Los que nos hemos educado en una cultura estrictamente yanqui, nos anonada cierta ingenuidad europea (tan ilustrada) que tiene a los yanquis por unos ingenuos. La superioridad moral del foie que menosprecia el cigarrillo enterrado en el fondo del puré de patatas en una cafetería encuadrada por Hopper. Pero aún peor que las armas y las gordas, es esta concepción de América como una tierra de encefalograma plano y fanatismo far west. Y por ahí no paso. Pongo el ejemplo de lo mío. La conversión de la narración clásica en formato televisivo, tan o más interesante que trocear la lubina en mínimas porciones esferificadas, demuestra la pervivencia de un arte a pie de asfalto con una tradición que va de los griegos aquellos a la última y sórdida gacetilla de sucesos. En fin, el único arte que nos interesa.
La despedida de The Wire, con el gran McNulty (oh cómo reconforta, por otra parte, oír a bellas e interesantes mujeres afirmar que McNully es un imbécil integral sin el más mínimo interés) repasando la ciudad de Baltimore ya engrosa la lista de los grandes finales del cine. Luces de ciudad, Roma ciudad abierta, Viridinana, Centauros del desierto, El apartamento, cualquier Padrino y por ahí. Este nuevo cine en formato casero nos acerca además una consmovisión liberal que deja en pañales a los autodenominados liberales patrios y patrióticos de plaza Colón. Vean el aldabonazo nada pacifista pero profundamente crítico con la invasión de Irak que es Generation Kill. El dúo Simon/Burns, en su profundo escepticismo, dan de patadas a cualquier neodarwinista de pan aliñado con aceite. Yo, personalmente, recomendaría la cuarta temporada de The Wire a Esperanza Aguirre y Arturo Mas. No les quedará más remedio que declararse hijos políticos de Bush. Que es lo que son.
La nómina de las grandes creaciones televisivas que nos llega de Estados Unidos es considerable y la pedantería no va a estropearnos el último párrafo. Sólo decirles que me olvido estos días de la miserable campaña electoral española viendo El ala oeste de la Casa Blanca. Y que llevo toda la semana riéndome solo con el recuerdo de una escena de Los Soprano que el traductor Marc Jiménez glosó en un paseo dominical. Los gángsters están torturando a un judío que, con su orgullo de casta típicamente catalán (avant-la-lettre) les espeta:
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¿Has oído hablar alguna vez de Massada? Durante dos años novecientos judíos resistieron contra quince mil soldados romanos. Prefirieron morir antes que ser esclavos. Y los romanos, ¿dónde están?
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Delante de ti, gilipollas
Y luego ellos son los políticamente correctos.
Genial, comme d’habitude.
Saludos,
M.