En el piloto de Here and Now —la nueva serie de Alan Ball— una chica de diecisiete años que lleva puesta una máscara de caballo pierde la virginidad sin condón con un modelo de veintitantos. La defloración ocurre en la fiesta del sesenta cumpleaños de su padre, Greg Bayer, pero también puede ser entendida como un homenaje al décimo aniversario del capítulo piloto de Californication. Sí, me refiero a Mia Cross (dieciséis años) cabalgando sobre Hank Moody (casi cincuenta) tras haberlo seducido en una librería. Por si el desnudo de ambos no fuera suficiente, ella le arrea dos puñetazos en la cara en pleno coito, para subir el voltaje clitorial. Depués él descubre su edad y que es la hija de la nueva pareja de su exmujer. Por eso no es de extrañar que la menor de los Bayer descubra, a su vez, que el modelo tiene clamidia. Las vueltas de tuerca, a estas alturas del partido, tienen que ser como mínimo dobles. Sobre todo si además de narrativas son sexuales.
Lo interesante de los temas universales está, por supuesto, en sus mutaciones. El concepto de familia en Antígona tiene muy poco que ver con el de Los Buddenbrock. El drama familiar, para sobrevivir en nuestra época en que todas las minorías deben estar representadas, ha recurrido a la inclusión en un único núcleo de personas de etnias diversas. Después de Modern Family y de This is Us, llega Here and Now y construye una familia posthippie con miembros adoptados de todas las razas. Como si Transparent fuera reescrita en clave de campaña de United Colors of Benetton. De todos los colores y, por supuesto, de todas las orientaciones sexuales.
En los primeros capítulos hay escenas de cama con protagonistas de diversas preferencias y generaciones, pero predominan las de la pareja homosexual que acaba de conocerse. Lo mismo ocurre en Counterpart y en la segunda temporada de The Girlfriend Experience, donde el sexo es entre mujeres en vez de entre hombres. También viven experiencias de sexualidad líquida y marean camas sin ropa las protagonistas de Orange is the New Black, Vikings o Algo en que creer, entre tantas otras. Se ha normalizado por completo, de hecho, la representación explícita de la gran mayoría de prácticas eróticas. Tanto las mayoritarias como las de nicho. Digamos, desde el poliamor (Masters of Sex) hasta la orgía (Sense8), pasando por la prostitución femenina (Top of the Lake) y masculina (Hung), el sadomaso (Billions), el porno virtual (Black Mirror), el sexo entre ancianos (Transparent), el sexo entre adolescentes (The OA), la adicción al sexo (Californication), la zoofilia (Nip/Tuck) o el sexo entre criaturas genética y espiritualmente distintas (True Blood).
Las tres series de Ball permiten, de hecho, enunciar las tres fases sexuales de las series de televisión de nuestra época. Todos recordamos el febril frenesí genital que secuestra a Nate Fisher y a Brenda Chenowith, desde el primer polvo en el aeropuerto. No paran de follar durante las primeras semanas de la relación, que coinciden con los primeros capítulos de la serie. A dos metros bajo tierra —emitida entre 2001 y 2005— pertenece a la primera generación de series norteamericanas que nos acostumbró a ver pezones y nalgas y besos y orgasmos entre hombres y entre mujeres, gente desnuda, gente sudando en pareja, todo tipo de preferencias amatorias. HBO hizo de ello parte de su marca. Y del sexo perturbador de Oz o de las stripers de Los Soprano, cuando esa primera fase de normalización concluye, pasamos a una segunda fase de desmadre.
El segundo gran proyecto televisivo de Ball representa a la perfección esa explosión sexual, ese destape neobarroco. En True Blood (2008-2014) el creador, tras cambiar a una familia funeraria por una comunidad secreta de vampiros y hombres lobo y seres multiformes, siguió investigando en la diversidad identitaria y en los intercambios de fluidos. En sus capítulos nos acostumbramos a ver todo tipo de combinaciones y de acrobacias, porque en aquellos años las series estaban asumiendo una naturaleza kamasútrica. HBO contagió a Showtime: Californication convirtió ese catálogo de posiciones tántricas, bien aderezado con coca y alcohol, en su energía tragicómica. Showtime contagió a Starz: Spartacus incorporó el soft-porn. Cómo olvidar aquella esclava y aquel esclavo que, a lado y lado del lecho nupcial, calentaban convenientemente a los esposos para preparar la erección y la humedad ideales para el inminente encuentro. O cómo olvidar aquellas gloriosas pollas de gladiadores.
Son exactamente las pollas antónimas de las que aparecen en American Gods, serie de nuestra actual fase de representación sexual en las series, la tercera y última por el momento, caracterizada por el enfriamiento, la paradójica corrección política y el hartazgo. En la adaptación de la novela de Neil Gaiman hasta aparecen penes erectos. Pero ya no escandalizan ni excitan, ni siquiera llaman demasiado la atención. Por eso en Juego de tronos —que empezó en la segunda fase y ha entrado ahora en la tercera— cada vez nos molestan más las escenas de desnudos y el encuentro entre Daenerys Targaryen, Madre de Dragones y Tormentas, y el bastardo Jon Snow, tan gélido, pese al morbo del incesto consumado, no ha podido menos que decepcionarnos. Con lo que admiramos o nos horrorizaron, con lo que comentamos las embestidas por detrás de Khal Drogo y cómo ella lo domesticó, enseñándole a mirarla mientras lo cabalgaba, seductora y empoderada.
Las dos series más representativas de esta tercera fase de representación del cuerpo y el sexo tal vez sean Masters of Sex y The Girlfriend Experience. Esta ha enfriado las relaciones sexuales mediante una fotografía frigorífica, de paleta gris y filtros metálicos, que desnuda a los amantes de estructuras familiares y los sitúa en habitaciones de hotel o en apartamentos tan impersonales como habitaciones de hotel. Se trata de una pornografía mecánica, donde lo único que no puede registrarse con detalle es la penetración, que simula un universo donde los cuerpos interaccionan con lógica neoliberal, sin que los sentimientos intervengan dotando al sexo de identidad (de parte de una biografía emocional). Esa disección implacable de la piel en contacto comercial puede ser consecuencia de la conciencia que nos regalaron los doctores Masters y Johnson: el sexo se puede estudiar, se puede cuantificar, se puede convertir en patrón, en síntoma y diagnóstico y tratamiento. Ellos dos observando a una pareja que se acaricia, se masturba o folla en una cama de laboratorio, a través del mismo cristal de doble vista que se usan en las salas de interrogatorio, es la mejor representación que nos ha brindado una serie de nosotros mismos.
Nosotros mismos, que en estos veinte años de edad de oro de la televisión hemos pasado de la sorpresa sensorial y el interés político por la presencia de cuerpos desnudos y sexualizados, en contextos verosímiles, del cambio del siglo XX al XXI; a la hipérbole erótica del cambio de la primera a la segunda década de ese siglo; y, de ahí, a la representación actual de cuotas y opciones sexuales. Nuestra mirada se vuelve ahora cada vez más indiferente hacia elementos que fueron importantes en la invención de la fórmula serial, pero que ahora son simplemente eso, sudores y pechos y kamasutras y penes absolutamente formularios, en proceso de perder todo su sentido.
The L world, tiene bastante sexo y no la veo en este artículo, aunque el 99% sea exclusivamente entre mujeres.
Pues en las series españolas el sexo sigue teniendo una presencia testimonial y es abrumadoramente femenino, como en «Vis a Vis» donde lo lésbico no es la norma sino la solución temporal. Es uno de los factores que hace que nuestras series parezcan venir de una etapa anterior de la televisión.
Antes de Californication en Showtime ya existió Queer As Folk donde el sexo lo dominaba casi todo. Así que Showtime se adelantó en realidad 1 año a HBO ( QAF empezó en 2000 con una primera temporada explosiva, Six Feet Under empezó en 2001 ).
«a la representación actual de cuotas y opciones sexuales».
Los gays miramos la TV igual que los heteros y al igual que ellos nos gusta ver nuestros romances y sexualidad en pantalla.
No es ninguna «cuota», así como homosexuales nos emocionamos con romances heteros no hay ninguna cuota de pantalla cuando es a la inversa.
En six feet under ademas de Nate y Brenda, la pareja mas consolidada fue la de kith y David, tan consolidada y tan emocionante que fue mas allá de la muerte.
No soy gay y tienes toda la razon
Noto cierto resentimiento en este artículo por la tendencia a repesentar la sociedad diversa que nos rodea en los medios y la cultura audiovisual. Habla de cuotas de minorías y diversidad sexual y étnica, pero no cuestiona la alienación a las minorías que supone la ausencia de ella. No se plantea lo que supone dictar a la población blanca heterosexual y del Norte como norma por defecto y luego exportarlo a toda la orbe. Eso no es representativo ya ni en países occidentales, ni mucho menos en el resto del mundo. Una de las ventajas de las series de EEUU son precisamente su naturaleza coral que a su vez tiende a representar a todo el mundo. Tanto al indio que está en Bombai como a la nigeria que está en Lagos, no sólo a la sociedad de Nasville.Ahora también representa a los homosexuales, transexuales, inmigrantes, y todos los que no lo estaban más que como cameos y caricaturas antes. Y lo que queda. Puede que algunos acostumbrados a saberse y verse como la norma de la cultura hegemónica se sientan incómodos, y pronto empezarán a quejarse por ser la minoría blanca, como dicen algunos ultras de EEUU al ver que ya no representan al 90% de la población y han perdido poder simbólico y político. Acostúmbrese a la diversidad del planeta.
Exactamente Nowis, lo dicen diferente en buen romance: «la pantalla se lleno de gays», cuando en realidad apenas es una pareja gay entre varias o una sola serie que trata el tema, y luego ves un millon de relaciones tipo papi-mami, pero eso no lo notan.
Es que es tan naturalizada, nunca mejor dicho, la vision sexual exclusivista heterosexual coitocentrica que se les hace dificil creer que pueda haber mas mundo fuera de eso. y encima que sea relevante.
Todas estas series son una gran ayuda para descolonizar la mente y el sexo.
Echo en falta Banshee, gloriosa serie que salía a pelea épica y polvo de esos con los que te caes de la cama por capítulo.
A mi particularmente me canso el recurso del sexo como anzuelo, el que quiere sexo o que lo practique o que mire porno, pero me canso que todas las tramas de las series lo incluyan, me canso que siempre se traten los mismos temas que uno conoce de la vida diaria, también la pésima imagen que se tiene de la adolescencia como si solamente fuera alcohol, sexo, drogas y descontrol, por suerte el cine se escapa un poco de eso y apuesta mas por lo fantástico, el sexo, los cuernos, los problemas familiares, de pareja, las infancias duras, etc, etc ,etc ya lo vivimos a diario en nuestras vidas, quiero que las series me cuenten cosas que no conozca y me alejen un poco de la realidad, quiero personajes haciendo cosas que nadie hace en vez de mostrarme lo que hacen en su intimidad, no necesitamos saber tanto.