Política y Economía Sociedad

Los oráculos como institución

El augur, gabado de Bernhard Rode (DP)
El augur, gabado de Bernhard Rode (DP)

El augur miró con curiosidad las entrañas del ave muerta e informó de su decisión al líder. Habría que retrasar la siembra de los campos una semana más, hasta que las circunstancias fueran más favorables. Esta escena se ha repetido en multitud de ocasiones en docenas de civilizaciones distintas. Cierto, las circunstancias y los ritos varían. El mundo clásico tenía su oráculo de Delfos y sus adivinos, las tribus germánicas sus ritos de agua, y China su I Ching. Los Mambila de Camerún y Nigeria, por su parte, prefieren el nggàm, que consiste en interpretar los movimientos de un cangrejo o araña para encontrar soluciones. Pero los patrones son similares en todos los casos.

Hoy en día hay cierta tendencia a mirar con desprecio a esta clase de rituales. Los tildamos de ridículos, y nos reímos de la ignorancia de nuestros antepasados, que carecían del uso de razón para darse cuenta de que un hígado de jabalí no nos va a aportar ninguna información útil para tomar decisiones. Pero ¿y si no fuera así? En uno de sus libros, Samuel Bowles deja caer una de mis ideas favoritas: una institución es una solución a un problema. Puede ser una mejor o peor, eficiente o menos eficiente, pero está ahí porque cumple una función. Y quizá los oráculos no sean una excepción.

Cuenta Joseph Henrich en su libro sobre la evolución cultural (The Secret of our Success) que a los humanos se nos da muy bien copiar comportamientos, lo cual explica nuestra capacidad para acumular conocimiento (¡y cultura!). Si a alguien de la tribu se le ocurre hacer lanzas con un tipo de madera distinto y le va bien, copiaremos su técnica y, quizá, pasado un tiempo, toda la tribu hará las lanzas así. Si alguien planta sus semillas de una manera particular y le va bien, lo mismo. Así se difunden las prácticas y el saber que llamamos cultura. Por supuesto, esto tiene sus costes. Imaginemos que el buen cazador además de utilizar una lanza distinta se baña en un arroyo mágico. Como a menudo no sabremos cuál de esas prácticas es la que explica su éxito, copiaremos el paquete entero. La consecuencia es que a menudo nos llevamos partes inútiles también. Aun así, el balance neto es evidentemente muy positivo.

Esta capacidad de copiar y la búsqueda de causa y efecto es algo que nos diferencia del resto de animales, e incluso de algunos de nuestros familiares primates más cercanos. Pero a veces nos juega malas pasadas. En uno de los experimentos que discute Henrich, un equipo de investigadores puso a grupos de humanos y chimpancés —por su cercanía genética a los humanos— a jugar a matching pennies, un juego que es prácticamente lo mismo que pares o nones. En pares o nones cada jugador saca uno o dos dedos. Si la suma de dedos es par, gana el jugador que eligió pares; si es impar, gana el que eligió nones. Son juegos en el que el primer jugador gana si hace lo mismo que su contrincante (pares), y el segundo gana si hace lo contrario (nones).

¿Cuál es la estrategia óptima para ganar? No existe ningún equilibrio de Nash, que se diría en teoría de juegos. Dado que si uno gana el otro pierde, para cualquier resultado uno de los jugadores va a tener un incentivo para cambiar de estrategia. Por eso la mejor estrategia es una mezcla. Si la mitad de las veces sacamos un dedo, y la otra mitad dos, y además lo hacemos de forma aleatoria de ronda a ronda, nuestro contrincante no conocerá nuestras intenciones con antelación y maximizaremos nuestras ganancias. Los monos del experimento se dieron cuenta de esto y convergieron en la solución óptima. Punto para ellos. Pero, y esto es lo curioso, a los humanos les costó más llegar a ese equilibrio que a los monos. Los dos grupo de humanos que hicieron el experimento acabaron siete veces más lejos del equilibrio que los chimpancés. La conclusión es que a los humanos nos cuesta más aleatorizar.

¿Pero por qué? Quizá precisamente por nuestra tendencia a imitar y buscar patrones causa-efecto. En esta clase de juegos los humanos a menudo esperamos a jugar una milésima de segundo después de nuestro contrincante para así poseer más información y responder de forma óptima. Pero entonces entra en conflicto nuestras ganas de copiar ¡y a menudo sacamos lo mismo que ha sacado nuestro oponente! Evidentemente si jugamos pares, esto es una ventaja porque significa que ganaremos. Pero si somos nones, es una desventaja sustancial. En piedra, papel o tijera lo vemos a menudo. El número de empates está por encima de lo que sería predecible porque los jugadores retrasan su jugada, pero tienden a copiar en vez de elegir la estrategia que ganaría. Piedra, piedra. También somos proclives a ver patrones donde no existen, lo cual nos induce a pensar que si han salido varias cartas rojas, lo natural es que la siguiente sea negra, aunque el proceso sea aleatorio.

¿Qué tiene que ver todo esto con los oráculos? Esta incapacidad de encontrar estrategias mixtas o aleatorias que tenemos los humanos se extiende también a la vida real. Los naskapi, una de las naciones originarias de Canadá, habitan franjas de bosque y terreno poco fértil en las tierras de Labrador, en la costa este. Esto significa que a menudo dependen de la caza de animales como el caribú para alimentarse. Pero el caribú también tiene un significado especial para ellos, porque sus huesos —en concreto, los omóplatos— tienen fama de ser un oráculo especialmente fiable para cuestiones importantes, como nos cuenta Moore. El proceso de preparación del omóplato para sus funciones de adivinación es muy sofisticado. Primero se quita la carne y se hierve para que el hueso quede limpio. Después se seca, y se le añade un mango de madera. Y después se coloca encima de unas brasas durante un rato para que aparezcan manchas y grietas. Y finalmente se analizan los resultados para evaluar opciones. El proceso también incluye una visión mística, pero como suele ser algo ambigua, el omóplato suele ser mejor guía.

Como se podrán imaginar, los omóplatos de caribú también se utilizan para averiguar en qué lugares van a estar los caribúes para cazarlos. Y lo que se pregunta Moore, con razón, es si estos rituales mejoran la efectividad de la caza de los naskapi. Pongámoslo de otra manera. La caza del caribú es un juego de pares o nones en que los caribúes juegan nones y los naskapi pares. Si hay dos lugares de caza, a los caribúes evidentemente les interesa jugar la estrategia opuesta a los naskapi para evadirlos (nones), mientras que los naskapi quieren coincidir en el lugar con los caribúes (pares). La clave de todo esto es que, al igual que nuestros chimpancés del experimento, los caribúes son buenos aleatorizadores. Se les da bien jugar estrategias mixtas, de forma que irán a uno u otro lugar de pasto de forma más o menos aleatoria. En cambio, los naskapi (y los humanos en general) pueden ser presa de nuestra tendencia a la copia y la causa-efecto. El resultado es que si la semana pasada vemos a un caribú al lado de la cascada, a la semana siguiente iremos otra vez asumiendo que siempre suelen estar por allí.

A largo plazo, esta estrategia no es óptima porque si el caribú percibe un sesgo hacia uno de los lugares —ve que siempre hay humanos—, adaptará su estrategia y acudirá con menos frecuencia. En cambio imaginemos que los naskapi utilizan los famosos omóplatos. El patrón de manchas y grietas depende del propio hueso, de la temperatura de las brasas, de la forma en que se sujetó, y de muchos otros factores. Por lo tanto es probable que las interpretaciones sean prácticamente aleatorias. Es decir, como nos cuesta aleatorizar, el oráculo sería una forma —totalmente inconsciente, por supuesto— de externalizar nuestro proceso de toma de decisiones para que sean impredecibles.

El que estos mecanismos se repitan en numerosas culturas y contextos sugiere que quizá cumplan un papel importante. La vida está llena de situaciones en que la mejor estrategia es ser impredecible, y eso a los humanos nos cuesta. Nuestra tendencia a imitar y buscar patrones nos ha permitido ser lo que somos, pero no siempre es una ventaja. Sea en la caza del caribú, o en la selección de terrenos seguros para la siembra —las riadas también son aleatorias—, o en cualquier otro juego que requiera estrategias mixtas, un rito que tenga cierto elemento aleatorio puede mejorar nuestros resultados a largo plazo. Yo antes era escéptico, pero ahora pienso que a veces un hígado de castor o el caminar de un cangrejo son instituciones útiles. Como decía Oscar Wilde, uno debería ser siempre un tanto impredecible.

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5 Comments

  1. Pingback: Los oráculos como institución

  2. Jesús Couto

    Hay un comentario al respecto en Breaking the Spell de Daniel Dennett que amplia un poco eso que se comenta aqui.

    En la vida hay que tomar decisiones que no tienen realmente una justificación, o sea, no tienes una razón de peso para decantarte por la opción A o la B. ¿El caribú estará al este o al oeste? Ni idea, no lo se, no tengo forma de saberlo.

    Pero eso nos llena a los seres humanos de una ansiedad terrible que, en muchisimos casos desemboca en la parálisis, que es la opción peor. Si no sabes si escoger izquierda o derecha y no escoges nada te equivocas de plano, de la otra manera te equivocaras 50% de las veces.

    Asi que el oráculo cumple una función de respaldo psicológico; es una justiciación sin sentido para una decisión aleatoria, pero con el soporte psicológico para que la tomes ahora y no te quedes paralizado, porque lo ha dicho el oráculo y el oráculo nunca falla. Y cuando falla es que lo leimos mal.

  3. ¡¡¡Brillante!!! Me ha encantado
    Jugando a piedra-papel o tijera con mis pequeños, me he dado cuenta de que al crecer se hacen más predecibles (piensan «demasiado» la jugada), por lo que al final es más fácil ganarles.
    Se ve que los niños de cinco años y los chimpancés piensan de una manera bastante parecida (he visto otras comparaciones similares sobre otros mecanismos mentales)
    ¡¡¡Al triunfo por la aleatoriedad!!!

  4. Reverendo

    ¿Y qué ocurre cuando uno cree actuar de manera aleatoria, pero inconscientemente sigue un patrón? ¿Y si finge lo contrario? Una diferencia entre corto plazo (o pocas jugadas) y largo plazo (muchas jugadas) está en la experiencia. Reduce la imprevisibilidad, pero esta puede surgir en cualquier momento. Pero también que ésta pueda verse venir. Es posible que, cuando más «juegas», más aciertos tienes (y también más fallos), lo que otorga cierta confianza, mitiga algo la ansiedad (ante la obligación de acertar) y mejora la observación (afinando la percepción).

    Se dice que muchos oráculos, al igual que los chamanes, los brujos o los druidas, tomaban algunas sustancias psicotrópicas que ampliaban su percepción y, por ende, tenían una visión más multidimensional. Veían cosas que otros no. Eso les hacía especiales. No obstante, creo que también fueron herramienta de control social. Y en todo sistema, los excesivamente imprevisibles, siempre son una amenaza…

  5. Parlache

    ¡Que gran artículo! varias ideas muy interesantes condensadas en, a lo mucho, 2 páginas.

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