Cine y TV

Los mimbres con los que Tarantino creó Pulp Fiction

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Imágenes de izquierda a derecha, de arriba a abajo: Kiss Me Deadly (United Artists), 8 ½ (Cineriz), portada de Black Mask y El crack (Nickel Odeon Dos )

«Amigos del espacio, ¿cómo están ustedes? ¿Han comido ya? Vengan a visitarnos, si tienen tiempo». En torno a un año dedicó el equipo liderado por Carl Sagan a reunir este y otros saludos en más de cincuenta idiomas, junto a una selección de fotografías y composiciones musicales lo suficientemente representativas de la humanidad para que acompañasen a las sondas espaciales Voyager. No dudamos de su buen criterio, pero aprovechando la mejora en la tecnología de almacenamiento durante estos años querríamos sugerir que en la próxima se incluya, además, una copia de Pulp Fiction. No solo por el buen rato que pasarán sus potenciales espectadores allá donde se encuentren, es que probablemente no existe ninguna otra película más cargada de guiños a la cultura popular contemporánea y eso a cualquier alienígena dotado de curiosidad antropológica debería interesarle. Es lo más parecido a una enciclopedia sobre cómo se han entretenido buena parte de los humanos occidentales de la segunda mitad del siglo XX.

En sus diálogos e imágenes se alude, por citar algunos nombres propios, a James Dean, Cary Grant, Jayne Mansfield, Marilyn Monroe, Andy Warhol, Douglas Sirk, Buddy Holly, Madonna, Elvis Presley, Ricky Nelson, Ringo Starr, Ed Sullivan… La cabeza de Tarantino es una enorme batidora pasada de vueltas que nos salpica de referencias a series, películas, canciones, dibujos animados, novelas y revistas que han ocupado su tiempo. El resultado es una de esas películas en las que a uno le gustaría quedarse a vivir. Causó sensación en el momento de su estreno y veintitrés años después es un clásico que ha sobrevivido a todas sus imitaciones y nunca será olvidada. De hecho estos días se ha reestrenado en los cines españoles, qué mejor excusa entonces para volverla a recordar, repasando y ordenando las piezas de este intrincado collage.

Las tres caras del miedo es una apreciable película italiana de 1963 protagonizada por Boris Karloff que narra tres historias de terror ambientadas en épocas y lugares diferentes, estilísticamente deudora de la productora Hammer y, como las influencias a menudo van en ambas direcciones, cierta banda inglesa de heavy metal que empezaba en los años sesenta quedó fascinada tanto por la película como por el título con el que fue estrenada en su país, Black Sabbath. También dejó huella en la mente de nuestro cineasta, nacido ese mismo año. Mucho tiempo después, tras su triunfal debut con Reservoir Dogs, retomó una idea de su amigo Roger Avary para un cortometraje en torno a un boxeador y el reloj que quiere recuperar. Marchó a Ámsterdam para trabajar durante varios meses en el guion, y tomando la estructura narrativa de aquella cinta como modelo buscó la inspiración en las historias de crímenes y detectives del género pulp, más concretamente en una revista llamada Black Mask, en la que habían colaborado autores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler. También le sirvió de ejemplo J. D. Salinger.

Naturalmente, en alguien con tanto apego por la pantalla, los principales ingredientes del pastiche fueron cinematográficos. En innumerables entrevistas desde el estreno de Pulp Fiction ha mencionado algunas de esas películas, especialmente las que menos le influyeron. Hay otras que nunca cita en las que la inspiración resulta claramente apreciable… pero tampoco podemos esperar de un mago que revele sus trucos. Hay autores que quieren ver una influencia en Atraco y robo a un tren, un pionero wéstern rodado 1903 en el que vemos cómo una banda de atracadores detiene un tren, fuerza a bajar a sus pasajeros y a continuación (a partir del minuto seis) los va despojando de sus carteras y objetos de valor. Bien, seguramente Tarantino la habrá visto, podríamos establecer un lejano nexo con la pareja que atraca la cafetería en la escena que abre y cierra la película. Pero no nos engañemos, para esa parte la fuente de la que bebió hasta atragantarse fue la magnífica El Crack, de José Luis Garci. Recordémosla:

Dos delincuentes poco espabilados asaltan un bar de carretera con la pretensión de llevarse no solo el dinero de la caja sino las carteras de todos los clientes, hasta que uno de ellos tuerce dramáticamente sus planes. Aparentemente Alfredo Landa y Samuel L. Jackson no parecen tener demasiado en común, pero fijémonos en sus personajes. Ambos se mantienen al margen y se diría que no hubieran movido un dedo para impedir el atraco de no haberse visto personalmente interpelados. No son superhéroes que acuden al rescate sino antihéroes que imparten justicia cuando no les queda más alternativa. Para ambos hay un objeto cuya pérdida supone una línea roja, un mechero y un maletín respectivamente, y entonces con tensión pero sin perder el aplomo intimidan al atracador logrando que se lo devuelva. Las dos escenas satisfacen el sentido de justicia del espectador, que ve al malo escarmentado por alguien aún más peligroso que él, y servían una como apertura de la trama y la otra como conclusión. Aquí Álex de la Iglesia contaba cómo en la ocasión que tuvo de hablar con Tarantino este le preguntó por películas españolas que ni él mismo conocía, así que no cabe la menor duda de que vio El Crack antes de escribir el guion. Además, dicho sea de paso, ambas cintas utilizan la canción «Out of Limits», del grupo The Marketts.

Acabamos de mencionar la banda sonora de Pulp Fiction. ¿Hace falta insistir a estas alturas en lo extraordinariamente buena que es? Tarantino es tan melómano como cinéfilo y la música le sirve no solo para dotar de fuerza a las imágenes, también influye en sus guiones. «You see this cat Shaft is a bad mother (Shut your mouth)», era una línea del tema de Isaac Hayes para Shaft, una de las cumbres del género conocido como Blaxploitation. «Bad motherfucker» fue, pues, lo que ponía en la cartera que le debía devolver a Julius el ladrón al que este bautiza por su acento inglés como Ringo, en alusión al batería de los Beatles. Y si hablamos de los Beatles entonces tenemos que traer a Elvis Presley, pues como decía Mia Wallace en una escena finalmente eliminada: «Mi teoría es que en relación con los asuntos importantes, solo hay dos formas en las que una persona puede responder. Según la que escojan, eso te dirá qué clase de persona es. Por ejemplo, solo hay dos tipos de personas en el mundo, la gente de los Beatles y la gente de Elvis. Claro que a la gente de los Beatles le puede gustar Elvis y a la gente de Elvis le pueden gustar los Beatles, pero a nadie le pueden gustar ambos por igual. En algún momento tienes que hacer una elección. Y esa elección te dice quién eres tú». Como apunte al vuelo, lo de distinguir entre dos clases de personas era un elemento recurrente del guion de la película favorita de nuestro director, El bueno, el feo y el malo. Pero más adelante volveremos sobre ella, sigamos con la música. El brío de la versión surf-rock de «Misirlou» que Dick Dale hizo en los años sesenta ya nos pone en situación para lo que vamos a encontrarnos: no será una de esas películas francesas donde puede verse crecer la hierba. Dale, de ascendencia libanesa, le añadió mucho nervio a esa melodía tradicional del Mediterráneo oriental, y pese a todo resulta muy fácilmente reconocible en su versión original, como en esta grabación de 1927:

Otra versión muy conocida del film es la que hizo Urge Overkill de «Girl, You’ll Be a Woman Soon», de Neil Diamond. Este músico tuvo un asistente en una de sus giras, Steven Prince, que luego adquiriría cierta fama al formar parte del reparto de Taxi Driver —otra de las películas que más y mejor ha copiado Tarantino, aquí lo vemos vendiendo armas al protagonista. Pues bien, Steven Prince resultaba ser un tipo muy carismático, cargado de anécdotas en torno a su vida en los bajos fondos como adicto a las drogas, y trabó una gran amistad con Scorsese. Tanta, que este le dedicó en 1978 un documental, American Boy: A Profile of Steven Prince. Si vamos al minuto treinta y siete le escucharemos narrar la historia de cómo tuvo que ponerle una inyección de adrenalina directa al corazón a alguien que había sufrido una sobredosis. ¿Les suena?

Resultó ser un desastroso desenlace para la cita entre Mia Wallace y Vincent Vega que tantas reticencias iniciales había despertado en este, dispuesto a entretener a la mujer del jefe siempre y cuando no le costase el pellejo. La conversación entre ambos fluía de una manera parecida a la de Robert Mitchum y Jane Greer en La mujer de mi pasado, o a la de Vivir su vida de Godard, uno de los cineastas favoritos de Tarantino. Como vemos en esta escena, a partir del segundo minuto los personajes reflexionan sobre la necesidad de hablar constantemente y los momentos incómodos de silencio entre dos personas. Precisamente la verbosidad es uno de los rasgos de personalidad más distintivos de Tarantino, a quien se le debió abrir el cielo al ver Luna nueva, de Howard Hanks, que le mostraba cómo en una película los personajes pueden soltar palabras a ritmo de ametralladora. La considera de hecho una referencia fundamental para mostrar antes del rodaje a los actores. Pero estábamos con la cita, que tiene lugar en un restaurante repleto de referencias a los años cincuenta y sesenta y con mesas en forma de vehículos. Naturalmente a estas alturas ya sospecharemos que algo así no sale de la nada, así que el origen de la idea lo encontramos en una película de Elvis Presley, A todo escape. En ella hay también un presentador que propone participar al público, como vemos a continuación:

Bastó repetirlo centrándose en el baile de la pareja protagonista para dar lugar a uno de los momentos más memorables no ya de la película, sino del cine de las últimas décadas. Una genialidad, eso es la combinación de la música de Chuck Berry con esos peculiares movimientos que, reconozcámoslo, todos hemos intentado imitar alguna vez con más o menos acierto. A Tarantino le gusta decir que se inspiró en Bande à Part, de Godard, de hecho su productora se llama A Band Apart Films. Pero si queremos encontrar una influencia más explícita será mejor que nos fijemos en el baile de 8 ½ de Fellini. Más concretamente los movimientos de Uma Thurman recrearon a su estilo a Los aristogatos, mientras que los de Travolta se inspiraron en la inenarrable coreografía de la serie de Batman.

Así que después de todo lo anterior ver morir al personaje de Vincent Vega resultó ser una gran impresión, aunque ciertamente no fuera la primera vez que contemplábamos a alguien siendo acribillado al salir del baño; Los tres días del Cóndor tenían algo muy similar. Una vez Butch acaba con él, sale de casa a toda mecha con tan mala suerte que se cruza con Marcellus Wallace en un paso de cebra, un déjà vu de lo que vivió la protagonista de Psicosis. Tras un atropello y una breve persecución, Butch y Wallace acabaron en una sórdida tienda donde el último es violado a la manera de Deliverance. Humillación que será saldada con un par de negros empapados en crack y junto a ellos, amenaza, «practicaremos el medievo con tu culo». Al fin y al cabo Wallace era un hombre de recursos, que disponía del tipo adecuado para cada ocasión. Así, para los trabajos más finos contaba con el señor Lobo. Dice nuestro cineasta que la idea de ese «limpiador» le vino del corto Curdled, pero suena a explicación interesada teniendo en cuenta que su propia productora, la citada A Band Apart Films, produjo posteriormente un largometraje a partir de él, Tú asesina que nosotras limpiamos la sangre. En realidad cualquiera con ojos en la cara se da cuenta del notable parecido con el limpiador que aparecía en Nikita. Curiosamente la adaptación americana de esta cinta francesa contó con Harvey Keitel en un papel similar al que interpretó un año después en Pulp Fiction. De manera que gracias a la eficaz intervención del señor Lobo, Vincent y Julius finalmente pueden ir a desayunar a una cafetería con el maletín recuperado.

Anteriormente hemos mencionado El bueno, el feo y el malo, recordemos ahora cómo empezaba. El malo acude a casa de alguien que estaba en deuda con su jefe, se sienta con parsimonia a su mesa y se sirve su comida frente a la tensa mirada de su indeseado anfitrión, a quien finalmente acaba disparando. Algo cuyo eco se percibe en la manera en que Julius muerde la sabrosa hamburguesa Big Kahuna y sorbe del refresco, recita un pasaje bíblico y por último ajusticia a esos delincuentes de poca monta que guardaban el maletín. ¿Qué es lo que había en él? Tarantino lo deja a la imaginación de los espectadores. En El beso mortal había un maletín que irradiaba luz al abrirlo porque contenía material nuclear, aquí simplemente lo desconocemos. Solo intuimos que es extremadamente valioso por la manera en que se arriesga frente a Ringo para conservarlo, frente al que, una vez más, vuelve a recitar un pasaje de Ezequiel… en realidad bastante tergiversado respecto al original del Antiguo Testamento y que Tarantino recogió del montaje americano de la película Karate Kiba. Mejorando notablemente el resultado, hay que decir, al igual que con todos los ejemplos anteriores que hemos visto. Lo que demuestra, en conclusión, que copiar también requiere talento para distinguir qué es lo que merece la pena ser copiado. Un don del que Quentin Tarantino ha demostrado estar sobrado.

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4 Comentarios

  1. Magnífico escrito, increíble conocer y descubrir ese mundo de referencias de una película grandiosa. Muchas gracias una vez más por sus escritos tan amenos y tan repletos de magia.

  2. Sibaritadeoriente

    Solo tengo un pero a este artículo… Que sea tan corto.

  3. Walter_nota

    Bravo!!! Babeando me ando…

  4. Jose Francisco

    Magnifico artículo

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