1977. El Gobierno español protesta ante las Comunidades Europeas por las políticas de extranjería de sus países miembros. Exige que se garantice a los trabajadores españoles ya residentes su derecho al «establecimiento, permanencia, condiciones de empleo, seguridad social y reagrupación familiar». Con la crisis del petróleo, muchos países, sobre todo Francia, estaban invitando a sus inmigrantes a marcharse. Leo en El País: «El Gobierno español considera que dichas medidas atentan contra los derechos humanos y en especial contra la Declaración Universal, el Pacto de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas y la normativa del Consejo de Europa referida a la Protección Internacional de los Derechos Humanos». Cómo hemos cambiado.
Aunque en aquellas fechas ya había empezado el retorno de emigrados. Algunos, forzados por la legislación, como en Francia, donde el Plan Barre expulsó a cinco mil españoles y sus familias. Pero ya antes la crisis industrial de los setenta sacudió todos los mercados de trabajo, incluido el español, solo que este con unos pocos años de retraso.
Aquellas comunidades de españoles en Europa dejarían de crecer, se estancarían, como el número de remesas enviadas, e irían desapareciendo paulatinamente. Sus barrios, sus locales, la cultura que exportaron lo harían también. Un amigo, emigrado en la actualidad en Kassel, Alemania, me habla de que los nuevos bares de gastronomía española abiertos recientemente conviven aún con un bar fundado en los setenta y la tienda El Torito, «donde todavía venden hasta Varón Dandy», me cuenta. Pero que el lugar más emblemático, el restaurante Casa Manolo, ahora es un hindú. El legado de aquellas gentes es cada vez más borroso.
Por eso me ha llamado la atención el premio de la última edición de PHotoESPAÑA al mejor libro de fotografía autoeditado que ha recibido el trabajo de Pablo Casino barespagnol. Se trata de una recopilación de imágenes de los vestigios que la diáspora española dejó en Bruselas. En agosto acaba de salir la tercera edición del libro y recoge las imágenes de otra España vacía también con sus últimos supervivientes.
Casino marchó allí, como tantos otros, como los que aportaron sus testimonios en el libro Volveremos. Trabajó de recepcionista en un hotel. Solo estuvo un año, pero fue lo suficiente como para descubrir los restos del paso de otra generación de españoles. El barrio español estaba alrededor de la estación ferroviaria Midi de Bruselas. Me explica: «Ahora quedan cinco o seis bares o tiendas, pero al verlo comprendí un poco qué se les pasó a ellos por la cabeza al llegar. En el barrio, los vecinos eran españoles en un 70%. Hasta las discotecas de la ciudad hacían dos o tres noches españolas a la semana. En los bares que quedan, el más joven de los que lo frecuentan tendrá cincuenta años, la mayoría ronda los setenta. Y son gente con hijos netamente belgas, que no tienen necesidad de ir a estos lugares a reencontrarse con su comunidad, con lo que se había dejado atrás».
Para el autor, existía un contraste evidente entre los emigrados en la actualidad, con su Skype, y los de aquella época. «Me parecía oportuno hablar del fenómeno de los españoles en Bruselas para poner un poquito en perspectiva esa nueva emigración que se nos vendía o incluso la mía propia, que no era nada complicada comparada con la de esos años». Del mismo modo, también quiso trazar el paralelismo entre los latinos o rumanos que en Valencia o Madrid van a comprar a sus tiendas, un fenómeno que despierta curiosidad, pero que, explica Pablo, los españoles lo estuvieron haciendo durante décadas cuando eran ellos los emigrados.
En su trabajo también hay fotografías de procesiones españolas en Bélgica. Todavía siguen realizándose: «Al norte de Bruselas hay una comunidad andaluza, llama la atención porque en Bruselas lo que abundan son los asturianos. Los andaluces hacen una romería cada año y han conseguido integrar a los belgas del pueblo en la procesión. Es una manera que tienen de continuar con sus tradiciones. Se reservan un espacio en un parque y, además de llevar a la Virgen, hacen conciertos, banquetes. Es un poco híbrido porque ves marcas belgas patrocinando, pero visualmente es muy español, van disfrazados de folclóricos».
Lo que no pudo fotografiar Casino eran las conversaciones. Me cuenta que eran una mezcla de español y francés belga. Y por lo que comentaban dice: «La sensación de lejanía en sus charlas de la España actual de la que yo venía era increíble, Franco parecía haber muerto el año pasado, el PSOE inspirando esperanza…».
Toda diáspora afirma las señas de identidad con más fuerza de lo que pueda uno encontrarse dentro de su propio país de origen. En este caso era igual: «Viajando por la España interior te prometo que no me he vuelto a encontrar con lugares que reúnan en menor espacio algo para mí tan representativo de lo que puede ser España. Quizá tiene que ver que la España de Bruselas es de otra época».
No obstante, en aquellos años la cultura española que surgía de su comunidad tenía una vitalidad efervescente: «Preguntando un poco a los españoles de allí te das cuenta de que no eran cuatro gatos pasivos: montaron estructuras (radios, prensa, asociaciones, cientos de tiendas y bares…) y repercutió en asuntos interesantes y para mí divertidos como el tema de la rumba hispano-belga, las ligas de fútbol solamente de españoles (porque los belgas no estaban a tan alto nivel, dicen ellos), la federación del juego de la Rana…».
La rumba hispano-belga tiene su grupo de Facebook donde se recopilan los singles grabados en Bélgica Los grupos españoles, como el Pescadilla con Lola o Peret, hacían giras habitualmente. El legado es realmente impresionante. Digno de reivindicar. Hay joyas de canciones como esta de las Hermanas las Manchitas dedicadas al TVA, el equivalente al IVA español, «que no nos deja ni para fumar». Ese tipo de canción sobre actualidad social no tardó en aparecer en España, pero otras sirven para imaginarnos cómo hubiera sido nuestra cultura popular sin dictadura. Aquí, Juan Sánchez García le cantaba al Che Guevara un romance.
La aparición de estas fotografías coincide con que este año también se ha presentado un libro, Anécdotas de la emigración española en Bélgica, que pretendía recoger los testimonios y vivencias de aquella comunidad que, como se ha dicho, va desapareciendo poco a poco. Al margen de las anécdotas, lo que tiene el trabajo es una profusa documentación sobre las dificultades que pasaron los emigrados.
La primera, el idioma. No existían políticas de inserción y muchos lo tuvieron que aprender de forma independiente. Hubo mujeres que empezaron a trabajar en el servicio del hogar que al principio se tenían que comunicar con signos. Los que se adaptaron y tuvieron hijos allí, empezaron a hablarles en francés para asegurarse de que lo aprendían. Así desapareció el español en la siguiente generación. Por eso las primeras asociaciones que formaron los emigrados eran para dar clase de español a sus hijos. España llegó a enviar profesores, no sin conflictos políticos.
En las experiencias personales que recoge el libro llama la atención que a los emigrados les sorprendiera la honradez de los belgas. «Un repartidor te dejaba la leche, la mantequilla o los huevos en la puerta de tu casa. Tú colocabas los cuencos junto al dinero, y nadie nunca te quitaba nada. Eso me gustaba». Otras sorpresas, al margen de las ayudas sociales, eran las libertades. La gente se podía besar por la calle. En España, como contamos en una serie de artículos, aún traía problemas.
El desarraigo era ya entonces un problema de verdadera entidad. Un hombre citado lo describía como «una especie de terremoto bajo tus pies». Un sentimiento de desamparo, de estar excluido de uno mismo. Entre los hombres había muchos mineros, mineros asturianos, que lloraban al pasar en autocar la frontera en los Pirineos. Los viajes duraban días. A veces se acababa la comida y tenían que alimentarse parando a coger uvas. A los primeros que llegaron fueron los refugiados y exiliados de la Guerra Civil, que ya sabían francés, los que les ayudaron a integrarse.
Las biografías que aparecen detrás de los motivos de la emigración son conmovedoras. Hay un caso de una mujer cuya madre murió cuando ella tenía diez años, quedó a cargo de un padre al que define como «severo» y decidió protegerse en un convento. Hizo los votos, pero se escapó a Bélgica, allí conoció a su futuro marido y se quedó. Pero las monjas todavía tuvieron tiempo de enviar, mediante la Cruz Roja, a gente a buscarla para que volviera.
La experiencia general de la emigración española en Bélgica es positiva, pero también hubo casos de depresión, suicidios, la mayoría a consecuencia del citado desarraigo. Este libro explica que la partida se vive como un duelo, con las mismas consecuencias psicológicas. Conocer lo que nos pasó a nosotros no está de más para entender lo que llevan encima los que han venido a España en los últimos veinte años dejando atrás sus vidas y un ejército de abuelos sin hijos ni nietos alrededor.
En el año 1985, como diez dias antes de navidades, al acabar el instituto fui a Bruselas a casa de unos amigos de mis padres. Eran del pueblo de mi madre y habian emigrado a Belgica en los años 60 y sus dos hijos eran, a su vez, amigos mios. Pase alli una semanita y despues volvimos los tres, yo y mis amigos, a Asturias para pasar las navidades. Viaje de ida, ALSA, Oviedo-Paris- Bruselas; algo mas de dos dias de viaje. Creo que era un convoy con tres autocares, gente que iba a pasar las navidades con sus parientes emigrados en su mayor parte. De los dias que pase alli recuerdo la mala relación que habia con los arabes en general, que compartian barrio en gran numero con los emigrados españoles, el buen rollo que habia en los locales de restauracion españoles en general y asturianos en particular; recuerdo la gran cantidad de ropa de moda y deportiva accesible que habia; eso ya me habia sucedido en Alemania el año anterior. Literamente alucinaba con la ropa deportiva y la cantidad de camisas de equipaciones de futbol que habia. Me compre dos camisas de equipos belgas (de las que brillaban) y tambien una cazadora «beisbolera» que en España se ponian de moda pero tenian un precio prohibitivo (en Belgica al cambio no me llego aquella virgueria a 5000 pesetas). El Atomium me decepciono. Las gufras me perdieron, la cerveza de abadia ni fu ni fa. Los belgas me parecieron gente educada y sociable. Viaje de regreso vispera de las navidades……….ALSA Bruselas- Oviedo, un convoy de un monton de autocares de gente que volvia a Asturias a pasar las navidades, dos dias de viaje, dos dias de cachondeo, reinaba la alegria, el autocar lleno de humo de cigarrillos y el alcohol rodaba sin parar. Que tiempos………..ahora tengo 50 años y me gusta acordarme.
No generalices,el mal rollo con los árabes eran pocos,que lo había si…concretamente en el baile «el borriquito»donde el dueño era un impresentable…que educó a su perro para atacar a los árabes que quisieran entrar….pero al lado había,los bailes «la primavera»y «laPeña»y el «City Pop»»lalaguna»donde esto no era el caso….en la Laguna Marujita ,sacaba a escríbanos a cualquiera que metiera jaleo,fuera árabe o español o belga, daba igual. …en estos sitios que no fueran el «Borriqito»…el propio nombre definía al dueño….no pasaba lo mismo, había árabes y en el Club García Lorca ,desde luego no estaban descartadas ninguna nacionalidad….Así que no generalices. ..racistas siempre hubo en todas partes, ni siquiera esa gente se daba cuenta de que también eran emigrantes y que también sufrieron racismo…..La maldita manía de una parte de España que siempre se cree raza superior….una pena porque no aprendieron nada
Hola Rosa. Buscando por la web encuentro este artículo que me parece maravilloso. En cuanto a tu respuesta, un poco exagerada. Da la casualidad que el “Borriquito” era el negocio de mi familia. Si es cierto que mi tío tenía un perro pero no estaba adiestrado para atacar a los Árabes… Ni considero tampoco que sea un impresentable. Pero bueno, al final es una opinión más.
Se agradece que le hayas dedicado a este fenómeno algo de tiempo y comparto muchas de las apreciaciones.
Para lo bueno y para lo malo, quien quiera vislumbrar fugazmente lo que era España en los años 70, que se pase por alguno de los «Centros culturales» que todavía sobreviven en Bélgica o los Países Bajos.
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«…los latinos o rumanos» ? ; me imagino lo primero se refiere a los latino-americanos; y si es así, hay que dejar constancia que ese término (latino), en esa significación, es totalmente impostado y no tiene raiz en nuestra cultura iberoamericana; en realidad es un tipo de violencia simbólica .
Hola.Sigues activo por aquí???Me gustaría si alguien supiera de monjas y un pensionado creo en Dilbeek.Estuvimos mi hermano y yo.Por supuesto separados.Has puesto una foto de unas chicas que una parece mi prima.Muy bonito tu artículo a ver si compartes más y más fotos.Un saludo
Hola Ana.
Hace años que intento recabar información sobre el tema que mencionas, que ni siquiera
mi madre supo decirme mas de lo que yo sé.
Pasé el primer año en un internado de Dilbeek. La dirección es en la calle de la Estación o Stationstraat. Era el curso escolar 73 – 74.
Nos mandaban por la mañana en bus a un colegio de Anderlecht en la rue Puccini, Saint Vincent.
Volvíamos por la tarde al internado de Dilbeek.
Recuerdo que había monjas y monitoras que cuidaban de nosotros. En esa institución solo había niños.
En la actualidad ese sitio aún existe se llama «Parnas» es una especie de instituto o colegio mayor.
Estuve allí el verano del 2014 pero estaba cerrado. El edificio principal existía todavía. Reconocí su arquitectura y estructuras en hormigón con forma hexagonal.
Alli estuvimos un año mi hermanito y yo.
Si tienes mas información, lo podremos compartir.
jantonio