A los viejos se les olvida como a un pañuelo en el bolsillo; se les dice que ya no tienen tiempo de ser porque ya fueron; se les deja solos mientras se toman un cafelito en la misma mesa del mismo bar cada día. Uno se siente mayor cuando se da cuenta de que, como escribía Gloria Fuertes, todos los tuyos han muerto hace años y estás más solo que tú mismo. Cuando sientes que eres el alimento abandonado al fondo de una nevera.
Tras la cortina de las décadas se esconden deseos, temores, frustraciones y anhelos que se consideran secundarios. Ser viejo es el todo y tu pasado, un cajoncito revuelto que ya no tienes tiempo de ordenar. Te inhabilita para la lucha porque a estas alturas para qué. Ya no hay tiempo para construir un campo de batalla ni para convertirte en un soldado de tu propia existencia. O eso dicen. Ir a tu propia guerra desgasta, sobre todo cuando tu rostro tiene tantas arrugas como unas sábanas usadas.
No se equivoquen, uno siempre puede convertir su vida en una chistera. Así lo ha hecho David. A sus setenta años ha comenzado a pintarse las uñas de las manos y busca un nombre femenino con el que pasar sus últimos días. Nació con el sexo biológico de un hombre, pero él es una mujer. Una mujer con cáncer de próstata. Una mujer que nació en Estados Unidos, se fue a Dublín durante un tiempo y acabó en Madrid tras encontrar un refugio donde amar y ser amada. Porque de eso va el amor: de que te acepten y te aceptes, cuidar y que te cuiden; en pareja o en comuna. Uno puede vivir solo, pero no debe morir solo.
La exposición El derecho a amar (CentroCentro, Madrid), de la premiada fotógrafa Isabel Muñoz, retrata la vida de David y de otros como ella. Un recorrido de noventa instantáneas en blanco y negro para inmortalizar todas las siglas del colectivo LGTBIQ: adolescentes trans, gais que fueron reprimidos durante la dictadura por su orientación sexual, presas que celebran bodas en la cárcel, ancianos con VIH que disfrutan del sexo, mujeres con pene.
Frente a la cámara de Isabel Muñoz la intimidad tiene otra dimensión: nunca nadie pareció tan libre como en estas fotografías. Durante siete años ella y el periodista e historiador Arturo Arnalte se han inmiscuido —con permiso— en las vidas ajenas de quienes no encajan en las estándares sociales, ya sea por su orientación sexual o por su identidad de género —o ambas—. Muñoz y Arnalte, con la ayuda del comisario Christian Caujolle, han construido un lugar sin fronteras donde los que no entienden son los que están encerrados en un armario. Han construido un espacio para respirar.
Contaba Arturo Arnalte en su libro Redada de violetas. La represión de los homosexuales durante el franquismo que durante la dictadura muchos gais compraban revistas de halterofilia: con el pretexto de haberse aficionado a un deporte genuinamente varonil, ellos aprovechaban para hacer vibrar su entrepierna con las imágenes de aquellos tipos fornidos. Esos hombres, que crecieron creyendo que su deseo era pecado, hoy han envejecido. Viven en una España mucho más libre de la que todavía se sienten excluidos. Algunos de ellos han quedado inmortalizados en esta exposición y forman parte de la fundación 26 de Diciembre, una organización que ayuda a personas LGTBI de la tercera edad que necesitan vivienda, asistencia sanitaria o, simplemente, compañía. Muchos de ellos rompieron lazos con su entorno cuando sus familias les dieron la espalda al saber que eran homosexuales; están solos y en algunos casos padecen VIH.
«A esta generación le costó mucho salir del armario. No quieren volver a uno. Son ancianos pero saben que si van a un centro de mayores o a una residencia no se van a sentir aceptados. No quieren volver a ser «ese maricón», «esa bollera» o «ese travelo». Esta gente no podría hablar libremente de su sexualidad en un sitio así», explica Federico Armentero, director de la fundación 26 de Diciembre.
Precisamente la fecha que da nombre a esta organización es un día icónico en el calendario de las conquistas del colectivo LGTBI. Lo explica Arturo Arnalte en un librito publicado a raíz de la exposición El derecho a amar. Dice así: «Dos agentes se presentaron de madrugada en el domicilio de Antonio Ruiz, de diecisiete años, para detenerle. El adolescente había confesado su homosexualidad en el hogar y su madre, viuda, humilde y sin estudios, abrumada por la noticia y torpemente aconsejada por un familia lo había puesto en conocimiento de la Policía [2 de marzo de 1976]». Franco había muerto, pero no fue hasta el 26 de diciembre de 1978 cuando ser homosexual dejó de estar tipificado como delito.
Antonio Ruiz también es uno de los protagonistas de la exhibición. Casi veinte años después de salir de la cárcel, en 1995, Ruiz paseaba por una calle del centro de Valencia cuando fue requerido por un agente para que mostrara su documentación. Cuando el policía verificó los papeles se burló de él: «Este es maricón». Él comenzó entonces una campaña para recuperar su ficha policial y que desapareciera de los archivos oficiales. En marzo de 1999 logró que se le entregara su expediente: lo destruyó simbólicamente ante las cámaras de televisión.
«La gente que viene a la fundación ha sido invisible hasta que han llegado aquí. La sociedad les ha dicho: «Sé lo que te dé la gana pero no lo demuestres, cállate, no saques pluma». No han vivido, han subsistido», apunta Armentero. Tal es así que no han aprendido a amar ni a ser amados: «Cuando eres gay, lesbiana, trans… te tienes que volver autosuficiente. No dejas que te cuiden».
Junto a David, la americana trans, están Gloria y Marta —pseudónimos a petición de las protagonistas— posando junto al hijo de la primera. Gloria es colombiana, fue madre soltera y emigró a España para poder pagar los estudios de su hijo. Conoció a Marta en un bar de ambiente, se enamoraron y se casaron. Ahora viven juntos, son familia. Unas fotos más allá dos hombres posan junto a un perro. Uno tiene VIH y el otro es un scort: «La sexualidad es una parte básica de las personas. No podemos fiarnos de cualquier chapero porque aquí cuidamos de nuestra gente. Queremos que sean tratados con cariño, que puedan desnudarse en todos los sentidos. Tienen muchos complejos; unos con cáncer de próstata, otros con VIH, otros que no han aceptado su cuerpo… Creen que ya no sirven para nada o que un prostituto va a sentir asco al verles», dice Federico Armentero. El lema es claro: derecho a amar, derecho a follar, derecho al deseo, derecho a ser. «Les hacemos sentir bien, no solo a nivel genital, que no es lo más importante, sino a nivel emocional. Se sienten queridos y exploran su sexualidad. Se sienten respetados», añade el fundador de 26 de Diciembre.
Una amiga tiene la teoría de que solo visualizando la realidad como una distopía podremos entender lo ridículo que resultará parte de nuestro presente en el futuro. Imaginemos entonces un lugar en el que la gente protesta por el derecho a que las personas de ojos marrones puedan estar con aquellas de ojos azules. O revueltas para que los vecinos de un barrio tengan derecho a enamorarse de otros del barrio de más allá. Aún hoy nos alzamos para que las mujeres puedan follar libremente sin que las llamen putas, para que los hombres puedan estar con otros hombres sin la etiqueta de «promiscuos», para que alguien decida no ser ni hombre ni mujer, o para que una persona defina su género sin importar sus genitales. La distopía es aquí y ahora. El odio, como el miedo, es un sentimiento que paga a tocateja. El amor, sin embargo, construye. Amar no es un derecho, es un imperativo categórico.
Ningún debate sobre la transexualidad es serio: ha pasado de «enfermedad mental» a «elección del género del individuo por sí mismo». Ni una cosa ni otra. Pero entre retrógrados o bienpensantes es difícil meter cuchara, desde sus trincheras en ambos extremos convierten las zonas intermedias en un erial. Que lo disfruten
Indudablemente, va mucho mas allá que «elección». En realidad diría que en la transexualidad propiamente dicha no existe elección alguna. Pruebas hay, todas las civilizaciones humanas y culturas por muy represivas que fueran de la transexualidad han tenido, oganatas, berdaches, saltatrix tonsa, hijras, miles de nombres para nombrar algo que siempre a existido. En ocasiones perseguidos y en ocasiones los «dos espiritus» han sido una conexión con los dioses.
Lo demás, travestis, transformistas, etc. podría ser mas que elección , «peldaños» o pasajes en el transgenerismo, algunos se quedan en ellos y otros no.
Otra cosa, los peores odios, acosos y discriminaciones se dan contra personas que «difuminan» o ponen en duda los roles de genero culturales, y mucho mas si se trata de vestimenta, que en personas abiertamente gays o lesbianas.
Es decir que un individuo hetero que se trasvista va a pasar mucho peor que un gay que parezca «machote», aunque se sepa que es homosexual.
Seria interesante que algo como esto, que no tiene explicación fuera explicado por alguien.
Nunca fue tan fuerte como en el siglo XX el proyecto de «binarizacion» total de la humanidad en dos partes que no podrían confundirse jamas incluso lo consagran en documentos cuando el ser humano nace.
La disforia de género o cómo convertir en ideológico un debate biológico. Que se lo digan a Camille Paglia.
Que no te amarren la tarde !!!
Fantásticas fotos de Isabel Muñoz, creo que explican más la situación de estas personas que cualquier discurso. Mis felicitaciones a esta fundación.
Enhorabuena a la fundación. Soy amiga de Belén López, coordinadora que curra alli y que es un ser sobrenatural, y gracias a ella tengo la oportunidad de conocer a otros muchos seres sobrenaturales. Todas las bellas personas que estais alli haceis posible la Vida con Mayusculas. gracias!
Derecho a disfrutar de la vida como cada uno quiere y vivirla al 100%. Claro que sí.
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