Esto de la Revolución es una milonga, porque nos dijeron que era el sueño de todos…
… pero era mentira.
Era el sueño de cada uno.
Ya no se hacen revoluciones como las de antes. Las redes sociales nos han enseñado a calentarnos como nunca y a mosquearnos sobremanera por cada una de las decenas de injusticias que recibimos cada día en nuestra bandeja de entrada, nuestro muro, nuestro TL. Nos hemos dado cuenta de que el mundo está lleno de hijos de puta, y eso molesta. Pero esas redes también han logrado disolver todo el malestar que promueven en un inocuo puñado de mensajes —llenos de exabruptos, eso sí—, que para colmo nos pueden llevar a prisión por ofensas o enaltecimientos de vete tú a saber qué que, cerrando el círculo, nos llevará a nuevos encabronamientos igualmente estériles. Supongo que gran parte de la culpa de esa disolución instantánea de la ira está en el acceso a tanta información y, con ello, en poder cabrearnos por tantas cosas simultáneamente: no nos da tiempo a reivindicar una causa cuando ya tenemos las siguientes haciendo cola y empujando para tener su minuto de atención. Y así no se puede.
Sin embargo, antes de tanto interné y tanta red social, nuestros padres y abuelos vivían prácticamente incomunicados de todo lo que no tuviera lugar en su pueblo y cercanías, aunque poco les importaba al vivir continuamente puteados por sus propias condiciones de vida, o de trabajo, ya que se pasaban el día dándole al callo en régimen de semiesclavitud (¡oh, sorpresa, como sucede en la actualidad con gran parte de las poblaciones de los países tercermundistas!). Y fíjate que esa jodienda vivida exclusivamente en primera persona lograba mezclarse en una mucha mayor concentración de mala follá y como resultado surgían revoluciones de las de sangre, pólvora y lágrimas.
Alfonso Zapico no quiere que nos olvidemos de todas las personas que intervinieron en el conflicto armado nacido de la huelga general revolucionaria que estalló la noche del 5 de octubre de 1934 —unas por formar parte de alguno de los bandos, otras por pura circunstancia— y, sobre todo, no quiere ponerlo fácil a la hora de juzgarlos, ya que se cuida mucho de que etiquetemos con facilidad a unos y a otros al presentarnos relatos personales, particulares, únicos. Porque, aunque nos cueste aceptarlo, miserables hay en todos lados, sea en nuestra casa o en la del vecino, y también esperanza en las personas independientemente del uniforme que vistan, tal como explica Javier Pérez de Albéniz en el prólogo de este segundo tomo de lo que se está convirtiendo, por derecho propio, en una trilogía imprescindible de la novela gráfica española.
El autor ha sabido capturar con ojo crítico la historia de su tierra y se dedica en esta Balada del norte a acercar la lupa hasta el detalle de las vidas de personas como Tristán, Apolonio o Isolina, protagonistas de la última gran revolución obrera de Europa. Personajes a los que conocimos en el primer tomo y de los que nos encaprichamos, por qué negarlo. Zapico construye psicologías profundas, llenas de claroscuros, que nos hacen encariñarnos con los conflictos internos de sus dueños, a los que conocemos durante la tensa calma de lo que está por venir. Si en la primera entrega todas las piezas se iban disponiendo sobre el tablero de Montecorvo y cercanías, este segundo libro es pura acción desde la primera página.
Se agradece el alejamiento de visiones maniqueas, presentando héroes y villanos a ambos lados de la barricada. No cabe duda de que Zapico está cómodo en el ámbito del cómic histórico y, en general, de la crónica de un pasado y un presente que no puede verse reducido al «buenos contra malos» al que nos empujan medios de comunicación y prejuicios varios. (Ahí estaba, por ejemplo, su Café Budapest, entrando en el conflicto palestino-israelí a través de la historia personal de sus personajes). De esta forma, asistimos a la crueldad de los revolucionarios, una brutalidad surgida como resultado del odio y el rencor puestos bajo la presión de la mina y las inhumanas condiciones de trabajo, pero también descubrimos la pasividad de sus rivales, que desde una torre de marfil —no tan inalcanzable como piensan— disfrutan de una tranquila partida de cartas bajo fuego enemigo. Y, sobre todo, nos enganchamos a multitud de relatos personales que no entienden ni de izquierda ni de derecha, porque son universales. La difícil relación entre el marqués y su hijo, Tristán, un joven intelectual cuya poca vida por delante le hace replantearse cómo pasar sus últimos días y con quién. El visible distanciamiento entre Apolonio, pragmático hasta la médula, y su hija Isolina, que de criada del marqués se eleva (o desciende) a un puesto de miliciana en la Revolución. Y el papel de Amalia —¡mi querida Amalia!— en un segundo plano que espero que gane protagonismo en el desenlace de esta historia de historias.
A nivel narrativo, la propuesta bélica de Zapico no desentona con el acercamiento intimista a las historias de los personajes. A pesar de la crudeza del conflicto, rasgo que Zapico no duda en reproducir si así lo pide la trama, encontramos grandes muestras de lirismo. Los poemas o fragmentos de relatos de autores como Chéjov o Pushkin decoran las páginas de la misma forma que la elección de viñetas nunca es casual, así como los acontecimientos que descubrimos en ellas. Por ejemplo, ese pajarillo que se posa sobre la baranda del balcón junto a Tristán, a quien observa antes de emprender el vuelo asustado por la reanudación del fuego cruzado. La elección de un estilo más libre en el trazo acompañado de sus característicos grises encaja muy bien con ese Oviedo que sufre bombardeos y tiros, aunque tal vez en unas pocas ocasiones se echen en falta los elaborados fondos del primer tomo. Tal vez sea por el foco cada vez más encima de los personajes y de sus mundos internos, pero sea como sea, y aunque el formato de la obra no pida un elevado nivel de detalle, siempre se agradece disfrutar de la línea suelta del artista.
Es imposible no recomendar esta lectura a quien ya quedó embelesado por los personajes que habitan este espacio entre lo ficcional y lo real que es Montecorvo. Aquel primer tomo nos presentó a quienes han entrado en acción a lo largo de estas páginas, y que nos abocan a un desenlace histórico que, pese a ser crónica de una derrota anunciada, nos atrapa con la incertidumbre del qué vendrá después. Queremos saber cómo abordará Zapico esa desmedida represión de la revolución. Pero, sobre todo, queremos conocer el destino de nuestros personajes. Qué sucederá con los revolucionarios. Y qué pasará con Isolina y Tristán, con la soga al cuello por el conflicto, pero, aun si se supera ese problema, teniendo la enfermedad pendiendo sobre él. Una narración plagada de derrotas que es toda una victoria del autor.
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El derecho a la huelga estaba reconocido y miles de veces ejercido durante la República, por hacer una huelga, el Tribunal de Garantías Constitucionales de la República no te condenaba a 30 años por el delito de rebelión armada contra la legalidad constitucional. Ni para hacer una huelga, un partido político compra y transporta armas de guerra en un carguero,interceptado por la Armada republicana, ni los «huelguistas» utilizan explosivos, fusiles y ametralladoras, ya está bien de los eufemismos de Huelga Revolucionaria,y Revolución proletaria para definir una rebelión armada, planificada, organizada y llevada a cabo por el PSOE en Asturias, efeméride que no solo siguen celebrando y rindiendo honores a los «golpistas», mientras se ignora a los más de 200 guardias civiles que murieron defendiendo la legalidad democrática y constitucional, en cuyos cuarteles ondeaba la bandera republican en cuya defensa murieron, como los soldados republicanos, frente a los rebeldes bajo las banderas rojas,como dos años más tarde lo hicieron, frente a los otros rebeldes,y lejos de condenar esa rebelión armada y abortada por el ejército republicano, se sigue ensalzando y rindiendo honores y escribiendo epopeyas sobre su «heroicidad», el señor Zapico que no cuente milongas que ya están muy vistas
El señor Alfonso Zapico transforma en tebeo una pantomima que ya no cuela. Supuestos huelguistas que se comportaron más cómo terroristas y como asesinos que como huelguistas. Que revise sus fuentes y que haga un tebeo un poco más acorde con la realidad.