Andrés Trapiello
Editorial Destino
Siempre pensé que nadie de mi familia había luchado en la Guerra Civil; hasta que una vez, yendo a ver el Puente de la Culebra con mi padre, viendo unos restos de unas posiciones nacionales que hay por allí, me dijo que una vez en los sesenta había estado en esa zona de la Casa de Campo con mi tío abuelo Pepe, y que emocionado le había enseñado las trincheras donde había estado un tiempo peleando. Así que no tengo mucho trauma sobre nuestra guerra; mi familia la pasó tranquila en Galicia y Portugal. Tampoco sé que haya habido monjas, curas o militares. Somos una familia rara. Así que me atrae la Guerra Civil por la fascinación de las guerras, como al Gervasio de Madera de héroe se me pone el pelo como a Limahl al oír una marcha militar.
Las armas y las letras es el mejor libro sobre la Guerra Civil que he leído, y también el mejor manual de literatura española. Se me escapó aquella primera edición de 1994, pero esta la he agarrado bien. Si el Diccionario de las vanguardias en España es el bombardeo de neutrones primigenio que me hizo girar la cabeza hacia mil artistas olvidados, el libro de Andrés Trapiello ordena todos esos neutrones en una narración por entregas, en la que la habilidad del autor es tal que por muy repulsivos que sean los actos cometidos por falangistas en Salamanca, artistas en Valencia, exiliados en París o extranjeros en Madrid, lo primero que haces al acabar cada capítulo es ir a Iberlibro a buscar los casi siempre desaparecidos libros de los protagonistas. Aunque sigan editándose hasta la náusea libros-disparo a un lado y otro del campo de batalla creo que es ahora cuando mejores textos sobre aquella época están apareciendo, como el espectacular documental y libro El honor de las injurias, justo del autor de la magnífica portada de Las armas y las letras, Carlos García-Alix.
Trapiello te arrolla con la multitud de historietas sobre el comportamiento de los escritores por toda España notándosele, como debe ser, sus preferencias por Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Machado o Azaña (menuda alineación elige el listillo) y también sus rechazos, donde Cela, Alberti o Picasso se llevan unas buenas y merecidas andanadas. Todo ese cariño hace que los capítulos de sus preferidos sean los más emocionantes, y aunque todo el mundo se sepa de memoria (memoria cambiante según la persona, por supuesto, que estamos en el tema favorito de los españoles o, al menos, de los intelectuales) la mítica bronca entre Unamuno y Millán-Astray en Salamanca, el texto es irresistible. Al igual que el melancólico y cinematográfico final de Antonio Machado y el viaje de dos días en coche desde Burgos de Manuel para velar a su hermano y a su madre. Esos capítulos y el último de Azaña deberían ser libros de texto.
Para mí, que soy un simple muy simple aficionado, ver a León Felipe paseando en abrigo de pieles por un palacio como si fuera un personaje de Visconti, a Miguel Hernández yendo sonámbulo hacia su final, a Bergamín ayudando a salvar de la muerte a falangistas como Santa Marina —que se bordó tres calaveras en su camisa mahón por cada una de las condenas a muerte que le cayeron y a las que sobrevivió—, a Carrere haciéndose pasar por loco para que nadie se fijara en él, a anarquistas como Bajatierra, que murió acribillado en Madrid al recibir a las tropas franquistas a tiro limpio en el portal de su casa el día 28 de marzo del 39, a Neruda y sus maldades en contraposición a la dignidad absoluta de dioses como Juan Ramón o Unamuno, son cosas que hacen de este libro un faro al que estoy seguro que voy a volver muchas veces.
En las estanterías de mi biblioteca, por muy dignos o indignos que fueran sus autores, van a seguir estando lomo con lomo los poemas de Gil-Albert y los libros de Giménez Caballero, las obras de Jardiel y las de Jarnés. Algunos por falta de espacio se irán a cajas bajo las camas, pero Las armas y las letras tienen asegurada una sepultura perpetua. Bien merecida.
Muy buena reseña, sí señor.
Pues será usted un aficionado pero creo que sabe leer muy bien. Y contarlo. Que siga así muchos años
Lo malo es lo imposible de encontrar ciertos libros como el que comenta de «Honor de las injusticias» o varios que tampoco encuentro por NINGUN lado que se mencionan en el de Trapiello