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La Pegasus World Cup y el español que odiaba el frío

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Fotografía: Oliver Chua (CC).

Si hay un mundo donde la tradición es ley, ese es sin duda el de las carreras de caballos. Así, las principales carreras del mundo tienen su historia, sus costumbres y sus referentes; el Derby de Epsom (de donde proviene el término «derbi» que ahora se aplica para todo) se viene celebrando desde finales del siglo XVIII en un recorrido tan absurdo como diferente que lo hace tan especial que a ningún dirigente se le ocurriría modificarlo, o las tradiciones del meeting de Royal Ascot, con la llegada de la reina de Inglaterra en carruaje para abrir el evento mientras los asistentes la ovacionan luciendo sus chisteras y pamelas.

Incluso cada carrera tiene sus bebidas «personalizadas», como el famoso «Mint Julep» del Derby de Kentucky, una mezcla de bourbon, menta y azúcar, del que se consumen más de ochenta mil copas durante la jornada de la histórica carrera americana. Y es que cada carrera tiene su personalidad, labrada durante décadas o siglos. Por eso es tan difícil crear carreras de caballos nuevas que se hagan un hueco entre el puñado de pruebas míticas que se disputan a lo largo del mundo.

Por mucho dinero que se ofrezca al ganador, los grandes propietarios siempre suelen escoger la gloria sobre la bolsa, ya sea por su condición de guardianes de la tradición, como puede ser la reina de Inglaterra o la familia real saudí, por su condición de millonarios, como las grandes fortunas históricas europeas, o simplemente porque, de cara al prestigio del caballo cuando pase a ejercer de semental, luce más un entorchado en esas míticas pruebas a la hora de fijar el precio por cubrición. Como ejemplo, desde hace veinte años se celebra en Dubái la prueba mejor dotada del mundo… y, aun así, cada año pierde brillo y fuste y solo la participación de los caballos de su organizador, el multimillonario y hombre fuerte en el Gobierno de Dubái, Mohamed Bin Rashid Al Maktum, consiguen que esta carrera siga estando en la élite de las carreras de caballos.

Por eso, cuando hace un año el magnate tejano Frank Stronach anunció la creación de una carrera con unas condiciones tan novedosas como atractivas, el mundo del turf (como se denomina a las carreras de caballos) no pudo más que mostrar su escepticismo. Y es que sus reglas rompían todo lo establecido. Se fijaba previamente el número de participantes en doce, y cada propietario, tras el pago de un fee de un millón de dólares, preinscribiría a dos ejemplares casi un año antes de la disputa de la carrera. Luego podría vender, prestar, alquilar o compartir su derecho a participar en la carrera con otros propietarios. A su vez, esos propietarios, además del derecho a participar en la carrera y de tener preferencia para las siguientes ediciones, también tendrían una cuota del dinero que se produjera por derechos de televisión, merchandising, monto en las apuestas, etc.

Sorprendentemente, a las pocas semanas los doce puestos para los cajones de salida estaban vendidos. Como llamativa se puede definir la magnífica acogida de una idea tan rompedora en el inmovilista mundo de las carreras de caballos, no solo por vender las plazas tan rápido, sino porque los compradores han sido algunos de los emporios más reconocidos y poderosos de este mundillo. Y es que las grandes cuadras americanas, europeas o japonesas apoyaron sin fisuras esta nueva forma de entender el turf, medio deporte medio negocio, pero siempre espectáculo. La cita será el sábado 28 de enero en el hipódromo de Miami, con las cámaras de la NBC en directo y más de ochenta mil espectadores in situ, y una bolsa de siete millones de dólares para el caballo vencedor. Por poner un ejemplo, el ganador del Derby de Kentucky recibe menos de 1,5 millones de dólares. Nunca se ha visto nada igual en la historia del turf. El espectáculo está servido.

Y allí, entre los mejores de la élite, tendremos a un jinete español, Antonio Gallardo. Nacido hace veintiséis años, este jerezano ya lleva seis años en el dificilísimo turf de Estados Unidos. Y es que en Gallardo se aúna la mejor y más cinematográfica versión del sueño americano con los recuerdos en blanco y negro de la emigración española de hace décadas.

Antonio, ¿por qué no te vas a Miami, que es un sitio calentito? Tienes un peso bueno, eres inteligente, estás progresando, vete tres meses, aprende todo lo que puedas y después te vienes conmigo como primer jockey de la cuadra a Francia.

Y es que un comentario en una cena puede cambiar la vida de un deportista. Eso fue lo que le sucedió a Gallardo al oír lo que su entrenadora, la americana afincada en Europa Jennifer Bidgood, le aconsejó cuando caía el invierno en Europa.

Cuando llegué a Estados Unidos estuve durmiendo en el suelo. La casa donde estaba no tenía colchones, ni muebles. Apenas tenía dinero para comer. Los primeros meses fueron muy duros. Vine sin nadie y la soledad es muy dura. Pasé semanas sin subirme a un caballo. Pronto entendí por qué apenas hay jockeys europeos allí.

Estados Unidos es un mundo de una competitividad brutal donde los mejores jinetes de toda Sudamérica pugnan por hacerse un hueco. Los comienzos de Gallardo en EE. UU. fueron duros, muy duros. Era un desconocido y no contaba con el apoyo de un poderoso agente ni una cuadra determinada. Trabajaba como freelance y no le ofrecían montas, y tuvo que comenzar limpiando las cuadras para subsistir. En su primera semana no había conseguido que le dejaran subirse a un caballo. Parecía abocado a ser otro jinete que tras una breve experiencia en Estados Unidos regresaba a su país de origen contando la dureza e injusticia de un turf tan ultracompetitivo como el americano.

En España era de los jinetes más prometedores, pero allí eso daba igual: su estilo no servía para EE. UU., esto era otro mundo, España quedaba muy lejos, y las reglas eran diferentes. Era uno más entre los cientos de jinetes llegados de todos los lugares del mundo que cada año esperaban vivir el sueño americano, con el inconveniente añadido del poco peso que tiene el residual turf español. Pero Gallardo supo ver rápidamente lo que a muchos jinetes les cuesta años aceptar. Había que empezar de cero, muchos jinetes con más nombre que el español no habían conseguido triunfar. O se adaptaba o fracasaría, no había más opciones. Buscó un agente por medio de un conocido que tenía en Europa. Eran las reglas americanas. Y montaría como un americano.

Tenía que cambiar en la manera de montar, pero no tenía manera de hacerlo porque apenas me subía a un caballo. Así que fabriqué un caballo con palos, con mi agente Víctor Centeno.

Pero poco a poco el Pecas, como se le conoce coloquialmente, comenzó a entender esta manera tan peculiar de vivir las carreras de caballos. Su adaptación es sorprendente y su nombre empieza a sonar; comienza a no ser extraño verle ganar sus carreras. Incluso algunos preparadores le van a buscar para ofrecerle montas tras verle montar en los entrenamientos de los caballos. Es joven y se ha acoplado perfectamente a la forma de montar americana, de estribos más cortos, más aerodinámica y teniendo que medir más los esfuerzos del caballo, con pistas más rápidas que las europeas y en perfecto estado, lo que obliga a ir siempre cerca de la punta de la carrera. Y su mejora se va haciendo patente, reflejándose en sus resultados. Y, como como en casi todas las cosas, hay un momento y un nombre; Kathleen O’Connell, la primera mujer del Hall of Fame del Hipódromo de Calder y una entrenadora de prestigio en Florida.

Gallardo había empezado a hacerse con un nombre en lo concerniente a los caballos difíciles (el haber trabajado en España domando potros le había curtido en ese quehacer). Y es que en Estados Unidos si un caballo se muestra díscolo en la precarrera, el jinete se baja y se niega a montarlo, acto que es legal y aceptado. O’Connell tenía en su cuadra un potro realmente difícil, por lo que le ofreció la monta a ese españolito que tan bien se agarraba a la montura. Una vez en los cajones de salida, y cuando el resto de los caballos ya habían partido, la montura de Gallardo se quedó clavada, pero su jinete, más que otra cosa por enseñarle a correr mirando para futuras carreras, lo fustigó, obligándolo a correr, pero partiendo con retraso considerable… El caballo ganó la carrera, y O’Connell comenzó a darle oportunidades, sobre todo con caballos difíciles. Ya era alguien. Empieza a crecer, y desde hace un par de años, comienza a pelear con los mejores, y poco a poco sus números empiezan a sobresalir de una manera constante; cambia de agente, empieza estar a otro nivel. Triunfa en las estadísticas de hipódromos tan relevantes como Tampa, Calder o el mismísimo Gulfstream (donde se celebrará la Pegasus Word Cup), obteniendo repetidamente el premio al jockey del mes en esos hipódromos.

Ahora que me encuentro en el grupo de los top jockeys en Tampa todo es diferente. Hay días que trabajo con un solo caballo. Voy con mi agente, chequeamos las cuadras más grandes de las que me apoyan, y termino mi jornada. En mis inicios montaba catorce o quince caballos por las mañanas y competía en carreras por la tarde. La espalda me mataba. Yo muchas veces sentía en las últimas carreras que los músculos no me daban. Hasta que cogí más condición. No he tenido tantos músculos en mi vida, pero aquí los tienes que tener, porque pelear mano a mano con otro jockey es duro. Aquí los jinetes te echan los caballos encima, son muy inteligentes. Montan al límite, con verdadera hambre. Ojo, que yo también lo hago hoy en día, es una de las cosas que he aprendido. Ser fiero en la pista.

Con más de mil victorias en menos de cinco años, sin duda se puede decir que se ha hecho un hueco entre las grandes fustas del circuito americano, pero le falta el eslabón que lo encadene a los elegidos, a las verdaderas estrellas del turf de Estados Unidos; participar en las grandes carreras donde solo diez o doce jinetes de entre los más de diez mil jinetes profesionales de todo el circuito están presentes. Pruebas como la Breeders Cup, el histórico Derby de Kentucky y, por supuesto, la novedosa y excesiva Pegasus Cup. Y ahí sí que estará el jerezano, montando un pura sangre llamado War Story. Un hecho histórico para un turf modesto como es el español.

Y es que, algunas veces, el talento se impone a la lógica, y el próximo sábado veremos a un jinete español en la carrera mejor dotada de la historia, viviendo la esencia del sueño americano, siendo protagonista de la opulenta e histórica primera edición de la Pegasus Cup en Miami. Y todo porque Antonio Gallardo odiaba el frío.

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6 Comments

  1. roberto

    una historia muy interesante, y eso que mis conocimientos de este mundillo son nulos

  2. Pingback: La Pegasus World Cup y el español que odiaba el frío – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  3. Javier Sanjuan Romero

    Fantástico artículo Enrique.
    Aquí en España podremos vivir esta noche el espectáculo en el canal Eurosport a las 00:30 ya del domingo.

  4. Enrique redondo

    Y por Gol tv comentado por mi amigo el gran Javier Hernandez!!!

  5. Parlache

    ¡Gracias!

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