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Danilo Di Luca o el dopaje después de Lance Armstrong

Foto: Cordon Press.
Foto: Cordon Press.

En el penúltimo capítulo de Bestie da vittoria —la autobiografía del exciclista Danilo di Luca, campeón del Giro de Italia de 2007 entre muchas otras carreras—, Alessandro Spezialetti, su fiel gregario durante años y años, le echa en cara que haya dado positivo en dopaje por segunda vez en su carrera, condenándole a una sanción de por vida. La conversación va como sigue:

Él me dice: «Qué chorrada». Después, se lanza al ataque: «Según tú, es normal meterte una microdosis (de EPO) a las doce de la noche y abrirles a los del control antidoping a la mañana siguiente… ¿Para qué haces eso?» Se está calentando…

Le contesto: «Si todos beben no puedes no beber porque eres el primero que se muere de sed».

Eso no le para: «No me vengas con tonterías. Sé perfectamente cómo funciona el ambiente. Te estoy preguntando por qué «esa» microdosis». Se levanta y empieza a dar vueltas por la habitación. «Se te habían vuelto a abrir las puertas del mundo, de la vida… Estabas a punto de entrar de nuevo en el World Tour». Parece un animal enjaulado. «Me pongo enfermo cuando lo pienso, no soporto verte fuera de nuestro mundo».

Le interrumpo: «Pero, ¿qué mundo, Spe? ¿Qué mundo? Nuestro ciclismo está muerto y enterrado. Cuando nosotros empezamos, el Giro era humano, los primeros cien kilómetros se hacían a treinta o treinta y cinco por hora y charlábamos, nos reíamos, nos parábamos a tomar un helado, luego íbamos a tope en los últimos ochenta kilómetros y ahí se disputaba la carrera de verdad. Ahora tienes que ir a rastras como un animal durante veinte días, a doscientos cincuenta kilómetros el día. ¿Cómo se hace eso? ¿Cómo se hace sin recurrir a medicamentos?

El libro es interesante a muchos niveles y los repasaremos, pero este diálogo es brutal… porque se produce en 2013. Casi todo lo que habíamos leído antes sobre arrepentidos, condenas, dopajes de equipo, necesidad de «hacer el trabajo» en el sentido más mafioso de la expresión… venía de antes de Armstrong o, como mucho, de la Operación Puerto. Años 2005-2006. De hecho, no hay autobiografía que valga más que la propia investigación de la USADA con sus más de mil páginas de llamadas, cobros, confesiones, etc.

Lo sorprendente del llamado «caso Armstrong» es que se cerrara con su primera retirada en 2005. Nadie quiso investigar qué había pasado después, cuando volvió en 2009 junto a los mismos sospechosos habituales: Bruyneel, José Martí y el añadido de Vinokourov, un hombre con su propio historial de dopaje en el Telekom y en otros equipos. De hecho, Astana fue el equipo en el que Alberto Contador dio positivo en el Tour de 2010 y el que acumuló casos y casos de dopaje en 2014 tras su exhibición en el Tour de Francia que ganó el italiano Vincenzo Nibali.

No solo eso, en el mismo 2013 le hizo una jugosa oferta a Di Luca, ya a los treinta y siete años, para que se uniera al equipo. El positivo paró toda la operación. El otro interesado era el Katusha. Lo mejor de cada casa.

Armstrong y el US Postal hicieron de dique como lo hizo en su momento el escándalo de Festina del Tour de 1998. La promesa de la redención, del deporte nuevo, del deporte limpio. Cuando se habla de dopaje en ciclismo siempre hay dos tótems que no se tocan: uno, ya lo hemos dicho, los años posteriores a la Operación Puerto. El otro, los primeros noventa, los años triunfantes de Miguel Indurain… como si la EPO se hubiera popularizado en 1995 y las autotransfusiones hubieran desaparecido misteriosamente cuando la guardia civil entró en la consulta del doctor Eufemiano Fuentes.

Di Luca nos dice que no. Que al revés. Que su ciclismo —justo el que va entre Indurain y Armstrong, el de las macrodosis de EPO, la hormona de crecimiento, la testosterona, la cocaína, las anfetaminas, incluso la insulina en determinados casos…— era humano y que ya ni con eso se sentía capaz de competir en 2013. Las medias de velocidad, año tras año, le dan la razón. La escasez de controles positivos viene a desmentirle: desde el positivo de Contador en 2010 y su sanción en el Giro de 2011, no ha vuelto a haber un escándalo de grandes proporciones. Ningún ganador de una gran vuelta ha sido desposeído a posteriori de su título e incluso los conspiranoicos han tenido que recurrir al «dopaje mecánico» —los famosos motores ocultos en las bicicletas— ante la falta de novedades en el convencional.

Los riesgos de una muerte prematura

He iniciado el artículo con ese diálogo porque me parece lo más original del libro. Lo que abre una puerta a investigar qué demonios estaban tomando los Di Luca de turno en esos años oscuros del «ciclismo a pan y agua». Vendrán más libros y sabremos más cosas. De momento, lo de siempre, silencio absoluto, y al que diga algo, piedras e indignación.

Sin embargo, el libro es mucho más. Es la historia de un gran campeón que no reniega del dopaje ni en sus primeros años. Normalmente, todos los arrepentidos quieren salvar algo de su carrera, algún triunfo de juventud, algo de lo que se sienten especialmente orgullosos y que prefieren mantener al margen de su historial farmacológico. No así Di Luca. Di Luca no solo está orgulloso de doparse con casi cuarenta años —«era mi trabajo»— sino que reconoce que lo hacía de neoprofesional y que incluso antes de entrar en profesionales ya sabía que había que pasar por eso, y estaba bien dispuesto porque no quería que le ocurriera lo que a otros tantos prodigios juveniles: que de repente el asno de turno se convirtiera en purasangre y le dejara a él atrás.

No, Di Luca habla del dopaje como una parte más de su carrera, inseparable de la misma. Parte todo el rato de la tesis de que «todos los demás lo hacían» aunque es cierto que no da ni un solo nombre ni aporta ninguna prueba. Eso es de chivatos y si no lo hizo ante el CONI cuando se lo pidieron para rebajar la sanción, menos lo va a hacer en un libro de divulgación. Incluso se regodea en su saber casi farmacéutico. Mientras Hamilton o Landis o Gaumont o incluso el tibísimo Millar daban la lista de fármacos como una condena, Di Luca la da como si fuera la lista de la compra, con una naturalidad asombrosa.

Es más, farda de ello ante las autoridades. Se deleita al ver que los expertos se miran con cara de «¿cómo puede saber este tío para qué sirve cada fármaco, cuánto tiempo tarda en eliminarse de la sangre, cuánto de la orina, qué efectos secundarios tiene…?». Tampoco rehuye las consecuencias. Di Luca, como Manzano, intuye que va a morir joven. O que tiene muchas posibilidades. Admite que sin adrenalina no puede vivir, que sin competición no es nadie y que el precio a pagar es ese: una enfermedad degenerativa, un cáncer, un infarto a los cuarenta años (a menudo, desgraciadamente, antes).

Y no solo eso, creo que también por primera vez en este tipo de libros, habla de un tema clave: el efecto que el dopaje tiene en la vida ordinaria de los ciclistas. No solo durante sus años de competición sino después, cuando lo dejan, cuando se convierten definitivamente en muñecos rotos.

Pantani y el Chava Jiménez, ¿la punta del iceberg?

En una reciente entrevista al diario El Mundo, el propio Di Luca afirmaba —y el periodista aprovechó para titular— que «Pantani y el Chava se pasaron con la coca». Sí, eso es obvio. Sobre Pantani se pueden urdir las tramas de conspiración que se quieran, pero sus últimos días de autodestrucción siguen siendo dramáticos. La admiración de Di Luca por «il Pirata» es enorme. «Pantani, con todos dopados, era el número uno; Pantani, con todos limpios, habría sido el número uno también». No es cierto, pero bueno. Cuando lo importante es la farmacia, la diferencia la marca el farmacéutico y no todos pueden tener el mismo.

En cualquier caso, sobre Pantani y el Chava se ha hablado mucho y son dos ejemplos muy potentes pero que ocultan otros casos menos espectaculares: cuando te acostumbras a que una inyección lo solucione todo, a que si estás bajo de forma te puedas meter esta pastilla o esta otra, a atiborrarte de somníferos cuando necesitas dormir pero estás aún bajo los efectos de la cocaína o las anfetas… es casi imposible que no acabes sufriendo algún tipo de adicción.

Di Luca dice que no es su caso. Puede que no lo sea, pero habla desde una proximidad alarmante. Debe de ser el caso, por tanto, de muchos de sus compañeros. Necesitas la competición, necesitas la adrenalina y necesitas las sustancias que te hacen disfrutar de todo eso al máximo. Cuando se acaba la bicicleta, la vida sigue y hay que buscar formas de recuperar las sensaciones perdidas.

La idea del ciclista como un yonqui es injusta, por supuesto. Estoy seguro de que muchos ciclistas compiten limpios —no solo el apestado Christophe Bassons— e incluso los que se dopan no tienen por qué convertirse inmediatamente en unos toxicómanos en su vida diaria. Sin embargo, no deja de ser un problema al que atender. Convendría ver la cantidad de ciclistas que efectivamente han muerto a los cuarenta, a los cincuenta, a los sesenta… Quizá no por consecuencia directa del dopaje sino por los hábitos de vida a los que el dopaje invita.

De ahí la importancia del tema, de ahí que cada seis meses más o menos les vuelva a dar la tabarra con esto de la EPO o la hormona o la autotransfusión: porque no es solo un problema deportivo, es un problema social. Es un problema que hay que investigar, que hay que tratar y que hay que erradicar caiga el ídolo que caiga. Di Luca, en ese sentido, lo tiene claro: «El dopaje acabaría en el momento en el que las farmacéuticas pusieran sustancias detectables en sus productos», es decir, lo que normalmente se llama «trazas».

«Ahora, a veces las ponen y a veces, no, por eso a veces te pillan y otras no y no hay manera de explicárselo». Sí, puede que al final el problema sea ese: no solo la enorme ambición del deportista, no solo la falta absoluta de escrúpulos de los que le rodean —directores técnicos, médicos, cuidadores…— sino de las propias mafias que se encargan de repartir esos productos. Un negocio que nadie tiene interés en poner fin.

A Di Luca le costó como mínimo una carrera y un divorcio. Él tiende a querer dar pena con ese rollo de «nos tratan como a criminales» pero en ningún momento reniega de su condición de criminal, sobre todo en un país como Italia en el que el dopaje, desde principios de siglo, es un delito. Le echa algo de morro, vaya. Habrá quien piense que sí, que tiene razón, que todo el mundo se dopa todo el rato y que si lo hacían en 2013, ahora mucho más. Habrá quien diga que era una oveja negra, que si ganó cosas fue precisamente por ir hasta arriba y que no merece más consideración.

La verdad, probablemente, esté en un punto medio. Lo interesante sería que alguien se pusiera a investigar y a buscarlo.

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5 Comentarios

  1. Juan Antonio

    No quiero sonar maleducado, pero cada articulo que haces de ciclismo, me parece que sabes menos. Tanto de las carreras, como del funcionamiento interno de el.

  2. Luis Miguel Silva

    Con este artículo tocaste un punto importante y es que el dopaje, de lo mismo masivo que se ha venido haciendo últimamente, se está convirtiendo en un verdadero problema social, los ciclistas (y demás deportistas) toman ese camino por poder lograr un éxito que no lograrían de seguir solo a «pan y agua» (Zülle decía que si no hubiera recurrido a doparse seguramente tendría que haber vuelto a sus días como albañil, pintor, algo así).

    En ese sentido -en teoría- el sistema deportivo de algunos deportes en los Estados Unidos es una alternativa que debería universalizarse: todo deportista, antes de pasar al profesionalismo debería al menos completar una carrera técnica; si fracasa o le llega el retiro por lo menos podrá hacer algo.

    Por otro lado lo que dice Di Luca sobre las velocidades de las carreras no es tan descabellado: no fue muy curioso que, en el Giro que recién termina, Valverde ganara una etapa de media montaña con una media de poco mas de 44 km/h?

  3. Es como Gasol con 35 años contra Francia hace una exhibición después de pasar por la consulta de Nicolás Terrados.
    Lo de este ultimo Giro ha sido escandaloso…

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