Ciencias Sociedad

Blasfemar es bueno para usted, coño

Imagen: HBO.
Imagen: HBO.

En 2004, en uno de esos experimentos que solo se le pueden ocurrir a un científico con mucho tiempo libre, un investigador británico decidió probar el poder de maldecir. Reclutó a un centenar de estudiantes y les conminó a meter la mano en una palangana llena de hielo. Unos debían reaccionar con normalidad y lenguaje adecuado y el resto lo contrario: acordándose de la madre del científico, soltando improperios e insultos al por mayor. Eso sí, tanto los unos como los otros debían mantener la mano en la palangana el mayor tiempo posible.

Las conclusiones fueron esperanzadoras para la humanidad: los que blasfemaban aguantaban significativamente más que el resto. Ese test, marciano como pocos, fue el que empezó la tendencia que afirma que los que maldicen (en voz alta) son mucho más felices, soportan mejor el dolor, y tienen una vida más plena.

Richard Stephens decía en su reveladora Black Sheep: The Hidden Benefits of Being Bad que para faltar al respeto a alguien necesitábamos recurrir a la parte más «vieja» del cerebro, situada en el hemisferio izquierdo, que utilizábamos poco o nada. Por ese motivo, insistía Stephens, «blasfemar es bueno para la agilidad mental, al contrario de lo que pudiera creerse». Michael Adams, otro experto en la materia, afirmaba que no había nada malo en ser un rebelde y concluía que, al contrario de lo que se piensa, el uso de palabras malsonantes se produce más en la clase media y media alta que en la clase baja, y que el riesgo que acarrea utilizar este tipo de lenguaje lo hace mucho más accesible a los poderosos. No lo decimos nosotros, lo decía la Universidad de Lancaster en 2004: «Llegados a cierto punto en la escala social a la gente le importa muy poco lo que piensen los demás».

Stephens, un tipo sabio, basaba sus pesquisas en un estudio con pacientes afectados por el síndrome de Tourette y monitorizados a tal efecto, que mostraban un uso habitual de las partes menos activas del cerebro.

Los anglosajones, siempre a la vanguardia, tienen hasta un género literario dedicado al insulto y a la ofensa (desde el ensayo y la tesis, claro) cuyos últimos ejemplos son In Praise of Profanity y The F Word. El segundo, del mencionado Michael Adams, no pasa de ser una recopilación de obras anteriores muy bien hilada (ya decía Voltaire que ser original era copiar con criterio), pero el primero es una magnífica obra de consulta para los amantes del arte de maldecir. En la línea de obras magnas del género en el siglo XXI, con James McCawley y Allen Walker Read a la cabeza, In Praise of Profanity habla de los tabúes del lenguaje que constantemente (y por ese mismo motivo) son ignorados por los estudiosos, como si insultar no fuera una parte intrínseca del lenguaje y una intriga en sí misma. Además, el profesor Adams ejemplifica con la expresión «gallina de mierda» que los insultos son vocablos que se mudan fácilmente de un idioma a otro y él mismo cita nueve ejemplos de la misma expresión utilizados a lo largo y ancho de Europa y la Gran Bretaña.

La estudiosa del tema Melissa Mohr dedicó varios años al estudio del tema en Oriente Medio, donde muchas de las palabras consideras ofensivas en Occidente resultan inofensivas, pero, en consonancia, palabras tan habituales como «joder» podían enviarle a uno a la cárcel.

Mohr afirmaba que vocablos como «coño» resultaban absolutamente asépticos en determinadas comunidades de la India, en las que verse desnudo resultaba algo habitual y por tanto quedaban desprovistos de cualquier carga simbólica, negativa o positiva. «En Japón —decía Mohr en una entrevista en la cadena de televisión británica BBC— llamar “tonto” a alguien puede traer consecuencias imprevisibles, cuando en español o inglés es algo absolutamente habitual».

Un estudio de la Universidad de Chicago en 2011 afirmaba que los que blasfeman en voz alta después de darse un golpe sufren menos dolor que los que no lo hacen (la metodología del experimento nunca estuvo demasiado clara, pero siendo de la ciudad del viento otorguémosles cierta credibilidad). Adams utiliza también algo parecido al mencionar el libro H Is for Hawk (de Helen Macdonald), donde su protagonista emplea las expresiones malsonantes de un modo casi medicinal para superar su propio (y a la postre inevitable) destino, escribiendo insultos en mayúsculas en su diario después de perder a su padre: «AGRADECERÍA QUE ME DEJARAN EN PAZ DE UNA PUTA VEZ», dice Macdonald (en mayúsculas en el original).

Y como ni en el asunto de blasfemar somos únicos, el doctor William Hopkins, de un centro estadounidense dedicado al estudio de los primates, comparaba el uso de un lenguaje «ofensivo» por parte de los humanos al lanzamiento de las heces por parte de algunos simios. «El acto de lanzar heces contra los cuidadores requiere un dominio de ciertas herramientas psicomotrices que nos hace pensar que estos animales pueden llegar a un nivel superior de comprensión y uso de sus capacidades», decía Hopkins. El pensador Steven Pinker, otro de esos tipos dedicados en cuerpo y alma al estudio de la palabrota desde un ángulo más amplio que el inicialmente previsto, repetía en su libro de 2007 The Stuff of Thought que insultar obligaba al sujeto (insultador) al uso de ciertas partes del cerebro que no son las mismas que se utilizan para el uso del lenguaje habitual y que eso era indiscutiblemente beneficioso para el hombre/mujer que escogía estas (y no otras) palabras en su rutina diaria.

Un estudio de 2013 sugería que aquellos que de pequeños habían sido castigados por usar un lenguaje blasfemo mantenían después una vida mucho más recta y virtuosa (nuevamente, la metodología del estudio resultaba algo dudosa) que los que se habían regido por conductas estrictas en su adolescencia/juventud. Una universidad de Nueva Zelanda que se dedicó durante meses a analizar la conducta (verbal) de un centenar de obreros llegó a la conclusión de que aquellos equipos que se manejaban entre sí con un lenguaje más soez, mantenían después mucho mejor la compostura ante desconocidos, mientras que los que parecían más modosos perdían la paciencia con mucha más facilidad. Otra versión, empírica, de aquello tan socorrido de «perro ladrador poco mordedor», pero con galones y por escrito.

La otra gran culpable de la salida del armario del insulto y la descalificación es la televisión por cable. Sabido es que cuando Estados Unidos se resfría el resto del mundo estornuda, así que cuando el tradicional reinado de las cadenas generalistas (por así llamarlas) se vio sacudido por la llegada de —sobre todo— HBO, el lenguaje catódico cambió también, y el vocabulario soez se hizo popular entre el público: desde las arengas de Tony Soprano al imperial uso del fuck y el motherfucker en The Wire, el tipo que antes sudaba con los pitos que ocultaban cualquier expresión malsonante se vio de repente sorprendido por el mismo lenguaje de bar que mamaba en sus salidas nocturnas. Incluso tomó embestida el The Routledge Dictionary of Modern American Slang and Unconventional English, un mamotreto estadounidense que engloba todas las acepciones de la palabra fuck (por ejemplo, el legendario eye fucking, que significa simple y llanamente que alguien te ha aguantado la mirada dos segundos más de lo permitido. El eye fucking ha sido utilizado durante años por los patrulleros americanos para justificar detenciones y arrestos). La llegada de una televisión desencajada y temeraria, arropada por el paradigma del capital y la libertad que le otorgaba pertenecer a un ámbito nuevo, sin reglas aparentes, convirtió lo soez en la norma: todos los shows tenían su dosis de escándalo, escándalo que se esfumó en cuanto se sumaron al juego una docena de nuevos agentes.

Adams reconoce el mérito de The Wire (eterno sujeto teórico en cualquier discusión sobre sociedad, política y cultura) a la hora de alzar la conceptualización de un lenguaje que acerca al pasajero a la acción en lugar de alejarle. El uso de un vocabulario eminentemente callejero, cortesía de tipos como George Pelecanos o Richard Price, recordaba a la audiencia que no estábamos ante héroes de armadura reluciente sino de tipos que bebían, follaban y vivían en una amargura que solo mitigaban (momentáneamente, por supuesto) el alcohol y la adrenalina de la calle.

Experimentos dudosos aparte, y más allá del extenso apartado teórico que se abre ante los amantes del lenguaje, es indiscutible que el improperio desahoga e higieniza, y sirve de desengrasante en los conflictos interiores (y exteriores). No importa que sea un «joder», un «coño», o un «me cago en todo», la sola verbalización del mal que nos acecha o de ese ser vivo que nos putea nos conduce a un estado de paz que no llega por otros medios. Así que —sin ofender a nadie más que usted mismo— recurra a esa explosión de vocablos coloristas siempre que le apetezca, al fin y al cabo, blasfemar es tan humano como respirar y sienta casi mejor.

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26 Comentarios

  1. Pingback: Blasfemar es bueno para usted, coño

  2. Me lo imaginaba, hostia.

  3. Maestro Ciruela

    Es lo que siempre he pensado. De hecho, aquí reproduzco unas intervenciones de luchino y un servidor, en las que le reprendía por no blasfemar debidamente:

    luchino 03/11/2015 at 13:17

    El autor del artículo, y algún comentarista, alaban el coraje y redaños de P. Trudeau.
    La política no es una cuestión de testosterona. A fines del franquismo, todavía había quien defendía a Franco – ahora puede parecer increíble, pero así era – diciendo que tenia “ñoñones”.
    Pues, si tener eso es montar una guerra civil para defender los privilegios de la clase dominante, causando miles de muertes y sufrimiento, prefiero que los políticos no estén dotados de esa “cualidad”.

    Responder

    Maestro Ciruela 05/11/2015 at 16:29

    ¿”Ñoñones”? ¡Usted si que es ñoño, cojones!

    Responder

    luchino 06/11/2015 at 7:56

    Faaaaaaaale, maestro.

    uchino 03/11/2015 at 13:17

    Responder

    Maestro Ciruela 06/11/2015 at 16:56

    ¿Pero es que no puede usted blasfemar mejor, demonios?

    Responder

    luchino 06/11/2015 at 22:05

    Pues no. Espero sus lecciones, seguro que vd. sí sabe.

    Se puede apreciar el pánico ancestral por parte de luchino a desmadrarse y dejar ir un «¡Cállese ya, coño! » a pesar de que la ocasión lo requiere. Es solo un pequeño ejemplo dentro de un mar de ellos.
    Lo importante es no ser un patán que únicamente sabe expresarse a través de interjecciones y latiguillos blasfemos constantes en la conversación y no sabe cambiar el chip cuando es el momento. Soy perfectamente capaz de no soltar ni un taco en presencia de ciertas personas o situaciones; es como si se activara un clic en mi cerebro que me impide decir barbaridades hasta que pasa el peligro y me relajo con un par de «coños» o «joderes». Tal vez si no pudiera blasfemar, algún día llegaría a cometer un disparate. Y que conste que no me parece algo para presumir de ello. En el fondo, me gustaría ser alguien que conservara la mente y la sangre siempre frías, con un control absoluto sobre todas las situaciones posibles y saliéndome siempre con la mía sin despeinarme ni alzar la voz. Si fuera Superman, jamás perdería la compostura, eso seguro…

    • Vaya, reconozco mi sorpresa al leer esta larga parrafada. No sabía que era tan importante…
      No tengo pánico ancestral a desmadrarme ( ni a nada, excepto al fascismo ), lo que pasa es que, en un contexto como éste, donde – se supone – pretendemos tener una civilizada charla en torno a un tema concreto, creo que no debo insultar a nignún otro comentarista.
      Ya hay bastantes a los que parece que lo único que quieren es entrar, insultar al que opina diferente, no aportar ningún argumento, y largarse. Eso me parece que no debe ser el espíritu de estos foros, donde lo que deberia imperar, en mi opinión, es un intento de hacer luz sobre temas polémicos y aportar nuevos puntos de vista ( yo mismo más de una vez he leido comentarios que me han hecho ver el asunto desde otro prisma, que me han enriquecido, en suma ).
      Le aseguro que suelto tacos como el que más, diría lo normal, en mi vida diaria. Pero insisto que creo que no se debe insultar a «naide», y menos desde la impunidad que nos dá internet.
      Claro, otra cosa es soltar un «cohone», porque a uno le apetece. De hecho, acababa de hacerlo, en éste y en otro hilo, aunque con mi otro nick que utilizo a veces.
      Seguro que vd, que es tan listo, puede adivinar cuál es.
      Un cordial saludo, demontres ( uno es así de mariposón ).

    • Rectifico: el otro comentario al que me refería al final no aparece, de modo que no intente vd. adivinar mi otro nick ( bueno, puede intenerlo si le apetece ).
      Por cierto, es admirable la paciencia con que vd. ha recopilado unos comentarios míos de hace un año. ¿ Hay algún buscador por nicks, o los tenía ya guardados, o tiene una memoria prodigiosa ?

      • Maestro Ciruela

        Intenta ud. tomarme el pelo, ¿no? No le negaré que mi memoria es más que prodigiosa a pesar de mi provecta edad pero para conseguir esto que tanto le asombra, solo hay que posarse sobre el artículo de marras, seleccionar el texto con el ratón/ «control C»/ venirse aquí donde estamos departiendo tan a gusto, marcar en zona de «comment» y «control V». Y ya tiene usted copiado en un santiamén todo el parrafón. Si tiene alguna duda, no vacile en preguntar, JODER!

        • Por supuesto que no intento tomarle el pelo.
          Sé perfectamente copiar y pegar – a pesar de mi ya casi avanzada edad, hasta ahí llego – lo que me asombra es que recuerde aquellas intervenciones mías ( de hace un año, nada menos ), y en qué hilo estaban ( comento en más de uno, claro ); algo que yo, lo reconozco, sería incapaz.
          Conque no recuerdo lo que cené anteanoche, voy a acordarme de con quién sostuve una polémica y en qué artículo estaba.

          • Maestro Ciruela

            Bueno, ahora totalmente en serio:
            Es verdad que tengo muy buena memoria pero para encontrar lo anterior solo tuve que poner «Jot down/luchino/Maestro Ciruela/blasfemar» y apareció el artículo del pasado año. Usted mismo puede hacer la prueba si es que aún no lo hubiera hecho, clicando «Jot down/luchino «y aparecerán bastantes de los temas en los que ha intervenido aunque no todos, desde luego.
            Saludos.

  4. Maestro Ciruela

    Nótese cómo en mi último párrafo, la nefasta influencia de luchino sobre mi lenguaje, transforma los preceptivos «joder» u «hostia», en un descafeinado «demonios», propio de flojos y mariposones.

    • Me alegra comprobar que tengo alguna influencia, aunque sea nefasta.
      Ya se sabe, que hablen de mí aunque sea bien.

    • Suspenda usted de inmediato el diálogo con luchino, que con un par de intercambios más se nos va a transformar en una institutriz inglesa

      • Maestro Ciruela

        ¡Ja, ja, ja…! ¡Cumbre!

      • Glups, me has descubierto.
        Soy una institutriz inglesa, severa, vestida de negro y demás.
        Eso sí, en mis ratos libres le doy al sado-maso, soy una experta en dominación y fetichismo. Con botas y látigos no tengo rival, ofrezco mis servicios a gente aficionada y que sean generosos.
        Estoy a su entera disposición, un saludo.

  5. A mi me molan las blasfemias ‘evitadas-en-el-último-momento’, cuando por no cagarse en dios mismo se usan fórmulas eufemísticas/pueriles que suenan casi casi igual, sobre todo si se fuerza la entonación: cagonrrrrós, cagonsssóss, cagondiola, cagondiez, cagondiógenes, cagondiosla, y, mi favorita, y que se la oía a mi padre bastante: cagonningundiós, que es un prodigio de evitación/evocación. En esta misma línea, donde vivo, en Asturias, en tiempos era bastante frecuente oirle a los paisanos soltar un sonoro Cagonmimadre o incluso cagonmiputamadre que al menos a mi me ponía los pelos de punta, pues siempre me ha parecido un insulto más grave que la propia blasfemia a sagrado. Para eso también hay sus eufemismos, muy en lenguaje infantil y que son relativamente populares: cagonmimanto, cagonmimáquina, cagonmimacho y alguno que seguramente se me pasa. A notar cómo siempre se conserva la eme inicial que habría de decir ‘madre’ y en su lugar se va a un puro sinsentido, por evitar la barbaridad.

    • Supongo que eso pasa en todos los idiomas, lo de arrepentirse en el ultimo momento.
      Mi suegra (yanki) es una maestra, empieza con el «shhhh» (por «shit») y siempre acaba diciendo otra cosa, tipo «shhhhhhugar!» or «shhhhhhoe!» jajaja

  6. En efecto sois unos flojos. A un antiguo amiguete (poco frecuentado hoy en día), le oí en una ocasión cagarse en el ácido desoxirribonucleico de la puta madre de un tercero. El jodío era un artista en lo que atañe a la cuestión….

    • Maestro Ciruela

      Mi padre tenía dos blasfemias habituales. Una era, «¡¡Me cago en la Puta De Oros!!», reservada para selectas ocasiones como pillarse un dedo de un martillazo o pegarse una leche con el pie descalzo, contra una puerta. Y la otra que nos hacía partir el culo de risa a los hermanos: «¡Me cago en la madre que parió a Panete!»
      ¡Ay, qué tiempos aquellos…!

      • ?????Mi Padre se cagaba en los cuernos de faraón… «¡¡¡ME CAAAGÜEN LOH CUEN-NOS DE FARAÓN!!!»…
        Cómo lo echo de menos…
        En cuanto a mí… tengo un reepeertooorioooooo…?

  7. Al menos, tres de cada tres artículos de Jot Down es nombran/alaban/citan/incluyen yna inagen/es sobre The Wire.

    Acabó hace casi una década. Superadlo ya.

  8. !Me cago en un tren lleno de cañamones, y en cada cañamón mil vírgenes!

  9. Me parece normal decir groserías. Hace parte del léxico y libre expresión de las personas, aunque en Colombia aun decir vagina es un término grotesco

    • Bueno, es que vagina no es ninguna grosería sino el nombre científico que recibe esa parte de la anatomía.

  10. Que todavía eté vigente que haya palabras «malas» que no se puedan pronunciar, señalan lo enfermos que estamos

  11. P. Albrit

    La primera acepción de «blasfemar» define una acción que no la justifica ni experimento alguno ni beneficio posible, porque es una ofensa contra algo sagrado. En la blasfemia se ofende a Dios y a quien le ama; blasfemar, por tanto, atenta contra la libertad religiosa, pues nadie debe ser ofendido por su creencia.

    Tema a parte es la segunda acepción, que recoge toda palabra malsonante y, en ese sentido estoy más que de acuerdo; señalando, eso sí, que recurrir a medio tan zafio para canalizar la ira o la frustración significa dos cosas: que se es un primate impulsivo -y en cualquier momento pasará de la palabra injuriosa a arrojar mierda al contrario- y que tiene una corta variedad de vocabulario.

    • Maestro Ciruela

      Voy a estudiar el segundo paso al que usted alude, el de arrojar mierda al contrario. Parece que esto promete…

  12. tengo ganas de cagarme en Dios, quiero con mi humilde esfuerzo aportar una al ideario popular… Voy …. Me cago dentro del Santo Grial de Jesucristo, para que los fieles en vez de beber la Sangre del Cordero beban mi diarrea cagalitrosa…. y espero que en lugar de la venida del Espiritu Santo, les venga una Hepatitis A … Muchas gracias por esta oportunidad…

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