Cuesta creerlo, pero desde hoy vivimos en un mundo sin Prince.
Siempre tuve la impresión, casi la creencia, de que el hecho hipotético de que Prince fuese mortal iba contra el orden natural de las cosas. La interrupción de su existencia carecía de sentido como concepto y era una posibilidad que jamás se me había pasado por la mente. Claro, desde un punto de vista racional puedo entender que era un organismo vivo como los demás seres humanos —suponiendo que él fuese humano, de lo cual todavía no estoy convencido— y que como a todo organismo vivo le llegaría su final. Pero a veces la racionalidad no vence y confieso que mientras escribo estas líneas continúo sin ser del todo consciente de que Prince Roger Nelson, uno de mis mayores ídolos, uno de los individuos que más alegraron mis años de infancia y adolescencia, ya no esté entre nosotros. No tiene ningún sentido. Era demasiado grande para morir. El universo será una broma de mal gusto sin él.
Quienes vivieron sus años de gloria recordarán que Prince tenía completamente cautivada a la industria musical, empezando por el público, siguiendo por la crítica y terminando por sus propios compañeros de profesión. A nadie con dos dedos de frente se le ocurría contradecir la idea de que Prince era un genio. En una época donde la mayor parte de los músicos a los que muchos admirábamos ya no vivían, o vivían horas bajas o ya no publicaban sus mejores discos, y donde el noventa por ciento de la música que dominaba las listas de éxitos se antojaba insustancial y prefabricada, ahí apareció él, que no solamente estaba de luminosa actualidad, sino que recogía y combinaba largas tradiciones musicales condensándolas en su propia persona con una pasmosa facilidad que nos tenía a todos atónitos. Todo en su música y su imagen tenía raíces, muchas raíces y mucho poso, y aun así sus canciones eran muy propias, muy suyas, revolucionarias. Hizo lo que se supone que hacen los genios: construir algo nuevo y distinto desde lo ya conocido, desde lo establecido, y sin negar el parentesco con sus ídolos para dárselas de innovador. Es más, recordándonos sin complejos de quién había tomado sus influencias, homenajeándolos a cada paso que daba. Todos podíamos ver que Prince tenía mucho de Jimi Hendrix, de James Brown, de Sly Stone, de los Beatles, de Stevie Wonder, de muchos grandes nombres. No se molestaba en ocultarlo. Pero a nadie se le hubiese ocurrido acusarle de ser un vulgar imitador o fabricante de pastiches, porque todos sabíamos que él era uno de ellos. Un discípulo, pero también un igual. Tenía esa misma magnitud, la de los más grandes.
Escribí otro artículo donde repasaba —con el cariño que pueden ustedes presuponer— varias anécdotas rocambolescas e hilarantes relacionadas con su exuberante personalidad. No crean que ahora reniego de ese texto porque la noticia de su muerte me haya causado tristeza; al revés, ahora me parece mucho más entrañable (e igual de gracioso) pensar en cuando se caía del escenario agarrado a una farola o montaba numeritos dignos de Gloria Swanson en las entregas de premios. Pues bien, en ese texto también recordaba que en los ochenta, para mí, cada nuevo disco de Prince era una de las mejores noticias del año. Durante mucho tiempo pude comprobar que cada vez que estrenaba álbum me noqueaba con canciones que nadie más podía haber concebido en su momento: «Purple Rain», «Let’s Go Crazy», «Raspberry Beret», «Kiss», «Sign o’ the Times», «Girls and Boys», «Alphabet St.», «Batdance», «Partyman», «Cream», «Sexy MF», «Peach». Canciones que sonaban a tradición y a novedad, en las que Prince parecía un viajero del tiempo capaz de componer piezas en las que varias décadas bailaban al unísono. Incluso en el 2015, cuando yo ya no era un adolescente, podía golpearme con un diamante inesperado como aquella hipnótica «Stare» que he seguido escuchando varias veces al mes desde que se editó para Spotify, porque parecía una canción salida de las más redondas obras maestras del funk de los años setenta.
Es verdad que no siempre sus discos fueron igual de brillantes —como le sucede a cualquier artista con una larga carrera—, sobre todo porque hubo épocas en las que sentíamos que, aunque continuaba grabando la música que le apetecía como de costumbre, ya no se preocupaba tanto por producir esos momentos de impacto. Momentos de impacto que, lo admito, son difíciles de conseguir; por eso nos sirven para decidir cuáles han sido los periodos más inspirados de cualquier músico. Pero Prince hace ya mucho tiempo que no los necesitaba. Sus años de apogeo fueron tan descomunales que a nadie que los viviese le puede sorprender que la prensa, de manera unánime, le calificase como «el genio de Minneapolis». Hoy se utiliza la palabra «genio» con mucha —demasiada— liberalidad, pero entonces, al menos en el caso de Prince, fue el marchamo de calidad impuesto de manera unánime por una prensa musical a la que impresionaba año tras año. No recuerdo otro artista cuya carrera haya sido contemporánea a mi existencia ante el que los medios hayan estado tan rendidos de antemano en plan: «No sabemos qué es lo próximo que hará Prince, pero sí sabemos que irá por delante de cualquier cosa que podamos imaginar». Aquella aureola de divinidad creativa es algo que no he vuelto a contemplar en torno a nadie.
Prince desapareció de la primera línea comercial de manera gradual, pero imparable. Por un lado, nuevas corrientes como el grunge le hicieron parecer «muy de los ochenta», algo muy injusto porque algunas de esas mismas corrientes, como el llamado rock de fusión de los noventa, no hubiesen existido sin él, que había estado practicando ese estilo, casi en solitario, durante su década de reinado. Pero también es cierto que se dejó atrapar por un nuevo R&B más etéreo, y menos interesante, con el que estuvo jugueteando más tiempo del debido. Así, los más jóvenes crecieron sin entender lo grande, lo importante, lo decisivo que había sido Prince. Pero nunca estuvo en decadencia. Jamás. Cada vez que tenía la oportunidad de recordarle al mundo que era un gigante, lo hacía, con esa facilidad insolente de quienes nacen tocados por el dedo de los dioses. Como cuando apareció en el típico miniconcierto del intermedio de la Super Bowl, el mayor escaparate de la industria musical estadounidense. No lo tenía fácil: dos años antes, Paul McCartney había estremecido por igual a las viejas y las nuevas generaciones con una actuación intensa y enérgica. El año anterior, los Rolling Stones habían triunfado también, aunque tirando más de leyenda que de eficacia musical. Prince sucedió a estos dos gigantescos nombres con una puesta en escena relativamente minimalista (si se puede decir tal cosa de un show de la Super Bowl), en el sentido de que decidió centrar todo el peso en él mismo, su voz y su guitarra. Hasta los dioses parecían ponerse en su contra, porque empezó a llover a cántaros. Pero él ignoró el hecho y cantó y tocó su guitarra a todo volumen, olvidando las sutilezas R&B y recordándonos que no solamente era un gigante del funk y del pop, sino también un furibundo roquero cuyos anárquicos solos no tenían nada que envidiar en fuerza a los de cualquier grupo considerado «duro».
Al final, el clima probó ser no una maldición divina sino todo lo contrario, cuando le sacó partido mientras hacía cantar a todo el estadio una mágica «Purple Rain» muy apropiadamente interpretada bajo la lluvia. Y por cierto, yo hasta entonces pensaba que ya no se podía hacer nada nuevo, al menos que mereciese la pena, con «All Along The Watchtower» desde que la versionó Hendrix (es más, el propio Bob Dylan pensaba así) hasta que Prince interpretó una estrofa en plan blues durante aquella actuación… De lagrimón, amigos y amigas. Es decir, cómo glosar la grandeza de un individuo que mientras Lenny Kravitz hace un solo de guitarra es capaz de hacer lo mejor ¡de ese solo ajeno! (vean el minuto 2:15 de este video: «Y ahora voy a hacer un ruidito molón para que termines tu solo como Dios manda»). A eso lo llamo ejercer de productor en vivo, sobre un escenario, y ya de paso robar el show como quien pasea por el comedor de su casa. Sin vacilar, sin entrometerse en lo que el otro hace, sino complementándolo. Son tantos los miles de detalles así que ha habido en la carrera de Prince que se necesitaría una enciclopedia. ¿Y qué decir de su intervención en el concierto de homenaje a George Harrison? Apareció sin previo aviso para tocar el solo final de una «While My Guitar Gentrly Weeps» que sin él era perfecta, pero con él se transformó en algo asombroso. Con su fogosidad hendrixiana a la guitarra, y con esos calculados toques de showmanship heredados de James Brown, Prince recordó una vez más a los más jóvenes que no importaba si ya no reinaba en las listas; continuaba siendo el más grande. Y si no, que suba otro e intente hacerlo mejor. No es una cuestión de técnica; es cuestión de sabiduría musical y savoir faire. Sé que no soy objetivo, porque prefiero mil veces el solo de «Kiss» a cualquier filigrana imposible de John Petrucci, pero díganme que Prince no es insuperable cuando decide tirar de sentimiento:
Estas apariciones atestiguaban que poseía tal constelación de talentos que podía lucirse junto a cualquiera, en cualquier momento, con cualquier canción que le pusieran por delante. Eso es lo que mejor resume la relevancia que tuvo como artista cuando todo el mundillo parecía orbitar a su alrededor: los demás podían hacer lo que quisieran, que cuando él se lo proponía terminaba destacando, siempre. Pues eso mismo es lo que le hizo a la música en los ochenta: demostrar que los límites no eran tales, que los estilos que se consideraban ya superados aún podían dar más de sí y generar cosas excitantes, que aún podían imaginarse nuevos universos. Y ahora ya no tendremos más de esos momentos. Ya no aparecerá por sorpresa en cualquier evento para apoderarse del espectáculo con su propia presencia. Aunque, como dice mi amiga Monty —la misma que me sugirió lo del artículo de momentazos principescos—, puede que todo sea una treta promocional y que reaparezca en unos días, con su expresión de niño travieso y alguna canción compuesta al efecto, con un en plan «I’m Alive 4 U Again». Eso sería fantástico: la Segunda Venida de Prince. Algo lo suficientemente grandioso como para ser digno de él. Y si no, siempre nos queda ponernos en plan negacionista, resistiéndonos a admitir que Prince se ha ido y aferrándonos a que todo es una conspiración de la CIA, la NASA y la Casa Blanca. Si la el mundo real carece de Prince, desechemos el mundo real. Prince es mucho más necesario que la realidad. En fin, bromeo por no llorar. Esto ha sido tan inesperado como triste. No consigo que me entre en la cabeza. ¿Qué haremos ahora? Le organizaremos un funkneral a su medida, sí, pero, ¿y después, qué? ¿Quién va a ocupar su lugar? ¿Quién va a ser tan maravillosamente único?
Descansa en paz, Maestro. No volverá a haber nadie como tú.
Yo no sé, la verdad, no sé qué decir. Lo que diga es para nada. Para qué? Es obvio todo. Y hacer…qué? Llevarme 3 días escuchándole a piñón y luego a otra cosa mariposa? No. Pasó. No se lo merece. Pero sí puedo hacer una cosa…mostrarle a Víctor, un enano de 5 años, que Prince existió. (Disculpas por las ¿ qué me faltaron por poner)
No sé, pero siempre viví de espaldas a Prince. Jamás me interesó su trayectoria y cuando oía algo de él, me entraba gran sopor. Y es curioso, porque los referentes suyos que has mencionado, me gustan enormemente, todos y cada uno de ellos. Está más que visto que algunos genios nos repelemos mutuamente porque ahora que acaba de morir, me doy cuenta de que me da igual. Total, ya me había olvidado de él hace lustros…
…Sólo te ha faltado añadir: «es que quiero y no puedo».
Gratitud eterna por una adolescencia y juventud llenas de horas de música, de aprender inglés para entender aquellas letras escandalosas que me enseñaban que había otro universo lejos lejos lejos de mi asfixiante colegio del Opus. Por horas bailando , sintiéndome sexy y feliz, como se siente todo el que baila sus canciones. Por estremecimientos cada vez que escucho Purple Rain y Sing o the Times.
Creo que no llego a darme a cuenta del alcance que tuvo su música en mi, pero han pasado dos curiosas: una es que algunas personas me han llamado o escrito para darme el pésame… la otra es que tengo grabadas a fuego todas las canciones del Parade, Sing of the Times, Purple Rain… en mi cabeza, algunas hacía más de una década que no las escuchaba, pero sorpredentemente me las sé de memoria, salen solas… cómo escuchábamos antes los discos enteros de nuestros ídolos, millones de veces.
Era enorme. Se ha ido demasiado pronto.
Por favor que acabe esto. Que no se vayan más genios de la música… será que no hay escoria dañina en este mundo…
Bello tributo
Hombre, que Prince fue bueno en su época, pase. Que fue un innovador, también me vale.
Pero de ahí a ser un genio o un ser inmortal… pues ya nos estamos pasando un poquito, ¿no?
Me da miedo pensar cómo van a ser los artículos cuando mueran Paul McCartney o Roget Waters…
«de ahí a ser un genio o un ser inmortal… pues ya nos estamos pasando un poquito, ¿no?»
No.
Saludos.
Vale, vale. Pondré los discos de Prince (que los tengo) al lado del Dark Side of the Moon o del Thriller.
Qué narices. Al lado de la 5 Sinfonía y de la Flauta Mágica.
¿No estaban ya junto a los otros discos? Por curiosidad, ¿los estabas usando de posavasos?
Saludos!
Usted se cree que alguien le interesa sus discos y donde los coloca?
Como si pone el de locomia al lado de la novena sinfonía.
pues, precisamente…
https://www.youtube.com/watch?v=hJ9WB4l-yWU
;)
como siempre gran artículo,
saludos
Maravilloso artículo, no tengo palabras. He llorado y he reído (con el otro que escribiste sobre los infortunios) por igual. Mil gracias por trasladar en forma de palabras todo lo que siento. Nunca he tenido un «ídolo» pero si fue así, ese fue Prince y creo que siento el mismo vacío.
Como diría Prince de manera escueta: muchas gracias.
Creo que tenéis baremos muy modestos en cuanto a idolatría. Sería más o menos el equivalente en fútbol, a idolatrar por ejemplo en el Barça, a Paco Seirulo. ¡Hay que subir los listones, pringaos!
Esto que dices es en mi opinión erróneo, y además creo que es algo muy español. La diferencia de repercusión de esta noticia en España con respecto a otros países occidentales (y no me refiero únicamente a EE.UU., donde por descontado saben muy bien cuál fue la relevancia de Prince) es algo que se puede comprobar ojeando prensa extranjera. Vivimos en un país poco permeable para la música, esto es así. Llega lo que llega y cuando llega, pero hay cosas que aquí nunca terminaron de cuajar, mientras que en países de nuestro entorno sí tuvieron relevancia. El funk, por ejemplo, nunca fue entendido aquí (mientras que en muchos países europeos, sudamericanos y africanos fue enorme y produjo muy buenas bandas propias). Por esa idiosincrasia española hay gente que parece creer que ciertas cosas «no son para tanto», sólo porque aquí no tocaron la particular fibra de un país que venía de cuatro décadas de dictadura.
No pretendo hacer de menos tu opinión con este comentario, en absoluto, pero he de ser sincero al responderte. Sólo quiero hacer notar que quizá no seas del todo consciente de la magnitud que tuvo Prince durante los ochenta y parte de los noventa. Que fue mucha, muchísima. Se pueden discutir los gustos de cada cual, por supuesto, pero no las cifras ni la hemeroteca. Ni tampoco las imágenes. Échale un vistazo a la gira europea de 1988, que algo hay en Youtube, y dime si no hablamos de un nombre que era de primerísima fila entonces, que impactó mucho al público (y cuyo estilo de show, por cierto, es el que se ha impuesto hoy). Busca también las reacciones de músicos universalmente respetados ante la noticia de su muerte.
Otra cosa es que a ti Prince no te guste o no te importe, no voy a decir que lo entiendo o lo comparto pero por supuesto estás en tu derecho. Conozco mucha gente en España que jamás prestó atención a Prince, no es una novedad. Aun así, te diría que es aventurado, por expresarlo de forma sutil, el que valores como modestos los baremos del prójimo porque le idolatre.
Saludos.
Pues claro, tienes razón. ¡Pero qué le voy a hacer si soy un troll! ¡Y es que no puedo resistirme a decir disparates cuando me pongo delante de un teclado! ¡¡SOCORRO!!
Agradezco tu paciente y mesurada respuesta Gracias.
Que dialéctica tiene Vd. Personal opinón :Prince era muy bueno, no se si genial, aunque yo así lo calificara.. Tenía un extraordinario directo. Solo sus solos de guitarra eran excesivamente largos.
Emilio, al igual que tú, nunca imaginé que Prince fuera a dejarnos, y menos de esta forma. Gracias por expresar el sentimiento, lo comparto. A veces nieva en abril. Un cálido abrazo.
Hasta aquí ha llegado el haterismo, la virgen… En fin, no es más que un signo de los tiempos y de lo grande que fue este tío.
¿Pero cuándo se llegará a admitir al igual que el ditirambo, la diatriba sobre cualquier personaje, grupo, tendencia… sin ser por ello acusados de haters?
Está visto que la hipocresía se perpetúa a traves de las jóvenes generaciones como siempre se ha hecho. Es mucho más rentable a todos los niveles ensalzar y decir cosas buenas de cualquiera aunque muchos no estén de acuerdo con ello que atreverse a decir honestamente lo que uno piensa aún a costa de ser lapidado por los fariseos que no soportan, debido en el fondo a su endeble personalidad, que alguien ponga en duda su visión de la existencia. Ahora resulta que aquí se pueden decir todas las tonterías que se quieran, siempre que sirvan para ensalzar al Señor Prince. ¡Pero que a nadie se le ocurra decir las mismas tonterías para rebajarlo porque, señores, esto es haterismo!
Humm…por favor, que alguien abra una ventana: hay un hedor a Repelente Niño Vicente que atufa…
Dos apuntes: 1. Se le olvida a usted que cabe la posibilidad de que quien ensalza lo haga sinceramente. Puesto que a nadie se le obliga a opinar aquí, creo que es una opción a tener en cuenta; y 2. Escoger el momento de su muerte para poner a parir a una persona no es precisamente el colmo de la educación y de la honestidad.
El Elvis negro
A pesar del hecho que soy una lectora de esta revista desde hace mucho tiempo, usualmente no dejo comentarios como así. Mis creencias y ideas no quedaron plasmadas, sino han permanecido sólo en mi mente. Sin embargo, este artículo escrito por Emilio de Gorgot es tan onírico y destacado que un comentario de mía es lo menos que lo merece. Ya que no existe ninguna posibilidad que puedo redactar casi tan bien como el señor Gorgot, sólo puedo dar las gracias por hacer justicia a la leyenda llamado Prince.
¿Y no será por los pedos que te tiras, Kami…? Como este comentario tuyo, un follonazo de esos que queman las bragas.
Los 80 fueron de Prince y de Pixies. No sé si lo dijo Bowie, pero lo podría haber dicho.
1976, 13 años. El primer single adquirido con mi dinero (ejem!!!). «Sir Duke» de Stevie Wonder. Después de machar la cara A, algo retorcido me decidió a dar la vuelta al single. «He’s misstra know-it-all»… mi vida cambió de repente y para siempre. Ese sentimiento primerizo, de descubrimiento, de alegoría, se da muy pocas veces. Se dió muy pocas realmente, con descubrimientos que guiaron un camino hoy inagotable y que se funde con mi vida y la de mi chica en un uno absoluto. The Smiths, el «What’s going on» de Gaye, la primera escucha del disco del plátano, el «no more affairs» de Tindersticks, el maravilloso «Rattlesnakes» de Lloyd Cole, The Kinks vs The Who, Los Elegantes en Directo… es magia con precisión. Pues uno de esos momentos, el que devolvió mi atención y devoción por la black music (detesto este nombre, pero tengo que contextualizar de alguna manera), fue el encuentro homérico con un músico llamado Prince. En el local en que ponía música aquel chaval confuso y confundido ya rondaba un disco llamado «Dirty mind», al que no había prestado demasiada atención, cuando alguien, algún amigo bendito que por Dios sea alabado se plantó con una gloria llamada «Purple Rain». No hay palabras, todo en aquella maravilla era lustroso, glorioso, incomprensible en cierto modo. Desde la portada misma, aquel batiburrillo glamouroso de lujuria y r&b, era aplastante, acojonaba de veras… «let’s go crazy», «take me with you», «when doves cry», «I would die for you», «purple rain». Aquello era tan inabarcable, tan colosal, que acabamos por comprarnos los singles tras desgastar aquel vinilo monstruoso. Luego llegó la vuelta atrás hacia «1999» y con aquella pieza majestuosa se desencadenó la explosión… ¿qué puedo decir? «Around the world in a day», «Parade», «Sign o’ the times», «Lovesexy», «Grafitti bridge», «Diamonds and pearls». Algo se rompió entre nosotros tras este disco, pero aun llegaron a nuestra casa «Come», «The Gold experience», «3121», también «Prince» y «For you». La mayor parte de ellos en fantástica experiencia vinílica, off course. Nuestro favorito es y ha sido por los tiempos «Around the world in a day», pero supongo que cada cual marca su emoción donde desea. Solo puedo decir una cosa, la grandeza de una canción, su enorme grandeza, se marca muchas veces en las versiones que de ella se hacen. Prueba del algodón: se llamaban Hindu Love Gods, y eran realmente los músicos de Rem con el enorme Warren Zevon como vocalista. Su versión de «Raspberry Beret» era BRUTAL. No hay palabras para definir lo que echaremos de menos al talento de Minneapolis, no las hay realmente. Pero no hay modo de definir nuestra desolación por que sabemos que se va el último gran innovador, el último gran creador, y nos deja el desierto. Por si acaso, nos ha dejado un rayo de esperanza, hoy hemos visto en el cielo nubes de color púrpura
Uhhhhh, pam pam pam, sexy mf. God Bless You
Esto es lo maravilloso del género humano, la discrepancia en la percepción del talento. Para mi, Prince siempre será un pringao y «Purple rain», un tostón de canción.
Perdónale, javipop, porque no sabe lo que dice. Ahora bien, donde dices alegoría quieres tal vez decir epifanía.
Cierto. Perdón por mis limitaciones, linguísticas y de talento con el ordenador. Y es que lo mío es el vinilo, hasta el Cd se me atasca… o lo uso de posavasos, que decía Tom Waits de los discos de Eagles. Gracias filete (un solomillo en toda regla, vamos). Lo que siento es las declaraciones tan fuera de sitio de Sinead O’Connor (no hace falta decir que version de Prince nos regaló) de este fin de semana. Bueno, da igual, vuelvo a escuchar esa versión aplastante del «Queen of Denmark» de John Grant que nos regaló y me reconcilió con el mundo.
Me apunto lo de Hindu Love Gods, que no lo sabía.
No me he enterado: ¿qué es lo que ha dicho O’Connor?
Julio y releo este artículo y el de los inolvidables momentos, me río, ironía no quita ternura y echo de menos todavía más al genio. Han pasado meses y la conciencia de su falta es mayor. YouTube se ha poblado de vídeos y la creatividad, el dominio de la escena y la habilidad guitarrera son parte de los muchos mundos de este artista. Comprendo el dolor de diversos comentarios de abril, Emilio de Gorgot. Tus artículos son magníficos. Se nota que Prince te duele, Como a algunos. No está hecha la miel para todas las bocas.
Pero…¿alguien puede dudar de la genialidad de un tipo que fue capaz de grabar algo tan maravilloso como «Sign O’ the times»?
Yo, sigo llorándole. Y llorando porque ya no puedo viajar para ir a sus conciertos.
Desde entonces nada es igual, y aún no ha aparecido nadie que minimamente se le asemeje.
Gracias por el artículo.
Excelente artículo.
Prince es único.
Lo que me llama la atención es la cantidad de fustrados que opinan de manera negativa de éste inigualable artista.