Ciencias

Los niños invisibles: el sueño de Ascensión

Vera
Ilustración: Vera Ortín.

Me duermo con esa sensación en mi pecho que se expande por todo el cuerpo. Siento un ahogo que anuncia un peligro inminente que amenaza mi vida, pero no sé a qué. Anochece, la luz del mundo se apaga mientras se enciende la de la pantalla de mi imaginación.

No recuerdo cuándo se instaló en mí esta sensación. Diría que convivo con ella desde siempre. Tiene aspecto de alienígena que me ocupa entera y pensando en ella, mi sueño vuela bajo el radar de mi conciencia y al olvidarlo me vence y duermo.

Comienzo a soñar. La presión en el pecho me acompaña. Viajo al recuerdo de hace unos días en el que siento lo mismo. Estoy con mis alumnos en el aula, es principio de curso y temo que mi sensación avance y no pueda continuar la clase. No sé cómo evitarlo, no sé qué hacer, me aterra perder el control. Mis alumnos me miran, creo que están algo preocupados pero no dicen nada.

Mi memoria olvida ese episodio y me disocio de mí misma, vuelo hacia arriba del aula y cuando alcanzo seis o siete metros de altura voy hacia atrás. Regreso a otro escenario, quizá hace ocho o nueve años. Estamos en verano y preparamos un viaje en familia y con algunos amigos. Se trata de caminatas por los Pirineos. Mi tenaza en el pecho se intensifica, lo asocio al temor por alejarme de mi centro de seguridad, aunque por otro lado quiero hacer el viaje. En el momento en el que me dispongo a hacer la maleta me despego de la escena, vuelvo a elevarme y, a cierta altura del suelo vuelo hacia atrás.

Olvido ese recuerdo y vuelvo a volar en regresión. Mi sensación en el pecho modula mi vuelo, de repente crece y eso me hace descender a visitar otra escena. Tengo trece años y es mi primer día como alumna del instituto. Estoy nerviosa, soy nueva en el centro y estamos entrando en el aula. La profesora de francés se dirige a mí, es amable, pero no sé lo que me pregunta, no entiendo su pronunciación y no logro contestarle.

La presión en el pecho vuelve a elevarme y regreso a los seis años. Estoy en la habitación de mis padres. Mi padre acaba de morir durante la noche. Nadie me mira. Mi madre habla con mis hermanos mayores y con mi abuela. Él ha sufrido una larga enfermedad, toda mi vida lo conocí postrado. No sé qué hacer, ni cómo ayudar, no puedo estar parada, pero tampoco moverme. Siento profundamente mi expulsión del jardín del Edén. Aquí mismo acaba mi infancia y empieza otra etapa para la que no estoy preparada pero lo cierto es que no sé de qué va.

Siento que en este momento mi cuerpo aprendió a hacer ese comportamiento en mi pecho, esa tenaza que en el futuro siempre me avisará de cualquier peligro. Esta es la primera vez que la siento, más atrás ya no hay nada, ningún recuerdo, ningún rastro ni huella en el cuerpo. Me doy cuenta de que en este momento de mi vida se instaló la impronta.

Tomo conciencia de que entro en un estado de desesperación. Necesito que mi madre me diga que no me preocupe. Que yo no tengo culpa de nada, que la ayudé bien cuidando a mi padre. Necesito que me abrace y se lo pido en el sueño.

Ella se vuelve, me mira y me dice todo eso y más. Y esto lo sé por el modo en que se saben las cosas en los sueños. Me toma en brazos con fuerza, siento su olor que me inunda y lo guardo en mi corazón.

En ese momento me despierto. Instantes después, me doy cuenta de que no siento mi presión en el pecho.

Ahora sé que mi madre tuvo una infancia tan inexistente que necesitó que la generación siguiente ocupara la vida resolviendo sus propios asuntos, los de ella. Siempre he pensado que es importante dejar el legado a los hijos lo más limpio posible de mal karma, digo de transferencia generacional.

Pienso también que seguramente mucha gente me ha querido pero yo estaba ocupada con esto y no lograba que ese afecto me llegara.

El cuerpo recuerda lo que la mente ha olvidado. Y ese recuerdo anida en las cadenas musculares.

En ocasiones, las primeras experiencias funcionan como un molde que contiene a las siguientes. La huella mnémica se fija si la experiencia ocurrió en un episodio significativo y relevante para la persona. Y en este caso, significativo quiere decir que hubo un cambio o una intensificación emocional. En eso consiste el aprendizaje.

En el futuro, cuando cualquier amenaza se presente y necesite la alerta neurofisiológica, el cuerpo reaccionará, muy probablemente, activando la sensación física anclada a partir de la impronta (1) o experiencia molde.

Esta respuesta está prevista para atender la presencia del depredador y se activa por arco reflejo no consciente. La construcción de la ansiedad tiene que ver con vivir la vida como si el depredador estuviera presente siempre.

Normalmente, las nuevas experiencias de la vida resuelven la impronta que genera la dificultad. Funcionan como contra ejemplo. Las situaciones que vamos viviendo nos hacen ver que lo que se consideraba amenaza no tiene porqué serlo forzosamente. De este modo podemos decir que la vida cura a la vida.

Pero en ocasiones la sensación queda anclada en el cuerpo. El sueño resuelve a menudo lo que le preocupaba al durmiente en estado de vigilia. Una de las hipótesis acerca del origen de los cuentos es que sean la transcripción de sueños (2). En algunas culturas el sueño forma parte de la realidad, es un modo real de experimentar la vida. Es el caso de algunas experiencias oníricas tan vívidas que son capaces de generar la misma respuesta fisiológica como si estuvieran ocurriendo cuando el durmiente está despierto.

El debate está en saber si el sueño encierra un símbolo del pasado para ser descifrado como defendía Freud o por el contrario, si es un mensaje vaticinador, para ser vivido en el futuro como sostenía Jung.

Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio. Max Aub. Crímenes ejemplares (3)

Quiero mirarme
de frente
sentada ante mí
sin prisas
con deleite
devanar los nudos
de mi historia
descifrar el enigma
que se escribe
en mis huellas.

(Trinidad Ballester)

Notas:

(1) Consultar la obra de Konrad Lorenz acerca de la impronta: Hablaba con las bestias (1999): Ed. Tusquets.

(2) Ver en Bernardo Ortín (2005): Cuentos que curan. Barcelona: Océano-Ámbar. Págs. 61ss.

(2) Los trabajos de M.L. von Franz sobre el origen de los cuentos de hadas y otros relatos en (1990): Símbolos de redención en los cuentos de hadas. Barcelona: Luciérnaga. Ver también (1992): Sobre los sueños y la muerte. Barcelona: Kairós. Y por último: (1993): Érase una vez… Barcelona: Luciérnaga.

(3) En Fernandez, A. (1990). La mano de la hormiga. Madrid: Fugaz.

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