guerra; y, por si esto fuera poco, la estética del aragonés sirve de inspiración directa a películas tan interesantes como Domingo de carnaval, de Edgar Neville (1945), Llanto por un bandido, de Carlos Saura (1963), La voce della luna, de Federico  Fellini (1990) o Amistad, de Steven Spielberg (1997).

La influencia de Goya en el cómic

Evidentemente, su herencia también está presente en el mundo del cómic, disciplina que tiene importantes deudas con el genial sordo de Fuendetodos por dos vías distintas:

Por un lado, en la obra de Goya se encuentran claros antecedentes de lo que hoy conocemos como narración secuencial con imágenes, o cómic.

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La serie sobre La captura del bandido «Maragato» anuncia la narrativa del lenguaje del cómic y el cine.

El ejemplo más notorio lo constituye la serie de lienzos sobre La captura del bandido «Maragato» por fray Pedro de Zaldivia (c. 1806), en los que se muestra en seis pinturas sucesivas (que perfectamente podrían equipararse con las viñetas de un cómic actual) el modo en que el citado ladrón es reducido por el religioso.

En las tres primeras telas se observa cómo fray Pedro de Zaldivia forcejea con el criminal Pedro Piñero agarrando su fusil. En el cuarto lienzo se aprecia cómo le ha derribado y se ha hecho con el control del arma. El quinto muestra al bandido a la fuga y cómo el fraile le dispara en la pierna para frenar su huida. Y, finalmente, en el sexto se aprecia cómo el bandido es maniatado por este religioso de «armas tomar».

Por otro, los grabados de Goya son un prodigio de la narración y de la síntesis gráfica. Goya solo dibuja aquello que le es necesario, sustituyendo lo accesorio por la página en blanco, por grandes manchas en negro, o por una serie de degradados a base de rayas entrecruzadas que consiguen que el espectador fije su atención de forma inmediata en lo esencial.

Además, el pintor es un adelantado a su tiempo gracias a un uso único de los recursos propios de la caricatura y la deformación anatómica que anuncian el movimiento expresionista.

Todo ello convierte el estilo de Goya en una auténtica lección de modernidad gráfica, de la que han tomado buena nota grandes dibujantes de cómic de todas las épocas.

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La aventura En la capilla de Moloch, de la colección Hellboy, de Mike Mignola.

Así las cosas, se puede rastrear la influencia del aragonés en dibujantes tan variados como Mike Mignola, que no solo bebe de su grafismo, sino que ha homenajeado varios de sus grabados en portadas de su popular creación Hellboy; Gradimir Smudja, cuyo uso del color y gusto por la caricatura está directamente influenciado por el de Fuendetodos, llegando incluso a utilizarlo como personaje en el cómic Au fil de l’art; o Bernie Wrightson, cuyo magistral uso del claroscuro y de los medios tonos creados a través de entramados de líneas se inspira directamente en los grabados de Los disparates, Los caprichos y Los desastres de la guerra.

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Au fil de l’art, de Gradimir Smudja. Editorial Dupuis. Francisco de Goya pintado La familia de Carlos IV (1800).

Basten estos tres ejemplos para evidenciar que la sombra de los goyesco es abundante en el noveno arte y que alcanza a creadores de lo más diverso.

Sin embargo, España, fiel a su tradición realista, es la excepción a esta norma. El universo fantástico de Goya no parece calar entre los autores patrios y sus innegables aportaciones al género del terror y de lo macabro, que tan recurrentes son en obras extranjeras, apenas tienen cabida en las obras nacionales del cómic.

La mejor prueba reside en el escaso número de novelas gráficas en las que Goya o algunas de sus criaturas más siniestras juegan un papel esencial en la trama. Hasta hoy solamente se podía citar una: la novela gráfica Goya de Diego Olmos.

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Arriba: Goya, de Diego Olmos. Ediciones B.

En ella el autor construye una elaborada fantasía gótica basada en las Pinturas negras; o, más concretamente, en la pintura que fue desprendida de la pared de forma temprana en la Quinta del Sordo y sobre la que, incluso hoy día, no existe un consenso claro que permita identificarla.

Olmos aprovecha esta laguna de la historia del arte para crear una trama fantástica en la que es el propio diablo quien acude a casa del pintor con la intención de que este le retrate. La pintura desaparecida tiene en este cómic el más terrorífico de los destinos: el infierno, donde el ser demoníaco que la encargó se deleita con su contemplación.

No existen más obras de cómic centradas en Goya que podamos citar aquí; o, mejor dicho, no existían, ya que, por suerte, la editorial Dibbuks está dispuesta a cubrir esta carencia, y acaba de editar la sobresaliente novela gráfica Goya, lo sublime terrible, de El Torres y Fran Galán.

Goya y la creación contemporánea de la iconografía de lo monstruoso     

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Goya, lo sublime terrible, de El Torres y Fran Galán. Editorial Dibbuks.

Goya, lo sublime terrible es una rara avis en el mercado español; quizá porque su guionista Juan Antonio Torres, conocido profesionalmente como El Torres, también es un artista poco común en el panorama nacional.

Este prolífico autor siempre tuvo claro que quería trabajar el género de la ficción fantástica, y en especial, el terror. Junto a un entonces desconocido Gabriel Hernández Walta (hoy flamante autor laureado con un premio Eisner por su trabajo en el cómic The Vision) crea en 2009 el cómic El velo, que, tras ser enviado a diversas editoriales españolas de cara a su publicación, es rechazado sistemáticamente por todas ellas, esgrimiendo como razón que en España el terror no vende.

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El velo, de El Torres y Gabriel Hernández Walta. Editorial Dibbuks.

El Torres dirige su atención entonces a Estados Unidos, en concreto a la editorial IDW, que decide publicarlo, y el cómic se convierte en un título destacado y es recomendado por The New Yorker como una lectura imprescindible.

El 2018 las cosas han cambiado mucho y El Torres se ha convertido en uno de los guionistas más conocidos de nuestro país, y su sueño de escribir cómics de terror es una realidad.

Este es el contexto en que nace el proyecto de Goya, lo sublime terrible. En cierta medida permite al autor saldar una deuda de gratitud con Francisco de Goya, cuyo mundo onírico fascinaba al guionista desde que era niño y cuya huella apreciaba en los cómics extranjeros que leía durante su adolescencia.

El título de la obra no deja lugar a dudas sobre lo que vamos a encontrar en sus páginas. Ante todo, está la obra de Goya, que es simplemente innegable. El propio El Torres da una clave sobre el peso del pintor aragonés como fuente de inspiración al afirmar que «pensaba en utilizar a Goya para llevármelo a mi terreno y hacer una de mis historias de terror. ¡Qué equivocado estaba! Inmediatamente, Goya me arrastró al suyo».

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Imagen promocional de Goya, lo sublime terrible, de El Torres y Fran Galán, basada en el conocido autorretrato del pintor en su taller (1790- 1795).

La increíble vida del sordo de Fuendetodos vertebra este relato. La documentación es exhaustiva y El Torres no quiere negar ni contradecir nada de aquello que se conoce sobre el artista; pero, como autor de ficción que es, encuentra lagunas en lo que se sabe sobre Goya y es precisamente en estos puntos oscuros donde sabiamente desliza la ficción, que resulta especialmente terrorífica por verosímil, ya que no entra en contradicción con los hechos probados que se conocen sobre el pintor.

«Lo sublime terrible» que acompaña a «Goya» en el título de este cómic hace referencia a un concepto estético propio de la Ilustración. Lo sublime nace de la necesidad ilustrada de someterlo todo al juicio crítico de la razón. Pero, como el propio Goya se encarga de plasmar en su conocida estampa El sueño de la razón produce monstruos (1799), la razón tiene un lado oscuro.

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Goya, lo sublime terrible, de El Torres y Fran Galán. Editorial Dibbuks. El sueño de la razón produce monstruos, de Francisco de Goya (1799).

Lo sublime bebe de categorías estéticas que en épocas pasadas se contraponían a la belleza, como lo grotesco, la fealdad o incluso lo espantoso; pero lo hace desde una nueva perspectiva. Como bien apunta el filósofo Immanuel Kant, lo sublime es un sentimiento estético que produce agrado unido al terror, y es precisamente en este punto concreto donde Francisco de Goya se desvela como un auténtico maestro sin parangón en la historia del arte.

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Saturno devorando a su hijo, en versión de Fran Galán para Goya, lo sublime terrible.

Obras como su Saturno devorando a su hijo (1819-1823) seducen y aterran al mismo tiempo, y la razón se pregunta cómo es posible que algo tan terrible sea a su vez tan atrayente. En este difícil equilibrio radica el goce de lo sublime. Con acierto, El Torres tilda a Goya como «el primer maestro del terror». Para él, Goya es un creador de arquetipos del género del que han bebido una larga lista de autores de cómic. En Las brujas de Westwood El Torres ya incluye un montón de homenajes a la serie de grabados Los caprichos (1799), pero con Goya, lo sublime terrible por fin afronta el reto de trabajar en una obra de gran longitud protagonizada por el pintor de Fuendetodos.

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Izquierda. Las brujas de Westwood, de El Torres, Abel García Hernández, y Ángel Hernández. Editorial Dibbuks. Derecha: Mucho hay que chupar, de Francisco de Goya, (1797).

El acercamiento de El Torres a la figura del genial sordo aragonés en este cómic es muy ambiciosa, ya que aspira a mostrar los conflictos internos que atormentan a este maestro de la pintura universal. Narra la lucha que se desarrolla en su interior, enfrentando la razón a lo imposible, la cordura con la locura, o el nuevo mundo con el antiguo que, tozudamente, se resiste a desaparecer.

Así, El Torres incluye en su obra algunas de las creaciones más macabras e impactantes surgidas de la mano del pintor, como son las Pinturas negras, especialmente El aquelarre o El gran cabrón, Saturno devorando a su hijo y Duelo a garrotazos o La riña, pintadas entre 1819 y 1823; pero también se acerca a otros lienzos de temática terrorífica como El aquelarre (1798), El conjuro o Las brujas (1797-1798), o algunos grabados de las series Los disparates (1815-1824), Los caprichos (1799) o Los desastres de la guerra (1810-1815).

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Versión de Fran Galán de El aquelarre de Goya, en Goya, lo sublime terrible. Editorial Dibbuks. Tinta y proceso de color.

Sin embargo, la genialidad de Goya, lo sublime terrible radica en mostrar el terror a través del sufrimiento del propio Francisco de Goya. En las páginas de este cómic el protagonista es presa de alucinaciones, así como de todo tipo dolores y fiebres, que evidencian la lucha que se desarrolla en su interior.

Como si de una moderna película de posesiones infernales se tratase, el dibujante Fran Galán se recrea a la hora de mostrar el deterioro físico más atroz. Nada es más aterrador en este cómic que el propio Francisco de Goya.

Para lograrlo, se inspira en el cuadro del propio pintor aragonés Goya atendido por el doctor Arrieta (1820), pero también en algunas de las Pinturas negras como Dos viejos comiendo (1820-1823), que muestra a dos ancianos cuyos rostros decrépitos son poco más que calavera y piel.

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Pintura y alucinaciones se mezclan en Goya, lo sublime terrible, de El Torres y Fran Galán.

El cómic comienza con una splash page totalmente abstracta, en la que se aprecia el trazo de la pintura en los lienzos de Goya. Le siguen tres viñetas de transición igualmente abstractas que, a modo de fundido cinematográfico, nos trasladan hasta la habitación del pintor que, febril y demacrado, alucina; o, si se prefiere, recibe la visita de sus particulares demonios.

Así, El Torres parece querer decir que Goya pintaba sus propias visiones y que, al menos en esta trama ficticia, no son alegorías de ningún tipo, sino una cruda representación de aquello que le acecha.

Tras este prólogo, mediante el recurso del flashback, la acción se traslada años atrás, donde se muestra a un Goya joven y ferviente defensor de la razón ilustrada.

A partir de ese momento la trama es una vuelta hacia el presente, donde se narra el modo en que el pintor toma contacto con lo sobrenatural, mostrando la mella en su salud producida por la exposición a lo demoníaco.

Poco a poco, se va urdiendo una historia aterradora. Goya duda de su propia razón, de su vida y de sus seres más cercanos y queridos. Como todos los grandes genios obsesionados con la disciplina a la que han dedicado sus vidas, la terapia que permite a Goya soportar sus visiones consiste básicamente en exorcizarlas, en expulsarlas de su interior plasmándolas en sus obras pictóricas.

Así, la pintura misma, cada poderoso trazo de las Pinturas negras contiene y expresa todo el dolor que alberga en su interior.

El color del miedo

Fran Galán enfrenta el reto de ilustrar Goya, lo sublime terrible con mucha humildad, astucia y sabiduría. Consciente de la importancia del color en este proyecto, estudia a Goya, se fija en su dominio de la luz y del color, y toma buena nota de sus enseñanzas.

La luz (o su ausencia) se convierte en uno de los grandes protagonistas de esta historia. Fran Galán adopta una paleta similar a la de Goya en las Pinturas negras. Los dibujos se suceden a base de luces amarillentas y sutiles pinceladas verdosas combinadas con todo tipo de sombras de colores terrosos.

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Goya en La Quinta del sordo realizando las Pinturas negras. En Goya, lo sublime terrible, de El Torres y Fran Galán. Editorial Dibbuks.

En el tercer capítulo de esta novela gráfica, dedicado a la Quinta del Sordo, Goya se recluye en su casa para pintar en las paredes sus obras más tenebrosas. Las sombras de su interior devoran al pintor y lo invaden todo. Las luces se apagan y los colores tostados se oscurecen hasta llegar al negro.

En las páginas pintadas con esta gama, Galán consigue los resultados más interesantes y evocadores de toda la obra. Realidad, alucinación y representación pictórica parecen fundirse como un todo indisoluble. El historietista añade texturas y salpicaduras de pintura como un artista de dripping.

Su trabajo culmina en una página magistral que homenajea el famoso aguafuerte El sueño de la razón produce monstruos, de la serie Los caprichos. Pero, al contrario que en el grabado de Goya, donde se retratan seres nocturnos que pueden ser asimilados como seres de pesadilla (aves nocturnas, murciélagos, o un gato), en la versión de Galán todas estas criaturas han sido sustituidas por una gran mancha de tonos marrones y negros, y es esta forma abstracta, esta superficie de color informe, la que transmite al lector una mayor sensación de desazón y angustia.

Galán como dibujante ha asimilado tan bien a Francisco de Goya que ha conseguido descifrar una de las claves más complejas de sus Pinturas negras. Más allá de los seres monstruosos representados en cada una de las pinturas de la Quinta del Sordo está el color. La gama cromática de estas obras es inquietante y perturbadora. Se trata, sin ninguna duda, del color del miedo.

Una última lección sobre la pintura

Como es sabido, Goya termina sus días en el exilio en Burdeos. Es consciente de que le queda poco de vida y del fracaso del sueño ilustrado para España, del que fue partícipe en su juventud.

Sin embargo, un pequeño dibujo del álbum de Burdeos, que hoy día se conserva en el Museo del Prado, ofrece una lectura sorprendentemente positiva del estado de ánimo del pintor en sus últimos años. Tiene un título esclarecedor: Aún aprendo, y muestra una imagen de un anciano barbudo y encorvado que camina con dificultad apoyado en un bastón en cada una de sus manos. Muchos han querido ver en esta obra un autorretrato simbólico del propio pintor, que, en sus últimos años (el dibujo está datado en 1826), aún se aferra a la vida con serenidad e ilusión creadora.

Un año más tarde, Goya pinta su última gran obra, un óleo de poco más de setenta centímetros de longitud titulado La lechera de Burdeos. Aunque la autoría de esta obra resulta controvertida, aquellos que abogan por otorgársela a Goya destacan la vuelta del pintor a una paleta de colores más luminosa y amable, que anuncia el movimiento impresionista que pocos años después eclosionará en el país galo.

El Torres y Galán parecen sumarse a esta lectura, incluyendo referencias a ambas obras en las últimas páginas de su novela gráfica. En ella vemos a un Goya sabio, sereno, envuelto en una cálida luz dorada que transmite una intensa sensación de armonía.

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La lechera de Burdeos, de Francisco de Goya (1826) en Goya, lo sublime terrible, de El Torres y Fran Galán. Editorial Dibbuks.

Goya está en paz. La novela gráfica ofrece de este modo una lectura sobre el propio acto de la creación pictórica. Rafael Marín lo expresa con gran acierto en el prólogo que escribe para Goya, lo sublime terrible:

Porque crear es, antes que nada, un acto de exorcismo propio. Y aquí, El Torres y Fran Galán, con la figura del grandísimo Goya como vehículo, hacen una bella parábola del acto de la creación, de la búsqueda de la paz interior, de ese momento de pausa en que el artista deja el pincel […] y suspira feliz… durante el breve tiempo en que otra criatura de su imaginación vuelva a roer las entrañas de su mente.

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Un comentario

  1. Muy buena claridad expositiva. Una de las ediciones de «Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime» de I.Kant lleva en su portada un cuadro de otro romántico inquietante y coetáneo, Caspar David Friedrich .
    Leo su currículo y compruebo que viví unos cuantos años en su misma calle, 20 números más arriba de su domicilio, aunque hace mucho que me trasladé de ciudad.
    Un saludo al autor.

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