Sí, hay una Edad de Oro de la televisión en España. Al menos, para los tertulianos de derechas y las videntes.
El bar El Plató cuenta con una clientela reducida a ocho mesas, ocupadas frente a los cristales que separan el comedor del estudio de grabación de Intereconomía Televisión. Esta noche se estrena la sexta temporada del programa que no deja indiferente a nadie: El Gato al Agua.
En la mejor mesa del bar, desde la que se puede observar la tertulia casi frontalmente, se sientan dos señoras, mayores, enjutas y con el pelo cardado. El hombre que las acompaña, algo más anciano, desempeña en la mesa un rol gregario. Sentado de espaldas al espectáculo, se dedica a separar con el tenedor la comida de su plato mientras ellas dialogan.
Veinte minutos antes del comienzo, un chico con vaqueros y una camiseta de Duff empuja el sofá (antes ocupado por los presentadores del telediario de la noche) mientras otros comienzan a ensamblar la larga mesa blanca de debate.
Más por falta de espacio que por desinterés, El Gato al Agua no admite público. El salón del restaurante es el único sitio para ver el programa in situ, aunque, paradójicamente, sin poder escuchar una palabra de lo que se está discutiendo o leer los mensajes que los espectadores envían, es decir, el programa despojado de las partes que lo hacen odioso o imprescindible, según desde cuál de las dos Españas se sintonice.
Para acallar cualquier susurro procedente del estudio, el bar cuenta –además de con cristales insonorizados– con un hilo musical que esta noche revisita clásicos de Joe Cocker, alternados con versiones jazz de conocidos clásicos pop de la categoría Espérate al Estribillo. Tres hombres y una mujer, probablemente empleados en el edificio y con esa calma urgente del que necesita un cigarro allí mismo, aparecen salpicados a lo largo de la barra, ajenos al espectáculo.
La groupie
En la única mesa ocupada por una sola persona hay una mujer con falda roja, blusa negra, rubia de peluquería. Aunque maquillada, parece haber alcanzado esa edad en que algunas mujeres emanan a su paso un aroma a planta cero del Corte Inglés. Está sentada frente a una copa de vino. “Tendrían que poner como en el AVE”, dice a la mesa de al lado, señalándose los oídos y luego al plató –se refiere a los auriculares.
Al otro lado del cristal, el presentador del programa aparece por primera vez en escena, entre dos paneles, cruzándose con Noelia Atance, la presentadora del telediario. Se saludan como dos oficinistas lo harían al cruzarse en la puerta del servicio de caballeros, con un sutil movimiento arriba-abajo de ojos y barbilla.
La figura de Antonio Jiménez resalta frente al diminuto cuerpo de la maquilladora: pelo rizado, vestido verde, estampado floral, esponja rosada asida a la mano que trepa, chaqueta arriba, hacia los pómulos del presentador.
“Ha engordado estas vacaciones”, comenta la mujer a la mesa de al lado, un matrimonio que ha llevado a ver el programa en primera fila a sus hijas, dos adolescentes que escuchan a la mujer con poco entusiasmo.
Los técnicos de iluminación trasladan un cuarto de vuelta el objetivo de las luces del plató. El presentador está de pie frente a la mesa mientras los técnicos suben y bajan un foco hasta conseguir que esté en ese punto en que Jiménez estira un poco el brazo y levanta el pulgar.
Una pantalla dentro del restaurante muestra, sin volumen y con un par de segundos de retraso, lo que ocurre en el interior de la pecera hexagonal, donde los técnicos ya han logrado ese tono característico de luz blanca contaminada por destellos de neón fucsia y apliques violetas.
“Pero si están todos hoy”, dice la mujer, murmurando para sus adentros pero con la intención de ser escuchada. La infantería tertuliana de esta noche está compuesta por José Luis Balbás, Carmén Tomás, Ignacio Gil Lázaro, Hermann Tertsch, Alfonso Rojo y Amando de Miguel. Inmediatamente, la mujer busca el contacto visual con Tertsch, y cuando lo encuentra levanta la mano y abanica los dedos. Éste la saluda. A continuación, repite el proceso con otro tertuliano pero es interrumpida por el camarero, que aparece con dos raciones, una de chipirones fritos con mojo verde y la otra, pantagruélica, de tortilla de bacalao con pimientos rojos. No es una femme fatale al uso. Quizá la ley antitabaco las ha convertido en esto.
El auxiliar de producción
Un chico joven con gafas, vestido con camisa y vaqueros que parecen haberle caído encima mientras dormía, se acerca a la barra y pide al barman una botella de vino. Sonríe y dice que es “para los amigos”, refiriéndose a los tertulianos, “para que se tomen algo”. Licenciado en Periodismo por la Complutense, la carrera laboral del chico comenzó trabajando para pequeños canales locales de derechas. Ahora era auxiliar de producción en El Gato. Una de las tareas de su eufemístico puesto consiste en conseguir un vino decente en el bar y volver al estudio para llenar la copa de cada tertuliano, antes del programa y durante la publicidad. El de esta noche es un Solar Viejo Crianza de 2008, un rioja de cinco euros la botella –precio de supermercado.
El País, en un reportaje del año pasado titulado Los ‘ultras’ conquistan la TDT, además de apuntar a estas tertulias –al principio eran más– como una especie de cuevas de Tora Bora catódicas para talibanes del mal gusto, señalaba algo fundamental: “el éxito de Intereconomía tiene que ver con la elección de un nicho”.
El uso de las copas de vino en la mesa de tertulia es premeditado, ya que El Gato al Agua vende la asociación entre incorrección política y libertad de expresión como uno de sus estandartes. No en vano, sus mayores picos de audiencia (de más de medio millón de espectadores y superando el 3% de share) han estado precedidos de episodios como éste de junio de 2010 que representamos a continuación:
Dramatis personae
Antonio Jiménez – Presentador
Eduardo García Serrano – Tertuliano #1
Jose María Carrascal –Tertuliano #2
Pablo Castellano – Tertuliano #3
Acto Primero
Entra Antonio Jiménez sosteniendo en sus manos un ejemplar de La Gaceta de Intereconomía
Jiménez: “Esta es una noticia cuanto menos provocadora e insultante”.
Muestra la portada y lee: “La Generalitat dio este año 2.300 millones de euros al departamento de Marina Geli, que es la consejera de Sanidad. La Consejería de Sanidad catalana, que está en manos del PSC, partido socialista, recomienda sexo oral a los jóvenes”.
Entran los tres tertulianos
Jiménez, leyendo del periódico: “La práctica del sexo oral, el consumo de drogas, la masturbación y la contracepción de emergencia, es lo que aconseja el Instituto Catalán de Salud, organismo dependiente de la Consejería de Sanidad, a través de una polémica página web destinada a los adolescentes […] Da consejos incluso a las adolescentes de 14 años, a las que recomienda el uso del petting, el sexo oral y la masturbación”.
Carrascal: “¿Mmbrrooe…?” [murmullo apreciable que detiene la lectura de Jiménez]
Jiménez: “¿Petting? Petting pone aquí. Tienen ustedes 30 segundos para comentar.”
Castellano: “He oído que el petting es sin penetración. Sexo sin penetración. Lo he leído eh, en un periódico. Efectivamente.”
García Serrano: “Yo he de decir que esta señora… ¿Cómo se llama?”
Jiménez: “Marina Geli. Consejera de Sanidad socialista catalana”.
García Serrano: “Esta señora es una guarra, una puerca y está fabricando degeneraos”
Antes de concluir el acto, García Serrano divaga durante un minuto y medio volviendo una y otra vez sobre su frase, y al final lanza –por dos veces– una pregunta en voz alta: “¿Pero qué sociedad estamos fabricando? ¿Qué sociedad estamos fabricando?”
Salen los tres tertulianos. Sale Jiménez. Fin del primer acto.
Pese a lo que afirman sus responsables, El Gato al Agua no ha triunfado porque el público demandara una tertulia liberal-conservadora. Más bien, en una época de poca facturación por publicidad, han sabido colocarse exactamente sobre el sumidero con un programa en prime time enfocado a los españoles de mayor poder adquisitivo: la gente mayor de derechas.
Para conocer el tipo de persona al que está dirigido un programa de televisión, nada como observar su publicidad. En el primer corte del Gato al Agua, en la pantalla comienzan a sucederse anuncios de tiendas Opticalia, cuentas bancarias de ING y tarjetas de crédito del BBVA, del portal de citas e-Darling, de adhesivo fijador para dentadura postiza, del aparato de gimnasia pasiva Happy Legs, Micralax para el estreñimiento, gel de afeitar Gillette, yogures Activia para regular el tránsito intestinal y Danacol para el colesterol. En efecto, entre los cegatos, solteros, varicosos, desdentados, barbudos y estreñidos espectadores mayores de 65 años, El Gato al Agua registra cerca de un 8% de share.
Al mismo tiempo, el programa es emitido por Radio Intereconomía, de donde también obtiene ingresos por publicidad. Hay otro dato importante, y es que España tiene un prime time u horario central de los más tardíos del mundo. El momento del día en que más gente está viendo la tele es a las 22:50h. A esta hora, el Solar Viejo Crianza de 2008 ya ha dicho si es bueno o malo y las lenguas han comenzado a soltarse. El momento estelar de García Serrano ocurrió a las 23:18h.
Y sin embargo, al otro lado del cristal da la impresión de que los contertulios podrían estar hablando de entomología o diseccionando la última biografía de Pío Baroja. Nadie gesticula ni se levanta indignado, algo normal ya que habitualmente los seis tertulianos suelen estar casi de acuerdo en todo. No hay bandos sino gradación.
Durante la publicidad, los tertulianos parecen juguetes desconectados, absortos en sus pensamientos y sin apenas cruzar palabra. Modo de bajo consumo activado. El auxiliar de producción aparece entonces para reponer el vino o el agua. También lleva un libro bajo el brazo que entrega a los tertulianos para que lo vayan firmando. Se trata de La España del Gato al Agua, una selección de intervenciones editada y prologada por Jiménez que se sorteará, más tarde, entre la audiencia.
El presentador
Y al volver de los anuncios, más publicidad. Antonio Jiménez se pone en pie para presentar Angel Driver, el detector de radares definitivo. Esta noche lleva pantalones beige y la chaqueta azul marino, en su camisa y su corbata se mezcla, como diría Baudelaire, el rosa con el azul místico. La imagen del presentador en pie rodeado por los tertulianos trae a la mente una lámina superpuesta del jardín de La Ménagerie en Versalles donde Antonio Jiménez sería el edificio del Salon y los tertulianos los compartimentos para animales.
Jiménez, de 55 años, siempre ha trabajado en la radio, en las cadenas SER, COPE, Onda Cero y Radio Nacional de España. Su programa no es, al fin y al cabo, más que una tertulia radiofónica con cámaras. Salvo él y la asistente que lee los mensajes, en El Gato al Agua nadie mira nunca al objetivo. El presentador apenas sonríe a la cámara y cuando lo hace es para el espectador como ver pasar un pueblo, a lo lejos, desde el tren. Durante un cuarto de segundo Jiménez muestra unos dientes pequeños y grises, muy al fondo de la boca, la que remueve unas mejillas picadas de viruela pese al maquillaje y de la que a continuación brota la voz raspada del anti-presentador.
El Gato al Agua, que Jiménez considera sin ambages “un programa de culto”, lleva desde 2007 trepando por la enredadera de canales locales reconvertidos a canales de TDT reconvertidos en canales de emisión nacional. En la actualidad, Intereconomía TV forma parte de un múltiplex empresarial junto a Vocento –rival y a la vez accionista mayoritario– y The Walt Disney Company, y se emite en la señal de TDT de la desaparecida Net TV.
Una botella de vino de cinco euros. Seis tertulianos. Seiscientos mil espectadores.
¿Recuerdan esos concursos donde se regalaban apartamentos en La Manga del Mar Menor, donde las mujeres eran más sofisticadas y los hombres más hombres que en su bloque de pisos? ¿Las historias de ustedes mismos, de sus padres, de sus abuelos, viendo en pareja la televisión y, en un momento dado, preguntándose pero-bueno-pero-quién paga todo esto?
Entonces, los tertulianos vuelven a agachar la cabeza y segundos después, en la pantalla del bar, aparece Bertín Osborne con un rótulo: Hágase socio del Club Intereconomía, y el programa se va a la publicidad con la sonrisa blanqueada de Bertín, tan radiante que ilumina ese axioma que ustedes, sus padres o sus abuelos pretendían haber olvidado.
Se puede hacer un retrato más sectario, pero al autor le falta la mili que tienen grandes como Maria Antonia Iglesias o Enric Sopena.
Sospecho que María Antonia se libro de la mili. Y a Entic Sopena probablemente lo licenciaron precipitadamente por pesado.
En cuanto al retrato, yo lo veo hiperrealista. Es que es uno de esos casos en los que la realidad supera cualquier intento de parodia.
Sólo entro a apuntar que el público de edad avanzada que se describe en el texto como ‘cegatos, solteros, varicosos, desdentados, barbudos y estreñidos espectadores mayores de 65 años’, demográficamente en España no puede sino aumentar de manera constante a corto, medio y largo plazo.
«algunas mujeres emanan a su paso un aroma a planta cero del Corte Inglés» es probablemente una de las 5 mejores frases que he leido/oido en mi vida. Grande.
qué maravilla, chapeau
No sé si es mejor lo de la mujer con aroma a planta cero de El Corte Inglés o las «versiones jazz de conocidos clásicos pop de la categoría Espérate al Estribillo».
Qué pena que en el bar no estuviera César Vidal poniendo Country
Plas, plas, plas. Muy bueno.
O para aquella audiencia que por la memoria traicionera relacionan el final del franquismo con su juventud perdida, de lo que concluyen que eran tiempos más bonitos. Y encima hacen pagar a todos los demás su amargura.
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¡Muchas gracias!
«Los tontos mueren» y «la arena sucia» son dos novelas de Puzo que recomiendo.
Buen árticulo este.
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