A finales de mayo de 2015, el Leicester City decidió celebrar su milagrosa salvación —siete victorias en los últimos nueve partidos que le llevaron del último puesto al decimocuarto de la clasificación— con una gira promocional por Tailandia. La cosa tenía sentido: el atractivo del fútbol británico en Asia oriental supera cualquier entendimiento… Y, además, Tailandia era la patria chica del dueño del club Vichai Srivaddhanaprabha, un multimillonario con el puño algo apretado a la hora de invertir en su equipo de fútbol.
La gira fue bien mientras estuvieron allí. Cuando volvieron, surgió el escándalo. De alguna manera, la prensa consiguió acceder a unas cintas de vídeo y unas fotografías de la orgía que tres de los miembros de la plantilla habían montado con varias prostitutas tailandesas. El escándalo no estaba en el sexo en sí —la sociedad británica tiene una extraña relación con la sexualidad, a veces por exceso y a veces por defecto— sino en los insultos racistas con los que acompañaron la fiesta. Eso ya sí que no. Menos en un club en el que, hay que insistir, el que pagaba las nóminas era también un «ojos rasgados».
Los jugadores en cuestión eran Tom Hopper, Adam Smith y James Pearson. Ninguno era una gran estrella —¿quién podría ser una gran estrella en el Leicester City?— pero en el caso de Pearson se daba una circunstancia agravante: era el hijo del entrenador, el mismo entrenador que había obrado el milagro unas semanas antes, un ídolo para la afición. A Srivaddhanaprabha no le tembló el pulso: despidió inmediatamente a los tres jugadores y llamó al entrenador a su despacho. Si no era capaz de controlar al equipo en una gira y ni siquiera era capaz de atar en corto a su propio hijo, lo mejor era que se fuera de ahí.
Y Pearson se fue. Con una mezcla de rabia y bochorno, pero se fue.
Así que estábamos ya a finales de junio, quedaba menos de un mes para que empezara de nuevo la liga y el Leicester City no solo era de nuevo el gran candidato al descenso sino que no tenía ni entrenador. La directiva se lanzó en busca del sustituto ideal y solo encontraron a Claudio Ranieri. El recuerdo que los españoles tenemos de Ranieri no es exactamente malo: un tipo simpático, con buenos resultados en su primera etapa en el Valencia y de alguna manera el pionero del equipo che que llegaría después a dos finales de la Champions League con Héctor Cúper. De sus nueve meses en el Atleti del descenso, mejor no hablamos.
Sin embargo, de aquel Ranieri habían pasado dieciséis años. Lo último que se sabía de él era que había sido seleccionador de Grecia durante cuatro partidos. Ganó uno y perdió tres, incluyendo una infame derrota ante las Islas Feroe que le costó el puesto. Antes había pasado por media Europa, casi siempre en su papel de apagafuegos: ya había empezado su carrera como técnico rescatando a la Fiorentina de la Serie B y consolidándola en la élite europea gracias a los Batistuta, Rui Costa y compañía, y en los últimos años había reflotado a la Juventus de después del Moggigate, cuando también descendió de categoría, y al Mónaco francés, al que subió de la segunda división para dejarle en puestos europeos.
Ranieri era una elección para equipos desesperados y el Leicester City era un equipo muy desesperado. Cuando Gary Lineker, el famoso exfutbolista del Barcelona, comentarista de la televisión inglesa, conoció la noticia, se limitó a comentarla en Twitter con solo dos palabras: «Claudio Ranieri???». Sí, Claudio Ranieri. El hombre que pasaba de la Fiorentina, el Valencia, la Juventus, el Atlético de Madrid, el Chelsea o la Roma… al Leicester City del hombre de apellido impronunciable.
El desastre se podía oler a distancia.
Mahrez, Vardy y Huth y otros chicos sin piedad
Y es que, además, el club hizo poco por reforzar la plantilla, hecha de jirones de otros equipos de las distintas divisiones del fútbol británico. El tailandés sería muy multimillonario pero no iba fardando por ahí y su interés en tener un club de fútbol bajo su dirección no pasaba de un hobby al que dedicar el dinero justo. Por ejemplo, a los dos años de llegar al club fichó al delantero James Vardy. Ahora, Vardy es el segundo máximo goleador de la Premier League y habitual de la selección inglesa, pero entonces era un temporero del Fleetwood Town, de la quinta división del fútbol inglés, valorado en poco más de un millón de euros.
En 2014, se le unió en la delantera el argelino Riyad Mahrez, proveniente del Le Havre francés, otro equipo de categorías inferiores que aceptó de buena gana el medio millón de euros que el Leicester ofrecía por un jugador muy talentoso pero que no había conseguido acostumbrarse al ritmo profesional de competición. Con los años, se unieron el resto: Schmeichel en la portería, después de fracasar en el Chelsea, Robert Huth, cedido del Stoke City para poner orden en el juego defensivo, y Danny Drinkwater, canterano del Manchester United, como mediocampista con llegada, después de pasar por cinco cesiones en cinco equipos distintos.
En total, el presupuesto del Leicester City al inicio de temporada era de unos sesenta y cinco millones de euros, el decimoséptimo de la liga. Por comparar con los verdaderos candidatos al título, el Chelsea se iba a gastar trescientos millones de euros solo en sueldos, el Manchester United rozaba los doscientos cincuenta, mientras que Manchester City y Arsenal superaban con creces los doscientos veinticinco. De hecho, pese a la fama de ser una liga muy competitiva, lo cierto es que en los más de veinticinco años de Premier League solo cinco equipos habían ganado el título: Manchester United, Arsenal, Chelsea, Manchester City… y el Blackburn Rovers de Alan Shearer, aquel año loco de 1995.
Y, sin embargo, diez meses después de la llegada de Ranieri, el Leicester City está donde está. Empezó poco a poco, metiéndose en puestos europeos, conformándose con ser una sorpresa agradable que ya caería de madura, como ha caído el Eibar en España, por poner un ejemplo. En esas, llegó la tremenda racha de Vardy, con once partidos seguidos marcando al menos un gol, un récord que hasta entonces estaba en manos de Ruud Van Nistelrooy. Por último, las sucesivas pájaras del Chelsea de Mourinho, el United de Van Gaal, el Arsenal de Wenger y el City de Pellegrini le acabaron situando en la primera posición.
Para entonces, la locura Leicester ya se había apoderado del país y de buena parte de Europa. Gary Lineker se ofreció a presentar en calzoncillos su programa si el equipo quedaba al final campeón, la típica apuesta que haces cuando sabes que tu equipo no tiene opción alguna. Las ventajas de uno, dos, tres puntos se fueron convirtiendo en cinco o seis, y el segundo dejó de ser el Arsenal o el City para pasar a ser el Tottenham Hotspurs de Mauricio Pocchetino, otro club que lleva cincuenta y cinco años sin ganar una liga. A falta de solo cinco jornadas para la finalización de la temporada, la diferencia entre ambos equipos es de siete puntos. El Arsenal, tercero, ya queda a trece, aunque con un partido menos.
El campeón con el que nadie contaba
Algunos critican que el Leicester City no juegue demasiado bien al fútbol. Como crítica, de por sí, es absurda. Un equipo que iba el último hace doce meses tiene que seguir siendo un equipo con limitaciones. El problema es que, además, es una crítica injusta. El Leicester juega bastante bien, como el Valencia en su momento jugaba bastante bien dentro de sus posibilidades. Cediendo a menudo la posesión, basándose mucho en el balón largo y con una querencia natural al contraataque y las jugadas de estrategia.
Ahora bien, hacer todo eso y hacerlo bien no es fácil y menos en Inglaterra, donde ese tipo de tácticas están tan vistas que es difícil pillar a alguien por sorpresa.
Aparte, nadie puede dudar de la calidad de Mahrez. Por encima de los veintiún goles de Vardy está el dominio absoluto del juego del argelino, que ha metido otros dieciséis y ha colaborado en una decena de tantos más. En cada partido deja una o dos maravillas que hacen que el encuentro merezca la pena. El Leicester, por tanto, es algo más que un equipo aguerrido, defensivo y con suerte. Al Arsenal le pegó un baño en su casa aunque acabara perdiendo después de quedarse con diez. Al City le metió tres en Manchester y también fue capaz de ganar al Tottenham en Londres. Aún tiene que jugar en Stamford Bridge, pero la ida se saldó con victoria de los de Ranieri.
>
De hecho, de los cinco partidos que le quedan, el del Chelsea se presenta como el más complicado. Para ser campeón, necesita sumar nueve puntos. Eso, en el caso de que el Tottenham lo gane todo, que no tiene pinta. De esos cinco partidos, tres serán en casa, contra el West Ham United, que se está jugando entrar en Champions, el Swansea y el Everton. Fuera, aparte del Chelsea, espera el Manchester United, una auténtica caja de sorpresas.
No es un calendario fácil, más que nada porque esos partidos en casa ante equipos más flojos los carga el diablo, y si no que se lo cuenten al Deportivo de Arsenio Iglesias, cuando encarriló tres empates a cero en los últimos cuatro partidos de la temporada 1993/94 ante Lleida, Rayo y Valencia y acabó perdiendo la liga empatado a puntos con el Barcelona. Más fácil lo tiene el Tottenham: también tiene que visitar Stamford Bridge pero sus otros cuatro partidos son relativamente asequibles. En cualquier caso, no conviene olvidar que la liga inglesa no es como la escocesa o la española. Ganar cinco partidos seguidos es una heroicidad, especialmente esta temporada.
Ha llegado, por fin, el momento en el que la lógica y el corazón se unen. La historia de la Cenicienta está a un paso de convertirse en realidad y ese paso va más allá de nuestro deseo. Durante meses, el Leicester City se ha convertido en algo así como los Golden State Warriors en baloncesto: ese equipo que ha estado bajo el radar durante décadas y del que de repente todo el mundo se hace aficionado por una cuestión de narrativa. Incluso en el improbable caso de que se venga abajo, cual Jordan Spieth en el hoyo doce de Augusta, esto quedará para siempre: las apuestas imposibles, la emoción del cuento de hadas, las televisiones de todo el mundo programando sus partidos como si fueran ellos los que se hubieran gastado doscientos millones en fichajes.
Un cuento de hadas que empezó en una orgía en Tailandia. No me podrán negar que hay pocas historias con tanta fuerza. De todos modos, por si acaso, la semana que viene intentaremos contarles alguna otra.
Genial, como siempre. Gracias por el artículo.
Espectacular. El artículo me atrapó de principio a fin.
Un apunte: Schmeichel ya lleva varias temporadas en el equipo, concretamente desde el 2011 (jugando en segunda) y jamás militó en el Chelsea, en todo caso en el Man City. Por lo demás, genial.
¡Por fin alguien que sabe escribir en El País! (o por lo menos, en sus enlaces externos)
Otro apunte: Ranieri antes de a la Fiorentina, entrenó al Nápoles pos Maradona con Zola y Fonseca entre otros, y empezó en el fútbol profesional en el Cagliari.
Pingback: El cuento de hadas que empezó con una orgía en Tailandia - Coruña Daily News
Ahora que el Leicester está a un punto de ganar la Premier, conocer esta fascinante historia le otorga aún más «mística», jajaja. dios mio! Qué cúmulo de circunstancias!!
No le queda nada ya :)
Campeones de liga hoy en día y hace un par de años perdiendo de último minuto de manera inverosímil el play-off por el ascenso vs Watford en la Championship. Revanchas que da la vida.